La
fundación canaria de San Antonio de Los Altos (Venezuela)
1801
septiembre 7.
San Antonio (antiguo San Antonio de Medinacelli) es el núcleo
vertebrador de la comunidad isleña en las tierras altas. Parte de sus
integrantes se difundirán por pueblos circunvecinos e incitarán a parientes y
paisanos a emigrar. Nace con la inmigración de 24 familias de 120 almas en
1683, trasladadas a Caracas desde Garachico (Tenerife) en el buque de Juan
Ramos.
Tan sólo
8 eran de cuenta del Rey y las restantes voluntarias. El gobernador Melo
Maldonado se atribuye el mérito de su fundación por solicitar los vecinos
acomodados mucho más de lo que Vuestra Majestad pide se conceda en tales
casos. No obstante, se erige en tierras de Juan de Mixares Solórzano,
futuro I Marqués de Mixares.
Este
oligarca mantuano, interesado en la concesión por el monarca de este título de
Castilla, que obtendrá en 1691, les cede tales terrenos entonces considerados
marginales y les socorre con 30 fanegas de maíz y 10 vacas para su manutención
para así granjeárselo gracias a tales servicios. Una concesión que no les da
la propiedad individual sino que, como reza la sentencia de la Audiencia de
1772, les pertenecen en dominio a éstas en común y que por estar indivisas
hasta ahora, ninguno de sus individuos tiene derecho de propiedad particular.
Ese grupo se vio aumentado por otras 16 familias que el cabildo ubicó en el
lugar en 1701, que constituyen el núcleo originario definitivo de 40, creando
un litigio sobre la tierra entre ambos. Un nuevo pleito en 1699 con el realejero
Antonio González sobre Quebrada Grande será su data definitiva1.
Esta
propiedad comunal dará cohesión e identidad diferenciada a su comunidad a través
del tiempo en un proceso que llegará hasta bien entrada la segunda mitad del
XIX. Los beneficiarios de su usufructo no podrán ser sino los descendientes de
las familias fundadoras, procedentes prácticamente en su totalidad del Norte de
Tenerife, y especialmente de la Isla Baja y La Laguna. Sus tierras serán
destinadas a la agricultura de subsistencia, la explotación forestal y la
ganadería. Pero el proceso no será lineal ni exento de tensiones entre sus
pobladores por los intereses contrapuestos existentes y por la existencia de
lotes cada vez más reducidos por el crecimiento de las familias. Los intereses
de los más acomodados en privatizarlos y la expulsión por perentoria necesidad
de otros es un hecho que se puede apreciar desde los vástagos de los
fundadores. En 1762, el IV Marqués de Mijares, interesado en hacerse con una
función de tutoría sobre las tierras y sus habitadores, señalaría que querían
algunos descendientes usurparlas, por lo que no sólo impiden a los demás
el cultivo que con igualdad les concedió mi antecesor, sino que destruyéndoles
sus sementeras se han visto precisados unos abandonar aquellas tierras y otros
estar sujetos en calidad de jornaleros a los expresados que se han intentado
apropiar las tierras, hasta arrendar a otros extraños las que no pueden
cultivar, cuyos hechos han causado la ruina de aquel pueblo que en el día
apenas tendrá la mitad de la gente que lo entró a fundar, sin embargo de haber
corrido más de un siglo. Aunque sus propósitos tutelares le fueron
denegados en 1772, era una realidad evidente la aguda conflictividad entre los
pobladores y la pobreza y disputas entre los más desfavorecidos y los que
trataban de parcelar y privatizar los terrenos2. Para repartir los
lotes, velar por las tierras comunales y recaudar las rentas entre los comuneros
y arrendatarios se crea la Junta de bienes de la comunidad que pleitea por sus
derechos y que en 1736 ve certificados sus derechos colectivos a las tierras.
Unas preeminencias que sancionarán los tribunales, como la sentencia contra José
González Fajardo en 1766. Ésta establece que ninguno de sus individuos
tiene derecho de propiedad particular para ocupar parte de ellas bajo de ciertos
firmes, demostración o marca, sino para el uso, ocupación y aprovechamiento de
ellas según sus respectivas comodidades3.
A
pesar de la migración hacia el Carrizal, El Corosal o San Diego de varios de
sus descendientes, la endogamia interna sigue siendo su nota característica4.
Precisamente fue en el primero donde se establecieron más tarde los canarios
Manuel Pérez y Catalina Seijas, hijos de dos familias fundadoras. Su hija
Micaela Rosa, casada con un paisano, José Domingo González, tuvo 10 hijos de
los que 5 fallecieron bajo la patria potestad. Fueron dueños de un hato en San
Pedro de Carángano en Los Llanos y una posesión en Guaira de Paracotos5.
