VALLE DE GUERRA

 

TOMADO DEL LIBRO INEDITO:

EL MENCEYATO DE TEGUESTE: APUNTES PARA SU HISTORIA 

 

CAPITULO III

(PARA ESTA SEPARATA)  

 

Eduardo Pedro García Rodríguez  

 

  20, en el Valle.—Ayer por la mañana vino por aquí María Figueroa, quien fue a La Laguna en solicitud de cartas de su hijo Francisco. Este le escribió a mi hermana María. Por la tarde fui a pasear a la Fuente de Juan Fernández, que está a corta distancia de aquí y que yo no había visto. Poseía aquella hacienda ante­ cedentemente don Cesáreo de la Torre, quien fue vecino de La Laguna y ahora reside en Lima. En el día la disfruta don Juan de Olivera, vecino de la ciudad, quien la ha mejorado con varias fábricas. Le ha puesto un puente de piedra a la entrada de la casa, ha reformado ésta y se ven en la tierra muchas paredes nue­vas para la seguridad. Reúne a la ventaja del riego el favorable temperamento de la costa. Está situada la propiedad a la bajada de una cuesta. Al pie de ella nacen algunos arroyos y hay forma­ dos tanques para recibirlos y lavaderos públicos.

 

Este agua es el socorro de los lugares y habitaciones circunvecinos. La vista sobre el mar es agradable. Hay huertas, viñas y las quebradas están  pobladas   de  plátanos.  A  la  sazón  estaba  en  la  casa  el medianero, que se recomienda por su buen modo, es de Tacoronte y se llama Alejandro.

22, en el Valle.—Ayer domingo vino a decir la misa el padre Torreblanca, y estuvo a verme a su vuelta para La Laguna. Por la tarde fue a ver mi sementera en las tierras de la costa. Fueron conmigo Cristóbal Díaz y el medianero Figueroa. Bajé al barran­ co del Tanque y volví por el camino del Espinal. Toda la costa es un terreno árido y pedregoso.

La falta de correspondencia de la semilla y lo costoso de las fábricas a causa de las peñas, en que es dificultoso el manejo del arado, desalientan a los labradores, y así, aunque a falta de trigo pudieran allí tener lugar los árbo­les de leche, los azafraneros, algodoneros, morales o higueras de Indias, que casi producen sobre los riscos, no se hallan sino páramos sin cultivo que sólo sirven para el pasto de algunas ove­jas y no presentan más que tabaibas y verodes. No se halla una choza en todo aquel término. No tienen las suertes la correspondiente demarcación; las paredes antiguas están derribadas en la mayor parte y la falta de nuevos reparos es causa de que las tierras corran al mar por barranqueras que las cruzan. A la bajada se halla, a la derecha, un cercado de ventajosa situación y bien cultivado;  pertenece al marqués de Villanueva del Prado y lo tiene atributado a Antonio García. El teniente coronel don Alonso Fonseca posee por aquel contorno considerable porción de tierra.

De mis cercados yo llegué primero al del Pajar Grande, llamado así porque hubo allí dos pajares, uno mayor que otro: es el que se halla más al poniente. Contexta por la cabeza con el camino y allí se ve una cruz sobre algunas piedras. Se extiende hasta el mar y está dividido en tres suertes llamada una de ellas la suerte Larga. La Marlesa es de menos extensión. La suerte de don Luís se halla más hacia el naciente que las otras dos; es terreno llano.

En todas están el trigo y la cebada bien nacidos y llovida la tierra.

Mayo

 

23, en el Valle.—Continuaron ayer igualando el piso a la en­ trada de la puerta los peones Ángel González y Manuel Pedro.

 

25,  en el Valle.—Continuaron ayer desentullando el paseo.

En estos días han continuado los peones Domingo y Pedro Amaro trabajando en limpiar el sitio y se ha echado algún entullo en la ermita para volverle a dar el piso en que se dejó al tiempo de su fábrica.

 

Domingo 30, en el Valle.—El viernes 28 me manifestó el alcalde Francisco García un decreto del regente don Antonio Alvarez y Contreras, expedido a pedimento del receptor de penas de cáma­ra en' 8 del presente mes, para que Narciso Francisco, el media­nero, que en el año próximo pasado despedí de esta hacienda (y ha hecho la viña en el presente por haber empeñado a mi tío don Lope) satisfaga cierta multa a que se le ha condenado en autos sobre cierta comunicación ilícita en que se le ha considera­do comprendido.

