VALLE DE GUERRA

 

TOMADO DEL LIBRO INEDITO:

EL MENCEYATO DE TEGUESTE: APUNTES PARA SU HISTORIA 

 

CAPITULO IV

(PARA ESTA SEPARATA)  

 

Eduardo Pedro García Rodríguez  

 

Viene de la página anterior.

 

La marquesa de la Villa de San Andrés, madre del vizconde, hizo colocar una lápida en su memoria en la casa que había habitado en Santa Cruz y pintar en un retrato de su hijo la siguiente leyenda: “Retrato de don Juan Primo de la Guerra Ayala y Hoyo, vizconde de Buen Paso, heredero del marquesado de San Andrés. Nació en la ciudad de La Laguna en 9 de junio de 1774 (sic). Fue individuo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, donde a la edad de ocho años recitó un elogio del señor rey don Carlos III, con aplauso. Su arreglada conducta, bellas luces, su instrucción, sus modales y caridad recomendaban su persona. Falleció en la plaza de Santa Cruz el 10 de noviembre de 1810, víctima de la epidemia contagiosa, a los treinta y seis años (sic) de edad. No pudiendo darle otra vez la vida, inmortalizo su memoria con esta inscripción su madre, triste y gemebunda.”

Doña Juana del Hoyo sobrevivió a su hijo cerca de cuatro años; murió en La Laguna el 22 de septiembre de 1814. De sus dos hermanas, Teresa casó al siguiente año de la muerte del viz­conde, el 25 de junio de 1811, con el teniente coronel don José de Monteverde y Molina, el autor de la Relación circunstanciadade la derrota de Nelson en el puerto de Santa Cruz, en la que intervino, y murió, sin hijos, en dicha plaza el 4 de marzo de 1848, y María de los Remedios contrajo matrimonio,  ya[*] sexagenaria, el 20 de enero de 1826, con don Pascual Moles, ayudante de campo del general Polo, y dejó de existir a los ochenta y ocho años, en el Puerto de la Cruz , el 3 de febrero de 1853. Su testamento originó el más ruidoso pleito que se produjo en Tenerife en el siglo XIX.

 

De los tíos paternos de don Juan Primo, doña María de los Remedios de la Guerra murió en La Laguna , soltera, el 10 de abril de 1812, y don Lope Antonio, el autor de las Memorias, en la misma ciudad, el 6 de agosto de 1823, a los ochenta y cinco años cumplidos.

 

Su viuda, doña Antonia Fierro y Massieu, vivió hasta el 30 de marzo de 1835, en que dejó de existir, también en La La ­guna y a la misma edad que su marido16. Tampoco dejaron des­cendencia.” (Leopoldo de la Rosa Olivera , 1976)

 

Y así terminó en Canarias la familia criolla de los Guerra, que tuvo su principio en el mercenario invasor de esta isla a comienzos del siglo xvi Lope Fernández de la Guerra. Proporcionando destacados hijos y que fueron mecenas del criollo médico y poeta Antonio de Viana, hacia el 1600, para la composición del poema de la Conquista de Tenerife, en desagravio de unas afirmaciones del clérigo dominico e historiador Fray Alonso de  Espinosa en las que destacaba los vicios de  los sobrinos y herederos del fundador de la saga en esta colonia.

 

La hacienda de los Guerra en Valle de Guerra

La Casa de los Carta

 

Refiriéndose a esta casa, el doctor don Fernando Gabriel Martín Rodríguez en su obra Arquitectura doméstica canaria refiere lo siguiente:

“Pertenecía a la hacienda de los Guerra, que fue adquirida por el poderoso capitán Matías Rodríguez Carta el 14 de febrero de 1726 por compra a Lope Fernández de la Guerra en 180 reales de tributo perpetuo al mayorazgo de Guerra. La hacienda se componía de una suerte de viña de vidueño y alguna malvasía, de doce fanegadas y un almud, con su casa y bodega, lagar, cisterna, casa de mayordomo y de estila”.

Y continúa diciendo que en el testamento de Carta, dado en 1742 (fallecería el año siguiente) declara que dicha hacienda:

“la hemos plantado y reedificado a nuestra costa por estar toda ella perdida, arruinada y atrasada y asi mesmo hemos hecho las obras de casas, cisterna, lagar y vodega, y todo lo demás que en ella se halla en lo que hemos gastado muchos reales”.

