LA REAL JODIENDA NO TIENE ENMIENDA

Capitulo V

 

Chaurero n Eguerew

Carlos IV

 Nacido en Portici (Italia) en 1748, hijo de Carlos III  y Maria Amalia de Sajonia.

Pasó su infancia y primera juventud en Italia, pues había nacido cuando su padre era rey de Nápoles. Tenía cuarenta años cuando recibió la corona y su ascensión al trono fue saludada con esperanzas por los sectores más conservadores de la corte, ya que Carlos III nunca había gozado de popularidad entre las altas esferas eclesiástica y aristocrática.

Rey de España desde el 14 de diciembre de 1788 hasta el 19 de marzo de 1808.

 

En su vida privada fue conocido por su falta de carácter y por haber sido retratado magistralmente junto a su familia por Francisco de Goya en numerosas ocasiones. Como Luis XVI, fue un monarca retraído al que no se le conocieron amantes. 

 

También se ha hablado de la homosexualidad de Carlos IV[1].

“A pesar de un cierto sentido de la majestad heredado del hábito dinástico, los esfuerzos del conde de Floridablanca ministro de su padre, por interesarle en las tareas de gobierno fueron infructuosos. Carlos IV parecía interesarse únicamente por la caza, que ocupaba la mayor parte de su tiempo, y por mantener alejado el pecado, ya que era sumamente beato desde su juventud. Tenía gustos sencillos, como la carpintería y el arreglo de relojes, aunque sentía gran afición por la música de Bocherinni y la pintura de Francisco de Gopya. El francés Desdevises du Dezert lo describió como sigue: “Era de elevada estatura y de aspecto atlético; pero su frente hundida, sus ojos apagados y su boca entreabierta señalaban a su fisonomía con un sello inolvidable de bondad y debilidad”.

 En noviembre de 1764  Carlos cumple dieciséis años, y su padre considera que ya es momento de buscarle una esposa. La elegida es María Luisa de Borbón nacida el 9 de diciembre de 1751, hija de Felipe, duque de Parma, hermano del rey, y por lo tanto prima hermana del contrayente.

En 766 casó con su prima hermana Maria Luisa de Parma, contando 14 años de edad, mujer de talante intrigante y manifiesta falta de discreción. María Luisa dominaba por completo a su indolente esposo, al que logró mantener apartado de la vida política mientras ella participaba en todas las intrigas cortesanas y asumía los asuntos de Estado. La ambición de la reina era, sin embargo, mayor que su capacidad y pronto delegó, hastiada, las tareas de gobierno. La reina se ocupó del encumbramiento de su favorito y amante, Manuel Godoy, con quien mantenía una relación amorosa desde antes de la muerte de Carlos III.

 El canónigo Escoiquiz, en sus memorias dice que la reina tenía ”una constitución ardiente y voluptuosa... y una sagacidad poco común para ganar los corazones que... le había de dar... un imperio decisivo sobre un joven esposo del carácter de Carlos, lleno de inocencia y aún de total ignorancia en materia de amor, criado como un novicio, de solo dieciséis años, de un corazón sencillo y recto y de una bondad que daba en el extremo de la flaqueza. ... A sus brillantes cualidades juntaba un corazón naturalmente vicioso incapaz de un verdadero cariño, un egoísmo extremado, una astucia refinada, una hipocresía y un disimulo increíbles y un talento que... dominado por sus pasiones, no se ocupaba más que en hallar medios de satisfacerlas y miraba como un tormento intolerable toda aplicación a cualquier asunto verdaderamente serio... obligándola a dar al favorito mas inexperto las riendas del gobierno, siempre que él supiera aprovecharse del ascendiente absoluto que, a falta de amor, le daba el vicio sobre su alma corrompida.”

 Con un lenguaje más moderno Carlos IV sería clasificado en la clase de los semiimbéciles, capaces de recibir cierta instrucción, pero desprovisto de la más mínima dignidad y de la más mínima energía o voluntad. Nunca había Consejo porque cada ministro acordaba separadamente con sus majestades. María Luisa siempre estaba presente.

