EFEMERIDES CANARIAS

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1791-1800

CAPÍTULO (I) -VIII-

 

Guayre Adarguma *

 ---» Viene de la entrega anterior

    Al tener conocimiento  el general Gutiérrez, por medio de un parte remitido por el marqués de la Fuente de las Palmas, de la sospecha de que los ingleses tenían intención de internarse  hacía La Laguna, por la zona denominada  Sardina (¿Jardina?), Ordenó al teniente coronel Don Juan Creagh, capitán del batallón de infantería, subiese a La Laguna con una partida de 30 hombres de su cuerpo, y reforzándose con milicianos y prácticos del país rodeando por las cumbres viniese a posesionarse de la montaña a cuyo píe permanecía el enemigo; Creagh auxiliado por el teniente Siera, del batallón de Cuba, y al mando de 30 milicianos más 50 rozadores recogidos a su paso por La Laguna, y asistido de los tenientes Don Nicolás Hernández y Don Nicolás Quintín García, a estas fuerzas se les unió un contingente de más de 500 paisanos al frente de los cuales venía el alcalde de Taganana.

    A llegar Don Juan Creagh y sus tropas a las posiciones indicadas por el mando, descubrió que los ingleses estaban formados en 5 divisiones, no decidiéndose a atacarles pues según expone en el parte  enviado al general Gutiérrez, “solo dispongo de 30 soldados y 50 Cazadores (que) guardan los Desfiladeros ...)”. Los ingleses aprovecharon la noche del 22 al 23 para reembarcar las tropas, con tal orden y sigilo que, los defensores del risco creyeron que se trataba de una añagaza del enemigo, y así lo manifiesta el teniente coronel Chirino en un parte enviado al general Gutiérrez en la mañana del día 23 redactado en los siguientes términos: “A estas horas que son las cinco y 30 minutos no advierto novedad alguna, ni menos la han notado las Partidas de descubierta que he enviado a reconocer las avenidas: Anoche a las oraciones vinieron las Lanchas en busca de la jente y luego se bolvieron a bordo: creo ha sido apariencia dho dicho embarco pues a mas de haber  notado el pronto regreso de las Lanchas a bordo se advirtio q.e otras Lanchas conducían  poca tropa: hoy solo existen fondeadas las tres fragatas Balandra y Bombarda en el mismo parage que ayer y las Lanchas a su lado: hasta ahora no ocurre mas novedad: Expreso que S.E. se sirva remitirme una lona o bela para precavernos del Sol que en este sitio se deja caer muy bien”

Julio 23 de 1.797.

    A la vista de este parte y otro similar remitido por teniente coronel de milicias Creagh, el general Comandante de la plaza ordenó a ambos jefes que regresaran a las líneas del centro con sus tropas, dejando una partida de 30 hombres de retén y para que llevaran a cabo algunas descubiertas en busca de una supuesta partida de 20 ingleses que se habían quedado rezagados. Esta partida quedó al mando de Don Felix Uriondo, que poco después fue reforzada por una partida de 120 rozadores que mandaba el capitán del mismo batallón Don Santiago Madan

     En el transcurso de los acontecimientos narrados, las milicias Canarias no sufrieron bajas excepto la del jefe Don Domingo Chirino quien sufrió una caída del caballo que le tuvo incapacitado para el servicio durante varios días.

      En este primer encuentro con los ingleses, quedo bien patente la descoordinación existente entre las diferentes partidas que tomaron parte en el mismo, por una parte los jefes de cada compañía, partida o pelotón, comunicaban las incidencias ocurridas en el lugar donde estaban apostados, directamente al capitán general despreciando olímpicamente la escala de mandos, en un claro afán de protagonismo personal, donde cada jefe o oficial actuaba como en reinos de taifas. Esta actitud era tolerada cuando no fomentada por el propio general Gutiérrez, pues teniendo en cuenta la desmedida afición de éste a emitir continuamente órdenes y partes, hasta nosotros no ha llegado escrito alguno, en el que este jefe conmine a los oficiales a seguir los causes reglamentarios en los comunicados de incidencias, esta permisividad, pudo haber costado la pérdida de la plaza de Santa Cruz como veremos durante el desarrollo del ataque llevado a cabo por los ingleses durante la madrugada del 24 al 25.

