LA REAL JODIENDA NO TIENE ENMIENDA

Capitulo VIII

 

Chaurero n Eguerew

 

Alfonso XIII

“Prácticas extravagantes, adulterios, crímenes encubiertos, exorcismos, curiosas y excesivas prácticas culinarias… la historia de los reyes españoles  está llena de anécdotas que, lejos de ser meras curiosidades y chismorreos, en ocasiones fueron fundamentales en el devenir de toda una dinastía. Este es un recorrido por los secretos mejor guardados de esos monarcas, por sus vicios y sus debilidades, por aquellos aspectos a veces olvidados que los convirtieron en tan humanos como sus súbditos.

 

Durante siglos los reyes aparecieron ante sus súbditos prácticamente como semidioses, como seres cuasi inmortales cuyas decisiones y sentencias eran consideradas sagradas; nadie podía contrariar al monarca, hacerlo podía suponer la prisión, la tortura o incluso la muerte para aquel que se atrevía a desafiarle. En la Edad Media los soberanos no gozaban de un poder absoluto –lo que no impedía que fueran también considerados tocados por la divinidad– algo que cambiaría con el avance de los años, hasta el punto de que en tiempos del Rey Sol en Francia o de Felipe IV en España, su poder alcanzó cotas de auténtico delirio.

 

Tan sagrado era el soberano, que prácticamente se besaba el suelo que pisaba. Su sudor era sagrado, su saliva, su aliento, las palabras que proferían sus labios… Sin embargo, como el resto de la humanidad a la que gobernaba, el rey era un mortal, y como tal, tenía sus miedos y sus miserias, sus anhelos y sus necesidades mundanas. A unos les obsesionó el sexo –lo cual no es tan extraño–, pero otros mostraron tendencias psicóticas, obsesiones malsanas, malvadas aficiones…

 

Retrato de Alfonso XIIAlgunos, incluso, ocultaban en sus alcobas, cerradas sólo para los más íntimos, unos gustos que a más de uno entonces habría espantado, sobre todo a los confesores reales, encargados de velar por la salud espiritual de sus señores, salud que no estaba del todo a salvo, o casi nada…” (Óscar Herradón, 2011).

Supuesto hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena, y decimos supuesto ya que según el historiador valenciano Norberto Mesado lo tiene claro, el abuelo del rey Juan Carlos I, es hijo de una mujer de las Alqueries, un municipio de Castellón, y no de la reina María Cristina como ha dejado escrito la Historia oficial. Nació el 17 de mayo de 1886. Alfonso XIII  fue proclamado rey el mismo día de su nacimiento. Reinó bajo la regencia de su madre hasta 1902.

Desde joven, Alfonso fue educado en la doctrina católica y liberal para ser rey y soldado. En el contexto del alejamiento entre la España oficial y la España real, los intentos de regenerar España tras el desastre de 1898 y la constitución de 1876, el Rey intervenía en asuntos políticos.

 

Además, tuvo que afrontar diversos problemas como las guerras de Marruecos, el movimiento obrero y el nacionalismo vasco y catalán.

En el inicio de su reinado, varios políticos se disputaron el liderazgo dentro de cada formación política. Tuvo principalmente dos valedores: Antonio Maura dentro los conservadores y José Canalejas por los liberales.

Durante reinado que coincidió con un cambio generacional en  los partidos dinásticos: el conservador Cánovas fue sustituido por Antonio Maura y el liberal Sagasta por José Canalejas.

La neutralidad de España durante la I Guerra Mundial abrió mercados y favoreció el crecimiento económico y la agitación social. La crisis de 1917 junto al nacionalismo catalán, el sindicalismo militar y las huelgas revolucionarias aumentó la descomposición del régimen político que influyó en el fracaso en 1918 de un gobierno nacional formado por miembros de los dos principales partidos. El reajuste económico posterior a la Guerra Mundial, los fracasos militares en Marruecos, las revueltas sociales y los problemas regionales aumentaron las dificultades internas y la debilidad de los gobiernos, que fueron incapaces de afrontar la situación.

El golpe militar de Miguel Primo de Rivera de 1923 fue la solución de fuerza que intentaba solucionar la crisis, con la aprobación del Rey. En un principio, la dictadura fue bien recibida: en 1925 el desembarco de Alhucemas terminó con la guerra de Marruecos; se restableció el orden social y se produjo un desarrollo de las obras públicas. En cambio tras el fracaso de la experiencia primorriverista, el Rey intentó en 1930 restaurar el orden constitucional, pero los partidos republicanos, socialistas y el nacionalismo se unieron contra la monarquía. La victoria electoral de los socialistas y republicanos en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 hizo que el monarca abandonara el país, en un intento de evitar una lucha civil, momentáneamente evitada con la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931.

