Eduardo
Pedro García Rodríguez
(Continuación
del cap., anterior)
Según las tradiciones, la danza de las cintas tenía ciertas variantes.
A decir de algunos, en ocasiones los bailadores hacían sonar las chácaras
a la par que danzaban; otras, cada danzante vestía el color de su cinta, con lo
que el entrelazado presentaba agradables combinaciones de agradables
perspectivas; hasta finales del siglo XIX, existía una modalidad que consistía
en cada danzante era acompañado por una niña que cogida de una banda, muy
adornadas y bailando con donaire.
La danza de los arcos es básicamente igual que la de las cintas, excepto
que las cintas son sustituidas por unos arcos de convexidad superior, adornados
de ramas flores y lazos de variados matices, articulados a un espigón embutido
en el extremo libre del arco; Danzaban con igual compás, dando los mismos
pasos, aunque siempre entrando en
una obligada dirección y haciendo sonar las chácaras con la mano
derecha.
Para la danza de las varas no se emplea palo central. Los bailadores
provistos cada uno de su respectiva vara en forma de arco, como de un metro de
largo y vistosamente adornadas, se disponen en círculo cogiendo en alto con
cada mano los extremos de la vara, para danzar como en la Isa diferentes
pasos y figuras al compás del tambor, de las chácaras y flauta, los
bailadores ejecutan movimientos cadenciosos, dando dos pasos cortados sobre la
derecha y otros dos medios sobre la izquierda, mientras el conjunto gira
alrededor, dilatándose o replegándose, pasando por debajo de la bóvedas
formadas por los arcos y haciendo artísticas cadenas y deshaciendo nudos
y cruzados, así como otras figuras bajo la dirección de las guías.
Esta danza era habitual en los pueblos de nuestra isla, hasta las primeras décadas
del siglo XX y, al presente esta y otras han sido rescatadas
por algunos grupos folklóricos.
Respecto de la Danza pírrica de los guanches, los danzarines, al
compás de la música, toman actitudes ofensivas y defensivas, chocan las armas,
con gran agilidad en los golpes y quites con elegantes posturas. Esta danza captó
la atención del poeta Viana quien en su única obra conocida, “Antigüedades
de las Islas Afortunadas” (1605) en la página 368 nos dice:
salió
una danza de nivarios mozos, que
Dácil ordenó por darle gusto al
cautivo, señor del alma suya; fue
la danza admirable, gustosísima, de doce bailadores extremados que
con unas espadas españolas despojos
ordinarios de sus guerras, desnudas
en las manos por las puntas y
por la guarnición, en buen concierto, tramaban
una danza muy curiosa, dando
mil saltos y ligeras vueltas. |
Es posible que los guanches tuviesen más de una danza pírrica o
la que usaban primitivamente fue transformándose paulatinamente, pues a dicho
genero corresponde la danza conocida entre los pueblos chasneros como
baile de los palos, que es muy semejante a otro antiquísimo de los vascos del
norte de España, de donde sin embargo no fue importado, por lo menos en época
colonial. Al respecto debemos hacer notar que, entre los bailes nacionales
ingleses existe el llamado sword dances o danza de las espadas, baile que
en el transcurso del tiempo concluyo por bailarse con varas o bastones, un
proceso similar debió acontecer entre los vascos. Pero veamos en que consiste
la danza. Varios danzantes de ambos sexos, provistos cada uno de un par de palos
de leña blanca, se colocan formando dos filas paralelas, una de hombres y otra
de mujeres, quedando de frente las respectivas parejas. Al compás de la música
comienza el baile rompiendo el hombre con el píe derecho y la mujer con el
izquierdo, dando dos alzas de pie alternando sin cambiar de sitio, seguido de un
balaceo del hombre sobre la derecha y de la mujer sobre su izquierda con tres
medios pasos, coincidiendo al quinto de este total de pasos un choque los palos
de la diestra de la pareja, parando en cuarta alta de la esgrima del sable.