Como quiera que los Guerra dieron nombre a este valle al ser favorecidos en los repartimientos posteriores a la conquista con él, su hacienda debe ser considerada como primigenia en su poblamiento, y por tanto la construcción original que ellos levantaron la más antigua del mismo, de la que ciertamente es heredera parte de la construcción actual, que como veremos responde a un proceso de sucesivas ampliaciones en el tiempo hasta llegar a la configuración que hoy vemos y que puede estimarse es la alcanzada en la segunda mitad del XIX.

 El doctor Martín Rodríguez completa esta información con datos obtenidos del inventario que, en 1747, cuatro años después del fallecimiento de su padre, hace su sucesor don Matías Bernardo Rodríguez Carta, en el cual:

“Jacinto Hernández Perera y Juan Pérez Izquierdo, maestros albañiles, aprecian la casa, bodegas y caballerizas, casa de mayordomo, despensa, cocina, estila, portadas, piedra del lagar y todo lo demás, en 7.255 reales. Por su parte, los carpinteros Francisco Melián de Olivera y Antonio Pérez Chacón la aprecian en 5.993 reales” y en el que se relaciona de forma pormenorizada el contenido de las distintas dependencias de la casa: “cuarto, sala, aposento de dormir, alcoba de dormir, corredor, despensa y bodega”.

A la vista de ello, podemos afirmar que esta Casa de los Carta, una construcción a la manera tradicional canaria, con paredes de mampostería encaladas, techos y huecos de carpintería de tea y cubierta de teja curva, estaba constituida por la crujía norte, es decir la que mira al valle, del edificio actual. El precioso plano del valle levantado en 1833 por el prebendado Antonio Pereira Pacheco y Ruiz, confirma esta hipótesis, pues muestra esta construcción todavía reducida a una sola crujía con dos pequeños apéndices los extremo noroeste y suroeste, en el XIX, cuando quizá ya la casa no era de los Carta. Es entonces cuando se produce una primera ampliación, en la que se añade el costado de poniente (se ve claramente que para respetar la esquinería de la construcción inicial comienza más adentro) con una primera dependencia cuyo uso fue al parecer de capilla (carece de ventana pero no de ventanal alto) en recuerdo de que en aquella hacienda, tal como indica en sus memorias Lope Antonio de la Guerra y Peña, en tiempos de don Matías Bernardo “han asistido Generales y Obispos, con quienes ha tenido intimidad, y en ella dio Órdenes el Ilmo. Dn. Fray Valentín Morán”.


Fueron los Carta la familia más influyente en Santa Cruz de Tenerife durante el siglo XVIII, tanto por su indiscutible poderío económico, cimentado sobre sus actividades mercantiles y marítimas, cuanto por su proyección en la vida social, tanto civil como religiosa del entonces Puerto y Plaza Fuerte.

 

El iniciador de la saga fue don Matías Rodríguez Carta, nacido en 1675, en Santa Cruz de La Palma, de padres también palmeros (él de la Villa de San Andrés y ella de la propia capital palmera) que, dedicado al comercio canario-americano, se casó el 17 de diciembre de 1696, por tanto con sólo 21 años, con la santacrucera doña Concepción Domínguez Perdomo en Santa Cruz de Tenerife, donde a partir de ese momento se avecindó. (Sebastián Matías Delgado).

 

Juan Primo de la Guerra deja reflejado en su Diario en enero de 1802 que la hacienda de Carta había sido embargada: 18, en el Valle de Guerra.—El miércoles 9 fui por la tarde a La Laguna. El maestro Juan Antonio me había dado noticia de que el miércoles 2 del presente en que vine de La Laguna , estuvo a hablarme don Antonio Basilio, comprador de la hacienda de Reguera, quien le dejó a otro maestro el tes­timonio de la escritura. Fui a su casa, le hablé del reconocimien­to del tributo y testimonio de él que debía quedar en mí poder. En orden a atrasados y satisfacción de la décima, me contestó que tenía pronto el dinero de ésta y que creía corriente las pagas del tributo y que Reguera le había hecho papel para su segu­ridad; pero hay equivocación, pues aunque después de secues­tradas las haciendas de Carta por el descubierto de la tesorería, se sacó despacho de la Audiencia para que el administrador (que lo ha sido don Antonio Angles) pagara el tributo y que efectiva­mente lo ha pagado en el tiempo del depósito, antes de él se debían algunas pagas que están por satisfacerse.

