OBSERVACIONES A UNA SERIE
DE ARTÍCULOS
EN
TORNO A
Los
ojos no sirven para nada a un cerebro ciego
Proverbio
árabe.
Chaurero n Eguerew
3- 2. PRECISIONES SOBRE LA RELIGIÓN DE LOS GUANCHES
Continuando con el tema de los espíritus de nuestros antepasados,
tengamos en cuenta que para el guanche la actitud ante la muerte es un simple
retornar al origen, un desdoblamiento espiritual, donde el Espíritu Libre
retorna al seno de Magek y el Vital queda en esta realidad para cuidar y
orientar a los suyos; Sabe que al
morir el cuerpo físico su Espíritu Libre viaja directamente al encuentro con
sus antepasados en el Seno de Magek y, al contrario de los dogmas católicos, no
le espera una eternidad de infinitos y indescriptibles sufrimientos en las
calderas de azufre hirviente de Pepe Botero es decir el infierno del diablo católico,
lugar destinado por los dogmas de esta confesión para aquellos que osan
cuestionar las creencias o se niegan
a ser mansos y fieles corderos divinamente sometidos para ser llevados sin
resistencia al degolladero.
Por
ello, el guanche era un hombre espiritualmente libre en vida porque no temía a
la muerte, es más, en determinadas situaciones era incluso deseada o admitida
libremente, como en el caso de los mensajeros al Seno de Magek.
Antes
de continuar con el tema de los espíritus mensajeros queremos dejar bien
patente que de ninguna manera estamos a favor del suicidio sea ritual o no, nos
limitamos a exponer unos hechos recogidos en la Historia colonial de nuestro
pueblo con el solo propósito de ilustrar la
actitud diferenciada que mantenían ante la muerte física
nuestros ancestros en contraposición al terror que esta infunde en los
cristianos, especialmente entre aquellos de
conciencia poco clara, que deben ser un buen número.
La
comunicación con los antepasados
En
la isla Chinech (Tenerife), durante el ceremonial en el que se entroniza al
nuevo Mencey se establece comunicación con el mundo de los antepasados: a través
del hueso de un antecesor del nuevo jefe, al entrar en relación con el primer
antecesor del linaje de quien depende el poder que le ha sido conferido por el
valor sagrado que poseen aquéllos. Esta comunicación con los muertos se
renueva con ocasión de la muerte de un Mencey.
El
viajero italiano Benedetto Bordone[1],
que pasó por las islas Canarias en la primera mitad del siglo XV, nos dejó una
breve descripción de sus habitantes y costumbres, entre las que recoge la
figura del mensajero al “más allá” en los siguientes términos:
“[…]
Y además de aquella costumbre, hay otra que está hecha de esta manera: que
creado el señor, y en la señoría puesto sin otro impedimento, habrá algunos
de sus súbditos a su señoría se presenta, y aquella para honrar la fiesta se
ofrece de sí mismo matar, y por tal cosa ver, o sea el efecto de la ofrenda
hecha todo el pueblo se reúne en un cierto valle profundísimo, y aquello, que
de morir por el señor mismo se ofrece, a altísima rupe accede, y después
de algunas ceremonias echas, y algunas palabras en laude de su señor dichas,
subido en de aquella rupe altísima se tira, por aquella, no queda más que en
el fondo de aquel valle en pedazos combertido, donde después del pueblo es
encontrado, y el señor por tal efecto, a sus parientes de mucho agradecido le
queda.”
Este
texto resulta muy explícito sobre la comunicación con los antepasados a través
de un emisario joven, por medio de un auto sacrificio. Esta información no se
hace extensiva al resto de la población, seguramente porque a través del
Mencey difunto recibirían todas las noticias, al repetir en el mundo de los
muertos, igual modelo social que el de los vivos.
