Eduardo
Pedro García Rodríguez
(Viene
del capitulo anterior)
Tras los gremios desfilaban las cofradías, siendo las más pomposas las
dos hermandades sacramentales, que precedían a las andas, y a continuación de
ellas, marchaban los clérigos, cerrando la procesión las autoridades civiles y
el omnipresente ejército representado por un batallón de milicianos, todos
colocados en riguroso orden conforme sus prerrogativas, los gremios encabezados
por el escribano del cabildo y las cofradías por el notario eclesiástico.
El Cabildo lagunero, representante de la élite insular, a lo largo del
siglo XVIII se va impregnando de las ideas de los ilustrados y comienza a
rechazar el espacio que ocupaba las tradiciones populares en las fiestas del
Corpus. Acepta los planteamientos impuestos por las clases dominantes. Así Lope
de la Guerra expone que “los muchachos y otras personas sin atender al objeto
de los cultos, se embisten pelean y hacen otros desacatos a fin de hurtar los
ramos y las personas que se dedican a la danza son comúnmente carniceros y
otros semejantes y que, siempre que haya personas decentes para ella le parece
muy decente el que la haya”. De igual opinión, es su hermano el marqués de
la villa de San Andrés: “no concibe por obsequio ni culto el bailen delante
del Santísimo un racimo de baladrones que bailan mal”, ante tan ilustradas
aseveraciones, el cabildo decide suprimir los bailes en la procesión. Es
evidente el desprecio que el grupo dominante manifiesta hacía el pueblo llano,
especialmente a los carniceros, posiblemente éste desprecio rayando en el odio
sea debido a que algunos de los antepasados de éstos supuestos descendientes de
conquistadores, sufrieron en carne propia el mayor y más denigrante castigo que
los guanches infligían a sus prisioneros de guerra consistente en hacerles
actuar de carniceros, castigo que estaba basado en tabú de la sangre.
Según expone acertadamente don Manuel Vicente Hernández «...la Fiesta
del Corpus resume como ninguna el carácter de expresión viva del cuerpo
social, y por tanto trasluce los prejuicios sociales de los regidores. Ello es
así porque a la par que centra en la Sagrada Forma el punto capital del
acontecimiento, se proclamaba el paradigma más simbólico y representativo de
aquella sociedad en un ordenamiento rigurosamente jerárquico y piramidal». Más
adelante nos dice «...La batalla por la preeminencia y el afán por superar a
los demás, origina también notables disputas entre la ordenes regulares y las
autoridades eclesiásticas y civiles. Entre ellas destacan las del visitador del
obispado, Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu, en 1715 con los dominicos
santacruceros por la colocación de altares en las calles cuando esto sólo es
atributo de la parroquia en el día del Corpus, el pleito entre el mismo
convento y el alcalde real en 1790 ante la negativa de los religiosos a enviar
recado político a éste para asistir a la procesión.»
Queda claro que el binomio entre los poderes civiles y eclesiásticos
tienden a un mismo fin, que es el de
mantener a un pueblo ignorante y sumiso fácil de explotar, en beneficio de
ambas instituciones. Para ello no dudaban en presentar a
los creyentes simples, una deidad de corte hebreo terrible vengativa y
sanguinaria, capaz de mantener en un fuego eterno a todos aquellos que osasen
poner en tela juicio las decisiones o simples caprichos de sus amos y señores,
estos castigos que, aunque terribles, eran promesa de futuro, se veían
complementados con la realidad inmediata, de ello se encargaba la “santa
inquisición” quien no dudaba en aplicar horrorosos tormentos sin cuentos o
quemar vivos los pobres desgraciados que eran acusados de cualquier herejía que
no fuese cristiana. En la mayor parte de sus actuaciones, el “santo”
tribunal de la inquisición actuaba por denuncias que estaban motivadas por
rencillas personales, por intereses políticos o eclesiásticos e incluso con el
sólo fin de apoderarse de los bienes de los denunciados en beneficio del propio
tribunal. Por todo ello, el tribunal constituía uno de los basamentos que la
iglesia ponía a disposición del estamento político como eficaz instrumento de
dominio sobre el pueblo llano y sobre algunos individuos contestatarios o
molestos para el sistema.
