RETAZOS HISTÓRICOS COLONIALES MORALES E INMORALES (II)

 

Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad.

Benjamín Franklin (1706-1790) Estadista y científico estadounidense.

 

Eduardo Pedro García Rodríguez

 

Tasajos, cera y miel de abejas.

 

Tradicionalmente la historiografía interesada colonial ha venido trasmitiéndonos una imagen falseada de los aspectos culturales y sociales de nuestros ancestros guanches, presentándonoslos como anclados en la edad de piedra por el hecho de no facturar objetos y herramientas metálicas, labores imposibles debido a que en las Islas no existen yacimientos de minerales aptos de ser explotados artesanalmente, pero ello no supone que no conocieran y usaran las herramientas metálicas[1] las cuales naturalmente procedían del exterior.

 

Las vías comerciales con el continente se cortaron con la invasión romana y destrucción de Cartago en el 146 a .e.a., en la tercera guerra púnica y, posteriormente al hundirse Europa en un total oscurantismo cultural como consecuencia del asenso del cristianismo fanático, lo que facilitó el olvido de las antiguas rutas comerciales en el Atlántico.

 

Entre los productos más apetecidos por los invasores europeos eran las carnes y peces secados a la  Sol y al aire hoy conocidos como jareados; Jarear designa una modalidad de conservar tajadas de carne, frutas, legumbres o pescados. Los productos jareados se conservaban mucho tiempo, almacenados en lugares no húmedos y protegidos del mosquerío y otros insectos. No era más que una forma natural de deshidratación y antes de su cocción, el producto jareado debía ser remojado para volver a hidratarlo. Para lograr el tasajo, la carne de cabra, oveja o cochino (cerdo) se troceaba en tiras largas de unos 4 a 5 centímetros de espesor. Pasados 40 a 50 días, el tasajo, ya estaba listo, se guardaba en cestas de mimbre o en grandes ganigos.

 

Estos productos eran codiciados por los mercenarios invasores constituyendo con los esclavos, orchilla y ganados los botines más rentables. De uno de estos botines obtenido en un asalto pirático efectuado en la costa norte de Chinech por el esclavista Alonso Fernández de Lugo nos dejó constancia el medico e historiador criollo Marín de Cubas:

 

“En la Isla de Thenerife hizo una entrada en Alonso Fernández antes de irse á España las Compañías de la Hermandad el año 1479; llevando práctico entró de noche á la parte de Icod, trajo á Canaria (Tamaránt) buena presa de ganado que halló acorralado, muy manso, todo cabrío, tres mujeres, dos hombres y algunos muchachos, que dormían en cuevas, y mucho sebo, carne salada, 263 panes de cera y cantidad de velas de cera medio encentadas y una á modo de cirio pascual encentado, cueros de cabra y cebada, dejáronse allá otras mayores cantidades de todo ésto, y molinitos ó tahonillas de mano, cazuelas y platos de barro tosco.” (Marín de Cubas [1694] 1993:168-72).

 

La miel de abejas y la cera, así como la orchilla eran así mismos otros productos ampliamente demandados por los invasores, especialmente la cera destinada a la elaboración de velas usadas en los cultos católicos y alumbrado domestico, y que no les era fácil importar en aquella época, por lo cual alcanzaba altas cotizaciones entre los colonos y milites europeos.

 

En la Isla Chinech (Tenerife) abundaban las abejeras salvajes y nuestros antepasados eran verdaderos expertos en su explotación y en la elaboración de la cera tanto para alumbrado como para usos rituales, de ello nos legó información el fraile dominico Alonso de Espinosa aunque con una visión poco realista de la cuestión y, como es habitual en sus relatos, envolviéndolos en una nube de ingenuo misterio milagrero:

“Aunque, estando la santa imagen de Candelaria en Chinguaro en la casa del rey de Güímar, o en la cuevecita junto a ella, donde muchos años estuvo, habían los naturales guan­ches oído muchas veces armonía del cielo y músicas celes­tiales, y visto muchas lumbres encendidas a modo de proce­sión, no eran tan ordinarias como lo fueron después que pa­saron la santa reliquia a la cueva de San Blas.

