UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 1791-1800
CAPÍTULO
(I)
-VII-
Guayre
Adarguma *
1797
Julio 25. Es indudable que el
siglo XVIII fue pródigo en sucesos que han dejado profundas huellas en la
memoria de los canarios. En Tenerife, uno de los hechos que más profundamente
pervive en la memoria popular es sin duda alguna el ataque perpetrado por una
escuadra inglesa al mando del entonces vicealmirante británico Sir Horacio
Nelson. El tema ha sido ampliamente tratado en la historiografía local en gran
número de libros y artículos de prensa por diversos y cualificados autores,
aunque con diversa suerte en cuanto a los planteamientos y desarrollo de los
hechos acaecidos con fidelidad diversa.
Es
un hecho notorio el que la historia suele escribirla los vencedores -en Canarias
tenemos muchos ejemplos de ello-, pero sí además es escrita por participantes
directos en los hechos narrados y además, los sucesos se narran con el objeto
de ensalzar los supuestos méritos del que escribe con animo de recabar
recompensas y prebendas personales, nos encontraríamos
-cuando menos- ante una exposición interesada o tergiversada de los
mismos.
Esta
situación se da en la narración que de la invasión de la plaza de Santa Cruz
nos han llegado escritas por algunos participantes del drama, como son los casos
del Teniente General D. Antonio Miguel Gutiérrez, el Coronel D. José
Monteverde y el teniente de Artilleros de milicias D. Francisco Grandi, estos
personajes miembros de la oligarquía dominante en Tenerife en lugar de centrar
sus escritos en la narración sucinta y verídica de los hechos, degeneran en un
vocerío de plañideras en demanda de las migajas que de la mesa real puedan
caer en recompensa de los servicios prestados a la corona española. Como es
usual sobreponiendo en ocasiones sus interese personales, a los
verdaderos del país, tal como se desprende del contenido de las súplicas
elevadas a la corona por estos personajes, y de testimonios posteriores.
Si la tendencia de los
vencedores es la de magnificar los hechos, y las personas que en ellos han
intervenido, en contra partida, los vencidos tienden a minimizarlos, achacando
la no-consecución de sus fines, a causas externas tales como el mal tiempo o la
buena suerte del contrario, tratando de salvar así la propia responsabilidad,
por las decisiones mal tomadas por la propia ineficacia de los individuos
responsables.
En cuanto a la figura del
Teniente General Gutiérrez, creemos que ha sido debidamente descrita por
quienes le trataron personalmente -sus contemporáneos-, quienes tuvieron
oportunidad de conocer de cerca el carácter
y modo de actuar de este sujeto, unos dejaron sus impresiones escritas,
otros dieron testimonio de los momentos vividos durante el asalto de los
ingleses. No deja de ser significativo el que dos siglos después de los hechos,
algunos autores con determinada filiación profesional, se empeñen en crear de
la figura del General Gutiérrez, un héroe “pre a porter” del ejército
español, ejército que por otra parte era prácticamente inexistente en la
colonia. Creemos que el mencionado general se limitó a cumplir con las
obligaciones de su empleo, dentro de los límites que le imponía su delicado
estado de salud y de las limitaciones propias debidas a su avanzada edad,
apoyado como es natural en la mayor energía y juventud de sus subalternos.
Por
otra parte tienen mucho que ver con la lectura de los hechos narrados, el
tratamiento que a los mismos van dando los autores que sucesivamente se van
ocupando del tema, unos se dejan guiar por un romanticismo caduco, otros por
determinados intereses localistas, y los más, siguiendo directrices emanadas de
determinados sectores dominantes, todo ello conlleva el que, con el transcurso
del tiempo, los hechos nos lleguen viciados, y con una gran carga
oculta de determinados mensajes subliminales.