 

El 11 de enero, en el Valle.—Ayer por la mañana escribí el pésame al con- de del Palmar. Escribí también el recibo para don Antonio Angles, arreglándome a la cantidad que él dice, habiendo visto algún papel le que infiero ser la que pagaba don José Carta antes del embargo de sus bienes. La hacienda de Carta (a quien antes daba un solo recibo) paga en el día tres tributos con separación:   el primero le 5 por 100 por el terreno vinculado; otro de 150 por la suerte de Pedro de Villarroel (que llaman el Rosario), que entra a dis­ frutar Basilio, y el tercero de 385 por la hacienda del Boquerón, que actualmente gozan por mitad don Diego Reguera y don Luís Fonspertuis.” (J. Primo de la Guerra, 1976).


La Hacienda de los Guerra-Casa de los Carta en la actualidad

 

La Casa de Carta, actual sede del Museo de Antropología de Tenerife perteneciente al Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo Insular, ha sido declarada Bien de Interés Cultual por considerarse uno de los inmuebles más ejemplares de las grandes haciendas rurales históricas de Tenerife.

En 1976 el Cabildo Insular de Tenerife adquiere la antigua hacienda de los Guerras y posterior Casa de Carta, restaurándola cuyo trabajos de rehabilitación concluyen en 1987. Dedicándola a Museo de Antropología de Tenerife y está dedicada, por tanto, a la investigación, conservación y difusión de la cultura popular.

 

En la actualidad, la Casa de Carta acoge la exhibición de una selección de objetos y piezas de las colecciones de indumentaria y textiles, aperos agrícolas tradicionales, cerámica, cestería, instrumentos musicales y ajuar doméstico del Museo de Antropología.

El trámite para declararla Bien de Interés Cultural (B.I.C.) se inició en diciembre de 1984 mediante la resolución de la Dirección General de Cultura del Gobierno de Canarias. En noviembre de 2003 el Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo Insular de Tenerife emite un informe favorable a este trámite.

Analizada la propuesta de declaración del inmueble como Bien de Interés Cultural por el Consejo de Patrimonio Histórico de Canarias con fecha de 28 de junio de 2004, se ha resuelto por el decreto de 27 de enero de 2006 ser declarado como tal, en la categoría de Monumento, delimitando su entorno de protección. Dicho perímetro de protección establecido tiene como finalidad la necesidad de prevenir posibles impactos futuros que afecten el entorno del edificio; esto es, sus valores arquitectónicos y la apreciación de éste.

CAPITULO IV

La explotación de la tierra en Valle de Guerra

Las tierras del Menceyato de Tegueste, así como en sus Achimenceyatos  especialmente el del actual Valle de Guerra fueron destinadas preferentemente al cultivo de cereales, viñedos árboles frutales y hortalizas tal como quedó recogido en la datas de repartimiento, no permitiéndose el cultivo de la caña de azúcar, posiblemente por la carencia de grandes corrientes de agua. También tuvo especial incidencia, la cría de ganados.

A principios del siglo XVI, una ves que los invasores dan por sometida la isla comienza a implantarse en la colonia el naciente capitalismo europeo, siendo que para la época las clases sociales que preponderaban eran los señores feudales, los pisatarios y los esclavos tanto guanches como los moriscos traídos del continente.

Los colonos implantaron el modelo económico, político, social y  religioso de la metrópoli. Políticamente en esta época el gobierno estaba representado en la figura del  Monarca y el Papa. En cuanto a lo religioso todo giraba en torno a un Dios monoteísta, el cual colocaban como centro del universo.

Desde el punto de vista cultural en la época no hubo adelanto científico significativo pues los alquimistas eran castigados a través de la inquisición, por eso se califica como la época obscurantista, pues la investigación científica se realizaba de manera clandestina, a espaldas del Estado y del Clero.

Desde los inicios de la colonización La economía de Valle de Guerra ha estado y está fundamentada principalmente en la agricultura, en principio existía una agricultura pobre, de subsistencia, desarrollada en las zonas de medianías y cumbres principalmente, configurando un paisaje característico de huertas de secano que subían por las laderas hasta cotas bastante elevadas.

