MISCELANEA DE HISTORIA DE CANARIAS (I)

 

 

Eduardo Pedro García Rodríguez

 

DEDICATORIA

 

                                A mis nietos:

 

Tinguaro, Mayantigo, Altacay, Nuhazet y Aday.

En la esperanza de que cuando sean mayores

asuman con orgullo el hecho de ser magos.

 

 

AGRADECIMIENTO:

 

A Gregorio Hernández Hernández,

amigo y compañero de camino en la senda

que conduce hacia la descolonización

e independencia de nuestra Matria,

por su ayuda en la corrección del original.

 

 

“Miscelánea de historia de Canarias” comienza con un Diario escrito por las hermanas Casalón durante el año 1827, por él, desfilan toda una serie de personajes de la ciudad de La Laguna algunos de los cuales fueron muy significativos en su época, así como una sucesión  de hechos  que marcaron el acontecer del comienzo del siglo XIX.

 

 El Autor aprovecha la mención a determinados personajes y hechos narrados en el “Diario”, para acercarnos a una realidad y  sucesos históricos que han sido poco divulgados e incluso desconocidos, vistos desde una perspectiva de veracidad histórica, al tiempo que trata de emplear un lenguaje más o menos ameno evitando en lo posible los conceptos demasiados técnicos o academicistas, pero sin renunciar como hemos dicho al fondo estrictamente histórico. Creemos que el Autor en esta obra aporta algunos elementos novedosos en torno a la historiografía canaria

 

 

A MODO DE INTRODUCCIÓN

 

     La familia Casalón, (o mejor dicho, algunos de sus miembros femeninos), nos  ofrecen una visión intima de la sociedad lagunera. En su “Diario”, escrito durante los meses de Agosto a Noviembre del año 1827, nos muestran con desparpajo  e ingenuidad, las vicisitudes domesticas de las clases más pudientes y de algunos de los habitantes de una ciudad que languidece  y que  continua anclada en  una continua rememoración de un pasado de prepotencia, e hidalga soberbia. La clase social dominante- la aristocracia- asiste de manera impotente, indiferente o resignada a la perdida de los privilegios de casta que habían venido ostentando durante siglos, ante el empuje de una burguesía comercial mayoritariamente de origen europeo no español que dominaba la vida económica y política de la colonia, y por tanto, el verdadero poder. Es bien conocido el desprecio que la clase aristocrática criolla canaria manifestaba hacía la burguesía comercial, a la que calificaban despectivamente de “tenderos” quizás por que  dependían de  ésta en lo económico para subsistir ya que era la manejaba los engranajes comerciales, controlado la exportación e importación dando salida al exterior de las producciones locales, vinos. Cochinilla, barrilla etc. Importando los artículos suntuarios. Además con sus préstamos de dineros hacían posible que, una parte de  la aristocracia continuase llevando una vida de despreocupada, de  ostentación y en algunos casos de dispendio, a costa en muchos casos de la pérdida o disminución del patrimonio heredado, en beneficio de la pujante burguesía comercial. Por consiguiente, la nobleza del país, y especialmente la ubicada en la ciudad de La Laguna asiste de manera indolente al derrumbe de su entramado social, económico y político, en beneficio de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, la que por esas fechas aún continúa siendo el puerto de La Laguna.

 

     La visión de futuro, la ambición y, la talla de los políticos locales de la Villa y  puerto de Santa Cruz de Tenerife, hicieron posible que éstos arrancaran a La Laguna y en beneficio de la plaza y puerto, no sólo la sede de las instituciones políticas y económicas que regían la vida pública de la colonia, sino que además le arrebató la capitalidad de la isla y de la nación Canaria.

 

      Las hermanas Casalón, en su jugoso “Diario”, nos  dejan entrever la decadencia progresiva que va sufriendo la ciudad de La Laguna y sus habitantes, durante el primer tercio del siglo XIX. A través los personajes de la sociedad lagunera que desfilan por sus páginas, nos ofrecen una realidad que no suele ser recogida por los historiadores y cronistas de la época, inmersos en narrar hechos más a propósito para halagar la vanidad de las personas y de los grupos dominantes en el momento, que para dar una visión real de una sociedad que se debatía entre una serie de intereses caciquiles y de la oligarquía canaria y un cierto aire renovador que soplaba desde una Europa culta.