 

Junio

Viernes 4 de junio, en el Valle.—Mi hermana me ha escrito ayer de haber entrado embarcación de Cádiz y que ha habido cartas de los del regimiento de América. Me dice también que había otra embarcación a la vista. En esta hacienda he continua­do haciendo limpiar el sitio o huertas en contorno de la casa, y en trillar la de la ermita. El trigo que he conservado aquí de la cose­cha del año próximo pasado ha padecido algún quebranto calen­tándose y picándolo el gorgojo, o ya por falta de aseo o por poca ventilación del granero. Hace dos días que he empezado a dar a mi caballo el verde del millo. Anoche ha llovido.

 

Domingo 20, en el Valle.—Recibí ayer una carta de mi herma­na, escrita el 17; en ella me da estas noticias acerca de la muerte del marqués de Casahermosa: “Doña María está bastante caída de la pesadumbre; deja (el marqués) todos sus bienes agregados al mayorazgo. Lo que le deben en Indias, a un hospital de allí; a cada hermano deja mil pesos, y seis mil a doña María; cuatro mil a Inés, cuatro mil a Elvira, incluso los dos mil que ya tenía, quinientos a cada hija de doña Paula; diez pesos mensuales a las monjas, inclusos los seis que ya le daba; cien duros a cada hija de don Diego y al Lopito veinticinco pesos mensuales y quinien­tos pesos a cada uno de los tres criados que le asistieron. Deja dicho que, si muriera en Islas, lo enterraran en Santo Domingo y una misa impuesta para que le digan en dicho convento el día de San Francisco”. Por la tarde estuve a ver a mi medianero Ángel Figueroa, quien se halla algo enfermo. Su cuñada María de Cairos, que también estaba allí, contó de la impresión que hizo en todas las gentes de la ciudad el temblor del 18. Derramáronse en algunas partes los vasos de las salvillas. En el convento de Santo Domingo se estremecieron más fuertemente las sillas, es­pantáronse algunos animales y la conmoción se experimentó más sensible hacia Santa Cruz. Ayer se acabó la recolección del trigo y la cebada en las suertes del Pajar Grande, la Marlesa y Don Luis, todo se ha puesto en la era de Figueroa.

 

Lunes 21, en el Valle.—Ayer por la mañana vinieron de Santa Cruz, a la hacienda que don Antonio Basilio ha comprado en este campo, algunas personas de su familia y dos oficiales de car­pintería. Por la tarde vino don Antonio y se dice que emprende hacer una nueva casa en ella o que va a edificar considerablemen­te la que tiene. La carga que pasó por aquí el 18 a la tarde para la casa de Monteverde era de don Luís Román y otros amigos suyos, quienes han venido a divertirse en cazar. Ayer tarde em-pezé a enviar para La Laguna el vino de mi última cosecha para despacharlo en las ventas, cuyo partido es el que en el día ofrece mejor precio, aunque de una salida más detenida.

Julio

Jueves 8 de julio, en el Valle.—Habiendo llegado la sazón de recoger las papas veraneras que hice plantar en esta hacienda, escribí a mi hermana para que viniese a ver la recolección y me acompañase en aquellos días. En efecto, el jueves 1 la fui a bus­car. En aquella tarde se hablaba en la ciudad de la desgracia recientemente ocurrida allí de una pobre mujer a quien atropello no sé en qué calle del pueblo una carreta cuya rueda le pasó por la mitad del cuerpo. No alcanzó el Santo Oleo, aunque pudo absolverla un beneficiado de la Concepción que casualmente se hallaba cerca. Por la noche llevó a casa, el marqués de Villanue-va, cierta colección de estampas iluminadas de damas francesas con los últimos trajes que usan en París. Estas estampas ha traí­do de venta don Tomás Saviñón. Mi hermana y yo salimos al siguiente día después de las siete y hemos permanecido en este campo hasta el lunes 5, en que por la tarde volví a conducirla a casa. El sábado en la mañana subimos a la huerta de las papas y el domingo por la tarde fuimos a pasear a su viña. En la tarde en que volvimos a la ciudad yo estuve en casa de mi tío don Lope, a quien pedí cierta relación que tiene impresa, extractada de una carta, su fecha de abril último, en la que se refieren los estragos de la inundación acaecida en la ciudad de Lorca, a consecuencia de haber reventado un pantano que servía para el abasto público y se hallaba a cierta distancia de dicho pueblo. Leí el impreso en la misma tarde; es considerable el número de casas que refiere haberse arruinado y de las personas que perecieron, entre ellas un consejero cuyo coche fue arrebatado de las aguas. Mientras estaba en casa de mi tío entró allí el recién venido don Tomás Saviñón. Su visita fue muy corta. Díjome que, informado por el capellán don Tomás del Castillo de mi residencia en este Valle, por esta razón había dejado de irme a ver en la ciudad. Celebró el estado floreciente y ventajoso de la ciudad de París y refirió algunas noticias particulares de su viaje. Poco después fui a ver a doña Juana Acosta; esta dama se ha encerrado en su casa des­pués de la muerte de su madre, negándose al trato de las gentes.