Como por aquellos tiempos, la reina andaba encoñada de un capitán de la Guardia Real , que le cuidaba el monte de Venus como si fuese un magnifico rosal, de nombre Manuel Godoy.   La reina manda el sutil mensaje a su real majestad: "mientras que tú te encargas de cazar ciervos, yo te regalo unas enormes astas para tu cabeza, déjame a mí y tú no te preocupes de nada".  Llegando el muy ambicioso Godoy a pasar de capitán, a jardinero del monte de Venus, y de ahí  ser nombrado primer ministro, para más tarde  “Príncipe de la Paz, el rey continúo sus cacerías mientras su cornamenta aumentaba considerablemente.

Mas a este “Príncipe de la Paz ”, el pueblo lo odiaba por tontunas, porque era plebeyo, porque vivía amancebado con la reina y con Pepita, porque tenía desatendida a la esposa que le había conseguido la reina, como tapadera, la condesa de Chinchón, en fin por envidias varias, amen de llevar a cabo una política muy personal y dictatorial, propia de un tirano del antiguo régimen.

 

Godoy, odiado tanto por la nobleza, que no le aceptaba por su condición de plebeyo, como  por el pueblo, puede considerarse el primer dictador de la época moderna y por sus relaciones adulteras con María Luisa, orgulloso y vanidoso a partes iguales,  vinculo la suerte de España a la  política exterior francesa y a los delirios de grandeza de Napoleón Bonaparte.  La principal oposición la tenía en la Corte , con fieles al depuesto Aranda, nobles que pronto encontraron un aliado excepcional, el príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, convirtiéndose en el enemigo más activo en contra del llamado “Príncipe de la Paz ”, formándose el llamado partido fernandino, dedicado a desprestigiar por todos los medios a Godoy y a los reyes, principalmente a la reina, sin reparar en todo tipo de calumnias y mentiras salpicadas con ciertos indicios, que calaban con fuerza, tanto en la Corte como en el pueblo.  No soy adivino para saber si la relación entre Godoy y la reina fue real o no, pero el principal difusor de la noticia fue el mismísimo hijo de la reina, el cual hizo preparar una gran cantidad de panfletos, dibujos y aleluyas en las que se hacia mención directa de esta relación, todos ellos redactados en un tono obsceno y sin gusto ni ingenio”

“Una vez reina, María Luisa utilizó toda su influencia para hacer de Godoy el hombre más poderoso de la corte. Ya en su primer despacho con el secretario de Guerra, Carlos IV promovió a cadete garzón de guardias de Corps a Godoy, nombramiento con el que se inició su meteórica promoción. Algunos biógrafos de Godoy han descartado la naturaleza sexual de sus relaciones con la reina y atribuyen su sorprendente ascensión a la lealtad que demostró siempre hacia los reyes y a la escasa capacidad de acción política de éstos. Sin embargo, parece indudable que algunos de los catorce hijos que tuvo la reina, lo eran también de Godoy. De ellos sólo llegaron a adultos seis, entre ellos el Príncipe de Asturias, Fernando, y el infante Carlos Maria Isidro.”

Las malas lenguas dicen que ningún rey ha reunido sobre su cabeza tantas astas como Carlos IV. Pero todo hace pensar que Carlos IV no era ajeno a las relaciones de la reina con su valido sino todo lo contrario: el rey era consciente y consentidor del entendimiento de su esposa con Godoy. La sexualidad de Carlos no estaba a la altura de las circunstancias y de las exigencias de una mujer que necesitaba el calor humano con mayor asiduidad que la que el rey podía ofrecerle.

 Pero la razón de su consentimiento no era solo que Godoy le evitaba tener que visitar la alcoba de María Luisa, sino que Godoy los complacía a los dos. Los demás amantes de la reina eran solo de ella pero, con Godoy, Carlos pudo acceder a los encuentros amorosos de María Luisa y ambos le dejaban intervenir cuando lo solicitaba ansioso.

