NOTAS
AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (IX)
Eduardo
Pedro García Rodríguez
EL ATAQUE A LA PLAZA DE SANTA CRUZ DE
TENERIFE
El bote del vicealmirante iba
ocupado por éste y por los
capitanes Bowen, Freemanle y el
cadete Nisbet, éste último hijastro de Nelson.
Las órdenes dadas por el
jefe de la flota señalaban como objetivo para todas las lanchas el muelle de
Santa Cruz, el cúter y la balandra debían hacer el desembarco en la playa
inmediata. Estaba previsto que, una vez en tierra todas las fuerzas británicas
debían reunirse en la plaza de la Pila (hoy de La Candelaria) y formar en orden
de batalla hasta conocer la reacción del enemigo.
A las dos y quince horas A.M. del día 25, la fragata Reina
María Luisa fondeada en la bahía y la más próxima a la flota inglesa da
la primera señal de alarma siendo secundada por el resto de los buques surtos
en el puerto, abriendo fuego acto seguido los fuertes de Paso Alto el de San
Cristóbal y las baterías de la línea defensiva.
En medio de un intenso cañoneo por parte de los fuertes, las lanchas
bogaban sin descanso hacía su objetivo, pero la fuerte resaca rompió la
formación y les hizo derivar al medio día. Sólo cuatro o cinco botes de la
división mandada por el vicealmirante, y uno en que iba el capitán Thompson,
pudieron llegar al muelle, Troubridge con alguna de su gente pudo desembarcar en
la caleta; Waller, con dos o tres lanchas lo hizo por el barranquillo del aceite
o cagalacehite (hoy calle de Imeldo Seris), y Hood y Miller, con el resto de los
botes que lograron sortear el intenso de fuego de las baterías, tomaron tierra
por la playa de las carnicerías y el barranco de Santos (barranco de Añaza).
La suerte que corrieron las diferentes partidas fue diversa: La mandada por el
capitán Thomson, muy mermada, consiguió desembarcar en el muelle, siendo el
primero que tomó tierra. A las dos primeras lanchas que atracaron por esta
parte siguió una tercera y a ésta otra, que era la ocupada por Nelson, Bowen,
Freemanle y Josiah Nisbet hijastro de Nelson. Bowen y Freemanle saltaron al
muelle y al ir a hacerlo el vicealmirante, que en su mano derecha blandía la
espada, recuerdo de su tío Suckling, un casco de metralla le destrozó el
antebrazo derecho a la altura del codo. Nelson yacía en el fondo del bote
mientras su hijastro Josiah Nisbet, quien dando pruebas de una extraordinaria
serenidad trataba de cortar la abundante hemorragia producida por la herida
cosiendo las arterias, y con gran presencia de animo, colocó a Nelson
cuidadosamente en el fondo de la lancha; cubriéndole el brazo con el
bicornio del contralmirante, para evitarle la impresión que el brote continuo
de la sangre pudiera producirle en su animo, con tiras de su pañuelo se dedicó
durante largo rato a ligar las venas del herido. El marinero Lowel desgarró su
camisa y con ella improvisaron un vendaje, y de esta manera se salvó Nelson de
una muerte segura gracias a los cuidados del cadete Nisbet. En reconocimiento de
este echo, Nelson en el futuro no dejó de agradecerlo y reconocerlo recomendado
a su hijastro en cuantas oportunidades se le presentaban, consiguiendo para éste
él titulo de capitán, promoviéndolo el almirantazgo inglés al mando de un
buque hospital cuando apenas había cumplido 17 años.
Ante la gravedad de la herida sufrida por el jefe de la escuadra, deciden
regresar al Theseus. Dadas las ordenes para el regreso a la flota, la
lancha que conducía al contralmirante pasaba cerca de los despojos del cúter Fox,
donde un grupo de heridos luchaba por mantenerse a flote entre enormes columnas
de agua que levantaban al chocar con la misma la ingente cantidad de bombas que
arrojaban los cañones de la línea de defensa, éste, a pesar de la gravedad de
su herida, dio orden de desviarse de su recorrido y recoger en su bote a cuantos
náufragos fue posible, gesto este que es propio sólo de grandes espíritus que
generan a grandes jefes, los cuales aún en las situaciones más graves
anteponen la seguridad de sus subordinados a la suya.
Dejemos a Nelson rumbo a su navío el Theseus,
y veamos como se van desarrollando los hechos en la plaza de Santa Cruz, los
hombres que lograron desembarcar en el muelle después de clavar los cañones
como hemos dicho, se parapetaron en la batería del martillo y en la caseta del
resguardo, desde este resistían el fuego cruzado de las baterías de la plaza y
del castillo de San Cristóbal que no daban un momento de respiro a los
ingleses, pues se estableció una impenetrable cortina de hierro, fuego y
metralla entre éstos y la ciudadela. Además, las milicias de Gúímar y
Garachico, al frente de las cuales estaban el capitán de cazadores Don Luis Román,
y el teniente Don Francisco Jorva, ayudados por el sargento Don Domingo Méndez,
tuvieron un destacado protagonismo en el rechazo del invasor, manteniendo un
fuego intenso y sostenido sobre los mismos. De la dureza del enfrentamiento nos
da una idea el propio Nelson, quien al respecto escribió: «el fuego de
fusilería y metralla de la
Ciudadela y de las casas en la entrada del muelle era tan fuerte y sostenido que
no pudimos avanzar, y casi todos (los desembarcados) fueron muertos o heridos».
