NOTAS
AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (XI)
Eduardo Pedro García Rodríguez
El 29 de Septiembre de 1758, en
un pequeño pueblo del condado de Norfolk (Inglaterra), llamado Burham Thorpe,
en la casa rectoral nace Horacio Nelson hijo del pastor protestante Emund Nelson
y de su esposa Katherine Sukling.
De
los once hijos habidos en el matrimonio, solamente tres sobrevivieron, poco
después del nacimiento del futuro contralmirante fallece su madre, los avatares
de la vida le conducen con apenas doce años de edad a buscar el afecto y
protección de su tío materno Maurice Sukling. En 1770 sienta plaza como
“midshipmen” o guardia marina en un viejo buque denominado Redoutable
y cuyo capitán era su tío Maurice, bajo la tutela y dirección de éste, el
joven Nelson inició su vida marinera, siguiendo la senda habitual en la armada
inglesa para la formación de quienes llegarían a ser destacados marinos
ingleses del siglo XVIII.
Era
Nelson un niño de complexión débil y enfermiza de salud, constitución ésta
heredada de la madre; pero lo que de debilidad física tenía lo superaba
ampliamente con un espíritu templado y una fuerza de voluntad fuera de lo común.
Desde muy joven supo autoeducarse en un estoicismo tan rígido, que no
había obstáculos, por personales y dolorosos que fuesen, que él no supiese
vencer.
En Abril de 1771 Nelson embarcó en el viejo buque Redoutable;
pero su permanencia en el navío fue corta, ya que fue desarmado tan pronto como
desapareció la posibilidad de una guerra con España, a propósito de la
disputa sobre las islas Malvinas
o
Falkland.
Desarmado el viejo Redoutable, el capitán Maurice Sukling tomó el mando del Triumph,
buque de vigilancia destacado en el río Midway. Ello motivó, tras una
breve estancia de Nelson en el mismo, su traspaso a un velero mercante que partía
para las Indias Occidentales, impuesto por su tío con objeto de que adquiriese
conocimientos náuticos sobre las rutas de las Indias.
De regreso de aquel viaje, el inquieto Nelson no dudó en alistarse en
una expedición que en esos momentos estaba preparando el primer lord del
Almirantazgo, conde de Sandwich, para proseguir las exploraciones por las
regiones polares en busca del anhelado paso del Océano Ártico al Pacífico.
Durante la expedición, Nelson dio pruebas de un valor y arrojo temerarios,
despuntado ya la figura del futuro gran marino, estando de regreso en Inglaterra
en Octubre de 1773.
Una vez más entra en juego la influencia de Sukling, y hace que su
sobrino embarque en la fragata de 20 cañones Seahorse,
mandada por el capitán George Farmer, que formaba parte de una poderosa
escuadra destinada a operar en las Indias Occidentales. Durante esta estancia en
las Indias, Thomas Troubridge y Nelson entablaron una profunda amistad que
mantuvieron de por vida.
Los dieciocho meses que duró la estancia del joven marino en las América,
no dejaron de pasar factura a su endeble constitución física, hasta tal
extremo que el almirante Sir Edward Hughes juzgó conveniente ordenar su
traslado al navío Dephin, que estaba
preparándose para zarpar hacía Europa. La travesía de regreso fue sumamente
ingrata para el joven marino, que tardó bastante en reponerse de sus dolencias.
Mientras tanto, su tío Sukling había ascendido en su carrera y ahora desempeñaba
el importante cargo de inspector de la Marina, la protección de éste en la
carrera del futuro almirante se hizo patente una vez más, haciendo uso de su
influencia, consigue que su sobrino y protegido, sea enrolado como teniente en
el navío Worcester, que debía
custodiar a un convoy con destino a Gibraltar.
A partir de 1778, comienza la brillante hoja de servicios del teniente
Horacio Nelson, teniendo una destacada actuación en América en el apresamiento
de piratas, con ocasión de la guerra por la independencia desatada en las
colonias inglesas en Norte América y que dieron lugar al nacimiento de los
Estados Unidos de Norteamérica. Durante su permanencia en Jamaica, formando
parte de la oficialidad del navío Lowestoffe,
Nelson tuvo ocasión de ganarse las simpatías del almirante Parker, quién lo
admitió como tercer teniente a bordo de su buque Bristol.
