Claudio
Katz *
No sólo China ha podido sustraerse de la
crisis global. También un grupo de economías intermedias (denominadas emergentes,
ascendentes o BRICS) ha logrado capear el temporal. Este núcleo de países
conforma el conglomerado semiperiférico actual de la
estratificación mundial.
Este sector mantuvo su crecimiento el
año pasado, incrementó significativamente la tasa de inversión y aumentó su
participación en el PBI global. Si estas tendencias perduran, la localización
de la producción y el empleo sufrirá un importante desplazamiento en el próximo
período. Estos cambios son congruentes con la nueva división internacional del
trabajo que privilegia la región asiática.
Las economías ascendentes son las niñas
mimadas del capitalismo. Reciben elogios del FMI y fueron las estrellas de los
últimos foros empresarios de Davos. Los nuevos multimillonarios de China, Rusia
o India se integran rápidamente al club de los poderosos.
Otro indicador de las modificaciones en
curso es la distribución de las reservas mundiales. Estos reaseguros suman 6,5
billones dólares en las economías ascendentes y sólo 3,2 billones de los países
del Norte. El endeudamiento externo del primer grupo ha caído y algunos
integrantes de esa membrecía ya son acreedores. En el
otro polo ha irrumpido la nueva categoría de “Países Ricos Altamente
Endeudados”.
Pero es muy frecuente extraer
conclusiones engañosas de estas mutaciones. La principal confusión surge de la
indiscriminada clasificación de todo el grupo ascendente, en un mismo rubro de
BRIC. Esta denominación (Brasil, Rusia, India, China) fue primero extendida a
BRICS (con Sudáfrica) y luego a BRIIC-K (con Indonesia y Corea). Otra
ampliación reciente habla de EAGLES (con México, Egipto, Taiwán y Turquía). (1)
Los creadores de estas marcas son
operadores bancarios (Goldman Sachs, BBVA) que incluyen o excluyen a los países
de su lista, en función de las oportunidades de inversión financiera. El
carácter coyuntural de esta evaluación salta a la vista. Pero su principal
inconveniente radica en equiparar bajo una misma sombrilla, a un país que
avanza hacia un status de potencia central (China), con economías intermedias
de incierta evolución.
La distancia que mantiene el gigante
asiático con cualquiera de sus seguidores es abismal en cualquier terreno de la
producción, las exportaciones o las reservas. Esta brecha es particularmente
visible frente a otra economía de gran crecimiento reciente (India) o en
comparación a un vecino que precedió al avance chino y se estancó frente a esa
irrupción (Corea del Sur). (2)
Al ubicar a todo el grupo en la misma
canasta se olvida que muchos países del pelotón han ascendido como proveedores
de los insumos básicos demandados por China. Más que impulsar el crecimiento
global, estas economías han sido arrastradas por ese avance. Es importante
también notar la línea divisoria que separa a los protagonistas de un
desarrollo industrial de los actores que se expanden por el repunte de la renta
petrolera (Rusia) o agrícola (Brasil). Estas diferencias definen grados de
consistencia muy disímiles del crecimiento.
Las distinciones entre los emergentes
presentan contornos más categóricos en el plano geopolítico. La autonomía de
las políticas imperiales que tienen Rusia o China, no se extiende a la India,
Brasil o Sudáfrica. Estos países mantienen estrechos vínculos de asociación o
dependencia con las potencias que regulan el orden mundial. Por esta razón, el
propio funcionamiento de los BRICS no ha incluido la adopción de estrategias
comunes.
Es cierto que la mayor estabilidad
política de todo el grupo contrasta coyunturalmente con el generalizado
desarreglo que impera en las potencias centrales. Pero tampoco este rasgo
determina patrones de acción internacional conjunta.
