MISCELANEA DE HISTORIA DE CANARIAS (XVII) -VIII
NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (XIV)
12, ALZAMIENTOS, MOTINES Y REPRESIÓNES EN CANARIAS (y IV)
Eduardo Pedro García Rodríguez
Viene de la entrega anterior.
El pliego de descargo de los vecinos es presentado por el procurador Benítez Xuarez, quien como es natural solicita la libre absolución de los procesados. Benítez argumenta que los vecinos no acudieron a la “asonada” que se dice, sino como unos del Pueblo y que están exonerados de dicho delito, ya que fueron convocados en nombre del rey, no siendo extraño este tipo de convocatoria en una localidad como Agüimes donde constantemente hay moros en la costa, después se mantuvieron reunidos en son de defensa natural, y prontitud en acudir en defensa de su rey y su monarquía.
El procurador Benítez Xuarez continua
argumentando la defensa para concluir de la siguiente manera: “Es poco
honorable la actitud de D. Francisco Amoreto Manrique, quien va contra el espíritu
y la letra de una Real Cedula otorgada por los reyes D. Fernando, Doña Juana y
D. Felipe para Canarias, prohibiendo vender ingenios y heredamientos a personas
poderosas, Real Cedula conservada en el Libro Rojo de la ciudad”. Termina
el defensor con el siguiente resumen: la algarada fue una reunión en defensa de
la tierra, ya que los de Agüimes carecían de fuerzas como demuestran los
hechos, de una parte, y de otra presenta como un peligro social el excesivo
poder que iba adquiriendo Amoreto, con el progresivo ensanchamiento de sus
propiedades. Peligro social, sí, pero también peligro para la tranquilidad de
la isla. González
de Barcia como juez especial del caso eleva a la Sala la causa sustanciada.
Don Francisco Amoreto Manrique había mediante procurador elevado un
escrito en el que se expresaba más como fiscal que como parte. El mismo
solicita que los inculpados sean estrictamente castigados con el fin de
dejar grabado en la memoria popular las consecuencias de ir contra los
poderosos, aplicando un castigo extremo. Después de teorizar sobre la
actitud de los reos y tratar de desvanecer la defensa de los mismos termina
pidiendo la pena de horca para algunos de los encausados, y la condena a galeras
y azotes en público para otros.
La Sala de la Audiencia se reúne en el palacio episcopal residencia en
la ciudad del Capitán General y presidente nato de la misma, el 5 de enero de
1719, bajo la forma de real acuerdo. Forman la misma además del regente
Lucas Martínez de la Fuente, recién llegado a las islas; el oidor decano,
Diego Tolosa, corresponsable en parte de los hechos y afecto al sargento mayor,
y Alejandro González de Barcia.
El fiscal expuso sus conclusiones calificando el delito de motín,
solicitando en consecuencia las penas que para este delito se aplicaba en
Castilla: la horca, galeras y azote
en público. Dureza en las penas indudablemente fomentadas por Tolosa, quien
desde un principio había tomado partido en contra de los campesinos y no
desaprovechaba ocasión para seguir las indicaciones de su mentor Amoreto.
Don José Antonio de Chaves Ossorio, en esta sesión mostró un alto
grado de inteligencia frente al contumaz pueblo, demostrando una mayor
sensibilidad que el resto de los jueces, valorando con clarividencia lo que, aquel
pueblo era capaz de acometer.
En su intervención el general expuso que él por su profesión, esta
habituado a imponer castigos ejemplares. Pero ante la extensión del conflicto,
era aconsejable no imponer penas de tal calibre, inéditas para los isleños, y
que podría implicar el rebrote del conflicto con más violencia, lo que
acarrearía ímprobos inconvenientes. Esto le obligaba a ser benevolente.
Continuó el general esgrimiendo
razones en apoyo de sus planteamientos. Los insulares no estaban habituados a
contemplar ejecuciones públicas, y la proximidad de los sucesos últimos no habían
permitido sosegar los ánimos. Además, por otro lado los de Agüimes cuentan
con el apoyo y la simpatía de otros pueblos comarcanos, y la ciudad de Las
Palmas estaba llena de parientes de los presos. Por otra parte, las autoridades
no contaban con fuerzas armadas suficientes, pues los milicianos son pocos y
escasamente instruidos, abundando entre ellos simpatizantes de los alzados.
