CUBA, ¿EXCEPCIÓN HISTÓRICA
O VANGUARDIA EN LA LUCHA CONTRA EL COLONIALISMO?
Ernesto Guevara
La clase obrera es la clase fecunda y creadora, la
clase obrera es la que produce cuanta riqueza
material existe en un país. Y mientras el poder
no esté en sus manos, mientras la
clase obrera permita que el poder esté en manos de los
patronos que la explotan, en manos de los especuladores, en manos de los
terratenientes, en manos de los monopolios, en manos de los intereses extranjeros o nacionales,
mientras las armas estén en manos al servicio de esos intereses
y no en sus propias manos, la clase obrera estará obligada a
una existencia miserable por muchas que sean las migajas que les lancen
esos intereses desde la mesa del festín.
Fidel Castro
Nunca en América se había producido un hecho de tan extraordinarias características, tan profundas raíces y tan
trascendentales consecuencias para el destino de los movimientos progresistas del continente como nuestra guerra
revolucionaria. A tal extremo, que ha sido calificada por algunos
como el acontecimiento cardinal de América y el que sigue en importancia a la
trilogía que constituyen la Revolución rusa, el triunfo sobre las armas
hitlerianas con las transformaciones
sociales siguientes, y la victoria de la Revolución
china.
Este movimiento, grandemente heterodoxo en sus formas y manifestaciones, ha seguido, sin embargo -no podía ser de
otra manera-, las líneas generales de todos los grandes acontecimientos históricos del siglo, caracterizados por las luchas anticoloniales y el tránsito al
socialismo.
Sin embargo, algunos sectores, interesadamente o de buena fe, han
pretendido ver en ella una serie de raíces y características
excepcionales, cuya importancia relativa frente al profundo fenómeno histórico-social elevan artificialmente, hasta constituirlas en
determinantes. Se habla del
excepcionalismo de la Revolución cubana al compararla con las líneas de otros partidos progresistas de América y se establece, en consecuencia, que la
forma y caminos de la revolución cubana son el producto único de la revolución
y que en los demás países de América será diferente el tránsito histórico de los pueblos.
Aceptamos que hubo excepciones que le dan sus características
peculiares a la Revolución cubana, es un hecho claramente establecido que cada revolución cuenta con ese tipo de factores específicos, pero no está menos
establecido que todas ellas seguirán
leyes cuya violación no está al alcance de
las posibilidades de la sociedad. Analicemos, pues, los factores de este pretendido excepcionalismo.
El primero, quizás, el más importante, el más original, es esa fuerza telúrica llamada Fidel Castro Ruz, nombre que en pocos años ha alcanzado proyecciones históricas.
El futuro colocará en su lugar
exacto los méritos de nuestro primer ministro,
pero a nosotros se nos antojan comparables con los de las más altas figuras
históricas de toda Latinoamérica. Y,
¿cuáles son las circunstancias excepcionales que rodean la personalidad de Fidel Castro? Hay varias características
en su vida y en su carácter que lo hacen sobresalir ampliamente por sobre todos sus compañeros
y seguidores; Fidel es un hombre de tan enorme personalidad que, en cualquier movimiento donde participe,
debe llevar la conducción y así lo ha hecho en el curso de su carrera desde la vida estudiantil hasta el premierato
de nuestra patria y de los pueblos
oprimidos de América. Tiene las características
de gran conductor, que sumadas a sus dotes personales de audacia, fuerza y
valor, y a su extraordinario afán de auscultar
siempre la voluntad del pueblo, lo han llevado al lugar de honor y de sacrificio que hoy ocupa. Pero tiene otras cualidades importantes, como son su
capacidad para asimilar los conocimientos y las
experiencias, para comprender todo el conjunto
de una situación dada sin perder de vista
los detalles, su fe inmensa en el futuro, y su amplitud de visión para prevenir los acontecimientos y
anticiparse a los hechos, viendo siempre más lejos y mejor que sus compañeros. Con estas grandes cualidades
cardinales, con su capacidad de aglutinar, de unir, oponiéndose a la división que debilita; su capacidad de dirigir
a la cabeza de todos la acción del pueblo; su amor infinito por él, su fe en el futuro y su capacidad de preverlo, Fidel
Castro hizo más que nadie en Cuba para
construir de la nada el aparato hoy
formidable de la Revolución cubana.