Los mercados y grandes beneficios que se obtuvieron en España gracias a la neutralidad durante la Primera Guerra Mundial -beneficos que solo favorecieron a los mismos de siempre- conllevaron un incremento de la agitación social (en Cataluña, importante foco de actividad industrial, las cosas eran extremadamente preocupantes). El año 1917 es un año decisivo en el reinado de Alfonso XIII; las Juntas Militares -aquellas que llamaban a los ascensos militares por antigüedad y no por méritos de guerra, enfrentándose directamente con los militares africanistas- se impusieron, las interminables huelgas revolucionarias y el creciente nacionalismo catalán, aceleraron el proceso de descomposición del régimen político. Un gobierno nacional en España, formado casi desesperadamente y que tomó posesión en el año 1918 por miembros de los dos principales partidos, fracasó también. Al concluir la Primera Guerra Mundial y al volver los países europeos a la “normalidad” España dejó de ingresar unos muy importantes beneficios económicos (con un criterio de guerra España había estado sirviendo materiales al bando que lo pidiese, sin preocuparse de otra cosa que no fuera el dinero), esta regresión económica propició mayores problemas sociales -más huelgas, más anarquismo terrorista, mayor descontento en la población etc-. El fracaso militar en Marruecos (desastre de Annual de 1921) fue la guinda de un pastel que llevaba demasiado tiempo cocinándose.

El golpe militar del capitán general de Cataluña,  Miguel Primo de Rivera (13 de septiembre de 1923) fue la solución de fuerza adoptada ante la crisis. El Rey aceptó el hecho, o al menos no hizo nada para tratar de evitarlo.

En Roma, 15 de enero de 1941 El ex rey de España renuncia a sus derechos –que había “suspendido” al proclamarse la República- en favor de su hijo don Juan.

La República “es una tormenta que pasará rápidamente”. Así de optimista, tras unos días de depresión, se mostraba Alfonso XIII cuando en abril de 1931 llegó a París, primera etapa de un exilio que le haría deambular por Europa, pero ya nunca le permitiría regresar a España.

Efectivamente, la II República iba a tener una vida corta, sólo ocho años, de los cuales tres luchando agónicamente por sobrevivir. Pero la vida de Alfonso XIII tampoco sería muy larga, no iba a durar ni dos años más que el régimen que le había destronado, y no se iba a beneficiar de su desaparición tras la victoria franquista.

En esos diez años de exilio, el ex rey iba a apurar la copa de la amargura, patéticamente solo, peleado con su esposa, en tirante relación con sus hijos, dejado de lado por la mayoría de los monárquicos, que preferían a su heredero, ignorado por el general Franco, en quien Alfonso XIII había confiado durante la Guerra Civil para la restauración de la monarquía.

“En un rincón del hall vitré, detrás de una mesa, estaba sentado don Alfonso: solo, sin la compañía de un libro, de un diario, de una copa”, contaba Cambó haberlo visto en el hotel Meurice –eso sí, el más lujoso de París-. Hora y media después volvía a pasar por allí el político catalán, y “don Alfonso continuaba igual, sentado detrás de la misma mesa, ¡sin un libro, ni un diario, ni una copa!”.

Potenció la actividad colonial en Marruecos, donde, en 1912, se consolidó el protectorado español, merced al acuerdo alcanzado con Francia.

 

El ejército español, entre 1923 y 1927, bombardeó con gas mostaza la población civil del Rif. España empleó armas químicas pese a la prohibición del tratado de Versalles de 1919.

 

Fue el primer bombardeo aéreo de la historia con bombas químicas sobre población civil. Como escribe Sven Lindqvist en su Historia de los bombardeos, el bombardeo de Chauen puso los cimientos del bombardeo de Gernika, en 1937. No obstante, conviene subrayar que la enorme visibilidad mundial que ha tenido y tiene la destrucción de Gernika es directamente proporcional al silencio oscuro y permanente que ha existido sobre la tragedia del Rif, que no acabó aquí.

 

Tras el desastre de Annual (1921), en el que murieron unos diez mil soldados españoles, el ejército español empezó a considerar la posibilidad de usar gases tóxicos contra los rebeldes del Rif. Entre 1922 y 1923 se compró gas mostaza a franceses y alemanes, y el rey Alfonso XIII, firme partidario del invento, hizo construir la Fábrica de Armas Químicas de La Marañosa, en Madrid, aún hoy en funcionamiento, para la producción de gases tóxicos, con la ayuda de técnicos alemanes. También se estableció en Melilla el taller de Mar Chica para el montaje de las bombas que, entre 1923 y 1927, fueron lanzadas sobre la población rifeña. La Marañosa empezó a fabricar iperita en 1927.


