EFEMERIDES CANARIAS

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1800-1810

CAPÍTULO (II) -IV-

 

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1802. Fueron conducidos desde Tenerife 269 piedras de molino y 10 piedras para tahonas.

Los molinos de mano en la emigración canaria a América

El profundo arraigo del gofio como forma de elaboración del maíz dentro de la dieta alimenticia del mundo caribeño favoreció la extensión de los molinos de mano por todos los campos. Ejemplares de éstos los hemos encontrado en República Dominicana, Puerto Rico, Cuba y Venezuela como algo absolutamente común.

 Si bien hubo piedras trasladadas desde las Islas para molinos instalados en el Nuevo Mundo, como las del de San Antonio de Texas, que se mantuvo en funcionamiento aprovechando el agua del río San Antonio hasta mediados del siglo XIX1, y que hoy presiden el altar del Álamo, el molino de mano es la forma más común y característica entre nuestros emigrantes campesinos que ha perdurado hasta nuestros días. Tessier señalaba en 1796 que bien de trigo, cebada, centeno o maíz redúcese a harina en un molino de mano que tiene cada paisano y de que se sirve siempre que quiere comer2.

 En el mundo caribeño es difícil por razones climatológicas el cultivo del trigo, pero ello no impidió que los canarios siguieran comiendo gofio. En la misma medida que se adaptaron al cultivo y al consumo de yuca con rapidez, siendo indispensable en ellos el uso del rallador, algo similar ocurrió con el maíz, hasta el punto de que en su tierra de origen llegó a ser universal su cultivo, especialmente en Gran Canaria, donde se aprecia más el maíz que el trigo y la cebada3. El mismo Viera se interroga: ¿Quién no ha oído hablar del gofio de millo de los canarios? Para él se tuesta y muele y esta sabrosa harina, o bien en polvo o amasado con agua y sal, o con leche, o con caldo, o escaldado con manteca y grasa o con miel, o en turrón, etc., ofrece un manjar sano y nutritivo4.

 El profundo arraigo del gofio como forma de elaboración del maíz dentro de la dieta alimenticia del mundo caribeño favoreció la extensión de los molinos de mano por todos los campos. Ejemplares de éstos los hemos encontrado en República Dominicana, Puerto Rico, Cuba y Venezuela como algo absolutamente común. Cuál fue nuestra sorpresa cuando en el Museo de la Familia Dominicana en un viejo caserón del Santo Domingo colonial vimos uno de ellos en función de apoyatura, ignorantes los dirigentes de ese Museo de que su función fue indispensable en la molienda del maíz. En un inventario de Higüey (República Dominicana)  de 1712 se hace constar la existencia de una piedra de rueda de vuelo5. Bethencourt Alfonso recoge esta acepción de piedra de muela voladora para la piedra volandera giratoria del molino6. Esta forma de elaboración sigue efectuándose en la isla y se resiste a fenecer frente a los nuevos hábitos alimenticios que han desplazado al maíz como eje alimenticio. Como recoge Berta Cabanillas, que reproduce uno de ellos en su obra, eran habituales en las casas rurales puertorriqueñas7. En Cuba Esteban Pichardo reseña en 1836 su uso generalizado. Refiere que se llama aquí así al al maíz seco, tostado y molido en polvo a estilo del trigo de Islas Canarias; y de aquí el sarcasmo de los muchachos y negritos a los isleños cuando les dicen Come gofio. Si se mezcla con azúcar se llama en Cuba Quilele, si con miel Pinol. Palanqueta llaman a un dulce seco de maíz tostado y molido amasado con miel8.

 En Guaza (República Dominicana) se conserva un típico molino de mano canario formado por dos piedras planas y circulares superpuestas. Este rudimentario medio de trabajo funciona haciendo girar la piedra superior sobre la inferior por medio de un palo que se introduce en un orificio en el borde de la primera. Por su fácil manejo sirvió para la elaboración doméstica de harina y gofio9.

 Hay numerosos testimonios de la exportación desde Canarias al mundo caribeño de molinos de manos y piedras para tahonas o tajonas. En el censo de Escolar aparece la venta en América desde Gran Canaria de 50 molinos de mano en 1800 y de 100 en 1801. Su precio corriente en las Islas era de 15 reales de vellón. Desde Tenerife se llevaron 55 en 1802 y 259 en 1804. Específicamente a La Habana en 1801 116 juegos de molinos de mano. En 1802 fueron conducidos desde Tenerife 269 y 10 piedras para tahonas10.