Sin embargo, nadie podría afirmar que en Cuba había condiciones político-sociales totalmente diferentes a la de otros países
de América y que, precisamente por esa diferencia, se hizo
La condición que pudiéramos calificar de excepción, es que el
imperialismo norteamericano estaba desorientado y nunca
pudo aquilatar los alcances verdaderos de la Revolución cubana. Hay algo en esto que explica muchas de las aparentes contradicciones del llamado
cuarto poder norteamericano. Los
monopolios, como es habitual en estos casos, comenzaban a pensar en un sucesor
de Batista, precisamente porque sabían que el
pueblo no estaba conforme y que también lo
buscaba, pero por caminos revolucionarios. ¿Qué
golpe más inteligente y más hábil que quitar al dictadorzuelo inservible y poner en su lugar a los nuevos "muchachos" que podrían, en su día,
servir altamente a los intereses del
imperialismo? Jugó algún tiempo el imperio sobre
esta carta su baraja continental y perdió lastimosamente. Antes del triunfo,
sospechaban de nosotros, pero no nos
temían; más bien apostaban a dos barajas, con la experiencia que tienen para este juego donde habitualmente no se
pierde. Emisarios del Departamento de Estado, fueron varias veces, disfrazados de periodistas, a calar la revolución montuna, pero no pudieron
extraer de ella el síntoma del peligro inminente. Cuando quiso reaccionar el
imperialismo, cuando se dio cuenta que el grupo de jóvenes inexpertos, que paseaban en triunfo por las calles de La Habana, tenía una amplia conciencia de su
deber político y una férrea decisión de cumplir
con ese deber, ya era tarde. Y así, amanecía, en enero de 1959, la primera
revolución social de toda esta zona caribeña y la más profunda de las revoluciones americanas.
No creemos que se pueda considerar excepcional el hecho de que la burguesía,
o, por lo menos, una buena parte de ella, se
mostrara favorable a la guerra revolucionaria contra la tiranía, al mismo tiempo que apoyaba y promovía los
movimientos tendentes a buscar soluciones negociadas que les permitieran sustituir el gobierno de Batista por elementos dispuestos a frenar la Revolución.
Teniendo en cuenta las condiciones en que se libró la guerra revolucionaria y la complejidad de las tendencias políticas que se oponían a la tiranía, tampoco
resulta excepcional el hecho de que
algunos elementos latifundistas adoptaran una
actitud neutral o, al menos, no beligerante hacia las fuerzas insurreccionales.
Es
comprensible que la burguesía nacional, acogotada por el imperialismo y por la tiranía, cuyas tropas caían a saco sobre la pequeña propiedad y hacían
del cohecho un medio diario de vida, viera con
cierta simpatía que estos jóvenes rebeldes de
las montañas castigaran al brazo armado del
imperialismo que era el ejército mercenario.
Así, fuerzas no revolucionarias ayudaron de hecho a facilitar el camino del advenimiento del poder
revolucionario.
Extremando las cosas podemos agregar un nuevo factor de excepcionalidad,
y es que, en la mayoría de los lugares de Cuba, el campesino se
había proletarizado por las exigencias del
gran cultivo capitalista semi mecanizado y había entrado en una etapa organizativa que le daba una mayor conciencia de clase. Podemos admitirlo. Pero
debemos apuntar, en honor a la verdad, que sobre el
territorio primario de nuestro Ejército
Rebelde, constituido por los sobrevivientes de
la derrotada columna que hace el viaje del Gramma, se asienta precisamente un campesinado de raíces sociales y culturales diferentes a las que
pueden encontrarse en los parajes del
gran cultivo semi mecanizado cubano. En efecto,
la Sierra Maestra, escenario de la primera columna revolucionaria, es un lugar donde se refugian todos los campesinos que, luchando a brazo partido
contra el latifundio, van allí a
buscar un nuevo pedazo de tierra que
arrebatan al Estado o algún voraz propietario latifundista para crear su pequeña riqueza. Debían estar
en continua lucha contra las exacciones de los
soldados, aliados siempre del poder latifundista,
y su horizonte se cierra en el título de propiedad. Concretamente, el soldado que integraba
nuestro primer ejército guerrillero de tipo campesino, sale de la parte de esta clase social que demuestra más
agresivamente su amor por la tierra y su posesión, es decir, que demuestra más perfectamente lo que puede
catalogarse como espíritu pequeño burgués;
el campesino lucha porque quiere tierra; para él, para sus hijos, para
manejarla, para venderla y enriquecerse a través
de su trabajo.
