RETAZOS HISTÓRICOS COLONIALES MORALES E INMORALES (II)
Quienes
son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña
seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad.
Benjamín Franklin (1706-1790) Estadista y
científico estadounidense.
Eduardo Pedro García Rodríguez
Tasajos,
cera y miel de abejas.
Tradicionalmente
la historiografía interesada colonial ha venido trasmitiéndonos una imagen
falseada de los aspectos culturales y sociales de nuestros ancestros guanches,
presentándonoslos como anclados en la edad de piedra por el hecho de no
facturar objetos y herramientas metálicas, labores imposibles debido a que en
las Islas no existen yacimientos de minerales aptos de ser explotados
artesanalmente, pero ello no supone que no conocieran y usaran las herramientas
metálicas[1]
las cuales naturalmente procedían del exterior.
Las
vías comerciales con el continente se cortaron con la invasión romana y
destrucción de Cartago en el
Entre
los productos más apetecidos por los invasores europeos eran las carnes y peces
secados a
Estos
productos eran codiciados por los mercenarios invasores constituyendo con los
esclavos, orchilla y ganados los botines más rentables. De uno de estos botines
obtenido en un asalto pirático efectuado en la costa norte de Chinech por el
esclavista Alonso Fernández de Lugo nos dejó constancia el medico e
historiador criollo Marín de Cubas:
“En
La
miel de abejas y la cera, así como la orchilla eran así mismos otros productos
ampliamente demandados por los invasores, especialmente la cera destinada a la
elaboración de velas usadas en los cultos católicos y alumbrado domestico, y
que no les era fácil importar en aquella época, por lo cual alcanzaba altas
cotizaciones entre los colonos y milites europeos.
En
“Aunque,
estando la santa imagen de Candelaria en Chinguaro
en la casa del rey de Güímar, o en la cuevecita junto a
ella, donde muchos años estuvo, habían los naturales guanches
oído muchas veces armonía del cielo y músicas celestiales, y visto muchas
lumbres encendidas a modo de procesión, no eran tan ordinarias como lo fueron
después que pasaron
la santa reliquia a la cueva de San Blas.
Que
como ya los guanches tenían más opinión y conocimiento
de quién ella era, así ella obraba más a menudo cosas,
con que los confirmaba en su opinión y los atraía a su devoción.
Eran
las procesiones que los ángeles hacían así por la playa,
donde la santa imagen estaba, como por la del Socorro, donde apareció, muy ordinarias,
así de noche como de día, con mucha solemnidad, gran armonía y música
de voces suavísimas, con muchedumbre de compañía que, con velas
encendidas,
puestas en orden y concierto, hacían su procesión,
desde la ermita que llaman de Santiago hasta la cueva de
San Blas, por toda la playa, que es larga; y esto era tan ordinario, que ya no
lo extrañaban los naturales…
…Las
candelas o velas que en estas playas se hallan, no son
muy blancas, mas el pabilo no se deja entender de qué sea,[2]
porque ni es estopa ni algodón, antes en alguna manera
parece de seda blanca torcida. Lo que toca a estas procesiones,
que después acá que la isla es de cristianos, se han visto,
adelante, cuando tratemos de los milagros, se hará mención
dellas más particular.”[3]
(Alonso de Espinosa, 1980:64-66)
Otro recurso de especial interés para los colonizadores era la
miel de abeja como uno de los alimentos básicos de su exigua dieta, de los usos
culinarios de la miel y de la fabricación de algunos sucedáneos de está. De
hecho el Cabildo colonial de Tenerife con cierta frecuencia fijaba el precio de
venta de la miel de abeja, y dictaba disposiciones proteccionistas sobre los
abejares salvajes los cuales eran de propios del Cabildo quien los arrendaba
anualmente, en una subasta, a quienes hubiesen pagado el precio más alto por el
derecho a recolectar la miel y la cera de estas abejeras.
