MISCELANEA DE HISTORIA DE CANARIAS (XVII) -VIII

NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (XIV)

 

12, ALZAMIENTOS,  MOTINES  Y REPRESIÓNES EN CANARIAS (II)

 

Eduardo Pedro García Rodríguez

 

EL MOTÍN DE LAOROTAVA

 

La conflictividad social en las islas Canarias, ha sido una constante durante más de cinco siglos de opresión de un sector minoritario y pudiente de la población, sobre el resto de la misma. El sector más desprotegido, se vio siempre sometido, primero con la esclavitud, después por una situación de vasallaje, y posteriormente, obligados a sobrevivir bajo las férreas estructuras caciquiles, las cuales no escatimaban -ni escatiman- medios para dominar todas las etapas productivas del país, sumiendo al pueblo en el más abyecto estado de miseria y embrutecimiento hasta bien entrado los años sesenta del pasado siglo XX.

 

 

    Todo ello motivó que en diversas épocas el pueblo se amotinase a pesar del pesado yugo que les tenían -y tienen- puesto en el cuello las estructuras dominantes coloniales. 

 

    Por ser sobradamente conocidos los alzamientos y motines que como consecuencia de las situaciones reseñadas, nos limitaremos a dar unas breves notas cronológicas de los mismos hasta 1847.

 

    Año 1649: Una de las primeras medidas tomadas por los ediles del recién estrenado Ayuntamiento de La Orotava (villa exenta de La Laguna, desde noviembre de 1648) fue decretar la roturación de las tierras de las dehesas en Las Caletas del puerto, naturalmente en beneficio de los propio regidores. Esta usurpación de los derechos del pueblo provocó una reacción popular en contra de tan injusta medida, pues con ella se privaba de los medios de subsistencia de una parte importante de la población. La justa sublevación popular se saldó con varios muertos y decenas de heridos provocados por las fuerzas de represión empleadas por la oligarquía contra los desposeídos. En enero de 1649 el pueblo se subleva y un contingente de 600 hombres arrasa las tierras de la dehesa que ya habían sido sembradas, la situación se prolongó derivando en un sin fin de pleitos, arrestos y torturas, hasta que Felipe IV confirma el expolio de las tierras a los pobres campesinos en abril de1651.

 

EL ALZAMIENTO DE TENERIFE EN 1653

 

    Año 1653: Las clases criollas dominantes en Canarias, mantuvieron siempre una política de fraude fiscal respecto de la corana española, así como un continuo comercio de contrabando, basando en esta actividad fraudulenta el entramado económico con que se sustentaba. La corona intentaba frenar en lo posible estas actividades irregulares que mermaban considerablemente los ingresos de las arcas reales, enviando a las islas continuas tandas de empleados de las más diversas instituciones, pero éstos generalmente eran corruptos, y cuando no era así, tanto la oligarquía local como el sistema corporativo de los propios empleados gubernamentales, se encargaban de corromperlos, pues al fin y al cabo, el fin último de estos funcionarios que solicitaban o eran enviados a las islas, era el de amasar una rápida y fácil fortuna para regresar a la metrópoli enriquecidos, cuando sus aspiraciones no eran más elevadas, como fue el caso del fiscal de la casa de contratación, de Indias de Sevilla, don Pedro Gómez del Ribero, a quien se revistió de la calidad de juez superintendente de todas las Jurisdicciones para que «conoçiese de los exçesos que en las dichas islas se an cometido y cometen en las arribadas maliciosas [...] y en todo lo demás que allí se ofreçe tocante al comerçio y paga de derechos», y quien unas ves finalizada su comisión, regresando a España sería premiado con el empleo de juez de la Audiencia de grados de Sevilla.

 