Quizás
es en este contexto donde deberíamos estudiar los denominados suicidios
rituales, de los cuales nos son más conocidos los llevados a cabo en la isla
Tamaránt (Gran Canaria) por el gran caudillo Bentejuí y el Faykan de Telde, el
hawarita (Palmero) Atanauzú[2]
y los penúltimos menceyes de la
Isla Chinech, Bentor e Ichasagua. Estos caudillos de la nación canaria, al ver
el extremo peligro en que se encontraba la Matria ante el feroz empuje de los
invasores extranjeros, optaron por ser ellos los mensajeros y viajar
personalmente al Seno de Magek a dar cuenta a los espíritus de los ancestros de
la gravísima situación por la que atravesaba la Matria y recabar la ayuda de
los mismos para remediar al pueblo. (Guayre Adarguma, 2007)
En
la Isla Tamarant esta recogido el salto al vacío de dos mujeres antes de
dejarse apresar por los invasores, para la Isla Benahuare varios cronistas
recogen el hecho de que cuando los ancianos o moribundos sentían próxima su
hora al grito de ¡Vacaguare! (¡quiero morir!) pedían a sus parientes ser
emparedados en una cueva sepultura, donde eran dejados con un ganigo de leche.
Cuenta
el historiador Núñez de la Peña: “en esta entrada (Batalla de Las Pañuelas
en Tegueste, Chinech) hallaron los españoles en una cueva un viejo dos
muchachos y una niña llorando sobre el cadáver de una mujer que acababa de
expirar de la peste (modorra), y a su regreso (con ánimo de capturarlos) vieron
que el viejo había matado a los tres porque -les dijo- “más quiero ver
muertos a mis hijos que verlos cautivos.”
Existe
otro medio de comunicación incruento que nuestros ancestros guanches, empleaban
para comunicarse con los espíritus de sus antepasados cuando la comunicación
era urgente y no podían o no querían esperar a efectuar otros rituales más
complejos; el método consistía en valerse de cualquier hendidura profunda del
terreno y, a través de ella comunicarse con los espíritus de los ancestros,
cuando no disponían de grietas naturales, simplemente abrían un hoyo en el
terreno, y tendidos en el suelo, hablando a través de él, se comunicaban. Así
mismo, tenían otro medio de comunicación con los espíritus, consistente en
los llamados bucios de piedra, éstos son unas rocas que se encuentran en
determinados lugares y que han sido perforadas por agentes naturales en forma de
bocinas, las cuales eran usadas como amplificadores de la voz para comunicarse
con los espíritus de los antepasados. En la actualidad, existe un ejemplar en
Igueste de Candelaria (Tenerife), conocida precisamente como el “bucio de los
guanches.” Es posible que determinadas piedras de origen volcánico,
perforadas, de manera natural y otras trabajadas por el hombre que han sido
encontradas en cuevas, estuvieran dedicadas al fin comentado. ¿No le
recuerdan estas prácticas de
nuestros antepasados a las de
ciertos indios americanos?
Las
referencias documentales llegadas hasta nosotros relacionadas con el mundo
espiritual guanche son, como queda dicho, ciertamente limitadas debido entre
otras cuestiones al hermetismos que estos observaban frente a los invasores
europeos, de ello nos da fe Espinosa quien recoge:
“Esto
es lo que de las costumbres de los naturales he podido, con mucha dificultad y
trabajo, acaudalar y entender, porque son tan cortos y encogidos los guanches
viejos que, si las saben, no las quieren decir, pensando que divulgarlas (a
extranjeros) es menosprecio de su nación...”). (Fray Alonso de Espinosa,
1980: 45)
Esta
actitud de reserva y preservación por parte de nuestros de nuestros antepasados
frente a los invasores cristianos queda refrendada por una carta dirigida por el
Cabildo colonial de La Laguna a la metrópoli:
[…]
y demás desto muchos esclavos guanches que se huen andan alçados cinco o seis
años entre los libres, porque como todos son de una nación y biven en los
canpos e sierras acójense y encúbrense unos a otros y esto házenlo tan
sagazmente, de más de ser la tierra aparejada para ello, segund los barrancos e
malezas e cuevas y asperujas que no se puede saver sino por presunciones.
