NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON
(IX)
Eduardo
Pedro García Rodríguez
La situación que hemos reseñado anteriormente,
se da entre los atalayeros de nuestras islas, hombres que realizaban una función
vital para la seguridad de los pueblos y que, con sacrificios sin cuento velaban
mientras que el resto de los ciudadanos descansaban tranquilamente. Fue una
ocupación poco apetecible por la precariedad de medios con que se veían
obligados a desarrollar su cometido de vigías. Siendo los ojos que velaban
mientras que el resto de la población dormía, carecían de abrigos adecuados y
agua potable, pobremente alimentados y con un salario ínfimo. Estaban
continuamente expuestos al sol, a la lluvia y a los continuos vientos
inclementes que azotaban los lugares donde tenían que desarrollar su labor de
vigías. Un ejemplo de lo que venimos diciendo nos lo aporta las atalayas de
Anaga, las cuales jugaron un destacado papel en los hechos (no reconocidos
debidamente) el 25 de Julio de 1779, ya que de no haber contado la plaza de
Santa Cruz con la eficaz alerta de los vigías de las atalayas de Anaga, los
resultados de la invasión inglesa hubiesen
podido ser muy diferentes a los que conocemos.
El lector puede hacerse una idea del secular aislamiento a que ha estado
sometida la comarca de Anaga, y dentro de ella, de manera muy especial el pago
de Igueste o Egueste, hasta fechas muy recientes, mediante algunos de los
pasajes que sobre este antiguo menceyato a finales del siglo XIX nos ha legado
el viajero y escritor Belga Jules
Leclercq: ...”A las ocho de la mañana,
me despedí de mis huéspedes, para regresar a Santa Cruz por la vertiente
meridional de la cordillera de Anaga. Los caminos en esta vertiente so “...A las tres, llegamos ante una pobre choza, que era la vivienda del
buen canario. Me invitó a entrar, e izo que su mujer me sirviese dos huevos y
un vaso de agua, excusándose por no tener vino. El canario no vende su
hospitalidad: por suerte, me quedaban unos cigarros, y esto fue todo lo que logré
que aceptara a cambio de sus buenos servicios”. ...“¡Qué diferentes estas
afectuosas costumbres de las de algunas partes de España, de donde el
extranjero es expulsado como un malhechor! En Noruega, y en otros países
primitivos, he encontrado pueblos afectuosos y hospitalarios, pero dudo que
ninguno de ellos pueda rivalizar, en este sentido con los buenos isleños. ¡Dichosos
país en el que no es posible dar un paso sin encontrar por el camino un guía,
un amigo, un hermano! Estos encantadores hábitos se encuentran, generalmente,
en las islas fértiles que gozan de temperatura constante” “aún peores que
las del lado norte. Al consultar el mapa, se podría creer en la posibilidad de
llegar en media hora al pueblecito de Igueste, primero que se encuentra a partir
del faro. Pues bien, yo no tardé menos de cinco horas en cubrir dicho trayecto,
porque este terreno volcánico está tan sembrado de piedras afiladas como hojas
de cuchillo y formado por tantas rocas cortadas a pico, barrancos y precipicios,
que el camino se duplica”… “esta es la excursión a caballo más peligrosa
que he hecho desde que recorro montañas...”. En estos agrestes
parajes tan bien descritos por Jules Lecclercq, René Verneau y otros científicos
y aventureros, desarrollaban su labor los sufridos atalayeros de Anaga.
En un interesante libro elaborado por el colectivo “Atalaya” de
Igueste de San Andrés y titulado precisamente Igueste rincón de Anaga,
los autores nos dan una de las pocas referencias escritas que existen sobre las
atalayas que existían en Anaga, en él nos van desgranando las diferentes
funciones que realizaban los atalayeros conforme a las necesidades de las épocas,
en unas ocasiones las causas de las vigías estaban motivadas por las epidemias
con que con bastante frecuencia Europa o América acostumbraban a
“obsequiarnos”, y en otras, por las alertas motivadas por las frecuentes
guerras europeas o por las visitas de piratas y corsarios.