En esta época se extiende el cultivo de la papa, un tubérculo muy habitual en la dieta canaria y que fue traído desde Perú en el siglo XVI. En los tiempos difíciles para la población de pocos recursos, la papa salvó de la hambruna a muchos isleños.

En los siglos XVI y XVII el vino se consideraba un elemento indispensable en la alimentación. Para los españoles y portugueses que llegaban a la colonia el vino era imprescindible, de modo que lo llevaban en sus expediciones, a pesar del riesgo de que un viaje largo y unas condiciones adversas estropearan el preciado contenido de los centenares de barricas que tapizaban las bodegas de las naves. Era, por tanto, una necesidad vital traer el cultivo de la vid a las nuevas tierras colonizadas, asegurando así una provisión de vino para sus usos sociales y, más importante, religiosos. No era extraño ver desembarcar frailes acompañados de sarmientos que, al llegar a su destino, plantaban en las huertas de los conventos que fundaban y desde los cuales imponían religión y costumbres. La vid vinífera, cuyo fruto era indispensable en la consagración, halló en Tenerife un territorio nuevo, de enorme riqueza climática en el que ya vivía una especie de Viti Vinifera en los Menceyato de Tegueste  e  Icod en estado silvestre.

 

La existencia de la viti vinifera en la isla Chinech (Tenerife) se remonta a la época precolonial está documentada arqueológicamente según recoge la Doctora Mari C. del Arco Aguilar, en una excavaciones llevadas a cabo en unas cuevas de habitat guanche en Icod  de los Vinos, Cueva de don Gaspar,  y en otras de igual uso en el Menceyato de Tegueste, la Cueva de los Cabezazos.

En este aspecto, es sumamente interesante un trabajo de la profesora y arqueóloga María del Carmen del Arco Aguilar y su equipo relativo al hábitat guanche en el Menceyato de Icod de los Vinos en Tenerife. De dicho trabajo reproducimos algunos párrafos que consideramos de interés para el tema en cuestión, al tiempo que queda desmontada una de las tantas falacias históricas como es la de que las higueras en Canarias fueron introducidas por lo mallorquines: “Además, nuestros estudios paleocarpológicos han venido a señalarnos que en Don Gaspar se cultiva Vitis vinifera desde comienzos de la Era. Esta es una aportación fundamental, pues se trata de un cultivo para el que toda la historiografía señala su introducción tras la invasión y conquista.

Aunque los restos identificados son es­casos, no se trata de un hallazgo aislado pues determinamos varias unidades en distintos niveles pertenecientes todos ellos a la secuencia de ocupación guanche. Indudablemente desde nuestra perspectiva estamos ante el mismo planteamiento que el expresado más arriba sobre el stock fundacional, el tipo de simientes y productos agrícolas con los que se planifica la colonización de la isla, y éste es un cultivo plenamente introducido en el Occidente Mediterráneo y N de África para las fechas del primer milenio a.C. que barajamos.”

En ese mismo sentido no debemos olvidar que otro de los cultivos, en el campo de la arboricultura, siempre relegado a su introducción postconquista o en manos de los navegantes mediterráneos del S. XIII-XIV (mallorquines) fue la higuera y que en la Cueva de Las Palomas los estudios antracológicos han permi­tido identificar carbón de Ficus carica desde el S. III a. C, hallazgo del que hoy podemos presentar su confirmación por similares determinaciones en la Cueva de Los Cabezazos (Tegueste).

Nosotros hemos dicho siempre: lógico, es otro de los cultivos mediterráneos bien implantados. Por lo tanto, debe estar en el paquete fundacional y, en ese sentido, nuestra hipótesis es que, con probabilidad, el espectro de cultivos se ampliará. Así, en el campo de la arboricultura, no nos resultaría nada extraño la determinación del olivo, el granado o de la palmera dactilífera.” (María del C. del Arco et al. 2000:193-4).

Teniendo en cuenta que los menceyato de Tacoronte y Tegueste son limítrofes, es muy probable que en Tacoronte por esas mismas fechas también se cultivase la viña. El vino era vital  a los frailes  para desarrollar con pleno potencial su papel en la nueva sociedad colonial.

Ciertamente, los frailes comprobaron pronto que con la buena calidad del suelo y el excelente clima de esta región las viñas prosperaban de forma más que satisfactoria.

