NOTAS
AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (VIII)
Eduardo Pedro García Rodríguez
ALGUNOS HECHOS IMPORTANTES
ACAECIDOS EN EL PUERTO DE SANTA CRUZ
DE TENERIFE
LA ESCALA DEL
BOUNTY EN
SANTA CRUZ DE TENERIFE
A primeros de enero de 1788, los vigías
del Castillo de San Cristóbal, izan en los mástiles del telégrafo la señal
de “vela a la vista”. Efectivamente, frente a la plaza y puerto de Santa
Cruz de Tenerife, se destacaban las blancas velas de un navío de gran porte,
que pausadamente, arrumbaba hacía la bahía. Sobre las diez de la mañana, el
majestuoso buque, -en cuya popa ondeaba la bandera imperial inglesa- dejaba
caer el ancla en la rada santacrucera, quedando a resguardo, a la altura de la
“playita” de San Antonio.
Sus ancoras, posiblemente afirmadas muy próximas al destrozado pecio del
cúter Fox, que fue echado a pique 11
años antes, en la fallida invasión a la plaza del almirante Nelson, cuyo brazo
-junto al cadáver de uno de sus marineros- descansa en el fondo de la bahía.
En éste mismo lugar de la bahía o muy próximo a él, también tensó sus
estachas quince meses antes, otro navío que hizo historia el Resolution
comandado por otro gran marino y explorador inglés, el Capitán Cook, el cual
arribó el primero de Agosto de 1776. El Resolution, antiguo
navío mercante acondicionado por el almirantazgo inglés, para viajes de
exploración. Esta expedición era la tercera que
acometía el insigne marino,
explorador y naturalista, durante el transcurso del mismo, el Capitán Cook,
hallaría la muerte en un enfrentamiento mantenido con los nativos de la isla de
Tahíti, en el Océano Pacifico.
El Capitán Cook, tenía
encomendado en este su tercer viaje encontrar un paso marítimo por América del
Norte desde el Pacífico. Cook, aprovechó la escala en la isla para visitar a
su amigo y paisano el comerciante Mac Kay en su casa de campo, situada en la
carretera de Santa Cruz a La Laguna frente a la actual finca de España, casona
que aún hoy podemos contemplar desde
la carretera general aunque “ahogada”
por un collar de nuevas urbanizaciones. En la recova de Santa Cruz, por esas
fechas no abundaban los frutos frescos excepto
limones de los cuales
hicieron un gran acopio los cuales fueron consumidos durante el viaje a
las islas de Pacífico.
Durante el viaje no se dio ningún caso de escorbuto, lo que determinó
que la armada Británica obligara el consumo de este fruto en todas las naves de
su flota. El 4 de Agosto Cook emprendió su último viaje desde nuestro puerto,
para encontrarse con su destino.
Un bote a remos, aborda al Bounty
por la banda de estribor, en él, viajan los funcionarios de sanidad del puerto
y el cónsul de su Majestad Británica en Canarias. Una vez obtenido el debido
permiso de abordo, hacen uso de la
escala y hacienden hasta la cubierta, donde son recibidos por el Capitán
Wiliams Bleigh, comandante del Bounty.
Entre el equipo científico que viajaba a bordo del Bounty,
se encontraba David Nelson, jardinero del Botánico de Kew quien recorrió los
alrededores de la ciudad herborizando en los Valles de Tahodio y montañas próximas,
mientras la tripulación descansaba y recorría Santa Cruz, el segundo de abordo
oficial Fletcher Cristian, -futuro jefe de los amotinados- realizaba
diversas gestiones en la plaza encaminadas
a suministrar al buque de diferente efectos para su avituallamiento.
El
Capitán Bleigh, recorre las calles
de la ciudad interesándose por las peculiaridades del país, y muy
especialmente por la economía de la isla,
escribe
sobre la exportación de los vinos del país, calculando la exportación de los
mismos en unas veinte mil pipas. En sus bodegas se cargaron vinos, víveres,
piedras Chasneras para destilar
agua, y posiblemente alguna momia guanche a las que tan aficionados eran en
regalar los personajes “ilustrados” de
la época, a los científicos europeos que recalaban en nuestro puerto. Cabe
preguntarse sí estos “ilustrados” habrían regalado los cadáveres de sus
abuelos y tatarabuelos, con la misma liberalidad que los hacían con los de los
Guanches. Es más que probable que las momias que así se regalaban, acabasen
convertidas en “polvos de momia”, pues es bien sabido que una de las
panaceas de la farmacopea europea para curar todos los males, consistía
precisamente, en polvos de momias, siendo esta una de las causas directa por la
cual se destruyeron miles de momias Egipcias, Canarias y del “Nuevo Mundo”,
debido a los elevados precios que por ellas se pagaban en Europa, dándose el
caso de que en Inglaterra, llegaron a emplearlas en las mezclas de piensos para
las vacas, y en Canarias, algunos pastores cuando descubrían alguna cueva
sepulcral, arrojaban los despojos a las cabras para que estas los lamieran, en
la creencia de que así les proporcionaban a los animales una fuente de calcio,
y que libraban a los mismos de
determinadas enfermedades.