 

      La lectura del mencionado “Diario”, nos da píe para insertar en este trabajo, algunos apuntes históricos que puedan sastisfacer  en parte, nuestra curiosidad y la del posible lector  por determinados temas históricos de Canarias.

 

      El presente “Diario”, es una trascripción fiel y exacta de una copia mecanografiada en el año 1943, y que obra en nuestro archivo, hemos respetado en su integridad, tanto la ortografía como la semántica en él contenidos. Con ello pretendemos homenajear a sus autoras, esperando que el lector disfrute de la frescura y desenfado que emana de sus páginas, y que estas sirvan para situarle mentalmente en un tiempo en que el denominado antiguo régimen estaba en el comienzo de su decadencia como nos expone unas décadas más tarde, el militar y viajero inglés A. Burton Ellis, quien en referencia a la ciudad de La Laguna, nos pinta de la misma un cuadro bastante tétrico, inducido posiblemente por su mentalidad científica y crítica, pero no carente de soberbia e incluso de desprecio hacía un pueblo que, como el tinerfeño, le acogió en varias ocasiones durante su vida, y cuyo suelo le sirvió de sepultura. (A.B. Ellis fue sepultado en el cementerio protestante de Santa Cruz de Tenerife.)

 

EL “MILAGRO” DEL CUADRO DE SAN JUAN EVANGELISTA

 

     A pesar de lo expuesto anteriormente, nos permitimos transcribir la visión que de la ciudad de La Laguna tenía este autor, por considerarla de interés para mejor situarnos en el entorno de la época que nos ocupa. La ironía, y el fino humor inglés, queda de manifiesto en el texto cuando nos describe la actitud adoptada por la inquisición y las autoridades civiles y militares, ante el supuesto milagro del cuadro de San Juan Evangelista, en el templo católico de La Concepción en La Laguna.

 

     “A unas cuatro millas de Santa Cruz se encuentra la vieja ciudad de San Cristóbal de La Laguna, antigua capital de Tenerife, que fue fundada por Alonso de Lugo el 25 de Julio de 1495, inmediatamente después de la pacificación de la isla. La ciudad está situada en una llanura de unas cuatro millas cuadradas de extensión y toma su nombre de un lago que se encuentra en su parte trasera y que está seco en verano. Desde Santa Cruz se asciende hacia ella de forma gradual por una carretera de piedra volcánica magníficamente construida, que si dependiera de La Laguna en lo referente al tráfico sería muy poco utilizada, ya que es una especie de ciudad de la muerte, pues la mayoría de sus casas están abandonadas y en las calles, donde crece la hierba y están vacías, apenas se oye un sonido que despierte sus ecos. Todo anuncia decadencia y abandono. Espléndidas casas, con fachadas esculpidas, se están cayendo a trozos. Puertas rotas, que una vez estuvieron exquisitamente talladas, se extienden de un lado a otro en sus oxidados goznes, sacudidas por la fuerte brisa; la hierba y el musgo crecen por todas partes: en la cima de los muros, en las grietas de los esculpidos, en los peldaños de piedra e incluso en los alféizares de las ventanas, mientras que una vegetación exuberante bordea cada lado de las calles solitarias. Es una ciudad que da horror, siendo lóbrega y depresiva hasta el máximo grado. Cuando se recorren sus húmedas y silenciosas calles, donde cada pisada parece resonar de un modo extraño desde los edificios vacíos, uno instintivamente piensa en las antiguas historias de ciudadelas populosas, desbastadas repentinamente por la peste, y casi espera ver ataúdes desmoronados o cuerpos insepultos en los portales ruinosos o en los arcos estropeados.

 

    Naturalmente, el lugar tiene pocos habitantes, pensaría que alrededor de uno por cada diez casas, y es maravilloso que puedan vivir allí sin llegar a suicidarse.