Especialmente
por que es jente que aunque unos a otros se quieran mal encúbrense tanto e guárdanse
los secretos que antes morirán que descobrirse y tienlo esto por honra y este
estilo tenían antes que la dicha isla se ganase y todavía se les a quedado,
pues saverlo dellos por tormentos es inposible aunque los hagan pedaços, por
que jamás por tormento declaran verdad y por ser de esta condición e manera es
gente muy dañosa. […] (Elías
Serra Rafols y Leopoldo de la Rosa Olivera, A.C.
t. 2, 1996:282)
Por
otra parte, debemos tener en cuenta que por la época en que escribió su obra
Espinosa, y aún muchos siglos después, la iglesia católica negaba el que los
guanches-mazigios, los indios, e incluso las mujeres del propio orbe cristiano,
tuviesen “alma”, concepto éste netamente cristiano, por lo cual para el
resto de la humanidad que estaba fuera de la órbita de influencia del
catolicismo, eran poco más que animales provistos de cierto entendimiento.
Los
egipcios veneraban a sus muertos. Les presentaban ofrendas y les pedían que
intercedieran por ellos ante los dioses. Tenían muy presentes a los muertos en
su vida diaria, y les dotaban de inmensos poderes. Ante cualquier dificultad,
les escribían cartas para que intervinieran en su favor ante los dioses. Estas
cartas se colocaban en las vendas de las momias durante el embalsamamiento.
Una
joven llamaba a su padre para que la ayudara a dar a luz, una viuda esperaba que
su marido permitiera que uno de sus sirvientes, enfermo, se curase... Los
parientes visitaban con regularidad a sus muertos, entraban en la capilla
construida en la entrada de la tumba y depositaban sus ofrendas ante la estatua
del difunto, encerrada en el serdah (nicho). Los vivos no podían verla, pero
una pequeña apertura a la altura de los ojos de la estatua dejaba al muerto ver
a sus visitantes.
Los egipcios honraban a sus muertos, dado que temían a los malos espíritus,
que según ellos podían venir a perseguirlos en forma de fantasmas. Estos ritos
de esta antigua cultura guardan unos paralelismos con las prácticas
espirituales mortuorias guanches.
Baile
de los muertos o de los angelitos
El
pueblo canario ha venido manteniendo abiertamente la comunicación con los espíritus
de nuestros ancestros ubicados en el Seno de Magek, y de manera no cruenta hasta
fechas muy recientes. A pesar de la brutal persecución desatada por el
sistema imperante, el cual ha conseguido que esta piadosa tradición haya dejado
de practicarse públicamente. La documentación escrita nos ha legado múltiples
ejemplos de esta práctica, aunque ya con profundas connotaciones cristianas,
como por ejemplo los denominados “Baile de los muertos” o “Bailes
de los angelitos”.
Veamos
algunas muestras: Por los antecedentes que hemos recogido se puede asegurar que
hasta tiempos relativamente recientes se celebraban en casi todo el Archipiélago
los funerales de los angelitos con jolgorios, bailes y banquetes rituales
mortuorios.
Como
resto de esa tradición podemos citar para la segunda mitad del siglo XX, “el
baile de los muertos”, en Valle Gran Rey, de la Gomera que al presente en
algunos casos se celebran a puerta cerrada por la propaganda que en contra se
hace por parte del sistema imperante: Amortajado el niño y colocado sobre una
mesa en la habitación más espaciosa de la casa, se reúnen en el referido
local los padres padrinos, familiares y vecinos para festejar el suceso con el baile
de los de los muertos y algún “canecaso” de aguardiente o de vino
de cuando en cuando.
“Al
son del tambor, las chácaras y la flauta rompe el baile (El Tajaraste) el
padrino llevando en los brazos el cadáver del ahijado y después de dar un par
de vueltas por la sala lo entrega a la madrina para que haga lo mismo.
