MISCELANEA DE HISTORIA DE CANARIAS (XVII) -IV

 

NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (IX)

 

 

Eduardo Pedro García Rodríguez

 

8, ATAQUE DE UNA ESCUADRA INGLESA A SANTA CRUZ DE TENERIFE EN 1797 (II)


EL ATAQUE A LA PLAZA DE SANTA CRUZ DE TENERIFE  

 

   

       A las dos de la madrugada del 24 al 25 y al grito de ¡hurra! Las tropas inglesas inician el asalto a la plaza de Santa Cruz. Una escuadra compuesta de treinta lanchas, el cúter Fox y una balandra del país, apresada el día anterior, inician el acercamiento al muelle de Santa Cruz. Estas fuerzas repartidas en seis divisiones, estaban bajo el mando de los capitanes Troubridge, Hood, Thompson, Miller, Waller, el mando de la sexta escuadrilla la reservó para sí el vicealmirante Nelson.

 

    El bote del  vicealmirante iba ocupado  por éste y por los capitanes Bowen, Freemanle y  el cadete Nisbet, éste último hijastro de Nelson.

 

    Las órdenes dadas por  el jefe de la flota señalaban como objetivo para todas las lanchas el muelle de Santa Cruz, el cúter y la balandra debían hacer el desembarco en la playa inmediata. Estaba previsto que, una vez en tierra todas las fuerzas británicas debían reunirse en la plaza de la Pila (hoy de La Candelaria) y formar en orden de batalla hasta conocer la reacción del enemigo.

 

    A las dos y quince horas A.M. del día 25, la fragata Reina María Luisa fondeada en la bahía y la más próxima a la flota inglesa da la primera señal de alarma siendo secundada por el resto de los buques surtos en el puerto, abriendo fuego acto seguido los fuertes de Paso Alto el de San Cristóbal y las baterías de la línea defensiva.

 

    En medio de un intenso cañoneo por parte de los fuertes, las lanchas bogaban sin descanso hacía su objetivo, pero la fuerte resaca rompió la formación y les hizo derivar al medio día. Sólo cuatro o cinco botes de la división mandada por el vicealmirante, y uno en que iba el capitán Thompson, pudieron llegar al muelle, Troubridge con alguna de su gente pudo desembarcar en la caleta; Waller, con dos o tres lanchas lo hizo por el barranquillo del aceite o cagalacehite (hoy calle de Imeldo Seris), y Hood y Miller, con el resto de los botes que lograron sortear el intenso de fuego de las baterías, tomaron tierra por la playa de las carnicerías y el barranco de Santos (barranco de Añaza). La suerte que corrieron las diferentes partidas fue diversa: La mandada por el capitán Thomson, muy mermada, consiguió desembarcar en el muelle, siendo el primero que tomó tierra. A las dos primeras lanchas que atracaron por esta parte siguió una tercera y a ésta otra, que era la ocupada por Nelson, Bowen, Freemanle y Josiah Nisbet hijastro de Nelson. Bowen y Freemanle saltaron al muelle y al ir a hacerlo el vicealmirante, que en su mano derecha blandía la espada, recuerdo de su tío Suckling, un casco de metralla le destrozó el antebrazo derecho a la altura del codo. Nelson yacía en el fondo del bote mientras su hijastro Josiah Nisbet, quien dando pruebas de una extraordinaria serenidad trataba de cortar la abundante hemorragia producida por la herida cosiendo las arterias, y con gran presencia de animo, colocó a Nelson  cuidadosamente en el fondo de la lancha; cubriéndole el brazo con el bicornio del contralmirante, para evitarle la impresión que el brote continuo de la sangre pudiera producirle en su animo, con tiras de su pañuelo se dedicó durante largo rato a ligar las venas del herido. El marinero Lowel desgarró su camisa y con ella improvisaron un vendaje, y de esta manera se salvó Nelson de una muerte segura gracias a los cuidados del cadete Nisbet. En reconocimiento de este echo, Nelson en el futuro no dejó de agradecerlo y reconocerlo recomendado a su hijastro en cuantas oportunidades se le presentaban, consiguiendo para éste él titulo de capitán, promoviéndolo el almirantazgo inglés al mando de un buque hospital cuando apenas había cumplido 17 años.

 

    Ante la gravedad de la herida sufrida por el jefe de la escuadra, deciden regresar al Theseus. Dadas las ordenes para el regreso a la flota, la lancha que conducía al contralmirante pasaba cerca de los despojos del cúter Fox, donde un grupo de heridos luchaba por mantenerse a flote entre enormes columnas de agua que levantaban al chocar con la misma la ingente cantidad de bombas que arrojaban los cañones de la línea de defensa, éste, a pesar de la gravedad de su herida, dio orden de desviarse de su recorrido y recoger en su bote a cuantos náufragos fue posible, gesto este que es propio sólo de grandes espíritus que generan a grandes jefes, los cuales aún en las situaciones más graves anteponen la seguridad de sus subordinados a la suya.