Volviendo a nuestro buque,
una vez debidamente pertrechado, el Bounty se despide de nuestro puerto el día
10 de Enero de 1788. Rumbo a un destino que le llevaría a formar parte de los
hitos de la navegación del siglo XVIII, más que por los logros de su misión
científica, por el trato despótico e inhumano que su feroz Capitán Wilian
Wleigh deparó a la tripulación, propiciando con ello la mentada rebelión.
WILLIAM BLEIGH
El
Capitán William Bligh, nace en Tynten, (Inglaterra) en el año 1753, y muere en
Londres en 1817. Después de acompañar
al Capitán Cook, en su segundo viaje, (1.772-74), se le confirió el mando del
Boonty, en 1.787 con ordenes de ir a Tahití en busca de semillas del árbol del
pan y llevarlas a las Indias Occidentales.
Durante viaje descubrió el archipiélago al que bautizaría con el
nombre de su buque (1788). Después, el temperamento exageradamente ordenancista
de Bligh y su extremada severidad, rayando en lo despótico, vino a provocar el
creciente descontento de la tripulación, que por fin el 28 de Abril de 1.789,
se amotinó y lo hizo prisionero. El jefe de los sublevados,
contramaestre Cristian Fletcher, de acuerdo con éstos, dispuso el
abandono de Bligh en una lancha en compañía de 18 marineros que le
permanecieron leales; Bligh, sin armas y pocos víveres, efectuó un
sorprendente viaje de más
William Bligh, fue con el tiempo gobernador de Nueva Gales del Sur (de
JOHN ADAMS
Uno
de los sublevados del Bounty, nace en 1764, muere en Picairn en 1829. Su
verdadero nombre era Alejandro Smith y embarcó en el Bounty, en abril de 1789,
se sumó al motín contra su comandante Bleigh, por el comportamiento despótico
de éste, cuando se hallaban cerca de las islas Otaiti.
Los sublevados se dirigieron a Tahití, pero como no estuvieran de
acuerdo en la conducta a seguir y ya algunos comenzaran a lamentar el delito
cometido, pese a las circunstancias que les indujeron a él,
dividiéronse en dos grupos: uno fue partidario de permanecer en Tahití,
donde fueron capturados por los ingleses, que, tras ser sometidos a un consejo de
guerra, se decretó para todos la pena de horca, y así se ejecutó; al otro
grupo se sumaron varios tahitianos de ambos sexos, 6 hombres y 12 mujeres,
dirigiéndose a la isla de Pitcairn, que si bien había sido descubierta por
Charteret 1767, se hallaba deshabitada.
En la
pequeña colonia se produjeron graves disensiones y luchas crueles, en medio de
una existencia miserable; el grupo que en 1793 estaba formado por
Adams y tres compañeros y 10 mujeres indígenas y varios niños, se vio
al cabo de pocos años falto de dos de los sublevados, uno por haberle dado
muerte un marido ultrajado y otro por suicidio al arrojarse al mar en un ataque
de locura como consecuencia del hábito de beber en exceso el jugo de ciertas raíces
que el mismo había logrado destilar. Adams u su compañero Young consiguieron
al fin organizar la vida de la colonia y ello la hizo prosperar.
Enseñaron la religión cristiana a sus hijos y pasando el tiempo
recibieron la visita del misionero Buffet. En 1814 estuvo allí la fragata
inglesa Bretor en viaje a Chile y en 1825 cuando el capitán Beecheg los visitó
de nuevo, los habitantes sumaban ya 70 y Adams era llamado el Patriarca de
Picairn por el sentido religioso que imprimió a la colonia.
EL PUERTO DE SANTA CRUZ SEGÚN ALGUNOS
VIAJEROS DEL SIGLO XVIII
Durante
el siglo XVIII y más concretamente durante el último tercio del mismo, el
puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife fue el de mayor tráfico marítimo de
las islas Canarias. Las armadas
europeas, tanto comerciales como científicas (y por supuesto las de guerra,
aunque frecuentemente era difícil distinguir las unas de las otras),
hacían escala en nuestra isla para preparar los navíos, arrancharlos, y
dar un descanso a las tripulaciones antes del gran salto hacía el Océano Atlántico.
Algunos de los viajeros de estas armadas dejaron escrito sus impresiones de
El astrónomo y naturalista Francés, Louis Feuillée en su obra, “Viaje a las islas Canarias”, -el cual tuvo lugar en 1724
(anteriormente en 1708 había realizado una escala en Tenerife) nos dejó el
siguiente relato sobre el lugar Plaza y Puerto de Santa Cruz de Tenerife.
“Santa
Cruz es una pequeña ciudad en la isla de Tenerife, construida al borde del mar
en el este de la Isla, muy expuesta a los vientos que soplan de ese lado. Estos
vientos hacen que la maniobra de acceso a tierra sea muy difícil
y peligrosa. Las grandes olas que llegan del inmenso océano rompen
contra las costas con una violencia impresionante y un ruido espantoso, obligan
a los navíos a atracar de costado, ya que si por desgracia el viento impulsa
hacía atrás un barco fondeado, éste
podía estrellarse contra la costa y romperse. La línea de costa es
siempre muy elevada, sólo hay una pequeña ensenada arenosa al este de la
ciudad, en donde se puede descender a tierra cuando el mar está en calma, es
decir, por la mañana y por la tarde.