Las nuevas alianzas Sur-Sur en desmedro
de las viejas conexiones con los centros metropolitanos presentan un alcance limitado
y no anticipan la “segunda globalización” comandada por los emergentes que
pronostican algunos analistas. Hasta ahora el dato más relevante ha sido la
integración de los emergentes al G 20, para ampliar el sostén del capitalismo
en crisis. (3)
Los
padecimientos de la periferia
El alivio de los países intermedios no
se extiende al resto de la periferia. La crisis golpea nuevamente con mayor
virulencia a las economías más empobrecidas, reiterando una norma de las
convulsiones capitalistas. Este impacto se verifica en cualquier terreno del
empleo o los ingresos. Los emigrantes enfrentan mayores obstáculos para
ingresar al Primer Mundo, las remesas se recortan y las oleadas de refugiados
se multiplican.
Mientras la prensa sólo habla de
economías centrales y emergentes, la inmensa mayoría de los países se encuentra
fuera del G 20, soportando el drama cotidiano de la miseria. Allí se localizan
los 2050 millones de personas sin acceso a la sanidad básica y los 884 millones
carentes de servicios de agua potable.
Pero lo más novedoso del tsunami actual
es la convergencia de estos sufrimientos con una tragedia de hambre. El aumento
de los precios de los alimentos que precedió a la crisis no fue revertido por
la recesión y en muchas zonas se acentúa el drama de la desnutrición. En
Somalia, por ejemplo, ya se observan todos los síntomas de una catástrofe
alimentaria.
La cifra total de hambrientos se ubica
en torno a los 1020 millones de personas, pero la amenaza se extiende a los
2.500 millones que subsisten en condiciones de pobreza. Este flagelo aumenta al
compás del encarecimiento de los cereales, que obedece a la consolidación de un
esquema neoliberal de agricultura exportadora, que destruye la pequeña
propiedad, aniquila el abastecimiento local tradicional, generaliza la
desposesión de los campesinos y multiplica la emigración rural.
Esta reorganización capitalista del agro
determina la falta de comida que agobia a una sexta parte de la humanidad,
cuando la producción total alcanzaría para satisfacer esa nutrición. El reinado
de la rentabilidad y el manejo oligopólico del comercio agrícola por parte de
un puñado de transnacionales (ADM, Bunge, Cargill y Dreyfus) potencian la
tragedia del hambre.
Las expectativas de atenuar el problema
por el efecto deflacionario de la desaceleración económica global no se están
cumpliendo. El ascenso de los precios alimenticios que comenzó en 2003 persiste
sin grandes modificaciones.
Muchos autores estiman que ese
comportamiento alcista obedece a la formación otra burbuja. Especular con los
precios a futuro de los cereales se ha convertido en una operación muy
redituable. Permite canalizar los excedentes de liquidez que genera la pérdida
de oportunidades de inversión en los países desarrollados. (4)
Otros analistas consideran que el
encarecimiento de los alimentos es un problema más estructural y derivado de la
creciente demanda ejercida por los nuevos consumidores asiáticos. También
destacan la presencia de costos crecientes de producción y productividades
declinantes en el sector agrícola. (5)
Ambos enfoques subrayan explicaciones
complementarias (de corto y largo plazo) del mismo fenómeno. Pero en cualquier
caso, las maniobras financieras y las brechas estructurales entre la oferta y
la demanda presagian el agravamiento de la crisis alimentaria, que auguran
todos los expertos de la FAO.
Este padecimiento se intensificará
además por las presiones del agro-negocio, que bloquea en los cónclaves del G
20 cualquier regulación internacional de los precios. En ese ámbito actúan los
países que producen el 77% de los cereales y manejan el 80% del comercio
agrícola. El hambre de los desamparados aporta un buen negocio para varios
integrantes de esa asociación.
Multipolaridad
y hegemonía
La diversidad de situaciones regionales que
rodea a la crisis actual ha generalizado las predicciones de un viraje hacia la
multipolaridad. Este contexto es diferenciado de la
bipolaridad de posguerra (Estados Unidos versus la URSS) y de la unipolaridad de los años 90 (supremacía norteamericana). La
declinación estadounidense es asociada al avance de China y los emergentes.
