NOTAS
AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (XIV)
12, ALZAMIENTOS, MOTINES
Y REPRESIÓNES EN CANARIAS (I)
Eduardo Pedro García Rodríguez
Después de finalizada la conquista de las diferentes islas, el
sometimiento de los vencidos no fue total tal como los conquistadores hubiesen
deseado, produciéndose en diferentes épocas y por distintas causas alzamientos
contra el férreo gobierno que mantenían los estamentos dominantes en las islas
y que, con diferentes métodos continúan manteniendo.
Durante los alzamientos y motines protagonizados por el sufrido pueblo canario, los poderes dominantes no han dudado un ápice en emplear los métodos represivos más inhumanos, sanguinarios y desproporcionados. Desde pasar a cuchillo a poblaciones enteras, colgar masivamente en murallas y plazas, extrañar y condenar a galeras, hasta las prácticas relativamente recientes de arrojar a los detenidos al mar introducidos en sacos, atados de píe y manos y con un peso añadido (Pandullo) para asegurar el hundimiento del condenado, o arrojarlos a profundas cimas como la de Jinamar en Gran Canaria.
En carta súplica dirigida
al General Franco por el Obispo de Canaria, Antonio Pildain y Zapiain, rogando
la conmutación de la pena de muerte al patriota Juan García Súarez “El
Corredera”, el Obispo se expresas en los siguientes términos:
«Excelentísimo Señor don Francisco Franco Bahamonde, Jefe del
Estado Español.
Excelentísimo Señor: Yo, Antonio Pildain y Zapiain, obispo de la diócesis
apostólica de Las Palmas, me veo en la obligación, como pastor de almas y
padre espiritual de los canarios, de pedirle la conmutación de la pena capital
de Juan García Suárez, condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en
esta plaza. Esta muerte sería muy mal vista en Canarias, donde no pasó nada,
puesto que todas las barbaridades que aquí se cometieron fueron por parte de
los nacionales y no de los republicanos. No quisiera ahondar mucho en el tema y
recordarle a V.E. todo lo que ocurrió en esta isla,( y
especialmente en la sima del Jinamar, donde murieron miles de personas.)» A
lo que ñadimos nosotros, o en profundos
pozos naturales como en Las Cañadas del Teide, donde eran arrojados de
manera masiva, o enterrarlos en los montes, han sido algunos de las fórmulas
represivas sufridas por los canarios. Sin que entremos a reseñar los diferentes
métodos de tortura empleados en sus cuarteles por las denominadas fuerzas de
seguridad del Estado Español en Canarias.
Vamos a dar un breve repaso a algunos de los alzamientos y motines que
han tenidos lugar en el transcurso de nuestra historia, los cuales narraremos en
la forma más breve posible para no cansar al lector, y para no extendernos en
exceso en unos hechos que, aunque son conocidos ya que han venido jalonando
nuestra historia, han sido poco divulgados, y que, en todo caso, son prácticamente
desconocidos por las generaciones actuales.
EL
MOTÍN DE LANZAROTE EN 1475
Año 1475: Después de dos días de movimiento popular contra la tiranía
de los asesinos Diego García de Herrera e Inés Peraza, liderado por el joven
Juan Mayor, el lunes 20 de agosto, se reúnen gran número de vecinos ante
escribano, y dan extenso poderes a Juan Mayor y Juan de Armas (canarios) para
que, pasando a la Corte, expusieran las quejas de los vecinos contra el señorío
de Diego de Herrera, un tirano sin fe ni ley, despótico, vengativo,
concusionario y expoliador, ávido de rapiña y posible hijo putativo. Con el
poder redactaron un amplio dossier en el que exponían los agravios y ofensas
sin cuento que los vecinos de Lanzarote venían recibiendo por parte del despótico
Diego de Herrera, al tiempo que se declaraban fieles y respetuosos súbditos de
la monarquía. Los mensajeros,
fueron despachados, y con facultad para negociar hasta la suma de 15.000
maravedises, para los gastos de litigio garantizados por los principales
sublevados.
Los emisarios llegaron a España, pero enterado previamente de su
llegada, Pedro García de Herrera, primogénito de Diego de Herrera, los izo
seguir por cuatro forajidos de su confianza los cuales una jornada antes de
llegar a Córdoba, los asaltaron, robándoles los documentos, secuestrándolos y
manteniéndolos encerrados hasta que la reina, enterada del asunto, ordenó
ponerles en libertad. Mientras tanto en Lanzarote,
Diego de Herrera y su mujer continuaban atrincherados en su casa fuerte
auxiliados por unos cuantos vasallos que les permanecían fieles.
Casualmente en diciembre de 1476, aportó una carabela portuguesa y los
vecinos que continuaban formados en consejo, decidieron embargarla fundándose
en la guerra que mantenía la corona de Portugal con la de Castilla. Herrera
creyó oportuno aprovechar la ocasión para vengarse de sus enemigos y tratar de
recuperar parte de su poder y envió secretamente a su hijo Fernán Peraza a
negociar con el capitán de carabela la ayuda
de éste y la de los marineros, a cambio de una buena recompensa si
conseguían con la tripulación y los pocos soldados que le habían permanecido
fieles, detener a los principales vecinos sublevados.