A pesar de su espíritu pequeño burgués, el campesino aprende pronto que no puede satisfacer su afán de posesión de la tierra, sin romper el sistema de la
propiedad latifundista. La reforma
agraria radical, que es la única que puede dar la tierra al campesino, choca con los intereses directos de los imperialistas, latifundistas y de los
magnates azucareros y ganaderos. La burguesía teme chocar con esos intereses. El proletariado no teme chocar con ellos.
De este modo, la marcha misma de la Revolución une a los obreros y a los
campesinos. Los obreros sostienen la reivindicación contra el latifundio. El campesino pobre, beneficiado con la propiedad de la tierra, sostiene lealmente al
poder revolucionario y lo defiende frente
a los enemigos imperialistas y contrarrevolucionarios.
Creemos que no se pueden alegar más factores de excepcionalismo. Hemos sido generosos en extremarlos, veremos ahora, cuáles son las raíces permanentes de
todos los fenómenos sociales de América, las
contradicciones que, madurando en el
seno de las sociedades actuales, provocan cambios que pueden adquirir la magnitud de una revolución como la cubana.
En orden cronológico, aunque no de importancia en estos momentos, figura el latifundio; el latifundio fue la base del poder económico de la clase dominante
durante todo el periodo que sucedió a
la gran revolución libertadora anticolonial del
siglo pasado. Pero esa clase social latifundista, que existe en todos los países, está por regla general a la zaga de los acontecimientos sociales que
conmueven al mundo. En alguna parte, sin
embargo, lo más alerta y esclarecido de esa
clase latifundista advierte el peligro y va cambiando el tipo de inversión de sus capitales, avanzando a veces para efectuar cultivos mecanizados de tipo
agrícola, trasladando una parte de sus intereses a algunas
industrias o convirtiéndose en agentes
comerciales del monopolio. En todo
caso, la primera revolución libertadora no llega nunca a
destruir las bases latifundistas, que actuando siempre en forma reaccionaria,
mantienen el principio de servidumbre sobre
la tierra. Éste es el fenómeno que asoma sin excepciones
en todos los países de América y que ha sido substrato de
todas las injusticias cometidas, desde la época en que el rey
de España concediera a los muy nobles conquistadores las
grandes mercedes territoriales, dejando, en el caso cubano, para los
nativos, criollos y mestizos, solamente los realengos,
es decir, la superficie que separa tres mercedes circulares que se tocan entre sí.
El latifundista comprendió en la mayoría de los países,
que no podía sobrevivir solo, y rápidamente entró en alianza
con los monopolios, vale decir con el más fuerte y fiero opresor de los puebles
americanos. Los capitales norteamericanos llegaron a fecundar las tierras vírgenes,
para llevarse después,
insensiblemente, todas las divisas que antes
«generosamente» habían regalado, más otras partidas que
constituyen varias veces la suma originalmente invertida
en el país «beneficiado».
América fue campo de la lucha inter imperialista y las «guerras» entre Costa Rica y Nicaragua; la segregación de Panamá; la infamia cometida contra Ecuador en su
disputa contra el Perú; la lucha entre Paraguay y Bolivia;
no son sino expresiones de esta batalla
gigantesca entre los grandes consorcios monopolistas del mundo, batalla
decidida casi completamente a favor de
los monopolios norteamericanos después de la segunda guerra mundial.
De ahí en adelante el imperio se ha
dedicado a perfeccionar su posesión
colonial y a estructurar lo mejor posible todo el andamiaje para evitar que
penetren los viejos o nuevos competidores
de otros países imperialistas Todo esto da por resultado
una economía monstruosamente distorsionada, que ha sido descrita por los
economistas pudorosos del régimen imperial
con una frase inocua, demostrativa de la profunda piedad
que nos tienen a nosotros, los seres inferiores (llaman
«inditos» a nuestros indios explotados miserablemente, vejados y reducidos a
la ignominia, llaman «de color» a todos
los hombres de raza negra o mulata preteridos, discriminados, instrumentos,
como persona y como idea de clase,
para dividir a las masas obreras en su lucha por mejores destinos
económicos); a nosotros, pueblos de América, se nos llama
con otro nombre pudoroso y suave: «subdesarrollados».
