LA GUERRA HA LLEGADO
Y NADIE QUIERE SABER COMO HA SIDO (III)
«» Francisco Javier González
EL ENEMIGO REAL. LOS WAHHABITAS.
Muhammad ibn Abd al Wahhab at-Tamimi nació en
1703 en Nadj, en la tribu de los Banu Tamin, dentro de una familia de
prestigiosos ulemas sunnies. Estudia en la escuela jurídica más ortodoxa de
islam sunní, la Hanbalí, y dentro de ella se impregna de las interpretaciones
del famoso, aunque controvertido, sabio Imman Taqî Ud Ibn Taymiyyah al-Harrânî.
Las exégesis coránicas y los veredictos legales (“fatwas”) de Taymiyyah
–mucho más estrictas que las relativamente abiertas de los sunnies de su época-
ocupan hoy numerosos volúmenes, sobre todo las dictadas contra los sufíes y
los shiíes y sus diversas ramas (immamies duodecimanos y septimanos; alawitas;
ismaelitas; zaidíes; drusos y kurdos yazidíes ). Para Taymiyyah eran en
realidad “kuffar”, no creyentes y/o “shirk”(politeístas) por lo que el
deber de los ortodoxos era combatirlos con la yihâd. Para él, el islam era
perfecto en los días de los “primeros compañeros” (As Sahaaba) y son los
que vienen luego con cosas nuevas los que lo contaminan, como ya advertía el
Profeta: “en cada viernes vendrá gente que agregará cosas al islam, cosas
que son malvadas y serán rechazadas y los que agregan no podrán ser
perdonados”.
Fue implacable con lo que consideraba
“desviaciones” que, para él, ya no eran islam. Así atacó ferozmente a
muchos de los considerados como “santos” por los sunnitas” como
al-Ghazali, enemigo intelectual de Avicena y de los neoplatónicos islámicos,
que negaba la relación causa-efecto; Ibn Arabi, que predicaba que Alá estaba
en todas partes y, por ello, lo acusaba de “shirk”, o a Ibn Seena, filósofo
de la escuela Mu’tazilah, que negaba la predestinación y trataba de
incorporar la filosofía griega a la teología islámica, sobre todo planteando
que el conocimiento de Dios puede ser adquirido a través de la revelación,
pero también de la razón. Curiosamente gran parte de esas controversias siguen
vigentes hoy en los debates teológicos islámicos.
La dureza intolerante de las prédicas de Wahhab
es tal que su propio padre y hermanos, ulemas sunnies, reniegan de él y lo
expulsan de Nadj. Se refugia en Diriya, donde recibe el apoyo del cacique tribal
local, Muhammad ibn Saud. Wahhab se autonombra Juez y Saud como Emir y, unidos,
emprenden sucesivas guerras de conquista contra las diversas tribus. Se inicia
así la dinastía saudí, que aún ejerce el poder absoluto al instituir como
ley que solo sus sucesores pudieran reinar. Saud, incluso, da su propio nombre
al país, desde entonces propiedad privada de la familia reinante. La
intolerancia frente a cualquier corriente del islam, basada en la justificación
religiosa de la necesidad de restaurar la “pureza” del Islam lleva a la
pareja Wahhab-Saud a la conquista de toda Arabia. Desde entonces es imposible
separar el wahabismo de los sucesivos Saud hasta el punto que la historia de esa
Arabia es la de su intolerante religión.
De todas formas, las sucesivas alianzas de los
monarcas sauditas con los gobiernos gringos que comienzan desde que en 1930 se
permite a las compañías gringas la exploración petrolera en la península arábiga
y que se acentúa en 1946 al permitir a USA instalar la base aérea de Dhahran
por 5 años, permiso que se renueva en 1951, culminan con un nuevo acuerdo con
la Arabian-American Oil Company (ARAMCO) que proporcionaba a Arabia Saudí el
50% de los beneficios netos de la compañía y una ingente inyección de petrodólares.