Después de liberar a la tripulación portuguesa, esta en unión de las
tropas de Herrera consiguen tomar por asalto La Villa de Teguise. Herrera
elige a doce vecinos de los más significados, y sin ningún tipo de
juicio, inmediatamente hace ahorcar a seis de ellos, confiscando los bienes de
todos los detenidos con los cuales pagó a los lusitanos. Los restantes seis
vecinos que esperaban su turno en los calabozos para correr la misma suerte,
pudieron escapar de la prisión embarcándose en una nao española que
afortunadamente se encontraba en la rada, estos vecino eran Pedro y Juan de
Aday, Juan Ramos, Francisco García y Bartolomé Heneto. La reina de
Castilla, enterada de los excesos del sanguinario Herrera, expidió una carta de
seguro a favor de los perseguidos isleños. A Herrera y su mujer les convocó a
la Corte, y mientras se dilucidaba el derecho de Inés Peraza al señorío de
las islas ya conquistadas, le concedió Real
facultad para crear mayorazgo en las personas de sus hijos sobre los
bienes y vasallos que poseía en las islas Canarias. Pero como entre truhanes
anda el juego, la reina aprovecha la ocasión para hacerse con los derechos de
conquista que la casa de Herrera poseía sobre las islas de Tenerife, La Palma y
Gran Canaria, a cambio de pasar por alto los desmanes de Herrera y su mujer, más
cinco cuentos de maravedises y el título de Conde de La Gomera.
Las capitulaciones que fueron firmadas en Sevilla, ante el escribano
Bartolomé Sánchez de Porras, el 15 de octubre de 1477. Unas vez más, la
corona española hace prevalecer sus intereses a costa de la supervivencia de
los pueblos que, en teoría, dice defender, vulnerando los más elementales
principios de justicia.
En cuanto a los sobrevivientes a las iras de Herrera, debieron tener algún
tipo de protección por parte de la Corona, pues vemos a algunos de ellos
tomando parte activa en la conquista de la isla de Gran Canaria, y
posteriormente las de La Palma y Tenerife, en ésta última los Aday recibieron
datas en El Valle de Güímar, y en Heneto.
Año 1487: Muerto el Señor consorte de las Canarias, García de Herrera
el 22 de junio de 1485, en su casa fuerte de Ventancuria, la viuda distribuye la
herencia entre sus hijos, desheredando al primogénito Pedro García de Herrera
por ser distraído, el segundo Sancho de Herrera, obtuvo cinco
dozavas partes en las rentas y producto de Lanzarote y Fuerteventura, con la
propiedad de los islotes de Alegranza, Graciosa, Lobos y Santa Clara; doña María
de Ayala recibió cuatro dozavos en aquellas mismas dos islas y doña Constanza
las tres dozavas partes restantes. Fernán Peraza, hijo mimado por su madre,
heredó por mejora de ella las islas de La Gomera y el Hierro, en cuya posesión
estaba cuando la conquista de
Canaria.
Las continuas tropelías, exacciones y vida licenciosa llevada por el
joven y pervertido Fernán Peraza, motivaron que las quejas llegaran al trono de
España, mandado a llamar a la Corte por la Reina Isabel y, oídos los cargos
que pesaban sobre el libertino por la venta como esclavos de doscientos de sus súbditos
gomeros, con la connivencia de unos patrones de Naos de San Lucar de Barrameda,
la Reina, como era habitual en ella arrimó la braza para su sardina, y castigó
al disoluto Fernán Peraza a casarse con la ninfómana y, según algún autor,
experta en horcas y doctora en envenenamientos, Beatriz de Bobadilla, quien era
dama del afecto del Rey Fernando. ”Matando así la reina dos pájaros de un
tiro”.
Retornado Fernán Peraza a su feudo de La Gomera, en compañía de su
flamante y Cristiana esposa, fortalecido por haber salido airoso de su
pleito en la Corte, la que además de por las razones anteriormente expuestas,
necesitaba mantener buenas relaciones con los señores de las islas, para
desarrollar sus planes de conquista de las denominadas islas realengas, futura
base de abastecimiento de los navíos destinados a las empresas de saqueo de América,
y punto de apoyo para la extracción de esclavos en el continente, y aún en las
propias islas. Comenzó de nuevo a dar riendas sueltas a sus pasiones, exigiendo
de sus vasallos crecidos tributos y alcabalas, creando nuevos tributos que ni el
uso autorizaba ni aquellos desgraciados gomeros podían soportar para satisfacer
a su despiadado señor en sus dispendiosos gastos y locas prodigalidades.
La tiránica actitud de Fernán Peraza, terminó por colmar la paciencia
del pacífico pueblo gomero, produciéndose un alzamiento generalizado en toda
la isla. No teniendo Peraza y su mujer en la isla quien los defendiese,
custodiado por una guardia de lanzaroteños que estaban a su servicio se
encerraron en la torre o fortaleza que está situada en la llanura de San
Sebastián, y allí se defendieron algunos días de los ataques de los gomeros,
que los tenían sitiados, con deseo de vengar las injusticias de que eran
victimas.