Seguidamente
depositan de nuevo el cadáver de la criatura sobre la mesa y se da comienzo a
la juerga general que dura algunas horas. Al dar por terminado el baile empiezan
los recados, unos después de otros se acercan al cadáver y le prenden con
alfileres a las ropas alguna flor o bien un trocito de cinta o trapito como señal
para que el Ángelito recuerde el encargo, a la vez que envían recados a las
personas queridas que moran en el cielo (Seno de Magek); quien los padres
y hermanos, quien a los parientes y amigos; cuyos recados consisten unos en las
intenciones y otros para que sirvan de intermediarios con Dios para que la
cosecha sea buena, para recobrar la salud, etc.” (B. Alfonso, 1985:261)
Generalmente
los sentimientos más profundo de un pueblo cuando son despreciados y
ninguneados por cualquier sistema excluyente, busca refugio en el folklore, último
reducto de resistencia, de conservación del espíritu nacional y de la memoria
colectiva, a pesar de los múltiples esfuerzos desplegados por los estamentos
oficiales para reconducirlos hacía sus proyectos de aculturización. En el tema
que nos ocupa, una Asociación cultural de la isla de La Gomera, Chácaras
y Tambores de Guadá, ha
sabido plasmar estos sentimientos tan arraigados en lo más profundo del ser
canario en el siguiente relato aunque ya bastante sincretizado:
“El
hijo de Cristóbal Chinea -Antonio- murió con siete años -se desriscó
mientras cuidaba unas cabras- al trabársele el hastia subiendo por el camino de
la Tranquilla.
Tardó
en llegar al cielo. El llanto de sus padres empapó sus alas de angelito. De su
caja no colgaron las coloreadas cintas con los recados a los seres queridos
(“Cuando llegues al cielo, si ves a mi madre, dile que no me olvido de
ella”, “cuando veas a Dios ruégale por mi hermanita enferma”). La suya
fue una partida triste, sin el tambor, sin las chácaras, sin el baile del
tambor, sin el aliento de sus antepasados...
El
tambor estaba presente en todos los momentos de la vida. Cuando un niño nacía,
ya esa noche se mataba una oveja, se buscaba vinito del mejor. La taza de caldo
para la mujer, el pedazo de carne y el vino para el marido. Y la juelga de
tambor ya se producía en esa casa. El tambor haciendo acto de presencia cuando
aquél ser venía al mundo. Era de alegría, de haber dado a luz la mujer y
tener ese hijo que se esperaba.
Al
bautizar el niño, ¡eso era ya una fiesta! Se llevaba al niño desde el caserío
hasta la iglesia, con los padrinos y los acompañantes al toque de tambores y chácaras
(“Qué buenos padrinos tienes / Hiloria si no te mueres”).
Pero,
lamentablemente, demasiados niños morían en aquél tiempo y muchas veces el
mismo traje del bautizo sirvió de mortaja al niño muerto. Esa noche,
amortajado el niño y colocado sobre una mesa en la habitación más espaciosa
de la casa, se reunían, primero los padres con los padrinos, y luego, después,
los familiares y vecinos para acompañar y festejar el suceso con el baile de
los muertos y algún ‘cancanaso’ de parra o vino de cuando en cuando. Al son
del tambor, las chácaras y la flauta rompía el Baile del Tambor. Había por
norma que el padrino tenía que agarrar al niño de donde yacía muerto, cogerlo
en sus brazos y dar una vuelta a toda la habitación, bailando a golpe de tambor
(“Sube al cielo María del Pino / y ruega por tu padrino”). A continuación
se lo entregaba a la madrina para que hiciera lo mismo (“Quiero que me guardes
Hiloria / un traje para mí en la gloria”). Luego se colocaba ese angelito en
su lugar otra vez y así se pasaba la noche, cantándole y tocando y bailando
hasta el día siguiente en que se llevaba al cementerio. Durante esa noche y al
partir para el campo santo, todos los vecinos que tenían familiares que se le
habían muerto, con ese angelito, le mandaban recados a las personas queridas
que moraban en el cielo y para que los recordara le ponían cintas y flores para
enramar la caja (“Dile a mi padre que la niña que dejó pequeña ya se casó,
y que por aquí estamos todos muy bien. Y para que te acuerdes te pongo esta
cinta de color verde”). Y la frase ritual del pésame: “para que usted mande
muchos angelitos p’al cielo”.
