El Gobierno de Negrín y la Iglesia católica

 

Emiliana Velázquez Guerra (*)

 

[Entre las prioridades de Negrín al ser nombrado jefe de gobierno, estaba iniciar un proceso que intenta descongestionar la situación de la Iglesia católica, procurando mejorar la posición de sacerdotes y creyentes dentro de la zona republicana y que va a incluir, un año más tarde, en el punto nº 6 de sus famosos "trece puntos"[1]: "Conciencia ciudadana garantizada por el Estado".]

Hasta hace bien poco, iniciar cualquier acercamiento a la figura de Juan Negrín suponía enfrentarse a los numerosos prejuicios incrustados en determinados sectores sociales acerca de su persona y su actividad política, sectores víctimas de una propaganda elaborada al margen de lo que es la ciencia histórica, del conocimiento investigador y basada en una trasmisión visceral que impedía acceder al análisis de los hechos de forma medianamente objetiva.

La superación de esta situación, profundamente contaminada, ha sido posible gracias a las abundantes publicaciones de los últimos años, que han mostrado, de forma convincente, el auténtico semblante del jefe del ejecutivo republicano, alejándolo casi por completo de la propagando que se ejerció sobre él durante décadas.

En este sentido, hemos podido comprobar que grandes maestros de la historia han sabido analizar con acierto en sus publicaciones todo aquello que ha suscitado sorpresa, admiración o encono confirmando la existencia en Negrín de esos valores éticos que se le conceden a una gran parte de los mortales, y que a él le fueron negados de manera rotunda. Surge así una nueva figura, con defectos indudablemente, pero al que no se le puede negar una forma de actuación que lo instala dentro de la historia con la categoría de excelencia, como científico, político y también, desde mi punto de vista, como ser humano.

Existe, no obstante, una parcela de su biografía que, en mi opinión, ha quedado diluida entre la abundante documentación publicada. Acceder a ella sería contribuir con una pincelada más a este nuevo retrato de la vida de Don Juan, dado que pasa por abordar momentos que se corresponde con uno de los asuntos más patéticos de la guerra civil española: la relación entre el bando republicano y la Iglesia católica.

Analizar en profundidad el talante de D. Juan en sus relaciones con la Iglesia nos llevaría a adentrarnos, como inicio del estudio, en la intensa religiosidad que se vivía en el círculo familiar. Sin embargo, no es ese el objetivo de esta reflexión; como tampoco lo es repetir lo que ya está publicado hasta la saciedad: su enérgico apoyo a compañeros y conocidos de acusada cercanía a la Iglesia al inicio de la guerra; su tenaz desvelo por evitar "sacas y paseos", que le llevaba a dormir en las cárceles, de las que salvó a personas muy significadas por sus creencias religiosas del torbellino descontrolado y dantesco de julio del 36.

Así pues, pretendo centrar el análisis en su labor posterior, cuando tiene todo el poder en sus manos y es el momento, mayo del 37, en el que aparece por primera vez, durante el tiempo que dura la Guerra Civil, un propósito claro de proteger a la gran masa de católicos que había en el territorio leal a la Constitución del 31.

Entre las prioridades de Negrín al ser nombrado jefe de gobierno, estaba iniciar un proceso que intenta descongestionar la situación de la Iglesia católica, procurando mejorar la posición de sacerdotes y creyentes dentro de la zona republicana y que va a incluir, un año más tarde, en el punto nº 6 de sus famosos "trece puntos": "Conciencia ciudadana garantizada por el Estado". Esta actuación no conllevaba mérito alguno, había simplemente un claro acatamiento de la Constitución soberana, comprometida con la defensa de un amplísimo abanico de libertades democráticas, entre las que se encuentra el respeto a la opción religiosa individual, es decir, a la libertad de culto. La base del pensamiento religioso de millones de españoles que se encuentran atrapados en medio de la vorágine es el catolicismo y ninguna ley ni decreto había derogado esa garantía constitucional esencial en el régimen republicano.

Los terribles acontecimientos vividos en esa zona en lo que a la Iglesia católica se refiere, o lo que es lo mismo, el incumplimiento reiterado de dichas garantías por sectores radicales del bando republicano hacían imprescindible la creación de una política religiosa, una acción del poder público que pusiera fin a las injusticias que vivían los católicos. Este proceso se verá dinamizado con la llegada a Barcelona de los dirigentes vascos después de la caída del frente norte. Juan Negrín pone al mando de los asuntos religiosos al lendakari vasco Manuel de Irujo, profundamente católico. A continuación, se inicia el proceso de creación de un comisariado de culto, con gran disgusto de la CNT y UGT y gran mofa por parte de las emisoras de radio de la zona nacional. También se organiza una junta de vicarios generales que estarán interconectados, con el objetivo de solucionar los problemas que surjan en este ámbito religioso.

En la sección documental del ministerio de Defensa Nacional, existe un proyecto titulado "Para la normalización de la vida religiosa católica". En él se incluyen las aspiraciones de Negrín al respecto y se resume un proceso que arranca el 17 de junio del 37, un mes más tarde de su llegada a la jefatura, y que ocupa todo el año 38 en el que se plantean como urgentes lo seis puntos siguientes:

Definición de la situación jurídico-legal de los sacerdotes y religiosos, encarcelados muchos de ellos por el mero hecho de su condición de sacerdotes.