 

     Ocasionalmente, se puede ver una figura negra deslizándose, como un fantasma, a lo largo de una calle mohosa y pisando cuidadosamente como si cualquier ruido pudiera despertar algún eco fatal: es un habitante. Hay varias iglesias y capillas y tres conventos de Frailes; en estos lugares es donde se encuentran los sacerdotes y monjes, que forman la mayoría de la población. Quizás el motivo por el que La Laguna haya sido abandonada por sus antiguos habitantes se deba a que, por su alta situación, está expuesta a los fuertes vientos alisios del noroeste y, para latitud, es extremadamente fría en invierno. Aunque el traslado a Santa Cruz de gran numero de oficiales del gobierno, jueces y empleados, naturalmente también justificaría en parte su decadencia. Solía ser la cede Tinerfeña de esa humana institución llamada Inquisición.

 

     La iglesia que se enseña en La Laguna es la dedicada a La Virgen de la Concepción. En ella hay una pintura de la que se dice que es un Murillo y que, la verdad, puede ser lo contrario, ya que el cuadro parece más una tabla de Caoba que ha sido ennegrecida por el humo de un siglo de velas que otra cosa. Se supone que representa a la Asunción de la Virgen, pero para  un ojo profano representa mucho mejor descuido y suciedad. He oído decir que los sacerdotes lo lubrican anualmente antes de cierta fiesta y después de barrer la iglesia, para permitir que el polvo se asiente en ella y así darle una buena tonalidad. El resultado que esa tonalidad tiene ahora aproximadamente el grueso de un octavo de pulgada y naturalmente el cuadro parece el trabajo de un antiguo maestro.

 

        Esta iglesia también contiene otra pintura, de la que se dice que posee poderes milagrosos. La leyenda tuvo lugar en Mayo de 1648, cuando un sacerdote, que estaba celebrando misa ante un cadáver extendido delante del altar mayor, observó que el cuadro, que estaba pintado sobre tea, se encontraba cubierto con gotas de humedad. Habiéndose terminado el servicio, preguntó al sacristán que si lo había salpicado con agua cuando estaba quitando el polvo de la iglesia; Y como este individuo declaró que no la había hecho, enseguida el reverendo padre olfateó un milagro y ordenó que fueran tocadas las campanas para celebrar jubiloso acontecimiento. Pronto acudieron los ciudadanos para averiguar lo que estaba ocurriendo y con ellos llegaron el Vicario General, el Inquisidor y otros muchos asalariados pilares de la iglesia. Inmediatamente, a los últimos se les ocurrió que el laicado, que desgraciadamente era demasiado propenso a recibir las manifestaciones milagrosas con un espíritu criticón e incrédulo, no era gente apropiada para investigar el tema, así que le ordenaron que saliera y entonces, cerrando las puertas de la iglesia, procedieron a hacer un examen más cuidadoso. Aunque parezca mentira, no descubrieron nada que pudiera justificar razonablemente la extraordinaria humedad, pero para verificar que no había ningún engaño, dejaron la pintura y otras dos que están próximas bien salpicadas de agua y luego abandonaron el edificio, cerrando todas las puertas y colocando centinelas en ellas.

 