    El  primero de agosto, arriba al puerto de Santa Cruz don Pedro Gómez del Ribero sus cuatro auxiliares y séquito correspondiente, siendo recibidos por dos regidores comisionados a este fin por el Cabildo de la isla. Instalados en la ciudad, y después del intercambio de cortesías protocolarias, Ribero comienza sus actuaciones. Los habituales intentos de soborno en esta ocasión son ineficaces, por ello pronto comienza a cundir el pánico entre las autoridades quienes temen que pruebe lo que era evidente, produciéndose así una mayor represión a la ilegalidad. En sesiones del 25 y 26 de ese mismo mes se trata sobre las diligencias de Ribero, que según los capitulares pretendían impedir las arribadas de Indias a Tenerife. Ésta consigna fue hábilmente utilizada por quienes temían que sus fraudes o negligencias quedaran al descubierto, comienza así uno de los pocos motines protagonizados abiertamente por la oligarquía tinerfeña contra las instituciones españolas, personificadas en el fiscal Ribero. Mientras éste llevaba a cabo sus pesquisas, el Cabildo trata de involucrar en el tema a otros organismos, Cabildo de La Palma, Audiencia, Cabildo de Gran Canaria, La Inquisición e incluso al capitán general, además se envía mensajero a la Corte, con una descarada propuesta de soborno enmascarada bajo la forma de donativo, -práctica a la que tan habituada estaba la monarquía española- de 30.000 ducados.

 

    En el debate posterior sobre las contrapartidas a recibir a cambio del donativo, no hay unanimidad, planteándose dos posturas defendidas, respectivamente por don Luís Interián y don Cristóbal de Salazar y Frías: se ofrecían el donativo de 30.000 ducados, concediendo arbitrios el rey en 6 años a 5.000 ducados/año. A  cambio se habría de obtener que el rey quitase los jueces de contrabando de Tenerife, que Ribero acabase ya su comisión, y que éste informase sobre la pobreza, pues cuando estuvo en la isla, coincidiendo con la cosecha de vino, no hallaban los labradores de viña quien les comprase una bota de mosto, base de la economía, ( una ves más la oligarquía saca a colación en beneficio propio la ancestral pobreza del pueblo de la cual es causante, que si bien es cierta para las clases populares, no lo es para la nobleza y terratenientes que viven en gran lujo y boato); 2) el donativo debía ascender a  42.000 ducados en 6 años, en plata, y en cuanto a pedir mercedes había coincidencia con la propuesta anterior, menos en lo relativo a Ribero, añadiendo que los navíos que viniesen cargados con mantenimientos y pertrechos  de guerra se debían recibir  con que llevasen su retorno en frutos de la tierra. La mayoría apoya a Interián, en cuanto su proposición era más ajustada a un acuerdo anterior de 26 de agosto.

 

    Las negociaciones con la Corte no obtienen los resultados apetecidos por la oligarquía insular, a pesar de la intervención en la contienda del Santo Oficio apoyando los argumentos de los Cabildos de las islas, y de la velada amenaza de la independencia al exponer los regidores a la Corte el riesgo de “la perdida” de éstas, con el consiguiente trastorno para el comercio de la metrópoli con las otras colonias de América.

 

    Así las cosas, los contrabandistas decidieron arremeter contra quien personificaba la pérdida de lo que hasta ese momento había sido base de excelentes negocios fraudulentos. En la noche del 28 julio, un grupo de cien personas encapuchadas y armadas de estoques, rodelas y pistolas; después de echar la puerta abajo penetran en la casa del fiscal, hiriendo en la acción a un criado, y aunque el fiscal pidió auxilio desde una ventana – curiosamente– nadie oyó sus suplicas. El objetivo inmediato de los amotinados era destruir las pruebas inculpatorias que el concienzudo Ribero había acumulado durante casi dos años de investigaciones, arrebatándoles los documentos y quemándolos, como así lo hicieron. Como era habitual en estos casos, el Ayuntamiento se dolió de la desgracia sufrida por el fiscal y le expreso el mucho sentimiento de la isla al tiempo que le ofrecía su ayuda.

 

    Pero como la oligarquía local, nunca se distinguió por sus dotes de organización y previsión, una vez pasada la algarada cayeron en la cuenta de que se habían olvidado de destruir unos documentos tan importantes como los libros de Aduana de 1653, por lo que tuvieron que repetir el asalto a la casa del fiscal y tras amenazarlo de nuevo lograron hacerse con los mismos.

 

    La situación de Rivero era muy incomoda y la actitud de las autoridades tolerante y sorprendente, especialmente la del capitán general, quien en situación similar si la algarada hubiese sido protagonizada por el pueblo, no hubiese duda en sacar las tropas a la calle -y según las prácticas de la época- colgar en la plaza de San Francisco a unos cuantos de los sublevados.

 

¿DICEN QUE MATARON AL MARQUÉS? ¡ESO DICEN!