Esta pequeña ciudad tiene alrededor de trescientas casas. La parroquia
es muy bonita, hay dos conventos, uno de los franciscanos, muy apreciado por su
regularidad y el otro de los dominicos. Los calores son excesivos en ella en
todas las estaciones del año.
La ciudad y la rada están defendidas por tres fuertes, una plataforma y
varias fortificaciones a lo largo de la costa. La ciudad está obligada a
mantener los fuertes de
En las Constituciones, y
nuevas adiciones Sinodales del
Obispado de las Canarias, constituciones que tuvieron lugar en el año de
1733, el Obispo D. Pedro Manuel Dávila y Cárdenas, imprimió –entre otras– sus impresiones del puerto de Santa Cruz en los siguientes términos: <<Tiene
este Lugar un Beneficio, provision de su Magestad, Iglesia muy buena, y decente,
quatro Hermitas, que son la de nuestra Señora de Regla, San Andrés en el Valle
de Salazar, San Telmo, y la San Sastian. Compónese
de 1367 casas, en que viven al presente 6568
personas. Este puerto es
donde concurre oy el Comercio de las Islas. Tiene dos Conventos, con bastante
comunidad, uno de Santo Domingo, y otro de San Francisco. Está
este Puerto muy
fortificado, y prevenido con tres Castillos, coronados de piezas, como las
fortificaciones de la playa. Creo sera necessario poner en este Lugar Ayuda de
Parroquia, por lo mucho que se ha aumentado, y se vá aumentando, y de dichas
casas están en el camino de Regla 15, camino de la Laguna 5; en donde llaman
los Campos 4; en el Bufadero 12; en el Valle de San Andrés 75; en el de Iguete
25; y los demás arruados>>.
Un buen marino y excelente
conocedor de Canarias, el inglés George Glas autor de la “Descripción de
las islas Canarias
El
siglo XVIII fue pródigo en sucesos acaecidos en la Villa y puerto de Santa Cruz
de Tenerife, queremos incluir algunos de los mismos en éstas página, ello nos
aproximará a la realidad política, militar y social de aquel siglo. Conste que
no pretendemos con estas líneas, crear un tratado sobre la historia del puerto
Santacrucero, solamente nos guía el deseo de divulgar algunos aspectos de
nuestra historia poco o nada conocidos por las actuales generaciones, pido
anticipadamente disculpas al posible lector
por los errores y defectos que puedan encontrar en las páginas que
siguen, pues reconozco que mi osadía al emprender este trabajo, solamente es
superada por el amor que profeso a mi patria Canaria y a su historia.
A principios de siglo, se
produjo uno de los hechos más relevantes acaecido durante la primera década
del mismo. Como consecuencia de la guerra de sucesión a la corona
española entre el archiduque Carlos y Felipe V, la armada inglesa mantenía
bloqueado el puerto de Cádiz. El tiempo debía transcurrir bastante monótono
para la flota sitiadora, lo que impulsó al almirante Leake comandante en jefe
de la misma, a que una división de su escuadra la denominada azul, al mando del
joven y recién ascendido contraalmirante John
Jennings, girase una visita de reconocimiento e intimidación a las Islas
Canarias. La isla escogida para esta algarada fue naturalmente la de Tenerife,
considerada en aquellos momentos la más importante del archipiélago, las
verdaderas intensiones que traía la
flota continua siendo aún hoy un
misterio, algunos autores especulan con la posibilidad de que la misión de la
armada consistía en conseguir el que las islas levantasen pendones a favor del
pretendiente, el archiduque Carlos, auto titulado -en aquel momento- Carlos
III, creemos que estos peñascos
casi olvidados en el Atlántico simples bases para el cambio de aguadas de los
barcos en ruta hacía las Indias occidentales, poca o ninguna importancia tenían
para las potencias europeas empeñadas en aquella guerra de sucesión en la que,
los aliados perseguían la partición
de la monarquía española y la posterior distribución de sus despojos.
Volvamos a la visita del
contraalmirante Jenning. Al atardecer del día 5 de Noviembre de 1706, los vigías
del semáforo de Anaga señalaron la proximidad de diez navíos extraños,
aunque la plaza estaba alerta debido a los acontecimientos que se
desarrollaban en Europa, de momento la presencia de la flota no despertó
sospechas pues se pensaba que podía tratarse de un convoy que se dirigía a las
indias Occidentales, no obstante y por precaución,
aquella tarde se dio la alarma en Santa Cruz, La Laguna y lugares próximos, viéndose la marina y alrededores concurridos de gran número de personas
dispuestas para la defensa de la plaza.
Los castillos y baterías estaban preparados de antemano debido y bien provistos
de munición y pólvora (cosa inusual en otras épocas) por las circunstancias
de guerra, estaban preparados para repeler cualquier intento de agresión,
estando al frente de los mismos sus respectivos alcaides, el teniente coronel
de designación real, don José Machado Fiesco gobernaba el castillo de
paso alto; don Gregorio de San Martín, nombrado por la ciudad, el de San Cristóbal,
y don Francisco José Riquel y Angulo, nombrado por el cabildo, estaba al frente
del de San Juan.
El Comandante General de las
islas, don Agustín de Robles y Orezana, quien tuvo encomendado el mando del país
entre los años 1705 y 1709, se encontraba
ausente de la plaza, pues se había desplazado a la isla de Gran Canaria para
resolver algunos contenciosos que mantenía con la audiencia de Canarias. Una
ves más, las milicias Canarias
tuvieron que defender el país de la agresión de una potencia europea.