Los sentimientos eróticos que suscitaba el valido al rey pueden colegirse de bastantes documentos oficiales y extraoficiales. Godoy se comportaba con él igual que con la reina. Esto explicaría el permanente afecto del matrimonio hacia Godoy.

En su última obra, Bastardos y Borbones, el historiador José María Zavala reproduce una historia que deja pequeñas las novelas de Alejandro Dumas. Juan Balansó había citado en dos de sus libros un documento increíble de fray Juan de Almaraz, el confesor de la reina María Luisa de Parma: de los 14 hijos que tuvo la mujer de Carlos IV, ninguno había sido engendrado por su marido. Zavala ha encontrado el documento, escrito y firmado por Almaraz, así como el expediente completo del sacerdote, en el archivo del Ministerio de Justicia. (Pedro Fernández Barbadillo)

“En toda Europa, muchas relaciones homosexuales se ocultaban como una amistad. Este tipo de amistad idealizada, descrita con maestría por Montaigne en un ensayo, [es muy distinta de la imagen moderna de la palabra. Esta amistad, que se daba sobre todo en las capas altas de la sociedad y en las cortes reales y papales, era descrita a menudo con las mismas características del amor y se entretejía dentro del conjunto de intrigas políticas y de poder. En España, el Conde-Duque de Olivares ordenó que se eliminasen las cerraduras en los dormitorios del Palacio Real para que los inspectores pudieran asegurarse de que nadie estuviese cometiendo actos homosexuales de entre los cientos de sirvientes y funcionarios.” (Wikipedia).

 

El 14 de diciembre de 1788, murió Carlos III a la edad de 72 años. Fue el primero de los Borbones que recibió sepultura en El Escorial, un lugar ideado por la dinastía anterior, los Austrias, tal como nos cuenta Nieves Concostrina (14/12/11).

 

Fernando VII

El rey felón:

Nace un 14 de octubre de 1784 en El Escorial, de los catorce hijos que tuvieron Carlos IV y Maria Luisa de Borbón, Fernando fue el noveno.

 

De naturaleza débil como todos los vástagos de los Borbones, debido a los continuos matrimonios entre parientes de primer grado, sufrió durante su niñez algunas enfermedades de cierta gravedad y más tarde, en edad adulta, padeció con frecuencia severos ataques de gota. Su educación estuvo encomendada a clérigos, que le impusieron un régimen  de vida muy estricto, escaso en juegos y diversiones y abundante en prácticas piadosas. Quien mayor  influencia ejerció sobre él fue el canónigo Juan Escoiquiz, designado en 1796 su maestro de Geografía y Matemáticas.

 

Aunque debido a su afición a la intriga y a su desmedida ambición, Escoiquiz fue desterrado a Toledo en enero de 1800; no perdió el ascendiente sobre el príncipe, cuya infancia y adolescencia pasó alejado de los negocios públicos por voluntad de los reyes.

 

 

De los 14 hermanos, ocho (Carlos Clemente, María Luisa, María Amalia, Carlos Domingo, Carlos Francisco, Felipe Francisco, María Teresa y Felipe María) murieron antes de 1800; Carlota Joaquina (1775-1830) fue la esposa de Juan VI de Portugal; María Luisa Josefina (1782-1824) fue reina de Etruria; Carlos María Isidro (v.; 1788-1855) y Francisco de Paula (1794-1865) aparecen con frecuencia a lo largo del reinado de Fernando VII; María de la O Isabela (1789-1848) fue reina de Nápoles por matrimonio con Fernando I y madre de Luisa Carlota (esposa de Francisco de Paula) y de María Cristina (cuarta esposa de Fernando VII).