 

    La ostentación del fuero militar español por parte de la nobleza local, les permitía hacer un uso extremadamente abusivo del poder de que gozaban –ya de por sí casi absoluto, sobre las clases inferiores– quedando inmune ante la jurisdicción civil, de los abusos y tropelías que frecuentemente cometían. Por otra parte los capitanes generales conseguían con la venta de empleos  en las milicias beneficios económicos muy sustanciosos al tiempo que ganaba voluntades y adhesiones para la causa de sus intereses, y además conseguían mermar el poder de los estamentos civiles. Queda registrado en la historiografía local el caso de algunos capitanes generales que hacían entregar las cédulas por sus esposas y así obtener generosas dádivas de parte de los agraciados.

 

    El trasfondo de estos continuos enfrentamientos entre los empleados del estado en las islas y la oligarquía local tenían un denominador común, la extracción del máximo beneficio económico a favor de la corona en unos casos y más frecuentemente en el propio, llegándose a ejercer  tanto por parte de estos funcionarios como por los terratenientes, actos de auténtica rapiña  que en diversas ocasiones minaron la resistencia popular dando lugar a verdaderos alzamientos en el transcurso de nuestra historia.

 

     De las múltiples ocasiones en que el pueblo oprimido y expoliado se vio en la necesidad de defender sus exiguos derechos de la voracidad de los poderosos, exponemos unos cuantos casos como ejemplo. Es notorio las multitudinarias protestas promovidas por los vecinos y habitantes de la comarca de Chasna  (Vilaflor, Abona y Ganadilla) contra el VI marqués de La Fuente de Las Palmas don Domingo José Chirino y Soler de Castilla (1766–1825), caballero profeso de la Orden de Santiago, Prior del Real Consulado Marítimo y Terrestre de Canarias, y detentador del Mayorazgo de la casa Soler en Chasna.

 

    Estas estaban motivadas por la apropiación por parte del marqués de terrenos comunales los cuales  cercaba y amojonaba a su antojo. Dehesas y campos incultos, montes e incluso caminos reales, que servían zonas de pastoreo para los ganados, eran apropiados por el Marqués haciendo caso omiso de los derechos ancestrales de vecinos y moradores, amparándose en su condición de coronel de las milicias de Abona, y por tanto sujeto al fuero militar, con esta estratagema venía burlando la acción de la justicia civil llegando incluso a enfrentarse al cabildo de La Laguna  por la posesión de los terrenos  usurpados.

 

  «Como ejemplo de lo que hemos expuesto anteriormente, veamos uno de los tantos pleitos protagonizados por don Domingo José Chirino, recogido en un excelente trabajo elaborado por doña Carmen Rosa Pérez Barrios, titulado “El Mayorazgo de los Soler en Chasna”: «El 15 de Marzo de 1783 Claudio Yusti, vecino de Granadilla obtuvo Real Provisión a consecuencia de recurso que había presentado ante la justicia, por los perjuicios que los ganados de los vecinos estaban ocasionándole  en sus propiedades de Chasna. Esto sucedía  desde que Alonso Chirino aprovechando la influencia que le proporcionaba su título y la autoridad derivada de ser teniente coronel en el regimiento del lugar, había procedido a cercar la dehesa pública que confinaba con el lugar de Vilaflor, reduciendo a cultivo dicho baldío. Los terrenos servían de desahogo al pueblo, utilizándose para suelta de animales.

 

    Unos años más tarde, en 1789, de nuevo este poseedor provocó la alarma en los pueblos de Vilaflor y Granadilla, al proceder al levantamiento de unas paredes en parajes públicos. Los muros fueron derribados por algunos vecinos de Vilaflor y Granadilla de forma tumultuosa. La Real Audiencia donde se vio la causa criminal suscitada contra aquellos vecinos, sancionó al Marqués, condenándole en costas y multándole con 500 ducados, reconviniendo a los vecinos, para que en los sucesivo «no se tomasen la justicia por su mano...»  La sanción que se le impuso al litigante fue debido a haber entablado la acción criminal, como pública y famosa, reputando el hecho como una sedición popular en la Comandancia General de la Provincia, dando motivo con ello a prisión y padecimiento de los tratados como reos. El auto dictado el 29 Agosto absolvía de criminalidad de asonada al alférez Nicolás Viera, Antonio Márquez, Tomás Linares, al ayudante Claudio Yusty, Francisco García, Felipe Hernández, Salvador Sierra y al subteniente y sargento Bartolomé y José Sarabia y otros.