Al amanecer del día seis, los trece navíos de la flota de Jenning
ponían proa hacía el puerto de Santa Cruz, recortándose en el
horizonte con las luces del alba, conforme se iban acercando, enarbolaron
banderas francesas, luego suecas, para posteriormente izar banderas azules,
verdadera enseña de la flota, por este echo, fue recordada esta batalla entre
las gentes de la isla como “la invasión inglesa de la bandera azul”, los
buques fueron tomando posición de combate, lo que disipó totalmente las
posibles dudas de los defensores, sobre las intenciones de la escuadra.
Sin embargo, no hubo sorpresa alguna, porque desde la noche anterior
habían sido movilizadas todas las milicias de la isla, siendo la marina
de Santa Cruz el lugar de reunión de las mismas, y donde se fueron preparando
para rechazar cualquier intento de desembarco por parte de la escuadra. La
nobleza rivalizó en dar pruebas –como en ella
era habitual– de fidelidad al monarca, y desde la ciudad de La Laguna
así como de los lugares más apartados del interior de la isla, fueron
descendiendo a caballo con todas sus rutilantes armas, posiblemente bruñidas
para lucirlas en el evento, causando admiración por su acompañamiento el marqués
de Villanueva de Prado.
El coronel de la caballería
de la isla, don Francisco Tomás de Alfaro, que se encontraba de visita en la
Orotava, recorrió con otros caballeros, la distancia que
Desde el castillo de San
Cristóbal, se disparó un tiro de admonición como era usual, para que enviasen
una lancha: el contraalmirante Jenning hizo caso omiso a la invitación, y por
el contrario dio orden de que los cañones de sus navíos
abriesen fuego contra los fuertes de la plaza. El cañoneo se mantuvo
durante dos horas con nutrido fuego por ambas partes, en medio del tronar de los
cañones se vio como se separaban de la escuadra 37 lanchas repletas de
soldados, que avanzaron hacía las playas de San Antonio y la de la Peñita
en compacta formación, en mitad de camino fueron detenidas por los
disparos de los cañones de Paso Alto y de San Cristóbal, ya que el de San Juan
no alcanzaba con sus tiros al grueso de la escuadra.
Algunos navíos se acercaron a tierra para tratar de proteger con sus cañones
la maniobra de desembarco, pero el intenso fuego de los castillos y baterías
les causaron considerables daños, obligándoles a retirarse fuera del alcance
de los cañones. Ante el cariz que iban tomando los acontecimientos, el
contraalmirante Jennig optó por parlamentar. Para ello, descubrió primero su
verdadera nacionalidad enarbolando el pabellón de Inglaterra, enviando acto
seguido (sobre las tres de la tarde), emisarios en una lancha enarbolando
bandera blanca.
Una
embarcación de los defensores se dirigió entonces a su encuentro recogiendo a
los emisarios y vendándoles los ojos los trasladaron al castillo de San Cristóbal.
Allí en presencia de los jefes de la defensa y del alcaide
San Martín, el Corregidor don José de Ayala y Rojas recibió a los
parlamentarios ingleses, y recogió la carta que le remitía el almirante de la
flota. Reproducimos el contenido del escrito así como la repuesta dada por el
corregidor don José de Ayala, tal
como las recoge don Antonio Romeu de Armas, en su obra Canarias y el Atlántico.
“Excelentísimo
señor:
Soy mandado aquí con la esperanza de encontrar una escuadra francesa, no
como enemigo, sino como amigo de los españoles. El haber tirado los navíos no
fue por prescripción mía, pues apenas lo percibí, mandé llamarlos para
fuera, no siendo mi intención que se cometiese alguna hostilidad a ese lugar.
Me alegraré poder servir a V.E. o a otro cualquiera de esa isla todo cuanto
fuere posible, pues estamos en
estrecha amistad con los españoles. No puedo dejar de asegurar a V.E. cómo S.M. Católica el Rey Carlos III han tenido tantos sucesos
sus armas este verano, que la mayor parte del reino y dominios de España están
ahora debajo de su obediencia, y no
hay duda de que los franceses serán enteramente expulsados de España. Tengo
orden de S.M. Católica para asegurar a todos los españoles de todas partes
de su protección, y que los que voluntariamente se sometieren a S.M. Católica
el Rey Carlos, serán continuados en sus empleos y puestos que ahora gozan. Si
V.E. es servido de cambiar rehenes para que vengan a bordo serán bastantemente
informados de todas las cosas y de la verdad de lo que aquí inserto; me
hallará muy pronto para darle gusto, y no dudo será muy a su satisfacción.
Quedo con mucho respeto de Vuestra Excelencia su más obediente y humilde
servidor. = John Jenning. = A bordo del navío de S.M. el Binchier, 26(¿) de
Octubre de 1706. = Las dos tartanas que van siguiendo los navíos, si salieren
ser españolas se devolverán.”
