UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 1791-1800
CAPÍTULO
(I)
-IX-
Guayre
Adarguma *
Viene
de la entrega anterior
Los
cañones de la batería del muelle, que habían sido desclavados por el teniente
Don Francisco Grandi- según una versión, otra dice que fueron los franceses-
destacaron por su precisión. Este artillero auxiliado por el condestable Don
Manuel Troncos, en pocos minutos consiguen echar a pique dos de las lanchas de
los asaltantes; el castillo de San Cristóbal hizo zozobrar a otra, como el
fuego de la artillería sobre las lanchas era intenso y continuado, éstas se
vieron obligadas a retornar al abrigo de la escuadra.
Al
tener conocimiento el jefe de los invasores Toubridge, del fallido intento por
parte de la flota de aportar los tan necesarios refuerzos en tropas y
suministros, y al no poder mantener
las posiciones con una tropa cansada más que por los enfrentamientos con el
enemigo, por los avatares sufridos en el desembarco, decidió replantearse la
situación llegando a la conclusión de que debía parlamentar de nuevo con el
comandante general
Por
tercera vez remite al fuerte de San Cristóbal una embajada formada por el
superior Fray Carlos de Lugo y el
maestro Juan de Iriarte, ambos del convento de la Consolación, estos religiosos
acompañados por un oficial inglés, posiblemente el capitán Samuel Hood, quien
impuesto por su jefe de las condiciones que debía ofertar a la plana mayor de
la plaza, se presentó en el castillo insistiendo en las anteriores pretensiones
de la entrega del navío de filipinas y de las arcas reales existentes en el
puerto y en la capital, (La Laguna) con lo cual darían los ingleses por
finalizada la contienda, de lo contrario no responderían de las consecuencias.
Escuchada la propuesta por la plana mayor, el general Gutiérrez dio la misma
repuesta que la vez anterior, con lo cual el oficial inglés se volvió a Santo
Domingo, sin los dos frailes, pues éstos a pesar de que habían ofrecido
voluntariamente como mediadores, prefirieron quedarse al resguardo del castillo
antes que regresar con la comunidad de la que eran responsables
Cuando
el parlamentario llegó al convento, la lucha se reanudó pero ya con menor
resistencia por parte de los ingleses, pues había aumentado el número de los
milicianos con algunas partidas que habían estado “perdidas” hasta
entonces, en este enfrentamiento cayó muerto de un balazo en el pecho el
subteniente Don Rafael Hernández Bignoni.
La
situación se hacía por momento insostenible para las fuerzas británicas
lo que motivó en el ánimo de los invasores el negociar una capitulación
honrosa, a este fin se comisionó a Samuel Hood para que gestionara la misma
ante la plana mayor. Convenidos los términos en que Hood debía exponer las
bases para el armisticio, éste desplegó bandera blanca y, acompañado de unos
milicianos que le cedió el teniente coronel Guinther, marchó al cuartel
general de la plaza, en su recorrido al castillo de San Cristóbal, se encontró
(casualmente) con el teniente de rey, con el mayor de la plaza y con el coronel
Creag. “Enterados” éstos de la misión de Hood le vendaron los ojos,
y todos juntos, a tambor batiente entraron por el rastrillo en el castillo
principal.
Reunida
la plana mayor y el capitán, trataron durante largo tiempo sobre las
condiciones deseadas para poner fin a la beligerancia. Hood intentó por última
vez imponer la tesis de la rendición de la plaza, pero con menos arrogancia que
en las ocasiones anteriores. Después de una seria y prolongada discusión,
ambas partes llegaron a un acuerdo para el cese de las hostilidades plasmado en
el acuerdo siguiente: “Santa Cruz, 25 de Julio de 1797. Las tropas de S.M.
Británica serán embarcadas con todas sus armas y llevarán sus botes, si se
han salvado, franqueándoles los demás necesarios; en esta consideración se
obligan por su parte a no molestar el pueblo los navíos de la escuadra británica
que están delante de él ni a ninguna de las Islas Canarias, y los prisioneros
se devolverán de ambas partes. Dado bajo mi firma y sobre mi palabra de honor.
Samuel Hood. Ratificado por T.