Al
tiempo que el colono
y gobernador de
Para Tamarant el Dr.
Chil recoge:“…en los troncos huecos
de los árboles y en las quebradas de los riscos depositaban sus panales los
numerosos enjambres de abejas que les regalaban con exquisita miel, y
aprovechaban la cera para alumbrarse de ella, haciendo una especie de velas, la
falta de las cuales sustituían con rajas de tea”.
Nada
más llegar a Gran Canaria en 1492 Francisco Maldonado como nuevo gobernador
colonial proyectó realizar una entrada en Tenerife en la primavera del aquel año
a la captura de esclavos.
Como
no contaba por si solo con bastante milites mercenarios
para la empresa, se asocio con uno de los yernos del colono de
Titoreygatra (Lanzarote) Diego de Herrera, Pedro Fernández de Saavedra, “Señor”
de Erbania (Fuerteventura).
Decidida
por Maldonado y Saavedra la empresa de la invasión de Tenerife y madurado el
proyecto, se acordó convocar las tropas reclutadas en Canaria y Fuerteventura y
embarcarlas en el puerto de las Isletas, para caer con ellas por sorpresa sobre
las desiertas costas de Añazu (Santa Cruz de Tenerife) en el Menceyato de
Anaga, desembarcando sin oposición
y emprendiendo el camino al Valle de Aguere, la actual ciudad de
Maldonado,
después de desembarcar sin dificultad sus tropas, compuestas de 150 soldados
entre castellanos y canariis, sin esperar a Saavedra que con las milicias de
Fuerteventura se hallaba todavía a bordo, se alejó de la playa y comenzó a
trepar la cuesta de Ufru (Ofra), llena entonces de matorrales y difíciles
pasos, esperando con esta precipitación llegar al llano antes que pudieran
oponerse los guanches;
El
mencey de Anaga, rey de aquel distrito, al ver los buques reunió al momento un
buen número de guerreros, gente dispuesta y ágil, y apostándose con ellos en
Con
este auxilio, y aunque en sitio tan desventajoso, pudo prolongarse la lucha y
dar lugar a que los jefes acordasen una prudente retirada que se verificó en
buen orden y con lentitud, llevándose sus heridos y embarcándose todos sin
dilación, no siendo hostilizados por los guanches,[4]
satisfechos con haber obtenido aquella fácil victoria, la cual sería conocida
como la batalla de Ufru (Ofra).
Los
invasores, dejando cien hombres muertos en la cuesta y un número considerable
de heridos, regresaron a Canaria avergonzados de su derrota y dispuestos a no
repetir tan inútiles y costosas aventuras.
Firmado el pacto de
sesión de Los Realejo el 25 de julio de 1496 entre 3
de los menceyes[5]
confederados y los 5 denominados de paces, a pesar de lo pactado, los
invasores españoles comenzaron a campar a sus anchas por los territorios de los
menceyatos sometidos a la captura de personas para esclavos y ganados,
cometiendo cuantas tropelías les venia en gana, operaciones de saqueo a las que
algunos autores españolistas
califican cínicamente como “operaciones de limpieza”. Estos saqueos eran
llevados a cabo por lo mercenarios con total impunidad, ya que los menceyatos
estaban indefensos y desorganizados más que por los efectos de los encuentros
armados, por las consecuencias derivadas de la denominada modorra, extraña
epidemia que asoló a los menceyatos confederados contra la invasión española
y que curiosamente, no afecto ni a los invasores ni a los menceyatos denominados
de paces, lo que induce a creer que la tal modorra fue realmente un arma
bacteriológica[6]
empleada por los invasores quienes envenenaron las fuentes de agua potable de
las que se surtía la población, posiblemente ayudados por los isleños
auxiliares que conocían perfectamente la ubicación de las
fuentes, eres y manantiales.