Entonces, si ninguno de los hijos de María Luisa de Parma, es decir, Fernando VII, padre de Isabel II, y los infantes Carlos María Isidro, cabeza de la rama carlista, y Francisco de Paula, padre de Francisco de Asís, marido de Isabel, eran Borbones, ¿cómo podemos apellidar hoy a la familia real española? ¿Godoy? ¿Puigmoltó? (Pedro Fernández Barbadillo)

Ya desde muy joven, Fernando había conspirado en contra de sus padres los reyes y de Godoy, alentado por su preceptor. En torno al joven Príncipe de Asturias se había formado un núcleo opositor formado por miembros de la alta nobleza, llamados posteriormente “La Camarilla”, que perseguían la caída de Godoy.

 

Los enemigos de Godoy se fueron agrupando en torno al príncipe de Asturias, que comenzó a ser una esperanza; así se fue formando un partido fernandino.


En 1807 se llevó a cabo la primera conspiración y tuvo lugar el proceso de El Escorial, primer acto, como podría decirse, del derrocamiento del valido. La conspiración fue esencialmente movida por la nobleza, que encontró en Fernando un instrumento más que dispuesto a causa de cuanto había tenido que sufrir del favorito.

“La trayectoria vital de este rey, cuya actitud personal ha sido caracterizada con agudeza y exactitud  por Ángel Martínez de Velasco como “de defensa embotada o de resistencia pasiva”, sumamente influenciable por su entorno, cuya infancia fue muy triste y estuvo controlada hasta la asfixia por eclesiásticos, campechano y brutal en su comportamiento personal y en el ejercicio de su poder, se desenvolvió en una permanente contradicción.

Amado hasta la idolatría en 1808, como recuerda Mesonero Romanos, atento testigo de cuanto sucedía en Madrid, ha sido objeto, sin embargo, de los juicios negativos más severos y de las diatribas más agrias por parte de casi todos. El rey “deseado” y odiado por antonomasia, no ha encontrado defensores de su persona, ni siquiera entre los historiadores y ensayistas que han intentado ofrecer una interpretación benévola de la política de su tiempo y se han esforzado por justificar algunas de sus decisiones como monarca.

Tampoco las halló entre sus más íntimos, a juzgar por determinados testimonios, como los de sus propios padres o los de su primera esposa, Mª Antonia de Nápoles, que lo describió, en el momento de su matrimonio en 1802, como persona fea y sin gracia física o moral, bruto, rechoncho, de piernas curvas y voz aguda sumamente desagradable, antipático y completamente imbécil.”. (Emilio La Parra López )

Marcado por la mala salud borbónica y por el odio hacia sus padres, conspiró hasta ser rey de las  Españas. Abdicó ante Napoleón pero, devuelto al trono, impuso el absolutismo. Historia de sus desventuras matrimoniales.

Todos los que lo conocieron certificaron su falacia, doblez, cobardía y falta de interés por los asuntos de Estado, que prefería abandonar en sus ministros. Sumamente introvertido, hablaba y reía poco; si acaso, y como por excepción, para dejar de manifiesto su humor cruel. Sus aficiones eran de lo más mundano y prefería rodearse de gente ordinaria y vulgar.

Sus relaciones sexuales dieron mucho que hablar. Parece ser que de joven y a pesar de su tamaño de pene, tenía problemas de erección, le administraron el equivalente a la Viagra actual, una mezcla de polvo desecado de escarabajo verde con vino y la pócima curó su proceso. Existen opiniones al respecto de que el éxito se debió en gran parte a los buenos oficios de las prostitutas de la época.

Hay cosas que nunca les contarán los profesores de historia. Hay anécdotas sobre temas tabú que provocarían vergüenza tanto al que las cuenta como al que las oye. Sin embargo, esas anécdotas también forman parte de la historia y muchas merecen ser contadas a la luz de una chimenea un día gris del más duro de los inviernos.

 

Fernando VII, considerado por generaciones de españoles como el peor rey que han tenido nunca. Después de el pueblo expulsara a los franceses en la llamada Guerra de la Independencia y devolverle el trono porque era el legítimo rey, toda la sociedad española creía que tomaría las medidas necesarias para equiparar la monarquía española a su eterna rival anglosajona. Pero estaba todo el mundo equivocado: Fernando VII rompió todas sus promesas y se dedicó a dar caza a todos los ilustrados españoles. Por ello, es conocido ampliamente como “el Rey Felón”.