     Reembarcadas las tropas inglesas, la escuadra inicio una maniobra de distracción poniendo rumbo hacía el Sur, sin alejarse demasiado de la costa, con la intención de hacer creer a los defensores que intentaban desembarcar por las costas de Güímar o Abona, ante esta posibilidad se tomaron las medidas oportunas destacando a los lugares amenazados Guadamojete, (Barranco Hondo) Candelaria,  Güímar, Adeje y Granadilla, tropas del batallón de Canarias y de las milicias, poniéndose en estado de alerta los surgideros, desembarcaderos y puertos del resto de la isla en que fuese factible un intento de desembarco. Mientras tanto no se descuidaba la defensa de la plaza y se daba órdenes al comandante accidental del batallón de infantería de Canarias Don Juan Guinther, para que concentradas estas fuerzas estuviesen dispuestas, como principal fuerza de choque, allí donde la línea flaquease para entrar inmediatamente en fuego

   Con la primera claridad de la mañana del día 24 que los buques maniobraban para ganar barlovento mostrando así las verdaderas intenciones del contralmirante Nelson.

      El vigía de Anaga dio aviso del avistamiento de tres navíos por el norte y dos de guerra por el sur pero debió haber error en la comunicación ya que sólo apareció por el norte el navío inglés Leander de 50 cañones, el cual se unió al resto de la flota. A las seis de la tarde anclaron todos los buques de la armada en el mismo lugar en   que lo habían hecho las fragatas el día 22 dando la impresión de que intentaban atacar la fortaleza de Paso Alto, al anochecer se aproximaron a este castillo una fragata y la obusera, ésta abrió fuego disparando 43 bombas, de las cuales solamente una dio en el blanco destruyendo una reserva de paja, sin causar daños mayores en el recinto, éste respondió poniendo en acción sus cañones, dirigidos por el capitán de artillería don Vicente Rosique; al tiempo que el subteniente don Juan del Castillo al mando de 16 hombres llevaba a cabo una descubierta por la playa próxima de Valle Seco donde apresaron a un  marino irlandés del cúter. Fox  quien había abandonado el barco con ánimo de desertar.

    La noche se preveía que sería larga y tensa, del movimiento de los navíos se desprendía que el asalto a la plaza sería inmediato. En la bahía se mecían inquietas y agitadas por las olas dos naves, una era la fragata de la compañía de Filipinas “San José” más conocida como la Princesa, y el correo español Reina María Luisa, que en viaje a América había hecho escala en Santa Cruz para dejar correspondencia y repostar, viéndose sorprendida por los sucesos de  Julio de 1797

EL ATAQUE A LA PLAZA DE SANTA CRUZ DE TENERIFE

    A las dos de la madrugada del 24 al 25 y al grito de  ¡hurra! Las tropas inglesas inician el asalto a la plaza de Santa Cruz. Una escuadra compuesta de treinta lanchas, el cúter Fox y una balandra del país, apresada el día anterior, inician el acercamiento al muelle de Santa Cruz. Estas fuerzas repartidas en seis divisiones, estaban bajo el mando de los capitanes Troubridge, Hood, Thompson, Miller, Waller, el mando de la sexta escuadrilla la reservó para sí el vicealmirante Nelson.

     El bote del  vicealmirante iba ocupado  por éste y por los capitanes Bowen, Freemanle y  el cadete Nisbet, éste último hijastro de Nelson.

     Las órdenes dadas por  el jefe de la flota señalaban como objetivo para todas las lanchas el muelle de Santa Cruz, el cúter y la balandra debían hacer el desembarco en la playa inmediata. Estaba previsto que, una vez en tierra todas las fuerzas británicas debían reunirse en la plaza de la Pila (hoy de La Candelaria) y formar en orden de batalla hasta conocer la reacción del enemigo.

