(1)
EL
CONSULADO MARÍTIMO Y TERRESTRE
Gobernando la colonia el Marqués de Branciforte, don Miguel de la Grúa
Talamanca, tiene lugar la implantación en las mismas del Consulado marítimo y
terrestre. El 12 de octubre de 1778, el rey de la metrópoli Carlos III aprueba
un real reglamento por el cual se autoriza y regula mediante el artículo 53 el
libre comercio de los puertos habilitados de España y sus posesiones de
ultramar. Mediante el mismo reglamento se dispone que los puertos donde no
hubiese consulados se creasen con arreglo a las leyes de Castilla, para que,
protegidos eficazmente por el gobierno, y de consenso con las sociedades económicas,
se dedicasen a fomentar la agricultura, fábricas y navegación.
En cumplimiento de reales órdenes de 17 y 21 de noviembre de 1778 y 22
de junio de 1786, el Cabildo colonial de Tenerife forma el correspondiente
expediente; estableciendo en La Laguna el tribunal del Consulado, en aplicación
de la real cédula de 22 de diciembre de 1786.
Por el mencionado reglamento se le concede el juzgado de alzada al doctor
don Bartolomé de Casabuena, juez de comercio de indias por juro de heredad (es
decir que el empleo concedido y las rentas que este generaba eran hereditarios),
y en el caso de los Casabuena, venían ostentando el cargo de juez de indias
desde 1725. El Casabuena de quien estamos tratando, vivió de
Si bien el Consulado marítimo y terrestre no cumplió con las
expectativas que de él se esperaban; si sirvió para proporcionar empleos a la
oligarquía local, y como fuente de conflictos a los que tan aficionados son los
miembros de las burguesías del país y que, en aquella época, eran avivados
por los empleados destinados a estas islas por la corona española; uno de estos
conflictos fue promovido por el comisionado regio don Felipe de Sierra
Pambley, quien traía la comisión de poner orden en los intereses de la
real hacienda en las islas, labor que comenzó en 1817, y que culminó con éxito,
poniendo orden en el enmarañado laberinto de las oficinas; abrió procesos y
logró por fin implantar el tan odiado impuesto de paja y utensilios, a pesar de
la oposición de algunos ayuntamientos, abriendo así un filón más para las
arcas reales. También quiso intervenir en el pulso mantenido por la pujante
burguesía comercial de Santa Cruz y la anquilosada oligarquía terrateniente de
La Laguna, por la supremacía entre ambas ciudades.
Entre las muchas propuestas que el comisionado Sierra Pambley
elevó a la corte, figuraba una que contemplaba el traslado del Consulado
a Santa Cruz, argumentando para ello-no sin razón- que siendo uno de los fines
primordiales del tribunal, el dirimir las dudas y los
pleitos suscitados por cuestiones mercantiles, era justo y necesario que
el consulado estuviese ubicado en la Villa y puerto de Santa Cruz; ya que en
esta plaza se desarrollaba la mayor parte del comercio de las islas, siendo La
Laguna y su comarca esencialmente agrícola.
Por real orden de fecha 26 de marzo de 1819, se comisiona al propio
Sierra Pambley para proceder al traslado de la sede del consulado a la Villa de
Santa Cruz, pero La Laguna celosa conservadora de sus prebendas y privilegios, y
viendo en este acto un ataque más contra la capitalidad, y deseando conservar
el control del Consulado los individuos hacendados que componían el tribunal y
que residían en La Laguna, haciendo causa común con el Cabildo general de la
isla, acordaron no dar cumplimiento a la real orden; alegando que la mencionada
orden fue obtenida con los vicios de obrepción y subbreción. Ante la
negativa del traslado por parte de ambos organismos, el comisionado regio,
solicitó la ayuda del comandante general La Buria, éste hizo subir a La Laguna
una columna de tropa, al mando del Mariscal de Campo don Joaquín O, Reilly,
segundo cabo de las islas, quien cumplimentó con diligencia la orden de su
superior y el Consulado fue trasladado a Santa Cruz en el mes de junio, quedando
encargado de las funciones de Prior don José Crosa, primer cónsul que era
aquel año, y vecino de la Villa.
