Sobre
el rebelde sentir nacionalista (y II)
Por
Víctor Ramírez *
[Si
así no fuera, mi pensamiento tampoco estaría al servicio de la razón y los
derechos sino de la tiranía colonial omnímoda que todo pudre; por eso, yo,
Isidro Santana León, tengo la obligación de rescatar las reflexiones de mi
compatriota Víctor Ramírez, puesto que no se trata de él o de mi quien lance
la idea: se trata de nuestra liberación nacional y desvelar los derechos
de nuestro castrado pueblo.]
Y
proseguí con la lectura del viejo papelito desdoblado, pariente, con lo que había
escrito Frantz Fanon: "La responsabilidad del hombre de cultura
colonizado no es una responsabilidad frente a la cultura nacional solamente,
sino una responsabilidad global frente a la nación como un todo, de la que la
cultura no es, en definitiva, sino un aspecto.
>>La
cultura nacional es el conjunto de esfuerzos hechos por un pueblo en el plano
del pensamiento para describir, justificar y cantar la acción a través de la
cual el pueblo se ha constituido y mantenido".
Aquí,
en estas últimas palabras, encontré la respuesta a mi desazonada pugna
intelectual. Yo presentía que no bastaba con buscar un puesto en eso que
llamamos el estatus cultural, que no bastaba con escribir para que los lectores
-paisanos o no- dijeran "mira qué bonito, qué interesante". Presentía
que era yo una parte, más o menos significativa, del pueblo al que pertenezco,
y ese pueblo está colonizado. Así mi responsabilidad, por activa y por pasiva,
no se reducirá a la calidad estética de la obra que escriba. Sino que o
adoptaba el valor de un instrumento al servicio de la liberación de mi Patria
Canaria o no servirá para nada, pariente.
La
larga cita de Frantz Fanon viene al caso porque sólo en las coordenadas de ese
"compromiso ante la globalidad" -compromiso asumido por este narrador
que soy por destino imprevisto- tienen explicación estas pocas reflexiones en
voz alta (compromiso asumido no sin cierta convulsión: créelo). A fin de
cuentas, y parafraseando a Friedrich Nietzche, "la obra de todo escritor
debe ser la confesión de su autor, una suerte de memorias involuntarias".
En
los momentos de crisis exacerbada es cuando escandalosamente se agranda la
mentira, tornándose ésta aun más ávida e implacable que de costumbre. Y con
absoluta impudicia adquiere la mentira una agresividad omnipresente, una
insolencia paralizante, muy difícil de soportar por quienes todavía no hemos
perdido el instinto de la dignidad indócil.
De
ahí, pariente, la necesidad de guardar distancia, la necesidad de dar la
espalda o esquivar a la mentira engrandecida, dársela con humilde altivez. Y
hay que seguir preparándose para la acción honesta, preparándose
permanentemente: dialogando en la soledad y a través de los libros con filósofos
o poetas y demás escritores queridos, dialogando con ellos y como única manera
de proseguir siendo coherente en el recio camino de la decencia (mas siempre sin
sacar los pies del barro por el que trastabilleante deambula estupefacto y
tembloroso tu pueblo tan miedoso e ignorantado).
Con
machacona insistencia cuestiona este narrador, sin embargo, que seriamente
tengamos los humanos un sincero deseo de verdad, que amemos sin tapujos ni desvíos
la verdad. Al contrario, pariente: está casi convencido de que, por amplia
mayoría, preferimos la mentira, de que optamos por la molicie del perenne
autoengaño. Lo que debe no desanimarnos ni que perdamos la paciencia.
Y
pienso sobrecogido que fatalmente tenemos pánico a la auténtica verdad, que
preferimos andar en penumbras y adormilados antes que enfrentarnos con la cruda
luz de la realidad que nos ha tocado en suerte vivir. Apesadumbrado, comprende
este narrador la desidia y la aprensión, casi temor pávido, de muchos de sus
colegas -y más aun de él mismo- para encararse con la situación sociopolítica
que tan rudamente vivimos (encararse y pelearla con las armas que tenemos, quizás
las más dignas: nuestra palabra y nuestra imaginación al servicio de la
libertad en justicia -si es que puede haber libertad sin justicia).
29-diciembre-1993
*
Rescatado por Isidro Santana León, 10/05/16 de Víctor Ramírez
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