En
el caso que nos ocupa, la invasión de la plaza de Santa Cruz por la escuadra
inglesa, al mando del contra almirante Nelson se nos muestran los factores que más
arriba hemos expuesto. Determinados autores se esfuerzan en presentarnos los
hechos como la victoria de un ejército español, sobre una escuadra inglesa,
sin tener en cuenta que tal ejercito no existía, por lo menos tal como hoy lo
entendemos, y “olvidando” que las verdaderas tropas defensoras, estaban
compuestas por las milicias Canarias, tropas éstas compuestas de campesinos,
marineros y pescadores, braseros, artesanos y modestos empleados, quienes además
aportaban las escasas armas de que disponían a su costa, dándose el caso de
que los contingentes más numerosos los aportaban los rozadores, campesinos
armados solamente de un palo con una rozadera fijada en uno de sus extremos
(herramienta que se emplea para cortar zarzas y otras hierbas), con las cuales
tenían que hacer frente a fusiles, pistolas, sables, adargas e incluso a cañones.
Éstas fuerzas, apenas mencionadas
por algunos cronistas de manera muy superficial (cuando lo hacen), pasando de
puntillas sobre el tema, sin valorar debidamente que eran el verdadero ejército
que defendía las islas de cualquier
invasión. (Eduardo Pedro García Rodríguez)
1797
Julio 25. En los hechos de armas que han tenido lugar tanto en nuestra isla
(Chinech=Tenerife) como en las restantes del archipiélago canario, los
cronistas e historiadores se extienden ampliamente narrándonos la situación de
las tropas la disposición de la artillería y sobre todo, las acciones
supuestamente heroicas de determinados protagonistas
que han intervenido en algún enfrentamiento o combate. Los comportamientos
digamos heroicos reales o fraguados
en las mentes de los actores, cuando no, fruto de la cohorte de aduladores que
suelen pulular alrededor de quienes ostentan algún poder por mediocre que éste
sea. Este planteamiento, naturalmente no es aplicable a un buen número de
personas que haciendo honor a su condición de hombres de bien y de patriotas
que, al margen de su situación
social o económica se actúan con el valor y valentía que las circunstancias
demandan. Estos historiadores y cronistas suelen olvidar con
frecuencia a los verdaderos protagonistas, que
por no gozar en la época de la consideración de vecino – como
contribuyentes- o ocupar empleos artesanales o de servicios, son despreciados
cuando no despojados de los méritos que hubiesen contraído en determinadas
circunstancias al producirse peligros
ciertos para la comunidad, tales como incendios, inundaciones, epidemias o
ataques de algún enemigo del exterior, a pesar de que, sin la intervención de
éstos, los hechos hubiesen podido tener otros derroteros.
La situación que hemos
reseñado anteriormente, se da entre
los atalayeros de nuestras islas, hombres que
realizaban una función vital para la seguridad de los pueblos y que, con
sacrificios sin cuento velaban mientras los ciudadanos descansaban
tranquilamente. Fue una ocupación poco apetecible por la precariedad de medios
con que se veían obligados a desarrollar su cometido de vigías. Siendo los
ojos que velaban mientras que el resto de la población dormía, carecían de
abrigos adecuados y agua potable, pobremente alimentados y con un salario ínfimo.
Estaban continuamente expuestos al sol, a la lluvia y a los continuos vientos
inclementes que azotaban los lugares donde tenían que desarrollar su labor de
vigías. Un ejemplo de lo que venimos diciendo nos lo aporta las atalayas de
Anaga, las cuales jugaron un destacado papel en los hechos (no reconocidos
debidamente) el 25 de Julio de 1779, ya que de no haber contado la plaza de
Santa Cruz con la eficaz alerta de los vigías de las atalayas de Anaga, los
resultados de la invasión inglesa hubiesen
podido ser muy diferentes a los que conocemos.