Aunque si bien es verdad, que más contribuían las fiebres con sus mortíferos
estragos a la vertiginosa carrera de los jóvenes oficiales que sus propios méritos,
no fue este el caso del teniente Nelson, quien venía demostrando sus cualidades
para el mando durante los pocos años de servicios prestados. En Septiembre de
1778, ascendió a primer teniente del navío Bristol.
En una época en que el ascenso social y profesional, estaba marcado por
las influencias de los linajes familiares, más que por la capacidad de los
individuos, no era fácil el que hombres de orígenes modestos ocuparan puestos
de responsabilidad en la administración de los estados, sin estos además
reunir en su persona una serie de cualidades excepcionales, no contaban con el
apoyo de algún poderoso, en este aspecto hay que admitir que nuestro
biografiado tuvo suerte, pues además del apoyo de su tío, contó en los
comienzos de su carrera de oficial con la protección del almirante Parker.
La protección prestada a Nelson por el
almirante Parker, fue oportuna, pues su tío Sukling falleció en 1778.
Parker confirió a Nelson el grado de “commander”, el 18 de Diciembre de
1778, dándole el mando del bergantín Badger. Un año más tarde, en 1779, era ascendido a
“post-capitain” encargándose como comandante de la dirección de la fragata
Hichimbook.
A los veinte años de edad, Nelson era
ya “post-capitain” ventaja de valor inestimable, ya que el ascenso a
contraalmirante sólo podía lograrse por rigurosa antigüedad. Dieciocho años
tardaría nuestro biografiado en obtener este preciado ascenso; cuando sólo
contaba con treinta y nueve años de edad, siendo pocos los marinos que podían
equipararse a Nelson en brillantez de carrera y en prestigio dentro de la Marina
Inglesa.
El resto de esta guerra por la independencia de las colonias, más tarde
complicada con la intervención de Francia y España a favor de la independencia
de las colonias británicas en Norteamérica, ocupó a Nelson en operaciones
grises que acabaron por minar su salud hasta el extremo de que los médicos le
prescribieron el retorno a Inglaterra.
Durante su estancia en el país, en 1780, mientras se recuperaba de sus
achaques, le fue asignada la misión de instruir al príncipe Guillermo -más
tarde Guillermo IV, rey de Gran Bretaña- en tácticas navales. (Más tarde, en
1784, Nelson completaría estudios sobre esta materia en Francia), apenas
repuesto de sus males, volvió a solicitar su embarque, entrando en el servicio
activo. Le fue asignado como navío el Abermale,
zarpando para el Báltico, en Octubre de 1781, en operaciones de transporte.
Los avatares del servicio le llevan de nuevo a América, teatro habitual
de sus operaciones. En 1782 salió escoltando a un grueso convoy hasta Quebec, y
más tarde realizó diversos cruceros por la Bahía de Boston y Cabo Cod. Después
pasó a Nueva York a las órdenes directas del almirante Lord Hood, quien le tomó
bajo su protección en atención al talento excepcional de Nelson y se propuso
ayudarle en su carrera.
La guerra en las colonias sublevadas de América, tocaba su término, y
al firmarse la paz de Versalles, en Enero de 1783, se abrió una nueva etapa en
la vida del marino, que apenas si está señalada por algunos sucesos de
índole familiar. Nelson regresó a Inglaterra, viajó por Francia,
estancia que aprovechó para estudiar táctica naval, como hemos apuntado
anteriormente, regresó a su patria y conoció del tedio de los marinos en paz,
después de haber hecho durante años la guerra. Regresa de nuevo al servicio
activo, y al mando de la fragata Boreas, zarpó para las islas de sotavento, conduciendo al almirante
Sir Richard Hughes, comandante en jefe de la base estacionada en Antigua.
Durante su estancia en la isla Nevis, Nelson conoció a Frances Woolward,
joven viuda del médico Josiah Nisbet, del que tenía un hijo llamado igual que
su padre, de la que se enamoró el marino con el ímpetu propio del primer amor.
La viuda Nisbet, era además sobrina del general Herbert. El 2 de Marzo de 1787,
con algún retraso debido a causas involuntarias, se celebra el matrimonio entre
Nelson y Frances Nisbet.
Después de los acontecimientos reseñados anteriormente, la Boreas,
regresó a Inglaterra el 7 de Junio de 1787, conduciendo a Nelson, a su
mujer y al hijo de ésta. Desde ese año de 1787 hasta 1793, el marino vive un
periodo de inactividad dedicado a sus asuntos familiares, y en espera de ser
requerido por el almirantazgo.