Troubridge, comandante de las tropas británicas. Don Antonio Gutiérrez,
comandante general de las Islas Canarias
Con
tan satisfactorio arreglo se dio por concluido el conflicto, saliendo las tropas
inglesas del convento de Santo Domingo con armas y bagajes en número de
seiscientos setenta y cinco hombres. La columna entró en la plaza principal
correctamente formada con banderas desplegadas y tambor batiente. A ambos lados
de la plaza, las tropas Canarias debidamente formadas, presentaban armas a la
columna inglesa que se retiraba hacía el muelle para su reembarque, dándose así
por terminadas las hostilidades.
Las
secuelas dejadas en los actores Canarios del drama fueron de lo más variopinta,
desde el mismo momento en que éste concluyó y hasta algunos meses después,
hizo aflorar en la sociedad de Tenerife, todas las miserias humanas de que
estaba revestida y, algún que otro, acto de grandeza.
Una
de las cuestiones que más polémica suscitó giró en torno a la controvertida
actuación del general Gutiérrez durante el conflicto, y la de algunos de sus
subordinados. Los historiadores que se han ocupado del tema, no se han puesto de
acuerdo sobre la actitud mostrada ante el enemigo por estos personajes durante
los combates, algunos de los autores mantienen una postura empecinada en
mostrarnos a un general súper héroe salvador de la patria Canaria (de una
segunda invasión, en este caso inglesa), y de noble y alto pedigrí castellano,
para otros, fue una persona de buen talante, aunque irresoluta, incapaz e
incluso cobarde ante el enemigo. Quien fuera su jefe en la toma de las Malvinas
don Juan Ignacio de Madariaga nos da la siguiente semblanza de don Antonio Gutiérrez:
“Es hombre temible porque aparenta bondad,
ingenuidad y hombría de bien, y en la trastienda es todo lo contrario”.
Nosotros
no entramos en estas polémicas, nos limitaremos a exponer los planteamientos de
los diferentes autores, y que sea el posible lector quien saque sus propias
conclusiones.
Don
José Díaz-llano Guigou, en un artículo en otra parte mencionado nos relata la
visión personal de un testigo de los hechos acaecidos en Santa Cruz, durante el
asalto a la plaza. La información que nos aporta este autor, está extraída de
una carta autógrafa que el ciudadano Santacrucero
Don Pedro Forstall, remite a un primo suyo residente en la isla de Gran Canaria.
Este documento, inédito hasta su publicación por Sr. Días-llano en un periódico
local, nos ofrece una serie de datos del máximo interés sobre algunos de
personajes que participaron en la llamada gesta del 25 de Julio.
Lamentamos
profundamente el que, el autor omita deliberadamente, los nombres de algunas
personas que según se desprende del contexto, no tuvieron una actuación muy
honrosa durante el asalto a la ciudad. Aunque respetamos los motivos que hayan
inducido al Sr. Díaz-llano -al que estimamos y respetamos profundamente- a
silenciar los nombres de éstos sujetos, deploramos el que nos haya
proporcionado un documento de alguna manera “mutilado” restándole así
parte de la importancia histórica que indudablemente tiene.
Para
una mejor inteligencia del lector entresacamos algunos párrafos de la
trascripción que de dicho documento nos ofrece el autor: “...La carta está
datada en “Santa Cruz, Agosto. 23 de
“
Repcibida 13 septiembre
“Querido
primo: Con las de vuestra merced de 4 y 18 del corriente me entregó Domingo
Marrero los cinco reales de plata de las tixeras”.
Continua
comentándole temas propios de sus negocios y ocupaciones, pasando luego a
decirle: “Veo las dudas que a vuestra merced le ocurren sobre lo acaecido
en la función con los ingleses, y aunque en parte se habrán aclarado con las
varias relaciones que posteriormente se habrán remitido a esa Ysla, diré lo
que e podido comprender por informes de sujetos de verdad y de toda formalidad
porque no de todos se puede fíar, y muchos o por no entenderlo exageran las
cosas o lo hacen para alabarse de lo que no han executado. Espero que lo que
escribo quedará reservado”.