Algunos enfoques también resaltan el agotamiento del neoliberalismo y
pronostican un crecimiento desarrollista de la periferia, asentado en la
intervención estatal y el intercambio entre las economías del Sur. (6)
Pero estas miradas omiten las
significativas continuidades que vinculan al actual período con su precedente.
La multipolaridad podría modificar las relaciones de poder
entre las potencias, pero no altera los pilares de la mundialización
neoliberal. El protagonismo de las empresas transnacionales persiste, junto a
la competencia global por lucrar con la explotación de la fuerza de trabajo.
Esta internacionalización del capital
determina, además, la continuidad del libre comercio y los flujos financieros
transfronterizos. A diferencia de lo ocurrido durante la entre-guerra, la multipolaridad actual no anticipa el surgimiento de bloques
proteccionistas, dispuestos a batallar por la conquista de los mercados a
través de la guerra.
El estancamiento del centro determina
efectivamente una mayor interacción entre las economías intermedias. Pero estos
enlaces se desenvuelven en estrecha asociación con empresas del Primer Mundo.
Esta colaboración no es un imperativo tecnológico, ni obedece a necesidades de
financiación. Las burguesías emergentes ampliaron su radio de acción junto al
capital extranjero y continúan reforzando esos vínculos.
Sus estrategias no incluyen propósitos
antiimperialistas o iniciativas de “No Alineados”. Tampoco incentivan
planificaciones para-mercantiles del comercio (Comecon)
o proyectos de solidaridad (Bandung). Actúan siguiendo criterios de
rentabilidad, que tienden a recrear los viejos desniveles de la relación
centro-periferia- semi-periferia.
La mundialización ha modificado los
patrones geográficos de esos lazos. Ya no se requiere cercanía territorial
entre las economías dominantes y sus abastecedores de insumos. Las relaciones
de dependencia comienzan a desbordar su radio tradicional.
Resulta imposible predecir el
ordenamiento final de esta mutación, pero es evidente que no saldrán airosos
todos los jugadores. La acumulación exige equilibrar los avances de un polo con
las pérdidas del segmento opuesto. Si una región prospera otra debe decaer,
para que el enriquecimiento de los capitalistas ganadores sea solventado por la
población de las zonas perdedoras.
La multipolaridad
no altera este principio selectivo del desarrollo burgués. El capitalismo
excluye crecimientos compartidos en el largo plazo o eliminaciones progresivas
de todas las desigualdades socio-regionales. Los admiradores del nuevo
escenario ignoran esta extensión de brechas de distinto signo.
Frecuentemente visualizan a la multipolaridad como un cambio de hegemonía política a favor
de China y en desmedro de Estados Unidos. Pero nunca aclaran qué significado le
asignan al concepto de hegemonía. Esta noción puede ser identificada con la
supremacía imperial o con formas de gestión consensuadas opuestas a la coerción
bélica. En el primer caso se sugiere que el expansionismo chino reemplazaría al
dominador estadounidense. En la segunda variante se supone que esa sustitución
será pacífica y resultante de una avasalladora primacía económica. Los
desaciertos de ambas hipótesis saltan a la vista
Desde la posguerra Estados Unidos ha
ejercido una explícita dirección imperialista. Actúa como garante militar de la
reproducción de capital y brinda protección a todas las clases dominantes,
frente a la insurgencia popular y la inestabilidad del sistema. Los dirigentes
chinos no se imaginan a sí mismos cumpliendo ese rol, en ningún momento del
futuro.
Quiénes suponen que la sustitución
coercitiva será innecesaria por el simple efecto de la pujanza económica
oriental, no explican cómo funcionaría el capitalismo global sin garantes
militares de ninguna especie. Esta visión olvida que un sistema de competencia
por beneficios surgidos de la explotación, no puede desenvolverse sin el uso de
la fuerza.