Este instrumento al servicio de los poderes implantados tuvo especial
incidencia en Canarias como consecuencia del hecho “diferencial”, pues si
bien, los poderes políticos aparentemente se afianzaban en el estamento
militar, la verdad es que éste como tal no existía, entre otras razones por lo
costoso de su mantenimiento. Por consiguiente, la oligarquía se valía del
poder represor moral de la iglesia para mantener la sumisión e ignorancia del
pueblo, pues es bien sabido que el clero siempre a practicado dos doctrinas de
un mismo predicamento, una para los poderosos y otra para
los oprimibles.
La tan celebrada por algunos
autores, integración o fusión de las culturas aborigen y europea, no deja de
ser una falacia histórica más, pues si bien el pueblo canario se vio obligado
a aceptar las nuevas normas impuestas por la situación de pérdida de la
libertad y consiguiente sumisión a los europeos, no es menos cierto que, éstas,
fueron aceptadas dotándolas de una manera de hacer y de ser propias, totalmente
diferenciadas de los modos europeos por lo cual no se puede decir que el pueblo
guanche se fusionase con el español.
Por otra parte, éstos, jamás se integraron totalmente en la sociedad
canaria, como sería natural en un pueblo que llega, precisamente porque
al establecerse como conquistadores, crearon un círculo cerrado de autodefensa
y dominio a la par que de desprecio hacía el pueblo sometido lo que,
naturalmente, impidió la tan falazmente divulgada fusión de ambos pueblos.
Esta situación real motivó que la iglesia católica desarrollase
enormes esfuerzos en sincretizar la teogonía del pueblo sometido, como ejemplos
más palpables tenemos los de
Estos
lugares fueron objeto de sincretización
por parte de la iglesia católica, por ello vemos multitud de sitios donde se
han erigido Templos, Adoratorios, Ermitas y multitud de cruces cristianas en
toda nuestra geografía, y que anteriormente estuvieron ocupados por santuarios
guanches, anatematisando aquellos lugares cultuales que no podían destruir o
que eran de difícil acceso y control, entre los cuales cabe destacar los
denominados “bailaderos” de las
brujas, o los barrancos conocidos como del infierno.
La importancia de los árboles en la teogonía guanche era tal que, en las primeras datas concedidas a raíz de la conquista, se daban como referencias de reconocida entidad de los linderos, la existencia de pinos, dragos y palmeras, algunos de los cuales eran denominados como santos. Todo éste proceso de cristianización culmina en las fiestas del Corpus, en cuyo trasfondo lo que en realidad se está celebrado son antiguos ritos primaverales de fertilidad y de regeneración de la vegetación, es decir, de la vida, y por consiguiente, de culto a la naturaleza.
(10)
EL OBISPADO DE TENERIFE
El poder no duda en emplear cualquier método que contribuya a
perpetuarse, la metrópoli haciendo suya la antigua máxima romana de “divides
y vencerás”, a procurado siempre fomentar por todos los medios posibles (que
son casi todos) avivar y mantener vigente en todo momento el denominado
“pleito insular”, pleito que como es sabido viene siendo sustentado por los
poderes políticos dependientes del exterior y con el decisiva apoyo del aparato
colonial, así pues, los poderes fácticos imperantes en el siglo XIX no dudaron
en fomentar las rivalidades entre las mal
llamadas islas mayores en un tema tan vital como la desmembración del obispado
de Canarias. Así pues, empleando como excusa la necesidad que experimentaban
las islas occidentales del archipiélago de una mayor atención espiritual por
parte del prelado, la cual se argumentaba que no era del todo
satisfactoria entre otras cuestiones,
por las consecuencias del “hecho insular.” Así a finales del siglo
XIX, los criollos ediles laguneros Tomás de Nava y Grimón y Fernando de
Un sector tan decisivo en el control social de una comunidad como es la
iglesia católica, no podía escapar de las intrigas del poder, máxime, cuando
ésta es parte importante y relevante influencia que éste ocupaba en la corte
española, la posibilidad de retomar la vieja aspiración de crear dos mitras en
Canarias.