El lector puede hacerse una
idea del secular aislamiento a que ha estado sometida la comarca de Anaga, y
dentro de ella, de manera muy especial el pago de Igueste o Egueste, hasta
fechas muy recientes, mediante algunos de los pasajes que sobre este antiguo
menceyato a finales del siglo XIX nos ha legado el viajero y
escritor Belga Jules Leclercq: ...”A
las ocho de la mañana, me despedí de mis huéspedes, para regresar a Santa
Cruz por la vertiente meridional de la cordillera de Anaga. Los caminos en esta
vertiente so “...A las tres, llegamos ante una pobre choza, que era la vivienda del
buen canario. Me invitó a entrar, e izo que su mujer me sirviese dos huevos y
un vaso de agua, excusándose por no tener vino. El canario no vende su
hospitalidad: por suerte, me quedaban unos cigarros, y esto fue todo lo que logré
que aceptara a cambio de sus buenos servicios”. ...“¡Qué diferentes estas
afectuosas costumbres de las de algunas partes de España, de donde el
extranjero es expulsado como un malhechor! En Noruega, y en otros países
primitivos, he encontrado pueblos afectuosos y hospitalarios, pero dudo que
ninguno de ellos pueda rivalizar, en este sentido con los buenos isleños. ¡Dichosos
país en el que no es posible dar un paso sin encontrar por el camino un guía,
un amigo, un hermano! Estos encantadores hábitos se encuentran, generalmente,
en las islas fértiles que gozan de temperatura constante” “ aún
peores que las del lado norte. Al consultar el mapa, se podría creer en la
posibilidad de llegar en media hora al pueblecito de Igueste, primero que se
encuentra a partir del faro. Pues bien, yo no tardé menos de cinco horas en
cubrir dicho trayecto, porque este terreno volcánico está tan sembrado de
piedras afiladas como hojas de cuchillo y formado por tantas rocas cortadas a
pico, barrancos y precipicios, que el camino se duplica”.
“esta
es la excursión a caballo más peligrosa que he hecho desde que recorro montañas...”. En estos agrestes
parajes tan bien descritos por Jules Lecclercq, René Verneau y otros científicos
y aventureros, desarrollaban su labor los sufridos atalayeros.
En un interesante libro
elaborado por el colectivo “Atalaya” de Igueste de San Andrés y titulado
precisamente Igueste rincón de Anaga, los autores nos dan una de las
pocas referencias escritas que existen sobre las atalayas que existían en
Anaga, en él nos van desgranando las diferentes funciones que realizaban los
atalayeros conforme a las necesidades de las épocas, en unas ocasiones las
causas de las vigías estaban motivadas por las epidemias con que con bastante
frecuencia Europa o América acostumbraban a “obsequiarnos”, y en otras, por
las alertas motivadas por las frecuentes guerras europeas o por las visitas de
piratas y corsarios.
El cabildo colonial de
Tenerife, ante los avisos recibidos de epidemias en Europa, dispone como medidas
de protección sanitaria el que las atalayas den aviso de la presencia de barcos
sospechosos de ser portadores de la infección (anunciando el rumbo que traía
las naves.) Alguna de las medidas preventivas tomadas, consistía en la
vigilancia de los puertos y caletas por los guardas o rondas de salud quienes
sometían a cuarentena a los navíos sospechosos de estar infectados. Una de las
primeras epidemias sufridas en la islas después de la conquista, tubo lugar en
1505-1507, en Anaga, cuyo foco
principal fue localizado en el valle de Abicore o Abikur, ( hoy San Andrés)
posiblemente debido a los contactos que los Ibautes, familia de notables de
Anaga, acostumbraban a mantener con piratas y esclavistas, desde
tiempos anteriores a la conquista, en
que el negrero Salazar, al servicio del bandolero Alonso Fernández de
Lugo, frecuentaba las costas de Anaga para llevar a cabo las razias contra los
menceyatos de Tegueste, Tacoronte y Taoro.
Precisamente
en el Valle de San Andrés, tuvo lugar el primer confinamiento sanitario de que
tenemos noticias en la isla.