El Cabildo colonial de Tenerife, ante los avisos recibidos de epidemias
en Europa, dispone como medidas de protección sanitaria el que las atalayas den
aviso de la presencia de barcos sospechosos de ser portadores de la infección
(anunciando el rumbo que traían las naves.) Alguna de las medidas preventivas
tomadas, consistía en la vigilancia de los puertos y caletas por los guardas o
rondas de salud quienes sometían a cuarentena a los navíos sospechosos de
estar infectados. Una de las primeras epidemias sufridas en la islas después de
la conquista, tubo lugar en 1505-1507, en Anaga,
cuyo foco principal fue localizado en el valle de Abicore o Abikur, (hoy San
Andrés) posiblemente debido a los contactos que los Ibautes, familia de
notables de Anaga, acostumbraban a mantener con piratas y esclavistas, desde
tiempos anteriores a la conquista, en
que el negrero Salazar, al servicio del bandolero Alonso Fernández de
Lugo, frecuentaba las costas de Anaga para llevar a cabo las razias contra los
menceyatos de Tegueste, Tacoronte y Taoro.
Precisamente en el Valle de San Andrés, tuvo lugar el primer
confinamiento sanitario de que tenemos noticias en la isla.
En el Cabildo colonial del 26 de Mayo de 1505, el segundo asunto tratado
fue referente a la epidemia que azotaba a la familia Ibaute, por lo que, “Ovieron
plática en cabildo que hay cierta noticia e información que en Anaga, en las
moradas de Diego de Ibaute e Guaniacas e Fernando de Ibaute e sus hermanos a
avido e ay mal pestilencial de manera que en pocos días an fallecido muchos
dellos e por remediar el daño que del comunicar con ellos se podría recrecer
mandaron dar un mandamiento contra los susodichos para que estén en sus moradas
e sitio donde moran e se entiende en todo el valle donde moran y no vengan a
comunicar con las otras personas desta isla, ni salgan de dicho valle, ni se
junten con ninguna persona otra y si alguna persona inorantemente fuere a hablar
con ellos, que le avisen y se aparten dellos.”
El
10 de Septiembre de 1508, el Cabildo colonial hace pregonar las precauciones a
tomar ante la posible arribada de
navíos procedentes de las tierras que no están sanas y mueren de pestilencia
en especial de las islas de La Madera, Cabo Verde y Las Azores.
Las de 1513-1514 y las de 1520 y 1530 por pestilencia en Gran Canaria,
Lanzarote y La Gomera. Esta situación, motivó que el Cabildo colonial de
Tenerife acordara pagar seis doblas a los dos guardas de la salud (atalayeros)
que vigilaban las Punta de Daute y la de Anaga. Como consecuencia de las
epidemias de Sevilla, Madeira y Gran Canaria, en 1524 el Cabildo colonial
acuerda que se vigile “El Valle de Salazar hasta la punta de Anaga...”La
situación se renueva con nuevos casos de calenturas y modorra en los años 1568
y 1579. Las atalayas de Anaga desde su emplazamiento en el siglo XVI hasta el
XVIII, empleaban como sistema de comunicación de señales el fuego y el
humo en horas determinadas y según los barcos avistados. En 1793, se crea un
plan de vigías dividiendo la isla en cinco zonas, correspondientes a los cinco
regimientos de Milicias, a cuyo cargo quedaba su cumplimiento y vigilancia. Al
cargo del regimiento de Abona quedaban tres centinela o atalayas en Arico, en Guía
de Isora dos, en Granadilla, Chasna y Valle Santiago, una en cada jurisdicción.
Las de Buena Vista, Los Silos y El Tanque y Punta de Teno. Estaban al cargo del
regimiento de Garachico. Al
regimiento de La Laguna le correspondía organizar y mantener las de Taganana,
Tejina, Valle de Guerra y Tacoronte, quedando excluidos regimientos de La
Orotava y Güímar, por las amplias zonas costeras que debían cubrir con sus
fuerzas.