 El comerciante de Las Palmas Antonio Betancourt en su Diario narra las peripecias de sus exportaciones de molinos de mano. Puso en manos de un agente en Cuba, Sebastián Bordón, la exportación de molinos de mano y tahonas o tajonas para moler gofio. El producto de las ventas le llegaba por mano de otro mercader, Roberto Madan. En 1798 le remitió una partida de 147 molinillos y 23 tajonas... A lo largo de sus cuadernos se han llegado a contabilizar más de 650 vendidos en la Perla de las Antillas por éste entre fines del XVIII y comienzos del XIX. La superación de la producción explica que superase la doméstica para ser ya de ámbito industrial, como todavía acontece en la actualidad en Venezuela y Uruguay. En un solo embarque envió 23 tajonas con sus dos grandes piedras que molturaban cereal mediante tracción animal11. El Diccionario de Madoz a mediados del siglo XIX sigue registrando ese comercio desde la villa tinerfeña de Arico, que llegaba a una producción de losas de 15.000 varas al año, siendo notable su exportación a América12.

(Manuel Hernández González. Publicado en el número 408 de BienMeSabe)

Notas

1. CURBELO FUENTES, A. La fundación de San Antonio de Texas. Canarias, la gran deuda americana. Las Palmas, 1986. DÍAZ RODRÍGUEZ, J.. Molinos de agua en Gran Canaria. Las Palmas, 1988.

2. TESSIER, H.A. “Memoria sobre el estado de la agricultura en las Islas Canarias (1796)”. En GESIDENDOR-DES GOUTTES. Los olvidados de la Atlántida. Trad. de José A. Delgado Luis. Estudio crítico de Manuel Hernández González. Tenerife, 1994. P. 138. sobre los molinos de mano véase, SERRA RAFOLS, E. DIEGO CUSCOY, L. “De arqueología canaria. Los molinos de mano”. Revista de Historia  nº 92. La Laguna, 1950. Pp. 384-397.

3. Op. Cit. p. 137.

4. VIERA Y CLAVIJO, J. Op. Cit. p. 264.

5. WIDMER, R. La propiedad en entredicho. Una historia documental de Higüey, siglos XVII-XIX. Santo Domingo. 2004, p. 94.

6. CORRALES, C. CORBELLA, D. Op. cit. p. 1146.

7. VIERA Y CLAVIJO, J. Op. Cit.

8. PICHARDO, E. Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas. La Habana, 1985. Pp. 280 y 548.

9. CORDERO, W. “En Guaza una herencia incógnita de las Canarias”. El Pajar, nº16, pp. 113-116. Tenerife, 2003.

10. HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, G. Op. cit. Tomo I, p. 500. Tomo III, pp. 408 y 420.

11. BETANCOURT, A. “Los “quadernos” del comerciante de la calle de la Peregrina Don Antonio Betancourt, 1797-1807. Introd. y estudio de Antonio de Bethencourt Massieu. Transcripción de Aurina Rodríguez Delgado. Las Palmas, 1996, pp. 67, 68, 147-149, 153, 167, 180, 287 y 327.

12. MADOZ, P. Diccionario geográfico-estadístico de España y sus posesiones de Ultramar. Valladolid, 1986, p. 44.

 1802. El crecimiento poblacional que se había experimentado en siglos anteriores, se estancó en el XVIII, de forma que a principio de siglo, en 1802 habían en Chinet (Tenerife) alrededor de 70.000 habitantes y solo 50.000 en Tamaránt (Gran Canaria). Solo había un Instituto, El Instituto de Canarias en Eguerew (La Laguna). En este siglo vuelve a incrementarse de forma importante la población, se producen liberalizaciones de tierra y agua por la desamortización las cuales van a parar a manos de la burguesía colonial lo que permite obtener nuevas zonas de cultivo y allí donde se produce vino se concentra la población.  La burguesía colonial de Winiwuada (Las Palmas) no está nada conforme con que la capital de la colonia la ostente Añazu n Chinet (Santa Cruz de Tenerife) y ya en 1803 comienza a presionar para obtener la capitalidad, el pleito insular debidamente fomentado por la metrópoli va subiendo de tono porque la burguesía colonial de Añazu (Santa Cruz) no está dispuesta a ceder ante esas presiones.

