Venezuela amenazada
Juan Diego García *
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curiosamente los llamados presos políticos en
Venezuela se pueden contar con los dedos de la mano mientras en Colombia (el
gran aliado de los Estados Unidos en la zona) hay casi diez mil presos políticos
e insurgentes condenados que se pudren en unas cárceles descritas como campos
de exterminio… Los venezolanos han reaccionado en consecuencia. El gobierno
llama a la unidad nacional frente a la agresión externa. Se ultiman los
preparativos incluyendo los destinados a la defensa militar del país. Piden la
solidaridad internacional de gobiernos y pueblos y por lo visto la están
logrando, en contraste con los Estados Unidos que no han cosechado ninguna voz
efectiva de respaldo a su amenaza.]
Para
algunos la declaración del presidente Obama sobre Venezuela resulta sorpresiva
y hasta desproporcionada ya que nada indica que este país sea efectivamente un
peligro inminente y extraordinario para la seguridad de los Estados Unidos. Pero
la declaración se entiende mejor si se la ubica como parte de una estrategia más
general que Washington adelanta desde el mismo momento en que Chávez inicia su
proceso de cambios revolucionarios, estrategia continuada ahora contra Nicolás
Maduro. El tono casi apocalíptico de la declaración ya no resulta pues tan
inesperado si se la considera un componente más del propósito de
desestabilización contra un gobierno legítimo. No menos obvia es la implicación
de esta amenaza para otros gobiernos de la región.
Los argumentos de Obama no resisten el menor análisis.
Que Venezuela atraviese dificultades económicas se debe en buena medida a la
acción de sabotaje, evasión de capitales, contrabando, especulación y
acaparamiento de productos de primera necesidad que llevan a cabo los
capitalistas locales con el apoyo entusiasta de Washington. Una guerra económica
similar a la desarrollada contra Salvador Allende, solo que en esta ocasión
parece que la estrategia de desestabilización no cuenta con un elemento clave
pues los militares se mantienen fieles al gobierno de Maduro. La declaración
que constituye casi un comunicado de guerra también se explicaría por la
desesperación de las autoridades estadounidenses ante la incapacidad manifiesta
de la oposición de derechas en Venezuela: ni ganan en las urnas ni consiguen
restar apoyos considerables al gobierno, ni tienen éxitos en sus intentos de
golpe de estado. Sin un respaldo interno suficiente a los estrategas
estadounidenses parece pues que solo les queda recurrir a la agresión directa,
a la guerra abierta contra Venezuela.
Para Washington los casos de represión y
encarcelamientos por los disturbios callejeros justifican calificar a este país
como una dictadura odiosa que debe derribarse. Pero curiosamente los llamados
presos políticos en Venezuela se pueden contar con los dedos de la mano
mientras en Colombia (el gran aliado de los Estados Unidos en la zona) hay casi
diez mil presos políticos e insurgentes condenados que se pudren en unas cárceles
descritas como campos de exterminio. Los 43 muertos en los desórdenes
callejeros en Venezuela son en su inmensa mayoría militantes chavistas, no
personas de la oposición. Por otra parte, la corrupción está lejos de tener
las dimensiones que alcanza en México, por ejemplo, y la inseguridad ciudadana
puede ser tan crítica como en tantos otros países de la región, o como la que
soporta cualquier negro pobre o inmigrante latino en los propios Estados Unidos.
Además, y por grandes que sean estos problemas, ninguno de ellos constituye una
“amenaza extraordinaria” para la seguridad de los Estados Unidos y son
asuntos que solo deben resolver los mismos venezolanos.
Con la excepciones que cabría esperar, prácticamente
nadie en la región da su apoyo a Obama. Si se pretendía alcanzar algún
respaldo internacional a una hipotética intervención militar contra el
gobierno de Maduro el resultado no puede ser más decepcionante para Washington.
Solo las voces destempladas de la extrema derecha (especialmente desde Miami) se
muestran alborozadas ante lo que consideran una inminente intervención militar
de Estados Unidos en Venezuela. Por el contrario, la solidaridad con Caracas ha
sido amplia, destacándose la contundente declaración del gobierno cubano en
apoyo a Venezuela, acallando las voces malintencionadas que sugerían un
distanciamiento entre La Habana y Caracas debido al acercamiento diplomático
con los Estados Unidos.
Por supuesto, la amenaza no es solo para Venezuela.