Desde la Atalaya de “La Robada” o “Atalaya Vieja” en Igueste de San Andrés, Don Domingo Izquierdo, también conocido
como Domingo Palmas (que había sido agregado a la atalaya de Igueste con motivo
del estado de alerta, y por ser entendido en el uso de las señales con
banderas) cumplía sus funciones de atalayero, con sueldo de 20 pesos mensuales,
concediéndosele además las tierras que pudiera cultivar en aquellas ingratas
laderas y licencia para construir una casa, suponemos que a su costa.
Mientras sus compañeros José Matías, Luis Rodríguez y Salvador García
descansaban. Esa noche, le correspondía hacer guardia, decidió
con su habitual resignación a pasar otra noche de tedio, se arropó en
su manta, pues a pesar de estar en pleno verano, aquella madrugada del 22 de
Julio estaba resultando bastante fresca debido a los fríos vientos del Norte
que por aquellas alturas se hacen notar. Sentado en el pollo del mirador de la
atalaya Don Domingo compaginaba sus pensamientos con un continuo escudriñar en
la oscuridad tratando de descubrir
las velas cualquier navío que se aproximase a las costas de la isla,
misión en la que ponía el máximo empeño pues le habían ordenado poner gran
cuidado en su labor ya que el Rey de España estaba en guerra con el de
Inglaterra, y era de esperar alguna
tentativa de ataque a la isla por corsarios o escuadra inglesa.
Sobre las cuatro y media de la madrugada, Don Domingo, oteando
a través de la oscuridad vislumbró una serie de siluetas de navíos,
inmediatamente dio aviso a sus compañeros, uno de los cuales se desplazó al
pueblo de Igueste y despertando al
barquero, aparejaron el bote, (que en la época era el medio de transporte más
rápido entre Igueste y Santa Cruz) e iniciaron de inmediato la travesía hacía
la plaza y puerto en el bote de éste, a
las siete y media de la mañana entregaban el aviso en la fortaleza de San Cristóbal.
El General Gutiérrez ordenó al comandante del batallón de infantería
-segundo jefe de la plaza- Don Juan Creagh, oficiar al vigía Don Domingo
Izquierdo acusándole recibo del parte al tiempo que le encargaba la mayor
vigilancia, “notificando por escrito con claridad cuando ocurra novedad de
alguna atención, y que al anochecer le despache “Vm. Una exacta relación de
cuanto haya ocurrido y observado durante el día con expresión de las
embarcaciones que quedaren a la vista y sus rumbos, no omitiendo hacer las señales
establecidas”. A partir del
momento en que el General Gutiérrez recibió el parte de la atalaya de Anaga,
comenzó a impartir las ordenes oportunas para poner la plaza en estado de
defensa, como posteriormente veremos.
Al amanecer del día 22 de Julio de 1797, se avistó frente a la plaza de
Santa Cruz Tenerife, una escuadra inglesa compuesta de cuatro navíos de línea,
tres Fragatas, un cúter y una obusera; el Teseus,
de 74 cañones en que enarbolaba su insignia de comandante de la flota, el
vicealmirante Horatio Nelson, siendo capitán R. Willett Miller: El Colluden,
también de 74 cañones, al mando del capitán Tomás Troubridge, El Celoso
de 74 cañones, su capitán Samuel Hood; El Leandro,
de 50 cañones mandado por el capitán Tomás Thompson; y las fragatas, el Caballo
Marino, de 38 cañones, capitán Fremantle; la Esmeralda,
36 cañones, su capitán Waller, y la Tercipsicore,
32 cañones, mandaba ésta el memorable capitán Bowen (quien como se
recordará apresó la fragata española Príncipe
Fernando), además acompañaba a la formación el cúter Fox, al mando del cual venía el teniente Gibson, y la obusera rayo,
que había sido capturada a los españoles en las operaciones del bloqueo de Cádiz.