El
tambor estaba manifestando un gesto de duelo pero también de júbilo, toda vez
que se pensaba que cuando un niño moría, si se le cantaba hacía más rápidamente
su recorrido hacia dios. Era “pecado” llorar ya que ello impedimentaba el
camino recto del angelito hasta el cielo, “llorar por dentro se llora, aunque
por fuera se canta” (“Ay buen dios, dolor tan grande / muerto el niño y
canta el padre”, “Al cielo subes María / y tu madre esternecía”). Eso es
lo que se creía. Se cantaba y se bailaba hasta llegar al cementerio (“Hiloria
le lleva un ramo / a la virgen del Rosario”).
Luego
vinieron las chanzas, los desprecios. La gente de la costa cuando se encontraban
con los de “los altos” o los padres del muerto los llamaban “magos” en
forma despectiva y le hacían chanza repitiendo las mismas canciones y los
encargos que le habían hecho al niño fallecido. Ya a finales del siglo XIX y
principios del XX se hacían los “velorios de angelitos” a puerta cerrada. Y
poco a poco la tradición se desvaneció, el baile de los muertos fue un eco
cada vez más lejano y los angelitos ya no tuvieron quien los velara.
La
línea se cortó...
Pasados
unos días de haber enterrado a este angelito, había una juelga de tambores
frente a la casa de Cristóbal en Guadá. Y él, asomado a la ventana, estaba
contemplando aquella juelga con una infinita tristeza. Pero su mujer se dio
cuenta y le dijo: “Pero bueno Cristóbal, ¿qué te pasa a ti? Mira, por qué
no te quitas lo que puedan decir de ti.
Vete
allí y cántale a tu niño”. Entonces “garró” el hombre el tambor y
cuando los demás lo vieron ir hacia ellos, se dieron cuenta a lo que venía y
acordaron dejarlo cantar. Y él entró cantando con fuerza y sentimiento, para
que su niño llegara al cielo, tal y como lo habían hecho sus antepasados:
“Yo mandé un ángel p’al cielo / y si no canto me muero”. (Asc.Guadá.)
Por
otra parte, en la actualidad vasta visitar cualquier cementerio de nuestras
ciudades o pueblos para ver como muchas personas hablan con sus difuntos como si
realmente estuviesen presentes físicamente, en ocasiones se puede escuchar monólogos
realmente enternecedores, propios solamente de
pueblos como el canario portadores de una milenaria
y profunda espiritualidad.
Los
espíritus y los ritos fúnebres
[...]
Toda esa noche se iba agudizando el duelo de hora en hora hasta la amanecida,
que era el tiempo reglamentario para la celebración de los chaxacos o
entierros; pero antes de ponerse en marcha el cortejo fúnebre, tanto los
hombres como las mujeres que sentían grima saltaban por encima del cadáver o
le besaban una mano “para que nos les dejara miedo” costumbre que aún
conservan algunos caseríos de la Victoria, La Matanza, Arico y otros pueblos.
La
comitiva iba atronando el aire con sus lamentaciones, hallábase formada por los
individuos de ambos sexos de la familia civil y de la individual,
precediendo las mujeres y detrás los llorones, sacerdotes, amigos y
numerosas personas de los distintos auchones o tagoros según el prestigio y
clase del difunto. Llegada a la necrópolis, después de un variado ceremonial
del clero en medio de grandes alaridos del séquito, encerraban con el xaxo
cierta cantidad de alimentos y tapiaban cuidadosamente la puerta de la gruta;
alimento que como ya dijimos renovaban de vez en cuando por fuera de la cueva,
para que comiera el sosia en sus visitas.
Seguidamente
los doloridos y todo el acompañamiento retornaban al auchón para disolverse
después de “celebrar el banquete fúnebre que daba el muerto”. (Juan
Bethencourt Alfonso, 1994, t.2:300)
Esta
piadosa práctica estuvo vigente hasta no hace muchas décadas entre las
poblaciones rurales de las islas aunque ya con una gran carga de conceptos
impuestos por la religión foránea.