 

Martes 27, en el Valle.—Mi hermana me escribió el 24 de haber ascendido a capitán del real cuerpo de Ingenieros don Agustín Marqueli, hijo del coronel comandante de dicho cuerpo don Luis Marqueli y de doña María Agustina Rusel, y que se dice también que su padre ha ascendido a brigadier. El 25, cerca del mediodía, oí algunas piezas de artillería, que creo serían disparadas en Santa Cruz, en celebración del día de Santiago y memoria de la última defensa de aquella plaza, cuya acción cumple años en dicho día. Ayer se ha empezado la trilla del trigo de mis suertes de la costa. También ayer vino Josef Melián, hijo del medianero en las tierras del Valle de Ximénez, a decirme que ha empezado a trillar, y le di orden de poner en casa, en la ciudad, 36 fanegas. Mi her­mana ha arbitrado, para darle color al vino que envié para despa­char en la venta, hacer una cocción del zumo de moras hervido con vino y mezclarlo después de frío y me dice del buen éxito de esta idea. Me envió ayer Las veladas de la quinta, obra que ya he leído y le pedí para volverla a leer. El 25 por la mañana vino a servirme, enviada por mi hermana, una criada que salió de casa. Es natural de Adeje y se llama Francisca.

 

Miércoles 28, en el Valle.—Ayer se acabó de trillar mi parva en la era de Figueroa. Yo fui allá por la tarde. En la misma di a Cristóbal Figueroa su recibo de rentas. En el año próximo pasado soltó éste parte de la tierra que tenía en los charcos de Rivero, de que pagaba anualmente siete fanegas de cebada y quince al­mudes de trigo. Ahora sólo le queda la tierra correspondiente a una fanega de trigo de renta, la restante la han tomado Manuel Cairos y Antonio García en el mismo canon del cual paga Cairos dos fanegas y media de cebada y los tres almudes de trigo sobre diez que ya pagaba por terreno que tiene de renta en el mismo paraje. Cristóbal Figueroa ha satisfecho con puntualidad.

Viernes 30, en el Valle.—Según me dice mi hermana en carta de ayer, don Josef Boeri trata de volverse a España en los navios que se esperan en Santa Cruz para conducir la tropa de Ultonia, sin que se haya efectuado su casamiento con doña Elvira del Hoyo ni le queda a esta dama esperanza de que se verifique. Su tío don Diego de Mesa (que se firma marqués de Casahermosa) ha prac­ticado diligencias judiciales, pidiendo cuentas y sobre algunos particulares relativos a la herencia del difunto marqués, su her­mano. Mi hermana me escribe con fecha del 28, que las pipas de vino que había pensado comprase en Santa Cruz el ciudadano Grenoulleau, para lo que le envié muestra, no tienen aceptación a no llevar color tinto, como el que le ha comunicado con el zumo de las moras, del cual vino compuesto ha comprado media pipa el comisario de Francia Broussonnet. Ayer por la mañana envié al médico don Manuel de Osuna una pipa de vino de esta bodega, en satisfacción de su asistencia. Por la tarde acabé de recoger en el granero de doña Bárbara Rodríguez la cosecha de trigo de mis suertes de la costa. Han producido treinta y ocho fanegas y tres almudes y medio. Todavía no he trillado la cebada. Ayer entregué a Figueroa siete pesos y un real para satisfacción de costos de trilla y conducción del trigo.