El primer antecedente para dotar a la isla de Tenerife de una colegiata,
había sido iniciativa del obispo de Canarias don Antonio Tavira y Almazán, quién
pretendió fusionar para éste fin los beneficios de las parroquias que existían
en La Laguna, pero las secuelas de la antigua rivalidad de las villas de arriba
y abajo sostenida por ambas parroquias hicieron fracasar el proyecto.
A raíz de la implantación de las cortes de Cádiz en 1812, se posibilitó
la reestructuración política y administrativa colonial del Archipiélago
Canario, alcanzando también al pleito eclesiástico, que se venía entablando
entre Tenerife y Gran Canaria.
Los diputados tinerfeños Key, Llarena y Franchy presentaron en las
Cortes de la metrópoli en 1813, una exposición en la que pedían la creación
de un obispado para las cuatro islas occidentales, con sede en la entonces
capital de Canarias la ciudad de
Las causas que motivaron esta decisión de Fernando VII fue
sin duda alguna las presiones recibidas por parte del ayuntamiento y cabildo
catedral de Las Palmas, quienes se oponían a la división del obispado
proponiendo como solución a las demandas espirituales expuestas por los
disputados tinerfeños el nombramiento de auxiliares o visitadores de la
confianza del obispo titular de canaria don Manuel Verdugo y Albiturria, quien
por esas fechas gozaba de muy precaria salud, falleciendo en su ciudad natal Las
Palmas el 12 de septiembre de 1817.
Como es natural, la decisión del monarca español no gustó a los políticos
en Tenerife, donde se aceptó como un mal menor y transitorio en espera de
conseguir los fines deseados.
El 21 de diciembre de 1819 por fin tuvo lugar la división del obispado
de Canaria y la erección del de Tenerife, el 27 del mismo mes fueron elegida el
vicario capitular y gobernador por el cabildo catedralicio. La elección recayó
en don Pedro Bencomo Rodríguez, quien fue elegido el 27 de diciembre de 1819.
En febrero de 1882, don Pedro renuncia al cargo, siendo sustituido por don
Hilario Martinón, que a sus ves presentó la renuncia en
julio de 1824, siendo elegido por segunda vez don Pedro Bencomo, quien se
mantuvo en el cargo hasta julio de 1824.
Ante los continuos esfuerzos llevados a cabo por el obispado de Canaria,
para evitar el afianzamiento del joven obispado Nivariense, figuras tan antagónicas
en lo político como Antonio Ruiz de Padrón diputado por Tenerife y el
arzobispo de Heraclea don Cristóbal Bencomo Rodríguez, trabajaron
conjuntamente por mantener la existencia de la diócesis de Tenerife, enfrentándose
a la infatigable actividad desplegada para conseguir la reunificación del
obispado de Canaria, del magistrado don Juan Bautista Casañas de Frías
diputado especial del cabildo catedralicio de Las Palmas en Madrid, durante los
años 1820 y 21, y del doctoral don
Graciliano Afonso, quien lo sustituyó en el cargo tras hasta finalizar el
trienio liberal.
Las gestiones realizadas por el doctoral, culminaron con la obtención de
un dictamen de la comisión eclesiástica
de las Cortes de mayo de 1822, mediante el cual se ordenaba la supresión del
obispado de Tenerife hasta el arreglo definitivo del clero.
Este dictamen de las Cortes suponía sin duda la muerte del obispado de
Tenerife, pero el incansable empeño de los diputados tinerfeños Ruiz de Padrón
y don José Murphy, quienes para este evento contaron con el inestimable apoyo e
influencia de don Cristóbal Bencomo, y la coincidencia de la llegada de las
tropas de Angulema, evitaron la total supresión de la diócesis Nivaríense.