La ejecución en la guillotina del monarca francés Luis XVI, el 21 de
Enero de 1793, hizo temblar los cimientos de las monarquías Europeas, las casas
reinantes, especialmente la inglesa y la española, se coligaron para invadir
Francia y destruir a la recientemente implantada república francesa. Al
declarar la guerra a Francia el 1 de Febrero de 1793, tanto ingleses como españoles
tuvieron que poner en marcha las máquinas de guerra. Nelson, fue requerido una
vez más por el almirantazgo inglés para que se incorporase al servicio activo
en la flota. El 7 de Febrero embarcaba en Chatham a bordo del Agamennon
para servir a las órdenes del almirante Hotham, primero, y de lord
Hood, después. La escuadra se dirigió, protegiendo un convoy a
Gibraltar,
Mas tarde lord Hood dirigió su escuadra hacía el Mediterráneo para
operar contra la flota francesa y los puertos de aquella rivera.
La escuadra inglesa, combinada con la española se apoderó de Tolón,
importante puerto de guerra francés, y allí Nelson tuvo ocasión de convivir
con marinos españoles y estudiar la organización de la marina hispana,
estudios que le serían de gran provecho en el futuro.
En Septiembre de1793, Nelson recibe orden del almirante Hood, de
dirigirse con su navío, el Agamennon, a Nápoles, capital de las dos Cicilias, para recoger
tropas con las que reforzar la
guarnición de Tolón. Durante su estancia en Nápoles, tuvo ocasión de conocer
a Emma Lyons, lady Hamilton, esposa del embajador británico en Nápoles. Dicha
dama influiría de manera decisiva en la vida del futuro contralmirante,
convirtiéndose en su amante, aconsejándole y ayudándole en su carrera.
Cumplida con éxito su misión en Nápoles, Nelson decide realizar un
crucero por el mediterráneo en busca del enemigo, y posiblemente, con ánimos
de practicar el corso, como era habitual en las marinas de la época en tiempos
de guerra, no encontrando enemigos ni presas, decide incorporarse a la escuadra,
apostada en Tolón, en la cual se integra el 5 de Octubre de 1793.
Después de rendir cuentas de su comisión, apenas tuvo tiempo para un
breve descanso, pues el 9 de Octubre lord Hood le ordena zarpar con rumbo a
Cagliari, con pliegos secretos para la división de la escuadra inglesa del
almirante Linzee, apostada en la capital de Cerdeña. Durante la travesía a
Cagliari, Nelson tuvo un enfrentamiento con navíos franceses y a pesar de la
superioridad del número de éstos, el Agamennon
salió airoso de la lucha, continuando su rumbo en cumplimiento de la comisión
que tenía encomendada, que no era otra que el tratar que bey de Tunez, rompiese
sus relaciones con Francia. A las órdenes del almirante Linzee, Nelson visitó
el puerto tunecino, pero sus gestiones diplomáticas ante el bey no tuvieron éxito.
Una vez que los aliados españoles y británicos fueron expulsados de Tolón,
por Napoleón Bonaparte, Nelson participó en la toma de las ciudades corsas de
Bestia y Calvi, durante la conquista de la isla de Córcega en
Desde Túnez, nuestro intrépido biografiado, cumpliendo nuevas órdenes
del almirante lord Hood, se dirigió al mando de una flotilla en persecución de
la escuadra francesa con la que antes combatiera, hallándola apostada en la bahía
de San Florencio, bajo la protección de los cañones de las baterías costera.
Nelson no teniendo fuerzas bastante para acallar las baterías de San Florencio,
optó por el bloqueo a fin de agotar los recursos de la plaza e impedir la
salida de las fragatas francesas.
Mientras tanto, Hood evacuaba el puerto de Tolón, y precisando de un
fondeadero para la flota hispano británica, se planteó la posibilidad de usar
para este fin la isla de Córcega, la cual estaba bajo dominio francés desde
hacía veinte años. El libertador Paoli, había demandado el auxilio británico
y estaba dispuesto a poner la isla bajo el protectorado ingles, lo que animó al
almirante a elaborar planes para la ocupación de la isla. Al mismo tiempo se
preparaban los planes para la invasión por lord Hood y sus emisarios cerca de
Paoli, Nelson continuaba manteniendo el bloqueo de la isla.
