ACHIMENCEYATO
DE AGUAHUCO:
CASTELLANIZADO
COMO PUNTA DEL HIDALGO POBRE
TOMADO
DEL LIBRO: EL MENCEYATO DE TEGUESTE:
APUNTES
PARA SU HISTORIA
Capitulo
I-I
(para
esta separata)
Eduardo
Pedro García Rodríguez
Aguahuco (Punta del
Hidalgo)
Gentilicio:
puntero/as
Es una localidad
costera de la isla perteneciente al Menceyato de Tegueste, es el extremo de tierra más adentrado en el mar de toda
la isla Chinech (Tenerife).
En la época
precolonial fue un señorío independiente de los demás excepto con el de Tegueste
con el que mantenía cierta dependencia, posiblemente por relaciones de
parentesco.
La relación histórica
documental de este Achimenceyato trasmitida por las crónicas e historiadores es
ciertamente limitada, casi siempre basada más en leyendas y tradiciones que en
hechos históricos contrastados.
El
primer Achimencey de la zona fue Aguahuco, hijo de una mujer cucaha
de Tinerfe el Grande y que fue administrador de este territorio por
designio de su padre. Según cronistas de la época, Zebenzuí, hijo del primer
Achimencey, fue el señor de Adaar en
tiempos de la invasión y conquista española. De su actuación en la defensa de
la isla, hay testimonios de los documentos que narran la historia de la
conquista de Chinech (Tenerife) como consecuencia de su participación activa en
las batallas que protagonizó junto a Benchomo, Tinguaro, Acaymo
como Sigoñe (Capitán) de Tegueste
II.
Se
distinguió especialmente en la batalla de La Matanza de Acentejo y
especialmente en la de Las Pañuelas en Tegueste.
Posiblemente
el nombre guanche del Achimenceyato fuese Adaar,
siendo conocido después por los invasores por el patronímico de su
regente.
Entre las tradiciones
recogidas por los historiadores figura esta sugerente narración:
“Desde
los tiempos de Alonso Fernández de Lugo, Zebenzuí fue perseguido y marginado
debido a sus “pillajes y robos de ganado a los conquistadores”, que empleaba
en alimentar a su pueblo, recluido en el cerco de aislamiento dictado por el
Adelantado, en la Cordillera de Anaga,
y que pasaron a la historia como los “insumisos de Anaga”.
De estas leyendas quizás
la más asumida se la recogida por el criollo,
clérigo católico e historiador José de Viera y Clavijo, quien
nos legó el siguiente relato en torno a la figura de Sebenzui:
“Además de los nueve hijos legítimos que
dejó el Gran Tinerfe, tuvo otro bastardo que se llamó Aguahuco;
éste no tomó para si el titulo de mencey, como los otros, sino el de achimencey,
que es decir el ‘hidalgo pobre’, contentándose con un pequeño
territorio situado a la parte del Norte de la isla que todavía retiene el
nombre de Punta del Hidalgo.
Zebenzui su hijo, fue un bárbaro
ilustre que llevó el heroísmo de la simple naturaleza hasta un punto excesivo.
Sirvióle el valor de mejor patrimonio que el que había heredado, pues, pagados
los reyes sus parientes de las acciones atrevidas que ejecutaba, solían
regalarlo a competencia, especialmente Beneharo de Anaga, que apreciaba los hechos
en que tenía parte la osadía. Pero los vasallos de estos mismos príncipes que
le admiraban habían concebido un odio mortal contra Zebensuí, al experimentar
que les tiranizaba sus familias y les robaba sus ganados.
Ya estos pobres pastores estaban cansados de
murmurar en secreto de aquellas opresiones, cuando penetrados de su amargura se
presentaron algunos en el tagóror del rey Benchomo de Taoro, implorando su poderosa
protección a favor de sus cabañas y sus crías. Benchomo, sintiendo estos
excesos de un deudo a quien era preciso contener sin deshonrarle, tomó una
resolución que nos pone de manifiesto su carácter, dándonos una idea de la
agradable simplicidad de aquellos hombres.
Cierto día muy de mañana salió de su
palacio de Taoro
solo y como de incógnito y, llegando repentinamente a la cueva de Zebensuí, le
halló acabando de comer un cabritillo que él mismo había asado por sus manos.