Terminado este movimiento completo le sucede otro igual, pero en
sentido contrario, chocando los palos de las manos izquierdas en cuarta alta al
quinto paso; luego se repite el primer movimiento para chocar los palos en
primera baja, seguido de otro para chocar en segunda. Viene seguidamente otro
movimiento que termina con el choque del palo de la mujer sobre el del hombre,
que le da la espalda con el palo tendido atrás y bajo, sucediendo otra figura
igual, quedando de espaldas la mujer, para luego dar comienzo a un séptimo
movimiento en que las parejas una vuelta completa sobre sí mismas, chocando
cada cual sus dos palos al compás de música, mientras se dirigen a ocupar la
fila opuesta a la que tenía al romper el baile para cambiar de pareja;
finalizando con el séptimo movimiento el ciclo, chocando las nuevas parejas los
cuatro palos. De tal manera que las parejas van cambiando a la terminación de
cada ciclo, terminando el baile cuando vuelven a encontrase las primitivas
parejas, que se despiden, saludándose con los palos como los oficiales del ejército
con las espadas.
Sin duda alguna el baile más popular que se ha mantenido en su pureza
hasta nuestros días es el tajaraste. Este baile que, como todas las danzas
guanches, se ejecutan al compás de la música de la pandereta o tajaraste y
el tambor, a los que a veces acompaña la flauta y las chácaras (y hoy en día
los instrumentos de cuerda). De ordinario lo bailan dos parejas colocándose
invertidos hombres y mujeres, es decir, quedando los de igual sexo en el
diagonal del cuadrado que forman, pueden sin embargo bailar a la vez varias
parejas guardando el orden indicado
Consiste el baile en tres medios pasos vivos, alternando dos de un píe y
uno del otro, haciendo cada movimiento de estos tres medios pasos una ligera
suspensión el píe contrario al que da comienzo, una vez sobre el derecho y
otra sobre el izquierdo; girando a la par de cada suspensión una vez con vuelta
sencilla para bailar con la pareja más “inmediata” y otra con doble vuelta
para hacerlo con la más “alejada” en el orden que se mueven; pues todos
siguen una curva cerrada, siempre la mujer por dentro sobre la derecha y el
hombre por fuera sobre la izquierda: de modo que cada pareja que rompe el baile
(comienza el baile) se vuelve a encontrar al dar la vuelta entera círculo.
Todo hombre tiene derecho a relevar después de dos cantares y todos los
presentes a cantar cuanto quieren.
En el año 1998 tuve la oportunidad de asistir a un tajaraste en Teno
Alto, la experiencia para mi será inolvidable, la noche era extremadamente fría
pero este inconveniente quedó rápidamente compensado por la innata amabilidad
de los habitantes del lugar. A eso de la diez de la noche comenzó el baile bajo
la dirección del maestro de ceremonia sin cuyo beneplácito no se iniciaba
ninguna danza, la orquesta estaba compuesta por cuatro tocadores, guitarras,
bandurria y timple, a la cual se permitió unirse algún visitante con su
timple, el baile transcurrió con las habituales Isas, Folias, Malagueñas etc.
A las doce en punto, todos los asistentes estaban preparados para iniciar
la danza del tajaraste, la cual comenzó a una indicación del maestro de
ceremonias, prolongándose hasta el amanecer. Varios detalles me llamaron la
atención durante la velada, uno de ellos el hecho de que no se interpretara el
tajaraste antes de la media noche, y que a partir de esta
hora se bailase solamente el tajaraste, gentes que durante los
bailes, digamos de precalentamiento, estaban “fijados” a la barra de la
cantina o andaban como despistados, e incluso el encargado del bar que se
mostraba en extremo diligente en su cometido, en cuanto comenzó el tajaraste se
unieron a la danza, sin dejar de bailar hasta que se dio por concluida la misma,
el mencionado encargado del bar, a pesar de que era cojo de uno de sus píes,
(creo recordar que del derecho) no por eso dejo de mostrar menos bríos durante
el baile que el resto de los Danzantes.
EL
TANGO TINERFEÑO
(8.)