Mientras se producía el traslado y ubicación del Consulado en Santa
Cruz, las corporaciones laguneras no permanecieron ociosas, enviaron como
embajador a la corte a don Lorenzo Montemayor y Roo, secretario que había sido
del Consulado; quien ante las injustificadas dilaciones del comandante general
para proveerle de pasaporte, optó por embarcar clandestinamente, aprovechando
el primer navío que salió para Inglaterra, desde donde se trasladó a Madrid;
y una vez allí haciendo huso de la amistad que le unía al insigne descendiente
del Gran Kebehi Benchomo, don Cristóbal Bencomo, arzobispo de Heraclea,
confesor del monarca, y decidido defensor de la ciudad que le vio nacer, La
Laguna, obtuvo una real orden el 24 de septiembre de 1819, en virtud de la cual
el general La Buria, se vio obligado a restituir el Consulado a su primitiva
cede lagunera. Santa Cruz no cejó en su empeño, y en 1835, el tribunal fue
traslado de nuevo a la capital de las islas, donde permaneció hasta la extinción
de estos organismos.
(2)
UN HOMICIDIO “SIN IMPORTANCIA”
Es evidente que aún en pleno siglo XIX, cualquier miembro de la oligarquía
podía matar impunemente a una persona siempre que esta fuese socialmente
inferior, sin que el
hecho pasara de ser una simple anécdota social. El homicidio no causó
-que sepamos- ningún trastorno en la sociedad lagunera debido posiblemente a la
ascendencia de Tomás Nava y a su condición de clérigo de la iglesia católica.
(3)
EL GENERAL MORALES
El motivo de preocupación de los “aguerridos” militares laguneros no
era otro que la visita del general Morales, hombre que, sin duda alguna, “se
hizo a si mismo”. La designación de este general como “virrey” de la
colonia de Canarias desató una soterrada polémica en determinados sectores de
la sociedad Canaria de su tiempo, pues éstos criollos no estaban dispuesta a
aceptar ser gobernada por un militar
procedente de una extracción social modesta, por muchos que hubiesen sido los méritos
de guerra contraídos. Esta situación fue aprovechada por los sectores menos
progresistas y por los liberales para tratar de atraer a su causa la influencia
del general, a pesar de la fama de hombre cruel y sanguinario de que venía
precedido. Para ello, los grupos influyentes no escatimaron esfuerzos en halagar
la vanidad del general Morales con lisonjas y dádivas a las que éste
era muy afecto.
Las continuas contradicciones en que se desenvolvía la sociedad,
dominada por dos facciones de poder, los recientemente defenestrados liberales
por un lado y los recalcitrantes absolutista por el otro, formaban un excelente
caldo de cultivo donde se mezclaban todas las bajas pasiones que emanaban de un
sistema político en abierta descomposición. Así el general Morales, fue el
objetivo propicio para los ataques de los liberales
y punto de apoyo de los realistas, y como siempre, unos y otros, se
despreocupaban graciosamente de los acuciantes problemas que agobiaban al
pueblo.
Como siempre, estos grupos de presión a los que se les sumaron los
incipientes caciques, estaban más preocupados por sus intereses personales y de
clanes, enmarcados en la pugna mantenida entre Santa Cruz y
La desastrosa gestión llevada a cabo en el gobierno de las islas por
parte del brigadier Uriarte y su hijo, toco a su fin dejando tristes secuelas en
los gobernados, éste fue sustituido por el Mariscal de Campo de los reales ejércitos
españoles, y gran cruz de las órdenes de San Fernando y de Isabel la Católica
don Francisco Tomás Morales y Afonso, Canario natural del barrio del Carrizal
de Ingenio, hijo de modestos campesinos, él mismo lo fue hasta la edad de
veinte años, en que como otros
tantos Canarios se vio obligado a emigrar a Venezuela en busca de un mejor
bienestar.
Hombre dotado de una inteligencia natural fuera de lo común, llegó
pronto a la conclusión de que para medrar en la sociedad de su tiempo le era
imprescindible aprender a leer y a escribir, por ello compaginó su trabajo de
modesto comerciante (vendedor ambulante) en Píritu (Venezuela) con las clases
nocturnas para alcanzar una modesta formación que le permitiese prosperar.