Mientras tanto en el muelle, Thompson, Bowen y Freemanle, al frente de
sus tropas se batían con la guarnición de la batería del muelle soportando un
fuego granado que desde las baterías de San Cristóbal y Santo Domingo les
dirigían causándoles un gran número de bajas. A pesar de la lluvia de
metralla, al fin consiguen ocupar el lugar que había sido abandonado por los
defensores de la batería del muelle, refugiándose los ingleses en una caseta
del resguardo después de haber clavado los cañones. Pero una vez retirados los
defensores, los fuertes intensificaron el fuego sobre los maltrechos ingleses,
quienes atrapados en una ratonera poco
a poco fueron cayendo todos sobre el empedrado del muelle. A bordo del Theseus,
el cirujano francés del navío ante la imposibilidad de reconstruir el
brazo herido de Nelson, procedió a amputárselo, consultado el vicealmirante
sobre el destino que debía darse al brazo, éste ordenó que fuese arrojado al
mar junto al cuerpo de un marinero muerto en la acción. Así pues en el fondo
de la bahía de Santa Cruz yace un brazo de uno de los más grandes marinos que
ha dado la historia moderna.
Un casco de metralla dio en el pecho de Bowen matándolo en el acto,
Thomson y Freemanle resultaron heridos de consideración y Jonh Weterhead,
teniente del Theseus; George Thorpe, teniente del Terpsícore;
Williams Earnshaw, segundo teniente del Leandro; y John Baisham, teniente
del Esmeralda, resultaron muertos. Geoge Douglas, teniente del Caballo
Marino, y Lewis Waist, guardia marina del Celoso, fueron gravemente
heridos. Con estos oficiales cayeron también gran número de soldados y
marineros. De este modo, la lucha, que en el muelle en un principio llegó a ser
favorable para los ingleses, se convirtió en un desastre para éstos.
El grupo mandado por Troubridge, que como hemos dicho, desembarcó por la
Caleta, se dirigió por la calle de este nombre hacía el castillo de San Cristóbal,
con intención de atacarle de frente; pero se encontraron con que el rastrillo
de la fortaleza estaba defendido por una partida de sesenta milicianos mandados
por el capitán Benítez de Lugo, quienes se defendieron con nutrido fuego de
fusilería obligando a las tropas británicas a retroceder, resultando heridos
en la refriega el teniente Baby Robinson junto a varios soldados ingleses.
Habiendo sido dispuesto por la plana mayor del general Gutiérrez, los
puestos de defensa, distribuyó las fuerzas encargadas del ala derecha de la línea
del frente de la siguiente manera: para cubrir el murallón de la caleta de la
aduana y lugares vecinos a un grupo de rozadores de La Laguna, mandados por el
marqués de Villanueva del Prado y el vizconde de Buen Paso, o sea un grupo de
hombres armados de palos con una rozadera en un extremo destacados en primera línea
de playa para hacer frente a unas tropas aguerridas, y veteranas,
el sector de la playa de las Carnicerías a la bandera de la Habana y
Cuba; para la defensa del lugar del barranco de Santos hasta la ermita de San
Telmo al batallón de Canarias.
Mientras, la división de botes que bogaban al sur
del fuerte de San Cristóbal, tomaba tierra entre el barranco de Santos y
el del cagalacehite (hoy calle de Imeldo Seris), al tiempo que el comodoro
Troubridge y algunos oficiales lo efectuaban por la Caleta, al mismo píe de la
fortaleza. La zona de las carnicerías guarnecidas por una partida de 60 hombres
mandada por el teniente y comandante del batallón de la Habana, don Pedro
Castilla, no hicieron frente a las tropas inglesas, retirándose al interior del
pueblo por donde estuvieron desorientados hasta que coincidieron con el batallón,
éste estaba reforzado con cañones “violentos”, que manejaban
eficientemente los pilotos Don Nicolás Franco y Don José García, quienes
causaron la mayor parte de las bajas a los invasores.