 

    Es probable que algunos de los vecinos citados, gozasen de fuero militar como se desprende de los oficios reseñados, los que, al estar socialmente por encima del común y amparados por el mismo fuero militar les permitía tratar de hacer frente a los continuos excesos y arbitrariedades del Marqués.

 

    Debemos tener en cuenta que en la terminología de la época, vecinos eran aquellos moradores que, por sus posibilidades económicas eran contribuyentes del erario real, y por consiguiente gozaban de determinados derechos civiles, los pertenecientes a las clases menos pudientes, eran considerados “almas”, por consiguiente, en un pueblo  que contase con una población de mil habitantes de los cuales sólo sesenta eran contribuyentes, en los padrones  correspondientes  figuraba como localidad de sesenta vecinos y novecientas cuarenta “almas”.

 

    Es indudable que la prepotencia y abuso de poder de que hacían gala los  poseedores del mayorazgo de la casa Soler en Chasna, culminaron con la muerte violenta del VII Marqués de La Fuente de las Palmas don Alonso Fernando Chirino.

 

     El 10 de Abril de 1840, el Superior Tribunal de Canarias libraba autos confirmatorios de otro que se había fallado el 20 de Julio de 1833,  sobre la posesión de 12 fincas a favor de don Alonso Chirino. Aparentemente el asunto quedaba concluido, a pesar de los esfuerzos de los contradictores al intentar recurso de nulidad e injusticia notoria.

 

    El 17 de Agosto de1840 el Marqués desoyendo las advertencias de algunas  personas de Granadilla, entre ellas las del párroco del lugar D. Alonso, montó en su caballo e inició el viaje a hacia su casa palacio de Vilaflor,  al llegar a la altura del lugar conocido como “La Cruz de Juan Bello”, doce bocas de fuego tronaron en la noche, cegando la vida del Marqués. La causa criminal fue instruida por el juez de La Orotava, quien se trasladó al lugar de los hechos, sin que sus indagaciones aportasen luz sobre los posibles asesinos, extendiéndose por toda la comarca una especie de pacto de silencio.

 

    Pasado los años, D. Germán Fumero señalará que la voz popular atribuyó el hecho a 12 carabineros del Resguardo que por aquella época vigilaban los puertos y ensenadas de Abona, para evitar el contrabando de tabaco que hacía frecuentemente un barco velero denominado “El Místico”. Es de suponer que la muerte del déspota Marqués, no despertó en exceso las condolencias entre los vecinos y moradores de las bandas de Chasna, éstos echaron tierra al asunto con una frase muy propia de la socarronería de los habitantes de aquellos lugares, y que aún en nuestros días suele oírse: ¿Dicen que mataron al Marqués?, ¡Eso dicen!

 

    Creemos interesante para un mejor conocimiento de las circunstancias que rodearon los hechos relatados, transcribir los nombres de algunos de los apelantes en el proceso de 1840: Francisco Díaz González, vecino de Adeje como apoderado de Antonio Siriaco Belbis de Moncada, Marqués de Belgida, grande de España de primera clase, residente en Madrid. José Martínez de Ocampo, vecino de Garachico como apoderado de María Francisca de Paula Carrasco, Condesa de Villa Leal, Viuda de Luis Roca de Togores, Conde de Pino-Hermoso, residente en Alicante, el Comisionado Principal de arbitrios de Amortización de la Provincia en representación de los suprimidos monasterios de Santa Clara de La Orotava, de Garachico, Recoletas Agustinas de Los Realejos de  Abajo y el convento de San Agustín de Vilaflor, Esteban Pérez de Medina, vecino de La Orotava, Francisco Guzmán y Cáceres, cura de San Miguel por sí y como mayordomo de fábrica de la parroquia, el Ayuntamiento de San Miguel, Pedro Machado Tejera, cura de Granadilla, y un largo etc.  

  

EL ALZAMIENTO DE AGÜIMES

 

    En Canarias, la conflictividad social ha estado siempre marcada  por la extrema pobreza de sus habitantes, y la ancestral explotación a que son sometidos por los poderosos. La población es obligada a vivir en estatus de continua dependencia, debiendo hacer frente a innumerables impuestos, y además los hombres deben servir gratuitamente en las milicias, teniendo en muchos casos que abandonar sus ocupaciones habituales, y dejando a sus familias sin el sostén necesario.