    A las dos  y quince horas A.M. del día 25, la fragata Reina María Luisa fondeada en la bahía y la más próxima a la flota inglesa  da la primera señal de alarma siendo secundada por el resto de los buques surtos en el puerto, abriendo fuego acto seguido los fuertes de Paso Alto el de San Cristóbal y las baterías de la línea defensiva.

 

    En medio de un intenso cañoneo por parte de los fuertes, las lanchas bogaban sin descanso hacía su objetivo, pero la fuerte resaca rompió la formación y les hizo derivar al medio día. Sólo cuatro o cinco botes de la división mandada por el vicealmirante, y uno en que iba el capitán Thompson, pudieron llegar al muelle, Troubridge con alguna de su gente pudo desembarcar en la caleta; Waller, con dos o tres lanchas lo hizo por el barranquillo del aceite o cagalacehite (hoy calle de Imeldo Seris), y Hood y Miller, con el resto de los botes que lograron sortear el intenso de fuego de las baterías, tomaron tierra por la playa de las carnicerías y el barranco de Santos (barranco de Añaza). La suerte que corrieron las diferentes partidas fue diversa: La mandada por el capitán Thomson, muy mermada, consiguió desembarcar en el muelle, siendo el primero que tomó tierra. A las dos primeras lanchas que atracaron por esta parte siguió una tercera y a ésta otra, que era la ocupada por Nelson, Bowen, Freemanle y Josiah Nisbet hijastro de Nelson. Bowen y Freemanle saltaron al muelle y al ir a hacerlo el vicealmirante, que en su mano derecha blandía la espada, recuerdo de su tío Suckling, un casco de metralla le destrozó el antebrazo derecho a la altura del codo. Nelson yacía en el fondo del bote mientras su hijastro Josiah Nisbet, quien dando pruebas de una extraordinaria serenidad trataba de cortar la abundante hemorragia producida por la herida cosiendo las arterias, y con gran presencia de animo, colocó a Nelson  cuidadosamente en el fondo de la lancha; cubriéndole el brazo con el bicornio del contralmirante, para evitarle la impresión que el brote continuo de la sangre pudiera producirle en su animo, con tiras de su pañuelo se dedicó durante largo rato a ligar las venas del herido. El marinero Lowel desgarró su camisa y con ella improvisaron un vendaje, y de esta manera se salvó Nelson de una muerte segura gracias a los cuidados del cadete Nisbet. En reconocimiento de este echo, Nelson en el futuro no dejó de agradecerlo y reconocerlo recomendado a su hijastro en cuantas oportunidades se le presentaban, consiguiendo para éste él titulo de capitán, promoviéndolo el almirantazgo inglés al mando de un buque hospital cuando apenas había cumplido 17 años.

 

    Ante la gravedad de la herida sufrida por el jefe de la escuadra, deciden regresar al Theseus. Dadas las ordenes para el regreso a la flota, la lancha que conducía al contralmirante pasaba cerca de los despojos del cúter Fox, donde un grupo de heridos luchaba por mantenerse a flote entre enormes columnas de agua que levantaban al chocar con la misma, la ingente cantidad de bombas que arrojaban los cañones  de la línea de defensa, éste, a pesar de la gravedad de su herida, dio orden de desviarse de su recorrido y recoger en su bote a cuantos náufragos fue posible, gesto este que, es propio sólo de grandes espíritus que generan a grandes jefes, los cuales aún en las situaciones más graves anteponen la seguridad de sus subordinados a la suya.