Esta situación de
atropello por parte de los mercenarios invasores dio lugar a una de las batallas
en la que nuestros ancestros demostraron una vez más su profundo amor por
la matria y sus deseos de libertad, y en un alarde de arrojo y valentía
los tabores de Tegueste y Aguahuco infligieron una sonada derrota a los
invasores en Las Pañuelas, Menceyato de Tegueste derrota que ha sido poco
divulgada por los cronistas.
Al
frente de los tabores guanches estaba el Mencey de Tegueste conocido en la
historiográfia canaria como Tegueste II, secundado por el Príncipe Sebenzui de
Aguahuco (Punta del Hidalgo). Tegueste II nació en Chinech (Tenerife),
probablemente a inicios de la primera mitad del siglo XV. Casó con la guanche
Catalina Ramírez y Alfonso. Ellos tuvieron dos hijos: Tegues y Teguaco (o
Teguazo). Tras la conquista, sus hijos se bautizaron como Álvarez y Juan
Teguazo respectivamente. Su padre dejó a este último con un tutor: el
conquistador maxorero Guillén Castellano.
Según
recoge un articulo en wikipedia “el 23 de mayo de 1496 Tegueste II había sido
apresado por los conquistadores. Debido a esto, pactó con Alonso Fernández de
Lugo el no bautizarse, a cambio de que él no atacara más a los españoles y a
sus aliados. Sin embargo, él no podía soportar la invasión extranjera en su
tierra y el asesinato masivo de una parte de la población, entre los que se
contaban familiares y amigos suyos. Por tanto, para impedir la invasión y los
asesinatos, él y sus aliados, en secreto fueron recopilando armas para
reconquistar la isla. Uno de sus aliados lo delató, diciéndole a Lope de la
Guerra sus intenciones, por lo que este lo mandó a ahorcar el 17 de julio de
ese año (1496). No fue finalmente ahorcado, pues se sabe, que, tras la
conquista, él se bautizó como Antonio de Tegueste.”
Una vez ultimados los
asuntos relativos a la invasión y conquista
de
Este ejército
organizado sufriría una de las mayores derrotas de su historia, sucumbiendo
ante los hombres de un pueblo que a los arcabuces, espadas, armaduras,
ballestas, caballería y artillería opusieron valientemente en el campo de
batalla de Acentejo el coraje espiritual que les proporcionaba su gran amor a
Uno de los
acontecimientos históricos más importantes desarrollados durante el
expansionismo del entonces naciente imperio colonial español, tuvo lugar el 29
de mayo de 1494 en la comarca de Acentejo o Centehun, en el sitio que a partir
de entonces tomó el nombre de La Matanza de Acentejo. (Isla de Tenerife) en
este lugar, las tropas mercenarias dirigidas por el destacado mercenario y
traficante de esclavos al servicio de la corona española Alonso Fernández de
Lugo vio doblada su altiva e insolente cerviz, ante el más grande caudillo que
ha tenido la matria Canaria, el grande entre los grandes de su tiempo, Kebehi
Benchomo.
La batalla de Acentejo
supuso la mayor derrota sufrida por las tropas españolas en sus conquistas
imperialistas, no sólo en Canarias (cuya conquista duró casi un siglo), sino
que, en las innumerables batallas sostenidas por la conquista del Continente
americano, las tropas españolas jamás tuvieron una pérdida de hombres como la
que sufrieron en el encuentro de
Desde el campamento de
El ejercito invasor
continuo su avance hacía Tahoro sin mayores dificultades, por el camino se iban
apropiando de numerosos rebaños de ganados que pastaban aparentemente
abandonados y que, por la natural rapiña de los mercenarios éstos se resistían
a dejar en el campo, así continuaron hasta la altura de la actual Cuesta de la
Villa, donde decidieron hacer un alto y formar consejo de oficiales para
determinar las medidas a tomar. En el consejo prevaleció la opinión de
retornar al campamento de Añaza con la cuantiosa presa de ganados que
tenían, seguidamente iniciaron la contra marcha hacía Eguerew. (La
Laguna) De esta manera tan poco estratégica retrocedía la vanguardia ufana con
la rica presa cuando en el aire sonaron unos agudos silbidos y ajijides que
pusieron en movimiento desordenado a los hatos de ganados al tiempo que caían
grandes piedras y troncos de árboles sobre las sorprendidas tropas españolas,
los banotes hendían el aire yendo a encontrarse bruscamente con los
pechos de los mercenarios traspasando sus corazas.