Las bombas arrojadas en el Rif se montaron en Melilla, con productos químicos llegados de Hamburgo. Después, se hizo el silencio. Según María Rosa de Madariaga, historiadora, especialista en las relaciones entre España y Marruecos y autora, entre otras, de las obras En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos y Abd el-Krim el Jatabi. La lucha por la independencia: “Aunque durante los años de la guerra del Rif cierta prensa hablaba de la necesidad de emplear gases tóxicos para terminar cuanto antes con la resistencia rifeña, cuando empezaron realmente a utilizarse en operaciones militares se impuso el silencio. Lo curioso es que tampoco los rifeños hablaban del tema. Imperaba una especie de extraña complicidad. Había, por supuesto, tanto en España como en el Rif, gente que sabía lo que había pasado, pero que prefería no hablar de ello”. (Xavier Montanya, 2010)  

La primera vez que un rey español visita una colonia

En marzo de 1906, el Rey  español Alfonso XIII visitó Canarias, convirtiéndose así en el primer monarca español que visitaba la colonia.

 

En una época en la que la monarquía no solo española sino también mundial se veía amenazada por las diferentes fuerzas opositoras, el monarca Alfonso XIII consideró que una forma de salvar la monarquía española sería conseguir acercarse al pueblo para, de esta forma, afianzar la ya debilitada monarquía. Este gran interés del Monarca por asegurar sus dominios lo llevó a conocer en un corto espacio de tiempo la gran mayoría de regiones y colonias españolas.

La flota encargada de llevar a Alfonso XIII a su destino estaría compuesta por dos divisiones, la primera estaría supervisada por el General Matta y compuesta por el “Pelayo”, el “Princesa de Asturias” y el “Río de Plata”. Por su parte, la segunda división estaría a cargo del General Santalo y compuesta por el “Carlos V”, el “Giralda” y el “Extremadura”. Por su parte, la Familia Real realizaría su viaje a bordo del yate “Alfonso XII” que fue reformado expresamente para este viaje.

La prensa española decidió no acudir a Canarias para cubrir la visita ya que su traslado se llevaría a cabo en buques de guerra y no en el “Alfonso XII” de este modo solo conocerían datos del viaje por medio de noticias oficiales. Por su parte la prensa colonial canaria hablaría extensamente de esta visita haciendo mención de todos los eventos realizados tanto eclesiásticos como militares. No obstante, las planificaciones de la visita, estaban centrados en conocer las islas y no sus problemáticas que era, en un comienzo, el principal objetivo de este viaje, algo que finalmente no se llevó a cabo.

La primera isla que recibió al monarca, como ya se ha comentado con anterioridad fue la de Tenerife, la más larga de todas, duraría cuatro días. A continuación el “Alfonso XII” arribaría las costas de Gran Canaria y estaría allí durante tres días. A continuación acudiría a la isla de La Palma, el Hierro, La Gomera, Fuerteventura y Lanzarote, en las cuales no pernoctaría en ninguna ocasión. (EIP Mazine)

“Entre todas las efemérides que se celebran  el Gobierno de Canarias ha decidido, con un ardor guerrero inusitado y una espléndida dotación económica, que se debe gritar a los cuatro vientos, como si nos fuera la vida en ello, que Alfonso XIII, abuelo del actual rey[1], una vez visitó Las Islas. Fue la primera visita de un Jefe de Estado al archipiélago -último vestigio de las posesiones de ultramar- y poco más, aunque los promotores del evento intenten reinventar la historia al relacionar el fugaz paseo real con un inexistente despegue económico y social o con la Ley de Cabildos promulgada seis años más tarde.

El mismo José Segura, Delegado del Gobierno, con su florido y pedante verbo, se sacó de la chistera que la visita tuvo consecuencias relevantes para el archipiélago con la mejora de las comunicaciones o la llegada de la Guardia Civil. Hasta Adán Martín, patrón del nacionalismo canario, habló con orgullo de cómo el monarca fue consciente de que el sentimiento de pertenencia a la Corona "no corría peligro alguno" en Canarias. Semblanzas de un nacionalismo de pacotilla.

A pesar de que la realidad canaria y española bajo su reinado fue una serie continua de miseria intensiva, de ignorancia generalizada y de un caciquismo que convertía la vida política en una farsa perversa, el Parlamento y el Gobierno de Canarias, los cabildos y los ayuntamientos se han empeñado en catalogar como un hito histórico la visita de un rey que no dudó en masacrar a una multitud en la Semana Trágica de Cataluña por negarse a ser carne de cañón en la defensa de los intereses mineros de Romanones en África, ni en resucitar a los paramilitares asesinos del Somatén. Un rey que coqueteó con todo tipo de corruptelas…

Sus paseos por los palacios de la burguesía canaria, por sus catedrales y conventos, con desembarcos frustrados y con estancias ridículas de apenas tres horas -La Palma y la Gomera- sirvieron, no obstante, para que a un grupo de privilegiados provincianos se les distinguiera como Gentilhombres de Cámara. Los Benítez de Lugo, los Manrique de Lara, los Hurtado de Mendoza o los Van de Valle, agraciados por Alfonso XIII, han sido antepasados directos de presidentes del Parlamento de Canarias, diputados en Cortes o consejeros del Gobierno. (Ramón Afonso).