Sabiendo que su sucesor está en Cádiz, esperando poder embarcar hacía
las islas, Chavez, quiere incluir en su currículum la pacificación de la isla
por ello no duda en desmarcarse tímidamente de determinadas influencias y
expone que: “aunque el rigor viene recomendado por algunos importantes
personajes -en clara alusión a Amoreto
-, encuentra preferible aplicar al caso un capítulo de sus intrusiones
secretas, instrucciones que recibió de la Corte, en vísperas de emprender el
viaje. Se le ordena por el mismo y en forma taxativa que “siempre que
pudiera peligrar el cumplimiento de la justicia, aunque fuera interesada la Real
Hacienda, que se sobreseyera en ello asta mejor ocasión”. Otros factores
que pesan en la decisión del general son “lo remirado, pobreza y clamor de
los campesinos que se sentían despojados” “ y no haviendo armas para el
resguardo de la execución”. Sobre
base de lo expuesto Chaves pasó a recomendar una serie de penas más
benignas, pero dejando una puerta abierta para que más adelante pudieran
aplicarse castigos mayores, y dejando a Amoreto en posesión de las Tierras,
quedando al tiempo abierta la vía de reclamación a Cámara de Castilla.
Sobre las tres de la tarde se procedió a la votación de los diferentes
dictámenes, y las penas quedaron graduadas de la siguiente manera: Condenados
al presidio de Ceuta, Juan Lozano, 10 años, Juan Álvarez Ortiz, 8 años, Mateo
Suárez, 8 años, Medina Quevedo, 8 años, Lorenzo Rodríguez, 4 años.
Condenados a destierro: Juan Perera, 10 años, Diego Romero, 8 años, Francisco
Melían, 8 años, Bartolomé Díaz, 8 años, Francisco Quintana, 8 años,
Melchor Álvarez, 4 años, Juan Ortega, 4 años, Juan Ávila, 2 años. Quedaron
a disposición del Consejo: Francisco Pérez Miraval, Luis Romero, Jorge Rodríguez,
Francisco Vizcaíno, Salvador Artiles, Luis Alvarado, Andrés Romero, José
Alonso y Torres Travieso. Fueron absueltos: Salvador Fernández, Manuel de Mesa,
Juan Mauricio, Juan Quintana Miraval y Baltasar Gutiérrez.
Las sentencias se redactaron y formalizaron en la mañana del día de
reyes, publicándose ese mismo día, los cargos se rebajaron de motín a
tumulto. Los oidores aceptaron la aplicación de estas penas “benignas” a
condición de que el general Chaves Ossorio explicara su motivación al rey y al
consejo de Castilla. Además fueron condenados mancomunadamente incluso los
absueltos al pago de las costas del proceso, indemnizar a la real hacienda por
los gastos ocasionados por el viaje del general y su séquito, gastos de cárcel,
querellas de Amoreto y del alcalde real etc. Además a los absueltos se les
prohibía regresar a sus pueblos sin licencia de la Audiencia. Los condenados
quedarían bajo la custodia del capitán general en Tenerife, en espera de que
el rey confirmara o modificara las penas. El capitán general incumplió la
promesa hecha a los Agüimenses de que serían exonerados de las costas del
proceso, a pesar del reconocimiento por parte del propio general de extrema
pobreza de los vecinos.
En la tarde del día seis un escribano público lee en la cárcel las
sentencias a los reos, acto seguido y cumpliendo ordenes del Capitán General el
sargento mayor de la plaza D. Salvador Cayetano Manrique, recibe a los presos y
los conduce a la playa de la Caleta, bajo una fuerte escolta, el traslado de la
cuerda de presos se efectuó sin el menor problema siendo embarcados y
asegurados en el navío que había traído al general Chaves
desde Tenerife. El bajel quedo arranchado y presto para hizar velas,
operación que habría de llevarse a cabo a la mañana siguiente debido a unas
molestias experimentadas por el general Chaves, quien pernoctó en el Palacio
Episcopal.