“...La
noche del 24 al 25, habría en la plaza, según me ha dicho el sargento mayor (suponemos
que se refiere al teniente-coronel Don Marcelino Prat, que ocupaba por aquel
entonces dicho cargo. N. de A.) que llevó el detalle de
Seguidamente
describe cómo estaban distribuidos los hombres de la defensa y número de ellos
en los diferentes lugares donde estaban apostados, para luego añadir de qué
manera realizaron las tropas inglesas el desembarco, descripción de bastante
interés, por diferir en parte de las versiones oficiales que son las que se
conocen: “La idea era, en los ingleses, acometer por los dos lados del
castillo principal y escalarlo, al paso que otra partida se debía dirigir a la
plaza de la Pila, y tomar la casa del general que cryan en ella: al muelle no
abordaron las lanchas que venían a él a excepción de una sóla, pues aunque
esta circunstancia se niega, la percibió claramente Patricio Forstall que vió
todo del balcón de mi casa, y otras cuatros vinieron a la playa entre San
Pedro y el castillo porque el fuego del primero no las dexo parar en las
escaleras: una lancha se metió por la caleta y boquete de la Aduana, cuya
tripulación fue la única que se dirigió al rastrillo de donde la alejo el
fuego vivísimo que hizo Lugo en la puerta y aspilleras del muro bajo que hay en
donde antes estaba la estacada; las demás lanchas fueron unas al barranco de
Santo Domingo, y otras más debajo de la Iglesia” Relata la huida de las
tropas del muelle: añadiendo: “.todos fusileros y rozaderas huyeron
quedando abandonado Lara que mandaba estas últimas cuando le hirieron...”.
Habla del fuego cruzado de un cañón apostado en San Pedro y de otro de la
esquina del castillo, añadiendo: “...También ayudó mucho un cañón en
el flanco del castillo que barría toda la entrada del muelle y playa hasta San
Pedro, y cuya tronera se abrió por insinuación de don Francisco Grandi (aquí
hay una contradicción con lo que escribe el propio gobernador del castillo:
“...D. Josef Monteverde había mandado colocar aquella misma noche en una
nueva tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección a la
inmediata playa...”, artillero provincial, que dirigió el fuego con mucha
víveza y acierto. Se da por disculpa del retiro de las tropas del
muelle que los cañonazos de metralla de San Pedro cayan sobre nuestra gente, y
que el oficial que mandaba la artillería en su cabeza, cuando vio subir la
gente de la lancha, que atracó en las escaleras, salió gritando que los
ingleses eran dueños de los cañones, lo que hizo temer los volvieran contra la
entrada...Los oficiales de estas milicias (que yo vi salir huyendo) fueron los
que derramaron por el pueblo la voz de la muerte del general, toma del castillo,
ecétera...”
Sigue
exponiendo la lucha sostenida cuando el desembarco inglés por el barranco de la
iglesia y el de las otras lanchas por el barranco de Santo Domingo...hasta que:
“En
la madrugada, cuando se divulgó la voz de estar los enemigos acorralados en
Santo Domingo, sin municiones y pidiendo capitulación se presentaron muchos, y
cuentan ahora hazañas, pero no engañan porque todos saben en donde estuvieron
y cuando vinieron. El xefe y Compañías de La Cuesta se presentaron cuando las
tropas nuestras estában formadas en la Plaza de la Pila para que desfilasen los
ingleses
Relata
los nombres de algunos oficiales fugitivos, que aquí y ahora vamos a omitir
copiando lo que dice ese párrafo:
“Aunque
los fugitivos no tienen disculpa porque dieron exemplo a sus soldados de huir
sin esperar el peligro, no por eso se debe vituperar (a) los naturales, Román
Lara y Jorva los son, lo era el Teniente Coronel Castro; los artilleros
oficiales y soldados los más son de aquí y Grandi, que no es estrangero fue el
que hizo algo de provecho con Eduardo en el castillo principal”.
Y finalmente
entramos en el último párrafo aparte, que antecede al que despide la carta,
que es precisamente en el que el señor Forstall vierte su opinión
sobre el comportamiento del general Gutiérrez en la noche del 24 al 25
de Julio de 1797: “Lo cierto es que, a juicio inteligente, todo lo debemos
a la artillería, lo demás vino por sus pasos contados por que la tropa enemiga
estaba atolondrada, sin municiones y
sin recursos. Aún así crea vuestra merced lo que dixe en mi anterior, hubo un
mal momento a la primera intimación, y aún a la segunda, y sólo debimos
nuestra conservación a dos oficiales de entereza que son Marqueli, y Siera,
Teniente de la partida de Cuba, especialmente a este último que llegando de
fuera con prisioneros habló al general con vigor (y aún con expresiones
soldadescas) y le impuso del estado verdadero de las cosas. Ahora se dice todo
lo contrario por los que entonces se inclinaban a rendirse, pero tiene cuenta
hacerlo así. En el general más bien se notaba, porque en aquélla noche dio
bastantes pruebas de intrepidez, aún en términos reprensibles para un xefe
Como
se puede apreciar, el documento aportado por el señor Díaz-llano, viene a
esclarecer una serie de incógnitas sobre el comportamiento observado durante
los sucesos acaecidos en la madrugada del 24 al 25 de Julio, por algunos
individuos que, tanto los cronistas oficiales como los oficialistas, se empeñan
en presentarnos como salvadores de la Patria. En el transcurso de éstas páginas
se irán analizando (en lo viable)
el proceder que determinadas
personas tuvieron ante situaciones
críticas durante el ataque.