La inopinada visita de semejante personaje no pudo menos de turbar al Hidalgo
Pobre, pero se aumentó su sorpresa cuando oyó de la boca del mencey las más
severas reprensiones sobre su violenta conducta. “Yo, Quebehi (respondió el
Hidalgo), me siento tan fuera de mí al ver la honra que me haces entrándote en
este pobre albergue y al oír tus reconvenciones, que no sé qué me haga. ¿Llevarás
a bien que salga a buscar alguna cosa para prepararte la comida?” Benchomo,
deteniéndole entonces por el brazo y fijando en él unos ojos llenos de fuego
y de majestad, le dijo así: “Detente, Zebensui, y no pienses darme de comer
de lo ajeno. Ten juicio y advierte que el príncipe no puede sustentarse de la
sangre de los vasallos infelices, a quienes debe mirar siempre con entrañas
de padre. Dame gofio y agua, y éste será para mi el banquete más
delicioso”.
Zebensui le presentó el gofio y el agua (sin
sal, porque no la tenía) y, habiéndolo amasado Benchomo, empezó a comerlo
diciendo: “Primo Zebensui, ¡oh, si tú conocieses cuán sabroso es este
manjar, cuando está amasado con unas manos limpias y se come sin humedecerlo en
lágrimas de los pobres! Los tiernos cabritillos, los gruesos recentales,
cocidos en leche, pero arrancados con injusticia y execración del calor de las
madres y del seno de los pastores indefensos, sin hacerte más rico, te harán a
la verdad muy abominable y digno de todas mis iras”.
Estas últimas palabras ya las pronunció el
rey estando en la misma puerta de la gruta y, habiéndose salido al instante,
marchó a paso redoblado para Taoro, por una senda irregular. Zebensuí, que había
quedado atónito y como petrificado de este suceso, volvió tan tarde en sí
que, cuando quiso seguirle para echarse a sus pies, no pudo alcanzarle, por más
que llegó hasta Tegueste. Refirió al rey de este país cuánto acababa de
sucederle con Benchomo y le suplicó fuese su mediador para desenojarle y
saliese por fiador de su arrepentimiento.
Tegueste
no sólo le dio la palabra, sino que le hizo mayoral de todos sus ganados, que
eran tan numerosos, que los guardaban cien pastores.” (Viera y Clavijo)
Aspectos
arqueológicos en torno al Achimenceyato
El Achimenceyato de Aguahuco
es extraordinariamente rico en vestigios arqueológicos de la ancestral cultura
guanche, destacando sobre manera los yacimientos de grabados rupestres,
cazoletas y canalillos usados por nuestros ancestros en rituales de petición de
lluvias, culto a la fertilidad humana y animal así como en acciones de gracias
dirigidas a las Divinidades.
“La Historia antigua de Tenerife ha estado amparada
en diversos paradigmas.
De ellos destacan particularmente los difusionistas,
evolucionistas unilineales y empiristas, reforzados con la aportación raciológica
de la antropología física tradicional.
Estas
perspectivas coincidieron en determinar la existencia de una cultura
arcaizante, reiterativa y frugal en sus manifestaciones socioculturales, privando
a la cultura indígena de las variables evolutivas secuenciales que entrañaban
su desarrollo, al considerarse el estatismo de su trayectoria sociohistórica y,
por consiguiente, la carencia de dinamismo.
La cultura guanche se contemplaba materialmente
fosilizada, a tenor de las escasas innovaciones
de un registro ergológico repetitivo, poco sustancioso y, a la par,
carente de monumentalidad.
La articulación sustantiva del marco teórico
enunciado influenció, de forma muy particular, las manifestaciones rupestres,
que fueron obviadas y, en ocasiones,
desestimadas, por considerar que una cultura con un grado de desarrollo semejante no podía contar con este
tipo de representaciones. Por lo tanto, no
existía la necesidad de buscar lo que se suponía no podía existir. Es un hecho palpable que, con la excepción
de la presunta inscripción de Anaga
poco más sustancioso se encuentra en la bibliografía arqueológica de Tenerife
hasta los años ochenta del presente siglo (Siglo xx).
