ACHIMENCEYATO DE AGUAHUCO:

CASTELLANIZADO COMO  PUNTA DEL HIDALGO POBRE

 

TOMADO DEL LIBRO: EL MENCEYATO DE TEGUESTE:

APUNTES PARA SU HISTORIA

 

Capitulo II

 

(para esta separata)

 

Eduardo Pedro García Rodríguez

 

Amaro Pargo

 

 “Amaro Rodríguez Felipe, más popularmente conocido como el corsario Amaro Pargo, nació el 3 de mayo de 1678 en La Laguna y fue bautizado, por el padre Manuel Hurtado Mendoza, en la iglesia de Los Remedios, siendo su padrino, Amaro López.

Se mantuvo soltero hasta el día de su muerte, el 4 de octubre de 1747, a la edad de 69 años. No tuvo descendencia según se constata en su testamento, aunque Antonio Rumeu de Armas da a conocer que, fruto del amor con la cubana Josefa María del Valdespino y Vitrián tuvo un hijo, Manuel de la Trinidad Amaro, quien, según dispuso el vicario de la Diócesis de La Habana, Pedro de Ponte y Carrasco en auto del 6 de marzo de 1743, fue declarado hijo natural de Amaro Pargo. Añade Rumeu de Armas que el corsario le enviaba dinero, pero que se olvidó del joven cuando pidió a su madre que lo enviara a La Laguna, petición que no fue aceptada. En su testamento, el corsario no lo tuvo en cuenta, lo que motivó que en 1760 se presentara en La Laguna, reclamando el quinto de la herencia paterna, a lo que se opusieron los herederos.

El corsario Amaro Pargo tuvo siete hermanos, de los cuales tres fueron monjas de clausura del convento lagunero de Santa Catalina. Muy pronto dejó a sus padres, Juan Rodríguez Felipe y Beatriz Tejera Machado, y dio rienda suelta a sus afanes de aventura.

En alta mar obtuvo grandes fortunas que ocultó en Punta del Hidalgo. Lo que está demostrado es que su gran riqueza la obtuvo del comercio con Europa y América, exportando -entre otros productos- vino de malvasía de sus cosechas de Geneto, Tegueste, y Valle Colino, y el aguardiente que obtenía de sus destilerías con calderas que tuvo en sus casas de la calle de El Agua y de La Miravala, de los localidades de La Laguna y El Socorro (Tegueste), respectivamente.” (Domingo Barbuzano)

Este notable personaje que pretendió ser Señor de Punta del Hidalgo.

 

Creo que todos hemos recitado en alguna ocasión “La Canción del pirata”, del insigne poeta romántico y republicano español don José de Espronceda. La obra de este autor en su conjunto forma un canto a la libertad, condensado quizás, en estas estrofas correspondientes a su “Canción del pirata”:... ”¿Qué es mi barco mi tesoro, /Que es mi Dios la libertad, /Mi ley la fuerza y el viento, /Mi única patria la mar...”

 

Durante los siglos XVI, XVII y XVIII el contacto de los piratas con el mundo de las finanzas fueron muy estrechos; formándose sociedades para financiar expediciones de saqueo. Por otra parte, la manera de actuar de los piratas se fue modificando conforme avanzaban los adelantos técnicos, las obsoletas técnicas del abordaje se fueron desechando al armarse los buques con cañones, culebrinas, falconetes etc.; el negocio de la piratería requirió de mayores inversiones, creándose todo un entramado económico en torno a  los propietarios y capitanes de los barcos, estableciéndose estrechas ligazones entre los comerciantes de Ámsterdam, Londres o Sevilla, y  con banqueros italianos o con los mercaderes de Liverpool, e incluso con la Hansa (liga de comerciantes y banqueros europeos, fundada en 1158 y que perduró  con bastante altibajos, hasta 1938.) Los nuevos tiempos requerían una organización más compleja, para que los barcos mercantes fueran transformados para el ejercicio de la piratería. El estamento político no era ajeno al tema, participando en ocasiones directamente en los suculentos negocios que esta actividad proporcionaba y en otras tolerando, o encubriendo las actividades de los piratas amparándolos bajo la patente de corso, simplemente por hostigar al enemigo si se estaba en guerra. No es de extrañar pues, que algunos Gobernadores, Capitanes Generales,  altos funcionarios e incluso miembros de la jerarquía eclesiástica, estuviesen involucrados en las actividades piráticas.