 

Su pene era de un tamaño monstruoso. Es lo que en medicina se llama macrosomía genital y es el resultado de la costumbre matrimonial borbónica de casarse primos con primos para preservar la sangre real. Aunque puede parecer una anécdota más propia de una portera que de un historiador serio, se ha conservado correspondencia entre diferentes miembros de la corte en la que destacan el anormal tamaño de la bosigayga real, que Prosper Merimée describe como “tan gordo como el puño en su extremidad”.

 

Veamos el extracto completo de Prosper Mérimée en el que describe la noche de bodas de Fernando VII con  Maria Josefa, que es para mear y no echar gota. En su defensa hay que decir que era una niña de 16 años recién cumplidos, más interesada en rezar que en ser reina y que el Papa tuvo que enviarle una carta para convencerla de que el sexo con el monarca era necesario a los ojos de Dios.

 

Este suceso, ha llegado hasta nuestros días recogido en una carta que el escritor francés      Prosper Merimée remitió a su gran amigo Stendhal (Sept lettres de Mérimée a Stendhal ) y que sirve para ilustrar lo alejadas del mundo que vivían las jóvenes aristócratas europeas siglos atrás.

“Entra Su Majestad. Figúrese a un hombre gordo con aspecto de sátiro, morenísimo, con el labio inferior colgándole. Según la dama por quien sé la historia, su miembro viril es fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar. Es, por añadidura, el rijoso más grosero y desvergonzado de su reino. Ante esta horrible vista, la Reina creyó desvanecerse, y fue mucho peor cuando Su Majestad Católica comenzó a toquetearla sin miramientos, y es que la Reina no hablaba más que el alemán, del que S.M. no sabía ni una palabra, así que la Reina se escapa de la cama y corre por la habitación dando grandes gritos. El Rey la persigue; pero, como ella era joven y ágil, y el Rey es gordo, pesado y gotoso, el Monarca se caía de narices, tropezaba con los suelos. En resumen, el Rey encontró ese juego muy tonto y montó en espantosa cólera. Llama, pregunta por su cuñada y por la camarera mayor, y las trata de P[utains] y de B[rutes] con una elocuencia muy propia de él, y por último les ordena que preparen a la Reina , dejándoles un cuarto de hora para ese negocio. Luego, se pasea, en camisa y zapatillas, por una galería fumándose un cigarro. No sé qué demonios dijeron esas mujeres a la Reina ; lo cierto es que le metieron tanto miedo que su digestión se vio perturbada. Cuando volvió el Rey y quiso reanudar la conversación en el punto en que la había dejado, ya no encontró resistencia; pero, a su primer esfuerzo para abrir una puerta, abrióse con toda naturalidad la de al lado y manchó las sábanas con un color muy distinto al que se espera después de una noche de bodas. Olor espantoso, pues las reinas no gozan de las mismas propiedades que la algalia. ¿Qué habría hecho usted en lugar del Rey? Se fue jurando y estuvo ocho días sin querer tocar a su real esposa y de hecho nunca tuvieron hijos”. (Pandermonium).

 

Parece ser que las heridas internas de semejante instrumento pudieron ser la causa de la muerte de sus esposas hasta que, llamados por Su Majestad las mentes más preclaras de la nación fueron convocadas. Como los verdaderos científicos habían emigrado o sido ajusticiados, los que quedaron no es que fueran los más brillantes, razón por la cual la solución a tan incómoda deformidad fue la confección de un cojín con agujero que hiciera de tope en medio del apogeo sexual monárquico.

 

 

LOS MATRIMONIOS DE FERNANDO VII

 

Primer matrimonio:

 

A los diecisiete años, siendo Príncipe de Asturias, le casaron con la princesa María Antonia de Borbón y Lorena, hija de su tío Fernando IV de Nápoles, una joven, si no guapa, al menos culta e inteligente. El matrimonio tardó un año en consumarse, quizás debido a un retraso en el desarrollo hormonal de Fernando.