No deja de ser significativo que el establecimiento
de comparaciones con las culturas de La Palma, El
Hierro o Gran Canaria, reafirmase la correspondencia
entre la aparente ausencia de estaciones rupestres en Tenerife y el pretendido bagaje cultural de sus
antiguos habitantes. Lo que no parecía obvio
para las islas citadas, cuyo ambiente rupestre era mucho más
conocido y a las que, en cierta medida, se atribuía un grado más avanzado
de evolución sociocultural.
Además, las analogías etnográficas expresadas
desde el evolucionismo unilineal y su paralelismo con
prácticas de la sociedad rural tradicional de Tenerife, de cara a la confirmación presencial del modo de vida rústico
y pastoril de las sociedades actuales respecto al mundo “guanchinesco”, determinaron pervivencias culturales que
reforzaban la unidireccionalidad
del hombre y la cultura en el pasado arqueológico y en el
presente etnográfico.
En
este marco de referencia teórico y conceptual pueden articularse y
resumirse tanto el armazón crono-contextual heredado, como sus explicaciones
sustanciales. De esta forma, las representaciones rupestres indígenas podían
trasladarse a un ambiente subacrual tildadas de queseras (lugares
presumiblemente utilizados para realizar quesos), garabatos de niños y
mayores, pasatiempos, y marcas de pastores practicadas con cuchillos,
que se afilarían utilizando las rocas próximas a los supuestos paraderos
pastoriles, cuya utilización habría pervivido desde época prehispánica.
La descontextualización de la arqueología tinerfeña,
carente —en esos momentos— de bases científicas
innovadoras en la teoría general del conocimiento humano, promovieron la visión de los petroglifos como inscripciones
etnográficas o de la postconquista europea, descartándose su
validación prehistórica. Y —con posterioridad— deteniendo el reloj extenso
de la cultura en un único segmento de su devenir: el prehispánico.
Por todo ello, fue en los años ochenta de la
presente centuria cuando algunos aficionados
y arqueólogos profesionales comunicaron y publicaron el descubrimiento de estaciones rupestres en lugares
concretos de Tenerife. No obstante, a
tenor de los criterios teóricos y metodológicos heredados, así como razones de localización y accesibilidad,
fueron los motivos figurativos de las
estaciones de Santa María del Mar y Aripe, los que merecieron la atención de las publicaciones en revistas
especializadas o en las páginas de los periódicos
locales.
Se trataba de motivos que llamaban la atención
(barcos europeos bajo medievales) y
permitían el establecimiento de analogías cognoscibles (guerreros líbicos, caballos, cápridos,...),
relacionadas —en parte— con el heterogéneo horizonte cultural
norteafricano o con la etapa inicial de la conquista. Mientras, los grabados líbico-bereberes saltaban a las páginas
de los noticieros con apreciaciones
descriptivas comparadas.
La unicidad de estos hallazgos provocó discrepancias
respecto a su adscripción sociocultural entre
algunos investigadores, que les adjudicaban parentescos totalmente ajenos a los guanches. Por contra, la amplia temática
geométrica representada en esas
y otras estaciones rupestres de la isla, no mereció la atención debida por la
recurrencia del marco teórico heredado del evolucionismo unidireccional y la
imposibilidad de establecer comparaciones
interculturales con motivos tan universales y “sencillos”, como es el caso de los cruciformes, los trazos lineales y los
reticulados.
Además, el mimetismo interinsular vía La Palma hacía
posible la aceptación o patente antigüedad de las técnicas de piqueteado
frente al concurso de las incisiones,
aparentemente más modernas. Se sobreentendía, así, el criterio de antigüedad/modernidad en función de las
técnicas de realización, dada la
imposibilidad de datar con cronología absoluta los paneles objeto de
curiosidad. En cualquier caso, el piqueteado no solía prodigarse en los sitios arqueológicos tinerfeños, lo que reforzaba
las opiniones dominantes.
Para los más entusiastas, el rescate puntual
mencionado posibilitó el advenimiento de
motivos hasta entonces desconocidos para la mayoría del mundo arqueológico,
celebrándose la incorporación de Tenerife a elementos culturales como la escritura líbica o la figuración zoomorfa,
antropomorfa y de embarcaciones, en consonancia con lo ocurrido en
otras islas del Archipiélago Canario.