En cuanto llegó a Agüimes la noticia de las penas impuestas y del
embarque de los presos, comenzaron las escenas de dolor y rabia por parte de las
mujeres y parientes de los condenados, la indignación del vecindario fue en
aumento. La gente se fue concentrando hasta alcanzar un determinado número de
personas, y se pusieron en camino hacia Las Palmas. A primeras horas de la mañana
en la portadilla de los Reyes estaban congregadas unas sesenta personas, mujeres
y hombres. Desde aquí se dirigieron a la Plaza Mayor para solicitar del Capitán
General la puesta en libertad de los presos, de lo contrario, pedían ser también
encarcelados como copartícipes de los hechos por los que habían sido
condenados los presos. Los manifestantes entraron en el patio del palacio
episcopal gritando y pidiendo al Capitán General la puesta en libertad de los
embarcados. Chaves Osorio que estaba reponiéndose de una gripe y preparando su
regreso a Tenerife, al oír el vocerío se puso la casaca sobre los hombros y
bajo a enfrentarse con los vecinos, pues pensó que lo más práctico era
atajarlos a toda prisa.
Una vez frente a los manifestantes les encrespó duramente tratando de
imponer su autoridad, al no impresionar con esta actitud, ni conseguir apaciguar
las súplicas de los allí reunidos -muchos de los cuales imploraban rodilla en
tierra por sus parientes-, Chaves Ossorio desenvainó su espadín y con la
bizarría, y arrojo y valor propios de un general de los Reales Ejércitos,
arremetió contra las mujeres y hombres desarmados haciéndoles retroceder por
la plaza hasta el atrio de la Catedral.
Atraídos por el tumulto, hicieron acto de presencia en la Plaza, el
resto de las autoridades: Regente, el oidor González de Barcia, el inquisidor
D. Juan Eusebio Campomanes acompañado de ministros e insignias, el Cabildo
insular con su corregidor, D. Damián Jacinto Guerrero, y varios funcionarios
eclesiásticos, todos ellos como un solo hombre, arroparon al valiente general.
Conforme trascurría el tiempo el número de los congregados iba en
aumento, por todas las calles se aproximaban gentes que engrosaban el grupo
inicial, ya no sólo eran los campesinos los interesados en el asunto, sino que
otros sectores de la población, incluso la urbana participaba en el mismo
extendiéndose la protesta por toda la isla, según relación del Ayuntamiento
“se extendió al estar lleno de resentimiento popular las demás
vecindades, haciendo común la causa de lo que sucedía era por un particular,
que siendo poderoso aspiraba a opulento, en contrapeso del daño de tantos
pobres y de utilidad Pública, que en su concepto se consideraba interesada toda
la Isla en la Participación de los granos, carnes y pastos para sus ganados que
de dicha tierras se producen y alimentan a menos precio que anexenarse Dichas
tierras”.
El general se retira al palacio del Obispo, informado de que gentes
procedentes de diferentes puntos de la isla se están concentrando en la ciudad,
se prepara para hacer uso de las fuerzas armadas para tratar de reducir el motín,
dispone que las fuerzas del presidio ocupen las bocacalles que dan acceso a la
plaza y manda sacar cinco piezas de artillería que estaban depositadas en el
Cabildo, emplazándolas en lugares estratégicos. Los sublevados en número
superior a los ochocientos, y que iba en aumento, tenían rodeado todo el perímetro
de la plaza y sus alrededores haciendo constar que no dejarían embarcar al
general sin que antes soltase a los presos.
En la Plaza de Santa Ana, estuvo a punto de ocurrir un choque sangriento
que nadie deseaba, ante la postura inflexible de ambos contendientes, el general
Chaves Ossorio amenazó con hacer fuego si los alzados no se disolvían
inmediatamente, la tensión alcanzó tal grado que para evitar una masacre, el
cabildo eclesiástico se interpuso a toda prisa con hábitos de coro, las
comunidades de Dominicos, Franciscanos, Agustinos y los jesuitas del colegio,
todos en procesión, así como el ayuntamiento y otras autoridades, quienes
trataban de convencer a los sublevados para que abandonaran la ciudad.
Ante la posibilidad de un derramamiento de sangre innecesario, los
amotinados optan por evacuar la plaza por salidas opuestas ocupando de inmediato
todos los pasos que van al puerto sin permitir pasar a nadie y reconociendo a
las mujeres “tapadas”, ante la posibilidad de que el general intentara huir
disfrazado. La ciudad es tomada por los sublevados quienes empiezan a mostrar
sus arcabuces y picas, mientras afirmaban que todos eran Agüimes, el alzamiento
estaba en marcha.
Desalojada la plaza por los manifestantes, los frailes y otros
pacificadores se entrevistan con el Capitán General para exponerle a su
excelencia cual era su punto de vista sobre la situación, asegurarle su adhesión
y recomendarle que desista del uso de las armas, ya que los milicianos que
pudieran ser reunidos no eran de confianza, por tanto a la vista de la situación
la única salida que quedaba era la de soltar a los presos.