Normalización del culto

Asistencia religiosa en el ejército y hospitales militares para amparar a los soldados creyentes en su derecho a solicitar auxilios espirituales.

Asistencia religiosa en los establecimientos penales de toda clase y a la beneficencia.

Libertad de enseñanza de la religión, según la ley de confesiones y congregaciones religiosas. Título IV, artículo 20.

Libertad para hacer obras de beneficencia católicas.

Para lograrlo, se intentará traducir en disposiciones legales y órdenes, que van a chocar con la oposición de grupos anarquistas, pese a lo cual, el gobierno no retrocederá en su empeño, a pesar de que, en la puesta en marcha del proyecto, estarán implicados los ministerios de Estado, Justicia, Defensa, Gobernación, Asistencia Social y Ordenación Pública. De todos ellos irán saliendo normas, cumplidas unas, abortadas por la derrota otras, pero en todas latiendo ese afán de reconciliación que Negrín quiso imponer durante su mandato, voluntad que, por otro lado, estará condimentando casi todos sus discursos.

Hay que tener en cuenta que, en medio de una guerra, los discursos de los mandatarios cobran una importancia relevante, ya que, generalmente, se lanzan para amortiguar la ansiedad, el dolor y la desesperanza. Si nos metemos de lleno en las alocuciones de ambos bandos durante la contienda española, encontramos un rico trasfondo de paradojas, mientras que las alusiones a conceptos cristiano-evangélicos son recurrentes en la zona leal (-"Paz, piedad y perdón" de Azaña; "- pero el corazón abierto a la piedad", de Prieto; "-unos sentimientos de piedad, una práctica como cristianos- Es necesario que los españoles ahoguen sus odios y olviden su rencor" de Negrín) no sucede lo mismo en el bando nacional, a pesar de tener el constante apoyo y complicidad de la Iglesia católica, como se puede observar en los discursos radiados en la zona rebelde todas las noches por "Unión Radio Sevilla", "Radio Jaca", "Radio Falange", etc, donde la propaganda de Queipo de Llano, Mola, Millán Astray y otros responde a un estilo diferente, centrado en el militarismo y la aniquilación del enemigo que no procede analizar ahora.

Es imposible recoger en un escrito limitado como este todos los pasos dados en el tema que nos ocupa. Hilari Raguer los llama "la nueva frontera religiosa de Juan Negrín" y señala que están directamente relacionados con el espíritu que impregnará, un año más tarde, "los famosos trece puntos." Los pasos podrían, sintetizarse en la promulgación de:

Leyes, como la del 1 de marzo de 1938, por la que los sacerdotes estarían liberados de ir al frente a cambio de ingresar en el cuerpo médico.

Órdenes, como la de septiembre de 1937, por la que fueron puestos en libertad 146 sacerdotes retenidos en la cárcel modelo de Barcelona, quedando sus iglesias bajo protección del Ministerio de Justicia.

Normas, como la de julio del 38, que plantea la apertura de iglesias y el permiso para celebrar servicios religiosos en domicilios privados autorizados por el gobierno, aún siendo conscientes de que en algunos de ellos se celebraban actividades "quintacolumnistas".

Disposiciones, como la planteada por el Ministerio de Hacienda declarando que la plata y joyas destinadas a fines religiosos quedaran exentas de la obligación de entregar piedras y materiales preciosos al gobierno para la financiación de la guerra.

Además, hay más datos y anécdotas que amplían este repertorio, entre ellas se puede añadir el permiso para la celebración del solemne funeral por el capitán vasco Vicente de Eguía, como recoge La Vanguardia (voz de Negrín entonces) del 23 de octubre, circulando por el Paseo de Gracia, con sacerdote revestido, cruz alzada, y presidido por Álvarez del Vayo, Irujo y otros dignatarios del gobierno. También, según Hugh Thomas, durante el invierno de 1938, habían regresado del exilio 2.000 sacerdotes, de los cuales 1.000 se establecieron en Barcelona habitando algunas viviendas proporcionadas por el municipio.

En fin, todas estas pinceladas pretenden sacar a la luz las acciones llevadas a cabo por el gobierno de Juan Negrín. Otras muchas quedan en el tintero, como varios proyectos de reconciliación con la Santa Sede, en los que participó como mediador por parte del Vaticano un sector de la aristocracia española; o también en nombre de la libertad de culto, el hecho de procurar a los prisioneros mahometanos, para la celebración del Ramadán, "un cierto aislamiento para dedicarse a sus oraciones, suministrándoles, además, un rancho frío, y para su iniciación, algunas gallinas y carneros"

Alguien dijo: "Negrín quería que hubiese culto en público, pero tuvo que recluirlo en los garajes". Difícil equilibrio en medio de la guerra, donde se vivió una escalada de terror que pretendió la aniquilación violenta, por un amplio segmento de las clases populares, secularmente marginadas, de todo aquello que oliera a catolicismo. Para muchos estudiosos, es aquí donde la República inició el camino hacia la derrota, al alejarse de los sectores moderados y de la credibilidad internacional ante la impotencia de los sectores intelectuales democráticos, entre los que, guste o no, sobresale, entre otros, la figura de Juan Negrín.

* Catedrática de Historia

Fuente: laprovincia.es 2013/12/08  

 

[1] Los trece puntos del Gobierno de Negrín