 

Que como ya los guanches tenían más opinión y cono­cimiento de quién ella era, así ella obraba más a menudo cosas, con que los confirmaba en su opinión y los atraía a su devoción.

Eran las procesiones que los ángeles hacían así por la playa, donde la santa imagen estaba, como por la del Soco­rro, donde apareció, muy ordinarias, así de noche como de día, con mucha solemnidad, gran armonía y música de voces suavísimas, con muchedumbre de compañía que, con velas encendidas, puestas en orden y concierto, hacían su proce­sión, desde la ermita que llaman de Santiago hasta la cueva de San Blas, por toda la playa, que es larga; y esto era tan ordinario, que ya no lo extrañaban los naturales…

 

…Las candelas o velas que en estas playas se hallan, no son muy blancas, mas el pabilo no se deja entender de qué sea,[2] porque ni es estopa ni algodón, antes en alguna mane­ra parece de seda blanca torcida. Lo que toca a estas proce­siones, que después acá que la isla es de cristianos, se han visto, adelante, cuando tratemos de los milagros, se hará mención dellas más particular.”[3] (Alonso de Espinosa, 1980:64-66)

Otro recurso de especial interés para los colonizadores era la  miel de abeja como uno de los alimentos básicos de su exigua dieta, de los usos culinarios de la miel y de la fabricación de algunos sucedáneos de está. De hecho el Cabildo colonial de Tenerife con cierta frecuencia fijaba el precio de venta de la miel de abeja, y dictaba disposiciones proteccionistas sobre los abejares salvajes los cuales eran de propios del Cabildo quien los arrendaba anualmente, en una subasta, a quienes hubiesen pagado el precio más alto por el derecho a recolectar la miel y la cera de estas abejeras.

Al tiempo que el colono y gobernador de la Isla Alonso Fernández de Lugo, dejó bien claro la importancia de las colmenas en la economía colonial insular, ya que al otorgar las Datas a los nuevos colonos de la isla, especificaba claramente cuales tenían derecho a un "asiento de colmenas", estando documentado  en las Datas de Tenerife un total de 26 asientos para colmenas entre los años 1500 y 1517, especificándose que debía mediar entre colmenar y colmenar media legua según uso de Castilla.

Para Tamarant el Dr. Chil recoge:“…en los troncos huecos de los árboles y en las quebradas de los riscos depositaban sus panales los numerosos enjambres de abejas que les regalaban con exquisita miel, y aprovechaban la cera para alumbrarse de ella, haciendo una especie de velas, la falta de las cuales sustituían con rajas de tea”.

La Batalla de Ufru (Ofra)

Nada más llegar a Gran Canaria en 1492 Francisco Maldonado como nuevo gobernador colonial proyectó realizar una entrada en Tenerife en la primavera del aquel año a la captura de esclavos.

 

Como no contaba por si solo con bastante milites mercenarios  para la empresa, se asocio con uno de los yernos del colono de Titoreygatra (Lanzarote) Diego de Herrera, Pedro Fernández de Saavedra, “Señor” de Erbania (Fuerteventura). 

 

Decidida por Maldonado y Saavedra la empresa de la invasión de Tenerife y madurado el proyecto, se acordó convocar las tropas reclutadas en Canaria y Fuerteventura y embarcarlas en el puerto de las Isletas, para caer con ellas por sorpresa sobre las desiertas costas de Añazu (Santa Cruz de Tenerife) en el Menceyato de Anaga,  desembarcando sin oposición y emprendiendo el camino al Valle de Aguere, la actual ciudad de la Laguna. El Mencey de Anaga había reunido sus Tabores a fin de impedir que llegaran, para mas contrariedad y contra toda lógica, ambos contingentes avanzaron separados, primero los hombres de Maldonado y luego los de Saavedra. Los Guanches les salieron al paso en la pronunciada Cuesta de Arguijón que sube hasta la Laguna , y Maldonado, que no tenia experiencia en esta clase de luchas contra los guanches, confiado en la superioridad de su armamento decide atacar.