LA HIGIENE EN SANTA CRUZ EN EL SIGLO XIX
Las condiciones higiénicas en que se desenvolvía la sociedad tinerfeña
durante el siglo XIX, no caben duda
que dejaban mucho que desear. El contacto frecuente con
individuos de otras sociedades con hábitos higiénicos mucho más
avanzados como la inglesa o la francesa, parece que no influían para nada en
los hábitos sanitarios de la oligarquía criolla agraria y comercial de la
isla.
Este abandono era mucho más acusado en los puertos, especialmente en los
de Santa Cruz de Tenerife y en el del Puerto de la Cruz. Esta situación de
total abandono de las más mínimas normas de higiene era mucho más acusada
entre las clases populares, con especial incidencia en la salud de la población
infantil causando elevados índices de mortalidad, aumentada casi siempre por
una mala y en ocasiones nula nutrición.
La insalubridad y falta de higiene era comunes en la mayor parte de las
viviendas en todos los núcleos sociales de la población, contribuyendo a ello
la escasa o nula ventilación de las habitaciones, la convivencia próxima con
animales domésticos, siendo este aspecto mucho más acusado en las viviendas
modestas al disponer estas de espacios muy reducidos, teniendo que albergar en
ocasiones cuadras para Mulos, Burros o Camellos, que se empleaban en el
transporte de mercancías y personas, siendo esta la principal actividad a que
se dedicaban la mayor parte de los trabajadores en los principales lugares de
las isla, además de alguna que otra cabra y cochinos (cerdos) si las familias
disponían de algunas modestas posibilidades, todo ello acompañado de una legión
de conejos, gallinas, palomas, perros y gatos, muchos de estos animales
pululaban libremente por las poblaciones, a esta situación había que añadir
la inverterada costumbre que tenían los vecinos de arrojar a las calles todo
tipo de desperdicios, aguas fecales e incluso animales muertos. Todo esto hacía
las delicias de los miles de ratas y ratones, así como legiones de cucarachas
que señoreaban las poblaciones, todo lo cual contribuía como es natural a que
el estado sanitario de las ciudades Canarias no mereciese ningún puesto en el
ranking sanitario entre los pueblos civilizados.
Las viviendas de los ciudadanos más ilustrados y poderosos, no
diferían gran cosa de las del pueblo llano, exceptuando su mayor amplitud, pues
en cuanto a la iluminación directa, ventilación y disposición de las
habitaciones eran muy similares a las más modestas, si bien estaban dotadas de
aljibes, pozo negro y algún cuartucho casi siempre oscuro y sin ventilación,
donde había ubicado un agujero que comunicaba directamente con el pozo negro, y
que hacía la veces de retrete, lugar éste donde generalmente no se podía esta
más de un par de minutos, debido a los gases que emanaban de tal lugar. En sus
patios y huertas disponían de corrales para caballos y demás animales domésticos.
Algunos cronistas de la época se preguntaban como era posible que una sociedad
tan ansiosa de copiar puntualmente las modas de París o Londres, y en general
todo lo que viniese de fuera, no prestó el menor interés en aceptar los usos
higiénicos y sanitarios de esas mismas ciudades, dándose el caso de que a un
comerciante inglés se le tildó de loco por el hecho de haber instalado en su
casa ¡una bañera y un bidet!
Por
lo expuesto, no debe extrañarnos el que los ciudadanos estuviesen habituados a
convivir con una pléyade de insectos chupópteros domésticos, entre los que
destacaban las chinches y piojos,
pero por encima de éstos las reinas indiscutibles eran las pulgas, motivo
frecuente de animada conversación entre las clases mas elevadas de la sociedad.
Un viajero británico (A.B. Ellis) no
dejó de sorprenderse de cómo en la élite Santacrucera
se hablaba sin el menor rubor sobre las pulgas, en las animadas tertulias
que tenían lugar en las casas más encopetadas de la ciudad, trasmitiéndonos
sus impresiones sobre el particular con las siguientes palabras: “En
Inglaterra no está considerado de buena educación hablar en público acerca de
esta activa y pequeña criatura, pero en estas islas es un tema de conversación
tan común como entre los habitantes como el tiempo lo es entre nosotros y de
mucho interés para todo el mundo. En realidad los isleños son grandes y
expertos entomólogos y tienen una incomparable oportunidad para estudiar su
ciencia. No solo la pulga ocupa posición honorable en la vida social de esta
gente, sino que incluso se la menciona con sincero orgullo en baladas amorosas y
poemas; y ningún amante está jamás seguro de que su petición será
favorablemente hasta que haya sido invitado a unirse en la caza de las humildes,
pero constantes, compañeras de la señora”.