     Pasadas unas horas, los reverendos padres, acompañados por el capitán general, abrieron de nuevo la iglesia y, como esperaban, encontraron que el cuadro milagroso  todavía estaba transpirando, mientras que los otros dos que también habían sido humedecidos estaba bastante secos; así pues, los ciudadanos entraron, de modo que pudieran tener una demostración ocular del milagro. El capitán general, que era un hombre sumamente devoto, obtuvo permiso de los sacerdotes para tocar las gotas con sus dedos. Entonces con la mayor devoción, ungió sus ojos con la humedad y, manteniéndolos cerrados mientras rezaba una corta oración, a su conclusión se quedo sorprendido y horrorizado al encontrar que no podía abrirlos. El populacho se quedó muy impresionado por esta extraordinaria circunstancia y el capitán general no fue capaz de abrir los ojos hasta que se los hubo lavado copiosamente con agua caliente. Dos hombres perversos, que se encontraban entre la muchedumbre, habiendo observado que todas las moscas que introducían su sacrílega trompa en el líquido sagrado permanecían pegadas al cuadro, fueron lo suficientemente temerarios para afirmar, por esto y por el milagro que le había ocurrido al capitán general, que la transpiración milagrosa sólo era una exudación resinosa de las tablas de pino, nuevas, en las que el cuadro estaba pintado. Afortunadamente para el honor de los santos y el bien de la religión cristiana, el inquisidor escuchó el comentario de estos burlones y percibiendo que olían a una abominable herejía y que se estaban situando por encima de los autorizados exponentes de la verdadera fe, llamó a varios familiares pertenecientes a su Santo Oficio y se llevaron a estos escépticos a fin de que pudieran ser interrogados y examinada su condición espiritual.  Luego preguntó al resto de los ciudadanos si alguien tenía dudas sobre la autenticidad del milagro y todos se apresuraron a declarar que no tenían ninguna. Naturalmente, el milagro estaba entonces fuera de toda duda, pues después de lo sucedido nadie podía aventurarse a expresar que era un fraude religioso, sobre todo cuando tantos testigos imparciales habían dado fe abiertamente de su autenticidad. Sin embargo, para poner el tema fuera de discusión, incluso para los herejes más disolutos, el Vicario General ordenó que se humedecieran algunas mechas de algodón con las gotas sagradas. Entonces se les prendió fuego y ardieron con prontitud a la vista de todos los hombres. Esto fue definitivo y concluyente, pues si la humedad hubiese sido resinosa las mechas naturalmente no se hubiesen quemado (como todo el mundo sabe no hay nada más inflamable que una transpiración resinosa, ya que contiene una gran cantidad de trementina.) Al momento se celebró una misa solemne y un acto de acción de gracias; y los impíos burladores expiaron su crimen en un auto-de-fe celebrado en la plaza del mercado la semana siguiente. Más tarde se observó que durante el invierno el cuadro no transpiraba con tanta copiosidad, lo que era una prueba más de que no era una farsa, ya que una persona no suda igual cuando hace frío que cuando hace calor; y según pasaban los años la transpiración fue gradualmente cesando, mostrando que según el santo cuadro envejecía, los jugos del cuerpo se secaban. Desde entonces y durante más de doscientos años no ha transpirado”.

 

LA CIUDAD DE LA LAGUNA SEGÚN ALGUNOS VIAJEROS

 

Son prácticamente  innumerables, los cronistas y viajeros que nos han legado su personal visión de la ciudad, unos anteriores y otros posteriores al relato de A.B. Ellis, parte de los cuales transcribiremos. Con ello pretendemos que el posible lector, tenga un conocimiento lo más verídico posible del lento desarrollo que sufrió la ciudad, desde el asentamiento de los primeros europeos, hasta finales del siglo XVIIII.

 

TORRIANI

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     Uno de los primeros cronistas que nos legaron una sucinta descripción de la ciudad, fue el ingeniero militar Cremonés, Leonardo Torriani, quien en  1583, fue contratado por el rey de España Felipe II, siendo nombrado un año más tarde, ingeniero del rey en la isla de La Palma, donde realiza los planos de un muelle y una fortaleza para la protección del puerto y de la ciudad.  Una vez concluido el encargo, Torriani regresa a  España y presenta en la corte los informes pertinentes. El 1 de Diciembre de 1587, Leonardo es  comisionado de nuevo por la corte española para reorganizar las defensas de las islas restantes. Durante esta estancia en las islas escribe su Descripción de las Islas Canarias, y en ella nos ofrece la siguiente narración de la ciudad de La Laguna. De esta fecha data un plano de la ciudad, elaborado por él mismo.