Asesinado Faisal en 1975 llega al trono el rey Fadh con el que las bases gringas
en el país alcanzan el medio millón de soldados con la creciente oposición
del pueblo ante los soldados extranjeros y los enormes gastos de una familia
real extensa y dilapidadora que, para los ulemas ya era “poco wahabita”, Se
va entonces fraguando una cierta ruptura entre los intransigentes clérigos y
los Saud, que llega a su culminación con el asalto y toma en 1979 de la Gran
Mezquita de la Kaaba que consideraban “impurificada” por la creciente
mercantilización de su entorno, con centros comerciales y autopistas que eran
el claro símbolo de la “cultura occidental”, ruptura que agranda la aún
mayor cercanía a USA desde la caída del Sha y el ascenso al poder en Irán de
los Ayatolas shíies. Durante la guerra Irak-Irán (1980-1990) Arabia Saudí
apoya económicamente con fuerza a Irak, país mayoritariamente shíita pero
gobernado por una minoría sunnita con Sadam Hussein a la cabeza. La oposición
al shiísmo iraní lleva en 1987 a los sicarios saudíes a disperasr a balazos
una marcha de mujeres y mutilados de guerra iraníes, con más de 400 muertos,
violando la regla del islam del Hajj.
El enfrentamiento de los Saud con los ulemas
wahabitas y, tras ellos, el pueblo, iban en aumento y, en un intento de calmar
los ánimos, Fadh adoptó el título de “Guardián de los Santos Lugares” y
adoptó en 1992 una serie de medidas entre las que destacan la formación de un
“Consejo Asesor” –solo consultivo- nombrado por el rey para evaluar todos
los asuntos políticos y la creación del “Mutawein”, la policía religiosa
para garantizar la plena observancia de las costumbres islámicas wahhabitas. La
acogida y apoyo de los monarcas saudíes a las tropas yanquis en oriente envenenó
aún más a las poblaciones saudíes, considerando muchos que se llegaba “al
final de los tiempos” de la venida del Mahdi. Sus propias creaciones, como
Al-Qaeda se rebelan contra el lujo y el despilfarro de una familia real de más
de 3.000 miembros, entre ellos centenares de jeques y de príncipes bien
conocidos en las costas mediterráneas españolas o en la Riviera francesa, que
poco tenían que ver con el concepto de islam de los wahabitas. Desde 2003 se
atacan edificios oficiales y en mayo-junio de 2004, la red Al-Qaeda ataca al
Centro Petrolero al-Khobar, la sede de la OPEP, el lujoso hotel-fortaleza Oasis
Resort en Riyadh y el consulado gringo en Jeddah. En enero de 2005 dos coches
bombas atacan al Ministerio del Interior y, en febrero, como concesión a la
presión gringa y un tímido intento de calmar a la población civil, se
celebran las primeras elecciones municipales en el país, aunque solo podían
participar hombres. Desde entonces el gobierno saudí ha procurado marchar más
o menos alineado con los propósitos y expectativas wahabíes, alimentando con
petrodólares sus madrasas y mezquitas.
Realmente la evolución actual del wahabismo
yihadista parte de la influencia de dos ideólogos de esta corriente. Sayyib
Qutb y Mawlana Abu’l A’la Mawdudi, ambos enemigos acérrimos e
irreconciliables de todo lo que entraña y significa “Occidente”. Sayyib
Qutb, egipcio nacido en 1906 estudió en USA, de donde vino convencido de la
“degeneración” occidental y de la necesidad de impedirla en el islam. Afirmó
que todos los regímenes y gobiernos musulmanes que aplicaban leyes laicas, que
consideraban la igualdad de las mujeres con los hombres y que practicaban una
democracia no sometida a las estricta leyes de la sharía que Allah había
dictado directamente, eran apóstatas. Las ideas de Qutb eran paralelas a la
Sociedad de los Hermanos Musulmanes, fundada con carácter regeracionista y
anticolonial británico por Hassan al-Banna en 1928 por lo que pasa a engrosar
las filas de la Hermandad.
Prohibida la Hermandad y encarcelados muchos de
sus miembros tras el intento de asesinato en 1954 de Abdel Gammal Nasser -en ese
momento vicepresidente en el gobierno de general Naguib tras la revolución de
los “Oficiales Libres” de 1952- por su negativa a que la sharía fuera la única
ley aplicable en Egipto y que cualquier gobierno estuviera sometido a la
orientación y supervisión de los clérigos para el estricto cumplimiento del
Corán y la Sunna, los ahora ilegales Hermanos Musulmanes, se radicalizaron aún
más, y a su frente estaba Sayyib Qutb. El nuevo intento de asesinato de Nasser,
ya presidente en el poder, lleva a miles de detenciones y de condenas a muerte,
la primera la de Sayyib Qutb el 29 de agosto de 1966.