Viendo Fernán Peraza, que le era imposible sostener aquella situación
por mucho tiempo, encontró el medio de enviar un mensaje a su madre residente
en Lanzarote solicitando ayuda contra los sublevados. Al recibir el mensaje Inés
Peraza, reunió a algunas tropas con las que contaba en aquel momento y en dos
carabelas y algunos barquichuelos que estaban en la rada las envió al Real de
Las Palmas con una carta dirigida a Pedro de Vera, solicitándole ayuda para su
hijo, en virtud de los pactos que mantenía con la corona, rogándole tomase el
mando de las tropas y barcos, y se dirigiese a La Gomera para castigar la
insolencia de aquel rebelde pueblo. Vera que por esos días estaba inactivo en
el Real, sin poder saciar su permanente sed de sangre, recibió la invitación
como caída de su cielo personal, aceptó con placer la invitación que se le
dirigía, uniendo a los soldados lanzaroteños algunos españoles y canarios y
embarcó rumbo a la Villa de San Sebastián de La Gomera, llegando a tiempo de
evitar la rendición de Peraza y los suyos, quienes acuciados por el hambre y la
sed, estaban a punto de entregarse a los sitiadores.
Los sublevados al ver la llegada de la flotilla comandada por Vera, al
prever que en ella venía gran cantidad de tropas de La Santa Hermandad
de Sevilla, (Tropas de mercenarios equivalentes a la Legión Extranjera de
nuestros días) armadas hasta los dientes decidieron
una retirada estratégica, hacía los sitios más escarpados de la isla.
El General Vera desembarcó tranquilamente, sabiéndose dueño de la
situación, siendo recibido como un salvador por Hernán Peraza y su candorosa
esposa, que se apresuraron a obsequiarle con esplendorosos banquetes y festejos,
mientras que escuadrones de canarios perseguían a los gomeros huidos por los
agrestes montes de la isla, apresando indistintamente tanto a sublevados como a
inocentes, en cantidad de más de doscientos, entre hombres mujeres y niños,
los cuales fueron embarcados por Vera hacía Canaria, y posteriormente para España,
donde fueron vendidos como esclavos, de esta manera
cobro Vera los gastos de la expedición en ayuda de Peraza.
SEGUNDO
ALZAMIENTO DE LA ISLA DE LAGOMERA
La experiencia vivida no le sirvió a aquel mancebo soberbio y rencoroso
para modificar su actitud hacía sus indefensos vasallos. Cuando se consideró
seguro en su dictatorial gobierno de la isla, volvió a repetir con más crudeza
si cabe, sus actos de despotismo, de arbitrarias rapacidades y de
ruines venganzas. Arrastrado por sus vicios y no contento con su mujer,
violaba a cuantas jóvenes destacaban en la isla por su gentileza y hermosura.
Entre éstas destacaba una llamada Iballa, que habitaba en Guahedún en unas
cuevas del mismo nombre, la cual Peraza quería hacer víctima de sus livindosos
deseos. El viejo Pablo Hupalupu, hombre mascota y adivino, al que tenían por
favorecido de espíritus superiores, advertido de la ofensa que el tirano
meditaba convocó a sus parientes y amigos más próximos en un islote cerca de
Tagualache, que después sería conocido por La Baja del secreto, y
acordaron poner los medios necesarios para impedir este nuevo ultraje.
Puestos de acuerdo los conjurados con Iballa, decidieron que esta diera
una cita al fogoso Peraza, en la cueva de Guahedún donde le recibiría acompañada
de una vieja parienta que estaba en el secreto y, a una señal convenida apresarían
al tirano. Hernán Peraza, no tardó en acudir a la llamada de la bella Iballa,
haciéndose acompañar de un paje y un escudero, sin sospechar de la celada que
se le preparaba, entró solo en la encueva, en cuanto traspasó la puerta de ésta,
comenzaron a oírse unos silbidos en los alrededores siendo esta la señal de
los conjurados para pasar a la acción. Inmediatamente cercaron la colina donde
se ubica la cueva y, deteniendo al paje y al escudero, creyeron asegurada su
venganza. Iballa para disipar cualquier sospecha de su complicidad en el acto,
instó al tirano a que se disfrazara de mujer y huyera antes de que sus
parientes llegaran a la cueva. Ante la imprevista sorpresa, turbado por la
situación el galán acepto ponerse unas sayas y una toca; pero la vieja, que
seguía los acontecimientos gritó a los suyos: «Ese es, prendedle». Peraza
que la oyó, retrocedió y despojándose de las ropas femeninas, tomó la adarga
y sacando su espada se adelantó con ánimo decidido hacía los asaltantes. En
lo alto de la cueva estaba apostado un pariente de Iballa llamado Pedro
Hautacuperche, quien al ver salir a Peraza le arrojó su banot con tal fuerza y
puntería que le atravesó el pecho matándolo en el acto. Al verle caer los
sublevados ajusticiaron también al paje y al escudero, fieles servidores de los
desmanes de su señor. Al ver consumada su venganza, los sublevados gritaron «Ya
se quebró el gánigo de Guahedún» aludiendo a que con aquel acto, quedaba
roto cualquier pacto que hubieran mantenido con la casa de Peraza, pactos que
acostumbraba sellar bebiendo leche de un gánigo.