La derrota del Ejército
español en la batalla, que después pasaría a conocerse como de La Matanza
de Acentejo, fue total. De las tropas españolas, solamente logró
sobrevivir un grupo de unos trescientos de los que la mayoría eran canarios y
algunos portugueses que a nado se refugiaron en una baja de la costa, y otro de
unos treinta que lo hizo en una cueva. Entre los hechos recogidos por los
cronistas destacan tres que merecen ser narrados, el primero, la vergonzosa
huida a uñas de caballo ayudados por algunos auxiliares güimareros del capitán
Alonso Fernández de Lugo y, parte de su plana mayor, quienes abandonando a su
suerte lo que restaba de sus tropas y atravesando Chicayca (La
Esperanza), ganaron la seguridad del torreón de Santa Cruz. El segundo, es que,
llegado Benchomo (quien se había quedado en los campos de La Orotava en
previsión de un ataque por parte de los bandos confederados con los españoles,
según algunos autores, o para cortar la retirada de los invasores si estos
hubiesen decido replegarse a Tahoro según otros).
En las postrimerías de
la batalla encontrando a su hermano Chimenchia sentado en una piedra, le
recriminó de la siguiente manera: -¿cómo es esto hermano, mientras tus
hombres se baten con el enemigo, tú estas holgando?.- A lo que respondió Chimenchia,
-hermano, yo he hecho mi oficio de capitán que es conducirlos a la victoria,
ahora los carniceros hagan el suyo,- dando a entender con ello que un caudillo
no tiene que mancharse las manos con la sangre de los vencidos si no es en
defensa de su vida.
Un grupo de unos 30 de
soldados españoles posiblemente informados por los isleños aliados buscaron
refugio en una cueva, los cuales concluida la batalla obtuvieron la misericordia
y ayuda de Benchomo quien los hizo conducir sanos y salvos al campamento español
de Añazu. Esta aptitud
benevolente por parte del régulo tahorino se explica por la manera digamos
humana de hacer la guerra por parte de nuestros ancestros, en contraposición de
los métodos inmisericordes y sanguinarios que distinguían a los mercenarios
invasores españoles, tal como ha quedado demostrado por los propios cronistas
de la invasión y sometimiento de nuestras Islas. (Eduardo
Pedro García Rodríguez, 2010).
Refugiados
los sobrevivientes en la seguridad del torreón de Santa Cruz, apenas unos
cuatrocientos de los más de dos mil quinientos hombres que conformaba el ejército
invasor, la mayoría de ellos heridos y contusionados, despertaron la
conmiseración de su aliado El Mencey de Güímar Añaterve, quien decidió
ayudar a los invasores proporcionándoles importantes cantidades de gofio,
leche, carne (Cabra y ovejas) quesos y hierbas medicinales y cuanto podía
ofrecer de los productos de la tierra.
Desesperado
Alonso de Lugo más que por los resultados de la batalla, por la imposibilidad
de hacer frente a sus acreedores al no haber botín de guerra que comercializar,
urdió la manera más infame para hacerse con algunos activos.
Tal
como recoge el frayle Espinosa: […] Este fue el fin de la primera jornada que
los españoles hicieron en esta isla; y aunque fue afrentoso, fue suceso de
guerra y cosa que pudo ser sin culpa de los hombres, faltándoles la fortuna.