Si los signos alfabéticos indígenas y las
representaciones humanas y animales dejaron de permanecer tras una perceptible
cortina de olvido, el hallazgo de lugares
asociados al culto religioso pretérito se consideraba, mayormente, privativo de la cultura de Gran Canaria,
objeto de una complejidad sociocultural más
tangible en sus repertorios ergológicos y monumentales. O lo que es igual, el primitivismo prehistórico de Tenerife
difícilmente podría acceder a la elaboración de recintos culturales,
tallados en la roca, para unas actividades que el empirismo al uso no le concedía
ni reconocía a través del registro de su
cultura material. El tiempo y los hallazgos se han encargado de desmentir
tal aserto.
A continuación trataremos la problemática de los
soportes, las técnicas de ejecución, la
temática representada, el encuadre cronológico, la pátina y la liquenología, la seriación, sistematización y
periodización, la adscripción sociocultural, y
las analogías comparadas. Por último, se recoge una síntesis con las principales conclusiones, y la bibliografía.
Tipo de soporte y
localización
Los soportes donde se encuentran las expresiones
rupestres de Tenerife son fundamentalmente pétreos y están
ubicados en las proximidades de emplazamientos
prominentes, elevados, y dotados de cierto aislamiento y segregación espacial,
como montañas, roques y pitones. En algunas ocasiones, pueden estar situados sobre coladas volcánicas superficiales de
diversa extensión, mientras en otros casos existen rocas individualizadas de
variado volumen.
En cuanto a su naturaleza geológica, a un nivel más
concreto, podemos hablar de soportes basálticos
en los que destacan los materiales fonolíticos, augítico-olivínicos y los paquetes de toba volcánica. A veces, en
estos contextos tobáceos coinciden las
manifestaciones rupestres con canalillos, cazoletas y orificios tallados en la roca, de configuración morfotécnica
similar, aunque con una menor
extensión, a los recintos que en Gran Canaria reciben la denominación genérica de “almogaren”.” (José Juan Jiménez González, 1996).
Los trabajos de
investigación sobre los mismos llevados a cabo por científicos de la
Universidad de La Laguna y del Museo de la naturaleza y el hombre del Cabildo de
Tenerife son cuantiosos, por ello, no vamos a incidir en los mismos, nos
limitaremos a señalar brevemente algunos particulares, extractados de un
interesante trabajo publicado por el investigador de la Universidad de La
Laguna don José Perera López:
“El presente trabajo es fruto del
descubrimiento casual de una estación de grabados rupestres
por parte de Moisés González Pérez que nos comunicó el hallazgo y Pablo
Vinuesa Fleischmann. Más tarde, Rubén Marünez Carmona localizó otra estación
a cierta distancia de la primera. Nuestra labor, por tanto, ha consistido en el
estudio de los grabados y su contexto, ayudándonos
a ello Benito Darías Delgado
Dado el expolio sistemático de que han sido
y son objeto los yacimientos precoloniales
canarios, preferimos, como medida de seguridad, no dar la localización exacta del
enclave. La dificultad de acceso y su desconocimiento han sido los factores que
han posibilitado la conservación de la localidad y no quisiéramos que
por nuestra causa tuviésemos que lamentar el deterioro de ésta.
…el yacimiento puede subdividirse en tres
grupos: dos estaciones de grabados
y una de restos de construcciones. Por su localización relativa hemos denominado a las primeras
“estación occidental” y “estación oriental”; de ellas, la occidental es la más importante ateniéndonos
al número y variedad de grabados. Respecto a las construcciones, nos limitamos
a hacer un croquis y una descripción
de las mismas. Su posible carácter aborigen plantea serias dudas y sería necesario
un trabajo de investigación más profundo que excede a nuestras posibilidades.
Localización del yacimiento
El conjunto arqueológico estudiado se halla
enclavado en un pequeño rellano denominado "
Hemos contabilizado un total de 22 figuras que, tipológicamente,
dividimos en 6 categorías. Éstas van desde los
antropomorfos hasta los abstractos pasando, posiblemente, por los zoomorfos.