Esta potente escuadra contaba con una potencia de fuego compuesta de 393
cañones, frente a los 84 de que se disponía en litoral santacrucero.
Afortunadamente, los ingleses no hicieron uso de su potencial de fuego
por las razones que veremos más adelante, pues no entraba en los propósitos de
Nelson el destruir la ciudad y mucho menos ocupar la isla. La flota se mantuvo
al pairo en formación frente a Santa Cruz fuera del alcance de los cañones de
los fuertes y baterías de la plaza.
Ya desde el 20 de Julio, el contralmirante Nelson, tenía elaborado la
primera fase del plan de ataque, el cual sería ejecutado bajo las ordenes del
comandante Thomas Troubridge, quien tendría bajo su mando a los oficiales
Hood, Freemanle, Bowen, Miller y Waller, el capitán de tropas marinas
Tomás Olfiel, y el subteniente de artillería Baynes.
Las fuerzas compuestas de 995 hombres, entre oficiales, soldados de
marina, artilleros, marinos y criados, embarcados todos en las fragatas
“caballo Marino”, Tersipcore y Esmeralda. Con estas fuerzas
debían tomar la altura de Paso Alto poniendo el máximo cuidado en no ser
descubiertos, y embarcando en los botes todos los hombres posibles, además de
las piezas de artillería, escalas, plataformas para la misma, y todos los
pertrechos necesarios para la expedición.
El plan en esta primera fase consistía en desembarcar en las
proximidades de fuerte de Paso Alto, lejos del alcance de sus baterías, tomar
la altura del “Risco” y desde esta posición batir al fuerte hasta rendirlo
y tomarlo, posteriormente el comandante Troubridge debía hacer llegar al
comandante de la plaza general Gutiérrez, una carta ultimátum escrita de puño
y letra del contralmirante Horacio Nelson conminándole a la rendición (ver
documento nº 2), al tiempo que le hacía partícipe de sus verdaderas
intenciones, y de lo que realmente pretendía con el ataque. Dicha carta
permaneció en el bolsillo del portador en espera de que la suerte de los
invasores cambiara de signo, pues en esta ocasión les fue negativo como veremos
a continuación.
A las doce de la noche las fragatas siguiendo las instrucciones del
comandante, se acercaron a la rada para situarse a unas millas de la costa fuera
del alcance de los cañones, pero se encontraron, según testimonio del propio
Nelson, “con una fuerte ráfaga de viento, que soplaba de afuera y una
corriente contraria”, que impidió el que las fragatas pudiesen
aproximarse hasta el lugar previsto para anclar, obligándolas a maniobrar
durante toda la noche para mantener la formación.
Viendo la imposibilidad de que las fragatas pudiesen llevar a cabo el
plan de desembarco, a la una de la madrugada Nelson dio orden al Theseus para que se acercara a la línea de batalla y ordenó a los
capitanes Troubridge, Bowen y Oldfield, que se reuniesen con él en su cámara.
Comentando las incidencias de la acción, ante unas copas de buen vino de
oporto, los oficiales propusieron a su jefe algunas variaciones en el plan
inicial, sin dudas provocadas por la escasa fe que les inspiraban los soldados
puestos a sus órdenes, pocos prácticos en operaciones en tierra. Los cambios
propuestos consistían en no expugnar la fortaleza de Paso Alto, sino saltar a
tierra con la mayor rapidez posible y tomar posesión inmediata de las alturas
que la rodea y para desde allí
dominarla y rendirla, sin pérdidas de hombres ni comprometer el éxito del
ataque. La única modificación entre este plan y el primero consistía en no
tratar de tomar la fortaleza al asalto. Nelson aprobó sin discusión la
propuesta de sus capitanes.