Uno
de los personajes más cuestionado, fue el teniente de rey, coronel Don Manuel
de Salcedo, a quien se le atribuía haberse
encerrado en los sótanos del castillo durante la contienda. (Ver anexo
documental, doc. Nº 1)
En
la propuesta que Gutiérrez eleva al
ministro de la guerra en solicitud de recompensas, con fecha 3 de Agosto de
1797, inicia la lista solicitando para el teniente de rey Salcedo, el grado de
Brigadier y el mismo grado solicita para Don Luis Marquelli, ingeniero en jefe y
para el comandante del real cuerpo de artillería Don Marcelo Estranio.
En
escrito de fecha 8 de Octubre, el ministro de la guerra Álvarez, responde al
general y le manifiesta que <<... No
conviene acceder a una casi general promoción como la que V.E. propone, y
deseando S.M. abolir en parte el inconsiderado exceso con que hasta ahora se han
propuesto para graduaciones del exercito de que ha resultado el grave perjuicio
que se toca prácticamente que fuera los casos prevenidos en los artículos 17
18 del tra.º 2.º tit.º 17 de la ordenanza, e ínterin no se justifique con
arreglo a ellos el merito señalado, es más conveniente aún a los mismos
interesados darles una pensión
en lugar de un grado>>.
En
este mismo escrito el rey concede al coronel Creag una pensión anual de tres
mil reales de vellón, sobre la encomienda del Esparragal en la Orden militar de
Alcántara, vacante por la muerte del Marqués de Casa Cagigal – de triste
memoria en Canarias – y al teniente Siera se le conceden 2.500. en cuanto a
los demás propuestos para recompensa el ministro indica que,
<<reservándose su S.M.
providenciar acerca de los demás en lo sucesivo, instruido que sea de los que
hayan hecho algun mérito particular y distinguido...>>
Como
se desprende de la repuesta del ministro de la guerra, los méritos de algunos
los militares propuestos para recompensas no estaban suficientemente
justificados, y en todo caso, la propuesta de ascenso para el coronel Salcedo,
no fue considerada.
Por
otra parte, la única salida del fuerte realizada por el coronel Salcedo, y que
está documentada, fue la realizada en compañía del mayor de la plaza y del
coronel Creag, para recibir en el barranquillo del Aceite, al capitán inglés
Samuel Hood, cuando se dirigía a la fortaleza para pactar el armisticio. Es
encomiable el esfuerzo desarrollado por el historiador don Antonio Romeu, en su
empeño por presentarnos al teniente de rey
Salcedo en las acciones de las Carnicerías y barranco de Santos, (donde
además le atribuye la captura de prisioneros), e incluso en los preparativos de
asalto al convento de Santo Domingo, información obtenida de las cartas
que, en su descargo, éste remite al ministro de la guerra Sr. Álvares,
cartas que fueron escritas tiempo después de que sucedieran los hechos, y que
por otra parte, se limitan a dos, que pudo recabar de sus amigos y compañeros
sin que, para este fin, obtuviera otras del resto de los jefes y oficiales de la
guarnición. Es significativo el hecho de que, el coronel Salcedo no recabara el
informe sobre su conducta durante los enfrentamientos con los ingleses, a su
jefe inmediato el general Gutiérrez, a pesar de que éste le había propuesto
para un ascenso en la relación remitida al ministro de la guerra en solicitud
de recompensas.
Es
evidente que la llegada de la escuadra inglesa a las costas de la isla debió
coincidir con algún tipo de epidemia ligera pero bastante vírica, a juzgar por
la cantidad de individuos de la aristocracia y oligarquía isleña, que en un
corto periodo de tiempo se vieron afectados por un extraño virus que les
mantuvo enfermos y alejados de la vida pública hasta que se produjo la retirada
de la flota Británica.