 

      «...Esta ciudad, edificada después de la conquista, es la mayor y la más habitada de todas las demás. de estas islas. Además de las mil casas que contiene, cada una de ellas tiene a su lado gran espacio de huerta, llena con naranjeros y otros árboles hermosísimos. Está situada en una amplia y espaciosa meseta encima de las montañas, las cuales, al prolongarse en dirección de la punta de Naga por espacio de dos millas y media, le forma alrededor un hermosísimo y agradable anfiteatro. Por hallarse en lo alto, en dirección norte, tiene mucha niebla, con lluvias y grandísimas  intemperies, por los vientos septentrionales que la azotan y enfrían continuamente; y por esta razón las fachadas de las casas que miran hacia norte son muy húmedas, y la mitad de las calles que están descubiertas en aquella dirección, llenas de yerbas, por la humedad que las hace brotar durante todo el año.

 

      Las casas son bajas y tétricas; pero desde lejos, mirando desde la altura de alguna montaña vecina, toda la ciudad tiene buen aspecto, por ser las calles rectas, las casas llenas de árboles, y agradable La Laguna. Aquí residen la justicia y el consejo, los hidalgos ricos y mercaderes de  España, de Francia, de Flandes, de Inglaterra y de Portugal; entre éstos y los isleños, hay gente muy rica».

 

GEORGE GLAS

 

      Otro retrato de la ciudad, nos lo ofrece el marino y mercader inglés, George Glas,  en su Descripción de las Islas Canarias allá por el año de 1764:

 

 «A unas cuatro millas en el interior, desde Santa Cruz, se encuentra la ciudad de La Laguna. La carretera desde Santa Cruz hasta ella es una subida bastante pronunciada, hasta que llega uno a una pequeña distancia de la ciudad, situada en un ángulo de una gran llanura, de unas cuatro millas de largo y cerca de una milla de ancho. La ciudad es la capital de la isla, y tiene dos iglesias parroquiales, tres conventos de frailes, dos de monjas, y tres hospitales, dos de los cuales para curar enfermedades venéreas y el otro para los incluseros; también existen muchas hermosas casas particulares: los conventos de frailes son de diferentes órdenes, o sea, agustinos, dominicos y franciscanos; y los de monjas, dominicas de Santa Catalina y franciscanas de Santa Clara. Los Jesuitas tienen aquí una casa, donde residen sólo dos de dicha orden, habiendo encontrado poco o ningún aliento para más en este lugar. El agua que beben los habitantes es traída desde las montañas al sur de la llanura, con canalones o caños.

 

      En esta ciudad no existe comercio ni ninguna clase de negocios, ya que la habita principalmente la gente acomodada de la isla, en particular los funcionarios de la justicia, tales como el corregidor y su teniente; los Regidores o el Cabildo; con el juez de las Indias, que preside en la Casa de la India, en donde se resuelven todas las cuestiones referentes a las Indias Occidentales: también hay aquí un Oficio de la Inquisición, con sus propios funcionarios, dependiente del Santo Oficio de Gran Canaria. Aunque toda esta gente reside en este lugar, la ciudad aparece, para un extranjero que pasa por ella, como desolada y casi deshabitada, pues apenas puede ver a nadie por las calles, en la mayor parte de las cuales se puede ver cómo crece la hierba. Una persona que haya estado en Holanda, y compare San Cristóbal de La Laguna con Santa Cruz, pensará, naturalmente, en la diferencia entre el aspecto de Delft y Ámsterdam.

 

     En la parte sur de la ciudad, o mejor detrás de ella, hay una laguna (un lago), de una media milla de circunferencia, y de la cual toma la ciudad su nombre, que está seco en verano, pero en invierno lleno de agua estancada. En esta ciudad, situada en una llanura y a mucha altura sobre el nivel del mar, es extremadamente fría en invierno y expuesta al viento en todas las estaciones. Cuando los alisios soplan fuerte al norte nordeste y nordeste en la bahía de Santa Cruz, aquí prevalece el noreste, que generalmente sopla con gran violencia...».