 

Maldonado, después de desembarcar sin dificultad sus tropas, compuestas de 150 soldados entre castellanos y canariis, sin esperar a Saavedra que con las milicias de Fuerteventura se hallaba todavía a bordo, se alejó de la playa y comenzó a trepar la cuesta de Ufru (Ofra), llena entonces de matorrales y difíciles pasos, esperando con esta precipitación llegar al llano antes que pudieran oponerse los guanches;

 

El mencey de Anaga, rey de aquel distrito, al ver los buques reunió al momento un buen número de guerreros, gente dispuesta y ágil, y apostándose con ellos en la Cuesta de Arguijón esperó en una buena posición el ataque de los invasores, éstos, saliendo de su emboscada en el sitio más peligroso y 1anzando sus piedras y dardos en medio de sus acostumbrados gritos de ajijides, detuvieron la marcha del gobernador colonial, quien, a pesar de la sorpresa, pudo sostener el choque y esperar a Saavedra que oportunamente vino a socorrerlo.

 

Con este auxilio, y aunque en sitio tan desventajoso, pudo prolongarse la lucha y dar lugar a que los jefes acordasen una prudente retirada que se verificó en buen orden y con lentitud, llevándose sus heridos y embarcándose todos sin dilación, no siendo hostilizados por los guanches,[4] satisfechos con haber obtenido aquella fácil victoria, la cual sería conocida como la batalla de Ufru (Ofra).

 

Los invasores, dejando cien hombres muertos en la cuesta y un número considerable de heridos, regresaron a Canaria avergonzados de su derrota y dispuestos a no repetir tan inútiles y costosas aventuras.

 

La Batalla de Las Pañuelas

Firmado el pacto de sesión de Los Realejo el 25 de julio de 1496 entre 3  de los menceyes[5]  confederados y los 5 denominados de paces, a pesar de lo pactado, los invasores españoles comenzaron a campar a sus anchas por los territorios de los menceyatos sometidos a la captura de personas para esclavos y ganados, cometiendo cuantas tropelías les venia en gana, operaciones de saqueo a las que algunos autores  españolistas califican cínicamente como “operaciones de limpieza”. Estos saqueos eran llevados a cabo por lo mercenarios con total impunidad, ya que los menceyatos estaban indefensos y desorganizados más que por los efectos de los encuentros armados, por las consecuencias derivadas de la denominada modorra, extraña epidemia que asoló a los menceyatos confederados contra la invasión española y que curiosamente, no afecto ni a los invasores ni a los menceyatos denominados de paces, lo que induce a creer que la tal modorra fue realmente un arma bacteriológica[6] empleada por los invasores quienes envenenaron las fuentes de agua potable de las que se surtía la población, posiblemente ayudados por los isleños auxiliares que conocían perfectamente la ubicación de las  fuentes, eres  y manantiales.

Esta situación de atropello por parte de los mercenarios invasores dio lugar a una de las batallas en la que nuestros ancestros demostraron una vez más su profundo amor por  la matria y sus deseos de libertad, y en un alarde de arrojo y valentía los tabores de Tegueste y Aguahuco infligieron una sonada derrota a los invasores en Las Pañuelas, Menceyato de Tegueste derrota que ha sido poco divulgada por los cronistas.

Al frente de los tabores guanches estaba el Mencey de Tegueste conocido en la historiográfia canaria como Tegueste II, secundado por el Príncipe Sebenzui de Aguahuco (Punta del Hidalgo). Tegueste II nació en Chinech (Tenerife), probablemente a inicios de la primera mitad del siglo XV. Casó con la guanche Catalina Ramírez y Alfonso. Ellos tuvieron dos hijos: Tegues y Teguaco (o Teguazo). Tras la conquista, sus hijos se bautizaron como Álvarez y Juan Teguazo respectivamente. Su padre dejó a este último con un tutor: el conquistador maxorero Guillén Castellano.