Agosto

Jueves 5 de agosto, en el Valle.—En estos días han empezado a experimentarse los fuertes calores del verano. Don Antonio Basi­lio continúa en este campo la composición de la casa. Se cuida de ella una tía suya llamada Josefa. Esta ha permanecido aquí desde el principio de la obra. Alguna vez me ha hablado a la vuelta de misa y el domingo me regaló una botella de alcaparras. Los viñateros se dan prisa a la alzada; mientras el fruto no está pró­ximo a madurar, es perjudicial esta fábrica de las viñas, porque los racimos se enferman a causa del atado o ligazón de las pa­rras; pero es igualmente nocivo que las uvas permanezcan sin levantarse, después de maduras, por el daño que hacen en ellas las sabandijas y que las arrebata el ardor de la tierra. Aunque yo había pensado vender desde luego alguna porción de trigo de la presente cosecha, al preció corriente de 4 pesos, mientras, mi hermana me ha escrito que es de creer que más adelante suba el precio y me convendrá diferir la venta. También he encerrado aquí la paja de las suertes de la costa. Algunos vecinos que me las han traído me han devuelto parte del importe de su conducción y de la del trigo. Estos son Juan Bello, Juan Pérez, Manuel Pedro, Cristóbal Díaz y Antonio García. Mi caballo ha acabado el verde del millo. El medianero Figueroa ha querido retener toda la hoja del terreno que ha plantado de dicho grano. Yo he hecho traer alguna, pero siendo ésta una de las producciones útiles de la hacienda, convine tenerlo presente para hacer la partición de ella.

 

Sábado 14, en el Valle.—Yo volví de la ciudad ayer tarde. Mi caballo se me inquietó extraordinariamente en el camino. Llegué aquí entrada la noche, habiendo tenido que retroceder para des­viarlo del encuentro con otras bestias. En los días próximos ha ido para Buenavista don Fernando del Hoyo. Su padre permanece todavía en dicho lugar y mi hermana María me ha enseñado algunas cartas de su correspondencia con dicho conde. Su princi­pal asunto en el día es pedirle algunos documentos para defen­derse del litigio de Villers y hacer algunas otras diligencias ju­diciales por derechos de la misma mejora vinculada en que la nombró mi padre. Con este propio objeto escribió mi hermana a Madrid a don Bartolomé Benítez (cuya contestación he visto), a fin de sacar una orden para que el instrumento de institución del vínculo se pasase por el oficio de censos. No habiéndose hecho en el tiempo en que estaba en la ciudad dicho oficio, Benítez le ha respondido que consultó algunos abogados y que, fundados estos en una ley de la Recopilación , son de parecer que será más acertado enviar a Madrid la dicha escritura para la toma de razón.

 

Lunes 16, en el Valle.—El calor ha sido excesivo en estos días,  reinando hasta anoche un fuerte huracán que dicen ha hecho estragos en las viñas. Mi hermana me escribe con fecha del 14 que en aquel día había estado de visita en casa un niño oficial de marina, sobrino del comandante de Ingenieros don Luis Marque-li, el cual ha venido en uno de los navios destinados a la con­ducción de la tropa. Ayer tarde volvieron de la fiesta de Candelaria muchos vecinos de este Valle, entre ellos el alcalde. Traían ban­deras hechas de pañuelos y entraron bailando y cantando corridos.

 