El matrimonio con Ena

“Tras ser rechazado en tierras inglesas por Patricia, sobrina del monarca británico Eduardo VII, este organiza una cena en el palacio de Buckingham con la intención de presentarle a otras sobrinas. En el convite conoció a la que sería más tarde su esposa, Victoria Eugenia de Battenberg, conocida como Ena en el entorno familiar.

Victoria Eugenia de Battenberg nacida el 24 de octubre de 1887 en Balmoral. Era hija de Enrique de Battenberg y Beatriz de Gran Bretaña y nieta de la reina Victoria de Inglaterra.

Victoria Eugenia fue conocida siempre como Ena, un nombre gaélico que constataba que su nacimiento fue el primero tras muchos años que tenía lugar en Escocia.

Victoria Eugenia conoció al rey Alfonso XIII en 1905, durante un viaje que se le había preparado a éste para que conociera a posibles candidatas a ser reinas de España. Como siempre la cuestión dinástica requería que el tema no se dilatara más, aunque el rey sólo tenía 19 años. En 1910 Victoria Eugenia dio a luz a un niño que llevaba ya varios días muerto.

En 1906, Alfonso y Victoria Eugenia tienen un encuentro en una villa de Biarritz, donde el rey pidió la mano a la madre de Victoria Eugenia, que le fue concedida por la princesa, como madre y con la autorización de Eduardo VII.

El rey Alfonso XIII solicitó a Eduardo VII un favor para limpiar el origen advenedizo de la familia Battenberg: elevar un grado a su sobrina Victoria Eugenia, de alteza a alteza Real

Pero todavía existían barreras que salvar, y la primera era la religiosa. Victoria Eugenia, nacida en el castillo escocés de Balmoral, había sido bautizada según el rito de la Iglesia de Esccia, que era calvinista. El obispo católico de Nottingham instruiría durante dos meses a la princesa en la nueva fe. El 7 de marzo de 1906, Victoria Eugenia abjura en la capilla del palacio de Miramar, residencia de la reina madre, doña María Cristina. El rey Alfonso XIII solicitó a Eduardo VII un pequeño favor para limpiar el origen advenedizo de la familia Battenberg: elevar un grado a su sobrina de alteza a alteza Real, a lo que el monarca inglés no se opuso. Finalmente, la princesa renunció a la sucesión británica tras convertirse al catolicismo de conformidad con la normativa dinástica de aquella familia real.

Una vez salvado todos los impedimentos, la novia se traslada a España para casarse con el rey  Alfonso XIII. La víspera de la boda tiene lugar, en el salón de Embajadores del palacio de El Pardo, la firma de esponsales. El ministro de Gracia y Justicia, como Notario del Reino, lee las capitulaciones ante la familia reunida. Inmediatamente después, los novios y testigos estampan sus rúbricas.

Alfonso XIII, conocedor de la situación económica de la familia de la novia, que estaban algo tiesos, no solicitó dote y él mismo dotó a su prometida con 20.000 libras esterlinas. Las Cortes españolas votaron, al igual que lo hicieron con Alfonso XII, la asignación de la futura soberana.” (Fernando Fernández).

En 1906 Alfonso y Ena se casaron en la iglesia de San Jerónimo el Real, pero como es habitual en los Borbones El carácter mujeriego y frívolo de Alfonso XIII, al que algunos autores califican califican de auténtico enfermo sexual. De todos modos,  Victoria Eugenia nunca afeó la conducta de su marido en público, al menos, en los años en que reinaron juntos. El rey se enamoró de ella perdidamente, pero los enamoramientos de Alfonso XIII duraban poco.

Después de unos años de exilio, entre 1936 y 1941 vivieron separados. Pero mientras fueron reyes, ella observó una actitud ejemplar, pese a que Alfonso XIII llegó a mantener una familia paralela con la actriz Carmen Ruiz Moragas y los dos hijos nacidos de esa unión.

“Mi marido, en estos momentos, se está acostando con otra mujer. Sus manos largas y huesudas, sus dedos manchados de nicotina habrán tirado con brutalidad la colcha de raso de color verde de la cama al suelo y, mientras se va desabrochando el cinturón, estará besando a Neneta en el hombro”.

La periodista y escritora Pilar Eyre, autora del libro, Ena Victoria Eugenia, la reina más desdichada que su obra es una biografía sobre la vida de la esposa del Rey Alfonso XIII. La autora ha documentado su obra para retratar de forma fiel hasta los más mínimos detalles, tales como el gusto de la Reina por los tocados y los vestidos a la moda inglesa o conversaciones tan sorprendentes que rayan lo dantesco.

La obra, tal y como reconoce la autora, tiene una carga muy fuerte de sexualidad, pero la carga sexual es algo de lo que no puede desprenderse un perfil de esta pareja real ya que Alfonso XIII era un depredador sexual. Tanto es así, que, Ena, como llamaban cariñosamente a la Reina desde su infancia, llegó a consultar a un médico, que diagnosticó que el monarca padecía “satiriasis”.