La flota inglesa inició la invasión de la isla por la plaza de San
Florencio con un rotundo éxito, los franceses se vieron obligados a retirarse
por tierra hacía Bastia, hundiendo
antes de abandonar la plaza las fragatas allí fondeadas. El segundo objetivo de
la operación era la ocupación de la ciudad y puerto de Bastia.
Al elaborar los planes para el desembarco, surgieron diferencias entre el
general inglés Dundas y el
almirante Hood, el primero se negaba a atacar Bastia con las fuerzas de que
disponía, juzgando temerario e ilusorio el intento. Pero la obstinación de
lord Hood se impuso decidiendo dar remate a los planes de ocupación, y puso
asedio a la plaza, ésta terminó por rendirse el 22 de Mayo de 1794. En estas
operaciones Nelson colaboró activamente en el cañoneo de la villa, y tuvo
también una actuación destacada en las operaciones en tierra, distinguiéndose
una vez más por su valor y arrojo.
La tercera operación para concluir la conquista de Córcega, era la
ocupación de la ciudad de Calvi, y lord Hood con su estado mayor se enfrascaron
en ella, la responsabilidad de transportar las tropas de desembarco recayó en
Nelson. Las maniobras de desembarco las dirigió personalmente el futuro
almirante quien logró poner pie en tierra con 250 hombres, el 19 de Junio de
1794, e iniciar el bombardeo de la plaza con las primeras baterías instaladas.
En el fuego de contrabatería Nelson resultó herido en el ojo derecho como
hemos dicho anteriormente.
El asedio continuó durante algún tiempo en circunstancias durísimas
para ambos contendientes, hasta que por fin el 10 de Agosto se rindió la plaza
Concluidas las operaciones en la isla de Córcega, lord Hood fue llamado
a Inglaterra, Nelson navegó por el mediterráneo en diferentes comisiones de
servicio. Visitó Liorna, donde permaneció un mes para reparar averías; fondeó
en Génova; navegó en crucero de vigilancia en el Golfo Juan, y por último
recibió orden de incorporarse a la flota del almirante Hotham, candidato al
nombramiento de comandante en jefe de la flota en el
Mediterráneo.
El invierno de 1795, transcurre dentro de una actividad monótona,
limitada a continuos cruceros por aquellas aguas, y en constantes luchas con los
terribles temporales que azotan estos mares.
La rutina de la vida en el mar, fue interrumpida en los días 14 y 15 de
Marzo, cuando a la vista de una escuadra francesa entran en combate. En ellos
Nelson da pruebas inestimables una vez más de su sangre fría, pericia y sobre
todo decisión.
Todo el resto del año 1795 hasta el 30 de Noviembre, fecha en que Sir
John Jervis se hizo cargo del mando naval en el Mediterráneo, lo llenan
acciones pequeñas, en las que Nelson ayudó al general Vins jefe de las fuerzas
austrosardas en su lucha contra Francia, en el Piamonte.
Sir John Jervis, toma el mando de la flota británica en el Mediterráneo,
a que Nelson continua adscrito, y le es encomendadas por éste varia misiones de
reconocimiento en Génova, Niza y Tolón, así como diversas gestiones diplomáticas
en la República de Génova, que lleva a cabo con extremada habilidad. En estas
circunstancias llega a la flota el comunicado de la firma del tratado de alianza
de San Ildefonso entre España y Francia, poco más tarde España declara la
guerra a Inglaterra, lo que impuso un cambio en los planes navales de los
ingleses. En este momento se produce la evacuación del Mediterráneo por parte
de la escuadra inglesa.
En 1796, Nelson es ascendido al grado de comodoro. Al año siguiente al
mando de la retaguardia de la escuadra inglesa que se enfrentó a la española
en el Cabo San Vicente, echo de armas que le valió al almirante Jervis el título
de conde de Saint Vicent, y a Nelson la Orden del Baño, distinción elegida por
el propio galardonado.
Por las veleidades de la política siempre inestable de Carlos IV, éste
pasó de ser un detractor acérrimo de la “cortadora” de cabezas regias y
nobles, república francesa, a fiel aliado de la misma. Declarada la guerra a
Gran Bretaña, ésta decreta la incautación de los barcos españoles surtos en
puertos ingleses, tomándose medidas similares por parte de la monarquía española.
