El imperio colonial de la II república española y el Sáhara
El
senado español ha rechazado una moción que proponía tomar medidas contra
Marruecos por supuestos incumplimientos de resoluciones sobre el Sáhara
Occidental.
[…La dictadura, la República y el
Frente Popular no fueron más que tres fórmulas imperialistas que concurrían
en el fin de expoliar un país. Los marroquíes jamás notaron la diferencia
entre un líder marxista español y personajes como Indalecio Prieto, Gil
Robles, Alfonso XIII o Primo de Rivera… Su
prioridad siguió siendo la misma en 1931, la señalada por Alfonso XIII en
1925: “exterminar como se hace con las malas bestias, a los Beni Urriaguel y a
las tribus más próximas a Abdelkrim”.]
El senado
español rechazó el miércoles de esta semana [10-06-2015] una moción de algunos opositores, que
solicitaban al gobierno presionar en la ONU para adoptar medidas a favor de la
“causa saharaui”.
La propuesta instaba a usar de manera arbitraria la
posición que España tiene en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a
favor de un grupo pro-argelino, el Frente Polisario. El portavoz del grupo señaló
a favor de su propuesta la “deuda histórica y moral” de España, y recalcó
que había llegado el momento de hacer justicia, considerando que se cumplirán
en noviembre 40 años de la denominada Marcha Verde.
La poco sincera y menos convincente propuesta, solo
fue una demostración más de las consideraciones tácticas y oportunistas a las
que están sometidos los partidos políticos españoles, desde que el problema
del Sáhara se convirtió, en la década de 1970, en un arma arrojadiza contra
el gobierno de turno.
El
problema del Sáhara es, además, menos conflictivo en el orden interno español
que los de Ceuta y Melilla, donde también España tiene un abultada deuda
moral. La izquierda española, que hace cuatro décadas reemplazó de sus muros
los posters del Che por los del Frente Polisario, es la primera en aplicar la
política del avestruz con respecto a estas llamadas “plazas de soberanía”[1].
La
deuda moral de España debería también incluir a la intervención político
militar en Marruecos, a la que un buen historiador español de la misma -el
comunista Miguel Martín- calificó como “una de las más absurdas y
criminales acciones coloniales de la historia mundial de la opresión de los
pueblos”[2].
El
sector militar de los africanos, es sabido, así como la España colonialista,
consideraban según este autor a Marruecos como “un zoco, un mercado de
ascensos y recompensas, medallas y cruces”. La izquierda española de la década
de 1930, por su parte, tenía tanto o más prejuicios que su contrafigura, la
derecha.
Lo
dice con claridad el premio Cervantes de literatura Juan Goytisolo, en un párrafo
doloroso para cualquiera, aún para los que no somos españoles: “Los hechos y
palabras de los líderes republicanos, no ya de los Lerroux o Alcalá Zamora,
sino de los Giménez Asúa, Martínez Barrio, Prieto o Largo Caballero, nos
muestran que, ya fuesen liberales, socialdemócratas o marxistas, no procuraron
jamás introducir ninguna modificación en la política colonial de Alfonso XIII
y Primo de Rivera”
La administración colonial española en Marruecos,
del lapso republicano entre 1931 y 1938, no intentó siquiera humanizar el
sistema, dar ciertos derechos mínimos a los marroquíes, no tuvo la menor
intención de darles la autonomía que hoy reclaman para el Sáhara.
Se
limitaron a mantener la paz en Marruecos, una pacificación que mantuvo la paz
de los cementerios que forjó la dictadura. Los marroquíes constataron con
decepción que cuando realizaban peticiones a los partidos obreros de España,
estaban literalmente predicando en el desierto.
En los programas de gobierno elaborados por el PSOE
o el PC de España no figuró jamás la menor referencia a las reivindicaciones
nacionales y sociales del pueblo “protegido”. Los obreros del Rif o la
Xebala ni siquiera podían sindicalizarse, y el mismo partido comunista español
no admitía ningún marroquí. Tal vez así honraban al mentado
“internacionalismo proletario”.
La dictadura, la República y el Frente Popular no
fueron más que tres fórmulas imperialistas que concurrían en el fin de
expoliar un país. Los marroquíes jamás notaron la diferencia entre un líder
marxista español y personajes como Indalecio Prieto, Gil Robles, Alfonso XIII o
Primo de Rivera.
Su
prioridad siguió siendo la misma en 1931, la señalada por Alfonso XIII en
1925: “exterminar como se hace con las malas bestias, a los Beni Urriaguel y a
las tribus más próximas a Abdelkrim”. Sobre los métodos, es elocuente el párrafo
que en un telegrama del 12 de agosto de 1921 el general español Dámaso
Berenguer escribió justificando el uso de armas químicas: Siempre fui
refractario al empleo de los gases asfixiantes contra estos indígenas, pero
después de lo que han hecho y de su traidora y falaz conducta (en Annual) he de
emplearlos con verdadera fruición”.
Que
sus herederos hoy hablen de una “deuda moral de España” para favorecer
viejas intenciones neocoloniales, es solo una hipocresía a la medida del
humanismo inherente al colonialismo, que como dijera Sartre, no deja de hablar
del hombre pero lo asesina dondequiera lo encuentra. El humanismo español
pretende que los desdichados pueblos del Sáhara son universales, pero sus prácticas
y prejuicios racistas los particularizan si son marroquíes.
Si
algún militante de la izquierda española tiene el valor de leer estas líneas,
debería avergonzarse tanto como la izquierda de otras latitudes se avergüenza
cuando descubre los crímenes colonialistas que sus correligionarios cometieron
en Marruecos.
Recuerden que la vergüenza, como ha dicho el mismo
Marx, es un sentimiento revolucionario.
Viernes, 12 de
junio de 2015