1802.

Leyendas de Canarias (IX): Telde, Ciudad de Brujas

Telde, es un municipio situado en la isla de Gran Canaria. Éste, desde siglos, se ha conocido como "la ciudad de las brujas", ya que hay muchas leyendas e historias, que dan cabida a este nombre popular.


Entre tanta leyenda e historia se decía, que las mujeres de Telde usaban ritos para enamorar a los hombres y para que se casaran con ellas. Entre otras tantas, se decía que era el punto de reunión de todas ellas, donde se formaban los famosos aquelarres.


Hoy, les contaré, dos de esas historias que son más conocidas en la ciudad:


- La más antigua de ella, nos lleva a una calurosa noche del año 1802, cuando un terrible suceso hizo que sus moradores y toda la ciudad de Telde se transformaran en piedra por la maldición de una bruja poseída por el diablo.


Todo comenzó con una jornada de felicidad, no en vano una joven pareja de prometidos celebraba su banquete nupcial y el ambiente no podía ser más festivo y alegre en la víspera de San Juan, en la noche más corta del año. Pero nadie esperaba que a una de las tres brujas del pueblo, la Bruja Blanca, poseída por El Maligno, le diera por aguarles la fiesta. Las otras dos, la Bruja Roja y la Bruja Negra, lucharon para mantener la paz, pero la Blanca lanzó una terrible maldición: "que quede la ciudad y sus habitantes petrificados".

Todo estaba perdido, pero gracias a una niña ciega, vestida de blanco, símbolo del espíritu puro, que logró con sus rogativas que San Juan, el Santo Patrón, interviniera y anulara la maldición. Todos, al recuperar su figura, hicieron una hoguera en el barranco Real para pedir sus deseos y agradecer la acción de San Juan.


- Otra de las historias, nos cuenta hace alrededor de 70 años, un vendedor de carbón iba por la plaza vendiendo carbón y una anciana le pidió un kilo. El vendedor se lo puso y a la hora de pagar le advirtió de que el precio había subido, la anciana se enfadó un poco y le dijo: "Esto es un abuso, deberías de estar una semana sin poder llegar a tu casa".


El vendedor le dijo que eso era lo que había y que si le parecía un abuso no se lo comprara y punto. Después de eso el vendedor siguió con su ronda. Cuando fue a volver a su casa, se dió cuenta de que estaba perdido, había entrado sin darse cuenta en una especie de callejón donde todas las paredes eran blancas. El vendedor intentó encontrar la salida pero mientras más la buscaba más perdido se sentía, era como si estuviese atrapado en un laberinto.


Cuando llegó a su casa ya era muy tarde, estaba empezando a amanecer. Entró en su casa, y su mujer al verle empezó a llorar y le abrazó. El vendedor no se podía creer lo que le había pasado, llevaba una semana desaparecido, explicó que se había perdido en unos callejones blancos que él nunca había visto, que en ese sitio no había nadie, sólo él…, pero no podía explicar cómo había estado una semana fuera, ya que para él sólo habían pasado unas horas, entonces, recordó las palabras de la anciana...


Pues siendo o no, leyendas urbanas, aquí, la que les escribe... además de ser porkulera, es bruja..., es lo que cuentan...

1882. Nace en Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria) Luís Doreste Silva. Cursa Medicina en la Universidad de Salamanca (España). De vuelta a Tamaránt (Gran Canaria), participa con su amigo Tomás Morales en la vida cultural de la isla. Colabora en periódicos insulares como Diario de Las Palmas, Ecos y La Mañana, así como en la publicaciones madrileñas El Globo, El Imparcial, España y La Lectura y las francesas Nouvelle Revue y Amerique Latine. Entre 1916 y 1931 trabaja en París como secretario del teldense Fernando León y Castillo, por entonces embajador español. En 1933 vuelve a su isla natal donde durante la Guerra Civil los españoles se adscribe al bando de los fascistas nacionales y su poesía se vuelve propagandista. Colabora en periódicos como Diario de Las Palmas, Hoy (del que fue subdirector), Falange y El Eco de Canarias. Obras: Primeras estrofas (1901), poesía. Las moradas de amor (1915), poesía. Hosanna en el mar (1937), miscelánea. Gran Canaria en la Epopeya (Romance de ciego) (1937), poesía. África rubia. Poema de la Guanchida (1937), poesía. Romance de la isla al paso de Cristóbal Colón.