 

    Dejemos a Nelson rumbo a su navío el Theseus, y veamos como se van desarrollando los hechos en la plaza de Santa Cruz, los hombres que lograron desembarcar en el muelle después de clavar los cañones como hemos dicho, se parapetaron en la batería del martillo y en la caseta del resguardo, desde este resistían el fuego cruzado de las baterías de la plaza y del castillo de San Cristóbal que no daban un momento de respiro a los ingleses, pues se estableció una impenetrable cortina de hierro, fuego y metralla  entre éstos y la ciudadela. Además, las milicias de Gúímar y Garachico, al frente de las cuales estaban el capitán de cazadores Don Luis Román,  y el teniente Don Francisco Jorva, ayudados por el sargento Don Domingo Méndez, tuvieron un destacado protagonismo en el rechazo del invasor, manteniendo un fuego intenso y sostenido sobre los mismos. De la dureza del enfrentamiento nos da una idea el propio Nelson, quien al respecto escribió: «el fuego de fusilería  y metralla de la Ciudadela  y de las casas en la entrada del muelle era tan fuerte y sostenido que no pudimos avanzar, y casi todos (los desembarcados) fueron muertos o heridos».

    Mientras tanto en el muelle, Thompson, Bowen y Freemanle, al frente de sus tropas se batían con la guarnición de la batería del muelle soportando un fuego granado que desde las baterías de San Cristóbal y Santo Domingo  les dirigían causándoles  un gran número de bajas. A pesar  de la lluvia de metralla, al fin consiguen ocupar el lugar que había sido abandonado por los defensores de la batería del muelle, refugiándose los ingleses en una caseta del resguardo después de haber clavado los cañones. Pero una vez retirados los defensores, los fuertes intensificaron el fuego sobre los maltrechos ingleses, quienes atrapados en una ratonera  poco a poco fueron cayendo todos sobre el empedrado del muelle. A bordo del Theseus, el cirujano francés del navío ante la imposibilidad de reconstruir el brazo herido de Nelson, procedió a amputárselo, consultado el vicealmirante sobre el destino que debía darse al brazo, éste ordenó que fuese arrojado al mar junto al cuerpo de un marinero muerto en la acción. Así pues en el fondo de la bahía de Santa Cruz yace un brazo de uno de los más grandes marinos que ha dado la historia moderna.

    Un casco de metralla dio en el pecho de Bowen matándolo en el acto, Thomson y Freemanle resultaron heridos de consideración y Jonh Weterhead, teniente del Theseus; George Thorpe, teniente del Terpsícore; Williams Earnshaw, segundo teniente del Leandro; y John Baisham, teniente del Esmeralda, resultaron muertos. Geoge Douglas, teniente del Caballo Marino, y Lewis Waist, guardia marina del Celoso, fueron gravemente heridos. Con estos oficiales cayeron también gran número de soldados y marineros. De este modo, la lucha, que en el muelle en un principio llegó a ser favorable para los ingleses, se convirtió en un desastre para éstos

    El grupo mandado por Troubridge, que como hemos dicho, desembarcó por la Caleta, se dirigió por la calle de este nombre hacía el castillo de San Cristóbal, con intención de atacarle de frente; pero se encontraron con que el rastrillo de la fortaleza estaba defendido por una partida de sesenta milicianos mandados por el capitán Benítez de Lugo, quienes se defendieron con nutrido fuego de fusilería obligando a las tropas británicas a retroceder, resultando heridos en la refriega el teniente Baby Robinson junto a varios soldados ingleses.

    Habiendo sido dispuesto por la plana mayor del general Gutiérrez, los puestos de defensa, distribuyó las fuerzas encargadas del ala derecha de la línea del frente de la siguiente manera: para cubrir el murallón de la caleta de la aduana y lugares vecinos  a un grupo de rozadores de La Laguna, mandados por el marqués de Villanueva del Prado y el vizconde de Buen Paso, o sea un grupo de hombres armados de palos con una rozadera en un extremo destacados en primera línea de playa para hacer frente a unas tropas aguerridas, y veteranas,  el sector de la playa de las Carnicerías a la bandera de la Habana y Cuba; para la defensa del lugar del barranco de Santos hasta la ermita de San Telmo al batallón de Canarias.