 

    Dejemos a Nelson rumbo a su navío el Theseus, y veamos como se van desarrollando los hechos en la plaza de Santa Cruz, los hombres que lograron desembarcar en el muelle después de clavar los cañones como hemos dicho, se parapetaron en la batería del martillo y en la caseta del resguardo, desde este resistían el fuego cruzado de las baterías de la plaza y del castillo de San Cristóbal que no daban un momento de respiro a los ingleses, pues se estableció una impenetrable cortina de hierro, fuego y metralla entre éstos y la ciudadela. Además, las milicias de Gúímar y Garachico, al frente de las cuales estaban el capitán de cazadores Don Luis Román, y el teniente Don Francisco Jorva, ayudados por el sargento Don Domingo Méndez, tuvieron un destacado protagonismo en el rechazo del invasor, manteniendo un fuego intenso y sostenido sobre los mismos. De la dureza del enfrentamiento nos da una idea el propio Nelson, quien al respecto escribió: «el fuego de fusilería  y metralla de la Ciudadela y de las casas en la entrada del muelle era tan fuerte y sostenido que no pudimos avanzar, y casi todos (los desembarcados) fueron muertos o heridos».

 

    Mientras tanto en el muelle, Thompson, Bowen y Freemanle, al frente de sus tropas se batían con la guarnición de la batería del muelle soportando un fuego granado que desde las baterías de San Cristóbal y Santo Domingo les dirigían causándoles un gran número de bajas. A pesar de la lluvia de metralla, al fin consiguen ocupar el lugar que había sido abandonado por los defensores de la batería del muelle, refugiándose los ingleses en una caseta del resguardo después de haber clavado los cañones. Pero una vez retirados los defensores, los fuertes intensificaron el fuego sobre los maltrechos ingleses, quienes atrapados en una ratonera  poco a poco fueron cayendo todos sobre el empedrado del muelle. A bordo del Theseus, el cirujano francés del navío ante la imposibilidad de reconstruir el brazo herido de Nelson, procedió a amputárselo, consultado el vicealmirante sobre el destino que debía darse al brazo, éste ordenó que fuese arrojado al mar junto al cuerpo de un marinero muerto en la acción. Así pues en el fondo de la bahía de Santa Cruz yace un brazo de uno de los más grandes marinos que ha dado la historia moderna.

 

    Un casco de metralla dio en el pecho de Bowen matándolo en el acto, Thomson y Freemanle resultaron heridos de consideración y Jonh Weterhead, teniente del Theseus; George Thorpe, teniente del Terpsícore; Williams Earnshaw, segundo teniente del Leandro; y John Baisham, teniente del Esmeralda, resultaron muertos. Geoge Douglas, teniente del Caballo Marino, y Lewis Waist, guardia marina del Celoso, fueron gravemente heridos. Con estos oficiales cayeron también gran número de soldados y marineros. De este modo, la lucha, que en el muelle en un principio llegó a ser favorable para los ingleses, se convirtió en un desastre para éstos.

 

    El grupo mandado por Troubridge, que como hemos dicho, desembarcó por la Caleta, se dirigió por la calle de este nombre hacía el castillo de San Cristóbal, con intención de atacarle de frente; pero se encontraron con que el rastrillo de la fortaleza estaba defendido por una partida de sesenta milicianos mandados por el capitán Benítez de Lugo, quienes se defendieron con nutrido fuego de fusilería obligando a las tropas británicas a retroceder, resultando heridos en la refriega el teniente Baby Robinson junto a varios soldados ingleses.

 

    Habiendo sido dispuesto por la plana mayor del general Gutiérrez, los puestos de defensa, distribuyó las fuerzas encargadas del ala derecha de la línea del frente de la siguiente manera: para cubrir el murallón de la caleta de la aduana y lugares vecinos a un grupo de rozadores de La Laguna, mandados por el marqués de Villanueva del Prado y el vizconde de Buen Paso, o sea un grupo de hombres armados de palos con una rozadera en un extremo destacados en primera línea de playa para hacer frente a unas tropas aguerridas, y veteranas,  el sector de la playa de las Carnicerías a la bandera de la Habana y Cuba; para la defensa del lugar del barranco de Santos hasta la ermita de San Telmo al batallón de Canarias.

 

    Mientras, la división de botes que bogaban al sur  del fuerte de San Cristóbal, tomaba tierra entre el barranco de Santos y el del cagalacehite (hoy calle de Imeldo Seris), al tiempo que el comodoro Troubridge y algunos oficiales lo efectuaban por la Caleta, al mismo píe de la fortaleza. La zona de las carnicerías guarnecidas por una partida de 60 hombres mandada por el teniente y comandante del batallón de la Habana, don Pedro Castilla, no hicieron frente a las tropas inglesas, retirándose al interior del pueblo por donde estuvieron desorientados hasta que coincidieron con el batallón, éste estaba reforzado con cañones “violentos”, que manejaban eficientemente los pilotos Don Nicolás Franco y Don José García, quienes causaron la mayor parte de las bajas a los invasores.

 

    Desembarcadas y agrupadas las fuerzas inglesas, éstas se dividieron en dos columnas; una marchó por la plaza de la Iglesia hacía el convento de Santo Domingo con tambor batiente, la otra se dirigió hacía el castillo de San Cristóbal, con clara intención de apoderarse del mismo, iniciado el contacto, fueron rechazados por el nutrido fuego de fusilería que desde el rastrillo efectuaban las tropas de milicia dirigidas por el capitán Don Esteban Benítez de Lugo, sufriendo los ingleses la pérdida de un oficial, ante la imposibilidad de tomar el fuerte, los ingleses optaron por internarse en el interior de la ciudad, dirigiéndose por la calle de la Caleta tomaron la de las tiendas (Cruz Verde), apostándose en la parte superior de la plaza del castillo (posteriormente de La Constitución o La Candelaria), guardando un profundo silencio a pesar que no alteró ni siquiera una Descarga ordenada por el capitán de cazadores de La Laguna Don Fernando del Hoyo ni la presencia de dos cañones  “violentos” que mandó a emplazar a su frente el Mayor de la plaza. En las inmediaciones, existía un almacén de víveres del que apoderaron los ingleses no sin alguna resistencia simbolica por parte de los encargados del mismo, los regidores Don Patricio Power y Don Juan Casalón, quienes resultaron ligeramente heridos. Tomado el almacén obligaron bajo palabra de honor, a Don Luis Fonpertuis y a Don Patricio Power, a que acompañaran hasta el castillo principal a un sargento parlamentario, portador de un ultimátum dirigido al general Gutiérrez intimándole a rendir la plaza en el término de dos minutos, de lo contrario incendiarían el pueblo, la repuesta del general fue ordenar retener al sargento. 