Creemos que la fecha de 26 de
Octubre insertada en el texto es un error de imprenta ya que la repuesta del
corregidor Ayala, está fechada a 6 de Noviembre. Lo que nos da una diferencia
de 12 días entre las fechas de ambas misivas, mientras que siguiendo la narración
de Rumeo de Armas, la flota fue avistada por la atalaya de Anaga, el 5 de
Noviembre, atacó la plaza al
amanecer del día
La repuesta dada por el
regidor y redactada en similares términos
cortesanos que, el empleado por Jenning, fue escrito en los siguientes términos:
.”Excelentísimo
señor:
En vista de la de Vuestra Excelencia escrita este día, de a bordo de la
nao el Binchier, que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones
que de esa escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesanía de Vuestra
Excelencia y respondo que a haber llegado desde el principio la lancha, en la
conformidad que ahora, y como vuestra Excelencia muy bien sabe debe enviarse,
hubiera sido sin embarazo. Y por lo
que toca a las noticias que me insinúa Vuestra Excelencia
acerca del estado de la guerra y cosas de España, digo: que aquí
sabemos y estamos bien satisfechos de que las gloriosas armas de nuestro Rey
y Señor don Felipe V están
muy ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los
reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase su S.M. en
diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su
obligación de fidelísimos vasallos de S.M. Católica Felipe V (que Dios
prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a Vuestra Excelencia la
galantería que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este
puerto, y quedo a la disposición de Vuestra Excelencia para cuanto sea de su
agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de
noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. = Don José de Ayala y Rojas. = Excelentísimo
señor don Juan Jennings”
Según el historiador don Alejandro Ciuranescu, refiriéndose a los
resultados de la batalla nos dice
“en el campo de las cortesías chinescas, los ingleses resultaron
derrotados”, pensamos que fue una pobre victoria para los canarios con un
costo demasiado elevado.
La Monarquía Española en aquellos momentos representada por Felipe V,
quedó sumamente complacida de la defensa que de sus intereses hicieron sus
fieles vasallos de la colonia, distribuyendo como era habitual en estos casos,
algunas prebendas entre los miembros de la oligarquía tinerfeña que
supuestamente más se destacaron en la defensa de los mismos. Las palmaditas en
la espalda la recibieron en forma de sendos hábitos de ordenes militares
concedidos al corregidor Ayala y al
castellano San Martín, a los defensores de a pie, su majestad, se dignó
recordarlos en una carta dirigida al cabildo de la isla con fecha 28 de
Diciembre de 1706. La prebenda recibida por el castellano San Martín, no fue
bien vista por el virrey don Agustín de Robles, quien desató su ira contra él,
haciéndole víctima de algunas tropelías, actitud esta –por otra parte–
bastante frecuente por parte de los comandantes generales de aquella y de otras
épocas, en sus funciones de representantes de los amos y señores de las islas,
que son los gobiernos de la Metrópolis.
El puerto de Santa Cruz de Tenerife, fue tomando auge al mismo tiempo que
el de La Orotava, aunque éste al estar relativamente más resguardado que
aquel, absorbía mayor tráfico marítimo, y ambos se beneficiaron de la
destrucción del puerto de Garachico, que hasta unos meses atrás había sido el
más importante de la isla.
La erupción del Volcán de Garachico, acaecida el 5 de Mayo de 1706 y
que, había sido precedida de violentos movimientos sísmicos, de una intensidad
superior a los que seis meses antes
habían anunciado las erupciones volcánicas de Siete Fuentes el 31 de Diciembre de 1704 hasta el 5 de Enero de 1705, el
de Fasnia que comenzó la erupción el 5 de Enero de 1705, el de Arafo del 2 de
Febrero de 1705 hasta el 23 del mismo año. De estos desastres naturales el que
más afecto a la economía de la isla, fue indudablemente el de Garachico, ya
que por este puerto se exportaba la mayor parte de los vinos, y manufacturas
producidas en las comarcas del noroeste de la isla, la Villa sufrió grandes daños
en sus edificios, calles, y estructura comercial, quedando prácticamente
arruinada, lo que obligó al desplazamiento de los exportadores y comerciantes
hacía el puerto de La Orotava (puerto de la Cruz), y hacía el de Santa Cruz.
El auge e importancia que iba
tomando el puerto de Santa Cruz, en franca competencia con el de La Orotava, y
al estar éste más resguardado de los vientos, como hemos anotado
anteriormente, gozaba de la preferencia de navíos para fondear en él,
especialmente los que venían de tornaviaje de las América.
La presencia de buques
cargados con ricas mercancías y productos exóticos de las Indias Occidentales
y de Europa, despertaban la codicia de corsarios y piratas europeos, -y en
ocasiones la de Canarios y Americanos- que no dudaban en efectuar
arriesgadas incursiones en la bahía con el objeto de arrebatar a algunas de las
naves que se guarnecían bajo la esperada y no siempre efectiva protección de
los cañones de los castillos. Algunas de estas operaciones llevadas a cabo por
los corsarios tuvieron éxito como podremos ver más adelante, otras,
fracasaron. No obstante la ciudad fue en muchas ocasiones escenario de las transacciones de piratas y corsarios quienes usaban esta
plaza para el rescate de sus presas con la autorización –cuando no con la
connivencia –, de los comandantes generales y demás autoridades de las islas,
pero este es un tema que trataremos aparte.
Por los meses de verano del año
1719 fondearon en Igueste de San Andrés
dos buques corsarios de su graciosa majestad Británica,
que es probable estuviesen operando sin órdenes pues ya la guerra entre
ingleses y españoles se había concluido.