Desembarcadas y agrupadas las fuerzas inglesas, éstas se dividieron en
dos columnas; una marchó por la plaza de la Iglesia hacía el convento de Santo
Domingo con tambor batiente, la otra se dirigió hacía el castillo de San Cristóbal,
con clara intención de apoderarse del mismo, iniciado el contacto, fueron
rechazados por el nutrido fuego de fusilería que desde el rastrillo efectuaban
las tropas de milicia dirigidas por el capitán Don Esteban Benítez de Lugo,
sufriendo los ingleses la pérdida de un oficial, ante la imposibilidad de tomar
el fuerte, los ingleses optaron por internarse en el interior de la ciudad,
dirigiéndose por la calle de la Caleta tomaron la de las tiendas (Cruz Verde),
apostándose en la parte superior de la plaza del castillo (posteriormente de La
Constitución o La Candelaria), guardando un profundo silencio a pesar que no
alteró ni siquiera una Descarga ordenada por el capitán de cazadores de La
Laguna Don Fernando del Hoyo ni la presencia de dos cañones
“violentos” que mandó a emplazar a su frente el Mayor de la plaza.
En las inmediaciones, existía un almacén de víveres del que apoderaron los
ingleses no sin alguna resistencia simbolica por parte de los encargados del
mismo, los regidores Don Patricio Power y Don Juan Casalón, quienes resultaron
ligeramente heridos. Tomado el almacén obligaron bajo palabra de honor, a Don
Luis Fonpertuis y a Don Patricio Power, a que acompañaran hasta el castillo
principal a un sargento parlamentario, portador de un ultimátum dirigido al
general Gutiérrez intimándole a rendir la plaza en el término de dos minutos,
de lo contrario incendiarían el pueblo, la repuesta del general fue ordenar
retener al sargento.
Desde San Telmo al castillo de San Juan –el tramo de costa que
comprende el barrio del Cabo, barrio
de los Llanos, Regla y castillo de San Juan o castillo Negro– la defensa
estuvo a cargo de tropas pertenecientes al regimiento de
El frente de la izquierda o norte, estaba cubierto por las milicias de
los regimientos de Güímar, La Orotava y Garachico, estacionadas en el muelle y
en la playa próxima, los granaderos provinciales y los rozadores y paisanos
armados. La defensa de las cercanías del muelle estuvo a cargo de un grupo de
pilotos y contramaestres residentes en Santa Cruz, y días antes de la acción
habían recibido instrucción específica en el manejo de los cañones
“violentos”, mandaban este grupo Don Juan Herrera y Don José Figueroa.
Además dispuso la comandancia, aumentar los efectivos del castillo de
San Cristóbal –lugar de su puesto de mando– en 35 rozadores para aumentar
la defensa en el rastrillo, ante el posible intento de asalto del mismo por
tierra. (Como efectivamente se llevó a cabo por parte de los ingleses)
Entre el tronar de los cañones, las lanchas que habían sorteado el
intenso fuego de las baterías se fueron acercando al muelle, las dos primeras
en llegar fueron las dirigidas por el capitán
Thomson, que fue el primero en saltar al muelle seguido de sus hombres
quienes a cuerpo descubierto soportaban un infernal fuego graneado le les dirigían
los milicianos desde la marina y las casas próximas cayendo muertos o heridos
gran número de los asaltantes, siendo de lo más efectivo los dos cañones
“violentos” manejados por los pilotos desde las proximidades del
“boquete”. (Puerta del muelle) Desembarcadas las gentes de las
otras lanchas, proceden a
clavar los cañones de la batería del muelle o del martillo, la cual había
sido abandonada por sus servidores, al mando de los cuales estaba el teniente
del Real Cuerpo de artillería don Joaquín Ruiz. Mientras se desarrollaban
estos hechos seguía la incesante acción de las baterías y castillos de la
plaza sobre las lanchas, algunas de ellas consiguieron varar en la playa frente
a la Alameda, el cúter Fox por sus
mayores dimensiones era el blanco preferido de las baterías recibiendo un buen
número de impactos hasta que alcanzado de lleno en la línea de flotación, fue
echado a pique con los 380 hombres que transportaba como hemos dicho, además de
los pertrechos de guerra
La lista de muertos y heridos ingleses en esta acción, sería muy
extensa, por ello nos limitaremos a dar la de los más significados: el capitán
del Tersichore Richard Bowen,
alcanzado por un trozo de metralla en
el pecho falleció instantáneamente. Los capitanes Thompson
y Freemantle resultaron heridos en la acción éste último en el brazo
derecho como su amigo y jefe Nelson: Jonh Weterhead; teniente del Theseus;
George Thorpe, primer teniente del Tersipchore,
y John Baisham, teniente de la fragata Esmerald,
William Earnshaw, segundo teniente del Leander,
resultaron muertos, mientras, George Douglas,
teniente del Seahorse, y Lewis Waits,
guardia marina del Zeaolus, caían mal
heridos en tierra.
El comandante de las tropas inglesas Troubridge, con su bote y dos más
que le acompañaban sorteando el intenso fuego que desde tierra se le hacía
logró tomar tierra en la playa de la Caleta
El teniente Robinson fue recogido por don Bernardo Cólogan Fallón,
quien según algún autor, le prestó ayuda en su grave situación, usando su
propia camisa como vendajes. El señor Cólogan quien años más tarde escribiría
una pormenorizada relación de los hechos, había tenido algunas diferencias con
el comandante general de la plaza como veremos en otro lugar.