Ruin dejo fue, pero más ignominioso lo dejaron a su parada de infidelidad con
sus amigos; y fue que, enviando a llamar a sus aliados y amigos los del Reino de
Güímar, con engaño y doblez dándoles a entender que era para dar orden de
que el rey de Taoro no les hiciese daño en sus tierras, por estar confederados
con ellos y haberles ayudado en la batalla, mientras volvían a rehacerse
creyendo ellos ser así, vinieron de paz muchos, condoliéndose de su pérdida.
Y
convidándoles los españoles para que entrasen en sus navíos a verlos, estando
dentro, alzaron velas y llevaron a España gran cantidad de ellos, para
venderlos por cautivos, pensando restaurar su pérdida con este inhumano hecho y
fuera de toda razón. Algunos déstos que fueron vendidos para esclavos, siendo
ya ladinos en la tierra, se fueron a los Reyes a pedir justicia y libertad,
informando de cómo, siendo libres en su tierra, con engaño los habían traído
a donde estaban y vendido como a esclavos, siendo libres, amigos y confederados;
y así mandaron los Reyes se les diese libertad y en ella viviesen. […] (Fray
Alonso de Espinosa, 1980:103).
Algunos
autores se niegan a reconocer este inhumano hecho realizado con la mayor alevosía
por el desalmado Alonso de Lugo y su plana mayor, entre ellos Antonio Rumeu de
Armas y Juan Bethencourt Alfonso, el primero porque su acendrado españolismo y
profundas convicciones católicas le impiden mostrarse conforme en que ese
personaje que con tanto empeño pretende presentárnoslo como un caballero
dotado de grandes dotes militares y
cubierto por brillante armadura, -aun que admite que cometió “algunos
errores”-, al bandolero esclavista que realmente era, y el segundo, porque
dado su natural bondad, le era imposible concebir que existiera un ser humano
capaz de llevar a cabo tales felonías, a ambos, les demiente la documentación
conservada especialmente la de los archivos de los mercados de esclavos.
La Batalla de Aguere
La
Batalla de Aguere o batalla de La Laguna es el nombre que recibe la
batalla inicial que encarrila definitivamente la conquista de la isla de
Tenerife por los castellano al mando de Alonso Fernández de Lugo, el 14 de
noviembre de 1495. La batalla de Aguere (topónimo guanche de
“La Laguna”),
Reforzado
con las tropas mercenarias aportadas por el Duque de Medina Sidonia Juan de Guzmán
a cambio de una importante participación en el botín de esclavos y tierras,
según contrato o capitulaciones gestionadas por Gonzalo Xuárez Maqueda,
Alonso Fernández de Lugo se dispone a efectuar la segunda invasión
reglada a la Isla Tenerife.
En
noviembre de 1494; La tropa reunida Winiwuada (Las Palmas de Gran
Canaria) embarca en seis carabelas y en una docena de barcazas y carabelas
menores, dirigiéndose al desembarcadero de Añazu. El total de hombres ascendía
a unos 1.200, con una compañía de
caballería y dotados de artillería,
es decir una tropa ligeramente inferior en número a la que sufrió el año
anterior la derrota en el barranco de Acentejo, aunque mejor preparada y
adiestrada. Sobre el 10 de noviembre desembarcó de nuevo en Tenerife, por Añazu.
Después
de fortificar el real de Santa Cruz con dos torreones, las tropas españolas se
dispusieron, en la madrugada del día 13 al 14, en orden de marcha al pie del
camino de La Cuesta de Arguijón, que era un punto estratégico por donde se
realizaba -y realiza- la ascensión desde la costa al Valle Sagrado de Aguere
(La Laguna).
Manteniendo
el real de Santa Cruz como base de operaciones, posibilitaba una retirada
ordenada en caso de derrota, ya que contaba con la flota fondeada en la bahía.
Al
amanecer el día 14, el ejército castellano había ascendido La Cuesta y
dominaba la zona de Gracia, Benchomo reorganiza a sus Tabores con ánimo de
cortar el paso a los españoles. Apenas se puso en marcha con sus hombres, se
presentó a la vista el ejército de Lugo.