La ordenación de los grabados no parece seguir un orden prefijado
salvo en el caso de los antropomorfos femeninos que presentan
una aparente alineación en sentido Este-Oeste.
Finalmente, cabe señalar que aunque estudiamos 22 figuras, los
grabados presentes en la estación podrían superar
este número; el problema está en que existe toda una serie
de formas en las que es muy difícil determinar si nos encontramos ante grabados
o simples rehundimientos naturales. Por esta razón,
hemos preferido ser conservadores y analizar solamente aquello
que parece claramente ser una creación humana.
Grupo de los antropomorfos
femeninos
Englobamos en este apartado cuatro grabados más o menos acabados cuyo
denominador general parecen ser la representación esquemática
de mujeres embarazadas.
Curiosamente dan la impresión de que se encuentran orientadas en
dirección Este, punto cardinal hacia el que apuntan las
"cabezas", y alineadas en “fila india” también en sentido Oeste-Este. Son las figuras más llamativas del conjunto,
especialmente por el tamaño que alcanzan.
1.- Grabado en el que se ha excavado un surco continuo mediante picado
y sin abrasionar; el canal conseguido se estrangula en su
extremo oriental a modo de “8”, dejando aisladas
dos "islas" de roca con formas toscamente elípticas y de dimensiones
desiguales: la oriental, a la que denominaremos
"cabeza", considerablemente más pequeña que
la occidental, a la que denominamos “torso y vientre”. En los extremos
occidentales de las “islas” hay sendas penetraciones del surco que se
orienta en dirección más o menos Oeste-Este; a la que aparece en la “cabeza” llamaremos “boca”
y a la que se inserta en el “vientre”
denominaremos “vagina”.
Las dimensiones de la figura así formada son de unos
Cueva Las Goteras situada
en la localidad de Punta Hidalgo, cueva
sepulcra1 colectiva: hallazgo de cráneos. (Diego Cuscoy, L. 1968)
Un reciente hallazgo del incansable “pateador” e inquieto
investigador de nuestra orografía Javier Miranda ha aportado un nuevo
elemento arqueológico a la extensa nómina de yacimientos existentes en el
Achimenceyato de Aguahuco o La Punta del Hidalgo, dicho yacimiento a sido
dado a conocer mediante la prensa local, en un articulo firmado por Blanca
Salazar el 27 de enero de 2011.
Dicho yacimiento esta compuesto por un Santuario guanche compuesto entre
otros elemento de un falo rocoso, de metro y medio de altura, situado
el centro ceremonial guanche descubierto por Javier Miranda gracias a la tradición
oral, se encuentran cerca de Punta del Hidalgo, el falo esta asociado a
canalillos y cazoletas, además de un grabado rupestre que parece ser un reloj
solar.
El yacimiento está
enclavado en un lugar identificado a través de la tradición oral como Cuevas
Encantadas, en el barranco de las Cuevas Ciegas. El
entorno natural que le pone marco es de por sí espectacular,
por el abrupto y bello paisaje y por las enormes paredes verticales que
conforman el escarpado barranco que rodea a este centro vinculado a
rituales ancestrales. Javier enfatiza también que las cuevas tienen unas formas
realmente llamativas y que dada su altura y estratégica ubicación, desde ellas
hay unas vistas sublimes del barranco y del amplio cielo que las custodia.
Aunque lo que más
destaca del lugar es “su impresionante sonoridad”. “La
acústica es casi sobrenatural”, según narra su descubridor.
De hecho fue ese impactante efecto sonoro lo que perduró
a través de los siglos a través de la tradición oral hasta llegar a oídos de
Javier Miranda. Y fue su gran interés sobre los litófonos
guanches lo que le guió hasta el citado yacimiento.
Nos dice Javier Hernández: “Un
amigo me contó hace tiempo que su abuelo, que había fallecido hacía 15 años,
a su vez contaba que sus abuelos de jóvenes tenían costumbre de ir ciertos días
del año a un lugar cercano a Punta del Hidalgo para tocar con unas lajas” en
una zona de cuevas de gran sonoridad. Añade que ese longevo señor también decía
“que sus abuelos descendían de los guanches”,
“hacía las cuentas en guanche”.