El
buenavistero Sebastián Gil de la Cruz, hijo natural, fue uno de los fundadores
de San Antonio. Había casado en su patria con la viuda María Hernández, que
había tenido una hija que sería luego mujer de Lázaro Seijas, trasladada con
él y un hijo adulto a Venezuela. Viudo, volvió a hacerlo en Buenavista con Ángela
Hernández, sin descendencia. Inicialmente trabajó como mayordomo en la
hacienda de Francisco Lugo. Era dueño de 6 esclavos y de un poco de ganado.
Cultivaba una cementera de maíz en San Antonio en terrenos señalados como
a los demás vecinos que se le señalaron allí tierras en virtud de lo mandado
por su Majestad, en que tengo hecho casa de paja y bajareque y otros conucos y
rastrojales6.
José
González de Abreu, realejero, casado en 1707 con Ana María Báez, hija de
Antonio Báez de Simancas, ejemplifica tal endogamia en la segunda generación.
Continúan
residiendo en San Antonio y tienen 6 hijos. Algunos de ellos, como Matías
Florencio, se mantuvieron allí. José contaba con 70 reses en el hato de
Antonio Ascanio y 2 negras y 4 negritos7.
Los
sanantoñeros dependían civilmente de El Valle y eclesiásticamente de San
Diego. Ansiaban erigir una parroquia en una ermita que habían edificado. El
punto de partida fue una capellanía de los buenavisteros Blas Martín Orta e
Isabel Méndez, padres de los Martín Orta ya referidos, que habían pleiteado
con Antonio Báez de Simancas. Habían ofrecido en 1721 400 pesos para
completarla, sobre que los vecinos y fundadores hoy se trata con vivo celo
de tener capellán para siempre que todos los días festivos celebre el santo
sacrificio de la misa para el consuelo de todos, con la condición de que
se privilegie a sus descendientes8.
En 1742 su
hijo Blas Martín, Manuel Pérez, Tomás Seijas, Juan Domingo González y Nicolás
Pérez en nombre de 50 vecinos, apoyados por los del Carrizal, solicitan un
capellán, a lo que se opone el de San Diego. Tuvieron que esperar 30 años
hasta que en 1772 se les autorizase a oír misa en su iglesia con licencia del párroco
de San Diego. Sólo en 1783 se constituyó como parroquia. El padrón de 1783 es
un testimonio de su estructura social y étnica en vísperas del auge
cafetalero. Lo habitaban 426 personas, de las que 23 (el 5´39%) eran esclavos9.
Fue una de
las áreas más expansivas del café venezolano. En sus inmediaciones, en pagos
como el propio San Antonio o los Budares, se cultivaba el más apreciado. El célebre
cura Sojo tenía aquí una hacienda arrendada para hacer frente al culto
religioso. Se le considera que fue antes de 1783 el iniciador de su cultivo en
la zona. El propio Andrés Bello reseñó su impacto, que desmontó y cubrió todas
las montañas y colinas que conservaban hasta entonces los primitivos caracteres
de la creación (...); se vieron de repente con un terreno inmenso que cultivar
con ventajas, redoblándose los esfuerzos de los labradores hacia tan preciso y
rápido arbitrio de fortuna10.
La
transición hacia el café no fue tan lírica, ni consolidó una clase de
medianos propietarios entre sus comuneros. Sus expectativas atrajeron la codicia
de los Marqueses de Mixares para hacerse con sus terrenos. La sentencia de la
Audiencia de 7 de septiembre de 1801, si bien reconoce la propiedad comunal,
sanciona su preferencia en caso de venta o arrendamiento11.
El
café exigía capitales para su roturación y puesta en explotación. Muchos
vecinos no los poseían y recurrían al arrendamiento de sus parcelas o a compañías
con capitalistas externos. Ello ocasionó disputas entre ellos. Los dedicados a
la tala de sus montes se quejan de que la excesiva roturación les priva de ese
recurso. El Síndico Personero de Caracas les respalda por el excesivo coste de
la madera. Juan Nepomuceno Rivas la avala y solicita que de ningún modo se
den en arrendamiento aquellas montañas con el objeto de derribarlas para
plantar haciendas de café, conuco y otros labores no sólo para los extraños
del territorio de San Antonio sino que tampoco lo puedan hacer los mismos
vecinos de él. Sin embargo sus diputados Luis Hernández y Nicolás Pérez
consideran que esos ocho vecinos fueron seducidos por un tratante de maderas.
Entienden que los cortos terrenos ocupados con cafetales en los Budares no son
terrenos para ello. Protestan de la excesiva libertad con que se tala, sin tener
montes reservados. Ese excesivo corte y saca es el origen radical de su
miseria y de la pobreza en que viven envueltos, y por último del abatimiento en
que yace la población. La falta de labranzas es la causa de su
profundo letargo sin planta ni forma. La concesión de tierras en
arrendamiento a foráneos es ventajosa porque con sus rentas se puede sustentar
su cura, concluir su nueva iglesia y establecer una escuela de niños y niñas.