 

    Mientras, la división de botes que bogaban al sur  del fuerte de San Cristóbal, tomaba tierra entre el barranco de Santos y el del cagalacehite (hoy calle de Imeldo Seris), al tiempo que el comodoro Troubridge y algunos oficiales lo efectuaban por la Caleta, al mismo píe de la fortaleza. La zona de las carnicerías guarnecidas por una partida de 60 hombres mandada por el teniente y comandante del batallón de la Habana, don Pedro Castilla, no hicieron frente a las tropas inglesas, retirándose al interior del pueblo por donde estuvieron desorientados hasta que coincidieron con el batallón, éste estaba reforzado con cañones “violentos”, que manejaban eficientemente los pilotos Don Nicolás Franco y Don José García, quienes causaron la mayor parte de las bajas a los invasores.

 

   Desembarcadas y agrupadas las fuerzas inglesas, éstas se dividieron en dos columnas; una marchó por la plaza de la Iglesia hacía el convento de Santo Domingo con tambor batiente, la otra se dirigió hacía el castillo de San Cristóbal, con clara intención de apoderarse del mismo, iniciado el contacto, fueron rechazados por el nutrido fuego de fusilería que desde el rastrillo efectuaban las tropas de milicia dirigidas por el capitán Don Esteban Benítez de Lugo, sufriendo los ingleses la pérdida de un oficial, ante la imposibilidad de tomar el fuerte, los ingleses optaron por internarse en el interior de la ciudad, dirigiéndose por la calle de la Caleta tomaron la de las tiendas (Cruz Verde), apostándose en la parte superior de la plaza del castillo (posteriormente de La Constitución o La Candelaria), guardando un profundo silencio a pesar que no alteró ni siquiera una Descarga ordenada por el capitán de cazadores de La Laguna Don Fernando del Hoyo ni la presencia de dos cañones  “violentos” que mandó a emplazar a su frente el Mayor de la plaza. En las inmediaciones, existía un almacén de víveres del que apoderaron los ingleses no sin alguna resistencia simbólica por parte de los encargados del mismo, los regidores Don Patricio Power y Don Juan Casalón, quienes resultaron ligeramente heridos. Tomado el almacén obligaron bajo palabra de honor, a Don Luis Fonpertuis y a Don Patricio Power, a que acompañaran hasta el castillo principal a un sargento parlamentario, portador de un ultimátum dirigido al general Gutiérrez intimándole a rendir la plaza en el término de dos minutos, de lo contrario incendiarían el pueblo, la repuesta del general fue ordenar retener al sargento. 

 

   Desde San Telmo al castillo de San Juan –el tramo de costa que comprende  el barrio del Cabo, barrio de los Llanos, Regla y castillo de San Juan o castillo Negro– la defensa estuvo a cargo de tropas pertenecientes al regimiento de La Laguna, y desde el castillo de San Juan hasta puerto Caballos a los componentes de la dotación de la fragata La Mutine, no es comprensible que una tropa veterana y aguerrida como la de los franceses, fuese destinada a un puesto tan alejado del previsible centro de la acción, dando la impresión de que se pretendía apartarles de los lugares donde pudiesen adquirir protagonismo.

 

    El frente de la izquierda o norte, estaba cubierto por las milicias de los regimientos de Güímar, La Orotava y Garachico, estacionadas en el muelle y en la playa próxima, los granaderos provinciales y los rozadores y paisanos armados. La defensa de las cercanías del muelle estuvo a cargo de un grupo de pilotos y contramaestres residentes en Santa Cruz, y días antes de la acción habían recibido instrucción específica en el manejo de los cañones “violentos”, mandaban este grupo Don Juan Herrera y Don José Figueroa.

    Además dispuso el comandante, aumentar los efectivos del castillo de San Cristóbal – lugar de su puesto de mando – en 35 rozadores para aumentar la defensa en el rastrillo, ante el posible intento de asalto del mismo por tierra. (como efectivamente se llevó a cabo por parte de los ingleses)