En
el Cabildo del 26 de Mayo de 1505, el segundo asunto tratado fue referente a la
epidemia que azotaba a la familia Ibaute, por lo que, “Ovieron plática en
cabildo que hay cierta noticia e información que en Anaga, en las moradas de
Diego de Ibaute e Guaniacas e Fernando de Ibaute e sus hermanos a avido e ay mal
pestilencial de manera que en pocos días an fallecido muchos dellos e por
remediar el daño que del comunicar con ellos se podría recrecer mandaron dar
un mandamiento contra los susodichos para que estén en sus moradas e sitio
donde moran e se entiende en todo el valle donde moran y no vengan a comunicar
con las otras personas desta isla, ni salgan de dicho valle, ni se junten con
ninguna persona otra y si alguna persona inorantemente fuere a hablar con ellos,
que le avisen y se aparten dellos.”
El
10 de Septiembre de 1508, el Cabildo hace pregonar las precauciones a tomar
ante la posible arribada de navíos procedentes de las tierras que no están
sanas y mueren de pestilencia en especial de las islas de La Madera, Cabo Verde
y Las Azores.
Las de 1513-1514 y las de
1520 y 1530 por pestilencia en Gran Canaria, Lanzarote y La Gomera. Esta situación,
motivó que el Cabildo de Tenerife acordara pagar seis doblas a los dos guardas
de la salud (atalayeros) que vigilaban las Punta de Daute y la de Anaga.Como
consecuencia de las epidemias de Sevilla, Madeira y Gran Canaria, en 1524 el
Cabildo acuerda que se vigile “El Valle de Salazar hasta la punta de
Anaga...”La situación se renueva con nuevos casos de calenturas y modorra en
los años 1568 y 1579. Las atalayas de Anaga desde su emplazamiento en el siglo
XVI hasta el XVIII, empleaban como
sistema de comunicación de señales el fuego y el humo en horas determinadas y
según los barcos avistados. En 1793, se crea un plan de vigías dividiendo la
isla en cinco zonas, correspondientes a los cinco regimientos de Milicias, a
cuyo cargo quedaba su cumplimiento y vigilancia. Al cargo del regimiento de
Abona quedaban tres centinela o atalayas en Arico, en Guía de Isora dos, en
Granadilla, Chasna y Valle Santiago, una en cada jurisdicción. Las de Buena
Vista, Los Silos y El Tanque y Punta de Teno. Estaban al cargo del regimiento de
Garachico. Al regimiento de La
Laguna le correspondía organizar y mantener las de Taganana, Tejina, Valle de
Guerra y Tacoronte, quedando excluidos regimientos de La Orotava y Güímar, por
las amplias zonas costeras que debían cubrir con sus fuerzas.
Desde
la Atalaya de “La Robada” o “Atalaya Vieja” en Igueste
de San Andrés, Don Domingo Izquierdo, también conocido como Domingo Palmas
(que había sido agregado a la atalaya de Igueste con motivo del estado de
alerta, y por ser entendido en el uso de las señales con banderas) cumplía sus
funciones de atalayero, con sueldo de 20 pesos mensuales, concediéndosele además
las tierras que pudiera cultivar en aquellas ingratas laderas y licencia para
construir una casa, suponemos que a su costa.
Mientras
sus compañeros José Matías, Luis Rodríguez y Salvador García descansaban.
Esa noche, le correspondía hacer guardia, decidió
con su habitual resignación a pasar otra noche de tedio, se arropó en
su manta pues a pesar de estar en pleno verano, aquella madrugada del 22 de
Julio estaba resultando bastante fresca debido a los fríos vientos del Norte
que por aquellas alturas se hacen notar. Sentado en el pollo del mirador de la
atalaya Don Domingo compaginaba sus pensamientos con un continuo escudriñar en
la oscuridad tratando de descubrir
las velas cualquier navío que se aproximase a las costas de la isla,
misión en la que ponía el máximo empeño pues le habían ordenado poner gran
cuidado en su labor ya que el Rey de España estaba en guerra con el de
Inglaterra, y era de esperar alguna
tentativa de ataque a la isla por corsarios o escuadra inglesa.