Lunes 23, en el Valle.Mi hermana me dice en carta del 21 que don Martín de Salazar estuvo en casa en la tarde del día an­tecedente y que parece que sigue a la América en el mismo correo. En la noche del mismo sábado 21 volvió doña Elvira del Hoyo, acompañada del marqués y del corregidor, a la casa de su madre. Se dice que la tropa se embarca mañana y mis hermanas piensan bajar a Santa Cruz con la familia del marqués, para gozar de la despedida. Hace cuatro o seis días que se halla en este campo doña Micaela de Roo, cuidando de la composición de su lagar, en el que ha puesto otra viga. Ayer vinieron para esta obra el maes­tro Juan Antonio Carvallo y su hijo Antonio. Se juntaron para subir el madero cerca de cuarenta hombres de los vecinos de aquí, a quienes doña Micaela portó abundantemente. Mi madre me envió ayer parte del azúcar refinado que le ha regalado un indiano de Geneto que ha venido recientemente de La Habana , yerno del medianero Josef Melián. El azúcar viene en forma de tablas con algunos sellos impresos, y un retrato que parece del rey. Le oí al indiano que en La Habana sólo hay una fábrica de aquella especie o con tal privilegio. Juan Melián me ha dado hoy cuenta de la cosecha de trigo de las tierras del Valle de Ximénez. Ha sido de noventa fanegas. De las cuarenta y cinco de mi parte he hecho poner en casa treinta y seis y he vendido a cuatro pesos las nueve fanegas restantes. La cosecha de trigo de las tierras sembradas de medias, en esta hacienda, por el medianero Ángel Figueroa, fue de trece fanegas y nueve almudes. De ella he toma­do siete fanegas, ocho almudes y una cuartilla por añadirse a mi parte las tres fanegas que había puesto para la semilla. En el mismo día di a Figueroa dos fanegas de trigo en recompensa de su cuidado en las tierras que siembro por mi cuenta, de algu­na diligencia en la cobranza de rentas y de otras que son fuera de su trabajo como medianero. El trigo que conservo en sacas y pipas para el año venidero del que he recogido en el presente son treinta y dos fanegas. De las habas sembradas igualmente de medias en esta hacienda he recogido cuatro fanegas y cuatro al­mudes. El 20 por la tarde entregó don Antonio Angles a Santiago Padrón los ciento y cincuenta pesos antiguos, importes del tribu­to de Pedro de Villarroel correspondientes al año próximo pasado.

Miércoles 25, en el Valle.—Ayer se hizo en Tejina la fiesta de San Bartolomé. La víspera en la noche hubo palos y uno de los heridos fue el alcalde de este lugar, Francisco García, quien tomó parte en la pendencia por ir a contener a los que peleaban.

 

Domingo 29, en el Valle.—Mi hermana, en carta del 27, me da noticia de haber salido los barcos en que va el regimiento de Ultonia, el 25 al mediodía. El 27 recogí veintitrés cestos de millo, mitad de la cosecha del que Figueroa plantó en esta hacienda. La semilla fueron diez almudes y medio. La cosecha de la cebada sembrada en las suertes de la costa fueron tres fanegas, siete almudes y tres cuartillos.

 

Septiembre

Miércoles 1 de septiembre, en el Valle.—Corre la noticia de que a don Marcos Urtusáustegui, ayudante mayor del regimiento de La Orotava y residente en aquella villa, se le ha ofrecido alguna disensión con su mujer doña Cecilia Monteverde, a consecuencia de la cual dicha señora pasó algunos días en la casa de su padre y que de resultas ha salido orden del comandante general para que don Francisco de Lugo y Viña se restituya a la isla de La Palma , donde vive su padre, sin que pueda salir de ella, a no ser con licencia pedida por éste. Sábese también que ha sido electo provincial de la orden de San Francisco el padre Escobar. El tiem­po sigue poco favorable a la cosecha del mosto, a causa de los fuertes calores. Por los campos del Sauzal y La Matanza ha sido mayor el estrago que han padecido las viñas y se añade que el alcalde mayor ha expedido decreto para que en algunas partes no se proceda a la vendimia sin que pasen peritos a reconocer la sazón del fruto. Aquí en el Valle se ha dado principio a la vendi­mia en algunas viñas. Otro defecto substancial de los que padece este año la recolección del mosto es que no se halla azufre.

Martes 9, en el valle.- Ángel Figueroa ha dejado estas tierras y el monte a cargo de su primo, quedando solo de medianero en el cercado de los Morales en que lo he puesto hace tres años. El nuevo medianero está enterado de algu­nas condiciones bajo las cuales entra en la hacienda, las cuales he apuntado y le he leído desde luego.

 

Lunes 15, en el Valle.—Ayer tarde se verificó la pericia o re­conocimiento de la viña de mi tío don Lope, a quien escribí por la noche, avisándole lo que les pareció a Pedro Pérez y Juan Gonzá­lez que fueron a verla. Manuel de Cairos se excusó. Por la maña­na vi en la ermita, a la hora de la misa, al indiano Francisco de Armas, natural y vecino de este Valle. Este ha llegado de La Habana en septiembre próximo; hace algunos años que estaba fuera del país, y se dice que viene adelantado en su negociación y que tiene parte en el barco en que vino, el cual siguió a Cádiz.