 

    Estos obligados milicianos eran requeridos para prestar servicios de vigías en momentos de alerta o de peligros de epidemias, o simplemente a cuando a los coroneles de turno, se les ocurría hacer algunas maniobras,  o organizar desfiles en determinadas fiestas, donde estos jefes y sus séquitos de oficiales podían lucir sus bonitos uniformes. En estas situaciones no se tenían en cuenta los perjuicios que pudiesen ocasionar en la ya bastante maltrecha economía del pueblo. Por el contrario, la oligarquía local manifestaba un desprecio absoluto hacía las clases populares, para las que los epítetos más gentiles eran los de Canalla, Chusma, Populacho, etc.

 

    La situación de continua opresión a que era sometido el campesinado, sumadas a las frecuentes hambrunas y crisis económicas por las que, cíclicamente, atravesaban las islas, en determinadas circunstancias hacía aflorar la rabia contenida durante siglos en el pecho de los canarios, surgiendo el espíritu combativo de sus ancestros para tratar de hacer frente a las frecuentes injusticias de que eran objeto.

 

    Uno de los siglos más conflictivos lo fue precisamente el XVIII, siendo las islas de Tenerife y Gran Canaria donde se produjeron el mayor número de alzamientos y motines. Uno de los alzamientos más sonados, con el de Chasna, fue sin duda el de Agüímes, motivado por causas similares. Veamos algunos pormenores de la situación que condujeron a los sucesos de Agüímes, para ello seguimos un excelente trabajo del historiador D. Antonio de Béthencourt Massieu.

 

    La reconversión del cañaveral en viñedos a causa de la caída del azúcar, produjo un movimiento interno de emigración que, favorece la instalación de poblaciones en zonas hasta entonces menos favorecidas. Migraciones en demanda de nuevas tierras productoras de cereales, y más específicamente el nuevo cereal introducido desde América, el millo, hace necesario poner en cultivo grandes extensiones de terrenos para poder alimentar a una población creciente.

 

    La Villa de Agüímes era cabeza del señorío perteneciente a la Cámara episcopal de Canarias desde 1486. Abarcaba el espacio comprendido entre los barrancos de Charpollo al Norte y el de Balos al Sur, el mar y las cumbres. Entre Telde y Tirajana. Contaba con algunos reducidos grupos de vecindad, como Carrizal de Ingenio y Aguatona, donde se instaló un ingenio azucarero, que dio el topónimo al lugar. La jurisdicción del Obispo se reducía a cobrar los diezmos enteros, facultades para conceder solares con una imposición de una o media gallina al año y la designación de uno de los alcaldes, el que se ocupaba de las causas civiles, pues las penales correspondían al real que designaba la audiencia.

 

    Durante los siglos XVII y XVIII, los vecinos se habían visto obligados a roturar tierras realengas en Sardina y Llano del Polvo, roturando más tarde las de Aldea Blanca y otros términos de Tirajana, labor no entorpecida por la lejanía de la capital, donde radicaba la audiencia y el cabildo, lo que evitaba un estricto control de estos organismos sobre las roturaciones y obras de regadío hechas para aprovechar el agua del barranco de Tirajana. Hubieron tres momentos en que los vecinos trataron de legalizar o regular su precaria situación, en 1635-1619 y 1702-1717.

 

    La audiencia sentencia en 1703 y 1704 y reitera las sanciones impuestas en pleitos anteriores: medio ducado por fanega roturada a los usurpadores, lo cual en la practica equivalía a reconocer el uso de las tierras, continuando los detentadores abonando perpetuamente un real por fanega y año para los fondos del cabildo.

 

    Este acuerdo se consiguió por la intervención de mediadores, siendo obligación el que llevaran dentro de año y medio título de venta o merced de las tierras de lo contrario, serían expulsados de las mismas. Extremo que no se cumplió, continuando laborando las tierras 63 usufructuarios en  Sardina y Pozo Izquierdo, y 30 en Aldea Blanca.

 

    La desidia por parte de algunos vecinos que se comportaron de  manera remisa en el pago de las sanciones quienes en 1717 aún adeudaban 7.457 reales de los 20.016 en que habían pactado la composición o multa y a fines de 1719, 6.733 reales. Además del censo de un real por fanega que debían abonar al cabildo, la deuda era más crecida, de los 13.627 reales y dos cuartos a repartir entre los 63 usufructuarios de las tierras de Sardina y Pozo Izquierdo y los 30 de Aldea Blanca, solamente se habían sastifecho 11.302 reales y un cuarto.

