Y
NADIE QUIERE SABER COMO HA SIDO (I)
«» Francisco
Javier González
Quiérase o no, el presidente francés
Francois Hollande, al denominar como “guerra” los sucesos del ataque del
DAESH en París, lleva toda la razón. Toda la inmensa parafernalia periodística
sobre “terrorismo”, sobre “masacre de inocentes”, “asesinatos”…,
hay que trasladarlos al campo de las realidades, lo que no obsta para dar el más
firme rechazo a esa acción, que tiene una buena parte de guerra civil –si
alguna guerra fuera “civil”- entre franceses “autóctonos” de barrios
acomodados y franceses de “les banlieues de l’Islam” que podríamos, en
justicia, llamar “français de la haine”, pero también a todas las acciones
de la especial guerra en la que lo que llamamos “Occidente” se ha metido de
cabeza y que se está librando totalmente al margen de la Convención de
Ginebra. Esa guerra de la que habla Hollande no es de ahora. Comenzó desde que
“Occidente” armó, financió y apoyó a Ben Laden y sus muyahidines en
Afganistan y ha seguido permanente hasta hoy, solo que, ahora, se está librando
en suelo europeo y los muertos no están a miles de kilómetros ni son
individuos ”inferiores” que los cultos europeos. Están aquí.
Si aceptamos como definición de “Estado” la que leo en el “Diccionario de
ciencias jurídicas y políticas” de Manuel Ossorio (Heliasta, Bnos. Aires
1997) tan válida como otras muchas y lo suficientemente precisa, vemos que
“es una organización social constituida en un territorio propio, con fuerza
para mantenerse en él e imponer dentro de él un poder supremo de ordenación y
de imperio, poder ejercido por aquel elemento social que en cada momento asume
la mayor fuerza política” ¿Puede alguien afirmar que el llamado DAESH
((al-Dawla al-Islamiya al-Irak al-Sham) no es un ESTADO? Tiene el territorio,
extendido en parte de lo que es Irak y Siria –de ahí lo de Irak y Levante
(al-Sham) del nombre, al que habrá que añadir la “nueva provincia” de
Yemen- tiene organización social y política, tiene el “ejercicio del
poder”, el ejército para imponerlo y los ingresos -del contrabandeo de petróleo
a través de Turquía, del “zakat” que es, en la práctica, un impuesto
estatal en sus territorios, y de los caudales de los magnates saudíes con la
aquiescencia de su gobierno feudal- para cumplir sus fines, además de la fuerza
político-religiosa que le da el wahabismo y la militar que le aportan los
muyahidines. La triste realidad es que ese engendro, al que “Occidente” ha
contribuido grandemente a dar vida, es un ESTADO que, como tal, ha declarado la
guerra a ese “Occidente” al que, por precisión, habrían que añadir los
calificativo de “capitalista e imperialista” por trasnochadas que a algunos
parezcan esas definiciones.
Pretender
ser ajenos a la génesis del monstruo y mostrarse indignados ante su acto de
guerra -que es una consecuencia lamentable del largo proceso de intervenciones y
errores cometidos alevosamente sobre estados y sociedades “no occidentales”-
no deja de ser una hipocresía más de este “Occidente” que considera que
1.200.000 muertos iraquíes entre 2003-2007 (The Guardian. 16/9/2007) fueron víctimas
necesarias para imponer la democracia a Irak, “democracia” que, tras la
“paz”, arroja saldos de entre 80 a 100 muertos semanales en atentados entre
shiies y suníes sin que ocupen más que algunas líneas de los mass-media, y
eso cuando van en lotes de 30 0 40 de una tacada, o que los más de 50.000
muertos en Libia –incluyendo el asesinado Gadhafi- era otra exigencia de la
democracia occidental para “salvar” a Libia de la dictadura, y que los más
de 310.000 muertos y de cuatro millones de refugiados de la guerra de Siria, sin
contar a kurdos, palestinos, yazidies…, son solo “víctimas colaterales”
de este “Occidente” que cada vez parece más la imagen de la apocalíptica
Meretriz de Babilonia cabalgando sobre la bestia de las siete cabezas.