Este anciano analfabeto
de la cultura europea, prosigue Javier, dominaba el sistema numérico
norteafricano, que gira en torno a términos como Arba (número cuatro),
Versaras, Citara o Guasiriguay.
Territorio,
actuales núcleos poblaciones pertenecientes al Achimenceyato de Aguahuco
Los
Batanes
Según
no indica el historiador Ángel Ignacio Eff-Darwich Peña en su libro 500
años de historia del pago de Los Batanes:
“Para
este periodo cronológico no se puede identificar a El Batán como una entidad con carácter propio. Esto solo se hará ostensible
acabada la conquista, una vez que tras los repartos hechos entre los
conquistadores, se favorezca el asentamiento de un reducido grupo humano para la explotación
de sus recursos.
La documentación de las primeras décadas del siglo XVI
recoge diferentes topónimos para el actual barranco del Río, dentro de cuyos límites se asienta nuestro pago: Tedex, Tedix, Tedixe, Tedixa
o Tedexa.
Sin embargo, un análisis detallado de los mismos, pone en
evidencia que todos ellos
son corrupciones de una sola palabra aborigen
cuyo significado nos es desconocido.
A la llegada de los invasores españoles, la isla parece haber estado
dividida en nueve circunscripciones políticas guanches Menceyatos. Los mismos eran entidades territoriales autónomas, con unos
órganos de poder propios y ocupando un espacio geográfico perfectamente delimitado. Su trazado era vertical, acotando varios pisos
altitudinales desde la costa hasta la cumbre, lo cual permitía al grupo humano
explotar los recursos naturales característicos de cada área.
Todo indica que los bordes entre los
diferentes menceyatos estuvieron
constituidos por diversos accidentes geográficos, entre los cuales ocupan un lugar privilegiado los
barrancos. Ahora bien, es importante
señalar que dichos límites distan mucho de poderse considerar auténticas
fronteras tal y como las entendemos en la actualidad, ya que su carácter permeable permitía el
intercambio de materias
primas y conocimientos técnicos entre los diferentes menceyatos, amén de estar abiertas a la movilidad de la
población autóctona en determinadas festividades guanches.
Pocos han sido los historiadores que se han
interesado en fijar sobre
el terreno el trazado de los bordes entre los diferentes menceyatos. Bethencourt Afonso a finales del
siglo XIX y Diego Luís Cuscoy en pleno siglo XX,
han considerado que el barranco del Río constituía parte del límite que separaba a
dos de los mas poderosos menceyatos
guanches: Anaga y Tegueste. Ambos dieron un trazado muy similar a dicho borde: arrancando
desde la parte oriental de la desembocadura del barranco del Río en la Punta del Hidalgo, subiría
por el mismo hasta el monte de Las Mercedes, llegando a San Roque a través del Lomo Largo, siguiendo por
el barranco de las Carnicerías hasta La Cuesta. Desde aquí seguiría su curso hasta llegar
al mar.
Sin oponerse a esta
primera línea de interpretación, diversos
autores han señalado la posible existencia de
una entidad “política” menor encajada entre los menceyatos de Tegueste y Anaga,
dentro de cuyos
límites estaría el Barranco del Río: el Achimenceyato de
Fue el ya mencionado Juan de Bethencourt Afonso
quien, basándose en fuentes orales, es el primero que intenta darle unos límites
bien definidos al achimenceyato. Según dicho autor, los mismos serían: “...al Norte con el mar, al
Sur las espaldas de los montes de Las Mercedes, el Drago, etc.. aguas
vertientes; al Este el barranco de las Casas-Bajas
que lo separa de Valleseco y una región riscosa hasta el valle de Chinamada;
al Oeste el barranco de Las Palmas que lo limitaba con Tegueste...”.
Mas recientemente, Hernández Marrero ha hecho
notar, siguiendo las datas de repartimiento, la difícil adscripción del área
de la Punta del Hidalgo a un menceyato concreto.
Las datas repartidas en el menceyato de Anaga no sobrepasan, en dirección
a Tegueste el barranco de Taborno,
por otro el límite oriental de
este último menceyato desaparece de la
documentación en el barranco de Juan
Perdomo y la montaña de Tejina. Ello
nos deja una amplia zona que abarca
desde la Mesa de Tejina hasta la
Punta del Hidalgo y desde la costa
hasta la cumbre, encajada entre Tegueste
y Anaga, cuya adscripción “política”
no estaría clara. No es una situación única:
Arico, Acentejo, Agache, Higan, Chasna o Geneto son casos similares.