 

Entre los piratas que Canarias dio al mundo -según algunos- para castigo y terror tanto de herejes como de cristianos, una de las figuras que más a fascinado a las generaciones canarias es sin duda alguna la de Amaro Pargo. Esto es así hasta el punto de que, dos de las muchas casas que poseyó el pirata, una en Punta del Hidalgo, y la otra en el  barrio de Machado en el municipio de Chacaica (El Rosario), en el transcurso de las seis últimas décadas han sido reducidas a escombros por obra y gracia de los desaprensivos buscadores de tesoros de exaltada imaginación, así como por la poca sensibilidad, y secular abandono que las autoridades responsables han mostrado hacía determinados aspectos de nuestro patrimonio histórico. Con ello hemos  perdido un par de casonas históricas, verdadero tesoro cultural del legado del pirata.

 

 De la primitiva casona de La Punta del Hidalgo, apenas quedan los vestigios de los cimientos. Otro elemento vinculado a la figura del pirata es la cueva conocida como de “Amaro Pargo” cueva de unos 88 metros de longitud, la cual sufrió un derrumbe provocado con unos cartuchos de dinamita, y que según creencia popular conectaba con la casa de Amaro Pargo, y era utilizada por éste para almacenar mercancías precedentes de las “empresas” que los barcos del pirata realizaban en las travesías americanas.

 

Quizás el retrato más acertado que poseemos del pirata nos lo proporciona la jovial y siempre joven de espíritu, doña María Rosa Alonso,  en su libro Un rincón tinerfeño, Punta del Hidalgo. [1]  [2]

 

 En ésta amena e interesante publicación que debieron costarle a la autora algún disgusto proporcionado por los apetentes de apellidos ilustres, según se desprende de una  especie de segunda parte del  mismo, donde a través de los diálogos mantenidos entre el “erudito” don Juan y el curioso pero  tímido don Pedro,  puntualiza con su natural desparpajo y simpatía, algunas notas que enriquecen aún más si cabe la primera parte del mencionado libro.

 

Amaro Rodríguez Felipe, desde muy joven se destacó por mantener una actitud poco acorde con las exigencias morales de la sociedad de su época, actitud que hoy denominaríamos de rebelde o  inadaptado.

 

El espíritu indómito del joven Amaro, proporcionó innumerables disgustos a sus progenitores, don Amaro Rodríguez Felipe y doña Beatriz Tejera Machado. La azarosa vida del inquieto Amaro, le llevó a buscar su destino en el mar, sirviendo en las galeras reales según una versión (ignoramos si obligado por su padre o por las circunstancias), o embarcando por propia voluntad como grumete en un barco pirata que estaba anclado en la rada de Santa Cruz, según otra. En ambos casos, las versiones coinciden en que, al verse atacado el navío donde prestaba sus servicios el avispado isleño, éste se permitió dar algunos consejos a su capitán, y que, seguidos por éste, les proporcionó la victoria sobre su presa, reportándoles un cuantioso botín, a partir de este hecho el joven Amaro comenzó a gozar de la estima de su capitán, lo que le permitió ir ascendiendo laboralmente, al tiempo que iba adquiriendo una sólida formación marinera y financiera.