    Entre el tronar de los cañones, las lanchas que habían sorteado el intenso fuego de las baterías se fueron acercando al muelle, las dos primeras en llegar fueron las dirigidas por el capitán Thomson, que fue el primero en saltar al muelle seguido de sus hombres quienes a cuerpo descubierto soportaban un infernal fuego graneado le les dirigían los milicianos desde la marina y las casas próximas cayendo muertos o heridos gran número de los asaltantes,  siendo de lo más efectivo los dos cañones “violentos” manejados por los pilotos desde las proximidades del “boquete”. (Puerta del muelle) Desembarcadas las gentes de las  otras  lanchas, proceden a clavar los cañones de la batería del muelle o del martillo, la cual había sido abandonada por sus servidores, al mando de los cuales estaba el teniente del Real Cuerpo de artillería don Joaquín Ruiz. Mientras se desarrollaban estos hechos seguía la incesante acción de las baterías y castillos de la plaza sobre las lanchas, algunas de ellas consiguieron varar en la playa frente a la Alameda, el cúter Fox por sus mayores dimensiones era el blanco preferido de las baterías recibiendo un buen número de impactos hasta que alcanzado de lleno en la línea de flotación, fue echado a pique con los 380 hombres que transportaba como hemos dicho, además de los pertrechos de guerra

 

    La lista de muertos y heridos ingleses en esta acción, sería muy extensa, por ello nos limitaremos a dar la de los más significados: el capitán del Tersichore Richard Bowen, alcanzado por un trozo de metralla en el pecho falleció instantáneamente. Los capitanes Thompson  y Freemantle resultaron heridos en la acción éste último en el brazo derecho como su amigo y jefe Nelson: Jonh Weterhead; teniente del Theseus; George Thorpe, primer teniente del Tersipchore, y John Baisham, teniente de la fragata Esmerald,  William Earnshaw, segundo teniente del Leander, resultaron muertos, mientras, George  Douglas, teniente del Seahorse, y Lewis Waits, guardia marina del Zeaolus, caían mal heridos  en tierra.

 

    El comandante de las tropas inglesas Troubridge, con su bote y dos más que le acompañaban sorteando el intenso fuego que  desde tierra se le hacía logró tomar tierra en la playa de la Caleta

    El teniente Robinson fue recogido por don Bernardo Cólogan Fallón, quien según algún autor, le prestó ayuda en su grave situación, usando su propia camisa como vendajes. El señor Cólogan quien años más tarde escribiría una pormenorizada relación de los hechos, había tenido algunas diferencias con el comandante general de la plaza como veremos en otro lugar.

    En la penetración de Troubridge, hacía la plaza se le unió Waller con su columna, que, como sabemos, había desembarcado a la altura del barranquillo del Aceite o Cagalacehite. Unidas ambas columnas, llegaron a la calle de las Tiendas (hoy de Cruz Verde), que siguieron hasta desembocar en la Plaza principal (Plaza de la Candelaria) por su parte alta, donde permanecieron inactivos y en silencio sin contestar al fuego que les hacían los cazadores provinciales desde sus posiciones. Este momento de tensa calma, es denominado por Rumeo de Armas como “la hora del silencio”, pero nosotros preferimos  reseñarla como “la hora del desconcierto” pues siendo momentos de incertidumbre para ambos contendientes, el desconcierto fue bastante más acusado para los defensores optando algunos oficiales por abandonar la plaza huyendo hacía La Laguna, y haciendo correr el rumor de que el general había muerto y dando por perdida la batalla.