 

En dicho barco, y en la misma ocasión, llegó también de La Habana Ángel Figueroa, el medianero que he entrado este año en la hacienda.

 

La Saga de los Guerras en el valle

 

El Tercer Vizconde de Buen Paso

 

A pesar de la sesión en cenfiteusis   de la hacienda de los guerras en el valle de su nombre a la familia Carta la cual estaba obligada a pagar un tributo anual en reconocimiento de un dominio más o menos pleno que no se transmitía con el inmueble, algunos miembros de esta familia continuaron teniendo durante dilatado tiempo importantes extensiones de terrenos, y hacienda que habían sido constituidas en Mayorazgo según el testamento de don Domingo de la Guerra redactado por su don Lope de la Guerra y del cual Leopoldo de la Rosa publicó la siguiente cláusula: “Cláusula del testamento de don Domingo de la Guerra, redactado por su hijo don Lope de la Guerra en 1.° de agosto de 1769

 

Declaro que por muerte de mi hermano mayor, el Dr. don Fernando Josef de la Guerra , Venerable Beneficiado de la Parroquial de Nuestra Señora de los Remedios, Rector de ambas parroquias. Examinador sinodal, etc., cuyo testamento pasó ante Domingo López de Castro, en treinta de junio de mil setecientos cincuenta y seis, sucedi en el antiguo mayorazgo que fundó el maestre de campo Lope Hernández de la Guerra , natural de Santander en Vizcaya, conquistador de estas Islas y uno de los primeros regidores en esta de Tenerife, prohiviendo para siempre jamás la venta o enagenación del Valle de Guerra, por su testamento otorgado ante Antón de Vallejo, en quatro de agosto de mil quinientos doce, cuyo vinculo corroboró y formalizó su sobrino el conquistador Hernando Esteban Guerra el Viejo, mi quinto abuelo por lexitima sucesión de varón en varón, y lo traspasó y donó a su hijo Juan Guerra, regidor de esta isla, según parece por instrumento y posesión que pasó ante Juan del Castillo, escribano público, en veinte de abril de mil quinientos quarenta y quatro, la que está protocolizada en el registro de Francisco Tagle Bustamante, escribano público, año de mil setecientos veinte, y en él constan los llamamientos, y después, a pedimento del capitán Hernando Esteban Guerra, el segundo, regidor que fue de esta isla y castellano del principal, mi tercero abuelo, se expedió Real Cédula que lo confirma y da facultad para dar a tributo, la que está inserta en muchas escrituras.

 

El dicho conquistador Lope Hernández de la Guerra gravó la renta del Valle de Guerra con treinta doblas, para que un sacerdote diga ciertas misas en la parroquia de Santa Cruz (entonces era hermita de Consolación, fabricada con motivo de haver el mismo consolado y ofrecido socorros al Sr. Adelantado para continuar la conquista, como los dio y con ellos se concluyó).

 

De dichas treinta doblas toca pagar quince al mayorazgo; cinco al Sr. marqués de Villanueva del Prado, y las diez a otros que gozan haciendas en dicho Valle. Dicho Lope Hernández expresa que si el obispo u otra persona que tenga su poder dispusiere otra cosa, se gasten los quince mil mrs. en casar huérfanas; pero un Sr. obispo la hizo capellanía colativa, siendo así que ni está congrua ni fue ésta su institución. Notólo para lo que convenga. También noto que ha años que no hay capellán por haverse fomentado un litigio y competencia entre dos que ni son sacerdotes ni me creo que lo serán, por lo que nombré como patrono a mi hijo Lope; pero las presentes circunstancias dictan que no lo sea.

 

Haviendo conseguido mi venerable padre el deseo de fabricar una hermita en la hacienda de dicho Valle, dedicándola a Nuestro Padre y Patrono el Sr. San Francisco de Paula, encarga en su testamento a los sucesores en dicho mayorazgo cuiden de la conservación de dicha hermita y sus aseos, anunciándoles por medio de tan gran devoción los buenos progresos en la subseción de dicho mayorazgo; y porque aunque yo, por mis empleos y otros acaecimientos, he estado omiso en el tiempo que le he gozado en hacer y celebrar al Sr. San Francisco la fíesta que acostumbraron mi padre y hermano, en el día del Sr. San Miguel Arcángel, veinte y nueve de septiembre, hago con todo encarecimiento a mi hixo y a los demás subsesores el mismo encargo que hace mi venerable madre, anunciándole los mismos progresos.