El
Obispo católico Fernando de Rueda, en su decreto visita del año
Se
dice que antiguamente en Tacoronte daban el pésame en la siguiente forma:
“Aquí vengo, sí; aquí vengo, no; a quitar pesares, que a dártelos, no. A
romper canillas, calcañal y hueso, y a quitar pesares, de aquel que está
tieso”. (Juan Bethencourt Alfonso, 1994, t.2)
COSTUMBRES
MORTUORIAS CANARIAS
El
médico e historiador tinerfeño don Juan Bethencourt Afonso[3]
recogió una serie de costumbres mortuorias en nuestras islas vigentes hasta
finales del siglo XIX y principios del XX, en ellas a pesar de la gran carga católica
que las envuelven, se vislumbra las tradiciones mortuorias guanches,
especialmente la pervivencia de las comidas rituales mortuorias. Veamos algunos
ejemplos:
En
el Valle de Guerra, Esperanza y otros
pagos, testan señalando la cantidad indispensable para dar de comer y beber a
los que acompañen a sus cadáveres.
En
Candelaria, gran llanto al morir el
individuo “pues cuanto más gritan más siente.” Si el cadáver procede de
algún pago es costumbre obsequiar al acompañamiento en Candelaria, con papas,
pescado salado, pan, queso y vino.
En
Los Realejos el pésame que dan a los
padres que pierden un niño es el siguiente, “Mucha vida les dé Dios para que
manden angelitos al cielo!”. Si el cadáver es de persona mayor, en este caso
los doloridos se sientan en un rincón y el acompañamiento pasa por delante uno
a uno, diciéndole: “Mucha vida le dé Dios”.
En
Vilaflor, la gente cree que los niños
ruegan en el cielo por su familia y si mueren, 7 de un mismo padre, dicen tiene
un coro de ángeles, y que por lo tanto la salvación eterna de los padres, es
segura. Al día siguiente del entierro, se dice la “misa de difuntos”…
En
el Hierro, si bien la costumbre ha
decaído, acompañaban los cadáveres tanto hombres como mujeres, del
vecindario, desde los campos a la parroquia; deteniéndose en ciertos puntos,
llamados goronas (que consisten en una especie de corral semicircular,
con asientos para descansar) y en otros puntos, aunque no fueran goronas,
pasos dominantes de regiones más o menos extensas, para llorar al muerto:
continuando después tranquilamente. En el llanto se hacía mención o
ensalzaban las excelencias del difunto. Después, comen y beben, no se sabe si
por hábito originado de las distancias grandes que recorren.
Titoreygatra (Lanzarote)
Hasta hace poco tiempo se celebraba la muerte de un niño, comiendo,
bebiendo y bailando. Bailes mortuorios. Hay la tradición de que antiguamente
cuando moría un niño, celebraban el acontecimiento con bailes en la casas. En
Yaiza. Si un niño muere antes de cumplir el año, todos los gastos del entierro
son por cuenta del padrino.
Lanzarote
y Gran Canaria. Se dice que una
persona tiene un alma arrimada cuando el espíritu de individuo que haya muerto,
vive constantemente o periódicamente en comunicación con ella y que se le
arrima por lo regular con objeto de pedirle perdón por algún daño que le hizo
en la tierra.
Para
que desaparezca el alma y vuele al cielo, es bastante que el interesado
realice lo que aquella le pida, tal como decir misas, cumplir promesas; etc., y
si es por daño que recibió el individuo que la tiene arrimada, con que le
diga: “yo te perdono para aquí y para delante de Dios”.
Haría.
Hay algunos que creen que se les
arrimaban (almas) y se les ponían encima de la espalda y les hablaban, para
notificarle dónde había dejado el dinero enterrado, para poder subir al cielo.
Al que se le arrimaba se echa en el suelo, boca abajo, al peso del mediodía
pues avisado por la noche en la cama, salía a ciertos puntos “para descargar
al alma de la pena que tuviera”. Como decirles misas, etc.
Teguise.
Creen que hay almas arrimadas, hace
poco tiempo que a una de Guatiza le empezó un alma a maullar como gato. Casi
siempre se arriman para pedir perdón por haberle hecho en_vida algo malo. Basta
decirle para que no vuelva “Yo te perdono para aquí y para delante de
Dios”.