Son conscientes de la imposibilidad de que los vecinos puedan concurrir a
ellos en poco o en mucho, porque les embarga su misma pobreza. El
vecindario les había facultado para ello en 1800. En 1805 el Capitán General
Guevara Vasconcelos, pese al informe del corregidor del Valle, lo prohíbe a
personas exteriores y ordena al Juez territorial que obligue a sus vecinos al
cultivo de sus campos. El Corregidor entendía que sus vecinos estaban
viciados en el único ejercicio de arrastrar maderas para esta capital y otros
parajes, mirando el precioso ramo de la agricultura en el último abandono.
En esta decisión influyeron las presiones de los Solórzano, que deseaban en su
integridad unos terrenos en su mayor parte litigiosos por el pleito
pendiente en esta Capitanía General entre el Señor Marqués de Mijares y los
vecinos. Sin embargo, un informe de 1807 señala su arrendamiento desde
La
mayor de ellas la poseía el acaudalado mercader icodense Matías Sopranis.
Casado con Margarita Sanoja, viuda de Francisco Salías, repartió en dote a los
numerosos hijos de ésta buena parte de ella. Al fallecer sin descendencia en la
cárcel de La Guaira por sus ideas republicanas, los dejó como herederos. Una
de ellos, Soledad, se casó con el isleño José Rodríguez. Este, con su dote y
la compra de la de Manuel Salías, creó en 1807 en unión del Coronel palmero
Manuel Fierro una compañía de café a medias por espacio de 9 años13.
Estos
conflictos demuestran hasta qué punto la expansión cafetalera hizo bullir una
caldera de intereses confrontados. Con todo, el arrendamiento será su fórmula
hegemónica. La propiedad no se privatizó hasta fines del XIX. Sólo pocos
vecinos pudieron acceder a su explotación directa. Los demás se contentaron
con ser sus cultivadores. Aportaban la tierra, mientras que los mercaderes eran
sus capitalistas. Ese fue el caso del tinerfeño Domingo Alejandro Pérez, con
una hacienda de 8.000 árboles en Las Minas, fundada en compañía de José
Manuel Riverol en tierras de éste y de otros vecinos del pueblo, cuya
sociedad se deshizo y concluyó en 181514. Se asientan allí por
sus nupcias, como el natural de La Vega (Gran Canaria) José Antonio Vega,
esposo de María Matilde Carpio. En 1800 seguía estando marcado por el
predominio abrumador de los cultivadores blancos, con un crecimiento bien
precario. De sus 505 habitantes, 407 eran blancos, 10 indios, 16 pardos, 2
negros y 70 esclavos15.
(Manuel Hernández González. Publicado en el número 448
BienMeSabe)
Notas
1. Sobre el
tema véase, CASTILLO LARA, L.G. “San Antonio de Medinaceli, una estampa feliz
y acurrucada”. Crónicas de San Antonio de los Altos, nº 1. Caracas,
1993, pp. 58-87; TRUJILLO CRUZ, A. “San Antonio de los Altos Gulima”. Ibídem
nº 3. pp. 51-89; y MANZO PÁEZ, T. “San Antonio de Medinaceli (Eclesiástico)
1740-1812". Ibídem nº 3, pp. 35-50.
2. CASTILLO
LARA, L.G. “San Antonio...”, pp. 67-68.
3. Reprod.
en TRUJILLO CRUZ, A. Op. Cit., p. 63.
4. Véase,
por ejemplo, Archivo Parroquial de San Diego de los Altos. Casamiento en 1713
entre Sebastián Méndez, natural de Icod, como sus padres Manuel Méndez y María
Barroso, con la buenavistera Catalina Rodríguez, hija de Juan Rodríguez y
Gregorio Álvarez.
6. R.P.C.E.
Testamento en Nicolás Bartolomé Cedillo, 17 de octubre de 1712.
8. R.P.C.E.
Nicolás Bartolomé Cedillo, 18 de enero de 1721.
9. MANZO PÁEZ,
T. Op. Cit., p. 38.
10. BELLO,
A. Op. Cit., pp. 51-52.
12. Esteban
José Tovar, Rosa Arestiquieta, Isidoro López Méndez, Bartolomé Blandín,
Gerardo Gorástegui o José Elías. Entre ellos mercaderes canarios como Pedro
Bello, Antonio Díaz Flores, Baltasar Velázquez, Nicolás Quevedo, José Rodríguez
o Antonio Díaz Flores. A.A.H. Civiles, 1808. Pleito de los vecinos de San
Antonio.
13.
Testamento de Margarita Sanoja en LEAL, I. “Nuevos documentos biográficos de
Vicente Salias (1776-1814)”. Crónicas de San Antonio de los Altos, nº
1, pp. 104-108. Compañía en A.A.H. Civiles, 1807.
14.
R.P.C.E. Julián García Saume, 7 de enero de 1819.
15. CHACÓN
VARGAS, R.V. Op. Cit., p. 65.
Fuente:
Benchomo/efemeridescanarias