Sobre las cuatro y media de
la madrugada, Don Domingo, oteando a
través de la oscuridad vislumbró una serie de siluetas de navíos,
inmediatamente dio aviso a sus compañeros, uno de los cuales se desplazó al
pueblo de Igueste y despertando al
barquero, aparejaron el bote, (que en la época era el medio de transporte más
rápido entre Igueste y Santa Cruz) e iniciaron de inmediato la travesía hacía
la plaza y puerto en el bote de éste, a
las siete y media de la mañana entregaban el aviso en la fortaleza de San Cristóbal.
El General Gutiérrez ordenó
al comandante del batallón de infantería – segundo jefe de la plaza- Don
Juan Creagh, oficiar al vigía Don Domingo Izquierdo acusándole recibo del
parte al tiempo que le encargaba la
mayor vigilancia, “notificando por escrito con claridad cuando ocurra
novedad de alguna atención, y que al anochecer le despache “Vm. Una exacta
relación de cuanto haya ocurrido y observado durante el día con expresión de
las embarcaciones que quedaren a la vista y sus rumbos, no omitiendo hacer las
señales establecidas”. A partir
del momento en que el General Gutiérrez recibió el parte de la atalaya, comenzó
a impartir las ordenes oportunas para poner la plaza en estado de defensa, como
posteriormente veremos.
Al amanecer del día 22 de
Julio de 1797, se avistó frente a la plaza de Santa Cruz Tenerife, una escuadra
inglesa compuesta de cuatro navíos de línea, tres Fragatas, un cúter y una
obusera; el Teseus, de 74 cañones
en que enarbolaba su insignia de comandante de la flota, el vicealmirante
Horatio Nelson, siendo capitán R. Willett Miller: El Colluden, también de 74 cañones, al mando del capitán Tomás
Troubridge, El Celoso de 74 cañones,
su capitán Samuel Hood; El Leandro,
de 50 cañones mandado por el capitán Tomás Thompson; y las fragatas, el Caballo
Marino, de 38 cañones, capitán Fremantle; la Esmeralda,
36 cañones, su capitán Waller, y la Tercipsicore,
32 cañones, mandaba ésta el memorable capitán Bowen (quien como se
recordará apresó la fragata española Príncipe
Fernando), además acompañaba a la formación el cúter Fox, al mando del cual venía el teniente Gibson, y la obusera rayo,
que había sido capturada a los españoles en las operaciones del bloqueo de Cádiz.
Esta potente escuadra con
escuadra contaba con una potencia de fuego compuesta de 393 cañones, frente a
los 84 de que se disponía en litoral santacrucero.
Afortunadamente, los
ingleses no hicieron uso de su potencial de fuego por la razones que veremos más
adelante, pues no entraba en los propósitos de Nelson el destruir la ciudad ni
sus fortificaciones y mucho menos ocupar la isla. La flota
se mantuvo al pairo en formación frente a Santa Cruz fuera del alcance
de los cañones de los fuertes y baterías de la plaza.
Ya desde el 20 de Julio, el
contralmirante Nelson, tenía elaborado la primera fase del plan de ataque, el
cual sería ejecutado bajo las ordenes del comandante Thomas Troubridge, quien
tendría bajo su mando a los oficiales Hood,
Freemanle, Bowen, Miller y Waller, el capitán de tropas marinas Tomás Olfiel,
y el subteniente de artillería Baynes. Las fuerzas compuestas de 995 hombres,
entre oficiales, soldados de marina, artilleros, marinos y criados, embarcados
todos en las fragatas “caballo Marino”, Tersipcore y Esmeralda.
Con estas fuerzas debían tomar la altura de Paso Alto poniendo el máximo
cuidado en no ser descubiertos, y embarcando en los botes todos los hombres
posibles, además de las piezas de artillería, escalas, plataformas para la
misma, y todos los pertrechos necesarios para la expedición.