La identificación de la multipolaridad con el repliegue bélico de Estados Unidos o
sus socios europeos es una hipótesis ingenua. En cualquier “des-occidentalización” de la economía mundial, el gendarme
norteamericano continuará supervisando invasiones, ocupaciones y matanzas.
Ciertamente la primera potencia ya no actúa con la omnipotencia de los años 90,
pero dirige la OTAN, concentra la mitad del gasto bélico mundial y mantiene una
estrecha asociación con todos los países que alineó durante la guerra fría.
Los principales integrantes de esa
alianza no suelen quebrantar esta familiaridad cuando expanden su poder
económico. La invariable lealtad de las burguesías petroleras del Golfo al
liderazgo norteamericano es un ejemplo de esa actitud. El sometimiento de Japón
es más sintomático, puesto que no ha buscado caminos de autonomía
político-militar para contrarrestar su estancamiento. La regresión económica
nipona se profundiza con el endeudamiento público más elevado del mundo
desarrollado y con el fracaso de los planes pos-terremoto de reactivación. (7)
El rol central de Estados Unidos se ha
verificado nuevamente en la ampliación del G 7, la cooptación de los países
intermedios y el resurgimiento de FMI para preservar el orden imperial vigente.
El gendarme global utilizará también su poder para intentar la recuperación del
terreno que ha perdido. Ya insinúa formas de presión sobre su rival chino con
maniobras navales en Corea del Sur, ejercicios en Mongolia e instalaciones
bélicas en Australia. Incluso tantea la reacción de su oponente en los litigios
con Taiwán, las disputas con la India y la resolución del status de Tíbet. Pero
estas tensiones no quebrantaron hasta ahora el marco asociativo vigente con
China desde hace varias décadas.
También el gigante asiático ha
jerarquizado la solidaridad capitalista. En lugar de propiciar la caída de los
bancos occidentales socorrió a los quebrados. En el reciente desplome europeo
reforzó incluso su convergencia con el FMI y ha condicionado los préstamos
futuros a las auditorias del Fondo. Esta integración refuerza la hostilidad de
los dirigentes chinos frente a cualquier protesta local o internacional contra
el neoliberalismo. (8)
*
Claudio Katz es economista,
investigador, profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
Notas:
1) Bocco
Arnaldo, “De los Brics a las Eagles” Página 12,
10-1-11. Abeledo Anahí, “El
desafío para los emergentes es tener crecimiento”, Clarín, 10-7-11
2) Beckett Paul,
“Pese al crecimiento, aumentan las dudas sobre el milagro indio”, La Nación,
30-3-11. Nye Jospeh, “La carrera de fondo, Clarín,
2-2-11, Ramstad Evan, “El milagro coreano”, La
Nación, 8-11-10.
3) Un cuestionable enfoque en: Kateb Alexander, “Los países BRICS dan una lección”, Página
12, 20-9-11
4) Halevi Jospeh “Se avecina una nueva crisis”, Il
Manifesto 8-6-11.
5) Krugman Paul, “Las limitaciones que nos impone un mundo finito”, La
Nación, 29-12-10. Blejer Mario, “Argentina y la
seguridad alimentaria” La Nación, 4-12-11.
6) Distintas visiones en De La Balze Felipe, “La crisis acelera el curso de la historia”,
Clarín 27-11-11 Turzi Mariano, “La nueva divisoria
global: emergentes y declinantes”, 18-8-11. Tokatlian
Gabriel, “El año de la encrucijada”, La Nación, 11-1-11. Cufré
David, “Con la vieja receta”, Pagina 12, 26-6-10.
7) Belson K, Onishi N, “Una falta de liderazgo que agudiza la crisis”,
La Nación, 17-2-11.
8) Hemos desarrollado los temas de este
capítulo en nuestro reciente libro, Katz Claudio, Bajo el imperio del capital,
Espacio Crítico Ediciones, Bogotá 2011. Próxima edición Luxemburg,
Buenos Aires.
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