    Por su parte, Hood y Miller, con sus columnas, que como se recordará habían desembarcado por las la playa de las carnicerías y el barranco de Santos (barranco de Añaza), y constituían la partida más numerosa de las tropas británicas que consiguieron tomar tierra, obligaron a retirarse a los sesenta soldados de la bandera de Cuba y La Habana, que al mando del teniente Castilla tenían encomendada la defensa de la playa. Éstos en su repliegue consiguieron unirse al batallón de infantería de Canarias, que estaba destacado en la plaza de San Telmo, uniéndoseles posteriormente la partida de marineros y pilotos que se hallaban frente al hospital de los desamparados. (antigüo hospital civil, y hoy sede del museo arqueológico del Cabildo de Tenerife) Una vez reagrupadas estas fuerzas  a las que se unieron algunos de los cuarenta rozadores de La Laguna, los cuales habían sido armados por el Cabildo con rozaderas, estas bisoñas tropas tenían encomendada la defensa de la playa de las carnicerías pero se vieron desbordadas por l superioridad numérica y armamentística del enemigo, ordenando sus jefes Don Alonso de Nava Benítez de Lugo, Marqués de Villanueva del Prado y don Juan Primo de la Guerra, Vizconde de Buen Paso, la retirada, mientras el vizconde lo hacía sobre San Cristóbal, pasando más adelante a colaborar en las operaciones del muelle, el marqués de Villanueva del Prado lo hizo hacía el barranco de Santos por el lugar donde –casualmente- se iniciaba el camino a La Laguna, cayendo inesperadamente en una zona donde se iban a desarrollar las más violentas operaciones del sector. Reunidas las dispersas tropas defensoras en las inmediaciones de la calle de la carnicería, juntas iniciaron una ofensiva contra el enemigo, atacando con denuedo causándole varias bajas y  haciéndoles treinta prisioneros, obligándoles finalmente a replegarse por las calles de la Noria y Santo Domingo, hasta la plaza de este nombre (este espacio está ocupado actualmente por el teatro Guimera y “La Recova,”) donde asaltaron y ocuparon el convento de Dominicos que allí existía.

    En la plana mayor ubicada en el  castillo de San Cristóbal reinaba un total desconcierto, como consecuencia de la falta de noticias sobre el desarrollo de las operaciones que se venían efectuando tanto a  la derecha como a la izquierda de la línea, pues la presencia de Troubridge en la plaza principal y la de Samuel Hood en las inmediaciones del barranco de Santos había cortado las comunicaciones con la fortaleza.

   El desasosiego creado en la plana mayor por la falta de comunicados de la línea defensiva, lo hizo cesar el teniente Don Vicente Siera –uno de los pocos militares españoles de la guarnición que supieron estar a la altura de las circunstancias-. Destinado éste a las ordenes del comandante general, en la madrugad del 25 de Julio salió de San Cristóbal después del ataque al muelle, para comunicar a las partidas del batallón de La Habana y Cuba, al batallón de Canarias y a las milicias de La Laguna que se reuniesen en la plaza  principal cuando considerasen que ya no era necesaria su presencia en los puntos que ocupaban(¿?). No entendemos que este tipo de ordenes pueda cursarse en plena refriega, a las tropas que estaban en la defensa de los puntos álgidos por donde estaba desembarcando el enemigo, a no ser que el comandante general y su estado mayor dando por perdida la plaza, quisiesen concentrar las tropas que quedasen, frente al rastrillo del castillo, para una mejor defensa de éste y sobre todo de sus ocupantes.

     Según algunos historiadores, en cumplimiento de la orden anteriormente reseñada Siera, se halló en lo más vivo de la acción de las carnicerías, en el ataque a Hood dado por el batallón de Canarias, en el cual, con el “auxilio” de once hombres de dicho batallón, hizo (¿el sólo?) al enemigo cuatro prisioneros, y como luego les persiguió en su retirada, aún le capturó un hombre más. Con los cinco prisioneros se presentó en el rastrillo del cuartel general, y dejado a los cinco británicos al cuidado de los defensores, pasó a inspeccionar el muelle encontrándolo abandonado y con la artillería clavada. Cuando Siera llegó a San Cristóbal, dio cuenta a la plana mayor presidida por el general Gutiérrez de sus gestiones,  y como les hizo presente que el batallón de Cazadores estaba intacto, lo mismo que el Regimiento de Milicias, y todas las baterías en perfecto estado, a excepción de la del muelle, se calmó la “intranquilidad” que en el mando había producido la falta de noticias. Aunque no queda claro como pudo afirmar que todas las baterías estaban en perfecto estado, si la inspección que se le supone que hizo fue en la zona comprendida entre el muelle y el barrio del Cabo.