El
campo que cubría los guerreros guanches abarcaba desde donde hoy está
edificada la ermita de San Cristóbal hasta la Cruz de Piedra. El centro estaba
mandado por Benchomo, el ala derecha por Acaymo Mencey,
de Tacoronte y el ala izquierda por el Príncipe Chimenchia-Tinguaro,
Achimencey de Acentejo. El ejército castellano se extendía desde la actual
ermita de Gracia, punto elegido por Lugo dada su altura, dominando el llano,
hasta las posiciones ocupadas por las fuerzas de Benchomo. Así que la batalla
debió celebrarse en el llano que hoy ocupa el llamado Barrio del Timple, Barrio
Nuevo, o Viña Nava y la falda de la Montaña de Sejeita (San Roque).
Respecto
al armamento con que los guerreros de Benchomo acudieron a la batalla, se
trataba del que tradicionalmente se usaba, con pequeñas diferenciaciones, en
todas las islas. Los guanches llevaban sus armas tradicionales, el tamarco
arrollado al brazo y el banot o banote, lanza de madera endurecida
al fuego, y no portaban corazas o escudos, aunque eran expertos y temibles
lanzadores de afiladas piedras,
Comenzada
la batalla con el asalto de las huestes guanches, la vanguardia española
constituida por arcabuceros y ballesteros desordenó sus filas, sembrando el
terror y la muerte entre los grupos de atacantes guanches. Después entraron en
acción los piqueros y caballeros, hiriendo y matando a los fugitivos. Este
enfrentamiento duró casi todo el día.
En el transcurso de la batalla murió el gran
caudillo Benchomo resultando gravemente herido Tinguaro a causa de cuyas heridas
murió días después en Taoro.
Después de muerto Benchomo su cadáver
confundido con Tinguaro fue
trasladado al real de los españoles para comprobar si era el famoso capitán
que tanto estrago hizo en la española tropa. Allí la soldadesca se ensañó en
su cuerpo dándole puntapiés y otros le herían con los regatones de las picas,
diciendo: “Este es el capitán que en Acentejo nos causó tanto daño”.
Tantos fueron los golpes, que el rostro y el cuerpo quedaron muy desfigurados,
no pudiendo afirmar los guanches prisioneros si era Tinguaro o Benchomo. El
adelantado, en la duda de si era uno u otro, ordenó que le cortaran la cabeza y
puesta en una pica la llevaran al campo guanche. Marcharon los invasores
precedidos por el converso Thenesor Semidan (Fernando Guanarteme) a cumplir el
encargo. Pasaron por La Laguna y después a los Rodeos, hasta el cabo Peñón,
cuando desde lo alto de un monte divisaron el campamento guanche.
Vio Bentor la desfigurada cabeza de su padre y
dando pruebas de una gran presencia de ánimo exclamó: Decid a vuestro capitán
que la presencia de estaca cabeza no me intimida “Ponedla donde está el
cuerpo, más mire cada cual por la suya”.
No cumpliendo los españoles el deseo de
Bentor, dejaron la cabeza de Benchomo en el sitio en que hicieron alto en
Tacoronte y se volvieron al real español. Entonces los amigos y deudos del gran
benchomo la recogieron para honrarla con fúnebres exequias; la triste comitiva,
en la que figuraban los más notables capitanes y esforzados guerreros, se
dirigió al reino de Taoro.
En la invasión de Canarias existieron dos métodos
de guerra bien diferenciados, la de la crueldad infinita y gratuita, basada en
el robo y en el comercio de seres humanos unidos a la sastifacción de matar por
matar practicada por los cristianos y, la más humana y bondadosa desarrollada
por el pueblo guanche en defensa de su matria y su libertad.