Tal era la pasión de Alfonso XIII, que, durante todo su matrimonio, aquella joven princesa inglesa vio como una detrás de otra, las amantes iban pasando por el lecho real.

Quizá, de todas las amantes la que más molestaba a la Reina era Carmen Ruiz de Moragas, una mujer de noble cuna a la que el rey apodaba ‘Neneta’ y con quien el monarca mantuvo una relación durante cerca de tres lustros de la que nacieron dos hijos, Leandro y María Teresa. Tanto es así, que la Reina fue consciente de que intentaban quitarla de en medio y la firme candidata a sustituirla era ‘Neneta’.

El cabecilla de la conspiración no era otro que el duque de Léjara, que se quedó lívido cuando Victoria Eugenia le mandó llamar a sus aposentos y le dijo “sé que estás detrás de esta conspiración, yo no puedo castigarte, pero Dios te castigará”. Tal fue el impacto de las palabras de la Reina que cayó fulminado al suelo de la estancia, de la que salió cadáver. Aquel suceso sólo sirvió a la Reina para granjearse aún más la enemistad de quienes la rodeaban y que aumentasen los comentarios sobre ella.

 “No tuvo amigos en España y chocaba constantemente con el Rey”, cuenta Eyre, que tras dos años de investigación y uno de escritura ha adquirido un conocimiento más profundo de la abuela del Rey Juan Carlos. Dice la autora que ella “era una mujer culta de ideas liberales”, todo lo contrario a él. Su gusto por la moda y las joyas hizo que las damas de la corte la apodasen despectivamente ‘la pava real’, y el Rey se burlaba de ella en público martirizándola y culpándola por las enfermedades y discapacidades de sus hijos.

“Su vida fue una tragedia de principio a final”, asevera Pilar Eyre, “empezó a liberarse en el exilio”, una huída que comenzó con una fotografía en la que aparecía fumando, algo que no gustaba a su marido. Hay quien, incluso, considera esa imagen un símbolo de desafío y de la libertad con la que actuaría a partir de ese momento, llevando la vida que no había llevado hasta entonces. Sin embargo, la apatía y la depresión la acompañaron aún durante un tiempo, ya que, ni tan siquiera podía respaldarse en su fe.

Cuenta Eyre que “se convirtió forzada al catolicismo”, aunque, al parecer, “se arrepintió toda la vida”. Casi desde el momento de su conversión, que tuvo lugar en una tétrica ceremonia de abjuración basada en los ritos creados por la Inquisición unos siglos antes.

Una ceremonia, previa al matrimonio en el que “había cilicios” y una serie de rituales de afirmación católica.

Sólo le quedaban sus convicciones morales, que no traicionó ni aún a sabiendas de las continuas infidelidades de su marido y de la conspiración de los nobles en su contra. Así afirmaba la Reina,  que “cuando yo quiero, quiero para toda la vida”. Y de esta forma lo cumplió, al menos de forma oficial, porque nunca se ha tenido constancia de que tuviera un amante ni que existiera otra pareja que no fuera el Rey en la vida de esta princesa, que entró a formar parte de la Familia Real española como Reina consorte.

El 10 de mayo de 1907 nacía un varón a quien, por ser el mayor y sucesor, se le impuso el nombre paterno. Por tradición, introducida por los médicos judíos que atendieron a los reyes castellanos, a los tres días del nacimiento se le practicó la circuncisión la que, desgraciadamente, provocó una hemorragia que pudo ser detenida con gran dificultad y que reveló a los médicos que habían tropezado con la hemofilia.

Otro hecho “chocante” para la época, es que Victoria Eugenia decidió amamantar ella misma a su hijo. Lo nunca visto. Aun así, solo se le permitirá hacerlo durante un corto espacio de tiempo y rápidamente sería sustituida por un ama de cría. La reina conmemoró su nacimiento con la fundación de un instituto que habría de ocuparse de la educación de niños abandonados y delincuentes.

Aunque el pequeño se criaba bien era enfermizo. A los tres años se descubriría el mayor de los males, era hemofílico.

La reina, al conocer la noticia, exhaló “un gemido desgarrador, tan atrozmente desesperado que parecía provenir de algún inaccesible infierno más allá de la tumba”.


Así describe el biógrafo de Ena el momento en el que la esposa de Alfonso XIII supo que su hijo primogénito padecía la hemofilía, enfermedad que ella le había transmitido, recibida a su vez de su abuela, la reina Victoria de Inglaterra. Era el 2 de junio de 1907, veintitrés días después del nacimiento que había hecho feliz a la augusta pareja porque aseguraba la sucesión.