Tamaránt
(Gran Canaria: Agüímes). Cuando está muriendo un individuo los domésticos y
parientes rodean con solicitud al moribundo. Así que muere levantan todos un
llanto ruidoso que dura hasta que enronquecen sin separarse del cadáver.
Delante
de ellos lo amortajan, y a su vista permanecen sin separarse hasta que 1o
entierran, momento en que redoblan el llanto. En la casa mortuoria no se hace de
comer en 9 días. Los parientes y vecinos traen de sus casas la comida preparada
y acompañan a comer. Después una de las mujeres que acompañan dice en voz
alta, lo que cada uno ha traído (Ato. 1793).
Gáldar.
“Son parcos en sus convites de bodas
y generosos en sus funerales”. Pues en el día del entierro no es necesario
hacer de comer en la casa mortuoria: los amigos le envían lo necesario y
preparado aque1 día; cuya urbanidad es recíproca”.
La
Gomera. Todo niño que muere sin haber
“mamado leche pecadora” será un serafin; es decir, que no pasa por el
Purgatorio sino la punta del dedo margaro. Si llega aunque sea una sola vez a
mamar “leche pecadora” pasa por el Purgatorio. Los niños que mueren sin ser
bautizados van al limbo, donde siempre están diciendo fin, fin. Porque para
salvarse necesitan que venga la fin del mundo. Los entierran en punto no
sagrado.
Erbania
(Fuerteventura) cuando entraban a los
velorios por muerte de alguien, decían: “Dios guarde el calafote frío, de la
calavera mundana”. Respondía el dueño: “Quien estas palabras viene a
palabriar; allí está la silla, váyase asentar”. Antes se hacía comida en
la casa en que fallecía un individuo, para comer el acompañamiento, al
regresar del entierro. (Juan Bethencourt Alfonso, 1994, t.2)
Este
somero repaso a algunos aspectos de nuestra cultura y tradiciones, espero que
haya servido para refrescarnos la memoria en torno a las mismas, pues otro fin
no persigue.
Las
“Mandas Pías”
Hasta
siglos después de la invasión y sometimiento de las Islas, nuestros
antepasados continuaban manteniendo el ritual de la ofrenda de alimentos a los
espíritus de los fallecidos, aunque con cobertura católica. Este aserto quedó
recogido en la documentación notarial ya que los escribanos estaban obligados a
incluir en los testamentos las denominadas “mandas pías” mediante las
cuales la iglesia católica obligaba al testador destinar determinadas partidas
económicas según la importancia de su hacienda a iglesia católica o a algunas
de sus instituciones. En cuanto a las ofrendas a los espíritus de los
fallecidos estas eran bien recibidas por el clero católico pues pasaban
directamente de la lapida del difunto a las despensas de los párrocos o de los
frayles.
Fernando de Guanarteme (el segundo), natural de Gran
Canaria, otorga su testamento. Manda que
los clérigos de Santiago, en Taoro, le digan una vigilia de lecciones y misa de
réquiem con sus nocturnos y letanías; los frailes de San Francisco le digan dos treintenarios, uno
abierto y otro cerrado. Dona a las iglesias y ermitas de
Diego Alvarez (guanche) hace su testamento. Desea que
los frailes de San Francisco le
digan una vigilia de 3 lecciones con sus nocturnos
y letanías y le ofrenden 9 días; que paguen las deudas que vinieran en buena
verdad; que le digan 2 treintenarios cerrados; que den al Señor San Francisco 2.000 mrs., a Nuestra Señora de Santa Ma. de
María Hernández, viuda de Pedro Miguel (guanches),
moradora en el pueblo de Ntra. Sra. de Candelaria, por estar enferma otorga su testamento. Después
de la consabidas “Mandas” dispone: “se
diga un responso sobre su sepultura ofrendado de
media fanega de trigo y cinco azumbres de vino. (Protocolos de Sancho de
Urtarte, 1574, fol. 160 v. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)
Francisco
González, natural, hijo de Alonso González, natural de la isla, difunto,
morador al presente en el pueblo de Ntra. Sra. de Candelaria, término y
jurisdicción de San Cristóbal de La Laguna, por estar enfermo otorga su
testamento. Manda que su cuerpo sea sepultado en la casa y monasterio de Ntra.