1802 abril 30.

Luces y sombras en el reformismo borbónico

Vista en su conjunto, no cabe duda de que los ingenieros militares escribieron una de las páginas más brillantes del Setecientos hispano. Pero no todos fueron luces en esa historia. Existen también sus sombras, que tienen que ver con las limitaciones del reformismo borbónico. He hablado ya de ello en otro lugar, y me voy a permitir aludir aquí nuevamente a ello, para terminar.

En el campo científico y técnico es posible que la adopción de funciones civiles por parte de militares y el apoyo al desarrollo de una ciencia militar fuera un obstáculo para el desarrollo de una ciencia civil. En concreto, el énfasis puesto en el desarrollo de la ingeniería militar tal vez impidiera, o al menos retrasara, el de una ingeniería civil.

En todo caso, hubo aspectos que afectaron negativamente al desarrollo científico y educativo y que tienen que ver con algunas características militares, y en concreto con la rígida estructura organizativa, la importancia de los principios de subordinación jerárquica, el rechazo de la crítica abierta y libre, la falta de contraste público de los conocimientos, y el secretismo corporativo y militar de las enseñanzas -reflejado en el control sobre los apuntes dictados en las clases-. A ello se unió también en un momento decisivo el acceso a las máximas graduaciones de personalidades ya viejas (como son los casos de Lucuce y Caballero a mediados de los años 1770) y la defensa equivocada de antiguos prestigios.

La formación de los ingenieros militares españoles se vio afectada por todo ello. El cuerpo fue incapaz de evolucionar en el sentido de una preparación cada vez más rigurosamente matemática y técnica de sus miembros, al contrario de lo que ocurrió en otras academias como la francesa de Mézieres.

Las reformas que se intentaron para resolver esos problemas fracasaron. En primer lugar, hay que señalar el intento fallido de la creación de la Sociedad Militar de Matemáticas, de la que ya hemos hablado. La iniciativa fracasó por conflictos internos y por la renuncia al cargo del director general, el conde de Aranda. Durante el resto del siglo la Academia fue incapaz de resolver el problema de los libros de texto y de la renovación de las enseñanzas, a pesar de los intentos que realizaron los ingenieros jóvenes; justamente al contrario de lo que ocurrió en la Academia de Mézieres, donde pudieron contar como profesores con grandes matemáticos como Monge.

Luego, en la década de 1770, la competencia de nuevos técnicos redujo las atribuciones de los ingenieros militares.

Ante todo, con la creación del Cuerpo de Ingenieros de Marina la Armada conseguía su autonomía en lo que se refiere a las construcciones propias. Hasta ese momento habían sido los ingenieros militares los que tenían a su cargo la construcción de puertos, arsenales, canales de abastecimiento de aguas y otros relacionados con las infraestructuras portuarias de las bases navales. La Marina dio a sus técnicos una formación específica en ingeniería hidráulica (puertos y canales) que bien pronto sería más exigente y completa que la que adquirían los ingenieros militares. Los conflictos que ya desde la década de 1730 se habían presentado entre ingenieros y marinos para el diseño de los puertos de El Ferrol, Cádiz o Cartagena se resolvieron ahora dándoles el protagonismo a los marinos.

Pero, además, desde mediados del XVIII y, especialmente en el reinado de Carlos III se van constituyendo nuevas comunidades de carácter civil. Desde 1770 los arquitectos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid recibieron atribuciones en obras públicas de la Corona.

Los ingenieros militares se vieron así enfrentados a otros técnicos. Y su formación científica y técnica se mostraba inadecuada para la multitud de funciones que se les atribuían desde la ordenanza de 1718. Por ello, en un intento de conseguir una cierta especialización en 1774 se crearon tres ramos dentro del cuerpo: el de Plazas y Fortificaciones del Reino, cuyo director y comandante sería Silvestre Abarca; el de Academias militares de Matemáticas de Barcelona, Orán, Ceuta y demás que se pudieran crear, a cuyo frente se puso al anciano Pedro de Lucuce; el de Caminos, Puentes, Edificios de Arquitectura Civil y Canales de Riego y Navegación, para el que fue nombrado comandante Francisco Sabatini. Pero dicha reforma se mostró incapaz de resolver los graves problemas acumulados, en lo que se refiere a las actuaciones civiles de estos técnicos militares.