Ante este panorama no es de extrañar que las enfermedades fuesen una constante entre las poblaciones isleñas, cebándose con más con más virulencia en las clases más pobres, causando verdaderos estragos entre la población como los sufridos en 1811, cuando una epidemia de fiebres amarilla se produjo en la isla a consecuencia de unas semillas de tabaco importadas de Cuba, con los que se pretendía introducir el cultivo de esta planta en la isla, diezmó la población del Puerto de la Orotava, muriendo la quinta parte de sus habitantes. Estas calamidades públicas no servían para las autoridades tomaran conciencia del calamitoso estado en que se encontraba la salud pública, manteniendo posturas conservadoras, confiando más en las oraciones que en las medidas preventivas.
A los finales del siglo XIX las cosas continuaban igual si
no peor, como que da recogido en la prensa local de la época.
El Amusnau Chasnero Don Juan Bethencourt Alfonso, en un trabajo
realizado sobre la higiene en Santa Cruz de Tenerife y publicado en la <<Revista
de Canarias>>, de fecha 8 de marzo de 1879, después de desarrollar
un concienzudo y documentado estudio, sobre las deficiencias de las
viviendas en la ciudad, cuando habla de la parte de la población más
desfavorecida nos dice refiriéndose a las infrahumanas viviendas denominadas
“Ciudadelas”: <<...Si no tenéis valor para visitarlas, ¿queréis
saber lo que es una ciudadela? Podéis preguntarlo á esos raquíticos y
escrofulónes niños, que encontráis por las calles temblando en verano, con la
cara demacrada y de mirada brillante por la fiebre que le consume; a esas
mujeres anémicas, cloróticas flacas y arrugadas á los 25 años; a esos
trabajadores envejecidos en el primer tercio de su vida; á esas familias, de
seis y más personas, acumuladas en un cuartito, y ¡qué cuartito, que sólo
contiene
(9)
LAS FIESTAS DEL CORPUS
Las fiestas del corpus en sus orígenes en 1264 en que fue instituida
para conmemorar un milagro eucarístico, distaban mucho de tener el boato y
solemnidad con que se le ha ido dotando con el transcurrir del tiempo,
concretamente en Canarias, fueron fiestas netamente populares hasta el siglo
XVII en que las clases dominantes deciden eliminar el componente popular de la
festividad, despojando así una ves más al pueblo en general y a los gremios de
artesanos y agricultores, en particular, de las prerrogativas que disfrutaban éstos
últimos en la preparación y puesta en escena de las fiestas del corpus.
Con las medidas tomadas por la oligarquía tendente a “dignificar”
este evento, lo que realmente se pretendía era eliminar la enorme carga de
reminiscencia de festividad “pagana” de que estaban revestido estos
festejos, al tiempo que el clero, como siempre, soberbio e intransigente hacía
enormes esfuerzos por dotar a estas fiestas de un boato barroco destinado al
lucimiento de unos pocos poderosos quienes usando esta festividad como excusa,
permitía a las diferentes familias de la oligarquía poder mostrar públicamente,
su insultante poderío económico, alcanzado durante los siglos XVII y XVIII.
Con ello, una ves más, tanto la poderosa oligarquía como la no menos poderosa
y soberbia iglesia, despojaban al
pueblo de sus tradiciones más arraigadas, tradiciones que estaban cimentadas en
la elevada espiritualidad de que es portador el pueblo canario, que
frecuentemente mantenía soterrados enfrentamientos con la doble moral católica
que sustentaba- y sustenta - a las clases dominantes.