 

    Desde San Telmo al castillo de San Juan –el tramo de costa que comprende  el barrio del Cabo, barrio de los Llanos, Regla y castillo de San Juan o castillo Negro– la defensa estuvo a cargo de tropas pertenecientes al regimiento de La Laguna , y desde el castillo de San Juan hasta puerto Caballos a los componentes de la dotación de la fragata La Mutine , no es comprensible que una tropa veterana y aguerrida como la de los franceses, fuese destinada a un puesto tan alejado del previsible centro de la acción, dando la impresión de que se pretendía apartarles de los lugares donde pudiesen adquirir protagonismo.

 

    El frente de la izquierda o norte, estaba cubierto por las milicias de los regimientos de Güímar, La Orotava y Garachico, estacionadas en el muelle y en la playa próxima, los granaderos provinciales y los rozadores y paisanos armados. La defensa de las cercanías del muelle estuvo a cargo de un grupo de pilotos y contramaestres residentes en Santa Cruz, y días antes de la acción habían recibido instrucción específica en el manejo de los cañones “violentos”, mandaban este grupo Don Juan Herrera y Don José Figueroa.

 

    Además dispuso la comandancia, aumentar los efectivos del castillo de San Cristóbal –lugar de su puesto de mando– en 35 rozadores para aumentar la defensa en el rastrillo, ante el posible intento de asalto del mismo por tierra. (Como efectivamente se llevó a cabo por parte de los ingleses)

 

    Entre el tronar de los cañones, las lanchas que habían sorteado el intenso fuego de las baterías se fueron acercando al muelle, las dos primeras en llegar fueron las dirigidas por el capitán  Thomson, que fue el primero en saltar al muelle seguido de sus hombres quienes a cuerpo descubierto soportaban un infernal fuego graneado le les dirigían los milicianos desde la marina y las casas próximas cayendo muertos o heridos gran número de los asaltantes, siendo de lo más efectivo los dos cañones “violentos” manejados por los pilotos desde las proximidades del “boquete”. (Puerta del muelle) Desembarcadas las gentes de las  otras  lanchas, proceden a clavar los cañones de la batería del muelle o del martillo, la cual había sido abandonada por sus servidores, al mando de los cuales estaba el teniente del Real Cuerpo de artillería don Joaquín Ruiz. Mientras se desarrollaban estos hechos seguía la incesante acción de las baterías y castillos de la plaza sobre las lanchas, algunas de ellas consiguieron varar en la playa frente a la Alameda, el cúter Fox por sus mayores dimensiones era el blanco preferido de las baterías recibiendo un buen número de impactos hasta que alcanzado de lleno en la línea de flotación, fue echado a pique con los 380 hombres que transportaba como hemos dicho, además de los pertrechos de guerra

 

    La lista de muertos y heridos ingleses en esta acción, sería muy extensa, por ello nos limitaremos a dar la de los más significados: el capitán del Tersichore Richard Bowen,  alcanzado por un trozo de metralla  en el pecho falleció instantáneamente. Los capitanes Thompson  y Freemantle resultaron heridos en la acción éste último en el brazo derecho como su amigo y jefe Nelson: Jonh Weterhead; teniente del Theseus; George Thorpe, primer teniente del Tersipchore, y John Baisham, teniente de la fragata Esmerald,  William Earnshaw, segundo teniente del Leander, resultaron muertos, mientras, George  Douglas, teniente del Seahorse, y Lewis Waits, guardia marina del Zeaolus, caían mal heridos en tierra.

 

    El comandante de las tropas inglesas Troubridge, con su bote y dos más que le acompañaban sorteando el intenso fuego que desde tierra se le hacía logró tomar tierra en la playa de la Caleta

 

    El teniente Robinson fue recogido por don Bernardo Cólogan Fallón, quien según algún autor, le prestó ayuda en su grave situación, usando su propia camisa como vendajes. El señor Cólogan quien años más tarde escribiría una pormenorizada relación de los hechos, había tenido algunas diferencias con el comandante general de la plaza como veremos en otro lugar.

 

    En la penetración de Troubridge, hacía la plaza se le unió Waller con su columna, que, como sabemos, había desembarcado a la altura del barranquillo del Aceite o Cagalacehite. Unidas ambas columnas, llegaron a la calle de las Tiendas (hoy de Cruz Verde), que siguieron hasta desembocar en la Plaza principal (Plaza de la Candelaria) por su parte alta, donde permanecieron inactivos y en silencio sin contestar al fuego que les hacían los cazadores provinciales desde sus posiciones. Este momento de tensa calma, es denominado por Rumeo de Armas como “la hora del silencio”, pero nosotros preferimos reseñarla como “la hora del desconcierto” pues siendo momentos de incertidumbre para ambos contendientes, el desconcierto fue bastante más acusado para los defensores optando algunos oficiales por abandonar la plaza huyendo hacía La Laguna, y haciendo correr el rumor de que el general había muerto y dando por perdida la batalla.