Para dicho autor:
“...Estas "regiones intermedias" pudieron haber sido
unidades territoriales en proceso de segmentación y lo consolidación de un
territorio más amplio o menceyato, como el de Anaga,
Güimar o Tegueste. Señalando cierta individualidad
en el territorio, mostrada por un topónimo común, creemos que éstas no alcanzaron a ser entidades políticas independientes o menceyatos, o por lo menos no lo eran a la llegada de los
europeos...”.
En el caso concreto de La Punta del Hidalgo; ¿cuáles serían los límites de esta “región intermedia”?. En la costa, el topónimo Punta
del Hidalgo despeja
cualquier posible duda sobre su ubicación a estas cotas,
constituyendo probablemente el lugar donde se asentaría de manera permanente la población guanche. No ocurre lo mismo a medida
que ascendemos, ya que aparentemente desaparece cualquier
referencia al mismo. Reducir los límites del Achimenceyato a las
zonas costeras nos parece absurdo ya que, no solo se opondría frontalmente
con lo que llevamos señalado, en cuanto a que las unidades políticas aborígenes se articulan de costa a cumbre, sino que además
mermaría considerablemente las posibilidades de abastecimiento del ganado
aborigen, reducido en la práctica a alimentarse de la
vegetación costera. Dentro de esta línea de interpretación, creemos que
buena parte del barranco del Río, o por lo menos desde su desembocadura
hasta el actual área de El Batán, se incluiría dentro de esta “entidad
territorial”. Podemos aducir algunos testimonios escritos
que avalarían tal hipótesis. En un arrendamiento de 1530 se habla
explícitamente de dicho barranco como del “...barranco de la Madalena
que primero se llamaba de agua del Hidalgo...”. Dicho
topónimo se repite en otra
documentación contemporánea consultada,
lo cual podría sugerir su inclusión dentro del Achimenceyato.
En un barranco paralelo al nuestro, denominado por la documentación “barranco del Hidalgo”, Gonzalo de Córdoba
se concierta en 1537, con Gonzalo González para que este le construya un molino de cubo y rodezno dentro de su propiedad.[1]
Si estos topónimos posteriores a la conquista reflejaran la
realidad territorial guanche anterior, sería evidente que
el Achimenceyato se extendería, al igual que ocurre con
otras entidades territoriales guanches, de
costa a cumbre.
Continua
en la pagina siguiente.
GLOSARIO:
Aguahuco
(Punta del Hidalgo)
Cuca
Tinerfe
Zebenzuí
Adaar
Chinech
(Tenerife)
Benchomo
Tinguaro
Acaymo
Sigoñe
Anaga
Beneharo
Taoro
Aripe
Almogaren
Arba
(número cuatro)
Versaras
Citara
Guasiriguay
Tedex, Tedix, Tedixe, Tedixa o Tedexa
Arico
Acentejo
Agache
Higan
Chasna
Geneto
Güimar
Tegueste
Batanes
Capítulos
anteriores:
Menceyato de Tegueste - Tejina (y VIII)
Menceyato de Tegueste - Tejina (VII)
Menceyato
de Tegueste - Tejina (VI)
Menceyato
de Tegueste - Tejina (V)
Menceyato
de Tegueste - Tejina (IV)
Menceyato
de Tegueste - Tejina (III)
Menceyato
de Tegueste - Tejina (II)
Menceyato
de Tegueste - Tejina (I)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (y IX)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (VIII)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (VII)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (VI)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (V)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (IV)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (III)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (II)
Menceyato
de Tegueste - Valle de Guerra (I)
[1] El batán es una maquina destinada a transformar unos tejidos abiertos en otros más tupidos. Funcionaban por la fuerza de una corriente de agua que hace mover una rueda hidraulica, que activa los mazos que posteriormente golpeaban los tejidos hasta compactarlos. Estas máquinas, estuvieron en funcionamiento hasta finales del siglo XIX.