Como hemos dicho en otra parte, la espiritualidad del pueblo guanche, era
mucho más firme y profunda que la que decían portar los conquistadores
europeos. La cosmogonía guanche, por su concepción de una vida después de la
muerte, facilita en gran manera la penetración de las concepciones de las
creencias cristianas, tanto es así que, la aparentemente fácil asimilación
del cristianismo por buena parte del pueblo guanche cuando se dieron por
concluidas las hostilidades, fue debida no solo a los naturales deseos de
conservar la libertad y la vida, sino a la labor de zapa que desde dos siglos
antes había venido realizando la iglesia católica, con la llegada de los
Babilones primero, y con la introducción de misioneros después. Este aspecto
está magistralmente recogido por el historiador don Antonio Rumeu de Armas en
su obra “La conquista de Tenerife”, de la que entresacamos algunos párrafos.
El Papa Clemente VI, erige en reino a las islas Canarias, y concede los
derechos de conquista de las mismas al almirante francés Luís de
El instaurador del “reino de la Fortuna”, Clemente VI, erigió las
islas del Atlántico en diócesis misional por medio de la bula Coelestis rex
regum (1351). Preocupándose por su auge los pontífices Inocencio VI, y
Urbano V. La diócesis se erigió en Telde Gran Canaria, perviviendo por espacio
de medio siglo. Se conocen hasta cuatro Obispos, Bernardo, 1351, Bartolomé,
1361, Tarín, 1369 y Jaime Olzina, 1392.
A partir de 1404, Benedicto XIII, por la bula Apostolatus officium,
elevó las operaciones militares de la conquista de las islas Canarias al rango
de cruzada, pero esto no evitó que las islas continuasen siendo asaltadas por
los depredadores esclavistas, entre ellos, Maldonado, Lugo, Salazar, etc.,. En
1404 se estableció la diócesis del Rubicón, y el primer convento minorista en
1414.
La mayor parte de los habitantes de Lanzarote, Fuerteventura y el Hierro,
ya estaban aparentemente cristianizados en 1423, y estaban sometidos a la
jurisdicción del provincial de Castilla, quien debía confirmar a los vicarios
después de ser electos misioneros. El Pontífice Benedicto XIII da testimonio
de ello por medio de la bula Illius celestis agricole, el 20 de noviembre
de 1424. Pero el más grave obstáculo con que continuaba enfrentándose la
evangelización de los canarios era la pervivencia de la esclavitud de los no
cristianos, defendida por un grupo compacto de doctrinarios (Egidio Romano y
Enrique de Souza a la cabeza) y combatida por una minoría penetrantes teólogos
(Inocencio IV, Santo Tomás y Agustín de Ancona). La curia pontificia adopta en
1424 una postura intermedia que, para la época supuso un cierto progreso.
El cambio anterior se operó gracias a los informes enviados a la corte
pontificia sobre las verdaderas circunstancias de los aborígenes canarios con
el apoyo del Obispo del Rubicón, Fernando Calvetos, y por el testimonio directo
del misionero fray Juan de Baeza, minorista, y un lego indígena, Juan Alfonso
Idubaren. Eugenio IV, proclamó la libertad de los aborígenes, pero que, los
“mercaderes piratas jamás respetaron”. La violencia de mercaderes piratas,
y corsarios esclavistas ejercida contra los guanches, alcanzó tal virulencia
que fue execrada por la bula Regimini gregis de fecha 29 de septiembre de
1434.
En cuanto al núcleo misional radicado en Tenerife, más concretamente en
Candelaria, Menceyato de Güímar, contó desde un principio con poderosos
veladores que contribuyeron a dar al
mismo inusitado auge. El ministro general de la orden franciscana fray Jaime de
Zarzuela (elegido el 20 de mayo de
1458) acogió bajo su tutela el eremitario de Tenerife, sometiéndolo a su
directa jurisdicción. El principal apóstol de esta misión fue fray Alfonso de
Bolaños, quien había conseguido catequizar a buen número de güímareros.
Sabemos por expresa declaración pontificia que el núcleo tinerfeño lo componía
tres misioneros, y hasta es dable identificar a otro de ellos, fray Masedo.