Habiendo sido alistado como soldado en las milicias de artillería, con
fecha 19 de marzo de 1804, y ascendido a cabo el 4 de febrero de 1809, cuando
acaeció la revolución de Caracas,
Morales fue llamado a tomar las armas para defender la causa de la Metrópoli,
la guerra se fue alargando más de lo que en principio se había calculado, esta
situación decidió a Morales a abandonar sus anteriores actividades y dedicarse
por entero a las milicias, en éstas paso por todos los grados hasta llegar a
mandar el ejército colonial, primero como segundo de Bowen, y luego como
general en jefe de las fuerzas españolas.
Si bien la procedencia campesina de Morales, no era la más idónea para
ascender en el escalafón de los reales ejércitos españoles de manera tan
fulgurante como lo fue en este caso, éste supo labrarse un sólido prestigio
ante sus superiores, no sólo cumpliendo fielmente las órdenes recibida, sino
que yendo más allá de lo que el deber le exigía, no dudó en masacrar a las
tropas insurrectas y, arrasar poblados y cosechas, siempre que tuvo oportunidad
para ello, siendo sus actuaciones de las más sanguinaria llevadas a cabo por
las tropas españolas contra los independentista venezolanos, donde fueron
violadas todas las leyes de la guerra, siendo Morales calificado por los propios
españoles como cruel y sanguinario.
Es indudable que el valor y el arrojo acompañaron siempre a Morales en
las múltiples acciones en que intervino, prestando inestimables servicios a las
armas españolas y, sufriendo solamente
nueve derrotas durante sus campañas, siendo la más sonada el gran desastre de
Maracaibo, viéndose obligado a retirarse con su ejército a la Habana, desde
donde regresó a España.
Precisamente uno de los temores que embargó a la población de la isla
al tener conocimiento de que el mando de las mismas había sido asignado al
Mariscal de Campo don Francisco Tomás Morales, fue la fama de cruel y
sanguinario de que venía precedido, pero al ser el gobierno de las islas, un
gobierno pacífico, el Mariscal no tuvo que hacer gala en ellas de sus dotes
militares ni de emplear sus métodos de tierra quemada, ni siquiera de hacer
regar los campos con sal
El bergantín de guerra español El Cometa, aportó a Santa Cruz
de Tenerife el 27 de junio de 1827, expresamente comisionado para conducir a la
colonia de Canarias a su flamante comandante general, éste vino acompañado de
un gran séquito compuesto de un numeroso grupo de ayudantes de campo, oficiales
todos dotados de amplia experiencia en los ejércitos expedicionarios y que habían
actuado a las órdenes de Morales en las ex colonias americanas, entre ellos, y
como secretario del Mariscal de Campo venía el coronel don Ruperto Delgado,
hombre de clara inteligencia y saber militar que llegaría ostentar el mando del
gobierno militar de las islas; empleo que se creó por el ministerio de la
guerra basado en el perfil del coronel, yerno que era de Morales.
Después de pasar la cuarentena que imponía la situación epidémica que
sufría la isla, Morales tomó posesión del mando el 5 julio.
Es bien sabido que Santa Cruz contó siempre con una cohorte de
aduladores compuesta por los empleados de la Metrópoli y algunos destacados
miembros de la burguesía local, esta pléyade de trepas, estaban siempre
predispuestos para ensalzar la figura del comandante general de turno, al margen
de que la labor de gobierno de éste fuese nefasta o beneficiosa para las islas;
ya que el fin último de estos arribistas consistía en consolidar y aumentar
sus intereses y prerrogativas amparándose en una supuesta defensa de los
interese públicos. Por otra parte, los capitanes generales consientes de lo efímero
que solían ser sus mandatos, no tenían ningún inconveniente en dejarse
agasajar y obsequiar por esta caterva de aduladores y utilizar el conocimiento e
influencia que éstos tenían de los negocios locales, para usarla en su propio
interés, pues la inestabilidad en el cargo les apremiaba a atesorar la mayor
cantidad de dinero en el menor tiempo posible, y además, cumplir con sus
obligaciones para con la corona española.
Como era natural, la burguesía Canaria estaba expectante ante la
conducta que seguiría el nuevo jefe, pero éste pronto les tranquilizó,
adoptado una postura comedida y conciliadora entre las diversas facciones que se
disputaban el poder caciquil en las islas, y como muestra del talante
conciliador que pretendía dar a su gobierno, fue el gesto que tuvo con un clérigo
(don José Goiry, prébistero y catedrático de la Universidad de San Fernando),
cuyas intenciones tenían más de inmorales que de partidario relista, éste se
presentó a Morales con una larga lista de personas tenidas por masones y
comuneros, el general rompió el documento en presencia del clérigo y lo expulsó
de su casa sin ningún tipo de contemplaciones.