Habían apresado una
embarcación que hacía la travesía de Santa Cruz a Las Palmas y querían
quedarse con ella, para lo cual decidieron aligerar la carga y echaron a tierra
a los tripulantes y viajeros prisioneros, los cuales al no ser gentes
importantes por las que se pudiese pedir suculentos rescates les servían de
estorbo. Estos mismos piratas habían apresado meses atrás a unos barcos
cargados con trigo para la isla, dejándola prácticamente desabastecida.
En 1740 se produjo una nueva guerra con Inglaterra, como consecuencia los
corsarios ingleses infestaron de nuevo las aguas de las islas. Esta situación
de merodeo por parte de los corsarios ingleses, perturbaba el tráfico entre las
islas ocasionando con ello la falta de muchos productos de primera necesidad. Se
organizó entonces no sólo la defensa pasiva, sino también la caza a los
piratas, forma ésta de defensa que ya casi se había olvidado en las Islas.
Como era habitual entre las potencias marítimas europeas, cuando entraban en
conflictos bélicos expedían patentes de corso a favor de capitanes de su flota
mercante y en ocasiones a navíos reales dedicándose éstos a hostigar al
enemigo, apresando a los barcos mercantes y saqueando las poblaciones costeras y
los puertos. El gobierno español concedió patente a algunos de los navíos
mercantes mejor artillado. Uno de los capitanes patentados fue Antonio Miguel,
patrón de la balandra Canaria San Telmo,
éste apreso un bergantín inglés que
transportaba una carga de bacalao y una corbeta de la misma nacionalidad. Ambas
embarcaciones fueron vendidas en Santa Cruz, el bergantín en 2.000 pesos y su
carga de pescado en 9.000. Como toda acción produce reacción, los ingleses
desplazaron a nuestras aguas un navío de 50 cañones con objeto resarcirse
de las pérdidas, después de cuatro días de acecho, logró apresar un
barco de Gran Canaria que, venía a
Santa Cruz y que por fortuna venía en lastre.
El acecho a la espera de
poder capturar presas más o menos fáciles, por parte de los corsarios
ingleses, continúa en nuestras aguas. En 1743 la balandra The
Fox (la que probablemente participó décadas más tarde en el ataque de
Nelson, y que fue hundida en el transcurso del mismo), al mando del capitán
Erskine, y el corsario The Sphire,
El capitán Holmes se presentó con el navío The
Saphire en la rada de Santa Cruz, el primero de Junio de 1743 y envió aviso
al comandante general don Andrés Benito Pinagnatelli, notificándole que esperaría 24 horas en la Punta de Anaga por si le
interesaba el canje de prisioneros y el rescate de los navíos. El general ya
había convenido con Erskine la liberación de todos los prisioneros detenidos
en Canarias, en cuanto a los navíos se avino a su rescate. El importe del
rescate de los buques se solía pagar en especie, vinos, aguardiente, harina,
animales vivos y dinero, o ambos medios.
Un ejemplo de este tipo de rescate nos lo ofrece el corsario inglés
Woodes Rogers, quien el 17 de Septiembre de 1708 capturó una embarcación
canaria de unas 25 toneladas, ésta de matricula del puerto de la Orotava, se
dirigía a Fuerteventura conduciendo 45 pasajeros entre ellos cuatro frailes y
algunas mercancías. Tratado el rescate en el puerto de la Orotava, Woodes exigió
y obtuvo en la mañana del 21 como rescate por el pequeño barco,
algunas pipas de vino, uvas, cerdos y diversas clases de víveres. En
otra parte de esta obra nos ocuparemos más ampliamente de éste personaje.
El respeto que imponía los cañones de los
castillos, impedían en
ocasiones a los corsarios que azotaban el tráfico entre islas el acercarse
demasiado al puerto. Durante la guerra entre anglo-española de 1762-63, los
Canarios perdieron menos por los ataques directos, que indirectamente, en la
toma de La Habana (1762), se perdieron 4 navíos Canarios y
varios más fueron apresados en el tornaviaje, en el mismo año, un
corsario persiguió a una embarcación española hasta que ésta logró ponerse
al abrigo y amparo de la artillería del fuerte de San Cristóbal.
En
1779 recaló por el puerto de Santa Cruz un navío inglés, éste venía
maltrecho y falto de víveres y agua, por el hecho de ser inglés, se le
negó el auxilio que demandaban siendo expulsado a cañonazos, siendo evidente
que, en esta ocasión se olvidaron las formulas cortesanas a que tan apegados
eran en la época. El buque arrumbó hacía Garachico donde recibieron similar
tratamiento porte parte de las autoridades de aquel puerto, ante tal situación,
y vencidos por el hambre, la sed y las enfermedades, decidieron retornar a Santa
Cruz donde se entregaron, siendo encarcelados en el castillo-prisión de Paso
Alto. En el año de 1779 el Cabildo de Tenerife, decidió armar por su cuenta
una balandra guardacostas que confió al mando de José Armiaga, (este sujeto
sería nombrado Coronel del Regimiento de Infantería de Canarias en 1805),
durante sus correrías tuvo un enfrentamiento con un corsario inglés, a quien
logró derrotar y echar a pique.