Acaso fuese el tercero fray Diego de Balmanua. De los tres hay constancia de que
vivieron entre los guanches y que predicaban en la lengua de éstos (bula docet
apostolicam sedem 1462, en Bullarium, tomo II, núm. 978, página
512). Posteriormente, en 1465 por medio de la bula Docet romanorum pontificen
nos informamos indirectamente de que fray Alfonso de Bolaños, ejercía
autoridad como vicario sobre Guinea, las islas del mar Océano y algunas de las
Canarias.
Es posible que la actividad pastoral de fray Alfonso de Bolaños,
ocasionase malestar al señor de las islas menores, pues en 1465 Diego de
Herrera señor de las mismas dirige una queja al Papa Paulo II, en la que le
manifiesta que Bolaños abusaba de sus privilegios, proponiendo sustituirle a
fray Diego de Balmanua, misionero que conocía la lengua de los isleños.
Otro protector del eremitario tinerfeño fue el sobradamente conocido
Obispo del Rubicón, (Lanzarote) don Diego López de Illesca. Éste patrocinio
se extendió a fray Alfonso de Bolaños, como cabeza visible del núcleo nivaríense.
Dicho prelado se erigió en defensor del misionero contra las tropelías del
vicario de Canarias fray Rodrigo de Utrera acudiendo con sus quejas, en 1461,
ante la propia corte pontificia. Conocemos estos incidentes por la bula Decent
apostolicalun sedem ya
mencionada del Papa Pío II. Éste mismo pontífice al objeto de dotar de fondos
económicos suficientes a las misiones atlánticas, promulga la bula Pastor
bonus el 7 de octubre de 1462, mediante la cual concedía una amplia
indulgencia en beneficio de los cooperadores en las obras misionales al tiempo
que fulmina de nuevo a los piratas esclavistas que salteasen y vendiesen a los
naturales si no les restituían la libertad, pero como en ocasiones anteriores,
tenía más poder para los esclavistas cristianos las ganancias obtenidas por la
venta de los esclavos guanches que la promesa de una eternidad horneándose en
el infierno.
Al igual que pontífice Pío II, Sixto IV expidió la bula Pastoris
aeterni, el 29 de junio de 1472 en defensa de los asuntos misionales en
Canarias. El Pontífice minorista se declara entusiasta y ardoroso campeón de
la conversión de los nativos guanches y africanos, depositando toda su
confianza en fray Alfonso de Bolaños para el desempeño de tan importante misión.
Con este objeto eregía la nunciatura de Guinea, designando nuncio y
comisario a fray Alfonso de Bolaños. Quedaban bajo su inmediata dependencia
espiritual la isla de Tenerife, los territorios de África y Guinea y las islas
del mar Océano. Sixto IV, haciendo caso omiso de la soberanía portuguesa sobre
Guinea de la soberanía espiritual otorgada a la orden de cristo por su
predecesor Calixto III, quien había otorgado jurisdicción espiritual sobre el
continente africano a dicha Orden por la bula Inter. Caetera, de fecha 13
de mayo de 1456.
A esta etapa de intensa penetración de la iglesia católica en las islas
aluden con reiteración los testigos de la Información de Cabitos. (1477) El
propio señor de las Canarias Diego de García de Herrera confiesa por la pluma
de su procurador, lo que sigue <<el obispo de las dichas islas a estado en
las dichas islas e sus clérigos; e en la dicha isla de Tenerife han entrado
asaz veces
frayles e tienen su iglesia e hay en ella asaz gente bautizada>>.
Por este documento se confirma una ves más la existencia de una iglesia en la
isla en tiempos anteriores a la conquista.