El 23 de diciembre de 1908 nacía otro varón, Jaime, libre de la tara hemofílica. No había cumplido los cuatro años cuando se le declaró una mastoiditis doble que obligó a los médicos a romper los huesos auditivos para salvar su vida, por lo que quedó sordo mudo desde aquel mismo instante. Consciente de sus limitaciones físicas, renunció espontáneamente a sus derechos al trono en 1933, aunque más tarde intentaría, sin éxito, impugnar la validez de su renuncia. Jaime fue nombrado duque de Segovia y duque de Madrid y, como “legitimista”, pretendió la corona de Francia, por lo que también fue conocido como duque de Anjou.

A finales de 1916 tuvo un aborto y se vio obligada a guardar cama más de dos meses.

Estuvo a punto de morir por una apendicitis mal diagnosticada. Durante el tiempo de su recuperación, Alfonso XIII tuvo el tiempo y la oportunidad de conocer a una de las mujeres más importantes de su vida, Carmen Ruiz de Moragas, actriz de la compañía de María Guerrero. Su relación, con altibajos, duró diez años.

Las amantes de Alfonso XIII

Haciendo honor a la estirpe borbónica, Alfonso XIII había heredado la fogosidad sexual de sus ancestros. Ya, a los pocos meses de su reinado, con dieciséis años de edad, fue necesario tapar sus escarceos amorosos con Julia Fons, cantante de éxito en los espectáculos del teatro Eslava.


Claro está que no eran las primeras “salidas” del rey. Aventurillas adolescentes aparte, todavía soltero, con no más de diecisiete años, ya había tenido un amor importante. Nada menos que una de las mujeres más bellas de Europa: la francesa (y con marido) Mélanie de Vilmorin, con quien tuvo un hijo. Según refiere Balansó, la dulce Mélanie solía decir a sus íntimos: “Jamás he engañado a mi marido. Los reyes no cuentan”.

Muchos fueron los amores de Alfonso XIII. Cuando el rey viajaba de incógnito, particularmente a París, utilizaba el título de duque de Toledo para sus devaneos amorosos, pues Alfonso XIII, al contrario que su padre Alfonso XII, fue más mujeriego que amador.


El rey seguía consolándose con un buen número de señoritas de la alta y baja sociedad.

Entre estas estuvo la niñera de los infantes, Beatriz Noon, con la que tuvo una hija ilegítima, Juana Alfonsa Milán y Quiñones de León. En cuanto Ena se enteró de la relación hizo que expulsaran a la niñera inmediatamente.

Doña Juana Alfonsa Milán y Quíñones de León nació en París en 1916 y al parecer era el vivo retrato de su padre quien, siempre según Balansó, sentía predilección por ella y a la que llevó a Ginebra cuando los nazis se acercaban a París en la Segunda Guerra Mundial. También Don Alfonso XIII se hizo cargo de su educación encargándole a su íntimo amigo el conde de los Andes su manutención. Fue  fruto de los amores de éste y una profesora de piano de sus hijos llamada Beatriz Noon, irlandesa de nacimiento, con la que se le veía frecuentemente pasear del brazo por las calles de Ginebra, llegando incluso la prensa de la época a confundirla con una nueva amante del monarca.


Doña Juana Alfonsa Milán tuvo tres hijos y una hija.

También se rumoreó durante mucho tiempo que Alfonso XIII se había encaprichado de Bee, la amiga de Victoria Eugenia. Tanto Bee como su marido, Alfonso de Orleáns había apoyado abiertamente al bando germano en la guerra lo que trajo consigo protestas de los gobiernos británicos y de otros países. El conde de Romanones aconsejó al Alfonso XIII que obligara a los infantes al exilio. Así, vivieron en Suiza durante ocho años. Parece ser que Alfonso XIII estaba interesado en Bee, aunque ella no accedió a sus deseos. Se cree que fue la camarilla del rey la que comenzó a propagar los falsos rumores para alejar a Bee de la corte.

Victoria Eugenia estaba muy disgustada con todo este asunto, ya que su prima era una de las pocas personas con las que se encontraba a gusto. No llegó a encajar en la sociedad española del momento. 

Mientras tanto Alfonso XIII seguía su relación con Carmen Ruiz de Moragas. En 1925 tuvo con ella una hija, María Teresa y en 1919 un hijo, Leandro, formando una especie de familia paralela que además, no tenía ninguna enfermedad hereditaria.

Nació en Madrid en 1898. Su padre, don Leandro, fue gobernador civil de la ciudad de Granada y pertenecía a una buena familia de clase acomodada. En 1919, cuando ya el rey la había conocido en el teatro y la había hecho su amante, su familia, para evitar habladurías, la instan a que se case con el torero Rodolfo Gaona, pero el matrimonio resulta ser un desastre y apenas dura seis meses.

Neneta, como Alfonso XIII llama a Carmen, con quien más dura una relación. Están juntos durante quince años, y ella le da dos hijos: María Teresa, que morirá muy joven, y Leandro Alfonso, que todavía vive y es asiduo de ciertos platós de televisión. Fue a ella a quien la reina Victoria Eugenia llegó a ver como a su verdadera rival y amenaza.  