Enterada del suceso Beatriz de Bobadilla se encerró con sus hijos y
algunos servidores fieles en la torre, no sin antes despachar una barca a Gran
Canaria en demanda de nueva ayuda al gobernador Pedro de Vera. Mientras los
gomeros deseando reconquistar totalmente su independencia pusieron cerco a la
torre dirigidos por Hautacuperche. Éste dio pruebas de un valor sin cuento en
el asalto a la torre, recogiendo en el aire las saetas que desde las troneras
les disparaban los defensores, precisamente uno de estos alardes fue aprovechado
por dos de los defensores, mientras uno amagaba con disparar, otro situado en un
nivel más alto le atravesó el pecho con un pasador, cayendo así el héroe
gomero.
Pedro de Vera teniendo en cuenta lo rentable de su anterior intervención
a favor de los Peraza, y conociendo bien la ruta a La Gomera, preparó
concienzudamente la expedición genocida y de saqueo. Llevaba consigo
cuatrocientos hombres mercenarios veteranos de La Santa Hermandad de
Sevilla que gozaban de justa fama por despiadados y sanguinarios insaciables.
Dos meses después del ajusticiamiento de Hernán Peraza, que había tenido
lugar en noviembre de 1487, Pedro de Vera desembarca en San Sebastián al frente
de sus feroces tropas. Los gomeros atrincherados en los lugares más
inaccesibles de la isla hacían frente a los continuos ataques de los españoles
causándoles numerosas bajas. Vera, ante los pocos avances que conseguía en la
operación de castigo que se había prometido tan fácil como la llevada a cabo
anteriormente, desesperaba en su
campamento, por ello, optó por recurrir una vez más al engaño, conociendo la
bondad y credulidad de los isleños, ideo un ardid propio del canalla que era.
Pretextado la celebración de unas exequias por el difunto Hernán Peraza, mando
a pregonar al son de trompetas y tambores, anunciando que aquellos isleños que
no concurriesen serían considerados como autores o cómplices del
ajusticiamiento. Engañados por el pregón, muchos gomeros que no estaban
comprometidos con el alzamiento acudieron a la iglesia el día señalado por el
pérfido Vera. Una compacta multitud de mujeres, hombres y niños, con el afán
de probar su inocencia, se dirigieron a la villa y según se iban acercando al
templo el general los acorralaba en lugar apartado y cuando juzgó inútil todo
disimulo, los declaró prisioneros, sin oír sus justas protestas ni sentir el
menor remordimiento por su criminal acción.
Tan pronto Vera tubo a los desgraciados y estupefacto gomeros, desarmados
y a su alcance, condenó a muerte a los varones mayores de quince años
procedentes de los distritos de Orone y Agana, y, a fin de que la ejecución
fuese más rápida y ejemplar, ahorcó en grupos numerosos, pasó a cuchillo,
empaló, a otros cuarteó y mandó poner sus trozos en caminos y otros lugares,
a otros, embarcados en lanchas y
atados los brazos a la espalda con un peso atado a los píes, los echaba al mar
en sitios bastante alejados de la costa, a otros hizo cortar píe y manos dejándolos
vivos para que se desangraran lentamente. Las mujeres y los niños fueron
enviados en un aviso y vendidos en España. Un grupo de mujeres y niños fue
remitido a Lanzarote, como parte del botín para Inés Peraza, ésta ordeno al
patrón del navío que los llevaba llamado Alonso de Cota, que los arrojase en
alta mar. Un buen número de niños y niñas fue repartido por Vera entre los
mercenarios que le acompañaron. Así, dejando La Gomera más despoblada que
pacificada, y cristianamente castigada, Pedro de Vera regresó a Gran
Canaria.
Este horrible genocidio que fue prolongado a Gran Canaria, para mayor
escarnio, tuvo su simulacro de juicio en La Gomera, por el cual Pedro de Vera
aprovechó para continuar su orgía de sangre, implicando en el alzamiento a los
gomeros que residían en Gran Canaria, en declaraciones arrancadas a los
desgraciados que sometió a horribles torturas. De regreso a Las Palmas el feroz
genocida, hizo prender en una noche a todas las familias gomeras -unas
trescientas- que moraban en la isla condenando a muerte a los hombres y a
perpetua esclavitud a las mujeres y niños. La hecatombe fue de tal magnitud que
obligó a intervenir al obispo Fr. Miguel de la Serna, con lo cual consiguió
que Vera acelerara la muerte de los desdichados, además de recibir la promesa
de Vera de que si no cesaba en sus protestas le podría en la cabeza un casco
calentado al rojo vivo y le volaría con pólvora.
Cuando Vera fue cesado en la
gobernación de Gran Canaria, en diciembre de 1489, en la corte fue recibido por
los reyes de España con cariñosa solicitud y marcada benevolencia, a pesar de
que tenían pleno conocimiento de los horribles crímenes cometidos por el
carnicero, no solo no lo recriminaron, sino que lo destinaron a la tala de la
Vega de Granada, y luego al sitio de
la ciudad. Con esta actitud tomada por los monarcas quedó en entredicho la
supuesta política proteccionista de los reyes católicos hacía los canarios.
El Obispo de Canarias al ver mermado de manera alarmante el número de
sus ciervos y por consiguiente de sus diezmos, por la acción depredadora de
Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla, interpone recurso ante la corona alegando
que los gomeros vendidos tanto por Pedro de Vera y sus factores como por Beatriz
de Bobadilla, eran cristianos, por lo cual no podían ser vendidos.