 

Con el transcurso del tiempo, el emprendedor isleño, decidió independizarse y trabajar por su cuenta, para ello se hizo con un buque (quizás el de su antiguo capitán) y dio inicio a sus empresas con tan buen acierto que en pocos años, y gracias al auge comercial que España, Portugal, Inglaterra, Francia y los Países bajos mantenía con sus colonias americanas, Amaro pargo, poco a poco, logró hacerse con una considerable flota de navíos, dedicándolos a la recuperación en alta mar de los más diversos géneros tanto de importación como de exportación, incluidos en ellos los esclavos de Guinea, que después eran vendidos en las Antillas a propietarios de ingenios azucareros.

 

Dueño de una considerable fortuna, agenciada durante su dilatada vida de pirata, decide desarrollar su capacidad de traficante iniciando sus actividades comerciales en tierra, y comienza a comprar importantes propiedades rústicas y urbanas en la isla, dirigiendo sus negocios marítimos desde su cede principal de La Laguna, pero siguiendo el movimiento de las flotas que se dirigían o retornaban de Indias desde su Atalaya de la hacienda Toriño. Necesitando de una base de operaciones situada en un lugar discreto, compra la hacienda de la Punta del Hidalgo, de la cual se erige en señor de “orca y cuchillo”, según afirmaban los pocos súbditos de hecho que no de derecho  que habitaban en el pretendido señorío. En esa época inclusa sufrió un motín protagonizado por un negro gigantesco que pastoreaba sus ganados por la zona de Guacada, éste se negó a pagarle tributo al pirata jurando además, matarle allí donde lo encontrara. Es posible que el pastor fuese bien conocido por don Amaro, (quizás un ex miembro de algunas de sus tripulaciones) pues éste decidió recoger velas y dejarle en paz.

 

Desde su base puntera, don Amaro organiza la distribución de sus mercancías “importadas”, las que al estar exentas de impuestos y de costos de producción por decisión unilateral del mismo, producían  pingüe beneficios, parte de los cuales don Amaro invertía en obras de caridad, especialmente en iglesias y conventos, comenzando así a asegurarse un saldo favorable para el más allá, al tiempo que se iba ganando el respeto de sus conciudadanos, y muy especialmente la voluntad del clero, que recibía las liquidaciones de las primas del “seguro marítimo”. Este seguro aceptado por corsarios,  piratas e incluso armadores consistía en garantizarse el feliz término de  las empresas emprendidas mediante la protección de determinadas advocaciones y las plegarias de frailes y religiosas, generalmente los piratas y corsarios se dirigían a un santo de su particular devoción y les decía: “esto os daré, asegurador verdadero; guárdame mi navío” así, al término de cada viaje se procedía a la liquidación de la mencionada prima la que generalmente consistía en donaciones de ornamentos de plata para el culto y en crecidas sumas de dinero para misas de ánimas.

 

Si grande debió ser la fortuna atesorada por el pirata, no menos debía ser las deudas contraídas con el cielo, como consecuencia de los métodos empleados en conseguirla, así, siguiendo las creencias y costumbres de la época, don Amaro se esfuerza en rebajar los números rojos en su cuenta corriente con el más allá y, además de los múltiples donativos realizados a iglesias y conventos, adquiere el patronazgo de la capilla de San Vicente Ferrer, en el convento de Santo Domingo, en cuya iglesia parroquial está ubicada la sepultura familiar y, en cuya lápida figura una calavera con dos tibias cruzadas, también donó la urna del Santo Entierro, según figura escrito en la misma “Esta urna la mandó hazer el capitán don Amaro Rodríguez Felipe por su devoción este año de 1732”. Como es bien sabido también costeo la urna que guarda el cuerpo incorrupto de sor María de Jesús como veremos más adelante. Fue así mismo benefactor de la ermita de San Amaro o del Rosario, aunque a decir verdad, no fue excesivamente generoso con éste modesto templo lugar de descanso de los peregrinos que desde diferentes puntos de la isla se desplazaban a Candelaria, y lugar de descanso también de la imagen en las ocasiones en que ésta era trasladada a la ciudad de La Laguna. 