Sra. de Candelaria donde está enterrado su padre Alonso González y que le
digan en dicho monasterio por los frailes de
él una misa cantada de cuerpo presente, con su vigilia y otras dos misas
rezadas de réquiem ofrendada de media
fanega de trigo y medio barril de vino. (Protocolos
de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 237 r. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)
María Hernández, viuda, mujer que fue de Gaspar Rodríguez, natural,
difunto, moradora en el pueblo de Ntra. Sra. de Candelaria, término y jurisdicción de San Cristóbal de La Laguna, por
estar enferma, otorga su testamento. Las Mandas acostumbradas y ofrendadas de una fanega de trigo, un barril
de vino v un carnero. (Protocolos de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 302 r. En:
Miguel A. Gómez Gómez, 2000)
Francisca Pérez, natural, viuda de Antón Albertos, moradora en el
pueblo de Ntra. Sra. de Candelaria, por estar enferma ordena su testamento.
Manda que su cuerpo sea sepultado en la casa y monasterio de Ntra. Sra.
de Candelaria, en la sepultura donde están enterrados
Francisco y Anastasia, hijos legítimos de su marido y de ella. El día de su
enterramiento, en dicho monasterio… con dos misas rezadas ofrendadas de un
barril de vino de diez azumbres, una fanega de
trigo y un carnero. (Protocolos de Sancho de
Urtarte, 1574, fol. 311 r. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)
Gaspar
Delgado, hijo de Pedro Delgado, difunto v de María Gaspar, su mujer, morador en
el Mocanal, vecino, por estar enfermo otorga
su testamento… ofrendado de una
fanega de trigo y un barril de vino de diez azumbres. (Protocolos de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 332 v. En: Miguel A. Gómez
Gómez, 2000)
Francisco
Rodríguez Izquierdo, capitán, natural de esta isla, morador en el pueblo de
Ntra. Sra. de Candelaria, por estar enfermo otorga su testamento. Manda que su
cuerpo sea sepultado en la casa y monasterio de Ntra. Sra. de Candelaria, en la
sepultura donde está enterrada su mujer
Francisca Martín y que el día de su enterramiento en dicho monasterio y por
los frailes de él, le digan una misa cantada de cuerpo presente con cuatro
misas rezadas de réquiem, todo ello ofrendado de una fanega de trigo y de un
barril de vino que tenga 12 azumbres. (Protocolos
de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 336 r. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)
Don Fernando, disculpe lo extenso de estas citas pero son una pequeña
muestra de los mas de doscientos testamento que recogen las ofrendas a los
difuntos de pan y vino, corderos, cabras y algún que otro cochino. En una próxima
entrega nos ocuparemos de su planteamiento: ”Es
falsa la idea, de que cualquier contacto con otra religión, vaya en desmérito
de la propia; pues ocurre todo lo contrario, que la nueva religión, hace dar un
paso más, desde su propia experiencia, y siempre es y será enriquecedora (cosa
que sucedió con los guanches, y otros pueblos, que han salido del salvajismo o
de práctica oscuras, a una más justa y santa). Ejemplos: el judaísmo pasa a
cristianismo; el islam, deviene de la síntesis de judaísmo y cristianismo;
etc.” En
la esperanza de que entre usted y nosotros ayudemos a que esta maltrecha
sociedad nuestra no continué comulgando con piedras de molino.
Abril
de 2011.
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En
torno a la religión del pueblo guanche (III)
En
torno a la religión del pueblo guanche (II)
[1]
Benedetto Bordone
(1460-1531) Cartógrafo,
miniaturista y viajero, su obra más famosa es
[2]
Este Tananca awuara protagonizo la primera huelga de hambre documentada en
[3]
El Dr. Don Juan
Bethencourt Afonso nace en las bandas de Chasna, en el sur de la isla de
Tenerife, y concretamente el pueblo de San Miguel de Abona,
el 5 de febrero de 1847.