Sobre el rebelde sentir independentista
(III)
«» Víctor Ramírez
Rescatado
por Isidro Santana León
[Lógico
que como independentista me vea en la obligación moral de rescatar las
reflexiones de mi compatriota Víctor Ramírez; ¿acaso no es ésta una función
revolucionaria?... ¿en vez de silenciar por el mezquino cainismo a
nuestros hermanos de lucha, sobre todo a los comprometidos con la palabra,
cuando el objetivo es el mismo…? Yo, Isidro Santana León, haré dos
funciones: la misión silenciosa que menciona Frank Fanon y la bulliciosa que en
todo momento sea menester para disipar el humo y la mentira del colonialismo
español en nuestra malhadada patria. La colonia no puede estar silenciosa, las
voces de los patriotas tienen el deber de expandir su grito como el de sus
hermanos de designio si el fin es el mismo.]
Porque
es el problema de "trabajar la búsqueda de la verdad emancipadora a través
de la fabulación" lo que ha elegido este narrador con su débil -y tan
tarada- armazón individual y con su total indefensión y soledad (indefensión
y soledad plenamente asumidas) como elementos sociales. Y, ya puesto en ello,
observaré que de frágil cartón son los ídolos en que buscamos inútil
protección para escapar del reto de la vida.
Observaré,
asimismo, que todos los medios e instrumentos con que hasta ahora se ha
pretendido moralizar a la humanidad han sido y son esencialmente inmorales.
También constata este narrador que, a fin de cuentas, usar el lenguaje suele
ser simple e irreversiblemente colaborar en esa falsificación tenaz, en ese
engaño omnímodo. Pues el lenguaje continúa siendo, paradójicamente, el
instrumento esencial en la fabricación de esos ídolos de frágil cartón bajo
los que anhelamos cobijo y amparo.
Qué
hacer, cómo reaccionar ante tales descubrimientos, ante tales perspectivas,
ante la vida que implacable se nos sigue imponiendo con todo su bagaje de energías,
carencias y demás esperanzas y contradicciones?
Al
paso del tiempo intuye este narrador que el adiestramiento castrante a que ha
sido sometido desde la cuna -para la aceptación acrítica y sumisa de esos ídolos
inmorales y falsificadores- resultará barrera muy difícil, quizá imposible,
de derribar totalmente. Lo intuye, y temblará de estupor. Y hay veces en que
parezca desesperar; pues ante sí, y a poco que abriera los ojos del espíritu,
sólo vislumbraría altas montañas, extensas llanuras y profundas barranqueras
plagadas de mentiras y sumisiones.
Sus
paisanos dan la impresión de que viven ignorando totalmente la propia situación
de colonizados, la incapacidad de autogobernarse a que han sido conducidos
mediante del miedo y de la ignorancia. Dan ellos, a veces, la impresión de que
se regodean gustosos con su infame estado de postración.
Mas
en mí no habían muerto del todo los instintos de la verdad -no- ni la fe en
que podrían superarse la indefensión y la parálisis política producidas por
esos miedo e ignorancia. Todavía, y sorpresivamente, ellos -los instintos de
verdad- aleteaban cuasimoribundos en algunos recovecos de mi conciencia.
Y
comienza la batalla, el desgarro tenaz que sólo acabará con la muerte o con la
pérfida claudicación. Y comienza este narrador a utilizar el lenguaje
embaucador del mundo que lo rodea, el único lenguaje de que dispone: a
utilizarlo sin importarle que quizá la batalla esté perdida de ante-mano (y
sin importarle que ese lenguaje ya esté fatalmente contaminado de impotencia e
ignorancia). Aunque sea un solitario, no se encuentra solo este narrador.
Pertenece inevitablemente a una comunidad, a un pueblo. Es hijo de una Patria
sometida por un poder cruel y tosco.
Y
concluirá admitiendo sin recelos -ni desmedidas pretensiones- que escribir es
impúdicamente confesarse en público. Pero asimismo descubre que escribir puede
ayudar a que algunos de sus compatriotas se autocontemplen en la soledad y a
través de sus escritos como él también se autocontempla leyendo los de otros.
Confesarse
en público es tomar partido ineludiblemente y es mostrar consciencia a la
intemperie -no importa que a ello también lo mueva la vanidad, el orgullo de
indefenso sabedor y novelero. No, inevitablemente no está solo este narrador y
por muy solo que se sienta. Es componente, sin coartada ni más mentiras, de una
nación. Pero no lo sabía él. Durante su infancia y su adolescencia se lo habían
ocultado. Le adiestraban en la ignorancia insolidaria y en la sumisión del
acobardado sin raíces, sin patria.
2-enero-1994
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Artículos de Isidro Santana León publicados en El
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