 

También fue hermano del Santísimo de los Remedios y de la Virgen del Rosario.

 

Como la posesión de grandes riquezas lleva implícito la búsqueda del  reconocimiento social, el pirata decide dar lustre a sus apellidos y, así, aprovechando una de las frecuentes crisis económicas en que acostumbraban estar las monarquías españolas, inicia expediente de declaración de hidalguía, la que consigue en 1725, dos años después, obtiene certificación de nobleza y escudo de armas, dados en Madrid, (por supuesto a cambio de un sustancioso donativo para las arcas reales) y crea mayorazgos.

 

Uno de los aspectos mas conocidos en el ámbito popular de la vida de Amaro Pargo, fue su relación con la monja lega del convento de las clarisas María de León Delgado,  Sor María de Jesús, “La sierva de Dios”. La fe popular ha venido creando en el transcurso de los siglos una serie de leyendas en torno a ambos personajes, en muchos casos alentadas y sustentadas por el clero católico. (Eduardo Pedro García Rodríguez)

 

Su Testamento:

 

Su fortuna quinientos mil pesos fuertes, cifra fabulosa cuando la isla, bucólica y pastoril aun conservaba su encanto natural y prerromántico. Amaro Pargo hizo su primer testamento en 1734 y el definitivo el 19 de junio de 1746, con un codicio posterior el 1 de octubre de 1747, realizando numerosas disposiciones, cambios y escrituras de fundación. Todo ello anotado en cientos de páginas cosidas en valiosos tomos con tapas de piel. Amaro Pargo puso por condición que todos los que sucedieran en el vínculo y mayorazgo fueran hijos legítimos, nacidos y procreados de un confortable matrimonio o por subsiguiente legitimados, debiendo casarse con personas nobles y de limpia sangre.

 

El ánimo que le movió a hacer el vínculo y mayorazgo, fue el de conservar la memoria de su linaje y que los sucesores que lo representaran tuvieran caudal para vivir decentemente -“absteniéndose- preciso -de procederes indecorosos que le desluzcan”.

 

 

Ermitas

 

San Mateo

En la Punta del Hidalgo. En la visita de 1678 dice era patrono de la misma el Sargento Mayor D. Mateo Díaz Maroto. Encontrándose en estado ruinoso, a instancias del Notario D. Miguel Cullen, con sus donativos, los del marqués de la Fuente de las Palmas, de D. Amaro González de Mesa (Amaro Pargo)  y limosnas y trabajo personal de los vecinos fué reedificada, bendiciéndola en 25 de julio de 1885 el Gobernador eclesiástico de este Obispado D. Pascual José Gozar, que dio para su adorno, dice D. José Rodríguez Moure, la mayor parte de las imágenes y enseres. El Iltmo. Sr. Obispo actual de esta diócesis la ha erigido en parroquia, no teniendo aun párroco propio.

 

La construcción es de regulares dimensiones, de severo aspecto exterior, con espadaña, planta rectangular. El interior de escaso gusto. El techo de madera, pobre. La Imagen de San Mateo, en pintura al óleo, al parecer del XVIII, en roair- recubierto de plata repujada de elegantes líneas barrocas. Cuenta con una iglesia, parroquia de Nuestra Señora de la Consolación que destaca por su color rojo, cuyas piedras fueron extraídas de la cantera de Patricio en Jardina y Bajamar.

 

San  José

En la Punta del Hidalgo. Se erigió en 1700, hecha en su hacienda del valle de Flandes, por el capitán D. Tomás Pacheco Solís. La bendijo e1 31 de mayo de dicho año el párroco D. Manuel de Coronado. No consta cuando se derruyera.

 

San Juanito

Las fiestas que se celebran en está localidad, comienzan en junio con el Paseo Romero de San Juan el día 23, que parte desde la parroquia de  la Consolación hasta la ermita costera que está en El Güigo. El 24, se celebra una ceremonia en honor al santo, celebrando su día.