 

    Por su parte, Hood y Miller, con sus columnas, que como se recordará habían desembarcado por las la playa de las carnicerías y el barranco de Santos (barranco de Araguy), y constituían la partida más numerosa de las tropas británicas que consiguieron tomar tierra, obligaron a retirarse a los sesenta soldados de la bandera de Cuba y La Habana , que al mando del teniente Castilla tenían encomendada la defensa de la playa. Éstos en su repliegue consiguieron unirse al batallón de infantería de Canarias, que estaba destacado en la plaza de San Telmo, uniéndoseles posteriormente la partida de marineros y pilotos que se hallaban frente al hospital de los desamparados. (antiguo hospital civil, y hoy sede del museo arqueológico del Cabildo de Tenerife) Una vez reagrupadas estas fuerzas a las que se unieron algunos de los cuarenta rozadores de La Laguna, los cuales habían sido armados por el Cabildo con rozaderas, estas bisoñas tropas tenían encomendada la defensa de la playa de las carnicerías pero se vieron desbordadas por la superioridad numérica y armamentística del enemigo, ordenando sus jefes Don Alonso de Nava Benítez de Lugo, Marqués de Villanueva del Prado y don Juan Primo de la Guerra, Vizconde de Buen Paso, la retirada, mientras el vizconde lo hacía sobre San Cristóbal, pasando más adelante a colaborar en las operaciones del muelle, el marqués de Villanueva del Prado lo hizo hacía el barranco de Santos por el lugar donde -casualmente- se iniciaba el camino a La Laguna, cayendo inesperadamente en una zona donde se iban a desarrollar las más violentas operaciones del sector. Reunidas las dispersas tropas defensoras en las inmediaciones de la calle de la carnicería, juntas iniciaron una ofensiva contra el enemigo, atacando con denuedo causándole varias bajas y  haciéndoles treinta prisioneros, obligándoles finalmente a replegarse por las calles de la Noria y Santo Domingo, hasta la plaza de este nombre (este espacio está ocupado actualmente por el teatro Guimera y “La Recova,”) donde asaltaron y ocuparon el convento de Dominicos que allí existía.

 

    En la plana mayor ubicada en el castillo de San Cristóbal reinaba un total desconcierto, como consecuencia de la falta de noticias sobre el desarrollo de las operaciones que se venían efectuando tanto a la derecha como a la izquierda de la línea, pues la presencia de Troubridge en la plaza principal y la de Samuel Hood en las inmediaciones del barranco de Santos había cortado las comunicaciones con la fortaleza.

  

    El desasosiego creado en la plana mayor por la falta de comunicados de la línea defensiva, lo hizo cesar el teniente Don Vicente Siera -uno de los pocos militares españoles de la guarnición que supieron estar a la altura de las circunstancias-. destinado éste a las ordenes del comandante general, en la madrugad del 25 de Julio salió de San Cristóbal después del ataque al muelle, para comunicar a las partidas del batallón de La Habana y Cuba, al batallón de Canarias y a las milicias de La Laguna que se reuniesen en la plaza  principal cuando considerasen que ya no era necesaria su presencia en los puntos que ocupaban (¿?). No entendemos que este tipo de órdenes pueda cursarse en plena refriega, a las tropas que estaban en la defensa de los puntos álgidos por donde estaba desembarcando el enemigo, a no ser que el comandante general  y su estado mayor, dando por perdida la plaza, quisiesen concentrar las tropas que quedasen, frente al rastrillo del castillo, para una mejor defensa de éste y sobre todo de sus ocupantes.

 

    Según algunos historiadores, en cumplimiento de la orden anteriormente reseñada Siera, se halló en lo más vivo de la acción de las carnicerías, en el ataque a Hood dado por el batallón de Canarias, en el cual, con el “auxilio” de once hombres de dicho batallón, hizo (¿el sólo?) al enemigo cuatro prisioneros, y como luego les persiguió en su retirada, aún le capturó un hombre más. Con los cinco prisioneros se presentó en el rastrillo del cuartel general, y dejado a los cinco británicos al cuidado de los defensores, pasó a inspeccionar el muelle encontrándolo abandonado y con la artillería clavada. Cuando Siera llegó a San Cristóbal, dio cuenta a la plana mayor presidida por el general Gutiérrez de sus gestiones, y como les hizo presente que el batallón de Cazadores estaba intacto, lo mismo que el Regimiento de Milicias, y todas las baterías en perfecto estado, a excepción de la del muelle, se calmó la “intranquilidad” que en el mando había producido la falta de noticias. Aunque no queda claro como pudo afirmar que todas las baterías estaban en perfecto estado, si la inspección que se le supone que hizo fue en la zona comprendida entre el muelle y el barrio del Cabo.

 

    El comandante general Gutiérrez, deseando juzgar por sí mismo el estado de las cosas, decidió hacer una salida al muelle con ánimo de inspeccionar la artillería que había sido abandonada por el jefe de la misma Don Francisco Dugy, sabiendo que estaba desierto según le había informado Siera. La presencia de tantos cuerpos ingleses mutilados y destrozados por la metralla de los cañones y fusilería, y la alfombra de sangre que cubría el empedrado suelo debió afectar en sobremanera la sensibilidad del teniente general. La  visión debió causarle una fuerte impresión, y como consecuencia de la misma sufrió un  desvaído” teniendo que ser asistido por dos de sus oficiales para, apoyado en los hombros de éstos, regresar a la seguridad del fuerte.