Una de las primeras medidas tomadas por la corte española, fue la de expulsar a
la flota Inglesa del Mediterráneo, para ello dispuso que la armada española
del Mediterráneo, mandada por el almirante don Juan de Lángara, partiese de Cádiz
rumbo a Córcega, donde se hallaba el almirante Jervis con sus navíos. Ante la
manifiesta superioridad de la escuadra hispano francesa, sir Jonh Jervis, ordenó
la evacuación de la isla, rehuyendo el combate y replegándose a Gibraltar, en
espera de los refuerzos solicitados al almirantazgo.
El día primero de diciembre, y tras una serie de desgraciados accidentes
que le fueron restando navíos y cañones, la flota de Jervis reducida a sólo
nueve buques, entra en el puerto de Lisboa en busca de refugio y en espera de
los refuerzos. Esta disminución de las fuerzas inglesas animó a los españoles
a dar la batalla a la escuadra enemiga aprovechando la superioridad numérica
que sobre ella tenía.
El 2 de febrero de 1797, reparado y provisto de agua, víveres y
pertrechos de guerra y mar, enarboló su bandera en el Santísima
Trinidad. El mayor navío de
su época y el único que contaba con cuatro puentes, armado con ciento treinta
cañones, el nuevo comandante de la escuadra española en el Mediterráneo, el
teniente general de la Real Armada Don José Fernández de Córdoba. La armada
estaba compuesta por veintisiete navíos de línea, diez fragatas, un bergantín,
trece lanchas, cuatro urcas y de cuarenta a cincuenta embarcaciones mercantes,
las cuales transportaba ricas mercaderías,
La dotación de la flota la componían dieciséis mil ciento quince
plazas efectivas, y su artillería contaba con un total de mil trescientos
ochenta y cuatro cañones, faltándole para completar la fuerza reglamentaria
dos mil quinientos hombres.
Esta escuadra estaba dividida en seis divisiones, al frente de las cuales
enarbolaban sus insignias los respectivos jefe, cada uno en un buque de tres
puentes. El día 5 de febrero, con vientos favorables la escuadra rebasó el
estrecho de Gibraltar, pero el día 6 un cambio repentino del tiempo y de la
dirección del viento, obligó a la flota a la altura de Cabo Espartel a ganar
la alta mar haciendo imposible el que la formación
ganase el puerto de Cádiz.
El día 8 se recibe noticias de que la flota inglesa se encontraba al
abrigo de la costa portuguesa; pero la escuadra española continuaba dispersa
como consecuencia del mal tiempo que habían tenido que capear dos días atrás,
pasando varios días ante de que se concentrase. Por fin el encuentro con la
flota enemiga tuvo lugar el día 14 en aguas del Cabo de San Vicente, los 15 navíos
ingleses y la escuadra de Córdoba se aprestaron para el combate. Desde las
naves almirantes de ambas escuadras se impartieron las órdenes oportunas, las
ordenes emanadas desde el Santísima Trinidad, no se entendieron o simplemente no se
obedecieron, por lo cual el movimiento envolvente que debía realizar la
escuadra española no se llevó a cabo, y de los navíos españoles sólo seis
entraron en combate contra los quince buques británicos. En vano el general Córdoba
trasmitía continuamente desde el Santísima
Trinidad, órdenes al resto de la
flota para que entrara en batalla, las señales del navío almirante no eran
atendidas. En tan desigual lucha, y
donde se llegó a luchar cuerpo a cuerpo hallaron la muerte los ilustres marinos
españoles Don Tomás Giraldino, comandante del San Nicolás, Don Francisco Winthuysuen, capitán del
San José, el brigadier Don Antonio Yepe que mandaba El
Salvador. Sobre el Santísima
Trinidad, cargaron cuatro navíos ingleses a las ordenes de Nelson, a las
dos horas de combate, el buque orgullo de la marina española estaba inoperativo
por el duro castigo recibido, la gran cantidad los trozos de bergas
jarcias, velamen y cordajes, más los innumerables muertos y heridos
amontonados sobre las cubiertas hacían muy difícil la circulación de la gente
y hacían muy difícil el gobierno
del navío.
El mastelero de gavia deshecho a cañonazos se desplomó sobre una banda
inutilizando toda la artillería de aquel lado. En este momento de la lucha
Nelson con la división a su mando, se apodera de los buques San
José, San Nicolás, El Salvador y el San
Isidro, los cuales al encontrarse sin capitanes
y con la tripulación maltrecha y agotada por las largas horas de lucha,
fueron presa fácil para los ingleses.