El día de San Juan por la mañana temprano la gente va a vaciar los charcos en la costa para pescar y coger alimento para pasar todo el día en la playa y por supuesto la anoche anterior en la víspera se hace hogueras como en el resto de la isla.

El Ayuntamiento de Punta del Hidalgo:

En el Diccionario Madoz

 

Punta del Hidalgo, La

Lugar con Ayuntamiento de la isla y diócesis de Tenerife, provincia de Canarias, (a Santa Cruz de Tenerife 7 leguas,) Audiencia Territorial de la misma denominación  a Las Palmas (25), partido judicial de La Laguna (1/2).

 

Situado en la costa septentrional de la isla, muy próximo al mar y á dist. de 4/4 de legua de Tegina; le combaten los vientos de N. y brisas, y el clima es saludable; no produciendo otras enfermedades que las estaciónales.

Tiene cerca de 200 casas pequeñas y de mala construcción, diseminadas la mayor parte por la jurisdicción, y solo unas cuantas al rededor de una ermita dedicada á San Mateo, única iglesia que hay en este pueblo, pues depende en lo eclesiástico de la parroquia de los Remedios de la ciudad de la Laguna. Para el consumo de los habitantes existe una fuente de agua bastante buena. Confina el término N. con el mar; E. Taco­ronte; S. con Montañas, y Ó. con Tegina: el terreno, aunque todo de secano, es de muy buena calidad, habien­do algunas huertas con árboles frutales. Caminos: dirigen á Tegina y á la ciudad de la Laguna, en estado regular: recibiéndose de este último punto la correspondencia por me­dio de balijero.

 

produce: Trigo, vino, legumbres y frutas; hay caza de conejos, perdices y palomas, y pesca abundante, á cuya industria la única que se conoce, se dedican unos cuantos barquillos ú lanchas. Población,  185 vecinos, 856 almas. Riqueza impositiva 39.350 reales. Contribuye por todos conceptos 2.219. Presupuesto municipal de 3000 a 4000 reales, que se cubren por reparto vecinal, de cuya cantidad se pagan 500 al secretario del ayuntamiento.

 

Caña de azúcar en Punta Hidalgo

 

Después del derrumbe del monocultivo de la cochinilla los terrenos de cultivo de La Punta del Hidalgo, como los de Tegueste, Valle de Guerra y Tejina, se centraron en otro monocultivo, en este caso en la caña de azúcar.

 

Aunque la caña de azúcar fuera el factor principal de la riqueza agrícola colonial en los primeros decenios del siglo XVI, no por eso dejó de haber otros cultivos importantes: cereales y algunas leguminosas, en tierras de secano; frutales, hortalizas, en las de regadío. Ante este hecho cabe preguntarnos, ¿qué supuso el comercio del azúcar para la isla de Tenerife? Podemos contestar que produjo una mayor riqueza, pero que no fue compartida por todos sino por unos cuantos: terratenientes, comerciantes, etc., hecho que se manifiesta por lo general en todos los países conquistados. Al mismo tiempo este comercio hace que la isla intervenga en el comercio internacional donde adquirirá gran fama por sus productos exportables como es el caso del azúcar, manteniendo relaciones con Europa y América y recibiendo a cambio productos manufacturados. De esta manera la isla tinerfeña se daba a conocer al exterior, recibiendo a partir de entonces influencias de estos países. Por último, es importante señalar los factores que motivaron la decadencia y casi extinción de la caña de azúcar en la isla, después de haberse cultivado con tanto éxito. Sin lugar a dudas el principal de ellos fue la gran competencia antillana, que favorecida por unas mejores condiciones naturales daba lugar a que su producto llegara a Europa en mejores condiciones de precios, hecho que causó la ruina a nuestra industria azucarera que, imposibilitada de competir, se oscureció a mediados del s. XVI. Pero ya entonces un nuevo producto estaba en circulación: el vino.