Por tanto, el Obispo exigió la intervención de la corona a favor de los
esclavizados gomeros, ésta que tenía entre manos los planes para la invasión
y saqueo de América, además del Continente y, por consiguiente era vital el
mantener las cordiales relaciones que hasta el momento sostenía con el Pontífice
Romano, verdadero árbitro en la distribución de las nuevas tierras a esquilmar
y por las que litigaban las coronas de Castilla y Portugal,
accedió a los requerimientos del obispo, ordenando la puesta en libertad
y regreso a las islas de los esclavos gomeros vendidos por Pedro de Vera y
Beatriz de Bobadilla. Como la situación creada no era fácil de resolver
mediante un decreto, la mayoría de los desdichados gomeros fueron ocultados por
sus amos y por los mercaderes. Los que tuvieron la oportunidad de regresar a su
patria, debieron pasar por una serie de vicisitudes de las cuales nos ocuparemos
en el capitulo correspondiente.
ALZAMIENTO
DE LA ISLA DE LA PALMA
Año 1490: Alonso Fernández de Lugo y sus tropas de mercenarios y
excarcelados, desembarcan en el puerto de Tazacorte. Después de emplear las
argucias menos heterodoxas que imaginarse pueda, y tras algunas escaramuzas con
los cantones que se habían preparado para la defensa, consigue con engaños y
en un acto de traición, sorprender a Tanausú y sus guerreros en la entrada de
la Caldera de Taburiente. A partir de este momento, comenzó el saqueo
inmisericorde de la isla capturando y esclavizando a los nativos tanto de los
bandos guerra como de paces, los cuales fueron remitidos a los mercados
esclavistas de España, conjuntamente con las pieles de los ganados depredados,
orchilla y demás despojos. Con el botín enviado a España y formando parte del
mismo, iba el valeroso caudillo palmero Tanausú, quien prefirió dejarse morir
de hambre antes que llevar una vida de esclavo, protagonizando así, la primera
huelga de hambre que tubo lugar en Canarias.
Dada por sometida la isla, el esclavista Fernández de Lugo, reparte el
dominio de las tierras y aguas despojadas entre los mercenarios que le acompañaron
en la aventura y entre los mercaderes que le financiaron la operación. Dejando
un presidio de guarnición y un gobernador, regresa a España para dar cuenta a
los reyes católicos de los resultados de tan “gloriosa victoria”, y
solicitar las capitulaciones para la conquista de la isla de Tenerife.
Los continuos desmanes que los conquistadores que quedaron en la isla,
sometían a los atribulados palmeros, acabaron por agotar la proverbial
paciencia de éstos, quienes decidieron alzarse contra el férreo gobierno de
los extranjeros. Estando Lugo, enfrascado en la invasión de la isla de
Tenerife, recibió noticias de la rebelión de los benahoritas y no queriendo
ausentarse de esta isla, envío como su lugar teniente a la de La Palma
(Benahuare) a Diego Rodríguez de
Talavera con una partida de treinta mercenarios. Llegados a la isla reunieron a
un contingente de palmeros de los bandos de paces y con el resto de la guarnición,
inició una operación de castigo, consiguiendo reducir a los alzados más que
por las armas, por la argucia y engaños. Una ves cautivos, Talavera ejecuto
ejemplar y cristiana justicia en los por segunda ves vencidos palmeros,
pasándolos a cuchillo, ahorcándolos y, mandándolos vivos a la pira.
PRIMERA
RECONSTITUCIÓN DEL MENCEYATO DE ADEJE
Año 1502: La situación bélica continua siendo inestable, en la isla de
Tenerife, última del Archipiélago en ser conquistada, si bien los españoles
dan por sometida a la isla desde 1496, la realidad es que una buena parte de la
población guanche continua sosteniendo una guerra de guerrillas contra el
invasor, atacando los asentamientos europeos, asaltando los hatos de ganados
recuperando así parte de lo que habían sido despojados por los conquistadores.
Éstos no podían organizar campañas militares contra
los denominados alzados por carecer de efectivos suficientes ya que las
tropas mercenarias tuvieron que ser licenciadas ante la imposibilidad de Lugo y
sus financiadores de la conquista, para continuar sosteniendo la nómina del ejército
de mercenarios, los pocos soldados que decidieron quedarse en la tierra como
colonos, más las tropas de indígenas auxiliares de las otras islas, eran
insuficientes para mantener la seguridad de los recién implantados poblados
europeos. Además, Lugo en su insaciable sed de rapiña, estaba inmerso en la
preparación de una armada para la captura de esclavos y saqueo de las costas
del continente, en la que obligó participar a un buen numero de conquistadores
y guanches de paces, actitud tiránica habitual en el conquistador, que motivó
el que varios vecinos y guanches de paces elevaran sus quejas ante el trono de
España.