Un poco de literatura: La
generosidad de un guanche
Cuenta
el pauliano José de Herrera en su libro, una leyenda con fundamentos históricos,
la cual reproducimos, no solo por referirse a Teno, sino por aportar a la
investigación histórica canaria dos
nombres de personajes guanches: Guantacaro y Asano.
"Un día le llegó de Buenavista al Adelantado, la noticia
desprovista de fundamento pero muy bien vestida por los logreros, de que los
guanches de Teno habían robado ovejas y cabras a los españoles. Don Alonso
deseoso siempre de hacer negocios, cazó al vuelo el pretexto y dirigió un
comunicado a Juan Méndez, que era un hacendado de Buenavista y subordinado de
él en la conquista de la isla, ordenándole que exigiera al príncipe guanche
Guantacaro, una contribución de 50 esclavos, como indemnización y reparación
de lo robado, pero como el robo no pudo probarse, Guantacaro se
negó a ello y dispuesto a defender a sus súbditos, los llamó a guerra,
cosa que Méndez trató de conjurar por medios pacíficos y envió a dos de su
gente para negociar con el de Teno, que, a su vez y por el mismo motivo, el
guanche había enviado a su hijo, encontrándose él y ellos a medio camino.
Los de Méndez iban en son de paz y por ello, y en nombre de su amo, en
lugar de 50 esclavos le pedían solo 20. ¡Ni
veinte ni ninguno! ‑ contestó Asano ante la hipócrita oferta del español‑
¡Libres son los de Teno y por su
libertad lucharán y morirán!
Los
de Méndez trataron de llevarse prisionero a Asano, hijo de Guantacaro, pero éste
avanzó hacia ellos en ademán de pegar, los otros desenvainan sus espadas y sus
puntas se encontraron sobre el pecho del guanche, quien con increíble rapidez
arrancó de las manos las espadas a los castellanos. Luego se las tiró lejos y
sus puños cayeron sobre los dos adversarios, que rodaron por el suelo sin
sentido. Bien pudo el guanche rematar su obra y terminar con los dos
extranjeros, pero recordando que era guanche y cristiano, resolvió no sólo
perdonarles la vida, sino devolverlos sanos y salvos. Los cargo sobre sus
hombros, los llevó hasta el arroyo próximo, los lavó con agua y les hizo
volver en sí; y recogiendo las espadas, como un caballero, se las devolvió sin
rencor y prosiguió su camino, momentos que ellos aprovecharon para clavarles
las espadas, buscándole el corazón. Así cayó el guanche, victima de su
gallardía. Pero su padre, no tomó la venganza por su mano; pidió justicia y
la obtuvo. Méndez ordenó prender a los criminales y colgarlos de la horca
sobre la montaña de Taco desde entonces “montaña
de la horca”. (José Velásquez Méndez)
Junio de 2011.
Retazos históricos coloniales morales e inmorales (I)
[1]
Recordemos que en
[2]
Estas velas estaban confeccionadas con cera
de abejares salvajes abundantes en la isla y los pabilos con corteza de la
planta Chahora y otras similares.
[3]
Relativo al tema el lector curioso
puede consultar la famosa Acta de la cera en el trabajo Diosa
Chaxiraxi Versus Virgen de Candelaria, capitulo VII, En
www.elguanche.net.
[4] No era costumbre de los Tabores guanches perseguir a los vencidos, tampoco lo era el rematar a los heridos, practicas que eran habituales en los invasores españoles.
[5] Bentor hijo del gran caudillo Benchomo y último Mencey de Taoro no suscribió el pacto prefiriendo el suicidio ritual arrojándose al vacío desde el Risco de Tigaiga antes que someterse a los invasores españoles.
[6] Este tipo de arma bacteriológica ya había sido empleada con éxito por la “santa” hermandad de Sevilla en la guerra de Granada donde envenenaron las fuentes de agua que suministraba a la ciudad con ciertas viseras de cabras y con cadáveres putrefactos.