En realidad, esta declaración de guerra del presidente Obama va dirigida a los
demás gobernantes de la región que en las décadas recientes han propiciado
cambios considerables para superar la pobreza y el atraso, y sobre todo, han
impulsado nuevas políticas de integración regional contrarias a los planes de
Washington y buscan el fortalecimiento de las relaciones comerciales con nuevos
socios (China, en particular) desplazando a los Estados Unidos y a las potencias
occidentales. Las nuevas tendencias en la región fomentan relaciones menos
dependientes de Estados Unidos y sus aliados europeos, refuerzan el protagonismo
local y aseguran relaciones más autónomas y ventajosas. Se recupera soberanía
y se aprovechan las contradicciones entre los potencias (las tradicionales y las
emergentes) al tiempo que estos países se integran como bloque. Y Venezuela es
y ha sido uno de los mayores impulsores de esta iniciativa.
No es por azar que Washington adelanta la misma
estrategia de hostigamiento y desestabilización contra el resto de gobiernos
que no se someten a su mandato. Brasil, Argentina, Ecuador o Bolivia aún no
constituyen “un peligro inminente y extraordinario para la seguridad nacional
de los Estados Unidos” pero irían en el camino de convertirse como Venezuela
en candidatos a la agresión directa. Porque ¿qué otra cosa se puede esperar
si un país es considerado por Washington un peligro “inminente y
extraordinario” para su seguridad?.
Se pensaba que América Latina y el Caribe no
estaban en la mira del Pentágono y que las guerras coloniales de los Estados
Unidos tenían como prioridad otros escenarios. Hasta ayer se consideraba que el
acercamiento entre Washington y La Habana despejaba aún más el horizonte y
creaba condiciones para mejorar también las relaciones entre Estados Unidos y
Venezuela. Sin embargo la declaración de Obama llena el horizonte de
nubarrones.
Si Washington ha decidido actuar aquí tal como lo
hace en otros continentes la agresión a Venezuela significaría el primer paso
para extender esta estrategia a más países de la región. Una estrategia que
procede con las mismas tácticas de los nazis en Europa o los japoneses en Asia
durante la Segunda Guerra Mundial “destruyendo todo, arrasando todo”. Ojalá
la salida de tono de Obama solo sea una bravata sin consecuencias graves. Como
señalan algunos analistas, se trataría de una declaración destinada a
contentar a la extrema derecha, muy molesta por la apertura de relaciones con
Cuba y por la disposición de Obama de llegar a acuerdos con Irán. Sería un
mensaje conciliador con los más duros de los partidos republicano y demócrata.
Desafortunadamente y más allá enfoques optimistas está el carácter oficial
de la declaración que compromete a Obama. Si Venezuela es el peligro que se
afirma no queda otro camino que proceder a extirpar ese riesgo; pero si no es así,
el presidente de los Estados Unidos queda como un irresponsable, como un
monigote de poderes tras el trono. Los mismos poderes que han invitado al jefe
del estado sionista para que regañe a Obama, desde el parlamento estadounidense
y de forma pública, por su política frente a Irán. Los mismos que escriben
directamente a las autoridades iraníes indicando que nada de lo que pacte Obama
les compromete. Hechos insólitos que se explican por la debilidad del ocupante
de la Casa Blanca. Evidentemente el poder real reside en otro lugar y está en
condiciones de obligar a Obama a declarar la guerra a Venezuela, y ya no solo de
forma verbal.
Los venezolanos han reaccionado en consecuencia. El
gobierno llama a la unidad nacional frente a la agresión externa. Se ultiman
los preparativos incluyendo los destinados a la defensa militar del país. Piden
la solidaridad internacional de gobiernos y pueblos y por lo visto la están
logrando, en contraste con los Estados Unidos que no han cosechado ninguna voz
efectiva de respaldo a su amenaza. Pero sin duda lo más decisivo, aquello que
determinará el desenlace del posible combate será la movilización del propio
pueblo venezolano en defensa de su dignidad, del derecho a decidir con plena
autonomía sobre sus propios asuntos y, si se diera el caso funesto de una
intervención de los marines, resistir a la agresión y rechazar con todas sus
energías a los agresores.
A
estas horas cabría preguntarse qué opinión le merece a la llamada oposición
venezolana la declaración de Obama y cuál sería su actitud en caso de una
agresión militar a su país. Aunque la pregunta parece que sobra... ¿En qué
lado del campo de batalla se colocarían?
* Fuente:
argenpress.info/2015/03/venezuela-amenazada