Las
frecuentes guerras entre españoles, ingleses, franceses y Holandeses,
por la explotación de las posesiones africanas y americanas, causaban
frecuentes desasosiego en esta colonia, pues tan pronto unos eran enemigos de la
metrópolis como en unos meses eran amigos. Esta situación que podríamos
considerar de continua incertidumbre en las islas, perjudicaba el poco comercio
de exportación que a éstas se les permitía por parte del gobierno español,
pues por una parte el principal
o quizás único cliente europeo de
cierta importancia era Inglaterra por otra, el modesto comercio que se mantenía
con América, era perturbado por los corsarios de los países
contendientes.
CAPTURA
DE LAS FRAGATAS PRINCIPE FERNANDO Y LE MOUTINE
En 1776, ingleses y españoles, sé enzarzan, una vez más, en otra guerra,
como consecuencia de la misma, los corsarios ingleses hacen de las aguas
canarias, su campo de operaciones favorito, en la noche del 17 al 18 de
Abril de 1797, dos fragatas inglesas destacadas de la armada del almirante Sir
John Jervis que mantenía el cerco de Cádiz, se desplazaron hasta el puerto de
Santa Cruz de Tenerife y, perpetraron un audaz golpe de mano, amparándose en la
nocturnidad y en la deficiente vigilancia mantenida tanto en los
castillos de la plaza como en los navíos. Precisamente esa noche, parte de los
tripulantes de la fragata Príncipe Fernando habían decidido pernoctar en tierra, quizás con
ánimo de degustar los sabrosos caldos de malvasías y aguardientes isleños
que se expendían en las tabernas de la plaza.
El capitán de la fragata Terpsichore,
Richard Bowen, ordenó arriar un par de botes al agua con una dotación de 80
hombres y, bogando con sigilo, abordaron la fragata de la Real Compañía de
Filipinas El
Príncipe Fernando (que en ruta de Filipinas hacía Cádiz, venía al mando
del Capitán Juan Ignacio de Doria, y del segundo José Zabala), que estaba
anclada en la rada bajo la
protección del fuerte de San Cristóbal, cortaron las amarras y, aprovechando
el viento Norte, los ingleses sacaron el navío rápidamente
de la bahía, cuando tocaron a arrebato
desde el fuerte, los corsarios y su presa ya se alejaban del puerto y plaza de
Santa Cruz, y fuera del alcance del tiro de los cañones.
La experiencia con el
Príncipe Fernando, debió
servir de poco a la guardia y mandos de los fuertes, pues pocos días después
los corsarios ingleses Cockburn, y
Hallowell, al mando del Minerve y del The Lively
respectivamente, en la noche del 2 al 3 de Mayo dieron el golpe sobre la corbeta
francesa Le Mutine, abordándola y
matando a los tres marineros que estaban de guardia en el puente, la sacaron del
puerto sin oposición alguna, al contrario de lo que afirma algún autor, <<a pesar de la
tenaz resistencia de la dotación y del férreo cañoneo que se le hizo desde el
fuerte>> de la documentación que hasta el momento hemos manejado, no
se desprende que los aprehensores recibiesen repuesta alguna por parte de la
guarnición de la plaza, a pesar de que el parte enviado a la corona por el
general Gutiérrez que,
naturalmente, está redactado en términos exculpatorios, tratando de
salvaguardar la responsabilidad del general ante la pérdida de un navío
propiedad del rey, en un puerto del cual él era su máximo
responsable, hable
de una repuesta por parte de las baterías de los fuertes.
Curiosamente, la dotación de
La Moutine cometió los mismos
errores que, poco más de un mes antes, habían
cometido la tripulación del Príncipe
Fernando, así como la guardia de los fuertes. No cabe duda de que este fue
un duro golpe para la República Francesa, pues La Mutine, dedicada también al corso, y con una dotación de 145
hombres y 16 bocas de fuego (algún autor apunta que eran 14) había hecho
estragos en las comunicaciones navales inglesas.
La
Moutine (>La Traviesa ó Picara<), había zarpado 18 días antes del
puerto Bretón de Bres, al mando de la misma venía el capitán Louis Estanislao
Xavier Pomiés y el teniente Faust quienes al mando de sus tropas y marinería,
desembarcada por los ingleses después del apresamiento del navío, habrían de
tener una participación decisiva en la defensa de Santa Cruz frente a la
tentativa de Nelson.
En
la fragata viajaba como pasajero Mr. Prediger ciudadano holandés al servicio de
Francia, quien como embajador del gobierno francés llevaba una comisión
secreta para la ciudad india de Madrás. Los franceses no tardaron en
reaccionar, y para no perder su cuota de los cuantiosos beneficios que el
ejercicio de la piratería en las aguas canarias proporcionaba,
sustituyeron rápidamente a la nave perdida por otra denominada La
Mouche, más conocida en la historia de las islas como La Mosca, que en dos años de actividad, apreso seis navíos
enemigos y dejo un considerable número de prisioneros en la isla.