 

OSCAR WILLDE

 

      Unas décadas más tarde, otro destacado viajero, el médico anglo-irlandés, William R. Willde, padre del escritor Oscar Wilde,  realizó una escala en Tenerife en el año 1837. Escribió sus impresiones sobre la isla, las cuales editó en 1840 y de la que posteriormente se hicieron varias tiradas. De dicha obra entresacamos su descripción de la ciudad de La Laguna.

 

     «...Una hora de cabalgada, por una carretera llena de baches que tenía las huellas de un antiguo pavimento, nos condujo a La Laguna, donde desayunamos. Esta bonita ciudad tiene ahora un aspecto de completo abandono. Difícilmente se puede encontrar una persona en las calles, que están cubiertas de malas hierbas, así como las paredes y los techos de las casas lo están con la siempreviva canaria. Las patas de nuestros caballos resonaban a través de las calles desiertas; ningún sonido de guitarras; ninguna mirada desde los balcones y apenas un ruido para decir que el lugar estaba habitado. En este sitio mantienen a las mujeres casi tan encerradas como en un harén turco; y como la política o sus desgracias han conducido hasta aquí a muchos de sus habitantes, que una vez figuraron entre los nobles de la madre patria, éstos viven en un triste y religioso retiro, aventurándose a salir fuera o a admitir a otros dentro de los umbrales de sus casas...».

 

     Es posible que las observaciones de W.R. Wilde, sobre las mujeres laguneras así como sobre las guitarras, se debiera a su juventud, pues cuando visitó la isla contaba con 22 años de edad.

 

ALEXANDER VON HUMBOLDT

 

     Mucho mas sentadas fueron las observaciones de Alexander Von Humboldt, recogidas  por la viajera y escritora Inglesa Florence Du Cane, quien en su libro Las islas Canarias, nos ofrece unas reseñas de la visita efectuada a La Laguna por el sabio alemán, durante la escala de éste en Tenerife, en Junio de 1799, en su viaje hacía América. Veamos la impresión que dejo la ciudad en el ánimo de Humboldt.

 

     «A medida que nos aproximábamos a La Laguna, íbamos notando el gradual descenso de la temperatura. Esta sensación nos resultaba muy agradable, porque habíamos encontrado muy agobiante el aire de Santa Cruz. Como nuestros organismos se sienten más afectados por las impresiones desagradables que por las gratas, el cambio de temperatura se hizo más sensible al regreso de La Laguna al puerto; entonces nos parecía que íbamos asomándonos a la boca de un horno. Sentimos la misma impresión cuando, en la costa de Caracas, bajamos del monte Ávila  al puerto de la Guaira.»

 

     «Su permanente aire fresco hace que La Laguna sea considerada un delicioso lugar de residencia».

 

     «Situada en una pequeña llanura rodeada de jardines, protegida por una colina coronada por un bosque de laureles, arrayanes y madroños, la antigua capital de Tenerife está hermosamente situada. Nos engañaríamos si, por la lectura de los relatos de algunos viajeros, la creyéramos a la orilla de un lago. A veces, la lluvia forma una bolsa de considerable extensión, y los geólogos, que en todo contemplan más el pasado que el estado actual de la naturaleza, pueden creer que toda la llanura es una gran cuenca desecada».

 

     «La Laguna ha decaído de su anterior opulencia desde que unas erupciones laterales destruyeron el puerto de Garachico, convirtiéndose Santa Cruz en el punto principal del comercio insular. Ahora sólo tiene 9.000 habitantes, 400 de los cuales son religiosos distribuidos en seis conventos. La ciudad rodeada de un gran número de molinos de viento, señal del cultivo del trigo en estas zonas altas».

 

     «La Laguna está rodeadas por un gran número de capillas, que los españoles llaman ermitas. Sombreadas por árboles de perpetuo verdor, y levantadas en pequeñas eminencias del terreno, estas capillas contribuyen al pintoresco efecto del paisaje. El interior de la población no es tan pintoresco. Las casas, sólidamente construidas, son viejas, y las calles parecen desiertas. Un botánico no prestaría atención a la antigüedad de los edificios, distraídos porque los muros y los tejados están cubiertos de plantas como los elegantes trichomanes, mencionados por todos los viajeros. Estas plantas viven gracias a la abundante humedad...».