La
CIA, el Mossad, el MI16 y los servicios secretos saudíes –a cargo del príncipe
Bandar bin Sultan bin Abdulaziz al-Saud desde 2012 hasta su dimisión a mediados
del año pasado- se encargaron de la formación, financiación y armamento de
Al-Nusra –filial de Al Quaeda en Irak y Siria- y del Frente Patriótico y de
apoyar al DAESH en su intento de constituir un califato en esa zona. Aunque el
DAESH, inicialmente con Al Zarqaui y luego con Rashid al-Baghdadi era otra
filial local de Al Qaeda protegida por Osama Bin Laden, tras la muerte de este y
de Rashid pasó a ser dirigido por Bakr al-Baghdadi que se separó de Al Qaeda,
se autoproclamó, con el nombre de Ibrahim, como Califa de Irak y del Levante
(Siria, Líbano, Israel, Palestina, Jordania y parte de Turquía) teniendo, además,
en la actualidad la obediencia de las guerrillas en el Sinaí y de las takfiríes
en Yemen, en este último caso con la implicación directa del ejército saudí,
tanto que el coronel Luqman, portavoz del ejército yemení, declara que
“Arabia Saudí es solo un DAESH más grande porque tanto Al-Qaeda como Daesh
son dos organizaciones de la inteligencia saudí afiliadas al régimen de
Ryad”. No es para menos si tenemos en cuenta que hoy mismo, 17 de noviembre,
se cumplen 225 días de ataques por parte de las tropas saudíes -con el beneplácito
USA que incluso les proporciona las prohibidas bombas de racimo- que se han
cobrado al menos 7.495 muertos y 16.058 heridos en su mayoría mujeres y niños,
al tiempo que han destrozado la base económica del país destruyendo 105 depósitos
de agua, 472 almacenes de alimentos, 14 aeropuertos, 340 puentes y carreteras,
212 instalaciones de comunicaciones o eléctricas y 244 mercados en uno de los
países más pobres del área, todo ello según balance de la “Coalición
Civil de Yemen”. Desde luego que en “Occcidente” nadie se ha rasgado por
ello las vestiduras ni hablado de “terrorismo”, como no se las rasgaron ni
iluminaron edificios con la bandera yemení cuando, a finales del pasado marzo,
dos ataques suicidas del DAESH a dos mezquitas de Saná –al estilo de los
ataques de París, dejaron detrás 160 muertos y más de 300 heridos.
Eso no quita nada de gravedad al ataque sufrido por París, pero lo pone en su
debido contexto. El enemigo real es la única vertiente del islam que merece el
nombre de secta (“firqah”) es la wahabita, una desviación heterodoxa del
islam sunnita, movimiento religioso basado en la total intolerancia a cualquier
otra posición religiosa sea islámica o de cualquier otra índole, fundada por
el ulema sunní de lo que hoy es Arabia Saudí, Muhammad ibn Abd al Wahhab
(1703-1792) de quien toma el nombre, aunque se autodenomina “Salaf as-Salih”
o “forma de actuar como las enseñanzas piadosas” y sus seguidores, por
ello, como “salafistas”.
Todo
lo expuesto no pasa de ser una constatación de lo que sucede pero, creo que sin
profundizar en las raíces y las razones que han llevado a esta situación, nos
quedaríamos sin saber cómo ha sido esta guerra diferente, compleja y no
declarada oficialmente, que nos ha llegado y no del cielo precisamente, y ese es
el objetivo que abordaré en la continuación.
Gomera a 17 de noviembre de 2015.
Otros
artículos de Fco. Javier Gzález.
publicados en El Canario y anteriormente en El
Guanche