El general rechaza de plano la propuesta, pues liberar a los presos
supone reconocer la rendición. En cambio propuso a los frailes que actuasen una
vez más, como mediadores, asegurándoles que los presos iban de su mano y
confiasen en que serían tratado benéficamente, ya que él “no había
venido a Canarias para dejar la autoridad real por los suelos” pues “la
mayor ruina de la Ciudad y las Islas sería liberar a los presos, entregándoles
bajo violencia”. Chaves encargó a los frailes un último intento de
pacificación de los amotinados, la misión de los clérigos fue un fracaso, los
alzados continuaban aumentando, temiéndose que causaran daños y robos.
Ante la tormenta que se avecinaba, su excelencia convoca consejo. Fueron
citados, D. Francisco Matos, Coronel del Regimiento de Las Palmas; D.
Fernando del Castillo Olivares, del de Telde y Agüimes, y D. Diego
Lezcano del de La Laguna, que formaba parte de su séquito, La junta tuvo lugar
en presencia de la Audiencia e inquisidor.
El planteamiento que el general hace a los jefes militares es duro y
directo, en el caso de no atacar con sus fuerzas a los sublevados, serán
considerados cómplices de los mismos.
Los coroneles de Gran Canaria, se mostraron decididos a cumplir
estrictamente con las órdenes recibidas, pero hacen ver al general que eluden
las responsabilidades derivadas, pues están seguros de que sus hombres
desobedecerán, colocándose al lado de los alzados, siendo entonces las
consecuencias imprevisibles. Sólo cabía una salida liberar a los presos “por
constarles que cada instante era mayor el número de los tumultuados, por habérseles
agregados todos los de las Villas inmediatas, y seguiría toda la isla”
Chaves aceptó lo expuesto a condición de que lo hicieran por escrito, echo así
el general se guardó el escrito.
Al fin el general escribió la orden de puesta en libertad de los
prisioneros, sabida la noticia, los sublevados se fueron acercando a la marina,
ayudando a botar las lanchas para el desembarco de los detenidos, ayudando en
ello hasta las mujeres, desembarcados éstos se les ofreció un refresco en la
misma playa y posteriormente se trasladaron a la Villa.
Conseguida esta primera victoria, los Agüimense consideraron que debían
recuperar su dignidad mancillada por los poderosos y por la justicia, aún les
quedaban dos reivindicaciones por plantear, la primera recuperar las insignias y
cajas depositadas en casa del corregidor y la segunda conseguir una mayor
seguridad para los ex reos, haciendo quemar en la plaza pública los autos
obrados por los jueces especiales y el proceso que se conservaba en la
Audiencia.
El domingo 8 de enero al amanecer ante la portadilla del camino de
conduce a Telde y la placilla de los Reyes hicieron presencia los hombres del
regimiento de Telde que venían en formación, según decían cumpliendo ordenes
de su coronel, les acompañaban un numeroso grupo de vecinos que habían hecho
noche por fuera de la portada.
La
presencia del Regimiento de las milicias de Telde en la ciudad de Las Palmas,
creó un clima de confusión pues ni aun los mismos actores llegaron a ponerse
de acuerdo, siendo confusas las explicaciones: según el corregidor venían
llamados por su Coronel para mantener el orden, e incluso venían con su coronel
al frente según el general Chaves, y para el cabildo fueron llamados por el
propio Capitán General para someter por la fuerza de las armas a los
amotinados, pero éstos manifestaron públicamente -según los testigos-, que no
harían tal cosa, que si fuese contra Moros o enemigos del Rey estaban pronto,
pero nunca tomarían las armas contra vecinos.
Aunque
el Coronel hizo los mayores esfuerzos, siendo unos y otros del mismo Regimiento
y siendo además el coronel suegro de Amoreto. Milicianos y vecinos acordaron
entrar en la ciudad y como primera medida optaron por ir a reclamar las banderas
armas y cajas al corregidor, aunque fuese por la vía de las fuerzas, momento en
que el Coronel D. Fernando Castillo Olivares dejó la formación. Abandonaron la
plaza de Santa Ana y en tropel se dirigieron a la casa del corregidor, y
exigieron de éste la inmediata entrega de las banderas, cajas y armas,
quien las entregó sin resistencia temiendo por su vida, porque así lo tenía
prevenido llegado el caso.