Impuesto el general de la marcha de los asuntos internos del país,
decide liberar a las islas de una serie de conspiradores absolutistas que, bajo
los auspicios del general Uriarte y del intendente Balmaceda y algunos miembros
del clero, habían proliferado en demasía, para ello dispone el embarque para
España del intendente Balmaceda, que como se recordará estaba preso en
Paso-Alto por orden del propio Uriarte, en cuanto a los sublevados del
regimiento de Albuera los destina a Puerto Rico, tomando las mismas medidas con
otros elementos perturbadores, entre los que se encontraba el Mariscal de Campo
don Joaquín de Capape, quien había sido segundo de Besieres.
Capape que había sido juzgado y condenado a muerte por delito de alta
traición, le fue conmutada la pena por la de prisión y destierro, siendo
confinado en la isla de Tenerife, la pena de Capape, fue en extremo ligero, pues
gozando desde un principio del apoyo y protección del general Uriarte, éste le
concedió por prisión toda la isla, circunstancia que aprovechó para continuar
con sus intrigas, no cabe duda que con el alejamiento de estos individuos
perturbadores, la sociedad canaria tuvo un periodo de relativa paz.
Se dice que no hay peor cuña que la del mismo palo, y sin duda esto debió
sucederle al general Morales con el nombramiento por parte de la corona española
de don Diego de Aguirre, oficial de marina retirado, como intendente de las
islas, este empleado llegaría a ser para Morales (como para el resto de los
isleños) una pesadilla como lo fue Balmaceda para Uriarte
Dotado Aguirre, como era habitual en los empleados de la corte, de un
talante burlón dañino y altanero, tenía fama de gozar haciendo el mal; no se
recataba en insultar con fiero orgullo y altivo desprecio a quienes
acudían a él; No obstante hay que reconocerle que entre las muchas
medidas desafortunadas que tomo, tuvo una bastante
acertada, y esta fue la de suprimir el plús colonial a los empleados del estado
español en canarias, tratando de equiparar a estos con sus homólogos de la
Metrópoli, al tiempo que ahorraba algún dinero a las arcas reales; medida que
como es natural le granjeo bastante enemigos, sobre todo por que él no se la
aplicó a sí mismo y siguió cobrando su sueldo integro incluido el plús
colonial.
Aguirre como todos los funcionarios enviados a las islas, tenía la idea
preconcebida de que su
misión consistía en sacar el máximo rendimiento económico de este
latifundio propiedad del estado español en beneficio del mismo, y en ocasiones,
en beneficio propio, por ello comenzó su intendencia creando nuevos impuestos
sin que para ello tuviese base legal alguna, pero aceptados o tolerados por la
hacienda del estado ya que suponía un aumento en los ingresos, y si bien
hubieron débiles protestas por parte de algunos ayuntamientos, la mayoría se
mostraron como casi siempre dóciles y complacientes, no en vano se vivía en
una sociedad donde todos pretendían sacar la máxima tajada de la paupérrima
tarta en que habían convertido al país- situación que pervive aún hoy en día,
pues sí bien han cambiado en las formas, No así en el fondo.
A pesar del sumiso servilismo de algunas instituciones publicas, no
dejaron de oírse voces que denunciaban -cada una a su manera- la lamentable
situación por que atravesaban las islas, el gobierno del estado español
tratando de suavizar un poco el rigor con que Aguirre se extralimitaba en sus
funciones, expidió una real orden con fecha 19 de septiembre de 1827 para que de
acuerdo con el general Morales, promoviese la felicidad de las islas. Pero
en su soberbia, Aguirre no estaba dispuesto a seguir las directrices de la
corona y ésta se ve obligada destituirle.