Hoy, sus seguidores de los Hermanos Musulmanes
siguen proscritos y perseguidos, pero su rama armada “Ansar Beit al-Maqdis”,
que han jurado obediencia al “califa” Abu Bakr al- Bagdhati, son fuertes
militarmente en el Sinai integrados ya como DAESH, mientras que el ala de
“Al-Nur” (la Luz), que apoyó el golpe de estado contra Mohamed Morsi tras
la “primavera egipcia”, constituye el actual movimiento “legal”
salafista egipcio, fracasado en las elecciones legislativas del pasado mes de
septiembre, orquestadas por el presidente golpista, el general Abdelfatah al
Sisi (participación solo de 26,5% y, de ellos, el 10% nulos) en que ni siquiera
obtuvo representación.
Qutb mantenía que la occidentalización había
hecho regresar a la umma –comunidad musulmana mundial- a la “Jahiliyyah” o
ignorancia pre-coránica, debilitando al islam. Por ello planteaba dos
soluciones. Primero, declarar el “takfir”(acusarlos de ser kufr –no
creyentes- y shirk –politeistas) a todos los gobernantes que se apartaban de
la sharía y, a continuación, declararles la yihad ya que consideraba que con
la predicación (dawwa) no se obtenía nada ante ellos. La propuesta era bien
clara: la Guerra Santa.
Será Mawlana Abu’l A’la Mawdudi, nacido en la
India Británica –hoy Pakistan- en 1903 y fallecido en Buffalo (N.Y.) en 1979,
el que provea de la base filosófica y teológica más dura al terrorismo
fundamentalista islámico actual. Con una enorme influencia en todo el mundo
musulmán, pero también en el occidental gracias a la enorme difusión de su
pensamiento y sus obras a través de la madrasas construidas por los programas
de la Liga Árabe con la supervisión y el dinero de Arabia Saudí y la máxima
aprobación del Ulama wahabí de Riyad. Para Mawdudi, al concepto de
“democracia” occidental va contra la pureza del Corán. Es propio de los
kuffar o de los fasiquin (rebeldes al islam) por lo que deben ser desterrados y
combatidos. Afirma que “la soberanía política solo pertenece a Allah por lo
que se pueden y se deben usar todos los medios”, incluida la jihad que “es
solo otro nombre para la voluntad de hacer reinar el orden de Allah” por ello
es que “los que tienen la fe anclada en su corazón nunca accederán a ser
dominados por un sistema pecador y sacrificarán su vida en la lucha por
establecer el islam”.
El musulman tibio o tolerante es también un
enemigo para Mawdudi y sus wahhabistas: “La crueldad contra los no creyentes,
los pusilánimes, los musulmanes no devotos y los inocentes está justificada
por la primordial importancia del objetivo”, cuanto más aquellos que se
oponen, o para los que el Corán (5:33) recuerda que “Quienes hacen la guerra
a Allah y a Su Enviado y se dan a corromper en la tierra serán muertos sin
piedad, o crucificados, o amputados de manos y pies opuestos, o desterrados del
país. Sufrirán ignominia en la vida de aquí y terrible castigo en la otra”.
Mawdudi proclamó también que un musulmán solo puede, en con ciencia, prestar
lealtad solo a Allah, por lo que prohibió -como sigue haciendo el DAESH-
admitir la legalidad de ningún estado que no sea islámico. Cualquier
nacionalismo es pues, shirk, politeísta, porque sirve a entidades que no son el
islam prolongando así la supremacía de las potencias imperialistas
occidentales.
Estas doctrinas, que nos traen a la memoria las
palabras del inquisidor cristiano Bernard Gui en su “Practice Inquisitionis hæreticae
pravitatis”: “La herejía no puede ser destruida a menos que los herejes
sean destruidos y sus defensores y seguidores sean también destruidos, y esto
se efectúa de dos formas: O se convierten a la verdadera fe católica o serán
quemados” son las que hoy, con dinero saudí, se propagan por madrasas y
mezquitas y arraigan en barrios maginados como “les banlieues de l’Islam”
franceses o los suburbios de la mitad de Europa, África y Oriente ante el
abandono y la indiferencia de las autoridades “occidentales”.
De tales fuegos tales rescoldos. Esta es la guerra
que nadie quiere saber cómo ha llegado y que NO ha declarado Francois Hollande.
Se la han declarado a él…, y a medio mundo, Canarias incluida.
Gomera a 22
de noviembre de 2015
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La guerra ha llegado y nadie quiere saber como ha sido (I)
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