A pesar de las inhumanas acciones represivas llevadas a cabo por los
invasores, la resistencia opuesta por un importante núcleo del pueblo guanche
iba en aumento, haciendo temer a los conquistadores la inminente
expulsión de éstos. Una de las medidas tomadas para tratar de sofocar
la resistencia consistió en crear bajo coacciones y amenazas cuadrillas de
guacheros formadas por guanches adictos o sujetos a los españoles, que eran
además perfectos conocedores de los
escarpados parajes de las sierras donde se refugiaban los alzados, y donde los
invasores no atrevían a penetrar. Así, entre otros acuerdo que había venido
tomando el Cabildo referente a la represión de los guanches resistentes, el 19
de enero de 1500 dispone: «que visto el mucho daño en la isla
hacen los esclavos que cualquier esclavo que se huyere de hoy en
adelante, que muera por ello, y si fuere muger que le den cien azotes y le echen
de la tierra.»
Los innumerables atropellos de que eran víctimas continuamente los
infelices guanches por parte de Lugo y su panda de desalmados, tuvieron eco en
la corte, por ello el Consejo de Castilla trata de poner freno en lo posible a
los desmanes del Adelantado quien en su afán de rapiña ni siquiera respetó
las condiciones pactadas con los bandos de paces. El 29 de marzo de 1498, el
Consejo remite orden al Obispo de Canaria y al gobernador de la isla de Gran
Canaria, López Sánchez de Valenzuela para que informe sobre la demanda
presentada por el procurador Rodrigo de Bentazos, en nombre de los bandos de
Adeje, Abona, y Gúímar, acusando a Alonso de Lugo gobernador de Tenerife de
haber vendido a gran número de canarios de éstos bandos a pesar de las paces
que asentaron con Pedro de Vera, de su condición de cristianos y de la ayuda
que le prestaron en la conquista de Tenerife. Con la misma fecha se remite orden
a dicho gobernador de Gran Canaria para que tenga en secuestro a los guanches de
los bandos de Adeje, Abona y Güímar, que están en poder de Alonso de Lugo,
hasta que los reyes decidan sobre ellos. A pesar de la diligencia de Rodrigo de
Bentazos, Lugo ya había vendido 700 almas de las 1.000 que había apresado de
los bandos de paces quedando bajo la responsabilidad de Valenzuela 300
desgraciados sometidos a esclavitud por el conquistador y sus secuaces.
Paralelamente a las gestiones de Valenzuela,
el Consejo ordena al licenciado Maluenda, juez de término de Sevilla, para que
informe sobre los canarios de los bandos de Adeje, Abona y Güímar, precisando
si realmente son cristianos, donde y por quien fueron bautizados si eran de
paces y si guardaron estas, y se unieron a Alonso de Lugo, cuando éste fuera a
la conquista de la isla de Tenerife, obedeciendo las ordenes del conquistador y
auxiliándole con mantenimientos.
Por julio de 1498, se desplaza a Tenerife el gobernador de Gran Canaria,
López Sánchez de Valenzuela, con comisión de secuestrar (poner bajo amparo) a
todos los guanches indebidamente esclavizados -según la terminología de la época-
siendo recibido por el teniente Trujillo ya que, -casualmente-, Lugo se había
trasladado a La Gomera, pregonándose por toda la isla la cédula real de que
era portador y sacando de las casas de los aprehensores a los esclavizados. Esta
actuación del Gobernador alarmó a los secuaces de Alonso de Lugo, quienes
protestaron la justa medida aduciendo además que con la puesta en libertad de
los esclavos, la isla habría de ser conquistada de nuevo, tratando de ocultar
con este planteamiento el verdadero motivo que impulsaba a los mercenarios a
privar de libertad a los guanches que no era otro
que el desmedido afán de enriquecerse comerciando con seres humanos.
Ante esta actuación de López Sánchez de Valenzuela, siguiendo ordenes
del Consejo de Castilla, el
esclavista se vuelve más cauto en sus razzias sobre los naturales, tal como
expone en una carta dirigida al Cabildo el 29 de Julio de 1498, y que sirvió de
base para una nueva ordenanza persecutoria contra los guanches, «De acá
fueron ciertos esclavos. Estos y los que se apregonaren serán de quien los
tomase; y llamad todos los vecinos y facer vuestras cuadrillas de todos los
ombres sueltos, y fáganse cinco o seys que
bayan a buscar todos. Y yo los do
byen tomados, salvo los de Adexe y Abona y
Anaga y Guymar; que todos se dé por
cada uno mill maravedís. Y esto tomad por máxima y por byen, para que por esto
haced vuestros pregones; y por ésta lo prometo y asy lo prometer, y con toda
diligencia. Que mucho vos ama = Alonso de Lugo.
Una de las cuadrillas de
guancheros, cuya formación fue forzada por la genocida y ninfómana Beatriz de
Bobadilla, y por el teniente de gobernador Jerónimo
Valdés, fue la constituida por varios guanches de la familia real de Tacoronte,
menceyato que habiendo sido de los bandos de guerra, en estas fechas colaboraban
con los conquistadores, posiblemente debido a algún pacto secreto llevado a
cabo antes de la batalla de La Jardina, (Aguere) como veremos más adelante.