Ya en posesión de las insignias recuperadas se dirigieron a la Plaza
Mayor. Habían aumentado en el intervalo los efectivos del grupo inicial.
Mientras tanto, el Capitán General estaba más confuso que el día anterior.
Sin embargo trató de imponer su maltrecha autoridad publicando un bando en el
que declaraba incurso en delito de alta traición a toda persona que se
manifestase como amotinado, a la vez distribuía las escasas tropas procedentes
del presidio, y convocaba a los milicianos para que acudieran con sus armas a la
Plaza de Santa Ana, para ponerse a las ordenes de la suprema autoridad, es decir
a sus ordenes.
Una vez más, el Capitán General recoge los frutos de su política
de engaños y desprecio hacía el pueblo, se ve obligado a reconocer que
se encuentra desasistido y más que desasistido abandonado. Los coroneles le
reiteraron una vez más que los hombres de los Regimientos se pasarían a los
sublevados. El llamamiento del bando tampoco tuvo el resultado deseado, presentándose
con las armas solamente los ministros de los
Tribunales y algunos notables, entre todos no pasaban de la treintena,
los cuales acudieron sin exceso de entusiasmo según reconoció el propio
general.
Es evidente que la desasistencia en que se vio el Capitán General, no
tiene otra explicación, que no sea la sociológica. La casi totalidad de la
población, sin matizaciones de clases, estaban a favor de los vecinos de Agüimes.
Esta reacción por parte de la sociedad fue motivada por la extrema opresión a
que estaba sometido el pueblo canario por parte de la corona y sus
representantes en las islas, apoyados por una clase local minoritaria pero
dominante y privilegiada que se esforzaba en mantener la situación de absoluta
dependencia, asegurando así, sus intereses de casta, y tratando de conseguir el
dominio absoluto de la tierra, y por consiguiente de los medios de producción.
El poder de esta minoría estaba cimentado sobre la base de una población
semi-esclava y de siervos que era explotada sin ningún tipo de concesiones,
ello explica claramente el porqué aquellos campesinos que disfrutaban de un
trozo de tierra, por pobre que fuese, estuviesen
dispuesto a juzgarse la vida con tal de conservarlo, ya que en la mayoría de
los casos constituían el único medio de subsistencia de sus familias.
Con la concentración de los alzados en la Plaza de Santa Ana, estuvo a
punto por segunda vez, el producirse un enfrentamiento armado, consientes de
ello el clero, se apresuró a sacar en procesión al Santísimo y a la Virgen
del Rosario, acompañando a las mismas todas la ordenes religiosas establecidas
en la ciudad. La iglesia se aprovechaba una vez más de la profunda religiosidad
de los isleños, para salir en defensa de los intereses de los poderosos, que en
el fondo eran los suyos.
Ante la presencia de las procesiones, milicias y vecinos optan por
retirarse de la plaza e inician su camino hacía Telde. La retirada fue
calculada, pensada y recelosa, pues se temía una reacción violenta por parte
de la autoridad vejada y vencida en toda regla. El general Chaves decidió
permanecer unos días más en Las Palmas, para dar la imagen de normalidad,
aunque no las tenía todas consigo, e incluso en algún momento llegó a temer
un brote independentista como el mismo deja entrever en algunas de sus
manifestaciones “El no determinarse por ahora salir de ella (Gran Canaria)
es porque en semejante demostración no se despeche la isla y piense en algún
Dueño, que no debemos creer, del sumo amor y fidelidad que tienen a V.M.;
Pero
si prudentemente recelar; como afirmar no poder en la constitución presente
administrar justicia”.
Ante los insistentes rumores de que el Capitán General Chaves Osorio,
había jurado pasar a cuchillo a todos los sublevados, y creyendo éstos que
efectivamente, trataría de llevar a cabo su amenaza, desistieron de continuar
camino a Telde y Agüimes, acampando en un despoblado a medio camino entre Las
Palmas y Telde, en las proximidades de Jinámar, juramentándose todos en morir
en defensas de sus vidas.
Se mantuvieron el improvisado
campamento durante dos días, hasta que tuvieron conocimiento del embarque del
capitán general rumbo a Tenerife, en la mañana del 11 de enero, no sin antes
haber dejado sosegada a la Audiencia, donde algunos de sus miembros, entre ellos
Diego de Tolosa y el fiscal Francisco Román Meléndez, principales instigadores
del proceso, pretendían llevar a cabo una huida hacía adelante tratando de
trasladar a Tenerife la sede de la Audiencia, propósito que no consiguieron
debido a la firme oposición del regente Martínez de la Fuente.
