Carta de Vicenta Díaz al Pleno del Cabildo de Tenerife
Señor
presidente, queridos compañeros:
No sería
justa si no comenzara mi última intervención de este curso político dándole a
usted y a la corporación las gracias por la ayuda que me prestaron en momentos
difíciles para mi salud.
Tengo que
citar especialmente a dos personas: a Antonio Alarcó,
mi compañero de partido, que facilitó los trámites para mi documentación médica
y tratamiento, y a Rosa Baena, que los tramitó y aguantó mis nervios.
Y quiero
también entonar una plegaria por mi amiga Mari Luz Vallejo, que murió sin yo
poder despedirme de ella. Mari Luz era una persona con valores extraordinarios,
una dulzura especial y una personalidad que valoro sobremanera.
Esta es
la parte amable de mi intervención, señor Melchior. Porque mi camino en este
Cabildo ha sido de espinas.
Yo le
acuso, señor presidente, de maltratar psicológicamente a personas honorables, a
consejeros, funcionarios absolutamente honestos que se dejan su pellejo en la
corporación.
Cuando
asumí mi tarea en el Cabildo como consejera de Carreteras no pude mover un
ladrillo. El servicio estaba hipotecado desde la época anterior. Me encuentro
con una deuda por obras deemergencia que
no me deja margen de actuación.
Obras
ejecutadas de dudosa legalidad, sin expedientes. Conservaciones integrales de
carreteras que son cuatro empresas, tampoco habían cobrado ese año con el
agravante del vencimiento de sus contratos con la corporación.
Yo le
acuso, señor presidente, de presionarme para hacer un trabajo que jamás había
realizado en 20 años en mi vida política.
Yo le
acuso, señor Melchior, de haber aprovechado que yo no estaba presente para
sacar a concurso el Plan Especial de Carreteras, por un monto de 27 millones en
51 actuaciones, según la prensa del 8 de mayo. Esperando que sea época
preelectoral para sacar a concurso los asfaltos de toda la isla. Estos son los
métodos de algunos miembros de Coalición Canaria: quitarle Carreteras al
Partido Popular con fines electorales. Y, como usted se lleva mal con casi
todos los alcaldes, nombra a una directora insular de su cuerda para que hable
con ellos y les cuente lo buenos que son ustedes y lo mala que era yo. Usted,
incluso, tuvo la desfachatez de incluir en ese plan proyectos míos.
Yo le
acuso, señor presidente, de haberme llamado a su despacho para quitarme dos de
las áreas de mi competencia, Cooperación Municipal y Vivienda, porque no tuvo
usted la generosidad de ceder ninguna de las competencias de su partido a mis
compañeros Félix Sierra y Domingo Calzadilla. A eso se le llama glotonería,
señor Melchior. Usted es un glotón.
Yo le
acuso de hablar de lealtad en la prensa cuando usted no ha sido leal conmigo;
es decir, no es leal con nadie. Va a lo suyo, es políticamente egoísta y
conmigo ha sido cruel en el trato personal.
Me meten
con un calzador, con engaño, a una directora general. Me pareció muy cruel,
señor Melchior, y se lo digo con el corazón. Por ella y por mí. Pido mis
competencias y se rechaza mi petición; es más, usted se atreve a decirme que
hace lo que le da la gana, que para eso es el presidente.
Yo le
acuso, señor presidente, de recriminarme mi actitud en una mesa de
contratación, relativa a conservación de carreteras, que estaba convocada para
el 4 de mayo del 2010 y se aplaza hasta el 17 de ese mismo mes, porque yo vi intereses oscuros de por medio y porque denuncié que no
estaban claras las valoraciones. ¿Me lo va a negar aquí, delante de todos,
señor Melchior? ¿Me va a negar que me ofreció
nombrarme vicepresidenta si yo dejaba Carreteras, porque era una persona
molesta para usted en las mesas de contratación?
Yo le
acuso, señor Melchior, de mostrar una inmensa cólera cuando desconvoqué una
mesa de contratación, a la vista de una baja temeraria de la empresa
adjudicataria. Usted me amenazó con quitarme mis competencias si no convocaba
de nuevo la mesa en una hora. Y esa mesa olía mal, señor Melchior; muy mal. Por
supuesto, no convoqué la mesa hasta que recibí los informes técnicos.
Usted se
atrevió, incluso, a llamar a mi marido para decirle que yo estaba loca. ¿A eso
le llama usted lealtad y ética, señor presidente? ¿Llama usted ética a pedir a
mis compañeros y a mí que solicitemos baja médica hurtándome el derecho que me
dieron los votos?
Yo le
acuso, señor presidente, en esta misma línea de despropósitos, de atreverse a
decir que yo maltrataba a los consejeros en la comisión plenaria. Pregunté uno
a uno, señor presidente. ¡Pobre de mí, convertirme de repente en una
maltratadora! Convoqué urgente una comisión plenaria de carreteras donde fue
todo desmentido por los consejeros, pedí perdón, si alguna vez los había
ofendido, usted pidió la cinta grabada inmediatamente, por lo que sabrá que era
una acusación falsa, una vez más mentira.
Yo le
acuso, señor Melchior, de intentar humillarme. Teníamos una amistad personal,
pero usted no pudo soportar que yo rechazara procedimientos por lo menos poco
transparentes de algunas empresas que a usted le interesaban que concursaran en
las mesas de contratación. Me negó usted el saludo. Los demás consejeros de su
partido le imitaron. ¿Por qué, por ser decente, porque estaba loca, por qué?
Usted habla en el periódico del valor de la lealtad. ¿Esos son sus baremos, señor Melchior?
Señor
presidente, usted tendrá que aprender, muy probablemente, el valor de la
amistad y de la honestidad. Deberá usted reciclarse una temporada. Y ahora no
me tendrá a mí, ni a mi familia que tanto le hemos apreciado. Porque yo le
acuso de haberme perjudicado, a usted y algunos de sus consejeros más próximos.
Yo le
acuso de creerse un dios, pero sólo es un diosecillo
de barro, con las patas quebradas, precisamente quebradas por la falta de
lealtad, que es la virtud que, al parecer, usted más admira. Con usted yo he
aprendido a ver la cara negra de la política, la podredumbre de la gestión.
A lo
mejor, señor Melchior, usted está esperando que yo le desee que sufra lo que yo
he padecido por su culpa. Pues no, me gustaría que fuera feliz.
Yo le
acuso, señor presidente, de vulnerar mis derechos personales y políticos.
Muchas
gracias, señoras y señores por escucharme.
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