Uno
de los afectados por este extraño mal, fue el corregidor don José de Castilla,
quien por razón de su empleo debía ser uno de los individuos clave en la
preparación de la defensa de la isla. Por esta razón el comandante general
Gutiérrez, con fecha 22 de Julio, le remite una Orden redactada en los términos
siguientes:
“Estando
entendido que se halla Vm. Situado en la inmediaciones de Gracia con la gente de
armas tomar, Art.ª camp.º y
Carretas, y conviniendo al Seg.do desembarco del Enem.go que debemos recelar,
execute en esta noche, y siendo para la gente que existe en esta Plaza para la
defensa conbiene al mejor servicio del Rey que dejando las piezas de campaña
con la gente que juzgue precisa para la defensa y conducción entregada al
Oficial Com.te del Dest.º de la Cuesta, baje Vm. Sin la menor perdida de tiempo
con el resto de la gente, Carretas y bagajes si los hubiera,”
No
dudando Gutiérrez de los estragos que la epidemia estaba produciendo en la
capital (La Laguna), apremia al corregidor con la siguiente nota:
“P.D.
No pierda un momento en bajar con la gente a esta plaza pues sgn. Hago
creencia del En.º devemos recelar intente el desembarco en esta propia
noche.”
Don José de Castilla, debió notar en su persona los síntomas epidémicos
y contestó al oficio del general con este otro:
“Exmo.
Señor
La
gente conqe me hallo son solo veynte, y dos honvres, pues todo el resto de la
Jente marchó con el Ten.te Coro.l Creac, ya ve V. Exa., q.e ni aun para el
manexo, o servicio de los seis cañones tengo Jente, y aunq.e
y quisiera conducirlos a la Cuesta estan la Cureñas en tan mala
disposición, q.e solo de trarlas en este corto trecho se rompieron dos.
Si
yo falto de aquí ni avra q.n de las Ordenes ni quien las obedezca, en fin yo
estoy pronto a hallarme en el mayor riesgo.
Dios
gue. a V. Ex.a m.s as
Exmo.
Señor
D.n
Josef de Castilla”
Los
mencionados síntomas se agravaron en la persona del corregidor, hasta el punto
que el día 23 de Julio, presenta un escrito en el Cabildo pidiendo ser
reemplazado en su misión de estar en el puesto de la cuesta al frente de la
gente y de cuatro cañones, por encontrarse enfermo, en su lugar, el Cabildo
designa a don Melchor Prieto del Hoyo (ver documento anexo nº 5)
Afortunadamente
para él, la enfermedad del corregidor debió ser bastante leve, pues el día
25, se encontraba debidamente uniformado, con las tropas Canarias formadas en la
Plaza Principal para ver marchar a los ingleses
El
coronel del regimiento de las milicias de la Orotava don Antonio Francisco
Salazar de Frias, en un oficio en respuesta a una orden del general Gutiérrez
que le solicita el envío de tropas de dicho regimiento, después de expresarle
el número y situación de las mismas que desplaza a Santa Cruz, le comenta: “No
debo ocultar a V.E. la complacencia que me ha causado ver la puntualidad y buena
voluntad con que dichos oficiales nombrados han recibido esta orden, sin que
haya habido ninguno que me haya acordado de sus achaques, no obtante que me son
notorios.” Continua el escrito expresando al general la buena disposición
de la nobleza de la Orotava y gente viable así como del clero, “esmerándose
todos a porfia a ofrecer sus personas y haberes para defensa de la Patria”
aprovecha Salazar la coyuntura para interceder por su hijo Antonio “ Aunque
mi hijo don Antonio Salazar se halla arrestado en esta Villa de orden de
V.E., he considerado que en un acaecimiento como este podría habilitarlo
para hacer un servicio de tanta importancia
El
marqués de la Fuente de Las Palmas, que como se ha dicho fue uno de los
primeros en acudir al cerro de Paso Alto, para defender aquellos lugares, sufrió
una caída del caballo, y como consecuencia de las magulladuras sufridas estuvo
durante varios días fuera de servicio
Otro
de los oficiales, destinado en el fuerte de Paso Alto, don Ventura Salazar,
sufrió un ataque de añoranza y afectado por este sentimiento, decidió dar las
espaldas al enemigo y desplazarse a sus dominios, a su paso por La Laguna
difundió la noticia de que la plaza había sido tomada por los ingleses y de
que el general había muerto.