Pero volvamos a la figura del Mariscal de Campo don Francisco Tomás
Morales y Afonso, una vez lograda cierta tranquilidad entre las clases criollas
dominantes, como hemos apuntado anteriormente, Morales pone su empeño en
regular el estado de las Milicias Canarias, intento que se venía gestando desde
algunos siglos atrás sin que se hubiesen conseguido
los resultados apetecidos por la corona. Con el fin de reorganizar las
milicias el capitán general decide revistar personalmente los regimientos de
las islas, dando comienzo en el caso de Tenerife su gira por
En todos los lugares visitados el general fue recibido con grandes
obsequios por parte de los poderosos; sabedores éstos de que el general sentía
especial predilección por los regalos costosos, y con afecto por parte del
pueblo; los coroneles jefes de los regimientos se mostraron especialmente espléndidos
con su jefe supremo, extremando la generosidad con su general; en contraposición
con el secular abandono en que mantenían a los milicianos, la mayoría de los
cuales no sólo carecían de armas adecuadas y uniformes, sino que además en
muchos casos tenían que atender por si mismos a su subsistencia cuando
prestaban los servicios exigidos.
Del resultado de estas visitas que Morales extendió a las islas de Gran
Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, lo único positivo que se sacó fue el
retiro forzoso de algunos oficiales de milicias ya inútiles para el servicio
por los muchos años que tenían, y proveer las nuevas plazas vacantes (fuente
de ingresos económicos para el general), y dar diversas disposiciones
dirigidas al mayor lucimiento e instrucción de los cuerpos; pero no se
rebajaron el número de estos tal como se pretendía; pues el interés de los
jefes canarios radicaba en tener
bajo sus ordenes el mayor número posible de milicianos y fueristas, ya que ello
constituía un signo externo de poder
personal y prestigio social.
EL SUBDELGADO DE LA POLICÍA
POLÍTICA
Otro obstáculo que tuvo que superar el Comandante General durante su
gobernación de Canarias, fue el que le supuso el subdelegado de la recién
implantada policía política, Sr. Bérriz, éste, como todo empleado español,
creía ser un virrey en la colonia, ello le llevó a sostener diversos
enfrentamiento con su jefe inmediato, el general Morales. Bérriz trataba de
exigir del vecindario la retribución de las licencias, gravamen que en el
momento era a todas luces ilegales; por lo cual los vecinos se negaron a pagar,
por cuya causa fueron multados los alcaldes de barrios y detenidos al negarse a
pagar; también acusó al de Santa Cruz de disidente por haberse opuesto a la
introducción del impuesto de pajas y utensilios; acusación que obligó al
ayuntamiento a recoger testimonios y
certificaciones de los militares, de los conventos y del vicario, para verse
libre de tan grave imputación.
Bérriz, en su deseo de
castigar esta desobediencia ciudadana, que indudablemente afectaba a sus
bolsillos, solicitó del general Morales la intervención militar (¡qué poco
han cambiado las cosas!) para hacer cumplir su exigencia, Morales se negó a
sacar las tropas a la calle argumentando con acierto que tal acción podría
provocar una revuelta popular; perturbando por consiguiente la paz ciudadana,
situación que como es natural era poco deseable dado los difíciles momentos
porque atravesaba la política interna en la metrópoli.
Por otra parte, el general era consiente de la repulsa que todas las
clases sociales de la isla manifestaban hacia la impuesta policía política,
organismo que hasta la fecha era desconocido en canarias; y que los canarios jamás
pidieron ni desearon.
La negativa del general Morales de sacar las tropas a la calle para hacer
cumplir la exigencia del subdelegado de policía don José Bérriz Guzmán, creó
en éste tal animosidad, que se declaró enemigo jurado del general, tal
resentimiento le llevó a elevar al gobierno español varios escritos
acusatorios contra el Mariscal de Campo Morales, siendo quizás el más
pintoresco uno en que hacia saber al
gobierno español que la continuidad de la pertenencia de
las islas a la corona española no estaba segura bajo el gobierno del
general Morales; ya que en ellas existía un germen de independencia que el
general Morales fomentaba, por lo que era preciso para conservar las islas,
separar del gobierno de las mismas al general. El gobierno español comunicó al
comandante las acusaciones de que era objeto, éste como es natural redactó
varios pliegos en su defensa aportando cuantos documentos creyó oportunos,
saliendo liberado de las acusaciones. No deja de ser curioso que se acuse de
independentista, a quien precisamente se destacó y cimentó su carrera
aplastando de manera inmisericorde a los patriotas venezolanos, y siendo
además como era, un reconocido absolutista realista.