Según recoge un articulo en wikipedia “el 23 de mayo de 1496 Tegueste II había sido apresado por los conquistadores. Debido a esto, pactó con Alonso Fernández de Lugo el no bautizarse, a cambio de que él no atacara más a los españoles y a sus aliados. Sin embargo, él no podía soportar la invasión extranjera en su tierra y el asesinato masivo de una parte de la población, entre los que se contaban familiares y amigos suyos. Por tanto, para impedir la invasión y los asesinatos, él y sus aliados, en secreto fueron recopilando armas para reconquistar la isla. Uno de sus aliados lo delató, diciéndole a Lope de la Guerra sus intenciones, por lo que este lo mandó a ahorcar el 17 de julio de ese año (1496). No fue finalmente ahorcado, pues se sabe, que, tras la conquista, él se bautizó como Antonio de Tegueste.”

La Batalla de La Matanza de Acentejo

Una vez ultimados los asuntos relativos a la invasión y  conquista de La Palma , Alonso de Lugo, desde la isla de Tamarant (Gran Canaria) se desplaza a España para ultimar el convenio o capitulaciones para la conquista de Chinech (Tenerife), por esas fechas (octubre de 1493), la chancillería de los reyes católicos expide un importante conjunto de cédulas tendentes a iniciar la proyectada conquista. En éstas se concede a Alonso Fernández de Lugo el título de gobernador de la isla una vez reducida, en la cédula de 28 de diciembre se le faculta para que proceda en unión de un delegado regio al repartimiento de las tierras usurpadas (aunque posteriormente esta potestad quedó totalmente en manos de Alonso de Lugo), por otra de 29 de diciembre los reyes disponen que el capitán general de la armada Iñigo de Artieta organice el transporte del ejercito expedicionario, deberá ser llevado a cabo por la armada de Vizcaya, "Para que lleve a Tenerife, antes de mediados del mes de marzo de 1494, 1.500 peones y 100 jinetes de estos reinos y 400 peones y 60 jinetes de las islas de Canarias que ya están pobladas por cristianos, así como 1.000 cahíces de trigo y harina, 300 cahíces de cebada, 2.000 quintales de bizcocho, artillería, herramientas, bestias y demás mantenimientos, de acuerdo con el asiento hecho con Alonso de Lugo, gobernador de La Palma, sobre la conquista de Tenerife, ordenándole que no lleve derecho alguno por dicho transporte e impidiéndole sacar parte de las tropas una ves desembarcadas éstas en Tenerife."(E. Aznar Vallejo, 1981,:72.D.348).

Este ejército organizado sufriría una de las mayores derrotas de su historia, sucumbiendo ante los hombres de un pueblo que a los arcabuces, espadas, armaduras, ballestas, caballería y artillería opusieron valientemente en el campo de batalla de Acentejo el coraje espiritual que les proporcionaba su gran amor a la Matria.

Uno de los acontecimientos históricos más importantes desarrollados durante el expansionismo del entonces naciente imperio colonial español, tuvo lugar el 29 de mayo de 1494 en la comarca de Acentejo o Centehun, en el sitio que a partir de entonces tomó el nombre de La Matanza de Acentejo. (Isla de Tenerife) en este lugar, las tropas mercenarias dirigidas por el destacado mercenario y traficante de esclavos al servicio de la corona española Alonso Fernández de Lugo vio doblada su altiva e insolente cerviz, ante el más grande caudillo que ha tenido la matria Canaria, el grande entre los grandes de su tiempo, Kebehi Benchomo.

La batalla de Acentejo supuso la mayor derrota sufrida por las tropas españolas en sus conquistas imperialistas, no sólo en Canarias (cuya conquista duró casi un siglo), sino que, en las innumerables batallas sostenidas por la conquista del Continente americano, las tropas españolas jamás tuvieron una pérdida de hombres como la que sufrieron en el encuentro de La Matanza de Acentejo, donde un cuerpo de ejército guanche compuesto por 300 hombres dirigidos por el Achimencey Chimenchia/Tinguaro, (hermano del Kebehi Benchomo), infligió al ejército invasor la mayor derrota que jamás sufrieran los ejércitos españoles en sus aventuras coloniales durante la baja Edad Media.