 

    Esta situación anómala es aprovechada por el sargento mayor D. Francisco Amoreto Manrique, quien ve en ella una oportunidad única para continuar expandiendo sus latifundios en el Sur de la isla de Gran Canaria.

 

    Aprovechándose de la desidia de los vecinos de la Villa, Amoreto acude al consejo y solicita de S.M. que las tierras de Sardina, con una superficie 609 fanegadas y cuatro celemines, como realengas que son, sean sacadas a subasta pública. El oidor decano de la audiencia de Canarias es comisionado por R.C. de fecha 24 de Diciembre de 1716, para que, como juez privativo, las remate.

 

    Amoreto sujeto de poca prudencia atropello y codicioso, sugiere al juez privativo Diego de Tolosa Ceballos, la inclusión de las tierras adyacentes de “Llano del Polvo”, a lo que accede el juez privativo. Tolosa pública los pregones correspondientes, llevándose a cabo las mediciones y valoración de las tierras por peritos, supervisando las operaciones los alcaldes de Agüímes y Tirajana. Valorándose las tierras en 2.838 escudos y medio y medio real de plata, unos 28.385 reales. El juez privativo Tolosa las concede en dicha cantidad a don Francisco Amoreto Manrique, único postor, en 8 de febrero de 1718. Aunque la R.C. de 1716 sólo autoriza a Tolosa el remate de 609 fanegadas, y cuatro celemines de tierras rozadas en Sardina, Tolosa concedió 451, 5 fanegadas, 50 brazas de tierras rozadas en el Llano del Polvo, más 707 fanegadas, 4`5 celemines de tierras montuosas, más Pozo Izquierdo y cuatro cuevas.

 

    No se hace esperar la reacción de los vecinos y 32 de los cultivadores extienden en Noviembre de 1717, un amplio poder al teniente coronel D. Cristóbal de la Rocha Betancourt, dueño de las salinas del Romeral y que además poseía 108 fanegas de las tierras en litigio. La acción de don Cristóbal de la Rocha sería pronto interferida por doce vecinos pertenecientes al sanedrín de Amoreto, lo que conformó dos bloques monolíticos entre poderosos, de los que, directa e indirectamente, iban a ser  peones los vecinos.

 

    Tolosa Cevallos, remite el expediente del remate a la cámara de Castilla, y argumentando que desea recibir instrucciones sobre la manera de enviar el importe al Consejo de Hacienda, pues el giro de las letras cuesta el ocho por ciento: advierte a favor de su protegido Amoreto que, «pagará en moneda corriente de la Península y no en la provincial que es muy mala y en ocasiones cuesta, dos y cuatro y seis por ciento», propuesta que no cumplió, pues al final Amoreto pagó en moneda de las islas y por tanto 26.385 reales en vez de los 28.000 que suponía en moneda de España.

 

     El rey a propuesta de la cámara aprueba la enajenación el 2 de Agosto, y cursa instrucciones al juez privativo para que el importe del remate sea puesto a disposición del intendente D. Juan Antonio Cevallos. Amoreto se dio prisa en depositar dicho importe el cual fue inmediatamente transferida al tesorero de la intendencia.

 

    El nuevo propietario se da prisa en tomar posesión de sus recién adquiridas propiedades y designa al alcalde de  Agüímes don Joaquín González como su apoderado, quien acompañado del licenciado D. Juan Melían, prébistero, y del escribano D.  Sebastián Fuentes Diepa, toman posesión de las tierras en nombre de Amoreto el 3 de noviembre de 1718. Cuando los tres comisionados regresaban del Llano del Polvo, le salieron al paso en el camino de la madera una treintena de hombres quienes exigieron al alcalde – caso de haber sido concedida la posesión – al sargento mayor, para presentar impedimento y contradicción ante la audiencia, el escribano se excuso de hacerlo en el acto por encontrarse en campo abierto, prometiendo hacerlo en su posada. El documento fue extendido por el escribano a las diez de la noche. El mismo día 3 por la noche el alcalde envío un mensaje a Amoreto, y al día siguiente los representantes de los vecinos Baltasar Díaz y Melchor Álvarez, recorrían el vecindario de casa en casa y de barrio en barrio. La mecha estaba prendida.