 

La actriz vivía en un lujoso chalet de los hermanos Otamendi, íntimos amigos del rey; y hasta allí iba la propia reina María Cristina, para ver a través de la verja del jardín como jugaban esos dos nietos bastardos y completamente sanos.

Cuando estalla la república Carmen busca la protección de otro hombre, Juan Chabás. Morirá en Madrid, en junio de 1936, apenas cumplidos los 38 años, de un cáncer de útero, un mes antes del estallido de la Guerra Civil de los españoles.

 

También intentó ligarse a Raquel Meller, cupletista de fama durante la primera mitad del siglo XX, nacida en Tarazona en 1888. Esta tonadillera fue la primera artista española que actuó en la sala Olympia de la capital francesa, equiparándose con las grandes figuras del momento Josephine Baker, Sarah Bernhardt o Isadora Duncan, formando parte del repertorio de la actriz canciones tan conocidas como: “El relicario”, “La violetera”, "Flor de té", "Doña Mariquita" y "La Modistilla", entre otras. De fuerte carácter y testaruda como buena maña, declinó al parecer intimidades con el monarca  Alfonso XIII, mujeriego contumaz como buen borbón,  quien si las consiguió de otras ilustres damas de la época como la aristócrata Soledad Quiñones la renombrada tiple Julia Fons, la contralto Gabriella Besanzoni, la soprano Geneviève Vix, la Bella Otero, la famosa artista de variedades Celia Gámez, Marichu de Lis, la aristrocrata francesa (y con marido) Mélanie de Vilmorin, con quien tuvo un hijo, la cual solía decir a sus íntimos, “Jamás he engañado a mi marido, los reyes no cuentan”, y la conocida cupletista Consuelo Portella “La bella Chelito” que según comentarios de la época, se encargó de desvirgarle. 

 

“He nacido y moriré infante de España, como tú has nacido y morirás rey de España, mucho tiempo después de que tus súbditos te hayan dado la patada en el culo que mereces”: se lo dijo a Alfonso XIII, en 1924 (siete años antes de que la profecía se cumpliese), su primo Luís Fernando de Orleáns y Borbón. Motivó la grosería que el Rey le había quitado el título de infante por saberle implicado en un grave delito: la muerte por estrangulamiento de un joven durante una orgía homosexual en la que completaba el trío cierto aristócrata portugués, amante de Luís Fernando. Ambos habían paseado por París el cadáver del desdichado, envuelto en una manta, intentando colocárselo a las embajadas española o lusa para huir de la justicia acogiéndose a la extraterritorialidad.


“La separación entre Alfonso XIII y Victoria Eugenia no fue fácil. Cada uno defendió sus intereses y no hubo forma de que mantuvieran una relación siquiera de amistad. El rencor era demasiado profundo. Victoria Eugenia vivió en distintos países, entre ellos Suiza e Inglaterra, alejada tanto de su marido como de sus hijos, ya que se negó a asistir a sus bodas, lo que hizo que los monárquicos españoles la rechazaran todavía más. Sin embargo, en 1940, Victoria Eugenia sí asistió a la boda de la infanta Cristina, quizás también por el empeoramiento de salud del rey. 

 

Parece ser que finalmente lograron hacer las paces.” (María José Rubio),

 

 Alfonso XIII y la pornografía

Este cachondo personaje, aparte de tirarse a todo lo que se movía y ser asiduo de lupanares, - tenía uno para él sólo en Chueca -era un gran aficionado al incipiente cine pornográfico de la época. Se cree que entró en contacto con ese mundo en sus viajes por Europa y Estados Unidos, y viendo que en España no había nada parecido, le encargó al Conde de Romanones que buscase a la gente adecuada para llevar a cabo la producción y realización de algunas películas porno para su disfrute personal. Fue el primer coleccionista de cine porno en España y en el Palacio de Oriente tenía una sala de proyección.

El Conde de Romanones al menos encargó tres cortometrajes a los hermanos Ricardo y Ramón Baños, dueños de la productora barcelonesa Royal Films. Los títulos de las cintas son: El ministro, Consultorio de señoras y El confesor.

Fueron halladas recientemente por el productor José Luís Rado y el periodista Sigfrid Monleón.

 

Son cortometrajes ya que su duración no llega a la de una película y están fechados entre 1920 y 1926.

 

La Filmoteca de la Generalidad Valenciana se encargó de su restauración, con lo cual ya están al alcance de cualquier investigador.

 

Lo más gracioso del asunto, es que el monarca pornógrafo no sólo pagaba por estas pelis sino que a menudo sugería argumentos y situaciones en el guión.

 

La ajetreada vida sexual de Alfonso XIII  queda reflejada en un suceso que ocurrió en un viaje a Hollywood de este Borbón vividor - follador.