¿Qué es subdesarrollo?
Un enano de cabeza enorme y tórax henchido es «subdesarrollado» en cuanto a que sus débiles piernas o sus cortos brazos no articulan con el resto de su anatomía;
es el producto de un fenómeno
teratológico que ha distorsionado su
desarrollo. Eso es lo que en realidad somos nosotros, los suavemente llamados «subdesarrollados», en verdad
países coloniales, semi coloniales o
dependientes. Somos países de economía distorsionada por la acción
imperial, que ha desarrollado anormalmente
las ramas industriales o agrícolas necesarias para complementar su
compleja economía. El «subdesarrollo», o
el desarrollo distorsionado, conlleva peligrosas
especializaciones en materias primas, que mantienen en la amenaza del hambre a todos nuestros pueblos. Nosotros,
los «subdesarrollados», somos también los del monocultivo,
los del mono producto, los del mono mercado. Un
producto único cuya incierta venta depende de un mercado único que impone y fija condiciones, he aquí la gran fórmula
de la dominación económica imperial, que se agrega a
la vieja y eternamente joven divisa romana, divide e impera.
El latifundio, pues, a través de sus conexiones con el imperialismo, plasma completamente el llamado «subdesarrollo» que
da por resultado los bajos salarios y el desempleo.
Este fenómeno de bajos salarios y desempleo es un círculo
vicioso que da cada vez más bajos salarios y cada vez más desempleo, según se
agudizan las grandes contradicciones del sistema y, constantemente a merced de
las variaciones cíclicas de su economía,
crean lo que es el denominador común de los pueblos de América, desde el río
Bravo al Polo Sur. Ese denominador
común, que pondremos con mayúscula
y que sirve de base de análisis para todos los que piensan en estos fenómenos sociales, se llama
Hambre del Pueblo, cansancio de estar oprimido, vejado,
explotado al máximo, cansancio de vender día a día miserablemente la fuerza
de trabajo (ante el miedo de engrosar la enorme masa de desempleados), para
que se exprima de cada cuerpo humano el máximo de utilidades, derrochadas
luego en las orgías de los dueños del capital.
Vemos pues, cómo hay grandes e inesquivables denominadores comunes de América Latina, y cómo no podemos
nosotros decir que hemos estado exentos de ninguno de estos entes ligados que desembocan en el más terrible
y permanente: hambre del pueblo. El latifundio, ya como forma de
explotación primitiva, ya como expresión de monopolio
capitalista de la tierra, se conforma a las nuevas condiciones y se alía al
imperialismo, forma de explotación del capital financiero y monopolista más
allá de las fronteras nacionales,
para crear el colonialismo económico, eufemísticamente
llamado «subdesarrollo», que da por resultado el bajo salario, el subempleo,
el desempleo; el hambre de los pueblos. Todo existía en Cuba. Aquí
también había hambre, aquí había una de
las cifras porcentuales de desempleo más alta de América Latina, aquí el
imperialismo era más feroz que en
muchos de los países de América y
aquí el latifundio existía con tanta fuerza como en cualquier país
hermano.
¿Qué hicimos nosotros para liberarnos del gran fenómeno
del imperialismo con su secuela de gobernantes títeres en cada país y sus ejércitos
mercenarios, dispuestos a defender a ese títere y a todo el complejo sistema
social de la explotación del hombre por el
hombre? Aplicamos algunas fórmulas que ya otras veces hemos dado como descubrimiento
de nuestra medicina empírica para los grandes males de nuestra querida América
Latina, medicina empírica que rápidamente se enmarcó dentro de las
explicaciones de la verdad científica.
Las condiciones objetivas para la lucha están dadas por el hambre del pueblo, la reacción frente a esa hambre, el temor
desatado para aplazar la reacción popular y la ola de odio que la represión
crea. Faltaron en América condiciones
subjetivas de las cuales la más importante es la conciencia de la posibilidad de victoria por la vía violenta frente a los poderes imperiales y sus aliados internos.
Esas condiciones se crean mediante la lucha armada que va haciendo más clara la necesidad del cambio (y permite
preverlo) y de la derrota del ejército por las
fuerzas populares y su posterior aniquilamiento (como condición imprescindible
a toda revolución verdadera).