Desde el campamento de La Jardina (zona que abarca desde la actual Gracia, Los Rodeos hasta Las Mercedes o Venhu) el ejército invasor se puso de nuevo en marcha con grandes precauciones, pues durante su marcha hacía el Valle de Tahoro eran hostigados continuamente por algunas partidas de guanches de los Menceyatos de Tegueste y Tacoronte, que les hostigaban por los flancos.

El ejercito invasor continuo su avance hacía Tahoro sin mayores dificultades, por el camino se iban apropiando de numerosos rebaños de ganados que pastaban aparentemente abandonados y que, por la natural rapiña de los mercenarios éstos se resistían a dejar en el campo, así continuaron hasta la altura de la actual Cuesta de la Villa, donde decidieron hacer un alto y formar consejo de oficiales para determinar las medidas a tomar. En el consejo prevaleció la opinión de retornar al campamento de Añaza con la cuantiosa presa de ganados que tenían, seguidamente iniciaron la contra marcha hacía Eguerew. (La Laguna) De esta manera tan poco estratégica retrocedía la vanguardia ufana con la rica presa cuando en el aire sonaron unos agudos silbidos y ajijides que pusieron en movimiento desordenado a los hatos de ganados al tiempo que caían grandes piedras y troncos de árboles sobre las sorprendidas tropas españolas, los banotes hendían el aire yendo a encontrarse bruscamente con los pechos de los mercenarios traspasando sus corazas.

La derrota del Ejército español en la batalla, que después pasaría a conocerse como de La Matanza de Acentejo, fue total. De las tropas españolas, solamente logró sobrevivir un grupo de unos trescientos de los que la mayoría eran canarios y algunos portugueses que a nado se refugiaron en una baja de la costa, y otro de unos treinta que lo hizo en una cueva. Entre los hechos recogidos por los cronistas destacan tres que merecen ser narrados, el primero, la vergonzosa huida a uñas de caballo ayudados por algunos auxiliares güimareros del capitán Alonso Fernández de Lugo y, parte de su plana mayor, quienes abandonando a su suerte lo que restaba de sus tropas y atravesando Chicayca (La Esperanza), ganaron la seguridad del torreón de Santa Cruz. El segundo, es que, llegado Benchomo (quien se había quedado en los campos de La Orotava en previsión de un ataque por parte de los bandos confederados con los españoles, según algunos autores, o para cortar la retirada de los invasores si estos hubiesen decido replegarse a Tahoro según otros).

En las postrimerías de la batalla encontrando a su hermano Chimenchia sentado en una piedra, le recriminó de la siguiente manera: -¿cómo es esto hermano, mientras tus hombres se baten con el enemigo, tú estas holgando?.- A lo que respondió Chimenchia, -hermano, yo he hecho mi oficio de capitán que es conducirlos a la victoria, ahora los carniceros hagan el suyo,- dando a entender con ello que un caudillo no tiene que mancharse las manos con la sangre de los vencidos si no es en defensa de su vida.

Un grupo de unos 30 de soldados españoles posiblemente informados por los isleños aliados buscaron refugio en una cueva, los cuales concluida la batalla obtuvieron la misericordia y ayuda de Benchomo quien los hizo conducir sanos y salvos al campamento español de Añazu. Esta aptitud benevolente por parte del régulo tahorino se explica por la manera digamos humana de hacer la guerra por parte de nuestros ancestros, en contraposición de los métodos inmisericordes y sanguinarios que distinguían a los mercenarios invasores españoles, tal como ha quedado demostrado por los propios cronistas de la invasión y sometimiento de nuestras Islas. (Eduardo Pedro García Rodríguez, 2010).

Refugiados los sobrevivientes en la seguridad del torreón de Santa Cruz, apenas unos cuatrocientos de los más de dos mil quinientos hombres que conformaba el ejército invasor, la mayoría de ellos heridos y contusionados, despertaron la conmiseración de su aliado El Mencey de Güímar Añaterve, quien decidió ayudar a los invasores proporcionándoles importantes cantidades de gofio, leche, carne (Cabra y ovejas) quesos y hierbas medicinales y cuanto podía ofrecer de los productos de la tierra.