Es posible que la “aparición” cristianizada de la Chaxiraxi tuviera
lugar en los tiempos de las primeras penetraciones cristianas en la isla, o bien
que los primeros frayles que se establecieron en Chivisaya fomentaran el culto a
la imagen bajo la advocación de una virgen católica, creando alrededor de la
imagen toda la leyenda referente a su supuesta “aparición”. Es más que
probable que la primitiva talla estuviese en poder del pueblo guanche muchos años
antes de la llegada de los primeros religiosos. Este supuesto se basa
precisamente en el origen Etrusco- no cristiano - de la figura la cual según
algunos entendidos representa a la diosa Etrusca Menera. Además de la profunda
veneración que el pueblo guanche dedicaba y dedica a la imagen, el sentimiento
de posesión de la escultura es tal que, en los varios intentos por parte de los
conquistadores en un principio y, de los poderes impuestos después, por
trasladar la imagen de su primitivo asentamiento a llegado provocar no sólo la
más rotunda oposición por parte del pueblo sino el enfrentamiento abierto con
el poder. Es posible que el pueblo guanche cristalizara en la Chaxiraxi la
ancestral devoción que profesaba a la diosa Tanit o Astarté, de la cual existe
en todos los menceyatos de la isla infinidad de grabados rupestres con las
diversas formas en que era representada esta diosa feno-púnica, tema que
trataremos ampliamente en otro lugar.
Muchos de los antecedentes que hasta aquí hemos expuesto, sirvieron con
posterioridad a la conquista como base defensiva de los frayles en el
enfrentamiento que mantuvieron con el clero secular, por el dominio del rico y
altamente rentable convento de la Chaxiraxi (La Virgen de Candelaria), por cuyo
dominio miembros de ambas instituciones llegaron incluso a hacer uso de las
armas.
Con este breve esbozo sobre la penetración cristiana en las islas,
creemos que queda patente el esfuerzo realizado por la iglesia católica en
actuar como punta de lanza para la posterior conquista cruenta llevada a cabo
por las hordas mercenarias españolas. Pero volvamos al tema inicial, la
festividad del Corpus en nuestra isla.
Como hemos apuntado al principio, la fiesta era llevada a cabo por los gremios especialmente por el de agricultores, aunque siempre patrocinada por los poderes establecidos. Así vemos como desde el domingo de Pentecostés el Cabildo de la isla ordena fijar el bando anunciador de las fiestas. Su celebración queda otorgada a las parroquias, pero en el caso de La Laguna al existir dos parroquias (La Concepción y Los Remedios), la rivalidad entre las mismas por celebrar los actos se agudiza además por la tradicional pugna que mantenían ambos templos como consecuencia del antiguo pleito entre la villa de arriba y la de abajo. La situación alcanzó tal virulencia que motivó la intervención de la corona española, por una concordia aprobada por Carlos V y después confirmada por Felipe V, se dictaminó que a cada parroquia correspondía la organización en años alternos.
Don José
Rodríguez Moure, recoge con minuciosidad los trabajos llevados a efecto para la
celebración de 1817.
En la madrugada del lunes inmediato, los miembros de los gremios iban al
monte a cortar las ramas y en carretas y caballerías eran transportadas hasta
la ciudad, donde llegaban sobre las cinco de la tarde. Estas labores
generalmente iban acompañadas de abundantes libaciones de vino y se
acostumbraba sacrificar un carnero. Al amanecer del martes se limpiaban las
gajadas que habían de adornar la carrera procesional, y por la tarde las jóvenes
comenzaban el deshojo de la rama corta. El miércoles por la noche era la función
de vísperas. Mientras tanto en la calle el bullicio crecía y los gremios de
panaderos y molineros llevaban artefactos para la iluminación de la verbena de
la noche. Se colocaba cada 4 esquinas un barril de los de harina lleno de
maravillas (virutas) rociadas de alquitrán y por el centro de las calles gánigos
provistos de estopa, cuyos depósitos se incendiaban al comienzo del repique que
en todas las iglesias anunciaban el final de los maitines. En opinión de Rodríguez
Moure, éstos focos, simulaban un enorme rosario en el cual los barriles hacían
las veces de glorias o pater noster y los gánigos de avemarías. En esa noche
se bailaban danzas y se hacían hogueras, actos estos que llenaban de disgusto a
los miembros de la sociedad dominante y supuestamente ilustrada que propugnaban
su supresión o bien la sustitución de los bailarines “por personas
decentes”.