Apuntando ya que las condiciones se completan mediante
el ejercicio de la lucha armada, tenemos que explicar
una vez más que el escenario de esa lucha debe ser el campo y que, desde el campo, con un ejército campesino
que persigue los grandes objetivos por los que debe luchar
el campesinado (el primero de los cuales es la justa distribución
de la tierra), tomará las ciudades. Sobre la base ideológica de la
clase obrera, cuyos grandes pensadores descubrieron
las leyes sociales que nos rigen, la clase campesina de América dará el gran
ejército libertador del futuro, como lo dio ya en Cuba. Ese ejército creado
en el campo, en el cual van madurando las condiciones subjetivas para
la toma del poder, que va conquistando las ciudades desde afuera, uniéndose a
la clase obrera y aumentando el caudal ideológico con esos nuevos aportes,
puede y debe derrotar al ejército opresor
en escaramuzas, combates, sorpresas, al principio; en grandes batallas,
al final, cuando haya crecido hasta dejar su
minúscula situación de guerrilla para
alcanzar la de un gran ejército popular de liberación. Etapa
de la consolidación del poder revolucionario será la liquidación del antiguo
ejército, como apuntáramos arriba.
Si todas estas condiciones que se han dado en Cuba se
pretendieran aplicar en los demás países de América Latina,
en otras luchas por conquistar el poder para las clases
desposeídas, ¿qué pasaría? ¿Sería factible o no? Si es factible,
¿sería más fácil o más difícil que en Cuba? Vamos a exponer
las dificultades que a nuestro parecer harán más duras las nuevas luchas revolucionarias de América; hay dificultades
generales para todos los países y dificultades más específicas para
algunos cuyo grado de desarrollo o peculiaridades
nacionales los diferencian de otros. Habíamos apuntado, al principio
de este trabajo, que se podían considerar
como factores de excepción la actitud del imperialismo,
desorientado frente a la Revolución cubana y, hasta cierto
punto, la actitud de la misma clase burguesa nacional,
también desorientada, incluso mirando con cierta simpatía
la acción de los rebeldes debido a la presión del imperio sobre sus
intereses (situación esta última que es, por lo demás, general a todos
nuestros países). Cuba ha hecho de
nuevo la raya en la arena y se vuelve al dilema de Pizarro; de
un lado, están los que quieren al pueblo, y del otro están
los que lo odian y entre ellos, cada vez más determinada,
la raya que divide indefectiblemente a las dos grandes
fuerzas sociales: la burguesía y la clase trabajadora, que cada
vez están definiendo con más claridad sus respectivas posiciones
a medida que avanza el proceso de la Revolución cubana.
Esto quiere decir que el imperialismo ha aprendido a fondo la lección de Cuba, y que no volverá a ser tomado de sorpresa en ninguna de nuestras veinte repúblicas,
en ninguna de las colonias que
todavía existen, en ninguna parte de América.
Quiere decir esto que grandes luchas populares contra poderosos ejércitos de invasión aguardan a los que pretendan ahora violar la paz de los
sepulcros, la paz romana. Importante, porque,
si dura fue la guerra de liberación cubana con sus dos años de continuo
combate, zozobra e inestabilidad,
infinitamente más duras serán las nuevas
batallas que esperan al pueblo en otros lugares de América Latina.
Los Estados Unidos apresuran la entrega de armas a los gobiernos títeres que ve más amenazados; los hace firmar pactos de dependencia, para hacer jurídicamente
más fácil el envío de instrumentos de represión
y de matanza y tropas encargadas de ello. Además,
aumenta la preparación militar de los
cuadros en los ejércitos represivos, con la intención de que sirvan de punta de lanza eficiente contra el pueblo.
¿Y la burguesía?, se preguntará. Porque en muchos países de América existen contradicciones objetivas entre las burguesías nacionales que luchan por
desarrollarse y el imperialismo que
inunda los mercados con sus artículos para derrotar en desigual pelea al industrial nacional, así como otras formas o manifestaciones de lucha por la plusvalía y la riqueza.
No obstante estas contradicciones las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al imperialismo.
Demuestra que temen más a la revolución popular, que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del
imperialismo que aplasta a la nacionalidad, afrenta el sentimiento patriótico y coloniza la economía.