Cumplido
este patriótico cometido, el Sr. Salazar puso rumbo esa misma noche a su
residencia de El Sauzal, no sin antes manifestar a quien quiso oírle que
<<él no había nacido para espadachín>>, explicación por
lo demás superflua. En unos versos titulados “sueños de La Laguna”. Año
1811; y que son atribuidos a quien fue el primer Alcalde Real de Santa Cruz, en
una de sus estrofas dice:
Y
uno que llaman conde huyó el primero como acostumbra en todo
lance fiero
Otro
de los afectados por el virus fue el subteniente de milicias Don Pedro Spou,
quien estando de guardia en el cuartel del Hospicio “se separó”, según el
parte de situación enviado por Guinther al general Gutiérrez con fecha 27 de
Julio
También
se vio obligado a retirase por indisposición el sargento 2º Don Miguel Buysan,
que estuvo retén en las alturas de
Paso Alto.
Para
algún Patricio, las incomodidades que suponía el viaje desde su lugar de
residencia hasta la plaza de Santa Cruz, pesaba más que sus deseos de servicio.
En esta tesitura se encontró el coronel Franchy, quien habiendo recibido el día
23 órdenes del general para que se desplazara con sus fuerzas a la plaza. El
coronel se puso en marcha, y el
Ante
la nueva situación, Franchy decidió regresar a su palacio de Vilaflor
(Chasna), desde donde comunicó a su excelencia un parte fechado en dicho pueblo
el día 26. (documento anexo nº. 6)
Entre
los múltiples biógrafos que en las dos últimas décadas se han dedicado al
estudio de la figura del general Don Antonio Gutiérrez González, y de los
acontecimientos del 25 de Julio, destaca por su personal visión del personaje y
de algunos de los hechos que tuvieron lugar, don Julio Pérez Ortega, quien en
su libro El Ataque Naval de los
Holandeses a Las Palmas y la Gomera y el General Gutiérrez en la Defensa de
Tenerife frente a los ingleses de Nelson, nos ofrece en el mismo una
novela-ficción en lugar de un estudio histórico tal como el largo titulo del
libro sugiere.
Después
de exponer su visión de los acontecimientos europeos anteriores a la intentona
de Nelson, don julio entra en materia en la página 72 y siguientes, con los
siguientes párrafos: <<El primer aviso lo
tuvo Gutiérrez en la noche del 18 de abril, cuando el marino inglés Bowen, en
un audaz golpe de mano, capturó una fragata española en el mismo puerto de
Santa Cruz. Pocas noches después el astuto Bowen repitió la suerte, asaltando
y llevándose los 145 tripulantes del bergantín francés que después soltaría>>.
Creemos
que el autor se refiere a la fragata de la Real Compañía de Filipinas Príncipe
Fernando - de la que ya hemos hablado-que procedente de la isla de Francia o
Mauricio iba destinada a Cádiz, venía a las ordenes del capitán Don Juan
Ignacio de Odria, y con un cargamento valorado en seiscientos mil pesos. Esta
fragata se encontraba refugiada en el puerto desde el 26 de Enero.
Cuando
el Sr.Pérez Ortega afirma que pocos días después Bowen repetía la acción
<<asaltando y llevándose los 145 tripulantes del Bergantín francés>>,
suponemos que esta tratando del apresamiento de la fragata de la república
francesa la Mutine, comandada por el capitán Pomies,
la cual fue abordada y capturada en la madrugada del 29 por un grupo de
ocho lanchas inglesas pertenecientes a una flotilla británica compuesta de dos
navíos la Minerva de 44 cañones, y la Lively, de 38. Esta
flotilla venía al mando del capitán Benjamín Hallowell. Debemos hacer notar
que entre Bergantín como señala el autor y corbeta, existen
notables diferencias, tanto en porte como en armamento. En cuanto a los <<145
tripulantes capturado,>> entendemos que se refiere al apresamiento de
la fragata, cuya tripulación además, en su mayor parte estaba en tierra en el
momento del abordaje. Los prisioneros franceses fueron puestos en libertad
posteriormente, exceptuando al contramaestre, quien logrando evadirse llegó a
nado a la marina.
---» Continua en la entrega siuiente.
Entregas anteriores:
*
Guayre
Adarguma Anez Ram n Yghasen.
http://elcanario.net/Benchomo/efemeridescanarias358.htm;
anterior:
cambiar
el número 358
por el 357.]