El plan en esta primera
fase consistía en desembarcar en las proximidades de fuerte de Paso Alto, lejos
del alcance de sus baterías, tomar la altura del “Risco” y desde esta
posición batir al fuerte hasta rendirlo y tomarlo,
posteriormente el comandante Troubridge debía hacer llegar al comandante
de la plaza general Gutiérrez, una carta ultimátum escrita de puño y letra
del contralmirante Horacio Nelson conminándole a la rendición (ver documento nº
2), al tiempo que le hacía partícipe de sus verdaderas intenciones, y de lo
que realmente pretendía con el ataque. Dicha carta permaneció en el bolsillo
del portador en espera de que la suerte de los invasores cambiara de signo, pues
en esta ocasión les fue negativo como veremos a continuación.
A
las doce de la noche las fragatas siguiendo las instrucciones del comandante, se
acercaron a la rada para situarse a unas millas de la costa fuera del alcance de
los cañones, pero se encontraron según testimonio del propio Nelson, “con
una fuerte ráfaga de viento, que soplaba de afuera y una corriente
contraria”, que impidió el que las fragatas pudiesen aproximarse hasta el
lugar previsto para anclar, obligándolas a maniobrar durante toda la noche para
mantener la formación.
Viendo la imposibilidad de
que las fragatas pudiesen llevar a cabo el plan de desembarco, a la una de la
madrugada Nelson dio orden al Theseus
para que se acercara a la línea de batalla y ordenó a los capitanes
Troubridge, Bowen y Oldfield, que se reuniesen con él en su cámara. Comentando
las incidencias de la acción, ante unas copas de buen vino de oporto, los
oficiales propusieron a su jefe algunas variaciones en el plan inicial, sin
dudas provocadas por la escasa fe que les inspiraban los soldados puestos a sus
órdenes, pocos prácticos en operaciones en tierra. Los cambios propuestos
consistían en no expugnar la fortaleza de Paso Alto, sino saltar a tierra con
la mayor rapidez posible y tomar posesión inmediata de las alturas que la rodea
y para desde allí dominarla y rendirla, sin pérdidas de hombres ni
comprometer el éxito del ataque. La única modificación entre este plan y el
primero consistía en no tratar de tomar la fortaleza al asalto. Nelson aprobó
sin discusión la propuesta de sus capitanes.
Una ves embarcadas las
tropas en los botes, éstos se encontraron con las mismas dificultades que los
navíos, en una bahía abierta y expuesta a los vientos que soplan del nordeste,
del este y del sudeste: (y que cíclicamente suelen soplar con tal violencia,
que han estrellado a más de una flota contra la rivera) El fuerte viento
contrario, unido a la oscuridad de la noche deshizo varias veces la formación,
les impidió avanzar hacía la playa. Tuvieron que esperar a que amaneciera para
intentar de nuevo el desembarco, perdiéndose así el factor sorpresa, basa en
la que los ingleses fiaban la garantía del éxito de la operación.
Al alba los centinelas de
Santa Cruz dieron la voz de alarma, las campanas tocaron a rrebato tardaron poco
tiempo en ocupar sus puestos las milicias del lugar . Desde Santa Cruz se
divisaba el grueso de la flota inglesa y algo separadas y en disposición de
avanzar 30 botes de desembarco formados en dos divisiones: una, de 18 lanchas
enfilando la playa del Bufadero, y otra, de 12 frente a Paso Alto posiblemente
con el propósito de desembarcar a sus hombres
por la playa de Valle Seco.
Sobre las seis de la mañana,
las lanchas remaban fuertemente hacía la playa. Sin embargo los disparos de las
baterías de la plaza, especialmente los efectuados desde la fortaleza de Paso
Alto, contuvieron a los ingleses, obligándoles a virar en redondo y buscar la
protección de las Fragatas.