La gran burguesía se enfrenta abiertamente a la revolución y no vacila en aliarse al imperialismo y al latifundismo para combatir al pueblo y cerrarle el
camino a la Revolución.
Un imperialismo desesperado e histérico, decidido a
emprender toda clase de maniobra y a dar armas y hasta tropas a sus títeres para aniquilar a cualquier pueblo que se levante;
un latifundismo feroz, inescrupuloso y experimentado en las formas más
brutales de represión y una gran burguesía
dispuesta a cerrar, por cualquier medio, los caminos a la revolución popular, son las grandes fuerzas aliadas
que se oponen directamente a las nuevas revoluciones populares
de la América Latina.
Tales son las dificultades que hay que agregar a todas las provenientes de luchas de este tipo en las
nuevas condiciones de América Latina, después de consolidado el fenómeno
irreversible de la Revolución cubana.
Hay otras más específicas. Los países que, aun sin poder hablar de
una efectiva industrialización, han desarrollado su industria media y ligera o, simplemente, han sufrido
procesos de concentración de su población en grandes centros, encuentran más difícil preparar guerrillas. Además la
influencia ideológica de los centros poblados inhibe la lucha guerrillera y da
vuelo a luchas de masas organizadas pacíficamente.
Esto último da origen a cierta «institucionalidad», a que en períodos más o menos «normales», las condiciones sean menos duras que el trato habitual que se da al
pueblo.
Llega a concebirse incluso la idea de posibles aumentos cuantitativos en las bancas congresionales de
los elementos revolucionarios hasta un extremo que
permita un día un cambio cualitativo.
Esta esperanza, según creemos, es muy difícil que llegue
a realizarse, en las condiciones actuales, en cualquier país de América. Aunque no esté excluida la posibilidad
de que el cambio en cualquier país se inicie por vía electoral,
las condiciones prevalecientes en ellos hacen muy remota esa posibilidad.
Los revolucionarios no pueden prever de antemano todas las variantes tácticas que pueden presentarse en el curso de la lucha por su programa liberador. La real
capacidad de un revolucionario se
mide por el saber encontrar tácticas
revolucionarias adecuadas en cada cambio de la situación, en tener presente todas las tácitas y en explotarlas al máximo.
Sería error imperdonable desestimar el provecho que puede obtener el programa revolucionario de un proceso electoral dado; del mismo modo que sería
imperdonable limitarse tan sólo a lo electoral y
no ver los otros medios de lucha, incluso la lucha armada, para obtener el poder, que es el instrumento indispensable para
aplicar y desarrollar el programa
revolucionario, pues si no se alcanza el poder,
todas las demás conquistas son inestables, insuficientes, incapaces de dar
las soluciones que se necesitan, por más
avanzadas que puedan parecer.
Y cuando se habla de poder por vía electoral nuestra pregunta es siempre la misma.- si un movimiento
popular ocupa el gobierno de un país por amplia
votación popular y resuelve,
consecuentemente, iniciar las grandes transformaciones sociales que constituyen el programa por el cual triunfó, ¿no entraría en conflicto
inmediatamente con las clases
reaccionarias de ese país?, ¿no ha sido siempre el ejército el instrumento de opresión de esa clase? Si es así, es lógico razonar que ese ejército tomará el
partido por su clase y entrará en conflicto
con el gobierno constituido. Puede ser derribado
ese gobierno mediante un golpe de estado más o menos incruento y volver a empezar el juego de nunca acabar; puede a su vez, el ejército opresor
ser derrotado mediante la acción popular armada
en apoyo a su gobierno; lo que nos parece
difícil es que las fuerzas armadas acepten de
buen grado reformas sociales profundas y se
resignen mansamente a su liquidación como casta.
En cuanto a lo que antes nos referimos de las grandes concentraciones urbanas, nuestro modesto parecer es que, aun en estos casos, en condiciones de atraso
económico, puede resultar aconsejable desarrollar la lucha fuera de los límites de la ciudad, con características de
larga duración. Más explícitamente, la
presencia de un foco guerrillero en una montaña
cualquiera, en un país con populosas ciudades, mantiene perenne el foco de rebelión, pues es muy difícil que los poderes represivos puedan rápidamente,
y aun en el curso de años, liquidar guerrillas con bases sociales asentadas en
un terreno favorable a la lucha guerrillera donde existan gentes que empleen consecuentemente la táctica y la estrategia de este tipo de guerra.