Después de algunos avatares y manteniéndose los vecinos en una tensa
calma, en Castilla se continúan moviendo las piezas de la partida, por parte de
Amoreto y sus adeptos, sin que los vecinos se queden a la saga. En carta
reservada, despachada por el propio Felipe V dirigida al regente de la Audiencia
Martínez de la Fuente, y despachada en Madrid el 26 de Septiembre de 1719, el
monarca ordena textualmente al regente que “olvide procesos y sentencias
anteriores y que mantenga a los tumultuados en pacífica posesión de las
tierras en litigio, a fin de no producir nuevas alteraciones del orden público.
Al tiempo que para poder decidir en justicia, se le mande a averigüe de manera
secreta la cantidad, calidad y precio justo de las tierras rematadas; revise la
licitación por si hubiera existido fraude, colisión o simple equivocación; si
Amoreto a la sombra del remate, se hubiera introducido en otras tierras
realengas; que clase de agravios pudo haber inferido a los vecinos de Agüimes;
así como si los pastos que quedan para los ganados de los pueblos próximos son
suficientes para su crianza. Y, finalmente, que estudie si la oferta realizada
por los vecinos para realizar una nueva licitación encierra una seguridad
plena”.
Por fin el consejo de Castilla, con fecha 3 de noviembre de 1725
pronuncia sentencia ejecutiva. Las tierras de Sardina y Llano del Polvo eran
adjudicadas al vecindario de Agüímes, con las mismas condiciones y facultades
contenidas en la real Cédula que le fue extendida a Amoreto. A este le fue
reintegrado el importe de su remate.
Los vecinos tuvieron que sortear diversas situaciones para mantener el
disfrute de sus tierras, pero eso es un tema que trataremos más adelante.
Año 1655. Como consecuencia de las epidemias sufridas, las muertes habían
sido considerables, por lo que los campos de cultivo estaban prácticamente
abandonados. En esta tesitura se encontraban las islas cuando el rey de España,
ordena una leva en la colonia de Canarias para incrementar sus tercios. Ante la
desolada situación de las islas, el Cabildo de Tenerife interpone súplica ante
el capitán general Alonso Dávila de Guzmán, (uno de los capitanes generales más
corruptos que han gobernado en Canarias) rogando la suspensión de la misma,
pidiendo que se realice con carácter voluntario, a lo que se niega el general.
Este ordena a los capitanes que apresen cada uno a 8 hombres. Al punto los
hombres jóvenes imitando a sus antepasados se alzan a los montes, escondiéndose
en cuevas del interior. A pesar del alzamiento las tropas de ocupación
consiguen apresar y encarcelar a 1.200 hombres, ayudadas por la burguesía
local, la cual estaba exenta de la leva forzosa amparada por sus privilegios,
mediante los cuales sus hijos quedaban libres de esta imposición, mostrando así
a la corona española, la fidelidad debida a cambio del
mantenimiento de sus prerrogativas. Enterado Felipe IV de la deplorable
situación porque atravesaban las islas ordena suspender la leva, aún así, son
enviados por el capitán general de manera forzada 700 de los desgraciados que
habían sido apresados y encarcelados.
Año 1655: Chasna-Tenerife. El Mayorazgo de la casa Soler, intenta
apoderarse del pueblo de Vilaflor, arguyendo que dicha villa se encontraba
dentro de las tierras del Mayorazgo. La actitud de la casa Soler provocó que
los vecinos del pueblo y de la comarca se alzaran contra los detentadores del
Mayorazgo.
Año 1666: Garachico-Tenerife. El intento por parte de un grupo de
comerciantes ingleses de crear un monopolio para la comercialización de los
vinos de Tenerife, originó un revuelo en la oligarquía isleña, en el que se
vieron involucrados los intereses de los terratenientes y los del clero secular
y regular, detentadores de la mayor parte de las tierras dedicadas al cultivo de
la vid, quienes veían peligrar su mayor fuentes de ingresos si tenían que
comerciar únicamente con los ingleses, quienes además marcarían los precios
de los caldos. Los ánimos populares se fueron caldeando soliviantados desde los
púlpitos de las iglesias y desde
los conventos además de las maniobras de los políticos locales y desde el
propio Cabildo de la isla. El conflicto del vino mantuvo en tensión durante
bastante tiempo a la sociedad tinerfeña, desembocando en uno de los momentos de
tensión en la algarada denominada “el derrame del vino”. Este tuvo lugar en
el puerto de Garachico, en la madrugada del 3 de julio. Un grupo compuesto de
unas cuatrocientas personas integrado por
frailes y seglares irrumpen por la fuerza en tres bodegas de la localidad y
derraman 54 pipas de vino de Malvasía, posteriormente, llevan a cabo igual acción
en la Caleta de Interián, donde derraman 41 pipas pertenecientes todas a
comerciantes ingleses que se le suponen vinculados con la Compañía inglesa, y
que estaban preparadas para ser embarcadas en navíos ingleses con destino a
Londres.
