Ariel
Ferrari y Sergio Ferrari *
A
un mes y medio de la ocupación de Zuccotti Park. A partir del 15 de octubre más
protestas en el mundo entero. Los indignados acampan también en Ginebra, Suiza.
A
pesar de carecer de una estructura cohesiva y una lista formal de demandas, este
brote espontáneo de sensibilización y protesta está generando decenas de
experimentos similares más allá de Wall Street.
Subestimado
en un primer momento por la derecha norteamericana, el "hecho político”
de los ocupantes neoyorquinos ha ido madurando para convertirse en un movimiento
con suficiente potencial como para alterar parcialmente el discurso ideológico
de la sociedad Norteamericana.
Sin
imaginárselo cuando iniciaron la ocupación del Zuccotti Park el 17 de
septiembre pasado, los indignados del corazón de Wall Street, han contribuido
durante estos últimos meses a profundizar el desenmascaramiento de una histórica
falacia norteamericana.
La
misma había funcionado relativamente bien para ambos partidos -republicano y
demócrata- hasta ahora. Asegura que el capitalismo está intrínsecamente
"sano" (“todo OK” en el lenguaje cotidiano) y por lo tanto es
capaz de integrar auto-ajustes en momentos de crisis a fin de asegurar su
continuidad en nombre de la vigencia del sueño americano.
Una
buena dosis de candidez política, que sus críticos denuncian como debilidad,
le ha facilitado a los ocupantes de Wall Street la tarea de desenmascarar dicha
falacia. Y además denunciar agresivamente la complicidad de legisladores,
oficiales y dirigentes de ambos partidos, quienes durante las últimas décadas
han aceptado y promovido la enorme brecha entre el "1 por ciento" más
rico y el restante "99 por ciento".
Expresión-slogan
acuñada por Premio Nobel de Economía de 2001 Joseph Stigliz, quien señaló
que el 1 por ciento más rico del país controla el 40 por ciento de la riqueza
nacional. Realidad facilitada por políticas de-reguladoras e impositivas
sumamente nocivas para los sectores sociales menos privilegiados.
A
casi 45 días de la protesta de Wall Street la pregunta esencial es: ¿Cuál es
el futuro de este movimiento? ¿Hacia dónde se dirige? Sus mismos
protagonistas, muchos de ellos jóvenes desplazados y desempleados por la
crisis, sin vivienda e incluso sin seguro médico, prefieren no especular sobre
los próximos pasos.
Cada
vez más alertas a los peligros que cualquier institucionalización de su
insospechada autoridad moral y su visión casi profética pueden acarrear
consigo, en su mayoría estos ocupantes y sus pares en muchas otras ciudades y
lugares del mundo prefieren seguir multiplicando redes solidarias para que el
debate se expanda e intensifique.
Sin
una significativa masa crítica de concientización y protesta, sostienen, la
tarea de captar la imaginación del resto de los indignados de este país y del
mundo se hace muy difícil. Y ahí está, por el momento, la tarea esencial:
seguir resistiendo en el Zuccotti Park para que su gesto-altoparlante repercuta
lo más fuerte posible.
Tanto
simpatizantes como detractores especulan que los primeros fríos y nieves
neoyorquinos literalmente congelarán el ardor de los ocupantes. Es posible.
Pero
también es posible que sus pares solidarios en muchos otros lugares logren
sustentar la continuidad del movimiento. Y aun si eso no ocurre, de todos modos,
el impacto de los ocupantes ya es irreversible.
Más
y más gente se está identificando con su protesta creativa y pacífica así
como sus señalamientos. Una encuesta del New York Times publicada el 26 de
octubre parece confirmarlo: la mitad de los entrevistados cree que la preocupación
matriz de los ocupantes de Wall Street "refleja en general el parecer de la
mayoría de los norteamericanos”.
En
el otro lado del Atlántico, decenas de ocupaciones se han mantenido a partir de
la Jornada Mundial de los indignados del 15 de octubre pasado que movilizara a
centenas de miles de personas en casi 100 ciudades de 82 países.
Una
de las más simbólicas, la protesta de los jóvenes indignados suizos que desde
entonces mantienen la ocupación -cada vez más concurrida- del Parque de
Bastions, en Ginebra, sede europea de las principales instituciones de las
Naciones Unidas.