En la penetración de Troubridge, hacía la plaza se le unió Waller con
su columna, que, como sabemos, había desembarcado a la altura del barranquillo
del Aceite o Cagalacehite. Unidas ambas columnas, llegaron a la calle de las
Tiendas (hoy de Cruz Verde), que siguieron hasta desembocar en la Plaza
principal (Plaza de la Candelaria) por su parte alta, donde permanecieron
inactivos y en silencio sin contestar al fuego que les hacían los cazadores
provinciales desde sus posiciones. Este momento de tensa calma, es denominado
por Rumeo de Armas como “la hora del silencio”, pero nosotros preferimos
reseñarla como “la hora del desconcierto” pues siendo momentos de
incertidumbre para ambos contendientes, el desconcierto fue bastante más
acusado para los defensores optando algunos oficiales por abandonar la plaza
huyendo hacía La Laguna, y haciendo correr el rumor de que el general había
muerto y dando por perdida la batalla.
Por su parte, Hood y Miller, con sus columnas, que como se recordará habían
desembarcado por las la playa de las carnicerías y el barranco de Santos
(barranco de Araguy), y constituían la partida más numerosa de las tropas británicas
que consiguieron tomar tierra, obligaron a retirarse a los sesenta soldados de
la bandera de Cuba y
En la plana mayor ubicada en el castillo de San Cristóbal reinaba un
total desconcierto, como consecuencia de la falta de noticias sobre el
desarrollo de las operaciones que se venían efectuando tanto a la derecha como
a la izquierda de la línea, pues la presencia de Troubridge en la plaza
principal y la de Samuel Hood en las inmediaciones del barranco de Santos había
cortado las comunicaciones con la fortaleza.
El desasosiego creado en la plana mayor por la falta de comunicados de la
línea defensiva, lo hizo cesar el teniente Don Vicente Siera -uno de los pocos
militares españoles de la guarnición que supieron estar a la altura de las
circunstancias-. destinado éste a las ordenes del comandante general, en la
madrugad del 25 de Julio salió de San Cristóbal después del ataque al muelle,
para comunicar a las partidas del batallón de
Según algunos historiadores, en cumplimiento de la orden anteriormente
reseñada Siera, se halló en lo más vivo de la acción de las carnicerías, en
el ataque a Hood dado por el batallón de Canarias, en el cual, con el
“auxilio” de once hombres de dicho batallón, hizo (¿el sólo?) al enemigo
cuatro prisioneros, y como luego les persiguió en su retirada, aún le capturó
un hombre más. Con los cinco prisioneros se presentó en el rastrillo del
cuartel general, y dejado a los cinco británicos al cuidado de los defensores,
pasó a inspeccionar el muelle encontrándolo abandonado y con la artillería
clavada. Cuando Siera llegó a San Cristóbal, dio cuenta a la plana mayor
presidida por el general Gutiérrez de sus gestiones, y como les hizo presente
que el batallón de Cazadores estaba intacto, lo mismo que el Regimiento de
Milicias, y todas las baterías en perfecto estado, a excepción de la del
muelle, se calmó la “intranquilidad” que en el mando había producido la
falta de noticias. Aunque no queda claro como pudo afirmar que todas las baterías
estaban en perfecto estado, si la inspección que se le supone que hizo fue en
la zona comprendida entre el muelle y el barrio del Cabo.
El comandante general Gutiérrez, deseando juzgar por sí mismo el estado
de las cosas, decidió hacer una salida al muelle con ánimo de inspeccionar la
artillería que había sido abandonada por el jefe de la misma Don Francisco
Dugy, sabiendo que estaba desierto según le había informado Siera. La
presencia de tantos cuerpos ingleses mutilados y destrozados por la metralla de
los cañones y fusilería, y la alfombra de sangre que cubría el empedrado
suelo debió afectar en sobremanera la sensibilidad del teniente general. La
visión debió causarle una fuerte impresión, y como consecuencia de la
misma sufrió un “desvaído”
teniendo que ser asistido por dos de sus oficiales para, apoyado en los hombros
de éstos, regresar a la seguridad del fuerte.
Mientras se desarrollaban estos hechos en las proximidades del muelle, el
capitán Troubridge, desistió de asaltar el castillo de San Cristóbal tras
haber perdido las escalas y demás instrumentos de asalto, en el desastre
sufrido por las lanchas. Ante la imposibilidad de que las tropas de Hood y
Miller se concentrasen con las suyas en la plaza tal como estaba previsto,
decidió reunirse con éstos en el convento de Santo Domingo
Al amanecer, el batallón de infantería de Canarias, cumpliendo las órdenes
recibidas, llegaba a la plaza principal y se establecía en la explanada del
muelle y del fuerte de San Cristóbal. Esta maniobra denota un desmesurado interés
por parte de la plana mayor en rodear al fuerte de un importante cinturón de
tropas, además de las que ya estaban de guarnición, con el pretexto de que era
en previsión de un nuevo de desembarco de los ingleses
por el muelle. El regimiento de milicias de La Laguna, siguiendo las
instrucciones del mando se dirigió al mismo sitio que el batallón de Canarias,
con lo que quedó desguarnecida la línea sur de la plaza. Formaron dos
columnas: una, que marchó directamente, y la otra que lo hizo por la parte
superior de la población para cortar una supuesta retirada del enemigo y poder
tenerlo entre dos fuegos.