Del encono que el incombustible Bérriz sentía hacía el ayuntamiento de
Santa Cruz, nos puede dar una idea el siguiente pasaje: necesitando el
ayuntamiento de Santa Cruz una bomba contra incendios y careciendo de fondos
para adquirirla, se le presentó la oportunidad de hacerse con el dinero preciso
por una infracción cometida por un comerciante de la plaza; quien tenía
almacenada cierta cantidad de pólvora de manera clandestina, comerciante y
ayuntamiento llegaron a un acuerdo para sustituir la preceptiva multa por una
donación de 300 pesos con destino a la adquisición de la referida bomba contra
incendios, enterado el corregidor de La Laguna, nuestro altivo Berriz, de la
transacción y entendiendo que en realidad se trataba de una multa encubierta,
ordenó la incautación de los trescientos pesos, pues como tal multa pertenecía
a las rentas reales. El ayuntamiento recurrió el embargo, y por real cédula de
31 de julio de 1832, se dispuso que se dejara el dinero para el destino que se
había previsto; incluso si procedía de una multa. Sin embargo no se pudo
recuperar el dinero por parte del ayuntamiento hasta febrero de 1837. El 19 de
noviembre de 1837 la corporación colocaba en el antiguo convento de San
Francisco la flamante bomba comprada en Londres.
Pero como una desgracia nunca viene sola, el gobierno de la metrópoli,
teniendo en cuenta los buenos servicios e intrigas de Bérriz, y atendiendo a
los deseos de éste de retornar a
las islas, es designado para ocupar
la primera gobernación civil de la “provincia”; cargo que ocupa el 14 de
mayo de 1834. Afortunadamente, Bérriz se mantuvo en el cargo solamente dos
meses, tiempo que empleó en mantener continuos enfrentamientos con el
ayuntamiento de Santa Cruz. Finalmente, fue destituido de su cargo cuando se
hallaba de viaje hacía España. Pero nuestro altanero y despótico personaje
regresó a las islas; Y por real
orden de 26 de junio de 1844, fue nombrado de nuevo intendente. Posteriormente,
caso con doña Josefa Román y
Franco, natural de La Laguna.
Retomemos la figura del Mariscal de Campo don Francisco Tomás Morales
Afonso. En cuanto a los posibles logros en beneficio público, su gestión no
fue mejor ni peor que la de sus antecesores en el cargo, y sus virtudes cívicas
y sus defectos fueron exactamente iguales, a pesar de haber nacido en Canarias.
LAS AGUAS DE AGUIRRE O AGUERE
Algunos autores han venido atribuyendo al general Morales la traída del
agua canalizada desde los montes de Aguirre a Santa Cruz, nada más lejos de la
realidad, a pesar que la fuente instalada en el desaparecido barrio del Cabo
lleve su nombre (“Fuente de Morales”,) que en un principio tuvo su
asentamiento en la margen izquierda del barranco de Santos, de espalda al charco
de
La
conducción de las aguas de los montes de Aguirre hasta la villa venía canalizándose
por unas atarjeas de madera, lo que facilitaba las pérdidas de caudal en más
de un 30 por ciento, debido a la evaporación, roturas frecuentes de las canales
y, sobre todo por los robos.
La carencia de agua suficiente para el consumo de la población y para
las aguadas de los buques que frecuentaban el puerto, se vio bastante agravada
durante los veranos de 1824, 1825, 1826 y 1827. Ante la
situación de carencia que se planteaba cada verano, el ayuntamiento
decidió retomar un antiguo proyecto para la conducción y
mejor aprovechamiento de las aguas de Aguirre; dando las intrusiones
oportunas para la actualización del mismo.
El proyecto de la nueva canalización y conducción de agua para el
abasto de la ciudad fue presentado a finales de 1827. Las aguas eran las mismas
que venían suministrando a la población desde los primeros años del siglo
anterior es decir las de Aguirre.
Las canales existentes y en buenas condiciones, desde los nacientes hasta
los charcos eran 2000 varas; faltaban por construir unas 4.500 varas, desde allí
hasta Almeida. El costo total de la obra se estimaba en nos 20.000 pesos. La
renta anual se estimaba en unos 3.000 pesos, y como era habitual, las arcas
municipales contenían gran cantidad de polvo y telas de araña, pero nada de
dinero en efectivo, por lo cual se decidió lanzar un préstamo al 6%,
basándose en acciones de mil reales. Ante la inseguridad de
afluencia suficiente de capitales, se propuso, además, destinar a la
financiación de las obras, el arbitrio especial de 2 maravedis que se había
previsto sobre cada cuartillo de vino y cuatro para el de aguardiente.