 

Animados por sus éxitos, los frailes experimentaron con la cepa silvestre tinerfeña y consiguieron crear vides híbridas que producían buen vino.

El vino del Menceyato de Tegueste, adquirió gran fama en los mercados europeos y americanos, creando un auge económico hasta el siglo XVIII, cuando una nueva crisis, redujo la importancia de la viña a cifras testimoniales y provocó importantes dificultades económicas a la isla.

Los cereales estaban presentes en el trigo, la cebada y en menor medida el centeno, también ocupaba un espacio importante el cultivo de las habas de las cuales había una variedad autóctona, posteriormente se introdujo el cultivo del millo.

 

La medianería

 

José Manuel Rodríguez Acevedo en un documentado estudio expone: “La interpretación dominante en la actual historiografía canaria sobre la transición del feudalismo al capitalismo enfatiza la trascendencia de un proceso de proletarización campesina que experimenta una considerable aceleración desde mediados del siglo XIX, dando lugar a la generalización de relaciones de producción capitalistas en la agricultura insular. La definitiva transformación capitalista del campo canario se produciría, así, a partir de este momento, con la conversión de los antiguos campesinos en un auténtico proletariado agrario, al tiempo que, paralelamente, la antigua terratenencia feudal se convertía en una auténtica burguesía agraria. De este modo, la contradicción principal en el ámbito rural habría pasado de oponer terratenientes a campesinos a oponer burguesía a proletariado agrario.

 

La Medianería , cuyo origen e implantación se explica en épocas en que la vida era aquí poco menos que patriarcal, consiste en un contrato verbal sin más garantía que la buena fé, y por el cual el propietario entrega al colono, para su explotación, tierras, ganados, algún capital y el 50 por ciento de las utilidades, a cambio del trabajo manual y algunos elementos como la mitad de las semillas y abonos aportados por este último”.

 

Efectivamente, la medianería fue la principal forma –junto a la enfiteusis– mediante la cual los grandes propietarios criollos tinerfeños explotaban sus tierras en la época feudal, durante los siglos XVI-XVIII, cuando la vida era aquí poco menos que patriarcal. Se trataba de una evolución de la clásica renta en especie o renta en producto, que, a su vez, no era más que una evolución histórica –aún precapitalista– de las rentas en trabajo, de la antigua prestación personal a través de la cual los señores feudales se apropiaban del trabajo sobrante de los campesinos. Durante los siglos XIX y XX esta forma precapitalista de obtención de la renta de la tierra continuaría existiendo, sin demasiadas modificaciones, en muchas fincas de la isla, tanto en las áreas de medianías como en la franja costera. La  naturaleza feudal de este tipo de relación de producción no había cambiado esencialmente. Prueba de ello son las significativas connotaciones semiserviles que acompañaban a una forma de explotación de la tierra que, para ciertos autores contemporáneos, no pasaba de ser una óptima estrategia capitalista de los grandes propietarios. Para que estos autores pudieran presentar esta visión “dulcificada” de la aparcería ha sido necesario, entre otras cosas, analizar los siglos XIX y XX aislados respecto de la etapa precedente. Si, por el contrario, los ponemos en relación con los siglos anteriores observamos, sin ningún género de dudas, que la vieja medianería del XVI-XVIII es la misma vieja medianería que pervivía aún en los siglos XIX y XX; la vieja aparcería del Antiguo Régimen era la misma vieja aparcería de la Edad Contemporánea.

 

La puesta en práctica de la Reforma Agraria Liberal, con todas las importantes repercusiones que había tenido en cuanto al sistema de propiedad, no había supuesto una radical transformación de las viejas relaciones de producción agrarias. Los campesinos pobres de, por ejemplo, Adeje o Vilaflor, estaban sujetos, en el siglo XVIII, a la opresión feudal que ejercían los terratenientes de las familias Ponte (Señores de Adeje) o Chirino (Marqueses de la Fuente de Las Palmas). La forma en la que estos señores feudales extraían el plusproducto generado por sus campesinos era la enfiteusis y la medianería.