Cuando estas fuerzas entraban en la plazuela de Santo Domingo, recibió
una descarga de las tropas inglesas que causó varias bajas, entre ellas la del
teniente coronel Don Juan Bautista de Ayala que resultó muerto en el acto,
haciendo los británicos varios prisioneros entre los milicianos.
Las milicias canarias reaccionaron de inmediato, y cargando contra los
ingleses les obligaron a replegarse dentro del convento, desde cuyas ventanas
continuaron haciendo fuego; deseando Troubridge conseguir la rendición de la
plaza a pesar de su difícil situación, decidió hacer un último intento de
intimidación. Con tal propósito se desplaza
al castillo de San Cristóbal el capitán Miller acompañado de Hood y
algunos soldados enarbolando bandera
blanca. Una vez en presencia de la plana mayor en la fortaleza, Hood solicitó
la entrega inmediata de la plaza amenazando con incendiarla en caso contrario,
el general Gutiérrez, por entonces ya bien informado de la situación real de
ambas fuerzas respondió al emisario que, «aún tenía pólvora, balas, y
gentes para proseguir la lucha,» sin que en esta ocasión retuviese en el
fuerte a los emisarios como había hecho anteriormente con el sargento.
Como consecuencia de la respuesta del general se reanuda las hostilidades
con un fuego más vivo que antes, viéndose los ingleses rodeados por las
milicias Canarias, y previendo ser asaltados, comenzaron a economizar las
municiones de por sí ya bastante escasas, estando en esta cuita, el vigía que
tenían apostado en la torre del convento lanzó un ¡hurra! Que alentó a los
británicos. Troubridge subió a la torre-mirador para informarse de lo que
ocurría, y sus ojos de marino habituados e escrudiñar en el mar, pronto
divisaron hasta quince lanchas repletas de hombres que, separándose de la
escuadra, se dirigían a tierra a todo bogar.
Nelson previendo que la gente desembarcada precisaba refuerzos, dispuso
el envío de una división formada
por tropas de desembarco y marineros. Los vigías de los fuertes también
divisaron la flotilla de lanchas enemigas, e inmediatamente todas las baterías
enfilaron sus cañones por el raso de sus metales contra ella.
Los cañones de la batería del muelle, que habían sido desclavados por
el teniente Don Francisco Grandi -según una versión, otra dice que fueron los
franceses- destacaron por su precisión. Este artillero auxiliado por el
condestable Don Manuel Troncos, en pocos minutos consiguen echar a pique dos de
las lanchas de los asaltantes; el castillo de San Cristóbal hizo zozobrar a
otra, como el fuego de la artillería sobre las lanchas era intenso y
continuado, éstas se vieron obligadas a retornar al abrigo de la escuadra.
Al tener conocimiento el jefe de los invasores Toubridge, del fallido
intento por parte de la flota de aportar los tan necesarios refuerzos en tropas
y suministros, y al no poder
mantener las posiciones con una tropa cansada más que por los enfrentamientos
con el enemigo, por los avatares sufridos en el desembarco, decidió
replantearse la situación llegando a la conclusión de que debía parlamentar
de nuevo con el comandante general
Por tercera vez remite al fuerte de San Cristóbal una embajada formada
por el superior Fray Carlos de Lugo y el maestro Juan de Iriarte, ambos del
convento de la Consolación, estos religiosos acompañados por un oficial inglés,
posiblemente el capitán Samuel Hood, quien impuesto por su jefe de las
condiciones que debía ofertar a la plana mayor de la plaza, se presentó en el
castillo insistiendo en las anteriores pretensiones de la entrega del navío de
filipinas y de las arcas reales existentes en el puerto y en la capital, (La
Laguna) con lo cual darían los ingleses por finalizada la contienda, de lo
contrario no responderían de las consecuencias. Escuchada la propuesta por la
plana mayor, el general Gutiérrez dio la misma repuesta que la vez anterior,
con lo cual el oficial inglés se volvió a Santo Domingo, sin los dos frailes,
pues éstos a pesar de que habían ofrecido voluntariamente como mediadores,
prefirieron quedarse al resguardo del castillo antes que regresar con la
comunidad de la que eran responsables
Cuando el parlamentario llegó al convento, la lucha se reanudó pero ya
con menor resistencia por parte de los ingleses, pues había aumentado el número
de los milicianos con algunas partidas que habían estado “perdidas” hasta
entonces, en este enfrentamiento cayó muerto de un balazo en el pecho el
subteniente Don Rafael Hernández Bignoni
La situación se hacía por momento insostenible para las fuerzas británicas
lo que motivó en el ánimo de los invasores el negociar una capitulación
honrosa, a este fin se comisionó a Samuel Hood para que gestionara la misma
ante la plana mayor. Convenidos los términos en que Hood debía exponer las
bases para el armisticio, éste desplegó bandera blanca y, acompañado de unos
milicianos que le cedió el teniente coronel Guinther, marchó al cuartel
general de la plaza, en su recorrido al castillo de San Cristóbal, se encontró
(casualmente) con el teniente de rey, con el mayor de la plaza y con el coronel
Creag. “Enterados” éstos de la misión de Hood le vendaron los ojos,
y todos juntos, a tambor batiente entraron por el rastrillo en el castillo
principal.