 

    Mientras se desarrollaban estos hechos en las proximidades del muelle, el capitán Troubridge, desistió de asaltar el castillo de San Cristóbal tras haber perdido las escalas y demás instrumentos de asalto, en el desastre sufrido por las lanchas. Ante la imposibilidad de que las tropas de Hood y Miller se concentrasen con las suyas en la plaza tal como estaba previsto, decidió reunirse con éstos en el convento de Santo Domingo

 

    Al amanecer, el batallón de infantería de Canarias, cumpliendo las órdenes recibidas, llegaba a la plaza principal y se establecía en la explanada del muelle y del fuerte de San Cristóbal. Esta maniobra denota un desmesurado interés por parte de la plana mayor en rodear al fuerte de un importante cinturón de tropas, además de las que ya estaban de guarnición, con el pretexto de que era en previsión de un nuevo de desembarco de los ingleses  por el muelle. El regimiento de milicias de La Laguna, siguiendo las instrucciones del mando se dirigió al mismo sitio que el batallón de Canarias, con lo que quedó desguarnecida la línea sur de la plaza. Formaron dos columnas: una, que marchó directamente, y la otra que lo hizo por la parte superior de la población para cortar una supuesta retirada del enemigo y poder tenerlo entre dos fuegos.

 

    Cuando estas fuerzas entraban en la plazuela de Santo Domingo, recibió una descarga de las tropas inglesas que causó varias bajas, entre ellas la del teniente coronel Don Juan Bautista de Ayala que resultó muerto en el acto, haciendo los británicos varios prisioneros entre los milicianos.

 

    Las milicias canarias reaccionaron de inmediato, y cargando contra los ingleses les obligaron a replegarse dentro del convento, desde cuyas ventanas continuaron haciendo fuego; deseando Troubridge conseguir la rendición de la plaza a pesar de su difícil situación, decidió hacer un último intento de intimidación. Con tal propósito se desplaza  al castillo de San Cristóbal el capitán Miller acompañado de Hood y algunos soldados  enarbolando bandera blanca. Una vez en presencia de la plana mayor en la fortaleza, Hood solicitó la entrega inmediata de la plaza amenazando con incendiarla en caso contrario, el general Gutiérrez, por entonces ya bien informado de la situación real de ambas fuerzas respondió al emisario que, «aún tenía pólvora, balas, y gentes para proseguir la lucha,» sin que en esta ocasión retuviese en el fuerte a los emisarios como había hecho anteriormente con el sargento.

 

    Como consecuencia de la respuesta del general se reanuda las hostilidades con un fuego más vivo que antes, viéndose los ingleses rodeados por las milicias Canarias, y previendo ser asaltados, comenzaron a economizar las municiones de por sí ya bastante escasas, estando en esta cuita, el vigía que tenían apostado en la torre del convento lanzó un ¡hurra! Que alentó a los británicos. Troubridge subió a la torre-mirador para informarse de lo que ocurría, y sus ojos de marino habituados e escrudiñar en el mar, pronto divisaron hasta quince lanchas repletas de hombres que, separándose de la escuadra, se dirigían a tierra a todo bogar.

 

    Nelson previendo que la gente desembarcada precisaba refuerzos, dispuso el envío de  una división formada por tropas de desembarco y marineros. Los vigías de los fuertes también divisaron la flotilla de lanchas enemigas, e inmediatamente todas las baterías enfilaron sus cañones por el raso de sus metales contra ella.

 

    Los cañones de la batería del muelle, que habían sido desclavados por el teniente Don Francisco Grandi -según una versión, otra dice que fueron los franceses- destacaron por su precisión. Este artillero auxiliado por el condestable Don Manuel Troncos, en pocos minutos consiguen echar a pique dos de las lanchas de los asaltantes; el castillo de San Cristóbal hizo zozobrar a otra, como el fuego de la artillería sobre las lanchas era intenso y continuado, éstas se vieron obligadas a retornar al abrigo de la escuadra.

 

    Al tener conocimiento el jefe de los invasores Toubridge, del fallido intento por parte de la flota de aportar los tan necesarios refuerzos en tropas y suministros, y  al no poder mantener las posiciones con una tropa cansada más que por los enfrentamientos con el enemigo, por los avatares sufridos en el desembarco, decidió replantearse la situación llegando a la conclusión de que debía parlamentar de nuevo con el comandante general

 

    Por tercera vez remite al fuerte de San Cristóbal una embajada formada por el superior Fray Carlos de Lugo y el maestro Juan de Iriarte, ambos del convento de la Consolación, estos religiosos acompañados por un oficial inglés, posiblemente el capitán Samuel Hood, quien impuesto por su jefe de las condiciones que debía ofertar a la plana mayor de la plaza, se presentó en el castillo insistiendo en las anteriores pretensiones de la entrega del navío de filipinas y de las arcas reales existentes en el puerto y en la capital, (La Laguna) con lo cual darían los ingleses por finalizada la contienda, de lo contrario no responderían de las consecuencias. Escuchada la propuesta por la plana mayor, el general Gutiérrez dio la misma repuesta que la vez anterior, con lo cual el oficial inglés se volvió a Santo Domingo, sin los dos frailes, pues éstos a pesar de que habían ofrecido voluntariamente como mediadores, prefirieron quedarse al resguardo del castillo antes que regresar con la comunidad de la que eran responsables