 

BORY DE SAIN VICENT

 

     Otro célebre naturalista, el francés Jean-Baptiste Bory de Saint Vicent, autor de una historia natural de las islas Canarias (además de otros relatos), titulada “Ensayos sobre las Islas Afortunadas”. Nos visitó a finales del siglo XVIIII. En ésta ocasión, formaba parte del elenco  científico de una expedición francesa compuesta por las corbetas Le Géographe y le naturaliste, que bajo las órdenes del capitán Baudin, y por disposición de la república francesa realizaban un viaje de exploración a Australia. También formaban parte de esta expedición, los notables científicos Federico de Bissi, militar y Astrónomo y Bernier de Montauban, también astrónomo; Boulanger, geógrafo; Peron, Vilain,  Maugé, y Dumont, zoólogos; Lechenalt, primer botánico; Depuch, mineralogista; Milbert, y Lebrun, dibujantes Riedlay, jardinero; Deslisses, de Dax, botánico; Bailly, mineralogista; Garmer, pintor; entre otros,  y como viajero independiente, el naturalista y explorador Mr. Michaux, quien proyectaba estar diez años estudiando el continente americano.

 

     De la obra Viaje a las cuatro principales islas de África, compuesta por Saint-Vicent, entresacamos algunos párrafos dedicados a la ciudad de La Laguna

 

     «La Laguna, tan grande como Santa Cruz, se considera como capital de Tenerife; sin embargo decae continuamente, se empobrece y despuebla. No hicimos mas que atravesar la ciudad, sin detenernos apenas, y no observamos allí mas que una fuente igual á la de Santa Cruz, en el ángulo de una gran plaza. Hubiera deseado tener tiempo de entrar en una de las iglesias que me enseñaron, y en que algunos de mis camaradas me dijeron haber visto una larga lista de títulos de los libros que proscribe anualmente la inquisición in odium  auctoris.

 

     Las paredes de todas las casas están cubiertas de plantas, las cuales da á la ciudad un aspecto miserable. Entre ellas  se distinguen el triconiano de Canarias, la siempre viva de Canarias, y una especie nueva del mismo género.

 

     Fuimos primero a casa del marqués de Nava, uno de los principales habitantes de la isla y que gozaba una inmensa fortuna; residía  ordinariamente en la Orotava, y prefería aquella tierra abrasada, á los encantos de la Europa. La casa de Nava, bastante regular, pero española en lo posible, está construida con lavas; una hermosa escalera, con gradas de mármol blanco, y balaustrada muy maciza, de mármol de color, forma su principal adorno. Mr. Legros, á quien híbamos a buscar, no estaba.

 

     Mr. Legros, agregado de Mr. Broussonet,  había ido á Tenerife con Mr. Baudin. En su viaje anterior se quedó en Tenerife á causa de la debilidad de su salud; fuimos á encontrarle a un jardín que estaba arreglando en la ciudad. Al dirigirnos allí pasamos bajo las ventanas de un habitante de La Laguna, llamado Mr. Sabignon, en cuya casa había dormido Levilain; este último nos llamó y su huéped nos recibió muy bién; nos ofreció vino blanco y tabaco para fumar. Mr. Sabignon era un gran aficionado á la música, tenía una sala de conciertos en su casa, donde se veía un clave, atriles permanentes y rotulados, y un armario lleno de instrumentos, además de grandes cuadros de devoción que cubrían sin orden las paredes.

 

     Mr. Sabignon, el músico, nos llevó á casa de un hermano suyo médico: este último se dedicaba á la historia natural. Se levantó para recibirnos y enseñarnos su colección que se componía de algunas conchas bastante interesantes; hubiera yo deseado que tuviera más del país, lo cual me habría puesto en el caso de poder juzgar de las riquezas de las Canarias en este género.

 

     Por último encontramos á Mr. Legross, que nos hizo conducir á donde estaban Broussonet y Michaux; estos no habían hecho más que echar píe a tierra, y estaban ya en camino para herborizar...»