 

Desesperado Alonso de Lugo más que por los resultados de la batalla, por la imposibilidad de hacer frente a sus acreedores al no haber botín de guerra que comercializar, urdió la manera más infame para hacerse con algunos activos.

 

Tal como recoge el frayle Espinosa: […] Este fue el fin de la primera jornada que los españoles hicieron en esta isla; y aunque fue afrentoso, fue suceso de guerra y cosa que pudo ser sin culpa de los hombres, faltán­doles la fortuna. Ruin dejo fue, pero más ignominioso lo de­jaron a su parada de infidelidad con sus amigos; y fue que, enviando a llamar a sus aliados y amigos los del Reino de Güímar, con engaño y doblez dándoles a entender que era para dar orden de que el rey de Taoro no les hiciese daño en sus tierras, por estar confederados con ellos y haberles ayudado en la batalla, mientras volvían a rehacerse creyendo ellos ser así, vinieron de paz muchos, condoliéndose de su pérdida.

 

 Y convidándoles los españoles para que entrasen en sus navíos a verlos, estando dentro, alzaron velas y llevaron a España gran cantidad de ellos, para venderlos por cautivos, pensando restaurar su pérdida con este inhumano hecho y fuera de toda razón. Algunos déstos que fueron vendidos para esclavos, siendo ya ladinos en la tierra, se fueron a los Reyes a pedir justicia y libertad, informando de cómo, sien­do libres en su tierra, con engaño los habían traído a donde estaban y vendido como a esclavos, siendo libres, amigos y confederados; y así mandaron los Reyes se les diese libertad y en ella viviesen. […] (Fray Alonso de Espinosa, 1980:103).

 

Algunos autores se niegan a reconocer este inhumano hecho realizado con la mayor alevosía por el desalmado Alonso de Lugo y su plana mayor, entre ellos Antonio Rumeu de Armas y Juan Bethencourt Alfonso, el primero porque su acendrado españolismo y profundas convicciones católicas le impiden mostrarse conforme en que ese personaje que con tanto empeño pretende presentárnoslo como un caballero dotado de grandes dotes militares  y cubierto por brillante armadura, -aun que admite que cometió “algunos errores”-, al bandolero esclavista que realmente era, y el segundo, porque dado su natural bondad, le era imposible concebir que existiera un ser humano capaz de llevar a cabo tales felonías, a ambos, les demiente la documentación conservada especialmente la de los archivos de los mercados de esclavos.

 

La Batalla de Aguere

 

La Batalla de Aguere o batalla de La Laguna es el nombre que recibe la batalla inicial que encarrila definitivamente la conquista de la isla de Tenerife por los castellano al mando de Alonso Fernández de Lugo, el 14 de noviembre de 1495. La batalla de Aguere (topónimo guanche de  “La Laguna”),

Reforzado con las tropas mercenarias aportadas por el Duque de Medina Sidonia Juan de Guzmán a cambio de una importante participación en el botín de esclavos y tierras, según contrato o capitulaciones gestionadas por Gonzalo Xuárez Maqueda,  Alonso Fernández de Lugo se dispone a efectuar la segunda invasión reglada a la Isla Tenerife.

 

En  noviembre de 1494; La tropa reunida Winiwuada (Las Palmas de Gran Canaria) embarca en seis carabelas y en una docena de barcazas y carabelas menores, dirigiéndose al desembarcadero de Añazu. El total de hombres ascendía a unos 1.200, con una  compañía de caballería y dotados  de artillería, es decir una tropa ligeramente inferior en número a la que sufrió el año anterior la derrota en el barranco de Acentejo, aunque mejor preparada y adiestrada. Sobre el 10 de noviembre desembarcó de nuevo en Tenerife, por Añazu.

Después de fortificar el real de Santa Cruz con dos torreones, las tropas españolas se dispusieron, en la madrugada del día 13 al 14, en orden de marcha al pie del camino de La Cuesta de Arguijón, que era un punto estratégico por donde se realizaba -y realiza- la ascensión desde la costa al Valle Sagrado de Aguere (La Laguna).