 

Para los campesinos de Adeje y Vilaflor la Reforma Agraria liberal fue –recordando a Costa– lo mismo que la Emancipación para los de Quito: «último día del despotismo, y primer día de... lo mismo». Tanto en los siglos XVI-XVIII como en los siglos XIX y XX, las tierras de los terratenientes no se cultivaban con los aperos del terrateniente ni por medio de obreros asalariados, sino con los aperos del campesino esclavizado por el terrateniente más próximo. Y para el campesino pobre de la Isla esta esclavitud es impuesta, porque el terrateniente se apoderó de las mejores tierras y lo ubicó en los «arenales», arrinconándolo en una mísera parcela. Los terratenientes se apoderaron de tanta tierra que a los campesinos no les quedó lugar, no digamos ya para cultivarla como hacienda, sino ni siquiera un sitio «donde soltar las gallinas». El acompañante inevitable de la medianería –igual en el XVIII que en el XX– sería el atraso y embrutecimiento del agricultor.” (José Manuel Rodríguez Acevedo)

Contrato tipo a medianeros

Hacienda de Juan primo de la Guerra en Valle de Guerra

Condiciones bajo las cuales entran a hacer la viña los nuevos me­dianeros:

 

     1. Será de su cargo el velar y guardar la hacienda que le señalare, así la viña como las tierras de sembrar, los árboles y el monte, tener limpias las abiertas, listos los tomaderos y mantener las paredes que están en ser y será responsable a cualquier daño o atraso que le sobrevenga a la hacien­da por su descuido.

 

2. Serán de cuenta del medianero los costos de todos los cultivos y fábricas anuales, percibiendo por ello la mitad de los frutos de la tierra que hiciere.

 

3. El amo dispondrá de la mitad de los frutos que le corresponden al tiempo y del modo que le acomode, separando las uvas según tuviere a bien o haciéndola vendimiar cuando le parezca; entendiéndose por frutos todos los aprovechamientos y producciones útiles de la hacienda, como la hoja del millo, paja y demás.

 

4. El medianero se obliga a llevar la mitad de dichos frutos (a excep­ción del mosto) a cualquier parte de la isla en que se hallase el amo, co­rriendo asimismo por su cuenta la venta de la fruta a que le mandare dar este destino, trayéndole de ello razón puntual, acabada que sea la venta.

 

5. Los medianeros, sus mozos y las bestias que tuvieren, estarán sin ex­cusa a la disposición del amo a la hora en que a éste se le ofrezca, pagán­dole su trabajo cuando éste no sea en la conducción de los frutos, según queda dicho, o en los beneficios que se ofreciere hacerles.

 

6. Será del cargo del medianero el cuidado y beneficio del mosto hasta que salga de la bodega, entendiéndose en esto la trasiega del vino, quema de las madres y lavado de pipas, a excepción de la composición de éstas y de los lagares que son por cuenta del amo.

 

7. Corresponde a la determinación del amo lo que se haya de plantar o sembrar en las tierras, por lo que el medianero le dará parte cuando llegue a la sazón de hacer la sementera.

 

8. El amo separará, siempre que le acomode, la tierra que le parezca para sembrarla por su cuenta.

9. Siempre que el amo ponga la semilla así de trigo y millo como de papas y demás por no tenerla el medianero, la sacará al tiempo de la co­secha con la mitad del producto, separándose primero el diezmo de todo lo que produjere la tierra, entendiendo que cuando el medianero ponga la semilla, él la habrá de sacar en los mismos términos.

 

10. En el plantío de parras el medianero pagará los peones que se man­tengan con una fanega del trigo que dé para este fin el amo, trayéndole de ello cuenta puntual.

 

11. En la hacienda no se herrarán animales, sino de medias con el amo, y éste pondrá todos los años los que le parezcan a dicho partido, con el medianero.

 

Siempre que por faltar a algunas de las condiciones referidas o por otra causa determinase el amo despedir al medianero, éste habrá de salir de la hacienda sin detención alguna, satisfecho que sea de los costos que tuviera empleados para la cosecha próxima.

 

La Cochinilla

 

El impuesto de sangre

 

El comercio con las otras colonias españolas en América durante los siglos XVII y XVIII estaba condicionado por numerosas restricciones por parte de la metrópoli que se implantaban a las mercancías. La más llamativa era el impuesto de sangre, establecido en 1678 y que consistía en limitar la licencia para comerciar con América con la salida obligatoria de determinado número de familias canarias, –se exigían 5 familias por cada 100 Tm embarcadas-. De hecho Uruguay fue fundado por un contingente de estas familias. También descendientes de aquellas familias de emigración forzada son gran parte de la población que vive hoy en Louissiana o Texas.