 

Por Decreto del Rey Carlos IV de fecha 4 de julio de 1802, se dispuso señalar los días 6,7 y 8 del propio mes para que la Corte vistiera de gala y hubiese luminarias en sus tres noches con ocasión de los enlaces reales, a la vez que se participó de la noticia a los distintos Consejos del Reino. Al mismo tiempo, por la Secretaría de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia, a la que competían los asuntos de la Familia Real , se pasaron los avisos correspondientes a todos los jefes de palacio, y por la Secretaría del Despacho de la Guerra , los capitanes de Guardias de Corps y alarbaderos, a los coroneles de Guardias españolas y walonas y al gobernador militar de Madrid, para que asistieran a las solemnes funciones del otorgamiento de las capitulaciones matrimoniales y desposorio de la infanta doña María Isabel y del príncipe de Asturias.

El matrimonio por poderes tuvo lugar en el palacio Real de Nápoles, el día 25 de julio de 1802. La ratificación de la boda se celebró en el palacio Real de Barcelona, el día 6 de octubre de 1802.

El primer matrimonio de Fernando, con su prima María Antonieta de Nápoles, a la que apodaban Totó, fue una rápida sucesión de actos sexuales poco satisfactorios, dada la inexperiencia de los cónyuges en el lecho.

“Así que el rey entra en la habitación de una asustada niña de 16 años que al verlo así -gordo, entrado en años y, con toda probabilidad, tremendamente excitado- intenta huir de él corriendo por toda la habitación. De nada sirve intentar comunicarse hablando, puesto que ella no conoce el español, solo  el alemán.

 

Sin embargo, el temor de María Josefa Amalia de Sajonia era tan grande que, mientras Fernando la penetraba, se fue de vientre sobre él. El rey, concluye la carta, se limpió como pudo y no volvió a tocar a su esposa en ocho días. Curiosamente, la reina murió diez años después y sin haber tenido descendencia.” (Historias de España).

 

Desgraciadamente, la princesa, al que su esposo repugnaba y a la que el clima de Madrid no le sentaba bien, murió pronto, después de haber tenido dos abortos, a causa de una tuberculosis (que antes se llamaba tisis), aunque las malas lenguas acusaron a Godoy de haberla envenenado. El Dr. Gargantilla, basándose en los datos de su autopsia, dice que la enferma padecía una malformación cardíaca que le produjo, con el paso de los años, una cardiomegalia generalizada, especialmente de la aurícula y ventrículo izquierdos.

 

Segundo matrimonio:

La segunda esposa de Fernando VII, siendo ya rey de España, fue María Isabel de Braganza, infanta de Portugal, hija de Juan VI, rey de Portugal y Carlota Joaquina de Borbón, infanta de España, hermana mayor de Fernando VII.

Fernando VII tenía 32 años y era viudo. María Isabel de Braganza contaba con la edad de 19 años. El matrimonio por poderes tuvo lugar a bordo del navío portugués San Sebastián, fondeado en el puerto de Cádiz, el día 5 de septiembre de 1816. La ratificación nupcial se realizó en el Palacio Real de Madrid, el día 28 de septiembre de 1816.

María Isabel de Braganza venía acompañada por su hermana María Francisca, que estaba destinada a casarse con su primo, el infante don Carlos, hermano del rey Fernando VII. Primos, hermanos, cuñados, todo quedaba en familia. No se puede ser más endogámico.

El doble casamiento se ratificó el 28 de septiembre de 1816, en el Palacio Real de Madrid.

Gustaba el rey acabar sus juergas en el burdel de Pepa la Malagueña , y allí, como si fuera un quinceañero, hacía competiciones para ver quien la tenía más grande, jugando con ventaja porque sabía que él era el espadón de la corte. Alardeando de que  las muchachas vírgenes que  se hacía llevar a palacio: “Salen de mi alcoba seguras de que ningún hombre podrá darles el goce que han tenido conmigo. Y  el puerco añadía: ¿Y sabes lo que más me gusta después del placer de poseerlas?, pues coleccionar los trapos en los que han dejado la prueba de su doncellez”.