El 25 de noviembre de 1502,
el Cabildo se reúne en la incipiente iglesia de La Concepción, y trata entre
otras cuestiones de la formación de la cuadrilla de guancheros formada por los
Tacorontes. Por esas fechas estaba preso en la cárcel de la villa don Diego de
Adeje, posiblemente hermano del mencey, quien estaba recluido por sospechas de
acoger y ayudar a los alzados. Los Tacoronte, aprovecharon la oportunidad para
conseguir diplomáticamente la libertad del infante, el cual posteriormente tuvo
una participación decisiva en la digresión de los alzados
en el reino de Adeje, vemos como se discurrió la mencionada sesión, «E
luego pareçió ende presente Simón e Fernando Tacoronte e Gaspar e Francisco
de Tacoronte, guanches, e por lengua de Guillén. E hizieron un requerimiento al
dicho señor alcalde mayor Pero Mexías que estava presente, que por cuanto el
señor Gobernador Alonso de Lugo e por la señora Bovadilla e regidores les ha
sydo mandado que tomen los guanches alçados ladrones, que ellos están presto
de lo hazer e cumplir e trabajar en ello con todo su poder, con tal que les sean
dado los mantenimientos y espensas necesarias y las otras cosas; e que por
cuanto al presente el señor alcalde tiene preso a un guanche que se dize don
Pedro de Adexe, el cual sabe la tierra del reyno de Adexe do andan los alçados,
que por tanto se lo mandase dar e que ellos se obligavan e obligaron con sus
personas e bienes muebles e raíces para se lo dar cada que se lo pediese e
demandare, so pena sus personas a merced del rey e los bienes perdidos.»
A esta protocolaria solicitud, el alcalde mostró su conformidad a la
petición de los Tacoronte, pues ya tenía preparada la estrategia para tratar
de minar la unidad de los alzados, valiéndose del ascendiente que tanto don
Diego de Adeje como los Tacoronte tenían sobre algunos de los alzados, por ello
se mostró conciliador: «E luego el señor alcalde dixo que lo requerido por
los dichos guanches le parece bien, pues que le dan fiador de la faz que les da
el dicho guanche; que pedía a los señores regidores le digan su parecer:»
«E luego todos los dichos regidores dixeron e parecer es que al dicho
guanche que asy está preso se lo de el dicho alcalde a los dicho guanches para
sacar los dichos alçados, pues que es servycio de Dios e bien e pro de la isla;
con tanto quel dicho alcalde reciba fiança bastante de la haz del dicho
guanche.». El arbitrario encarcelamiento de don Diego de Adeje, queda
expuesto por el propio alcalde al exponer a los regidores el fundamento de su
decisión: «E luego el dicho alcalde respondió al voto e parecer de los
dichos regidores, en que dixo que en presencia de todos, que la señora
Bovadilla le encomendó la vara de justicia, con acuerdo de todos ellos, para
que él feziese justicia a servicio//de Dios e de sus altezas, y que el dicho
guanche él le tenía preso por ciertas querellas que del dieron, de las cuales
el dicho alcalde ha quesydo saber la verdad y no ha hallado por do pueda
proceder contra él por ningún rigor de justicia, e que el dicho guanche está
preso y que él no lo ha soltado fasta más yformar, y que pues al parecer de
tos los señores regidores e suyo es que el dicho guanche puede aprovechar
para ayudar a tomar los alçados que andan robando la tierra e vecinos
della, e que le plaze dar en fiado a todos los cuatro guanches que hezieron la
dicha obligación, para que cada e cuando se lo pediere el alcalde u otro juez
lo pornán en la cárcel segund que se obligaron.»
Es evidente que la fracción del pueblo
guanche que ofrecía resistencia al invasor, iba ganando en número y en
organización pues se incrementaban con muchos guanches de los bandos de paces y
un considerable número de gomeros conformes éstos comprobaban en propia carne
los verdaderos designios que le tenían reservado los conquistadores. Así, los
alzados de los distintos menceyatos en julio o agosto de 1502, deciden
reconstruir el Menceyato de Adeje. En este menceyato desde los tiempos míticos
hasta un siglo antes de la conquista había
residido el gobierno universal de la isla, proclamando mencey al noble adejero Ichasagua,
uno de los nobles que no se acogieron al tratado de los Realejos. Era Ichasagua
guerrero enérgico y de poderosas fuerzas, de pocas palabras y hombre
de acción. Fue vencedor en varias ediciones de los juegos Beñesmeres, siendo
hombre valeroso y de gran sagacidad y serenidad. Estableció su corte en la
fortaleza de Ahiyo, entre Adeje y Arona, señalándose por la tamusni,
en la falda sur de la montaña de Hengua la cueva Menceya como
parte integrante del auchón real.
La proclamación del Mencey Ichasagua, conmovió los inseguros
cimientos de la recién implantada sociedad europea. Comprendiendo Lugo todo el
alcance político que tenía un hecho de esta naturaleza, en un país que no
estaba totalmente pacificado, ordena la invasión del territorio de los alzados
aprovechando para esta operación las fuerzas que estaba preparando para sus
correrías y saqueo del continente. Decreta la prisión del príncipe Izora,
hermano de don Diego de Adeje, Pelinor. (El cual fue rescatado por los Tacoronte
como hemos apuntado más arriba) Y la invasión del menceyato de Adeje,
por dos puntos distintos. Un grupo de
tropas españolas apoyadas por guerreros isleños especialmente canarios
y guanches de paces, superando las cumbres desembocaba por
Chasna. (Jun hoy en día en la zona suscite el topónimo los guanceros)
Este ejército iba comandado por Guillén Castellano, lanzaroteño, Jerónimo
Valdés, (quien durante esta acción violó
a la mujer de D. Diego de Adeje) Sancho de Vargas, Andrés Suárez Gallinato y
Francisco Espinosa. Simultáneamente, desembarcaba por la playa de Los
Cristianos el mercenario flamenco mal llamado borgoñón, Jorge Grimón, al
frente de 50 espingarderos y ballesteros, portando además socorros alimenticios
para las tropas que habían penetrado por las cumbres.