Al ser la obra de interés para los militares y no pudiendo el
ayuntamiento sustraerse al espíritu servil y adulador que siempre a predominado
en los organismos locales canarios, acuerda el 23 de noviembre de 1827, recabar
la autorización y el apoyo del comandante general y del intendente. El “ínclito”
don Diego de Aguirre, aprobó con fecha 27 de diciembre el arbitrio que se
proponía, mientras que por su parte el comandante general al tener especial
interés en que los cuarteles de la plaza tuviesen garantizado el suministro de
agua, prometió su apoyo al proyecto y aceptó encantado la presidencia de la
comisión que se había formado con el objeto de administrar y dirigir las
obras.
Es digno de destacar el gesto altruista de un santacrucero, don Domingo
Morera, fallecido el 27 de diciembre de 1827, quien mostró su apoyo al proyecto
dejado en su testamento 2.000 pesos como ayuda para la construcción de la
atarjea. El empréstito produjo 15.000 reales, garantizados con las rentas del
vino y del aguardiente. Con este recurso más otros que se agenciaron sobre la
marcha, pudieron llevarse a cabo las
obras, destacándose en las mismas la construcción de un puente en el barranco
de Almeida, se cortaron y taladraron dos cerros, y se abrieron caminos nuevos
para dar acceso a las obras. Las canalizaciones sumaban 11.000 varas de
longitud, todas en obra de argamasa, encaladas y cubiertas por fuera, siendo el
costo total de las obras de casi un millón de reales, cantidad
importantísima para la época.
Este ingente esfuerzo realizado por la corporación y el pueblo de Santa
Cruz, fue atribuido por algunos poetas y chupa tintas del momento, al general
Morales, si bien no cabe duda que ayudó a la empresa con el peso de su
autoridad, no es menos cierto, que, ni fue suya la iniciativa, ni proporcionó
mas recursos que los que agenció el ayuntamiento, ni pudo celebrar la llegada
del agua por las nuevas canales a Santa Cruz, el 28 de diciembre de 1837, ya que
por esa fecha hacía tres años que había cesado como comandante colonial de
las islas.
BREVE BIOGRAFÍA DEL GENERAL
MORALES
Queremos concluir estas notas sobre la gobernación del controvertido
Mariscal de Campo de los ejércitos españoles, don Francisco Tomás Morales y
Afonso, con una breve semblanza de su biografía.
Nace don Francisco -como hemos dicho al principio- en un antiguo campo de
cultivo de caña de azúcar como indica su nombre, Carrizal de Ingenio, en la
isla de Gran Canaria, siendo bautizado el 27 de diciembre de 1781 con el nombre
de Francisco Antonio, siendo sus padres Francisco Miguel de Morales y María Ana
Afonso, su padrino fue Antonio Agustín Afonso. El historiador Francisco Morales
Padrón, supone que el cambio del nombre de Antonio por el de Tomás fue en
honor de su madrina, Tomasa
Afonso.
El futuro General viene a la vida en un momento en que las islas pasan
por uno de los habituales ciclos de crisis económica, cuyo paliativo los
canarios buscaban, como siempre, en la emigración. Sin dominar las primeras
letras, como hemos anotado anteriormente, Morales ejerce los duros oficios de
carbonero y salinero, hasta 1801, fecha en que embarca para Venezuela, en 1806
actúa como soldado, ascendiendo a cabo, sargento, subteniente, teniente y
ayudante, capitán, teniente coronel y coronel. Cinco años más tarde, de
En veinte años a recorrido de manera meteórica todo el escalafón del
ejército español. Explicable por las actuaciones mantenidas en la guerra
contra los independentistas venezolanos contra los cuales librará más de medio
centenar de despiadados y sangrientos
encuentros. En
Durante el transcurso de la guerra de liberación de Venezuela, Morales
tuvo ocasión de medir sus ejércitos y tácticas militares con jefes de la
talla de José Félix Rivas, Villapol, Campos Elías, Bermúdez, Soublette,
Urdaneta, Paéz y Bolivar. Con el libertador tubo varios encuentros; en La
Puerta (13-11-1814), San Mateo (26 y 29-11-1814), un segundo encuentro en La
Puerta (13-6-1814), Aragua (17-8-1814), Los Aguacates (13-7-1816),
y Carabobo (25-6-1821), en esta última batalla Simón Bolivar no sólo
venció a Morales, sino que esta
victoria sobre el canario, marcó el comienzo del cambio de sino para el
libertador.