Una ves embarcadas las tropas en los botes, éstos se encontraron con las
mismas dificultades que los navíos, en una bahía abierta y expuesta a los
vientos que soplan del nordeste, del este y del sudeste: (y que cíclicamente
suelen soplar con tal violencia, que han estrellado a más de una flota contra
la rivera) El fuerte viento contrario, unido a la oscuridad de la noche deshizo
varias veces la formación, les impidió avanzar hacía la playa. Tuvieron que
esperar a que amaneciera para intentar de nuevo el desembarco, perdiéndose así
el factor sorpresa, basa en la que los ingleses fiaban la garantía del éxito
de la operación.
Al alba los centinelas de Santa Cruz dieron la voz de alarma, las
campanas tocaron a arrebato, tardaron poco tiempo en ocupar sus puestos las
milicias del lugar. Desde Santa Cruz se divisaba el grueso de la flota inglesa y
algo separadas y en disposición de avanzar 30 botes de desembarco formados en
dos divisiones: una, de 18 lanchas enfilando la playa del Bufadero, y otra, de
12 frente a Paso Alto posiblemente con el propósito de desembarcar a sus
hombres por la playa de Valle Seco.
Sobre las seis de la mañana, las lanchas remaban fuertemente hacía la
playa. Sin embargo los disparos de las baterías de la plaza, especialmente los
efectuados desde la fortaleza de Paso Alto, contuvieron a los ingleses, obligándoles
a virar en redondo y buscar la protección de las Fragatas.
Los observadores que desde tierra seguían las maniobras de los buques,
vieron como los navíos de la escuadra intercambiaron diversas señales, y a las
nueve y media de la mañana la flota de botes de asalto, inició de nuevo el
desembarco por la playa del Bufadero, acompañándoles en esta ocasión el éxito.
El desembarco se hizo tranquilamente, sin que los ingleses encontrasen
resistencia alguna en aquellos parajes, pero, indudablemente, cometieron un
error de apreciación, debido al desconocimiento de la zona, o quizás confiados
en la experiencia de los 250 hombres que mandaba el capitán Oldfiel componían
las fuerzas veteranas de marina, por una causa u otra, la cuestión es que
dejaban entre el cerro de La Altura y
la posición ocupada, el barranco de Valle Seco, obstáculo éste prácticamente
insalvable por lo agreste y escarpado de las vertientes del valle, además era
zona fácilmente defendible con muy pocos hombres desde las alturas, el
desembarco fue lento debido a lo agreste de la playa
y lo embarazoso del material
que tenían que transportar a brazos, la artillería y las plataformas para la
misma, más los pertrechos de campaña, los asaltantes dieron inequívocas
muestras de desorientación y desconocimiento del terreno a pesar del concurso
prestado por un práctico malayo que meses antes había apresado el capitán
Bowen, y que había sido marinero de la fragata Príncipe
Fernando. Una ves tomada la cabeza de playa, Troubridge, ordena a sus tropas
tomar las alturas de La Jurada, creyendo que desde esta posición le sería fácil
ocupar el risco vecino, pero no tuvo en cuenta la existencia del valle seco con
ambas márgenes cortadas a pico en medio de ambos enclaves, como hemos apuntado
anteriormente. Troubridge, pudo ordenar el avance de sus tropas por el camino de
San Andrés, libre en aquellos
momentos, e iniciar la ascensión del risco por la vertiente sur de Valle Seco,
inexplicablemente no lo hizo, quizás por temor a que la altura estuviese ya
ocupada por las milicias Canarias, -como así era- en todo caso, se limitó a
ordenar la ocupación de la altura de La Jurada. Las tropas inglesas se
dividieron en tres secciones, la primera inició el ascenso hacía la cima de La
Jurada, la que alcanzó sobre las doce de la mañana, las otras dos, quedaron
apostadas en la falda de la montaña en espera de las órdenes de sus jefes. En
esta fase de la operación las milicias Tinerfeñas ya habían tomado posiciones
en el risco de la altura y en las inmediaciones de la fortaleza de Paso Alto,
haciendo prácticamente imposible, cualquier avance de las tropas inglesas. En
el bolsillo de jefe de la expedición inglesa, quedó el ultimátum dirigido por
Nelson al general Gutiérrez sin que en esta ocasión,
tuviese utilidad.