 

    Cuando el parlamentario llegó al convento, la lucha se reanudó pero ya con menor resistencia por parte de los ingleses, pues había aumentado el número de los milicianos con algunas partidas que habían estado “perdidas” hasta entonces, en este enfrentamiento cayó muerto de un balazo en el pecho el subteniente Don Rafael Hernández Bignoni

 

    La situación se hacía por momento insostenible para las fuerzas británicas  lo que motivó en el ánimo de los invasores el negociar una capitulación honrosa, a este fin se comisionó a Samuel Hood para que gestionara la misma ante la plana mayor. Convenidos los términos en que Hood debía exponer las bases para el armisticio, éste desplegó bandera blanca y, acompañado de unos milicianos que le cedió el teniente coronel Guinther, marchó al cuartel general de la plaza, en su recorrido al castillo de San Cristóbal, se encontró (casualmente) con el teniente de rey, con el mayor de la plaza y con el coronel Creag. “Enterados” éstos de la misión de Hood le vendaron los ojos, y todos juntos, a tambor batiente entraron por el rastrillo en el castillo principal.

 

    Reunida la plana mayor y el capitán, trataron durante largo tiempo sobre las condiciones deseadas para poner fin a la beligerancia. Hood intentó por última vez imponer la tesis de la rendición de la plaza, pero con menos arrogancia que en las ocasiones anteriores. Después de una seria y prolongada discusión, ambas partes llegaron a un acuerdo para el cese de las hostilidades plasmado en el acuerdo siguiente: “Santa Cruz, 25 de Julio de 1797. Las tropas de S.M. Británica serán embarcadas con todas sus armas y llevarán sus botes, si se han salvado, franqueándoles los demás necesarios; en esta consideración se obligan por su parte a no molestar el pueblo los navíos de la escuadra británica que están delante de él ni a ninguna de las Islas Canarias, y los prisioneros se devolverán de ambas partes. Dado bajo mi firma y sobre mi palabra de honor. Samuel Hood. Ratificado  por T. Troubridge, comandante de las tropas británicas. Don Antonio Gutiérrez, comandante general de las Islas Canarias

 

    Con tan satisfactorio arreglo se dio por concluido el conflicto, saliendo las tropas inglesas del convento de Santo Domingo con armas y bagajes en número de seiscientos setenta y cinco hombres. La columna entró en la plaza principal correctamente formada con banderas desplegadas y tambor batiente. A ambos lados de la plaza, las tropas Canarias debidamente formadas, presentaban armas a la columna inglesa que se retiraba hacía el muelle para su reembarque, dándose así por terminadas las hostilidades.

 

    Las secuelas dejadas en los actores Canarios del drama fueron de lo más variopinta, desde el mismo momento en que éste concluyó y hasta algunos meses después, hizo aflorar en la sociedad de Tenerife todas las miserias humanas de que estaba revestida y, algún que otro acto de grandeza.

 

    Una de las cuestiones que más polémica que suscitó giró en torno a la controvertida actuación del general Gutiérrez durante el conflicto, y la de algunos de sus subordinados. Los historiadores que se han ocupado del tema, no se han puesto de acuerdo sobre la actitud mostrada ante el enemigo por estos personajes durante los combates, algunos de los autores mantienen una postura empecinada en mostrarnos a un general súper héroe salvador de la patria Canaria (de una segunda invasión, en este caso inglesa), y de noble y alto pedigrí castellano, para otros, fue una persona de buen talante, aunque irresoluta, incapaz e incluso cobarde ante el enemigo. Quien fuera su jefe en la toma de las Malvinas don Juan Ignacio de Madariaga nos da la siguiente semblanza de don Antonio Gutiérrez: “Es hombre temible porque aparenta bondad, ingenuidad y hombría de bien, y en la trastienda es todo lo contrario”.

 

    Nosotros no entramos en esta polémica, nos limitaremos a exponer los planteamientos de los diferentes autores, y que sea el lector quien saque sus propias conclusiones.

     

    Don José Díaz-llano Guigou, en un artículo, en otra parte mencionado, nos relata la visión personal de un testigo de los hechos acaecidos en Santa Cruz, durante el asalto a la plaza. La información que nos aporta este autor, está extraída de una carta autógrafa que el ciudadano Santacrucero Don Pedro Forstall, remite a un primo suyo residente en la isla de Gran Canaria. Este documento, inédito hasta su publicación por Sr. Días-llano en un periódico local, nos ofrece una serie de datos del máximo interés sobre algunos de personajes que participaron en la llamada gesta del 25 de Julio.

 

    Lamentamos profundamente el que el autor omita deliberadamente los nombres de algunas personas que, según se desprende del contexto, no tuvieron una actuación muy honrosa durante el asalto a la ciudad. Aunque respetamos los motivos que hayan inducido al Sr. Díaz-llano -al que estimamos y respetamos profundamente- a silenciar los nombres de éstos sujetos, deploramos el que nos haya proporcionado un documento de alguna manera “mutilado” restándole así parte de la importancia histórica que indudablemente tiene.

 

    Para una mejor inteligencia del lector entresacamos algunos párrafos de la trascripción que de dicho documento nos ofrece el autor: “...La carta está datada en “Santa Cruz, Agosto. 23 de 1797” , apareciendo en el margen derecho y con distinta caligrafía- que suponemos será la del receptor- “Repcibida 13 septiembre 97” , comenzando de esta manera:

 

    “Querido primo: Con las de vuestra merced de 4 y 18 del corriente me entregó Domingo Marrero los cinco reales de plata de las tixeras”.