Año 1668: La Laguna, Tenerife. Como hemos dicho en otra parte, los
empleados de la Metrópoli, aprovechaban su destino en Canarias para extraer de
ellas el máximo de beneficio propio posible, siendo los funcionarios de más
alto rango los primeros en emplear estas prácticas de enriquecimiento ilícito.
Uno de estos funcionarios fue el capitán general Varona, quien deja entre los
canarios una excelente escuela de despotismo, corrupción y cohecho. Amparándose
en su condición de máxima autoridad, no dudó en conceder privilegios
especiales a comerciantes ingleses a
cambio de sustanciosas sumas de dinero. Así acaeció que estando la isla
extremadamente escasa de granos y en plena hambruna, el general autoriza a los
mercaderes ingleses para que exporten cereales. El malestar entre las clases
populares es notorio, y aunque el Cabildo recurre ante la corona las decisiones
del general no obtiene repuestas satisfactorias. Así unas ves más, el pueblo
se ve obligado a luchar por su supervivencia ante el despiadado despojo de que
es victima por parte de los poderosos y tiránicos funcionarios españoles. Así
el 24 de mayo de 1688, una multitud de desconocidos prenden fuego a la
casa del general Varona. Las investigaciones de las autoridades locales
tendentes a averiguar quienes fueron los autores del asalto, fueron
(supuestamente) infructuosas, no pudiendo en esta ocasión la justicia reprimir
a los responsables.
Año 1696: Chasna. Vilaflor, Tenerife. Oposición a las pretensiones de
la casa Soler, que intenta apoderarse de las tierras baldías incorporándolas
al Mayorazgo.
Año 1699: En enero, los gomeros retoman el gran reto histórico que aún
tienen pendiente y, se sublevan unas vez más contra la tiranía de los señores
de la isla.
Año 1711: La Laguna-Tenerife. La isla sufre una de las frecuentes
hambrunas que a azotan a las clases populares. En estas situaciones los
mercaderes sin escrúpulos, que solían serlo casi todos, no renunciaban a
obtener beneficios aunque fuese a costa del sufrimiento el pueblo. Al parecer
unos comerciantes franceses trataban de embarcar
con destino a su país unos barriles de harina simulando que contenían
vino, enterado el pueblo se amotinó deteniendo la caravana a su paso por La
Laguna. El capitán general don Felipe Chacón que como casi todos los capitanes
generales eran protectores de los mercaderes -principal fuente de los ingresos
extras- acudió en ayuda del convoy; pero como la necesidad extrema convierte en
héroes a los más pusilánimes, el general se encontró con una multitud
dispuesta a hacerle frente. Ante la firme actitud de los sublevados, el general
se retiró a su residencia, presentado poco tiempo después su renuncia al
empleo. Es digno de destacar que éste fue uno de los pocos motines que no fue
reprimido sangrientamente por las fuerzas de ocupación.
Año 1714: Lanzarote. Se encontraba por estas islas el visitador y oidor
de la Audiencia de Sevilla, don Saturnino Daoix, cuando por orden del capitán
general don Ventura de Landaeta, inicia una visita de inspección a la isla de
Lanzarote, para ver el estado de las armas acompañado por el coronel don
Francisco Jacinto de León. Éste jefe tuvo enfrentamientos con el síndico
personero don Domingo Hernández Fajardo, como consecuencia de los mismos el
coronel mandó a encarcelar en el castillo al personero. Apenas enterados del
suceso la isla se levantó en armas contra el coronel y el oidor. Desde los más
remotos pueblos acudieron gentes armadas con sus respectivos capitanes al
frente. Ante las amenazas de los sublevados de quemar los expedientes y tomar
otras medidas más drásticas, visitador y coronel optaron por soltar al preso,
siendo expulsados de la isla los promotores del encarcelamiento, sin que jamás
se tomara represalia directa sobre los amotinados.