Según la tamusni, estas fuerzas se pusieron en contacto y
recorrieron el territorio sin poder librar una verdadera batalla, ya que Ichasagua,
conociendo las tácticas de combate de los españoles, ordenó a sus tabores
que se desplegaran por todas partes; pero en cuanto el ejército invasor se
fraccionaba en columnas los alzados
se concentraban y arremetían contra los conquistadores, trabando encarnizados
combates, de los cuales salieron siempre victoriosos los guanches gracias a la
nueva estrategia empleada por Ichasagua y porque ya eran muchos los
guanches que tenían armas europeas arrebatadas a las tropas españolas durante
los encuentros mantenidos con éstas y especialmente en la gran batalla de
Acentejo. Estas escaramuzas se mantuvieron varios meses sin resultados positivos
para los invasores. Las pérdidas y el desgaste que estaba sufriendo el ejército
español por los nuevos métodos de guerrilla empleados por Ichasagua,
obligaron al adelantado a cambiar de táctica, empleando las argucias políticas
y de engaño que tan buenos resultados le habían dado en campañas anteriores.
Así decidió replegar las fuerzas dejando a algunos guanches comprometidos con
su causa, los cuales tenían por misión sembrar la discordia entre los Tabores
de los alzados.
Retomemos la cuadrilla de guancheros formada en La Laguna por don Pedro
de Tacoronte, sus parientes y el príncipe Izora, éstos mantienen contactos
secretos con determinados Sigoñes de los tabores de Ichasagua,
trasmitiendo una serie de promesas de parte de los conquistadores, las cuales
por otra parte como era habitual en ellos jamás cumplían. Por fin don Pedro de
Tacoronte en compañía de otros notables consigue reunir en Tagoror
a algunos de los sigoñes alzados en un lugar a Abona que posteriormente
se conocería como Los Parlamentos, en el Valle de
San Lorenzo, Arona.
Llevaban los comisionados poderes del adelantado para negociar la paz
bajo las mismas condiciones del tratado de Los Realejos, con olvido de todo lo
pasado; proposiciones que acabaron por aceptar los principales alzados siempre
que el Mencey Ichasagua entrara en el concierto.
Aceptado el principio de acuerdo, la asamblea se dirigió hacía el
actual pueblo de Arona, al lugar denominado El Llano del Rey, el cual hasta
fines del siglo XVIII en los documentos oficiales se cita como El
Llano del Rey Ichasagua. Cuando llegó la comitiva a presencia del Mencey
encontraron a éste píe rodeado de algunos de sus consejeros, mirando al
numeroso grupo que se le aproximaba al frente del cual venía el infante Izora,
cuando éste llegó a su presencia y después de dirigirle un saludo le dio a
conocer su misión y las proposiciones de paz. El Mencey Ichasagua sin
corresponder al saludo de Izora, sin pronunciar una sola palabra recorrió con
la mirada los rostros de todos los circunstantes como tratando de adivinarles el
pensamiento, tiró de pronto de un puñal que llevaba al cinto y se lo hundió
en el pecho. Así, cumpliendo con la tradición de sus ancestros, mediante el
suicidio ritual murió el penúltimo Mencey guanche, sin siquiera molestarse en
dar repuesta a las propuestas que el verdugo Alonso
Fernández de Lugo le trasmitía a través de unos traidores.
Tras el fallecimiento del Mencey Ichasagua, algunos de los
conjurados aceptaron las paces propuesta por los conquistadores y consiguieron
arrastrar consigo a muchos de los alzados. La historia es testigo del poco honor
que los españoles hicieron a lo pactado como es habitual en ellos. Otros, los más
indómitos se dispersaron por las cumbres y montes manteniendo viva la lucha
contra el invasor. Con el transcurso del tiempo, unos se fueron integrando en la
nueva sociedad, otros, continuaron su lucha y su vida en las zonas más
inaccesibles de nuestra geografía, y si bien con el tiempo las acciones de
guerra se fueron aminorando, no es menos cierto que estos alzados jamás se
rindieron al invasor, por tanto, podemos afirmar que aún continuamos en guerra
con la potencia invasora, en una especie de tregua indefinida no declarada.
La conflictividad social en las islas Canarias, ha sido una constante
durante más de cinco siglos de opresión de un sector minoritario y pudiente de
la población, sobre el resto de la misma. El sector más desprotegido, se vio
siempre sometido, primero con la esclavitud, después por una situación de
vasallaje, y posteriormente, obligados a sobrevivir bajo las férreas
estructuras caciquiles, las cuales no escatimaban -ni escatiman- medios para
dominar todas las etapas productivas del país, sumiendo al pueblo en el más
abyecto estado de miseria y embrutecimiento hasta bien entrado los años sesenta
del pasado siglo XX.
Enero de 2012.
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