 

    Continua comentándole temas propios de sus negocios y ocupaciones, pasando luego a decirle: “Veo las dudas que a vuestra merced le ocurren sobre lo acaecido en la función con los ingleses, y aunque en parte se habrán aclarado con las varias relaciones que posteriormente se habrán remitido a esa Ysla, diré lo que e podido comprender por informes de sujetos de verdad y de toda formalidad porque no de todos se puede fíar, y muchos o por no entenderlo exageran las cosas o lo hacen para alabarse de lo que no han executado. Espero que lo que escribo quedará reservado”.

 

    “...La noche del 24 al 25, habría en la plaza, según me ha dicho el sargento mayor (suponemos que se refiere al teniente-coronel Don Marcelino Prat, que ocupaba por aquel entonces dicho cargo. N. de A.) que llevó el detalle de 1600 a 1800 hombres entre el batallón, milicias y rozaderas; los vecinos que no estaban empleados en la artillería eran pocos y desarmados, empleados los unos en cuidar de la provisión para la tropa que repartían por cuenta, y otros en rondar el pueblo...”

 

    Seguidamente describe cómo estaban distribuidos los hombres de la defensa y número de ellos en los diferentes lugares donde estaban apostados, para luego añadir de qué manera realizaron las tropas inglesas el desembarco, descripción de bastante interés, por diferir en parte de las versiones oficiales que son las que se conocen: “La idea era, en los ingleses, acometer por los dos lados del castillo principal y escalarlo, al paso que otra partida se debía dirigir a la plaza de la Pila, y tomar la casa del general que cryan en ella: al muelle no abordaron las lanchas que venían a él a excepción de una sóla, pues aunque esta circunstancia se niega, la percibió claramente Patricio Forstall que vió todo del balcón de mi casa, y otras cuatros vinieron a la playa entre San Pedro y el castillo porque el fuego del primero no las dexo parar en las escaleras: una lancha se metió por la caleta y boquete de la Aduana, cuya tripulación fue la única que se dirigió al rastrillo de donde la alejo el fuego vivísimo que hizo Lugo en la puerta y aspilleras del muro bajo que hay en donde antes estaba la estacada; las demás lanchas fueron unas al barranco de Santo Domingo, y otras más debajo de la Iglesia” Relata la huida de las tropas del muelle: añadiendo: “.todos fusileros y rozaderas huyeron quedando abandonado. Lara que mandaba estas últimas cuando le hirieron...”. Habla del fuego cruzado de un cañón apostado en San Pedro y de otro de la esquina del castillo, añadiendo: “...También ayudó mucho un cañón en el flanco del castillo que barría toda la entrada del muelle y playa hasta San Pedro, y cuya tronera se abrió por insinuación de don Francisco Grandi (aquí hay una contradicción con lo que escribe el propio gobernador del castillo: “...D. Josef Monteverde había mandado colocar aquella misma noche en una nueva tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección a la inmediata playa...”, artillero provincial, que dirigió el fuego con mucha víveza y acierto. Se da por disculpa del retiro de las tropas del muelle que los cañonazos de metralla de San Pedro cayan sobre nuestra gente, y que el oficial que mandaba la artillería en su cabeza, cuando vio subir la gente de la lancha, que atracó en las escaleras, salió gritando que los ingleses eran dueños de los cañones, lo que hizo temer los volvieran contra la entrada...Los oficiales de estas milicias (que yo vi salir huyendo) fueron los que derramaron por el pueblo la voz de la muerte del general, toma del castillo, ecétera...”

 

    Sigue exponiendo la lucha sostenida cuando el desembarco inglés por el barranco de la iglesia y el de las otras lanchas por el barranco de Santo Domingo...hasta que:

 

    “En la madrugada, cuando se divulgó la voz de estar los enemigos acorralados en Santo Domingo, sin municiones y pidiendo capitulación se presentaron muchos, y cuentan ahora hazañas, pero no engañan porque todos saben en donde estuvieron y cuando vinieron. El xefe y Compañías de La Cuesta se presentaron cuando las tropas nuestras estában formadas en la Plaza de la Pila para que desfilasen los ingleses

 

    Relata los nombres de algunos oficiales fugitivos, que aquí y ahora vamos a omitir copiando lo que dice ese párrafo:

 

    “Aunque los fugitivos no tienen disculpa porque dieron exemplo a sus soldados de huir sin esperar el peligro, no por eso se debe vituperar (a) los naturales, Román Lara y Jorva los son, lo era el Teniente Coronel Castro; los artilleros oficiales y soldados los más son de aquí y Grandi, que no es estrangero fue el que hizo algo de provecho con Eduardo en el castillo principal”.

 

    Y finalmente entramos en el último párrafo aparte, que antecede al que despide la carta, que es precisamente en el que el señor Forstall vierte su opinión  sobre el comportamiento del general Gutiérrez en la noche del 24 al 25 de Julio de 1797: “Lo cierto es que, a juicio inteligente, todo lo debemos a la artillería, lo demás vino por sus pasos contados por que la tropa enemiga estaba atolondrada,  sin municiones y sin recursos.