Manteniendo el real de Santa Cruz como base de operaciones, posibilitaba una retirada ordenada en caso de derrota, ya que contaba con la flota fondeada en la bahía.

Al amanecer el día 14, el ejército castellano había ascendido La Cuesta y dominaba la zona de Gracia, Benchomo reorganiza a sus Tabores con ánimo de cortar el paso a los españoles. Apenas se puso en marcha con sus hombres, se presentó a la vista el ejército de Lugo.

El campo que cubría los guerreros guanches abarcaba desde donde hoy está edificada la ermita de San Cristóbal hasta la Cruz de Piedra. El centro estaba mandado por Benchomo, el ala derecha por Acaymo Mencey,  de Tacoronte y el ala izquierda por el Príncipe Chimenchia-Tinguaro, Achimencey de Acentejo. El ejército castellano se extendía desde la actual ermita de Gracia, punto elegido por Lugo dada su altura, dominando el llano, hasta las posiciones ocupadas por las fuerzas de Benchomo. Así que la batalla debió celebrarse en el llano que hoy ocupa el llamado Barrio del Timple, Barrio Nuevo, o Viña Nava y la falda de la Montaña de Sejeita (San Roque).

Respecto al armamento con que los guerreros de Benchomo acudieron a la batalla, se trataba del que tradicionalmente se usaba, con pequeñas diferenciaciones, en todas las islas. Los guanches llevaban sus armas tradicionales, el tamarco arrollado al brazo y el banot o banote, lanza de madera endurecida al fuego, y no portaban corazas o escudos, aunque eran expertos y temibles lanzadores de afiladas piedras,

Comenzada la batalla con el asalto de las huestes guanches, la vanguardia española constituida por arcabuceros y ballesteros desordenó sus filas, sembrando el terror y la muerte entre los grupos de atacantes guanches. Después entraron en acción los piqueros y caballeros, hiriendo y matando a los fugitivos. Este enfrentamiento duró casi todo el día. 

En el transcurso de la batalla murió el gran caudillo Benchomo resultando gravemente herido Tinguaro a causa de cuyas heridas murió días después en Taoro.

Después de muerto Benchomo su cadáver confundido con  Tinguaro fue trasladado al real de los españoles para comprobar si era el famoso capitán que tanto estrago hizo en la española tropa. Allí la soldadesca se ensañó en su cuerpo dándole puntapiés y otros le herían con los regatones de las picas, diciendo: “Este es el capitán que en Acentejo nos causó tanto daño”. Tantos fueron los golpes, que el rostro y el cuerpo quedaron muy desfigurados, no pudiendo afirmar los guanches prisioneros si era Tinguaro o Benchomo. El adelantado, en la duda de si era uno u otro, ordenó que le cortaran la cabeza y puesta en una pica la llevaran al campo guanche. Marcharon los invasores precedidos por el converso Thenesor Semidan (Fernando Guanarteme) a cumplir el encargo. Pasaron por La Laguna y después a los Rodeos, hasta el cabo Peñón, cuando desde lo alto de un monte divisaron el campamento guanche.

Vio Bentor la desfigurada cabeza de su padre y dando pruebas de una gran presencia de ánimo exclamó: Decid a vuestro capitán que la presencia de estaca cabeza no me intimida “Ponedla donde está el cuerpo, más mire cada cual por la suya”.

No cumpliendo los españoles el deseo de Bentor, dejaron la cabeza de Benchomo en el sitio en que hicieron alto en Tacoronte y se volvieron al real español. Entonces los amigos y deudos del gran benchomo la recogieron para honrarla con fúnebres exequias; la triste comitiva, en la que figuraban los más notables capitanes y esforzados guerreros, se dirigió al reino de Taoro.

En la invasión de Canarias existieron dos métodos de guerra bien diferenciados, la de la crueldad infinita y gratuita, basada en el robo y en el comercio de seres humanos unidos a la sastifacción de matar por matar practicada por los cristianos y, la más humana y bondadosa desarrollada por el pueblo guanche en defensa de su matria y su libertad.