Como reminiscencias del cultivo de la caña en la isla quedarían ciertas zonas aunque en pequeñas dimensiones. Hasta principio del siglo XX estuvieron en activo algunas fábricas como eran la de Daute, en los Silos, y la de Punta del Hidalgo. La primera funcionó durante algunos años pero pronto quedaría cerrada porque los propietarios de las plantaciones sustituyeron la caña por el plátano. La otra (Punta del Hidalgo) sobrevivió hasta 1916 aproximadamente; fue montada con base suficiente para ampliarla y perfeccionarla al compás de las necesidades de producción, llevándose a cabo plantaciones de este cultivo en zonas de Tejina y Bajamar. Sin embargo, dicha empresa no se vio coronada por el éxito y ante esta circunstancia la fábrica fue cerrada y los terrenos fueron sustituidos por otros cultivos. (BienMesabe)


El trapiche de Punta del Hidalgo fue el último en sucumbir en la isla, como en el resto de la comarca el cultivo de la caña de azúcar fue sustituido por otros especialmente por el plátano.

 

Desplazada en las Islas la elaboración del azúcar de caña por la de remolacha producida en España, la agricultura local inicia otro nuevo monocultivo, esta vez centrado en el plátano, y como siempre sustentado por capital inglés.

Hasta bien entrados los años setenta, un manto verde de plataneras cubría, literalmente, el conjunto de la Punta. Era el principal cultivo de sus habitantes, el negocio más rentable de esta zona tradicionalmente agrícola y pesquera. Poco queda hoy de aquella realidad. Ahora son más productivas las plantaciones ornamentales y hortícolas. Sobre el terreno, sin embargo, las plataneras siguen siendo mayoría en Punta del Hidalgo.

A finales de los años 70, el plátano de la zona vivió su mejor etapa, “logrando las mayores producciones de la historia en la zona”. La comercialización de esta fruta comenzó a complicarse a partir de los 80, y ya nada ha vuelto a ser lo mismo.

Los pescadores de La Punta

El periodista fundador de La Prensa, antecesor de El día Leoncio Rodríguez  (1881-1955), en un bucólico artículo publicado en La Prensa dedicado a los pescadores de La Punta del Hidalgo se expresó así:

¡Punta del Hidalgo!... Riente, orlada siempre de espumas, todavía recuerda su pasado de leyenda en las altas cimas de sus montañas. En ellas merodearon las huestes de Aguahuco y asentó después sus dominios el bravo Zebenzuí, errante caudillo, con sus rebaños de más de cien pastores. Tierras de señorío, libres de codicias guerreras, a su amparo alzaron los pescadores las primeras cabañas y dieron comienzo a la rudimentaria industria cuando las artes de la pesca se reducían a sutiles redes de junco, anzuelos de asta de cabra, y sendas varas para azotar los peces en el remanso de los charcos.

Ahora, la Punta del Hidalgo es albergue de un pueblo laborioso y tranquilo, consagrado en su mayoría a las faenas del mar. Solaz de forasteros en el Estío, al llegar el Otoño cobra el habitual sosiego de su vida humilde. Ya no se oye en sus playas el rumor de los bañistas. Ya no cubren las blancas sábanas los negros arrecifes. El musgo extiende de nuevo su tapiz verde a lo largo de la ribera, llena de bajíos. Allá, en la honda ensenada de San Mateo, retumba el mar embravecido, anunciando tormentas próximas. Las Furnias están solitarias; los mariscaderos desiertos. Todo es silencio. Sólo en los pedregales del llano se oyen los cencerros de los camellos, que asoman sus gibas sobre las ramas de los tarajales. Y, dominando el paisaje, “Los dos hermanos”, allá, en la estribación de la cordillera, proyectando sus sombras sobre el mar.