 

    En su afán por el posicionamiento en las tierras y ante la proximidad del tiempo adecuado para realizar las sementeras en el sur, Amoreto presiona sobre el juez Tolosa y obtiene autorización para emprender las labores en los campos. Ordena que el domingo 30 después de misa, se procediera en los Llanos de Sardina y el Polvo a labrar machos para refrescar las tierras, desplazando para este fin a sus medianeros de Aldea Blanca con sus yuntas de bueyes, y ordena al alcalde de aguas del heredamiento de aldea Blanca que mantenga expeditas las canales y almitraches  y así poder realizar la mojada. Amoreto previendo algún incidente similar al de la toma de posesión, pone al frente de las operaciones al alcalde real Joaquín González Lorenzo.

 

    Mientras los medianeros del sargento mayor se aplicaban diligentemente en sus tareas, en el Lomo Fernando el Mozo, cerca de la propiedad de álvaro Gopar, que estaba sembrando en lo suyo, un grupo numeroso de vecinos de la Villa se iban concentrando. Ante los activos medianeros de Amoreto se presenta Luis Romero. Lamenta y protesta que estuvieran arando sus tierras. Le recomendaron que fuera a Telde a entrevistarse con Amoreto en la seguridad de que llegarían a un acuerdo, pues éste estaba buscando medianeros para sus nuevas tierras del Sur.

 

    Un grupo de vecinos que estaban reunidos frente de la casa de Salvador González, inició el descenso al encuentro de los hombres de Amoreto. Para evitar males mayores el alcalde real les salió al encuentro en caballo. Quitándose el sombrero a modo de saludo les dijo «¡Caballeros, aquietésen ustedes!» Respondieron que «tenían contradicho el acto de posesión y que se había dado sin título». Iniciada la discusión, preguntaron los campesinos «si traían comisión y cómo venían». Respondió que «como compadre y amigo de Francisco Amoreto». Los ánimos se alteraron y en lo más álgido de la discusión Joaquín González Lorenzo se encontró rodeado. De pronto, Juan Álvarez Ortiz le asestó un garrotazo en la cabeza, seguido de otro sendo que le largó Lorenzo Rodríguez, éste último garrotazo derribó al alcalde sin sentido, de la yegua. El Majorero Mateo Suárez  el ovejero” le tiró una “dardada” y Melchor Quevedo le disparó, propinándole algún palo más Juan Lorenzo. Dándole por muerto lo abandonaron, no sin antes pasar por encima de su cuerpo, en señal compromiso y solidaridad.

 

    El alcalde mayor fue socorrido por Bartolomé Rodríguez y Baltasar Gutiérrez, los cuales se acercaron al lugar de los hechos por curiosidad quienes le encontraron recostado en una roca y con la cabeza cubierta por un pañuelo, de la que manaba abundante sangre.

 

    Después de la agresión al alcalde mayor, se dividieron en dos grupos. Unos persiguieron al prebístero y apoderado de Amoreto que escapó a “uñas de caballo”, y  el otro fue al encuentro de los medianeros del Sargento mayor y sus yuntas, que huyeron despavoridos. Al alcalde de aguas Sebastián León, le alcanzaron y les tiraron unos palos que pudo esquivar, saliendo librado con un bofetón que le fue propinado cuando de rodillas imploraba piedad. A continuación procedieron a romper los almitraches, las acequias en varios tramos, dejando   imposibilitado el riego durante una temporada.

 

    A lo largo de la noche el número de amotinados fue en aumento convocados por el sonido de los bucios. Fueron llegando a la Villa gentes de los pueblos y caseríos comarcanos. Algunos trataron de prender fuego arrimando ahulagas a las casas de Amoreto donde estaban refugiados los medianeros, y las del prebístero apoderado, D. Juan Melían, y a  las del salinero Baltasar Alemán, además de las de otros parciales del sargento mayor. La intervención del capitán de milicias Roxas, les disuadió del intento.

 

    Siendo consientes los vecinos de Agüímes de que el despojo de las tierras que avían venido cultivado era irreversible, pasan de la intranquilidad a la rebeldía. Pasada la media noche se apoderaron de la caja de guerra, de la que era depositario el alférez de milicias D. Leonardo Alemán, al toque de la misma convocaron al resto de los hombres rezagados y al grito tópico de “¡Viva el Rey! ¡Muera el mal Gobierno!”.Al amanecer el pueblo de la Villa de Agüímes estaba alzado en armas contra la tiranía. Los alzados establecen puestos de guardia a las entradas y salidas de la Villa.