El Santísima Trinidad, aún
mantuvo la lucha durante dos horas más, con la gallardía propia de un coloso
que, acosado por una jauría de lobos, recibe continuas dentelladas por todos
los frentes, hasta que agotado y casi desangrado opta por buscar un momento de
reposo, es indudable que Nelson, una vez más, hizo gala de un arrojo y
temeridad fuera de lo común, al dejar fuera de combate al coloso de los mares,
y demostrando que, en las nuevas tácticas de lucha en el mar, los navíos
ligeros por su gran maniobrabilidad, eran mucho más efectivos en las acciones
de ataque y defensa que, los grandes buques difíciles de
maniobrar.
En el Santísima Trinidad, se
celebró por su plana mayor un breve consejo de guerra, pues la apertura de una
gran vía de agua imposible de taponar en aquellas circunstancias, aconsejaban
arriar la bandera de combate acto que se llevó a cabo a continuación. En estos
momentos de la batalla el buque prácticamente era un pontón, y en palabras del
enemigo «el estado del Trinidad, era el de un navío completamente
destrozado, enteramente inservible y absolutamente indefenso».
En aquellos momentos, la tardía llegada de los navíos San
Pablo, Pelayo y Conde de regla,
decidieron a los ingleses dar por terminada la batalla y abandonar el mar del
combate, de esta manera se salvó el Trinidad,
de ser apresado por los ingleses, privando a Nelson y su división del gran
honor que les hubiese supuesto la captura al enemigo, del mayor navío de su época.
El teniente general de la armada española. Don José Fernández de Córdoba,
y su estado mayor, se trasbordaron a la fragata Diana,
que se había incorporado tarde a la lucha. Así y todo, ordenó Córdoba, que
en el navío Príncipe, se pusiese en señal de pronta línea de combate para
restablecer el orden de la escuadra, y estar dispuesto para reiniciar al día
siguiente el combate.
Al preguntar a los buques si al alba estarían en buena disposición para
entrar en combate, respondieron afirmativamente San
Pablo, Don Pelayo, San Antonio y
el Oriente. Contestaron que no: La
Concepción, Mejicano y Soberano, poco
después, aportó el aviso La Perla,
con el parte de los navíos Santo Domingo
y Atlante, en él se informaba al
comandante Córdoba de que el primero no podía por tener la pólvora mojada, y
el segundo por carecer de gente suficiente. Avanzada la mañana, se divisó a la
flota enemiga y deseando Córdoba ver las posibilidades reales de entrar en
combate, insistió en preguntar a sus subordinados si estaban en condiciones de
combatir, contestaron que sí el Príncipe,
Conquistador,
y Pelayo; que convenía evitar el
ataque: el Mejicano, San
Pablo, Soberano, Santo Domingo, Concepción, San Idelfonso, San Juan Nepomuceno,
Atlánte, San Jenaro y Firme. Opinaban
que era menester aplazar el enfrentamiento, el Glorioso,
Conde de Regla, San Francisco, y San Fermín.
Ante la baja moral mostrada por sus
subordinados, el teniente general Córdoba, decidió no prestar batalla a la
escuadra inglesa. De lo expuesto se deduce fácilmente por una parte, que en la
armada española reinaba una anarquía total, donde cada capitán se consideraba
un virrey en su nave, con absoluto desprecio hacía sus mandos superiores,
extremo éste que era aplicable en general al resto de los ejércitos españoles
de la época, por otra, queda patente que los mandos de la Armada, no estaban
dispuestos a luchar por una república extranjera que enarbolaba como lema la
igualdad, la humanidad y la fraternidad, entre los hombres.
Los resultados finales de la batalla del Cabo de San Vicente, supuso para
sus principales responsables la obtención de honores en premio al valor
mostrado como hemos visto. El almirante Jervis fue recompensado por la corona
con el título de Conde de San Vicente, y a
Nelson le fue concedida la Orden del Baño.
Por su parte el jefe de la escuadra española Don José Fernández de Córdoba,
y sus subordinados, se les sometió
a un consejo de guerra por orden del Rey para discriminar las responsabilidades
de los accidentes de la batalla, el proceso duró más de dos años, al final
del cual, Córdoba y muchos de los oficiales, fueron suspendidos de sus empleos
y sueldos, siendo además extrañados de los Sitios Reales.