Una de las presas más
significativa lograda por La Mouche,
fue la corbeta Argos, con 50
prisioneros. El cónsul francés decidió remitir los prisioneros a Gibraltar
para canjearlos por prisioneros franceses, y los embarcó en la fragata española
Reyna Doña Luisa. Cuando los
prisioneros ingleses tuvieron conocimiento del puerto de destino, cundió entre
ellos el pánico porque algunos eran desertores. Rebasando la Punta de Anaga,
decidieron sublevarse y apoderarse del barco, conseguido su objetivo redactaron
una carta en la que explicaban a los viajeros que las causas que les habían
motivado a apoderarse del navío no
eran piráticos, sino que temían por sus vidas si eran conducidos a Gibraltar.
Arriaron una lancha y en ella embarcaron a los pasajeros con parte de sus
equipajes. Estos después de una angustiosa odisea
tuvieron la suerte de recalar en el puerto de las Nieves.
UN DESEMBARCO DE LOS INGLESES
Es
indudable que el siglo XVIII fue pródigo en sucesos que han dejado profundas
huellas en la memoria de los canarios. En Tenerife, uno de los hechos que más
profundamente pervive en la memoria popular es sin duda alguna el ataque
perpetrado por una escuadra inglesa al mando del entonces vicealmirante Sir
Horacio Nelson. El tema ha sido ampliamente tratado en la historiografía local
en gran número de libros y artículos de prensa por diversos y cualificados
autores, aunque con diversa suerte en cuanto a los planteamientos y desarrollo
de los hechos acaecidos.
Es un hecho notorio el que la
historia suele escribirla los vencedores -en Canarias tenemos muchos ejemplos
de ello -, pero sí además es escrita por participantes directos en los hechos
narrados y además, los sucesos se narran con el objeto de ensalzar los
supuestos méritos del que escribe con animo de recabar recompensas y prebendas
personales, nos encontraríamos -cuando menos- ante una exposición interesada o tervirgesada de los mismos.
Esta situación se da en la narración que de la invasión de la
plaza de Santa Cruz nos han llegado escritas por algunos participantes del
drama, como son los casos del Teniente General D. Antonio Miguel Gutiérrez, el
Coronel D. José Monteverde y el teniente de Artilleros de milicias D. Francisco
Grandi, estos personajes miembros de la oligarquía dominante en Tenerife en
lugar de centrar sus escritos en la narración sucinta y verídica de los
hechos, degeneran en un vocerío de plañideras en demanda de las migajas que de
la mesa real puedan caer en recompensa de los servicios prestados a la corona
española. Como es usual sobreponiendo en ocasiones sus interese personales, a
los verdaderos del país, tal como
se desprende del contenido de las súplicas elevadas a la corona por estos
personajes, y de testimonios posteriores.
Si la tendencia de los
vencedores es la de magnificar los hechos, y las personas que en ellos han
intervenido, en contra partida, los
vencidos tienden a minimizarlos, achacando la no-consecución de sus fines, a
causas externas, tales como el mal tiempo o la buena suerte del contrario,
tratando de salvar así la propia responsabilidad, por las decisiones mal
tomadas por la propia ineficacia de los individuos responsables.
En cuanto a la figura del Teniente General Gutiérrez, creemos que ha
sido debidamente descrita por quienes le trataron personalmente -sus contemporáneos-, quienes tuvieron oportunidad de conocer de cerca el carácter
y modo de actuar de este sujeto, unos dejaron sus impresiones escritas,
otros dieron testimonio de los momentos vividos durante el asalto de los
ingleses. No deja de ser significativo el que dos siglos después de los hechos,
algunos autores con determinada filiación profesional, se empeñen en crear de
la figura del General Gutiérrez, un héroe “pre a porter” del ejército
español, ejército que por otra parte era prácticamente inexistente en las
islas, como hemos apuntado en otro lugar. Creemos que el mencionado general
Por otra parte, tienen mucho que ver con la lectura de los hechos
narrados el tratamiento que a los mismos van dando los autores que
sucesivamente se van ocupando del tema, unos se dejan guiar por un romanticismo
caduco, otros por determinados intereses localistas, y los más,
siguiendo directrices emanadas de determinados sectores dominantes, todo ello
conlleva el que, con el transcurso del tiempo, los hechos nos lleguen viciados
y con una gran carga oculta de
determinados mensajes subliminales.
En el caso que nos ocupa, la
invasión de la plaza de Santa Cruz por la escuadra inglesa, al mando del contra
almirante Nelson, se nos muestran los factores
que más arriba hemos expuesto. Determinados autores se esfuerzan en
presentarnos los hechos como la victoria de un ejército español, sobre una
escuadra inglesa, sin tener en cuenta que tal ejercito no existía, por lo menos
tal como hoy lo entendemos, y “olvidando” que las verdaderas tropas
defensoras estaban compuestas por las milicias Canarias, tropas éstas
compuestas de campesinos, marineros y pescadores, braseros, artesanos y modestos
empleados, quienes además aportaban las escasas armas de que disponían a su
costa, dándose el caso de que los contingentes más numerosos los aportaban los
rozadores, campesinos armados solamente de un palo con una rozadera fijada en
uno de sus extremos (herramienta que se emplea para cortar zarzas y otras
hierbas), con las cuales tenían que hacer frente a fusiles, pistolas, sables,
adargas e incluso a cañones. Éstas fuerzas, apenas mencionadas por algunos cronistas de manera muy superficial
(cuando lo hacen), pasando de puntillas sobre el tema, sin valorar debidamente
que eran el verdadero ejército que defendía las islas de cualquier invasión.
Noviembre de 2011.
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