 

    Mientras el alcalde daba cuenta de la situación a la Audiencia, los alzados extendía poder e instrucciones al procurador Simón Espino. Son unos 400 los hombres desesperados que esperan una respuesta como salida a la grave situación a que se han visto avocados.

 

    En esta etapa del conflicto algunos oficiales de milicias se unen a los sublevados, entre ellos, los alféreces D. Leonardo Almedia y D. Sebastián Diepa. La situación era indomable para la audiencia al no contar con fuerzas suficientes para hacer frente a los alzados, y previendo que las milicias de los pueblos estarían más predispuestas a unirse  a los vecinos de la Villa, que acatar sus ordenes, los oidores optaron por emplear una política de dialogo, y así ganar tiempo en espera del arribo a la isla, del capitán General de Canarias D. José Antonio de Chaves. Para dialogar con los amotinados nombran juez especial al fiscal D. Francisco Román Meléndez, con las máximas atribuciones, quien se traslada a Ingenio para cumplir con sus funciones acompañado del escribano D. José Cabrera Betancourt.

 

    Instalado el fiscal en el pueblo de Ingenio, comarcano de la Villa de Agüímes, hospedándose en casa de D. Agustín Suárez, donde monta su cuartel general. Informado por D. Bartolomé Guedes de que los vecinos de Agüímes continuaban sobre las armas, reclamó la presencia en Ingenio del alcalde Fernández, del prebístero Sebastián Sánchez y del capitán de milicias D. Antonio de Roxas. Éstos se presentaron acompañados del escribano Diepa. Más tarde fueron despachados con la consigna de que usaran de su prestigio entre los alzados para serenar los ánimos, y asegurarles que Román como juez especial los oiría en justicia y «se les atendería en consideración a su pobreza». Los embajadores se retiran de Ingenio acompañados de los 40 hombres armados que les habían escoltado.

 

    Cuando las conversaciones de los mediadores con los alzados iban tomando buen derrotero, la entrada en la Villa de un destacamento de hombres armados procedentes de Ingenio, torció las intenciones tan laboriosamente logradas. Vino a aumentar la crispación la presencia del Coronel del Regimiento de Telde, suegro de Amoreto, denunciada por Francisco Herrera quien animó a los hombres de la Villa con estas palabras: «Camaradas: aquí estamos todos a favorecer a Uds. Y dice nuestro Capitán Gregorio Pérez que no viene porque tiene de huésped al Coronel, y que con  las resultas que tuviere, le mandaran aviso». A las tres de la madrugada el fiscal recibe una carta en la que se le comunica que ante la presencia del coronel del Regimiento de Telde, y suegro de Amoreto, y consientes de la reacción que cabía esperarse de éste, los amotinados habían decidido  continuar en su actitud de defensa armada.

 

    A las seis de la mañana se presentan en Ingenio, el alcalde, capitán, escribano y cinco oficiales de milicias, imponen a Román de que la presencia del coronel en la Villa. Provocaría una reacción en los alzados de consecuencias imprevisibles. Regresaron el alcalde, y el capitán a la Villa con la misión de continuar tratando de apaciguar a los alzados, y Román consigue que el coronel regrese a Telde.

 

      En escrito a la audiencia el fiscal expone que la situación en la Villa no se distiende, y que va en aumento por echar en falta a sus oficiales,  «y siendo la detención de éstos demasiada -escribe el fiscal-, y no siendo las novedades a favor de la dilación, me resolví a todo trance a pasar (a la Villa de Agüímes) con algunos religiosos». El fiscal decide dar un giro a la manera tratar los acontecimientos y se dirige a la Villa  acompañado de los oficiales de milicias, en el camino les salió al encuentro frai Juan de las Vegas y frai José Zambrana, prior  y regente del convento Dominico. En el barranco se les sumó el capitán Gregorio Pérez el alférez Alemán y el alcalde Fernández, el grupo formado por lo más representativo de la sociedad -justicia, clero regular, milicias y administración local-. Al llegar a la acequia vieron a un gran número de hombres armados del cuerpo de guardia, un buen número de mujeres y muchachos, quienes escoltaron a la comitiva.

 

Continúa en la entrega siguiente…

 

Enero de 2012.

 

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