Es muy diferente lo que ocurriría en las ciudades; puede allí desarrollarse hasta extremos
insospechados la lucha armada contra el ejército
represivo pero, esa lucha se hará frontal
solamente cuando haya un ejército poderoso que lucha contra otro ejército; no se puede entablar una lucha frontal contra un ejército poderoso y bien
armado cuando sólo se cuenta con un
pequeño grupo.
La lucha frontal se haría entonces con muchas armas y, surge la pregunta: ¿dónde están las armas?
Las armas no existen de por sí, hay que
tomárselas al enemigo; pero, para tomárselas a
ese enemigo hay que luchar, y no se puede luchar
de frente. Luego, la lucha en las grandes dudarles debe iniciarse por un
procedimiento clandestino para captar los
grupos militares o para ir tomando armas, una a una en sucesivos golpes de mano.
En este segundo caso se puede avanzar mucho y no nos atreveríamos a afirmar que estuviera negado el éxito a una rebelión popular con base guerrillera
dentro de la ciudad. Nadie puede objetar teóricamente
esta idea, por lo menos no es nuestra
intención, pero sí debemos anotar lo fácil que sería mediante alguna delación, o, simplemente, por exploraciones sucesivas, eliminar a los jefes de
la Revolución. En cambio, aun considerando que efectúen todas las maniobras concebibles en la ciudad, que se
recurra al sabotaje organizado y, sobre todo, a una forma
particularmente eficaz de la guerrilla que es la guerrilla suburbana, pero
manteniendo el núcleo en terrenos favorables para la lucha guerrillera, si el poder opresor derrota a
todas las fuerzas populares de la ciudad y las aniquila, el poder político revolucionario permanece incólume, porque
está relativamente a salvo de las
contingencias de la guerra. Siempre
considerando que está relativamente a salvo, pero no fuera de la guerra, ni la dirige desde otro país o
desde lugares distantes; está dentro
de su pueblo, luchando. Ésas son las
consideraciones que nos hacen pensar que, aun analizando países en que el predominio urbano es muy grande, el foco
central político de la lucha puede desarrollarse en el campo.
Volviendo al caso de contar con células militares que ayuden a dar el golpe y suministren las armas, hay dos problemas
que analizar: primero, si esos militares realmente se unen a las fuerzas populares para dar el golpe, considerándose ellos mismos como núcleo organizado y
capaz de autodecisión; en ese caso será un golpe
de una parte del ejército contra otra y
permanecerá, muy probablemente, incólume la
estructura de casta en el ejército. El otro caso, el de que los ejércitos se
unieran rápida y espontáneamente a las fuerzas
populares, en nuestro concepto, solamente se puede producir después que aquéllos hayan sido batidos violentamente por un enemigo poderoso y
persistente, es decir, en condiciones de catástrofe para el poder constituido. En condiciones de un ejército derrotado,
destruida su moral, puede ocurrir este
fenómeno, pero para que ocurra es necesaria la lucha y siempre volvemos al
punto primero, ¿cómo realizar esa
lucha? La respuesta nos llevará al desarrollo
de la lucha guerrillera en terrenos favorables, apoyada por la lucha en las ciudades y contando siempre con la más amplia participación posible de las
masas obreras y, naturalmente, guiados por la ideología
de esa clase.
Hemos analizado suficientemente las dificultades con que tropezarán los movimientos revolucionarios de América Latina, ahora cabe preguntarse si hay o no algunas
facilidades con respecto a la etapa
anterior, la de Fidel Castro en
La importancia que tiene este hecho, se ve por la cantidad de
excepcionalistas que han surgido en estos momentos. Los excepcionalistas son
los seres especiales que encuentran que la Revolución cubana es un acontecimiento
único e inimitable en el mundo, conducido por un hombre que tiene o no fallas, según que el excepcionalista sea de derecha o de izquierda, pero que, evidentemente,
ha llevado a la Revolución por unos senderos que
se abrieron única y exclusivamente para que
por ella caminara la Revolución cubana.