Los dos terminando en punta,

como dos conos inmensos,

tan iguales, que parece

uno del otro reflejo.

¡La trágica leyenda, perpetuada en la roca para recuerdo de todas las generaciones! ¡Gigantesco túmulo de los desafortunados amantes que, al descubrir su secreto cruel, arrojáronse a las profundidades del abismo mientras un rayo fulminaba su cólera sobre la montaña maldita, partiéndola en dos!

* * *

Contrastando con la soledad del campo, en el recogimiento de la tarde otoñal, todo es animación y bullicio en el antiguo caserío de La Hoya. La pina calzada, fronteriza a la marina, iluminada por el sol poniente, muestra hasta los más íntimos recovecos del barrio: “goros” sombríos, patios con tenderetes de ropas, fogones y vernegales, poyos con tiestos de albahaca bajo parralillos entecos, de hojas castradas por la marecía; críos desnudos, quemados por el sol, y viejas carmenándose las greñas o tejiendo copos de lino. Y, como nota de color, los ocres y los azules de las casas y el blanco de las velas marineras tendidas sobre los muros de las huertas.

Con sus aparejos y sus hatillos al hombro, grupos de pescadores ascienden por la vieja calzada. Las blusas azules alternan con las camisas de franela roja, manchadas de salitre. Abajo, en el Puerto, quedan aún algunos varando los barcos o recontando la pesca en medio de un corro de mujeres que vociferan mientras trasiegan con el pescado. Recalan, en tanto, los últimos barcos, y óyense en tierra voces que apagan los golpes del mar sobre la duras rocas.

"¡Aguanta el barco!" "¡Arría las velas!" "¡Espera a la ola!"

De bruces en los muros del camino, contemplan la faena los viejos marinos, los que ya por sus años "no usan la mar". Cada cual va dando su parecer.

¡Alta viene la marea!

-¡Y los barcos que están todavía por esos mundos de abajo! Si no juyen al tiempo van a tener que ir a varar por San Mateo.

-Todavía no hay tiempos -objeta uno-. Yo he visto la mar más ruin por esta época.

-¿Y esos turromates de nubes y volcanes de viento? -arguye otro, señalando al horizonte sombrío y amenazador.

-Sí, -asiente el más experto de todos- los barruntos no son de calma. Ya se lo dije esta mañana a los míos. No se fíen del tiempo. De nadita que vean la mar metiéndose, arranquen pa tierra...

La tertulia marinera se va engrosando con la gente moza, que acude a oír los consejos de los viejos lobos de mar. Lleva la voz el tío Ciriaco, maestro en las lides de la pesca, ducho en el oficio de capear los temporales.

-Para andar por la mar -explica- lo primero es saber donde hay morretes, fangales o arena en el fondo. Saber también guiarse por los astros y los riscos y entrar con oscuro en los puertos, porque el pescador no es como otros que tienen estudio. Luego, si se quiere desempeñar bien el oficio, hay que aprender el manejo de la caña y afinar el pulso, hasta que se pueda decir: "Este peje traigo". Conocer cuando se clava una sama, un mero o un jurel en cien brazas de agua. Cuando es una cabrilla, un escolar o una vieja. Y luego, no llenarse de humos. ¡Porque cuántas veces viene uno halando un pejito y llega el tiburón y se lo lleva! Tenemos que escapar a toda la vela, porque una vez que el jaquetón se mete debajo del barco ya no deja coger nada. ¡Hasta una sama la rolan por la mitá! ¡Y cuántas ocasiones viene uno tirando por un mero y a lo mejor de la pesca se lleva el hilo y nos quedamos echando celemines, mirando pa el cielo! ¡Y cuando se nos va un abade y después vuelve y se nos va otra vez, se bota uno de espaldas en el barco, lanzando centellas y renegando del oficio! Pero hay que tener calma, aplacar los nervios, y no hacer promesas en vano, que siempre he oído decir:

¡Virgen, si este peje mato

te doy de aceite un cuartillo!