 

Testamento otorgado por don Lope de la Guerra y Peña, con poder para ello de su padre don Domingo de la Guerra , ante Luís Antonio López de Villavicencio, en La Laguna , el 1° de agosto de 1769. De testimonio sacado en 1794.Archivo del autor. (Leopoldo de la Rosa y Olivera, 1953).

 

Tal como recoge en su Diario el criollo Juan Primo de la Guerra, de quien el tantas veces citado Leopoldo de la rosa Olivera en la introducción al Diario de Juan Primo nos ofrece unas coloridas pinceladas de este personaje. En dicho Diario Juan Primo relata algunas de sus estancias en su casa del  valle con pormenores de obras de reforma o acondicionamiento así como de las tierras de la hacienda, algunas de las cuales reproducimos por su interés etnográfico, pero antes veamos como nos describe el personaje el investigador Leopoldo de la Rosa:

 

“Juan Primo de la Guerra y del Hoyo, tercer vizconde de Buen Paso, nació en La Laguna, en la bella casa, que bien puede merecer el calificativo de palacio, dentro de la arquitectura civil colonial insular, que construyó su padre en la entonces llamada calle del Agua o de las Canales del Agua, que por ella pasaban y hoy titula­da de Nava-Grimón, el viernes 9 de junio de 1775; recibió el bau­tismo en la parroquia de los Remedios, hoy catedral de la dióce­sis tinerfeña, seis días después, y lo apadrinó su tío paterno, el memorialista don Lope Antonio de la Guerra y Peña.

Su padre, don Fernando de la Guerra , ocupaba elevada posi­ción en la sociedad criolla isleña: Coronel del Regimiento de Forasteros desde 1765, uno de los fundadores y primer censor de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, primer prior del Real Consulado Marítimo y Terrestre de Canarias y calificado de “instruido hasta la filosofía” por el historiador don José de Viera y Clavijo…,

 

Aunque doña Juana del Hoyo, la madre de don Juan Primo y doña Antonia del Hoyo, su abuela paterna, pertenecieran a la misma familia, hay que remontarse a mediados del siglo xvi para hallarles un abuelo común.

Don Fernando de la Guerra y doña Juana del Hoyo tuvieron tres hijos: doña María de los Remedios, nacida en 1764; doña Teresa, en 1769, y nuestro biografiado don Juan Primo de la Guerra. Se educó el autor del Diario en el ambiente de una familia no sólo situada en el más elevado escalón de la sociedad isleña de su tiempo, sino también destacada por su cultura. Tanto a su padre como a su tío hemos de incluirlos dentro de los componen­tes de nuestra generación de la ilustración. Su madre poseía una no común cultura, escribía con fina gracia y soltura —en lo que superaba a su hijo—, mantuvo, como hemos dicho, una tertulia literaria y asistía asiduamente a la del sexto marqués de Villa-nueva del Prado, y Teresa, su hermana, “la más sensible de nos­otros”, preferida tanto de su padre como de don Juan Primo, la acompañaba en las mismas aficiones y, como su tía, tocaba el clave.

 

La actuación en la vida pública del tercer vizconde de Buen Paso fue sumamente limitada. Cuando tenía veintidós años y Santa Cruz de Tenerife sufrió el ataque de la escuadra inglesa que man­daba el entonces vicealmirante Horacio Nelson, en la noche del 24 al 25 de julio de 1797, el comandante general don Antonio Gu­tiérrez encomendó a un grupo de unos cuarenta paisanos de La Laguna , mandados por el marqués de Villanueva del Prado y por don Juan Primo de la Guerra , que cubrieran el murallón de la caleta de la Aduana y lugares vecinos. El vizconde afirma que se hallaba bajo las órdenes del teniente coronel don Juan Guinther, comandante accidental del batallón de infantería de Canarias, cuyas fuerzas estaban destinadas, como principal elemento de choque, a entrar en fuego allí donde alguna línea flaquease. Los ingleses asaltaron, precisamente, el citado murallón de la caleta de la Aduana , y ante la notoria superioridad de los atacantes, los paisanos de La Laguna tuvieron que retirarse, y Buen Paso lo hizo hacia el castillo de San Cristóbal, para pasar luego a refor­zar las tropas situadas en el muelle, formadas por las milicias de Güímar y Garachico, después de haber retirado un cañón mal situado en la calle de San José.