Con inusitada rapidez, en 1824 se inician los trámites para la provisión
del obispo de Tenerife. De la terna presentada a
Folgueras, llega a Tenerife el 4 junio de 1825, siendo recibido
solemnemente en su catedral el 19 del mismo mes. Desde el principio de su
gobierno tuvo frecuentes choques con la oligarquía local y con el cabildo
catedralicio, gozando de poca popularidad entre su rebaño. Es evidente que los
tinerfeños deseaban que la diócesis fuese ocupada por un canario, y el
especial talante del nuevo obispo no contribuyó a disipar el malestar que el
nombramiento de éste había suscitado en el pueblo. Individuo que se
manifestaba acérrimo defensor del oscurantismo, y de un genio sumamente
suspicaz, que en todo veía perversidad de ideas y cercanías de rebelión.
Otro de los factores que jugó en contra de la maltrecha popularidad del
obispo fue la inspección que por orden del ministerio de Gracia y Justicia,
tuvo que realizar a
Durante los 23 años que duró el gobierno eclesiástico de don Luís
Folgueras, éste estuvo continuamente enfrentado con las instituciones eclesiásticas
hasta el punto de que las tensiones internas transcendieron del ámbito insular
llegando al Gobierno y
El
prelado fue diligente en enviar un extenso informe al Gobierno de la Metrópolis,
solicitando el envío urgente de fuerzas militares expedicionarias para
sofocar una revolución que sólo existía en la mente calenturienta de
su eminencia.
Atendiendo a petición del obispo, el Gobierno ordena la movilización
del Regimiento de Infantería Albuera, 7º ligero, con el pretexto de que en
Tenerife, debía unirse a las fuerzas expedicionarias de castigo con destino al
virreynato de México, donde por cierto no pasaron de Tampico, y tuvieron que
retirarse a La Habana. Este Regimiento que estaba de guarnición en Ceuta, pasa
urgentemente a la isla de Tenerife con orden expresa de que se situase en La
Laguna un destacamento.
La veteranía de éste Regimiento, en sofocar rebeliones y alzamientos
estaba suficientemente demostrada en las actuaciones que el mismo había llevado
a cabo en las colonias americanas, donde era empleado como fuerzas de choque, es
decir, de “machuco y limpia”. Una de las vicisitudes por la que pasó el
Regimiento tuvo lugar el 31 de agosto 1812, cuando era transportado en una
fragata de gran porte con destino a Montevideo (Uruguay). Por motivo de un gran
temporal, la fragata naufragó en el río de la plata y como consecuencia
perecieron más de 600 integrantes del Regimiento, en la que sin duda fue la
mayor tragedia marítima habida en el río de la plata.
Casualmente, estas fuerzas expedicionarias tenía prevista su actuación
en la ciudad de Montevideo, una ciudad que, como todos sabemos había sido
fundada en 1726, por colonos canarios (especialmente de Tenerife), siendo
gobernador de Buenos Aires Bruno Mauricio de Zabala. La ciudad fue concebida
para frenar la penetración portuguesa proveniente de Brasil. En el transcurso
del tiempo, y con el auspicio de los Británicos, formó un estado intermedio
entre Argentina y Brasil.
La labor desarrollada por los canarios en el territorio que después sería
la República Oriental del Uruguay, desde sus comienzos hasta la consecución de
su independencia en
Al objeto de armar a las milicias que pudiesen continuar fieles a Madrid,
el Regimiento transportaba 3.000 fusiles, cantidad de armas de que las milicias
canarias jamás habían poseído en toda su historia.