Desde la madrugada del jueves, muchachas campesinas o de otros gremios,
según el turno de correspondencia anual, en sus carretas esparcían la
hojarasca y las flores por los suelos de las calles, éstas estaban precedidas
generalmente por la hija del alcalde del oficio, que tenía el honor de espaciar
en primer lugar el follaje. La procesión era precedida por gigantescos muñecos
alegóricos. Eran los gigantones, la tarasca, los papahuevos y
los diabletes. Todos danzando, haciendo
morisquetas y diabluras durante el recorrido de la procesión por unas calles
alfombradas de hojarascas y flores y adornadas con arcos de frutas, y grandes
ramas.
La bicha o tarasca, era una serpiente monstruosa con la cual se pretendía
representa a la herejía vencida por la fe, los diabletes tenían implícito el
carácter burlesco y despreocupado de la juventud, el gigante iba acompañado de
otros dos más pequeños llamados golosillos, porque daban implacables manotadas
a los que nada les ofrecían, los matachines formaban parte de la procesión y
sus vestidos debían ser fuertes y de buenos colores, según recoge D.J. Navarro
“en consideración a lo basto de los sujetos que usan esos vestidos”. La
actuación de los matachines consistía en bailar alrededor de un palo o
lanza donde pendían las cintas, al compás del toque del tamborilero y con los
sones de la flauta, aunque también en ocasiones intervenían las viguelas.
En 1775 las vísperas son solemnizadas con una danza de muchachos que
llamaban los matachines, estos danzantes iban ataviados con ropajes de damasco
azul y rojo, lo vivo de los colores supuso otro motivo de quejas para las clases
privilegiadas pues consideraban indecentes éstos vestidos. La presión de
algunos ediles consiguió que durante algunos años se suprimieran las danzas,
Lope de la Guerra expone al respecto que “ya hacía algunos años que no había
danza porque las personas que se vestían eran gentes indignas y ha costado
trabajo hallar muchachos decentes para una danza que se dedicaba a tan objeto
como el obsequio de S.M. sacramentado”.La estrecha vinculación que mantiene
la danza primaveral o veraniega con el Corpus es tan evidente que incluso Caro
Baroja señala que no hay forma de concebir al Corpus sin danza, a pesar del
manifiesto repudio de los ilustrados hacía los matachines. Éstos se componían
de grupos de cuatro, seis u ocho individuos y continuaban participando en las
fiestas e incluso en la procesión donde iban
dando golpes con espadas de madera y vejigas de vacas hinchadas de aire,
reflejando una ves más el carácter isleño y su actitud ante la máscara.
Tras los monstruos y matachines, se colocaban los distintos gremios.
Primero el de laneros o sombrereros con su alcalde y su estandarte de San
Severo, a continuación los zapateros con sus patronos San Crispín y San
Cipriano luciendo en su estandarte la pata de cabra, la cuchilla y el brucete;
Luego los pedreros con San Roque, los sastres con San Andrés, “que sólo por
lo cojo podía ser patrono de gentes que se ganaba la vida sentada”, a
continuación el pulcro y aristocrático gremio de carpinteros, con San José y
por último, en riguroso orden jerárquico y de prestigio social, el hidalgo y
ejecutoriado gremio de labradores con su patrono San Benito Abad. (Continua en
el próximo cap.)
Septiembre
de 2011.
La
danza de los arcos es de indudable origen guanche. En uno de los yacimientos de
grabados rupestres del barranco de Balos, en Gran Canaria, se pueden observar éstas
figuras danzantes con los arcos.
Foto:
Archivo del Autor.
Las
colas en los Dispensarios eran prácticamente interminables.
Foto:
Archivo del Autor.
Jóvenes
de La Laguna elaborando la alfombra del Teatro Leal, año 1959
Foto: Archivo del autor.
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Miscelenaea de Historia de Canarias (XI)
Miscelenaea de Historia de Canarias (X)
Miscelenaea de Historia de Canarias (IX)
Miscelenaea de Historia de Canarias (VIII)
Miscelenaea de Historia de Canarias (VII)
Miscelenaea de Historia de Canarias (VI)
Miscelenaea de Historia de Canarias (V)
Miscelenaea de Historia de Canarias (IV)
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