    El comandante general Gutiérrez, deseando juzgar por sí mismo el estado de las cosas, decidió hacer una salida al muelle con ánimo de inspeccionar la artillería que había sido abandonada por el jefe de la misma Don Francisco Dugy, sabiendo que estaba desierto según le había informado Siera. La presencia de tantos cuerpos ingleses mutilados y destrozados por la metralla de los cañones y fusilería, y la alfombra de sangre que cubría el empedrado suelo debió afectar en sobremanera la sensibilidad del teniente general. La visión debió causarle una fuerte impresión, y como consecuencia de la misma sufrió un  desvaído” teniendo que ser asistido por dos  de sus oficiales para, apoyado en los hombros de éstos, regresar a la seguridad del fuerte.

    Mientras se desarrollaban estos hechos en las proximidades del muelle, el capitán Troubridge, desistió de asaltar el castillo de San Cristóbal tras haber perdido las escalas y demás instrumentos de asalto, en el desastre sufrido por las lanchas. Ante la imposibilidad de que las tropas de Hood y Miller se concentrasen con las suyas en la plaza tal como estaba previsto, decidió reunirse con éstos en el convento de Santo Domingo

    Al amanecer, el batallón de infantería de Canarias, cumpliendo las ordenes recibidas, llegaba a la plaza principal y se establecía en la explanada del muelle y del fuerte de San Cristóbal. Esta maniobra denota un desmesurado interés por  parte de la plana mayor en rodear al fuerte de un importante cinturón de tropas, además de las que ya estaban de guarnición, con el pretexto de que era en previsión de un nuevo de desembarco de los ingleses por el muelle. El regimiento de milicias de La Laguna, siguiendo las instrucciones del mando se dirigió al mismo sitio que el batallón de Canarias, con lo que quedó desguarnecida la línea sur de la plaza. Formaron dos columnas: una, que marchó directamente, y la otra que lo hizo por la parte superior de la población para cortar una supuesta retirada  del enemigo y poder tenerlo entre dos fuegos.

     Cuando estas fuerzas entraban en la plazuela de Santo Domingo, recibió una descarga de las tropas inglesas que causó varias bajas entre ellas la del teniente coronel Don Juan Bautista de Ayala que resultó muerto en el acto, haciendo los británicos varios prisioneros entre los milicianos.

   Las milicias canarias reaccionaron de inmediato, y cargando contra los ingleses les obligaron a replegarse dentro del convento, desde cuyas ventanas continuaron haciendo fuego; deseando Troubridge conseguir la rendición de la plaza a pesar de su difícil situación, decidió hacer un último intento de intimidación. Con tal propósito se desplaza  al castillo de San Cristóbal el capitán Miller acompañado de Hood y algunos soldados  enarbolando bandera blanca. Una vez en presencia de la plana mayor en la fortaleza, Hood solicitó la entrega inmediata de la plaza amenazando con incendiarla en caso contrario, el general Gutiérrez, por entonces ya bien informado de la situación real de ambas fuerzas respondió al emisario que, «aún tenía pólvora, balas, y gentes para proseguir la lucha,» sin que en esta ocasión retuviese en el fuerte a los emisarios como había hecho anteriormente con el sargento.

     Como consecuencia de la respuesta del general se reanuda las hostilidades con un fuego más vivo que antes, viéndose los ingleses rodeados por las milicias Canarias, y previendo ser asaltados, comenzaron a economizar las municiones de por sí ya bastante escasas, estando en esta cuita, el vigía que tenían apostado en la torre del convento lanzó un ¡hurra! Que alentó a los británicos. Troubridge subió a la torre-mirador para informarse de lo que ocurría, y sus ojos de marino habituados e escrudiñar en el mar, pronto divisaron hasta quince lanchas repletas de hombres que, separándose de la escuadra, se dirigían a tierra a todo bogar.

     Nelson previendo que la gente desembarcada precisaba refuerzos, dispuso el envío de  una división formada por tropas de desembarco y marineros. Los vigías de los fuertes también divisaron la flotilla de lanchas enemigas, e inmediatamente todas las baterías enfilaron sus cañones por el raso de sus metales contra ella.

 

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* Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.  

eduardobenchomo@gmail.com  

 

Continuará ---»

 

Bibliografía

 

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