Mientras estos tenían lugar en el Bufadero, veamos las medidas que se
tomaban en la plaza para contrarrestar la acción de las tropas inglesas.
Aleccionado por sus colaboradores, el General Don Antonio Gutiérrez, previendo
que el enemigo pretendía adueñase de las alturas que dominan el castillo de
Paso Alto, o bien el proteger un desembarco de otras tropas durante la noche,
para tomar las alturas y caminos que conducen al interior de la plaza, y
combinar un ataque por el frente y espalda.
En previsión de ambas posibilidades, los defensores decidieron dividir
sus fuerzas, y así, mientras el teniente coronel del batallón de infantería
de Canarias, Don Juan Creagh, “quien se ofreció voluntario”, pasaba
inmediatamente a La Laguna en unión del teniente del regimiento fijo de Cuba
Don Vicente Siera y de 30 soldados del batallón de Canarias, y con una partida
de prácticos de La Laguna, dirigirse por los valles para vigilar los
movimientos del enemigo, por otra parte se dispuso que partidas sueltas se
apoderasen del risco de la Altura y lugares inmediatos
Para conseguir el objetivo señalado se organizaron las partidas de la
manera siguientes: Una de cuarenta soldados del batallón de Canarias, bajo las
órdenes del subteniente Don Juan Sánchez, otra compuesta de veinticinco de la
división de granaderos con la que iban los capitanes Don Luis Román y don
Felipe Viña; los tenientes Don Mateo Calzadilla, Don Antonio Carta, don Antonio
Monteverde y Don Laureano Arauz; los subtenientes Don Tomás Velazco, don Carlos
Buitrago y Don Vicente Espou, y el ayudante Don Pascual de Castro.
Otra de sesenta hombres de las banderas de Cuba y La Habana, mandada por
el segundo teniente Don Pedro de Castilla. Otra de cuarenta hombres de la
tripulación de la fragata francesa “La Mutine”,
a las órdenes de su capitán Pomiés y del teniente de navío Faust
Estas cuatro partidas estaban bajo las órdenes directas del VI marqués
de la Fuente de las Palmas Don Domingo Chirino, quien se había ofrecido
voluntario para dirigir dicha partida. Fue tal la ligereza y destreza mostrada
por las tropas Canarias que cuando estas fuerzas ocuparon la cima del risco de
la Altura, los ingleses aún no habían coronado la de la Jurada. Conseguido el
objetivo, don Domingo Chirino, a la vista de las fuerzas enemigas pidió
refuerzos y avituallamiento al General Gutiérrez en un parte redactado en los
siguientes términos: “Mi Gral: nos hallamos en la altura mas bentajosa que
es la de por detrás de Pasoalto: de esta hemos visto situarse los ingleses en
las del Valle Seco: Mr. Fontel (*) dice sería muy util qe. V.E. haga traer a
este sitio una pieza de a cuatro que a fuerza de brazos se subirá pues nos
recelamos que ellos tamn suben Artll.ª se necesita mas gente y los Artill.s
necesarios p.ª el manejo del cañon
y pan y Queso o lo que V.E. guste.
El Marqués de la Fuente de las Palmas”.
Exmo.
S.or Dn Antonio Gutierrez.
(*) Se debe referir al teniente Faust.
La petición del Marqués, no fue atendida con la premura que las
circunstancias demandaban pues en otro parte posterior el Marqués acusaba
recibo de la munición de boca, y siete franceses que se unieron al
destacamento, y se quejaba de no
haber recibido los refuerzos solicitados
Poco tiempo después son destacados para reforzar las posiciones
mantenidas por las milicias, una compañía de cazadores compuesta de 16
artilleros y cuatro piezas de campo, al mando del capitán del batallón de
infantería de Canarias don Miguel Caraveo, siendo el teniente Don José Feo y
subteniente Don Francisco Dugi. Causó especial admiración entre los oficiales
españoles, la intrepidez, ligereza y arrojo, mostrado por veinte milicianos del
batallón de La Laguna, quienes bajo las órdenes directas del cabo Don
Florencio González, subieron a hombros las cuatro piezas de artillería con sus
montajes, juegos de arnés y municiones.