El Regimiento aportó a Santa Cruz de Tenerife, el 11 de marzo de 1827,
al mando del teniente coronel mayor
don Miguel Peirson, y por los comandantes de batallón don Ventura de Córdoba y
don Pedro Villanueva. Como es habitual en estas acciones, las tropas y oficiales
fueron aleccionados de que tenían que enfrentarse a un pueblo salvaje, brutal y
sanguinario, al que no debían dar cuartel, así las tropas desembarcaron
municionadas y armadas hasta los dientes dispuestas a aplastar la revolución de
los nativos.
Grande debió ser el asombro de los expedicionarios al desembarcar en
Santa Cruz, y encontrar una ciudad totalmente pacifica, no debió ser menos el
sobresalto de los santacruceros al ver avanzar a aquel Regimiento y a sus
individuos ir tomando posiciones estratégicas en la ciudad.
El general Uriarte capitán general de la “Provincia de Canarias”,
acertadamente ordenó retirar las fuerzas expedicionarias de las calles de Santa
Cruz, y una vez superado el susto y vuelta la calma a la ciudad, aprovechó la
coyuntura para distribuir las tropas como guarnición en todas las islas. En el
reparto le tocó un destacamento a la isla de la Gomera, la que hasta la fecha
no había tenido destacamento fijo de las fuerzas regladas. Como en el ánimo de
los ejércitos expedicionarios españoles de la época
imperaba la idea de que, tanto los jefes como las tropas, podían saquear
impunemente aquellos territorios coloniales a donde eran destinados, algunos
componentes del Regimiento de Albuera no dudaron en llevar a la práctica esa
norma a la menor oportunidad. Así, el destacamento enviado a la Gomera, a las
órdenes del teniente Pantaleón
Guerra, individuo de baja catadura moral como otros muchos jefes y oficiales del
mismo Regimiento. Acogido benignamente en su casa por don Domingo Roldán, el
teniente Guerra, le mostró su agradecimiento saqueándole la casa, compinchado
con el patrón de una embarcación pirata y con la mayor parte del destacamento
abandonó la Gomera llevándose los caudales de su benefactor.
De lo relajado de la moral del mencionado Regimiento nos ofrece una
muestra el hecho de que el 1 de abril de 1827, las tropas de este cuerpo se
declararon abiertamente en insubordinación al negarse a efectuar las maniobras
ordenadas por sus mandos. El motivo del plante
fue debido a la excesiva rigidez disciplinaria impuesta por el coronel
jefe, ya que frecuentemente los soldados eran apaleados por las más mínimas
faltas teniendo que ser conducidos al hospital con graves heridas y contusiones
recibidas en los castigos. Esta situación sirvió como pretexto, pero la verdad
era que varios oficiales con ideas ultra realistas deseaban sumarse al
alzamiento de Cataluña, plan que no tuvo éxito debido a la rápida depuración
de los mandos presuntamente implicados.
Como la historia se repite, muchos años más tarde por la década de los
ochenta del siglo XX, los legionarios del tercio “don Juan de Austria”
fueron destinados como fuerzas de ocupación en la isla de Fuerteventura. Una
vez que abandonaron la ex “provincia” del Sahara, cayeron como plaga de
langostas sobre la isla, corrompiendo las hasta entonces buenas costumbres y
alta moral de sus habitantes. Los excesos cometidos por los individuos de este
cuerpo fueron tales y de tal naturaleza, que obligó a los políticos
dependientes a salir a las calles en unión de los vecinos en públicas
manifestaciones, solicitando a las autoridades de la metrópoli la retirada de
la isla de este cuerpo militar.
Uno de los muchos actos de bandidaje cometidos en la isla por
legionarios, fue protagonizado por un grupo de éstos,
quienes después de cometer
una serie de tropelías contra la población civil, robaron una embarcación con
la que abandonaron la isla.
Octubre de 2011.
[Ilustración
2] Llegada
a La Laguna del primer Obispo de Tenerife Folguera. El artista recogió en las
figuras de los balcones a los principales representantes de la burguesía
lagunera.
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Miscelenaea de Historia de Canarias (II)
Miscelenaea de Historia de Canarias (I)