Falso de toda falsedad, decimos nosotros; la posibilidad de triunfo de las masas populares de América Latina está
claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera, basada en el ejército campesino, en la alianza de los obreros con los campesinos, en la derrota del
ejército en lucha frontal, en la toma
de la ciudad desde el campo, en la disolución
del ejército como primera etapa de la ruptura total de la superestructura del mundo colonialista
anterior.
Podemos apuntar, como segundo factor subjetivo, que las masas no sólo saben las posibilidades de
triunfo; ya conocen su destino. Saben cada
vez con mayor certeza que, cualesquiera que
sean las tribulaciones de la historia durante períodos cortos, el porvenir es
del pueblo, porque el porvenir es de la
justicia social. Esto ayudará a levantar el fermento revolucionario aún a
mayores alturas que las alcanzadas actualmente en Latinoamérica.
Podríamos anotar algunas consideraciones no tan genéricas y que no se
dan con la misma intensidad en todos los países. Una de ellas,
sumamente importante, es que hay más explotación
campesina en general, en todos los países de América, que la que hubo en Cuba. Recuérdese, para los que
pretenden ver en el período insurreccional de nuestra lucha el papel de la proletarización del campo, que, en nuestro concepto, la proletarización del campo
sirvió para acelerar profundamente la
etapa de cooperativización en el paso
siguiente a la toma del poder y la Reforma Agraria, pero que, en la lucha primera, el campesino, centro y médula del
Ejército Rebelde, es el mismo que está hoy en la Sierra Maestra, orgullosamente dueño de su parcela e intransigentemente individualista. Claro que en América
hay particularidades; un campesino
argentino no tiene la misma mentalidad que
un campesino comunal del Perú, Bolivia o
Ecuador, pero el hambre de tierra está permanentemente presente en los campesinos y el campesinado da la tónica general
de América, y como, en general, está más explotado aún de lo que lo había sido en Cuba, aumenta las posibilidades de que esta clase se levante en
armas.
Además, hay otro hecho. El ejército de Batista, con todos sus enormes defectos, era un ejército estructurado de tal forma
que todos eran cómplices desde el último soldado al general más encumbrado, en la explotación del pueblo.
Eran ejércitos mercenarios completos, y esto le daba una cierta cohesión al aparato represivo. Los ejércitos de América,
en su gran mayoría, cuentan con una oficialidad profesional
y con reclutamientos periódicos. Cada año. lo; jóvenes que abandonan su hogar escuchando los relatos de
los sufrimientos diarios de sus padres, viéndolos con sus propios
ojos, palpando la miseria y la injusticia social, son reclutados. Si un día son enviados como carne de cañón para
luchar contra los defensores de una doctrina que ellos sienten como justa en su
carne, su capacidad agresiva estará
profundamente afectada y con sistemas de divulgación adecuados,
haciendo ver a los reclutas la justicia de la lucha, el porqué de la lucha, se
lograrán resultados magníficos.
Podemos decir, después de este somero estudio del hecho revolucionario, que la Revolución cubana ha contado con factores excepcionales que le dan su
peculiaridad y factores comunes a todos los pueblos de América que expresan la necesidad interior de esta Revolución. Y
vemos también que hay nuevas condiciones que harán más fácil el estallido de
los movimientos revolucionarios, al dar a las masas la conciencia de su destino;
la consciencia de la necesidad y la
certeza de la posibilidad; y que, al mismo tiempo, hay condiciones que dificultarán el que las masas en armas puedan
rápidamente lograr su objetivo de tomar el poder. Tales son la alianza estrecha
del imperialismo con todas las burguesías
americanas, para luchar a brazo partido contra la fuerza popular. Días negros esperan a América Latina y
las últimas declaraciones de los gobernantes de los Estados Unidos, parecen indicar que días negros esperan al mundo.
Lumumba, salvajemente asesinado, en la grandeza de su martirio muestra la enseñanza
de los trágicos errores que no se
deben cometer. Una vez iniciada la lucha antimperialista, es indispensable ser consecuente y se debe dar duro, donde duela, constantemente y nunca dar un
paso atrás; siempre adelante, siempre contragolpeando, siempre respondiendo a cada agresión con una más
fuerte presión de las masas populares.
Es la forma de triunfar. Analizaremos en otra
oportunidad, si
Tomado
de: Textos anticoloniales
Ediciones
ISBN:
84-93021-3-7 (Para la portada)
Deposito
Legal. TF.2044/98
Islas
Canarias 1998.