Reunida la plana mayor y el capitán, trataron durante largo tiempo sobre
las condiciones deseadas para poner fin a la beligerancia. Hood intentó por última
vez imponer la tesis de la rendición de la plaza, pero con menos arrogancia que
en las ocasiones anteriores. Después de una seria y prolongada discusión,
ambas partes llegaron a un acuerdo para el cese de las hostilidades plasmado en
el acuerdo siguiente: “Santa Cruz, 25 de Julio de 1797. Las tropas de S.M.
Británica serán embarcadas con todas sus armas y llevarán sus botes, si se
han salvado, franqueándoles los demás necesarios; en esta consideración se
obligan por su parte a no molestar el pueblo los navíos de la escuadra británica
que están delante de él ni a ninguna de las Islas Canarias, y los prisioneros
se devolverán de ambas partes. Dado bajo mi firma y sobre mi palabra de honor.
Samuel Hood. Ratificado por T.
Troubridge, comandante de las tropas británicas. Don Antonio Gutiérrez,
comandante general de las Islas Canarias
Con tan satisfactorio arreglo se dio por concluido el conflicto, saliendo
las tropas inglesas del convento de Santo Domingo con armas y bagajes en número
de seiscientos setenta y cinco hombres. La columna entró en la plaza principal
correctamente formada con banderas desplegadas y tambor batiente. A ambos lados
de la plaza, las tropas Canarias debidamente formadas, presentaban armas a la
columna inglesa que se retiraba hacía el muelle para su reembarque, dándose así
por terminadas las hostilidades.
Las secuelas dejadas en los actores Canarios del drama fueron de lo más
variopinta, desde el mismo momento en que éste concluyó y hasta algunos meses
después, hizo aflorar en la sociedad de Tenerife todas las miserias humanas de
que estaba revestida y, algún que otro acto de grandeza.
Una de las cuestiones que más polémica que suscitó giró en torno a la
controvertida actuación del general Gutiérrez durante el conflicto, y la de
algunos de sus subordinados. Los historiadores que se han ocupado del tema, no
se han puesto de acuerdo sobre la actitud mostrada ante el enemigo por estos
personajes durante los combates, algunos de los autores mantienen una postura
empecinada en mostrarnos a un general súper héroe salvador de la patria
Canaria (de una segunda invasión, en este caso inglesa), y de noble y alto
pedigrí castellano, para otros, fue una persona de buen talante, aunque
irresoluta, incapaz e incluso cobarde ante el enemigo. Quien fuera su jefe en la
toma de las Malvinas don Juan Ignacio de Madariaga nos da la siguiente semblanza
de don Antonio Gutiérrez: “Es hombre temible porque aparenta bondad,
ingenuidad y hombría de bien, y en la trastienda es todo lo contrario”.
Nosotros no entramos en esta polémica, nos limitaremos a exponer los
planteamientos de los diferentes autores, y que sea el lector quien saque sus
propias conclusiones.
Don José Díaz-llano Guigou, en un artículo, en otra parte mencionado,
nos relata la visión personal de un testigo de los hechos acaecidos en Santa
Cruz, durante el asalto a la plaza. La información que nos aporta este autor,
está extraída de una carta autógrafa que el ciudadano Santacrucero Don Pedro
Forstall, remite a un primo suyo residente en la isla de Gran Canaria. Este
documento, inédito hasta su publicación por Sr. Días-llano en un periódico
local, nos ofrece una serie de datos del máximo interés sobre algunos de
personajes que participaron en la llamada gesta del 25 de Julio.
Lamentamos profundamente el que el autor omita deliberadamente los
nombres de algunas personas que, según se desprende del contexto, no tuvieron
una actuación muy honrosa durante el asalto a la ciudad. Aunque respetamos los
motivos que hayan inducido al Sr. Díaz-llano -al que estimamos y respetamos
profundamente- a silenciar los nombres de éstos sujetos, deploramos el que nos
haya proporcionado un documento de alguna manera “mutilado” restándole
así parte de la importancia histórica que indudablemente tiene.
Para una mejor inteligencia del lector entresacamos algunos párrafos de
la trascripción que de dicho documento nos ofrece el autor: “...La carta está
datada en “Santa Cruz, Agosto. 23 de
“Querido primo: Con las de vuestra merced de 4 y 18 del corriente me
entregó Domingo Marrero los cinco reales de plata de las tixeras”.