 

Fatty Arbuckle era una estrella. Acababa de firmar un contrato que lo convertía en el actor mejor pagado del cine mudo del momento, y decidió celebrarlo con una fiesta con un par de amigos, chicas y alcohol.

 

[Chicas, alcohol, chicas, alcohol, botellas de champagne, chicas, botellas de champagne dentro de una chica, más alcohol, chicas-chicas-chicas. Hey, chicas, ¡alohol!, más adentro la botella de champagne, chicas, hey, hey. Sangre. Sangre. Alcohol. Champagne. Sangre. Chicas...  ¡ UY ! una muerta.]

 

Alfonso XIII – ya derrocado rey de España y gran pornógrafo – estaba pasando una temporada en Hollywood, en la casa del actor Douglas Fairbanks quien, como excelente anfitrión, un día le preguntó:

Douglas Fairbanks: Majestad, ¿hay alguna estrella de Hollywood a quien desee conocer?

 

Alfonso XIII: ¡A Fatty Arbuckle!

 

Douglas Fairbanks: Mmmmm, vaya, Majestad. Me temo que eso no va a ser posible: desde que Fatty violó a aquella chica con una botella de champagne y le provocó una hemorragia de muerte (literal), Fatty no es – precisamente – un personaje popular en Hollywood.

 

Alfonso XIII: ¡Qué injusticia! Eso le podría haber pasado a cualquiera de nosotros.

 

La herencia de Alfonso XIII

 

La escritora Mirian Rubio en una reseña del libro del periodista y historiador  José María Zabala: El Patrimonio de los Borbones: La sorprendente historia de la fortuna de Alfonso XIII y la herencia de D. Juan. Nos dice:

“Entre los datos que destacan en su obra, sorprende la pasión heredada de todos los miembros reales por el mar y los vehículos o los gastos que el abuelo del Rey Juan Carlos hizo durante el tiempo que vivió fuera de España. “Alfonso XIII no fue un santo por mucho que sus hagiógrafos, que son legión, hayan intentado que así lo pareciese”, comenta Zavala a Vanitatis.

Y es que, según los datos que maneja el autor del libro, el monarca “vivió sus diez años de exilio a cuerpo de rey, nunca mejor dicho, gastando alrededor de 3 millones de euros anuales (500 millones de las antiguas pesetas) en viajes, hoteles, restaurantes de lujo, caprichos e incluso en las fastuosas bodas de sus tres hijos Juan, Jaime y Cristina de Borbón y Battenberg”.

La figura de Alfonso XIII puede ser quizá una de las más interesantes ya que, según el autor del libro, “fue un rey perjuro, como su bisabuelo materno Fernando VII, pues juró fidelidad a la Constitución de 1876 ante los Santos Evangelios y luego apoyó la dictadura de Primo de Rivera”.

Zavala comenta que “pese a estos y otros oscuros borrones en su biografía nunca antes contados, Alfonso XIII fue el primer y único Borbón español considerado como un gran ‘hombre de negocios’, que invirtió con acierto en decenas de empresas de diversos sectores, desde el automóvil hasta el cine o las infraestructuras; además de, por supuesto, en la Bolsa”.

El autor del libro que repasa las posesiones de Alfonso XIII y la herencia que llegó a estar en manos de Don Juan, padre del Rey actual, refleja esa doble vertiente del monarca hablando sobre sus negocios. “Su honradez fue seriamente cuestionada por el juez Mariano Luján, titular de Juzgado de Instrucción nº 10 de Madrid, que le implicó en delitos de estafa y apropiación indebida por su participación en las carreras de galgos en pista cubierta prohibidas entonces en España”.

Hay quien alega que Alfonso XIII había llevado una vida austera y sin grandes lujos. A este respecto, después de investigar en los archivos, Zavala asegura que el monarca “llegó a manejar una fortuna de 144 millones de euros”. Sin embargo, de esa fortuna, “al abandonar para siempre España, en abril de 1931, conservaba un tercio de la misma -48 millones de euros- en bancos de París y Londres, sobre todo”.

Tras una vida repartida entre España y el exilio, “a su muerte, en 1941, el principal beneficiado por su testamento fue su hijo don Juan de Borbón, en detrimento de sus hermanos Jaime, Beatriz y Cristina”.

Sobre su pasión náutica, que tanto Don Juan como el Rey Juan Carlos han heredado, el autor hace en su obra un repaso de los barcos que llevaron su impronta, como los yates Hispanias, el primero de los cuales costó entonces una fortuna: 86.021 pesetas, un precio que equiparado a la actualidad serían algo así como 330.000 euros (55 millones de pesetas) o el trasatlántico Alfonso XIII, un auténtico palacio flotante que acabaría convertido, con el paso de los años en un pesquero que la compañía Pescanova utilizó para sus labores comerciales”. (Mirian Rubio, 2010)

Niviembre de 2013.

[1] Alfonso XIII  

 

Noviembre de 2013.

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