Los observadores que desde
tierra seguían las maniobras de los buques, vieron como los navíos de la
escuadra intercambiaron diversas señales, y a las nueve y media de la mañana
la flota de botes de asalto, inició de nuevo el desembarco por la playa del
Bufadero, acompañándoles en esta ocasión el éxito.
El desembarco se hizo
tranquilamente, sin que los ingleses encontrasen resistencia alguna en aquellos
parajes, pero, indudablemente, cometieron un error de apreciación, debido al
desconocimiento de la zona, o quizás confiados en la experiencia de los 250
hombres que mandaba el capitán Oldfiel componían las fuerzas veteranas de
marina, por una causa u otra, la cuestión es que, dejaban entre el cerro de La
Altura, y la posición ocupada, el
barranco de Valle Seco, obstáculo éste prácticamente insalvable por lo
agreste y escarpado de las vertientes del valle, además era zona fácilmente
defendible con muy pocos hombres desde las alturas,
el desembarco fue lento debido a lo agreste de la playa
y lo embarazoso del material
que tenían que transportar a brazos, la artillería y las plataformas para la
misma, más los pertrechos de campaña, los asaltantes dieron inequívocas
muestras de desorientación y desconocimiento del terreno a pesar del concurso
prestado por un práctico malayo que meses antes había apresado el capitán
Bowen, y que había sido marinero de la fragata Príncipe
Fernando. Una ves tomada la cabeza de playa, Troubridge, ordena a sus tropas
tomar las alturas de La Jurada, creyendo que desde esta posición le sería fácil
ocupar el risco vecino, pero no tuvo en cuenta la existencia del valle seco con
ambas márgenes cortadas a pico en medio de ambos enclaves, como hemos apuntado
anteriormente. Troubridge, pudo ordenar el avance de sus tropas por el camino de
San Andrés, libre en aquellos
momentos, e iniciar la ascensión del risco por la vertiente norte de Valle
Seco, inexplicablemente, no lo hizo, quizás por temor a que la altura estuviese
ya ocupada por las milicias Canarias, - como así era - en todo caso, se limitó
a ordenar la ocupación de la altura de La Jurada. Las tropas inglesas se
dividieron en tres secciones, la primera inició el ascenso hacía la cima de La
Jurada, la que alcanzó sobre las doce de la mañana, las otras dos, quedaron
apostadas en la falda de la montaña en espera de las órdenes de sus jefes. En
esta fase de la operación las milicias Tinerfeñas ya
habían tomado posiciones en el risco de la altura y en las inmediaciones
de la fortaleza de Paso Alto, haciendo prácticamente imposible, cualquier
avance de las tropas inglesas. En el bolsillo de jefe de la expedición inglesa,
quedó el ultimátum dirigido por Nelson
al general Gutiérrez sin que en esta ocasión,
tuviese utilidad.
Mientras estos tenían
lugar en el Bufadero, veamos las medidas que
se tomaban en la plaza para contrarrestar la acción de las tropas inglesas.
Aleccionado por sus colaboradores, el General Don Antonio Gutiérrez, previendo
que el enemigo pretendía adueñase de las alturas que dominan el castillo
de Paso Alto, o bien el proteger un desembarco de otras tropas durante la
noche, para tomar las alturas y caminos que conducen al interior de la plaza, y
combinar un ataque por el frente y espalda.