Continua comentándole temas propios de sus negocios y ocupaciones,
pasando luego a decirle: “Veo las dudas que a vuestra merced le ocurren
sobre lo acaecido en la función con los ingleses, y aunque en parte se habrán
aclarado con las varias relaciones que posteriormente se habrán remitido a esa
Ysla, diré lo que e podido comprender por informes de sujetos de verdad y de
toda formalidad porque no de todos se puede fíar, y muchos o por no entenderlo
exageran las cosas o lo hacen para alabarse de lo que no han executado. Espero
que lo que escribo quedará reservado”.
“...La noche del 24 al 25, habría en la plaza, según me ha dicho el
sargento mayor (suponemos
que se refiere al teniente-coronel Don Marcelino Prat, que ocupaba por aquel
entonces dicho cargo. N. de A.) que llevó el detalle de
Seguidamente describe cómo estaban distribuidos los hombres de la
defensa y número de ellos en los diferentes lugares donde estaban apostados,
para luego añadir de qué manera realizaron las tropas inglesas el desembarco,
descripción de bastante interés, por diferir en parte de las versiones
oficiales que son las que se conocen: “La idea era, en los ingleses,
acometer por los dos lados del castillo principal y escalarlo, al paso que otra
partida se debía dirigir a la plaza de la Pila, y tomar la casa del general que
cryan en ella: al muelle no abordaron las lanchas que venían a él a excepción
de una sóla, pues aunque esta circunstancia se niega, la percibió claramente
Patricio Forstall que vió todo del balcón de mi casa, y otras cuatros vinieron
a la playa entre San Pedro y el castillo porque el fuego del primero no
las dexo parar en las escaleras: una lancha se metió por la caleta y boquete de
la Aduana, cuya tripulación fue la única que se dirigió al rastrillo de donde
la alejo el fuego vivísimo que hizo Lugo en la puerta y aspilleras del muro
bajo que hay en donde antes estaba la estacada; las demás lanchas fueron unas
al barranco de Santo Domingo, y otras más debajo de la Iglesia” Relata la
huida de las tropas del muelle: añadiendo: “.todos fusileros y rozaderas
huyeron quedando abandonado. Lara que mandaba estas últimas cuando le hirieron...”.
Habla del fuego cruzado de un cañón apostado en San Pedro y de otro de la
esquina del castillo, añadiendo: “...También ayudó mucho un cañón en
el flanco del castillo que barría toda la entrada del muelle y playa hasta San
Pedro, y cuya tronera se abrió por insinuación de don Francisco Grandi (aquí
hay una contradicción con lo que escribe el propio gobernador del castillo:
“...D. Josef Monteverde había mandado colocar aquella misma noche en una
nueva tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección a la
inmediata playa...”, artillero provincial, que dirigió el fuego con mucha
víveza y acierto. Se da por disculpa del retiro de las tropas del
muelle que los cañonazos de metralla de San Pedro cayan sobre nuestra gente, y
que el oficial que mandaba la artillería en su cabeza, cuando vio subir la
gente de la lancha, que atracó en las escaleras, salió gritando que los
ingleses eran dueños de los cañones, lo que hizo temer los volvieran contra la
entrada...Los oficiales de estas milicias (que yo vi salir huyendo) fueron los
que derramaron por el pueblo la voz de la muerte del general, toma del castillo,
ecétera...”
Sigue exponiendo la lucha sostenida cuando el desembarco inglés por el
barranco de la iglesia y el de las otras lanchas por el barranco de Santo
Domingo...hasta que:
“En la madrugada, cuando se divulgó la voz de estar los enemigos
acorralados en Santo Domingo, sin municiones y pidiendo capitulación se
presentaron muchos, y cuentan ahora hazañas, pero no engañan porque todos
saben en donde estuvieron y cuando vinieron. El xefe y Compañías de La Cuesta
se presentaron cuando las tropas nuestras estában formadas en la Plaza de la
Pila para que desfilasen los ingleses
Relata los nombres de algunos oficiales fugitivos, que aquí y ahora
vamos a omitir copiando lo que dice ese párrafo:
“Aunque los fugitivos no tienen disculpa porque dieron exemplo a sus
soldados de huir sin esperar el peligro, no por eso se debe vituperar (a) los
naturales, Román Lara y Jorva los son, lo era el Teniente Coronel Castro; los
artilleros oficiales y soldados los más son de aquí y Grandi, que no es
estrangero fue el que hizo algo de provecho con Eduardo en el castillo
principal”.
Y finalmente entramos en el último párrafo aparte, que antecede al que
despide la carta, que es precisamente en el que el señor Forstall vierte su
opinión sobre el comportamiento del
general Gutiérrez en la noche del 24 al 25 de Julio de 1797: “Lo cierto es
que, a juicio inteligente, todo lo debemos a la artillería, lo demás vino por
sus pasos contados por que la tropa enemiga estaba atolondrada,
sin municiones y sin recursos.