A partir del siglo XVIII comienza a descender la exportación de vinos debido a diferentes causas.

Con el desrumbe del mercado británico para los vinos canarios y las cortapisas puestas por la metrópoli para el comercio con las colonias que les restaba en América, las islas, Tenerife y el antiguo menceyato de Tegueste volvieron a revivir una época de miseria y hambrunas, lo que indujo a las autoridades coloniales a tratar de paliar la situación buscado cultivos de exportación alternativos.

Durante algunas décadas del siglo XIX, el cultivo dominante pasó a ser la cochinilla, un parásito de las tuneras o nopales que se usaba como tinte textil y que entró en apuros a finales de ese mismo siglo, debido a la invención de las anilinas, un tinte sintético.

“En Valle de Guerra como en el resto de la isla de Tenerife la cochinilla fue el cultivo de recambio en la etapa 1860-1878. Llegó a alcanzar el 90 por ciento de las exportaciones, transformando sustancialmente la economía.

Los isleños eran extremadamente resistentes a la innovación agraria. Un visitante británico Charles Piazzi Smyth, en 1856,  manifestó que los pequeños agricultores destruyeron las primeras plantaciones por la noche y tacharon a su introductor de loco porque era una innovación no tolerada en una tierra que se resistía a romper con 300 años de historia del cultivo de la viña.

 

Pero el hundimiento del sector vitivinícola había originado que “apareciera el hambre cara a cara entre los isleños” y el gobierno apoyó decididamente la iniciativa de la cría de la cochinilla. Según Piazzi Smyth, para evitar un disturbio agrario algunos cactus con cochinilla se preservaron en partes aisladas de la isla.

 

Las dificultades por las que estaba pasando la agricultura a principios del siglo XIX se remontarían con la introducción de un nuevo producto de exportación: la cochinilla. El desarrollo de ese nuevo mercado “hizo a Canarias tan próspera que todas las otras actividades comerciales fueron o descuidadas o abandonadas”.

 

Mayores proporciones alcanzarían su expansión con el establecimiento del régimen portuario de las franquicias en 1852. De esta manera, la tunera o penca dejaría de ser una fuente de suministros de frutos de alimentación de las clases pobres para convertirse en la cuna del insecto que más “riqueza” creó en tan poco tiempo.

 

En Canarias las tuneras ( la Opuntia ficus-indica y la Opuntia tormentosa) abundaban de manera salvaje -sin necesidad de riego y en un suelo pobre- en los litorales y las costas hasta una altura de 700 metros .

 

Los frutos de la primera eran comestibles, los llamados higos de pico, tunos o chumbos. Ambas plantas eran aptas para la cría de la cochinilla.

 

Ante las nuevas perspectivas económicas que se divisaban con la posible explotación industrial de tales plantas, La Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife gestiona la introducción de la cochinilla para ayudar a paliar la grave crisis que se estaba viviendo en las islas.

 

La introducción de la cochinilla en las islas se realizó en 1820 desde México vía Cádiz, donde habían llegado ocho nopales, o higueras tunas (Coccus cacti, cactus opuntii, etc.) con dirección a su Sociedad Económica de Amigos del País. Los más destacados introductores de la misma en la isla de Tenerife fueron el canónigo José Quintero Estévez, Juan Megliorini y Santiago de la Cruz.

 

Un cura en La Laguna (el canónigo José Quintero Estévez) fue el único que preservó y reprodujo el insecto, y consecuentemente cedió las plantas al jardín de Megliorini en Santa Cruz (Tenerife). De este jardín, un oficial militar, Santiago de la Cruz, transfirió la planta al Sur de Tenerife, y también a la isla de Fuerteventura del grupo de la Canaria.

 

[*] [Obsérvese en la imagen la fisonomía y vestimenta de los magos canarios ¿africana o europea?]  

 

Continúa en la entrega siguiente.

 

Imágenes: Archivo del autor (Casa de Carta) y Revista Rincones del Atlántico.

 

eduardobenchomo@gmail.com

 

Continará ---»

 

Capítulos anteriores:

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (VI)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (V)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (IV)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (III)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (II)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (I)