En previsión de ambas
posibilidades, los defensores decidieron dividir sus fuerzas, y así, mientras
el teniente coronel del batallón de infantería de Canarias, Don Juan Creagh,
“quien se ofreció voluntario”, pasaba inmediatamente a La Laguna en unión
del teniente del regimiento fijo de Cuba Don
Vicente Siera y de 30 soldados del batallón de Canarias, y con una partida de
prácticos de La Laguna, dirigirse por los valles para vigilar los movimientos
del enemigo, por otra parte se dispuso que partidas sueltas se apoderasen del
risco de la Altura y lugares inmediatos
Para conseguir el objetivo
señalado se organizaron las partidas de la manera siguientes: Una de cuarenta
soldados del batallón de Canarias,
bajo las órdenes del subteniente Don Juan Sánchez, otra compuesta de
veinticinco de la división de granaderos con la que iban los capitanes Don Luis
Román y don Felipe Viña; los tenientes Don Mateo Calzadilla, Don Antonio
Carta, don Antonio Monteverde y Don
Laureano Arauz; los subtenientes Don
Tomás Velazco, don Carlos Buitrago y Don Vicente Espou, y el ayudante Don
Pascual de Castro. Otra de sesenta
hombres de las banderas de Cuba y La Habana, mandada por el segundo teniente Don
Pedro de Castilla. Otra de cuarenta hombres de la tripulación de la fragata
francesa “La Mutine”, a las órdenes
de su capitán Pomiés y del teniente de navío Faust
Estas cuatro partidas
estaban bajo las órdenes directas del VI marqués de la Fuente de las Palmas
Don Domingo Chirino, quien se había ofrecido voluntario para dirigir dicha
partida. Fue tal la ligereza y destreza mostrada por las tropas Canarias que
cuando estas fuerzas ocuparon la cima del risco de la Altura, los ingleses aún
no habían coronado la de la Jurada conseguido el objetivo, don Domingo Chirino,
a la vista de las fuerzas enemigas pidió refuerzos y avituallamiento al General
Gutiérrez en un parte redactado en los siguientes términos: “Mi Gral: nos
hallamos en la altura mas bentajosa que es la de por detrás de Pasoalto: de
esta hemos visto situarse los ingleses en las del Valle Seco: Mr. Fontel (*)
dice sería muy util qe. V.E. haga traer a este sitio una pieza de a cuatro que
a fuerza de brazos se subirá pues nos recelamos que ellos tamn suben Artll.ª
se necesita mas gente y los Artill.s necesarios p.ª
el manejo del cañon y pan y Queso o lo que V.E. guste.
El
Marqués de la Fuente de las Palmas”.
Exmo.
S.or Dn Antonio Gutierrez.
(*) Se debe referir al
teniente Faust.
La petición del Marqués,
no fue atendida con la premura que las circunstancias demandaban
pues en otro parte posterior el Marqués acusaba recibo de la munición
de boca, y siete franceses que se unieron al destacamento,
y se quejaba de no haber recibido los refuerzos solicitados
Poco tiempo después son
destacados para reforzar las posiciones mantenidas por las milicias, una compañía
de cazadores compuesta de 16 artilleros y cuatro piezas de campo, al mando del
capitán del batallón de infantería de Canarias don Miguel Caraveo, siendo el
teniente Don José Feo y subteniente Don Francisco Dugi. Causó especial
admiración entre los oficiales españoles, la intrepidez, ligereza y arrojo,
mostrado por veinte milicianos del batallón de La Laguna, quienes bajo las
ordenes directas del cabo Don Florencio González, subieron a hombros las cuatro
piezas de artillería con sus montajes, juegos de arnés y municiones.
Para
tener una idea del desmesurado esfuerzo que supuso esta hazaña debemos tener en
cuenta que las laderas del risco de la altura son prácticamente verticales y su
cima está a
Las únicas bajas
producidas en esta acción, fueron las de tres ingleses, cuando un destacamento
de los mismos se desplazó a una fuente existente en el barranco de Valle Seco,
dos fueron abatidos y un tercero murió al escalar a toda prisa la vertiente del
valle posiblemente a causa de un sofoco producido por lo áspero del terreno y
por las altas temperaturas que en el mes de Julio suele reinar en la zona.
Continuará
-----»
*
Guayre
Adarguma Anez Ram n Yghasen.
http://elcanario.net/Benchomo/efemeridescanarias358.htm;
anterior:
cambiar
el número 358
por el 357.]
---»
Continuará