Aún así crea vuestra merced lo que dixe en mi anterior, hubo un mal
momento a la primera intimación, y aún a la segunda, y sólo debimos nuestra
conservación a dos oficiales de entereza que son Marqueli, y Siera, Teniente de
la partida de Cuba, especialmente a este último que llegando de fuera con
prisioneros habló al general con vigor (y aún con expresiones soldadescas) y
le impuso del estado verdadero de las cosas.
Ahora se dice todo lo contrario por los que entonces se inclinaban a
rendirse, pero tiene cuenta hacerlo así. En el general más bien se notaba,
porque en aquélla noche dio bastantes pruebas de intrepidez, aún en términos
reprensibles para un xefe.
Como se puede apreciar, el documento aportado por el señor Díaz-llano,
viene a esclarecer una serie de incógnitas sobre el comportamiento observado
durante los sucesos acaecidos en la madrugada del 24 al 25 de Julio, por algunos
individuos que, tanto los cronistas oficiales como los oficialistas, se empeñan
en presentarnos como salvadores de la Patria. En el transcurso de éstas páginas
se irán analizando (en lo viable)
el proceder que determinadas
personas tuvieron ante situaciones
críticas durante el ataque.
Uno de los personajes más cuestionado, fue el teniente de rey, coronel
Don Manuel de Salcedo, a quien se le atribuía
haberse encerrado en los sótanos del castillo durante la contienda. (Ver
anexo documental, doc. Nº 1)
En la propuesta que Gutiérrez eleva al ministro de la guerra en
solicitud de recompensas, con fecha 3 de Agosto de 1797, inicia la lista
solicitando para el teniente de rey Salcedo, el grado de Brigadier y el mismo
grado solicita para Don Luis Marquelli, ingeniero en jefe y para el comandante
del real cuerpo de artillería Don Marcelo Estranio.
En escrito de fecha 8 de Octubre, el ministro de la guerra Álvarez,
responde al general y le manifiesta que «... No conviene acceder a una casi
general promoción como la que V.E. propone, y deseando S.M. abolir en parte el
inconsiderado exceso con que hasta ahora se han propuesto para graduaciones del
exercito de que ha resultado el grave perjuicio que se toca prácticamente que
fuera los casos prevenidos en los artículos 17 18 del tra.º 2.º tit.º 17 de
la ordenanza, e ínterin no se justifique con arreglo a ellos el merito señalado,
es más conveniente aún a los mismos interesados
darles una pensión en lugar de un grado».
En este mismo escrito el rey concede al coronel Creag una pensión anual
de tres mil reales de vellón, sobre la encomienda del Esparragal en la Orden
militar de Alcántara, vacante por la muerte del Marqués de Casa Cagigal –de
triste memoria en Canarias– y al teniente Siera se le conceden 2.500. en
cuanto a los demás propuestos para recompensa el ministro indica que,
«reservándose su S.M. providenciar acerca de los demás en lo
sucesivo, instruido que sea de los que hayan hecho algun mérito particular y
distinguido...»
Como se desprende de la repuesta del ministro de la guerra, los méritos
de algunos de los militares propuestos para recompensas no estaban
suficientemente justificados, y en todo caso, la propuesta de ascenso para el
coronel Salcedo, no fue considerada.
Por otra parte, la única salida del fuerte realizada por el coronel
Salcedo, y que está documentada, fue la realizada en compañía del mayor de la
plaza y del coronel Creag, para recibir en el barranquillo del Aceite al capitán
inglés Samuel Hood, cuando se dirigía a la fortaleza para pactar el
armisticio. Es encomiable el esfuerzo desarrollado por el historiador don
Antonio Romeu, en su empeño por presentarnos al teniente de rey
Salcedo en las acciones de las Carnicerías y barranco de Santos, (donde
además le atribuye la captura de prisioneros), e incluso en los preparativos de
asalto al convento de Santo Domingo, información obtenida de las cartas
que, en su descargo, éste remite al ministro de la guerra Sr. Álvares,
cartas que fueron escritas tiempo después de que sucedieran los hechos, y que
por otra parte, se limitan a dos, que pudo recabar de sus amigos y compañeros
sin que, para este fin, obtuviera otras del resto de los jefes y oficiales de la
guarnición. Es significativo el hecho de que, el coronel Salcedo no recabara el
informe sobre su conducta durante los enfrentamientos con los ingleses, a su
jefe inmediato el general Gutiérrez, a pesar de que éste le había propuesto
para un ascenso en la relación remitida al ministro de la guerra en solicitud
de recompensas.
Continúa
en la siguiente entrega.
Noviembre de 2011
Anteriores:
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XVII)
III
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XVII)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XVII)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XVI)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XV)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XIV)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XIII)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XII)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (XI)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (X)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (IX)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (VIII)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (VII)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (VI)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (V)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (IV)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (III)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (II)
Miscelenaea
de Historia de Canarias (I)
---»
Continuará