Y una vez que lo maté...

¡no, Virgen, que es pa freírlo!...

-No han gozado ustedes tiempos en la mar -interviene otro-. Cuéntenmelo a mí que estando una noche pescando en el Veril, con una braza de vela arriba porque había mucho tiempo, vino un banco de mar de sotavento y nos reviró la embarcación. A nado tuvimos que ganar la playa de Antequera, y gracias a que una mujer nos dio apoyo, porque el frío nos helaba ya los huesos. Y otra noche, que veníamos en vela y el viento nos dio en sobra, se nos emborcó también el bote y nos quedamos a la buena de Dios.

Éramos cuatro y nos pasamos toda la noche agarrados al barco, mientras le rezábamos a la Virgen del Carmen: ¡Virgen santa, como nos des escapatoria te diremos a ver el día de tu santo y a entrar de rodillas con velas en la mano!

-De todos modos -interviene filosóficamente el tío Ciriaco- no hay que quejarse de la suerte que Dios nos dio.

Y añade, señalando a la llanura azul, iluminada por los últimos reflejos del sol:

-¡Este cacho de mar!... ¡El trajín que se le da y siempre tiene pescao!...

* * *

Cae la tarde. Los viejos marinos, con su cortejo de gente moza, se van quedando en sus covachas, a refugiarse a la lumbre de los fogones donde ya humea la cena.

De la mar vienen los últimos pescadores, seguidos de grupos de mujeres con las cestas de pescado cubiertas de musgo. Un olor a algas y mariscos se extiende por el barrio.

Con su gueldera al hombro pasa un marinero, canturreando a media voz:

En el mar de Barlovento

se pesca con hilo en caña,

por la boca muere el peje

y por la zanca la araña.

Otro, que viene detrás, con los pantalones arremangados hasta la rodilla, chorreando agua, canturrea también:

A la mar me tiré un día

a coger un peje-verde,

y lo que vine a coger

fue una sardina y un guelde.

Y se alejan todos: unos para la Hoya Alta, otros para el Homicián, algunos para San Mateo.

La noche va envolviendo en sombras la playa riente, orlada siempre de espumas. Arriba, sobre la cumbre, comienzan a brillas las estrellas.

Parecen lámparas votivas alumbrando el negro risco, hendido en dos, que recuerda la trágica leyenda de la desventurada pareja, víctima del secreto cruel. “¡Los dos hermanos!...” (Leoncio Rodríguez)

La Punta del Hidalgo no fue ajena al nuevo monocultivo impuesto en nuestras Islas, el turismos de masas, si bien dada sus condiciones orográficas no le permitió un desarrollo de esta actividad tan acusada como en la vecina Bajamar, siendo pionero en esta actividad el complejo de apartamentos Altagay, siendo hasta aproximadamente el año dos mil el único exponente de cierta entidad en la zona. A partir del año dos mil comenzaron a desaparecer el cultivo de las plataneras, siendo sustituido por urbanizaciones de chalecitos adosados y similares.

 

[1] un-rincon-tinerfeno-punta-del-hidalgo

[2] Un rincón tinerfeño, Punta del Hidalgo

 

Capítulos anteriores:  

Menceyato de Tegueste - Aguahuco I-III

Menceyato de Tegueste - Aguahuco I-II

Menceyato de Tegueste - Aguahuco I-I

Menceyato de Tegueste - Tejina (y VIII)

Menceyato de Tegueste - Tejina (VII)

Menceyato de Tegueste - Tejina (VI)

Menceyato de Tegueste - Tejina (V)

Menceyato de Tegueste - Tejina (IV)

Menceyato de Tegueste - Tejina (III)

Menceyato de Tegueste - Tejina (II)

Menceyato de Tegueste - Tejina (I)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (y IX)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (VIII)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (VII)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (VI)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (V)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (IV)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (III)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (II)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (I)