Don Juan Primo de la Guerra continuó soltero, y así terminó sus días, fracasado en el amor y en su afán por salir de la isla. El 7 de junio de 1810 escribe: “De toda mi reflexión necesito para acomodarme a una situación en que, sin hallar amigo ni protec­tor, ni quién me oiga, experimento una constante denegación de cuanto intento, al mismo tiempo que me parece que la justicia me asiste.” Acababa entonces de recibir la negativa del coman­dante general don Ramón de Carvajal para ir a la Península , y más adelante, en las notas del mismo día, añade: «El estado de soltero en que mi suerte me constituye, lejos de serme repugnan­te, yo lo tomaría por elección y jamás he pensado en dejarlo...”, y continúa: «en el día en que me sea permitido dignamente salu­de aquí, me iré a Vizcaya, de donde vinieron mis abuelos (sic), y allí, sin empleo ni destino, ni haber sido atendido, expiraré gus­toso, no habiéndome desamparado el honor ni la inocencia”. Era tal su obsesión por salir de Tenerife, que en abril del mismo año 1810, cuando su madre le ruega que la acompañe a visitar sus haciendas de San Juan de la Rambla e Icod, escribe: “Me ha ins­tado para que yo vaya a tener la misma temporada en el campo, la que dice mi madre será por dos meses, pero lo cierto es que desde la conspiración que se suscitó en esta isla en julio de 1808 contra el comandante general, yo no estoy en Tenerife sino porque los superiores me han negado la licencia para salir de aquí, que no me causa placer la comunicación con gentes malignas o indolen­tes en los puntos que tocan al honor y que, cuando no puedo embarcarme, a lo menos recibo el consuelo en no separarme de la orilla del mar, esperando el momento en que me sea permitido decir el último adiós a mis débiles paisanos.”

Esta actitud, obsesiva, de no querer salir de Santa Cruz, ni aun cuando esta plaza se vio invadida de la epidemia de la fiebre amarilla, le llevaría al sepulcro en el mismo año 1810, sin haber logrado sus deseos.

Don Juan Primo de la Guerra , a los pocos meses de1 la muerte de su padre, ocurrida el 20 de diciembre de 1799 —y cada vez con más frecuencia—, pasaba la mayor parte del año en su hacienda del Valle de Guerra, cuya vivienda y capilla reedificó; cuidaba de los cultivos y de la plantación de frutales, y el vicecónsul de Fran­cia, Gros, aficionado a la Botánica , le hacía la crítica de lo rutina­rio y deficiente de los cultivos en la isla, al tiempo que se dedicaba a la lectura. Era la vida típica de un doctrinario de la ilustra­ción, de la que lo apartarían primero su pasión por doña Vicenta Cagigal y más tarde los acontecimientos de 1808.

Don Juan Primo de Guerra refiere, en 1810, los alborotos ocu­rridos en La Orotava y en Fuerteventura, así como la negativa de la isla de Gran Canaria de admitir de nuevo en el gobierno de las armas al coronel Verdugo. Da noticia de la llegada de diversas personas que huían de la Península ante el avance de los france­ses, y en octubre comienza a anotar las muertes de amigos y co­nocidos, entre ellos la de su compañero de Paso Alto don Pascual de Castro y de dos hijos del comandante general Carvajal. No piensa al principio que se deba a una epidemia, hasta que el mal se extiende en forma alarmante y produce cientos de víctimas. Pero no se le ocurre abandonar Santa Cruz.

 

La última anotación de su Diario es del 4 de noviembre de 1810, y en ella da cuenta de la llegada a Santa Cruz de la viuda de don Pedro Quiroga, su también compañero de arresto, y hace constar lo sensible que le era la pérdida del amigo. Seguramente inmedia­tamente después cayó víctima de la terrible epidemia, para dejar de existir el 10 del mismo mes y ser enterrado en el recién inau­gurado cementerio de San Rafael y San Roque. En los días in­mediatos morirían también de la fiebre amarilla, entre otros mu­chos, su gran amigo don Pedro Forstall, el coronel don José Ver­dugo, el general Armiaga y el travieso papelista Romero de Mi­randa.

 

 

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Continará ---»

 

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Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (V)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (IV)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (III)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (II)

Menceyato de Tegueste - Valle de Guerra (I)