Derrotado el general Morales, haciendo grandes esfuerzos consigue
mantener como capitán general, el precario dominio de España en Venezuela
desde
Las amistades y adhesiones que al comienzo de la toma de posesión del
mando se le ofrecieron al general Morales no resultaron tan firmes como este había
supuesto en un principio; quizás debido su talante arbitrario y despótico, no
tardó en granjearse un buen número de enemigos terribles entre aquellos que
poco tiempo antes le adulaban y regalaban. Los cargos menores que se le
imputaban consistían en el hecho de que había promovido ascensos entre los
oficiales de milicias y algunos paisanos sin méritos para las jefaturas de los
regimientos; Ascensos que proporcionaba excelentes ingresos económicos, la
prisión de Roig y de sus compañeros en Canarias, y la del prebístero Goiry.
Cuando cesó en el mando en 1834, Morales
trasladó su residencia a su isla natal, Gran Canaria, allí las simpatías
que despertaba el general también estaban muy lejos del triunfal recibimiento
de que fue objeto en su primera visita como comandante general y donde tuvo la
gallardía de arrojar su espada al pueblo en un gesto simbólico, gesto que le
fue devuelto con el regalo de otra espada con empuñadura de oro. El abuso de
poder y algunas tropelías cometidas en la isla (entre ella las talas en el
bosque de Doramas), contribuyó a aumentar el número de sus detractores, siendo
remitido a España en compañía de su yerno Ruperto Delgado, estancia que duró
dos años y que emplearon en defenderse de las múltiples acusaciones de que
eran objeto por parte del nuevo capitán general y gobernador civil don José
Marrón.
A pesar de las muchas vicisitudes por las que atravesó Morales durante
su mandato, éste al igual que sus antecesores y sus predecesores no descuidaron
sus intereses económicos, obteniendo excelentes resultados a juzgar por los
bienes reseñados en su testamento, redactado en 1842, y, que nos presenta el
citado Francisco Morales Padrón; En él especifica como propiedades suyas las
siguientes:
La hacienda “Santa Rosa” (49 leguas cuadradas) en el pueblo de La
Victoria (Venezuela), donde había vivido y casado con doña Josefa Bermúdez,
de la que tuvo a su hija Marianna, casada con el general Ruperto Delgado, un
solar en Píritu (Venezuela); Cuatro esclavos en el pueblo de Cagura,; 17.000
pesos que le adeudaba don Francisco Cartagena, vecino de Puerto Rico; 1.000
pesos fuertes que le debía Gregorio Soler, comerciante de la Habana; varios
pedazos de tierra de secano y de regadío heredados de su Padre (aún
pro-indivisos con sus hermanos) y otros que él había adquirido posteriormente;
una casa de dos pisos frente a la calle de los canónigos; Dos décimas partes
de la casa donde vivía en la calle de los Reyes; Un almacén en la costa de
Lairaga; Una hacienda en Tenerife de 100 fanegadas; una casa de dos pisos en
Santa Cruz de Tenerife; vales, créditos, y sueldos que se le adeudaban; y la
famosa hacienda de “San Fernando” de 955 fanegadas en la montaña de
Doramas, obtenida a cambio de un crédito de 50.000 duros que el estado le debía
y como pago a sus servicios extraordinarios, data concedida por R.O. del
20-II-1831.
Como se puede apreciar nuestro personaje consiguió agenciarse un
patrimonio importante, que como otros muchos patrimonios logrados en las
colonias, estuvieron generalmente cimentados sobre miles de cadáveres de seres
humanos, y un sin fin de injusticias y arbitrariedades sin cuento.
Don Francisco Tomás Morales Afonso, falleció en Las Palmas de Gran
Canaria el 5 de noviembre de 1844, fue sepultado en el cementerio de Las Palmas,
posteriormente, sus restos fueron trasladados a la capilla que se había hecho
construir en su hacienda “San
Fernando” en el monte de Doramas.
Los montes de Doramas como otros tantos lugares de nuestra geografía, no
han podido escapar a la acción depredadora. Primero fueron salvajemente
talados, y hoy en día su suelo fértil está siendo cubierto por una serie de
urbanizaciones que están destruyendo el entorno natural.
Septiembre
de 2011.
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