 

    Aún así crea vuestra merced lo que dixe en mi anterior, hubo un mal momento a la primera intimación, y aún a la segunda, y sólo debimos nuestra conservación a dos oficiales de entereza que son Marqueli, y Siera, Teniente de la partida de Cuba, especialmente a este último que llegando de fuera con prisioneros habló al general con vigor (y aún con expresiones soldadescas) y le impuso del estado verdadero de las cosas.

 

    Ahora se dice todo lo contrario por los que entonces se inclinaban a rendirse, pero tiene cuenta hacerlo así. En el general más bien se notaba, porque en aquélla noche dio bastantes pruebas de intrepidez, aún en términos reprensibles para un xefe.

 

    Como se puede apreciar, el documento aportado por el señor Díaz-llano, viene a esclarecer una serie de incógnitas sobre el comportamiento observado durante los sucesos acaecidos en la madrugada del 24 al 25 de Julio, por algunos individuos que, tanto los cronistas oficiales como los oficialistas, se empeñan en presentarnos como salvadores de la Patria. En el transcurso de éstas páginas se irán  analizando (en lo viable) el proceder que  determinadas personas  tuvieron ante situaciones críticas durante el ataque.

 

    Uno de los personajes más cuestionado, fue el teniente de rey, coronel Don Manuel de Salcedo, a quien se le atribuía  haberse encerrado en los sótanos del castillo durante la contienda. (Ver anexo documental, doc. Nº 1)

 

    En la propuesta que Gutiérrez eleva al ministro de la guerra en solicitud de recompensas, con fecha 3 de Agosto de 1797, inicia la lista solicitando para el teniente de rey Salcedo, el grado de Brigadier y el mismo grado solicita para Don Luis Marquelli, ingeniero en jefe y para el comandante del real cuerpo de artillería Don Marcelo Estranio.

 

    En escrito de fecha 8 de Octubre, el ministro de la guerra Álvarez, responde al general y le manifiesta que «... No conviene acceder a una casi general promoción como la que V.E. propone, y deseando S.M. abolir en parte el inconsiderado exceso con que hasta ahora se han propuesto para graduaciones del exercito de que ha resultado el grave perjuicio que se toca prácticamente que fuera los casos prevenidos en los artículos 17 18 del tra.º 2.º tit.º 17 de la ordenanza, e ínterin no se justifique con arreglo a ellos el merito señalado, es más conveniente aún a los mismos  interesados  darles una pensión en lugar de un grado».

 

    En este mismo escrito el rey concede al coronel Creag una pensión anual de tres mil reales de vellón, sobre la encomienda del Esparragal en la Orden militar de Alcántara, vacante por la muerte del Marqués de Casa Cagigal –de triste memoria en Canarias– y al teniente Siera se le conceden 2.500. en cuanto a los demás propuestos para recompensa el ministro indica que,  «reservándose su S.M. providenciar acerca de los demás en lo sucesivo, instruido que sea de los que hayan hecho algun mérito particular y distinguido...»

 

    Como se desprende de la repuesta del ministro de la guerra, los méritos de algunos de los militares propuestos para recompensas no estaban suficientemente justificados, y en todo caso, la propuesta de ascenso para el coronel Salcedo, no fue considerada.

 

    Por otra parte, la única salida del fuerte realizada por el coronel Salcedo, y que está documentada, fue la realizada en compañía del mayor de la plaza y del coronel Creag, para recibir en el barranquillo del Aceite al capitán inglés Samuel Hood, cuando se dirigía a la fortaleza para pactar el armisticio. Es encomiable el esfuerzo desarrollado por el historiador don Antonio Romeu, en su empeño por presentarnos al teniente de rey  Salcedo en las acciones de las Carnicerías y barranco de Santos, (donde además le atribuye la captura de prisioneros), e incluso en los preparativos de asalto al convento de Santo Domingo, información obtenida de las cartas  que, en su descargo, éste remite al ministro de la guerra Sr. Álvares, cartas que fueron escritas tiempo después de que sucedieran los hechos, y que por otra parte, se limitan a dos, que pudo recabar de sus amigos y compañeros sin que, para este fin, obtuviera otras del resto de los jefes y oficiales de la guarnición. Es significativo el hecho de que, el coronel Salcedo no recabara el informe sobre su conducta durante los enfrentamientos con los ingleses, a su jefe inmediato el general Gutiérrez, a pesar de que éste le había propuesto para un ascenso en la relación remitida al ministro de la guerra en solicitud de recompensas.

 

Continúa en la siguiente entrega.

 

 

    Noviembre de 2011

 

Anteriores:  

Miscelenaea de Historia de Canarias (XVII) III  

Miscelenaea de Historia de Canarias (XVII) - II

Miscelenaea de Historia de Canarias (XVII) - I

Miscelenaea de Historia de Canarias (XVI)

Miscelenaea de Historia de Canarias (XV)

Miscelenaea de Historia de Canarias (XIV)

Miscelenaea de Historia de Canarias (XIII)

Miscelenaea de Historia de Canarias (XII)

Miscelenaea de Historia de Canarias (XI)

Miscelenaea de Historia de Canarias (X)

Miscelenaea de Historia de Canarias (IX)

Miscelenaea de Historia de Canarias (VIII)

Miscelenaea de Historia de Canarias (VII)

Miscelenaea de Historia de Canarias (VI)

Miscelenaea de Historia de Canarias (V)

Miscelenaea de Historia de Canarias (IV)

Miscelenaea de Historia de Canarias (III)

Miscelenaea de Historia de Canarias (II)

Miscelenaea de Historia de Canarias (I)

 

 ---» Continuará