 

THOMAS DE BARY

 

     El Sacerdote anglicano, Rev. Thomas Debary, visita Tenerife en el año 1848 para reponer su maltrecha salud. Su curiosidad le lleva a interesarse por las gentes que pueblan esta isla y la de Gran Canaria. Dada su condición de sacerdote presta especial atención al estado religioso del país el cual estaba pasando por una importante reestructuración debido a la reciente implantación de la desamortización de Mendizábal, la cual minó el insultante poder económico del clero, y por consiguiente la ascendencia social que el mismo había mantenido sobre la sociedad canaria, y de manera muy determinante sobre las clases populares, a las que venia manteniendo en estado servilismo total.

 

     «“Desde Santa Cruz ascendimos hacía la antigua ciudad de San Cristóbal de La Laguna, entre campos de tuneras, por una aburrida especie de carretera. La Laguna está situada a unos mil cuatrocientos o mil quinientos píes sobre el nivel del mar y en esta época del año con un clima casi inglés –un alivio nada desagradable de los rayos ardientes del sol que habían caído sobre nosotros cuando subíamos por las montañas -. Parece casi una anomalía en Tenerife, ya que es húmeda, triste y de aspecto desolado, con la hierba creciendo en las calles. Posee una agradable muestra de edificios públicos y es la residencia del Obispo. Hay dos iglesias parroquiales. Una de ellas es la Catedral, que es un sencillo edificio de estilo románico con una cúpula tipo Santa Sofía. Y se ven las ruinas de varios conventos.

La iglesia más elegante de esta ciudad es La Concepción, que posee en su interior algunos buenos trabajos de madera tallada».

 

JULES LECLERQ

 

     El viajero Jules leclercq, nos dejo también sus impresiones de la visita que giró a la ciudad de La Laguna, allá por finales del siglo XVIIII, veamos un resumen de las mismas.

 

     «Esta ciudad de La Laguna debe su nombre a un antiguo lago desecado. Me pareció bastante triste. Largas calles trazadas a cordel, absolutamente desiertas; fachadas de una arquitectura fría y melancólica, aunque pintarrajeadas de todos los colores posibles: las hay amarillas, verdes, y hasta azules. La Laguna es una ciudad decaída, como Toledo. Durante  mucho tiempo, fue la capital de Tenerife, y aún sigue siendo su metrópolis religiosa. Hoy está muerta e inanimada, aunque sigue mostrando las huellas de su pasado esplendor. Tiene algunos palacios suntuosos cuyas fachadas, que se desmoronan de pura ruina, se ven invadidas por parásitos vegetales. Esta vez no he hecho más que atravesarla, porque me apremia llegar a la Orotava».

 

CIPRIANO DE ARRIBAS Y SANCHEZ

 

      Una visión de La Laguna, un poco más risueña, nos la ofrece el boticario español establecido en Tenerife, Cipriano de Arribas  y Sánchez en su obra A  través de las islas Canarias.

 

      «Esta población está situada en una llanura, que anteriormente casi toda ella fue un gran lago de agua dulce, surcada por aves acuáticas, rodeándole un espeso y risueño monte, donde crecían llenos de vida y lozanía millares de árboles indígenas, que más tarde el hacha del hombre arrasó sin respetar más que el drago de Santo Domingo. Tal fue el bello sitio nombrado por los Guanches Agüere. Por consiguiente el nombre de La Laguna, queda bien explicado. De aquí que esta población sea húmeda durante el invierno. Los montes de la Mina, Tahódio y Abimarge surten de agua á la ciudad: esto no obstante suele escasear algunos veranos».

 

     Son muchos los viajeros europeos que, se han ocupado en describirnos las peculiaridades de La Laguna. Tratar de resumir lo escrito por éstos, en torno a la ciudad sería prolijo, y además aburrido, por ello remitimos lector interesado a la bibliografía insertada al final de esta obra.

 

Imagen: Mapa de la ciudad de La Laguna en el último tercio del siglo XIX.

 

 

Julio de 2011

 

---» Continuará