Los centros de enseñanza de los ingenieros militares en España fueron incapaces de evolucionar de acuerdo a las nuevas demandas y de escapar a los controles ideológicos. Eso se refleja en el hecho de que en 1757 los profesores de la Sociedad de Matemáticas hubieran de recibir permiso del Inquisidor para leer libros prohibidos, y que el sistema cosmológico presentado fuera ptoloméico (como se explicaba todavía en el curso de Barcelona impartido en 1776 y que hemos publicado). Por si fuera poco, en 1790 se reiteró la prohibición de leer libros prohibidos a los profesores de la Academia de Barcelona. Dificilmente puede hacerse ciencia de vanguardia en esas condiciones.

Desde el punto de vista de sus actuaciones en obras públicas, el siglo se cierra con dos episodios que reflejan las deficiencias de su formación. El primero es el hundimiento el 14 de mayo de 1799 de la presa de El Gasco sobre el Guadarrama, diseñada por el ingeniero militar Le Maur, y que había de servir de embalse regulador del gran proyecto de canal de 770 km desde el Guadarrama al Océano Atlántico. Pocos años después, el 30 de abril de 1802, se produciría la ruptura de la presa de Puentes en Lorca, lo que provocó una auténtica catástrofe en la vega y la ciudad. Aunque el autor del proyecto de Puentes era un arquitecto, Gerónimo Martínez de Lara, la verdad es que se había formado trabajando con Escofet, y su fracaso suponía también de algún modo, el de esos técnicos, cuya formación científica era criticada a finales del siglo por los marinos.

Esas dos catástrofes no solo significaron el fracaso de la política hidráulica de la Ilustración en dos empresas de gran relevancia sino también, en cierta manera, de los técnicos hidráulicos que los habían construido.

Al año siguiente de la catástrofe de Puentes, Agustín de Betancourt, recién nombrado Inspector General de Caminos y Canales en España, visitó la destruida presa de Puentes y redactó una Noticia del estado actual de los caminos y canales de España, causas de sus atrasos y defectos y medios para remediarlos en adelante. En ella, y a propósito de los técnicos que construían los canales en España, escribe:

"Pero ¿qué proyectos qué cálculos, qué aciertos se podían esperar con la clase de estudios que han hecho la mayor parte de los sujetos que hasta ahora se han empleado en estas obras públicas, ni qué medios se han puesto para facilitar la instrucción de unas personas en quienes se depositan los intereses, la seguridad, la confianza y una gran parte de la seguridad de la nación?. En España no ha habido donde aprender, no solo como se clava una estaca para fundar un puente, pero ni aun como se construye una pared".

Estas duras palabras no eran del todo justas, ya que había una larga tradición de estudios de ingeniería militar y de intervención de éstos en la construcción de canales. Pero aunque Bethancourt valoraba la figura de Carlos Lemaur, sin duda los ingenieros militares se sintieron aludidos por ellas.

Serían otros los que se encargarían en el futuro de esos proyectos hidráulicos. En 1799 se fundó la Escuela de Caminos y Canales de Madrid por iniciativa de Agustín de Betancourt, con lo que se inicia una nueva etapa en la formación de técnicos al servicio de la sociedad civil. Aunque la Escuela tuvo luego diversas vicisitudes, finalmente con la creación del Cuerpo de Ingenieros, Canales y Puertos, el Estado dispondría de un grupo de técnicos civiles altamente preparados para la dirección de las obras públicas. Con ello también proseguía el proceso de especialización científica que se había ido desarrollando durante la edad moderna, y los ingenieros militares quedarían limitados a sus tareas propiamente defensivas, lo que no era, desde luego, una función insignificante. Una tarea que desempeñarían con gran dignidad, dentro de las limitaciones presupuestarias del Estado liberal español del siglo XIX.  (Horacio Capel 2001)

 

 

* Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.

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Bibliografía

 

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