Año 1715: Icod, Tenerife. El
Alcalde real en un manifiesto abuso de poder, en una de sus rondas nocturnas
decide registrar las casas de varios vecinos, la repuesta de éstos fue la de
apalear al alcalde quien resultó herido de consideración. Como consecuencia de
las arbitrariedades del alcalde alzáronse más de ochocientas personas, el
tumulto alcanzó tales proporciones que a pesar de la intervención del
corregidor éste no consiguió apaciguar los ánimos, por lo cual fue precisa la
intervención del capitán general don Ventura Landaeta, acompañado del fiscal
de la Audiencia. La intervención de estos personajes tampoco sirvió para que
los amotinados abandonasen su actitud de resistencia, hasta que por fin llegaron
a un acuerdo, expulsando al tiránico Alcalde del pueblo y de la comarca, sin
que los sublevados sufrieran represión, gracias a la firme resolución que tenían
de resistir a cualquier tipo de imposición por parte de las autoridades.
Año 1718: Tenerife. La alta rentabilidad que siempre ha proporcionado
esta finca propiedad del estado español, situada al Noroeste del Continente y
llamada islas Canarias, ha inducido a algunos altos funcionarios a comprar la
administración de las mismas al estado. Uno de los compradores fue el capitán
general D. Fernando Chacón Medina y Salazar. Este funcionario compró la
gobernación de las islas por 4.000 ducados, en forma de donativo, expidiéndosele
en consecuencia real título por cédula del 20 de enero de 1709. Siendo
sustituido en el mando por D. Ventura de Landaeta, quien llegó al puerto
de La Luz a principios de marzo de 1713, dejando una lamentable memoria de su
gobierno en las islas.
Pero como una desgracia nunca se presenta sola, en agosto de 1717, la
Metrópoli en su afán por obtener el máximo de rentabilidad de su finca atlántica,
decide monopolizar el tabaco, para ello obsequia a las islas con el envío de un
funcionario encargado de poner en marcha la operación. Así llega a Tenerife el
factor D. Diego Navarro, provisto de su título y seguido de una tribu de
parientes que pronto caerían sobre la isla como una plaga de hambrientas
langostas. Las severas medidas fiscalizadoras tendentes a conseguir el máximo
beneficio se dictaron con gran lujo de arbitrario despotismo. De inmediato la
oligarquía y el clero formaron frente común contra las desmedidas atribuciones
del factor, medidas que también alcanzaban al pueblo llano que cultivaba
algunas plantas de tabaco. El pueblo instigado por el clero tanto seglar como
secular, y por la oligarquía, perseguía Navarro con
piedras y petardos que lanzaban contra su casa y con carteles que aparecía
en las esquinas de Santa Cruz, lugar donde había fijado su residencia. Con el
miedo incrustado en su cuerpo, el factor decide trasladarse a La Laguna,
tratando de ponerse allí al abrigo de toda persecución bajo el amparo del
Ayuntamiento y del Capitán general.
En al noche del 18 de enero de 1718, en cuyas primeras horas circulo la
noticia de que se acercaba a La Laguna gran cantidad de gentes en son de
algarada dando gritos de libertad y blandiendo picas, azadas y garrotes. El
general Landaeta y el corregidor D. Jaime Jerónimo de Villanueva, que con
sospecha de lo que iba a ocurrir rondaban
por las calles, no encontrándose según decían con fuerzas para resistir al
motín, se llevaron a Navarro a la
casa del general y a su atribulada familia a la del marqués de Villanueva del
Prado, dejando que la amotinada columna invadiera libremente la ciudad,
allanando las oficinas del funcionario quemando los papeles, apoderándose de
las campanas de los templos y tocando a rebato, consiguiendo de este modo que
Landaeta ofreciese a los sublevados el trasladar al factor Navarro a Santa Cruz
con la promesa de embarcarlo en una nave francesa que se hallaba en el puerto.
Esta transacción que indudablemente debió estar pactada con anterioridad por
las autoridades y los dirigentes de los sublevados, se llevó a cabo en la forma
acordada pasando así Navarro a
engrosar la lista de los funcionarios expulsados de la isla por sus propios
correligionarios, quedando los alzados sin el castigo que las autoridades tenían
previsto para estas acciones, ya que motín estuvo promovido por las mismas.
Febrero
de 2012
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