Para tener una idea del desmesurado esfuerzo que supuso esta hazaña
debemos tener en cuenta que las laderas del risco de la altura son prácticamente
verticales y su cima está a
Las únicas bajas producidas en esta acción, fueron las de tres
ingleses, cuando un destacamento de los mismos se desplazó a una fuente
existente en el barranco de Valle Seco, dos fueron abatidos y un tercero murió
al escalar a toda prisa la vertiente del valle, posiblemente a causa de un
sofoco producido por lo áspero del terreno y por las altas temperaturas que en
el mes de Julio suele reinar en la zona.
Al tener conocimiento el
general Gutiérrez, por medio de un parte remitido por el marqués de la Fuente
de las Palmas, de la sospecha de que los ingleses tenían intención de
internarse hacía La Laguna, por la zona denominada Sardina (¿Jardina?),
Ordenó al teniente coronel Don Juan Creagh, capitán del batallón de infantería,
subiese a La Laguna con una partida de 30 hombres de su cuerpo, y reforzándose
con milicianos y prácticos del país rodeando por las cumbres viniese a
posesionarse de la montaña a cuyo píe permanecía el enemigo; Creagh auxiliado
por el teniente Siera, del batallón de Cuba, y al mando de 30 milicianos más
50 rozadores recogidos a su paso por La Laguna, y asistido de los tenientes Don
Nicolás Hernández y Don Nicolás Quintín García, a estas fuerzas se les unió
un contingente de más de 500 paisanos al frente de los cuales venía el alcalde
de Taganana.
Al llegar Don Juan Creagh y sus tropas a las posiciones indicadas por el
mando, descubrió que los ingleses estaban formados en 5 divisiones, no decidiéndose
a atacarles pues según expone en el
parte enviado al general Gutiérrez, “solo dispongo de 30 soldados y 50
Cazadores (que) guardan los Desfiladeros ...)”. Los ingleses aprovecharon
la noche del 22 al 23 para reembarcar las tropas, con tal orden y sigilo que los
defensores del risco creyeron que se trataba de una añagaza del enemigo, y así
lo manifiesta el teniente coronel Chirino en un parte enviado al general Gutiérrez
en la mañana del día 23 redactado en los siguientes términos: “A
estas horas que son las cinco y 30 minutos no advierto novedad alguna, ni menos
la han notado las Partidas de descubierta que he enviado a reconocer las
avenidas: Anoche a las oraciones vinieron las Lanchas en busca de la jente y
luego se bolvieron a bordo: creo ha sido apariencia dho dicho embarco pues a mas
de haber notado el pronto regreso de
las Lanchas a bordo se advirtio q.e otras Lanchas conducían
poca tropa: hoy solo existen fondeadas las tres fragatas Balandra y
Bombarda en el mismo parage que ayer y las Lanchas a su lado: hasta ahora no
ocurre mas novedad: Expreso que S.E. se sirva remitirme una lona o bela para
precavernos del Sol que en este sitio se deja caer muy bien”
Julio
23 de 1.797.
A la vista de este parte y otro similar remitido por teniente coronel de
milicias Creagh, el general Comandante de la plaza ordenó a ambos jefes que
regresaran a las líneas del centro con sus tropas, dejando una partida de 30
hombres de retén y para que llevaran a cabo algunas descubiertas en busca de
una supuesta partida de 20 ingleses que se habían quedado rezagados. Esta
partida quedó al mando de Don Felix Uriondo, que poco después fue reforzada
por una partida de 120 rozadores que mandaba el capitán del mismo batallón Don
Santiago Madan
En el transcurso de los acontecimientos narrados, las milicias Canarias
no sufrieron bajas excepto la del jefe Don Domingo Chirino quien sufrió una caída
del caballo que le tuvo incapacitado para el servicio durante varios días.