Un poco de literatura: La generosidad de un guanche

Cuenta el pauliano José de Herrera en su libro, una leyenda con fundamentos históricos, la cual reproducimos, no solo por referirse a Teno, sino por aportar a la investigación histórica canaria  dos nombres de personajes guanches: Guantacaro y Asano. 

"Un día le llegó de Buenavista al Adelantado, la noticia desprovista de fundamento pero muy bien vestida por los logreros, de que los guanches de Teno habían robado ovejas y cabras a los españoles. Don Alonso deseoso siempre de hacer negocios, cazó al vuelo el pretexto y dirigió un comunicado a Juan Méndez, que era un hacendado de Buenavista y subordinado de él en la conquista de la isla, ordenándole que exigiera al príncipe guanche Guantacaro, una contribución de 50 esclavos, como indemnización y reparación de lo robado, pero como el robo no pudo probarse, Guantacaro se  negó a ello y dispuesto a defender a sus súbditos, los llamó a guerra, cosa que Méndez trató de conjurar por medios pacíficos y envió a dos de su gente para negociar con el de Teno, que, a su vez y por el mismo motivo, el guanche había enviado a su hijo, encontrándose él y ellos a medio camino.

Los de Méndez iban en son de paz y por ello, y en nombre de su amo, en lugar de 50 esclavos le pedían solo 20.  ¡Ni veinte ni ninguno! ‑ contestó Asano ante la hipócrita oferta del español‑ ¡Libres son los de Teno  y por su libertad lucharán y morirán!

 Los de Méndez trataron de llevarse prisionero a Asano, hijo de Guantacaro, pero éste avanzó hacia ellos en ademán de pegar, los otros desenvainan sus espadas y sus puntas se encontraron sobre el pecho del guanche, quien con increíble rapidez arrancó de las manos las espadas a los castellanos. Luego se las tiró lejos y sus puños cayeron sobre los dos adversarios, que rodaron por el suelo sin sentido. Bien pudo el guanche rematar su obra y terminar con los dos extranjeros, pero recordando que era guanche y cristiano, resolvió no sólo perdonarles la vida, sino devolverlos sanos y salvos. Los cargo sobre sus hombros, los llevó hasta el arroyo próximo, los lavó con agua y les hizo volver en sí; y recogiendo las espadas, como un caballero, se las devolvió sin rencor y prosiguió su camino, momentos que ellos aprovecharon para clavarles las espadas, buscándole el corazón. Así cayó el guanche, victima de su gallardía. Pero su padre, no tomó la venganza por su mano; pidió justicia y la obtuvo. Méndez ordenó prender a los criminales y colgarlos de la horca sobre la montaña de Taco desde entoncesmontaña de la horca”. (José Velásquez Méndez)

Junio de 2011.

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Retazos históricos coloniales morales e inmorales (I)

 

[1] Recordemos que en la Isla Tamarant existe un cerro de roca viva agujereado para conducción de aguas de más de tres cuarto de legua, horadado en la montaña, en Tejeda realizado por los canarii precoloniales.

[2] Estas velas estaban confeccionadas con cera de abejares salvajes abundantes en la isla y los pabilos con corteza de la planta Chahora y otras similares.

[3] Relativo al tema el lector curioso puede consultar la famosa Acta de la cera en el trabajo Diosa Chaxiraxi Versus Virgen de Candelaria, capitulo VII, En www.elguanche.net.

[4] No era costumbre de los Tabores guanches perseguir a los vencidos, tampoco lo era el rematar a los heridos, practicas que eran habituales en los invasores españoles.

[5] Bentor hijo del gran caudillo Benchomo y último Mencey de Taoro no suscribió el pacto prefiriendo el suicidio ritual arrojándose al vacío desde el  Risco de Tigaiga antes que someterse a los invasores españoles.

[6] Este tipo de arma bacteriológica ya había sido empleada con éxito por  la “santa” hermandad de Sevilla en la guerra de Granada donde envenenaron las fuentes de agua que suministraba a la ciudad con ciertas viseras de cabras y con cadáveres putrefactos.