Nos hemos alejados un tanto de la figura de nuestro biografiado, para
ofrecer al curioso lector -de manera muy somera- algunos aspectos de la batalla
de Cabo San Vicente, que creemos servirán para ir descubriendo el perfil y
profunda personalidad de quien
llegaría ser el marino más
admirado de su tiempo.
Descartado
el enfrentamiento con la flota británica, el general Córdoba decide internar
los restos de su maltrecha escuadra en el puerto de Cádiz, el cual fue
bloqueado por las fuerzas navales del almirante sir Jonh Jervis, impidiendo
cualquier movimiento de la flota española. El largo periodo del bloqueo, mantenía
a los buques ingleses en una forzada
inactividad y alejados de los teatros de operaciones de la guerra, esta situación
era poco grata al espíritu inquieto y aventurero del intrépido Nelson, quien
veía pasar los días entre las monótonas tareas de crucero en la vigilancia de
las costas gaditanas.
Estando en esta situación comenzó a prestar atención a una serie de
rumores sobre la existencia en la plaza de Santa Cruz de Tenerife, (Islas
Canarias) de fabulosos capitales que procedentes de Méjico, habían sido
desembarcados en la misma, para evitar ser apresados por la escuadra británica
que tenía puesto cerco a las costas
y puerto de Cádiz.
Los rumores tomaron viso de veracidad, al ser informado Horacio Nelson
del apresamiento, en el puerto de Santa Cruz, de la fragata de la Real Compañía
de Filipinas Príncipe Fernando,
cargada con un riquísimo botín. Estas noticias, aportadas por el audaz capitán
Bowen, autor de la hazaña, hizo concebir en la inquieta mente de Nelson un
audaz plan para apoderarse de las inmensas riquezas que supuestamente se
encontraban depositadas en la ciudad de Santa Cruz.
Elaborado el plan, Nelson lo sometió a la consideración del almirante
Jervis, quien viéndolo viable, y conociendo sobradamente el valor y arrojo de
su subordinado, y en atención de que las arcas de las armadas se resienten
considerablemente cuando están prácticamente inactivas, aprobó el plan de
Nelson, permitiéndole elegir los
buques que creyese más convenientes para
llevar a cabo el proyecto.
El contralmirante Nelson eligió para formar su división, navíos
mandados por capitanes de su máxima confianza contándose entre ellos a su
amigo Frenmale. A pesar de la libertad de elección dada por Jervis a Nelson, éste
no quedó muy sastifecho al no poder
incorporar a la flota soldados de asalto, los que consideraba necesarios para el
buen éxito de la operación planeada.
Dispuesta la escuadra, el contralmirante Nelson decide hacerse a la vela
el sábado 15 de julio bien de madrugada poniendo rumbo al este. Reunidos los
capitanes a bordo del Theseeus, Nelson les expuso los planes que él mismos había
elaborado. Una vez que la formación parte, Jervis cursa un parte al
almirantazgo inglés en los siguientes términos: “Sírvase
informar a los lores comisionados del almirantazgo que destaqué al
contraalmirante Nelson a la cabeza de una división, compuesta de los navíos Theseus,
Culluden, Zeaolous, Seahorse, Emerald, y Terpsichore, y el cúter denominado Fox, con orden de hacer una tentativa contra la villa de Santa Cruz
de Tenerife, que, según varios informes, me parecía muy fácil de atacar. El
contraalmirante se dio a la vela el sábado 15 de julio, y habiéndoseme
incorporado el Leander, que venía de Lisboa, el 18, le envié con instrucciones al
contralmirante.”
Como se deduce de este parte, Jervis, emplea una argucia para reforzar la
flota de Nelson con un navío más, y además, no hace mención de que la
obusera Rayo, forma parte de la
expedición, quizás por haber sido esta presa tomada a los españoles, en el
bloqueo y por consiguiente, no
figura inventariada en esos momentos entre las naves de su graciosa majestad
británica.
Después de una travesía de siete días, en la tarde del 22 de Julio de
1797, Nelson vislumbra las costas de Tenerife, sobre la una de la madrugada del
día 23 la flota estaba a la altura de la punta de Anaga.
Diciembre de 2011.
Ilustraciones:
Sir Horacio Nelson.
(Foto: Archivo del Autor).
Batalla
del Cabo San Vicente. Óleo. Museo Naval, Madrid. (Foto del Autor).
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