En este primer encuentro con los ingleses, quedo bien patente la
descoordinación existente entre las diferentes partidas que tomaron parte en el
mismo, por una parte los jefes de cada compañía, partida o pelotón,
comunicaban las incidencias ocurridas en el lugar donde estaban apostados,
directamente al capitán general despreciando olímpicamente la escala de
mandos, en un claro afán de protagonismo personal, donde cada jefe o oficial
actuaba como en reinos de taifas. Esta actitud era tolerada cuando no fomentada
por el propio general Gutiérrez, pues teniendo en cuenta la desmedida afición
de éste a emitir continuamente órdenes y partes, hasta nosotros no ha llegado
escrito alguno, en el que este jefe conmine a los oficiales a seguir los causes
reglamentarios en los comunicados de incidencias, esta permisividad, pudo haber
costado la pérdida de la plaza de Santa Cruz como veremos durante el desarrollo
del ataque llevado a cabo por los ingleses durante la madrugada del 24 al 25.
Reembarcadas las tropas inglesas, la escuadra inicio una maniobra de
distracción poniendo rumbo hacía el Sur, sin alejarse demasiado de la costa,
con la intención de hacer creer a los defensores que intentaban desembarcar por
las costas de Güímar o Abona, ante esta posibilidad se tomaron las medidas
oportunas destacando a los lugares amenazados Guadamojete, (Barranco Hondo)
Candelaria, Güímar, Adeje y Granadilla, tropas del batallón de Canarias y de
las milicias, poniéndose en estado de alerta los surgideros, desembarcaderos y
puertos del resto de la isla en que fuese factible un intento de desembarco.
Mientras tanto no se descuidaba la defensa de la plaza y se daba ordenes al
comandante accidental del batallón de infantería de Canarias Don Juan
Guinther, para que concentradas estas fuerzas estuviesen dispuestas, como
principal fuerza de choque, allí donde la línea flaquease para entrar
inmediatamente en fuego
Con la primera claridad de la mañana del día 24 que los buques
maniobraban para ganar barlovento mostrando así las verdaderas intenciones del
contralmirante Nelson.
El vigía de Anaga dio aviso del avistamiento de tres navíos por el
norte y dos de guerra por el sur pero debió haber error en la comunicación ya
que sólo apareció por el norte el navío inglés
Leander de 50 cañones, el cual se unió al resto de la flota. A las seis de
la tarde anclaron todos los buques de la armada en el mismo lugar en
que lo habían hecho las fragatas el día 22 dando la impresión de que
intentaban atacar la fortaleza de Paso Alto, al anochecer se aproximaron a este
castillo una fragata y la obusera, ésta abrió fuego disparando 43 bombas, de
las cuales solamente una dio en el blanco destruyendo una reserva de paja, sin
causar daños mayores en el recinto, éste respondió poniendo en acción sus cañones,
dirigidos por el capitán de artillería don Vicente Rosique; al tiempo que el
subteniente don Juan del Castillo al mando de 16 hombres llevaba a cabo una
descubierta por la playa próxima de Valle Seco donde apresaron a un
marino irlandés del cúter Fox
quien había abandonado el barco con animo de desertar.
La noche se preveía que sería larga y tensa, del movimiento de los navíos
se desprendía que el asalto a la plaza sería inmediato. En la bahía se mecían
inquietas y agitadas por las olas dos naves, una era la fragata de la compañía
de Filipinas “San José” más
conocida como la Princesa, y el correo español Reina
María Luisa, que en viaje a América había hecho escala en Santa Cruz para
dejar correspondencia y repostar, viéndose sorprendida por los sucesos de
Julio de 1797.
Imagen: Amanecer del día 22 de julio
de 1797 en la Plaza de Santa Cruz de
Tenerife, en primer plano, la boca del muelle y castillo de San Cristóbal, al
fondo de la imagen la flota británica.
Noviembre de 2011
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