 

La reina, humillada y olvidada, se  viste y peina cómo lo hacen las putas de Madrid. De madrugada, a la hora aproximada que el rey solía llegar a palacio,  se planta en lo alto de las escaleras vestida como una puta, con dos claveles en el moño. Cuando Fernando ve a su mujer de esta guisa, se tira hacia ella, la rodea con sus brazos y a pesar del desgaste de la noche, cumple con su esposa allí mismo.

Tercer matrimonio:

La tercera esposa se llamaba María Josefa Amalia de Sajonia. Para casarla la sacaron de un convento donde había vivido desde los tres hasta los quince años rodeada de monjas, sermones e incienso. A diferencia de las anteriores, María Josefa era una joven atractiva, rubia, de piel delicada, ojos azules, pero debido a su estancia entre las monjas su formación era profundamente religiosa y desconocía totalmente todo lo relacionado con el sexo.

La noche de bodas no fue precisamente un paseo militar para Fernando. A las primeras caricias lo único que veía la recién casada eran imágenes del infierno donde ardían las pecadoras de la carne, por lo que se negó a continuar con las exploraciones y cuando su esposo le explicó que los reyes estaban obligados a tener descendencia para perpetuar la dinastía, ella le dijo que escribiría una carta a la cigüeña y rápidamente llegaría el heredero, porque así se lo habían contado las monjas y ellas no podían mentir.

A Fernando, que le importaban un carajo unas aves con el pico tan largo, se lanzó a acariciar con excesiva virilida. Cuando entró Fernando, el rey felón, a la habitación, el día de la noche de bodas, un hombre casi de complexión esférica, es decir, con unos kilitos de más, con gran fogosidad y con esa cara mofletuda y para muchos repugnante, María Josefa, que contaba sólo 16 años, comenzó a correr despavorida por toda la habitación.

Fernando VII se siente despreciado y comienza a gritar y a llamar a las camareras de la reina para que instruyan a la novia en la materia. Tras un curso acelerado de pocas horas el rey vuelve a entrar en la habitación y consuma el matrimonio. Fue un acto de gran vileza por mucha esposa que fuera de él. Pero, la vileza y la traición eran una constante en el Deseado, que en realidad no lo era por nadie.

Al parecer la situación llegaba hasta tal punto que llegó a tener problemas en la noche de bodas con su tercera esposa. Una carta de la época nos cuenta la divertida historia de lo que podríamos denominar como una “real cagalera”:

“Voy a escribirle una historia guarrísima que me contaron en Madrid. La Reina sajona con quien se casó Fernando era una princesa sumamente devota, y educada tan cristianamente que ignoraba hasta las cosas más elementales de este mundo, y que conocen en España incluso las niñas de ocho años. Es costumbre antigua, cuando el Rey se casa con una princesa que se supone virgen, que la princesa de sangre, casada, que sea la parienta más allegada al Rey tenga con la Reina una conversación de un cuarto de hora, con el fin de prepararla para la ceremonia. Ahora bien, así que llegó la sajona, la cuñada del Rey, mujer del infante don Carlos, y hermana de la difunta Reina María Isabel, a quien la Reina sajona sucedía, declaró rotundamente que por nada del mundo pondría a esa alemana en condiciones de reemplazar a su hermana. Por otro lado, la camarera mayor, vieja puta devota, protestó que nunca se había fijado suficientemente en lo que su marido le hacía, para poder explicárselo a otras. Resultó que la Reina fue puesta en el lecho sin ninguna preparación. Entra Su Majestad. Figúrese a un hombre gordo con aspecto de sátiro, morenísimo, con el labio inferior colgándole. Según la dama por quien sé la historia, su miembro viril es fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar. Es, por añadidura, el rijoso más grosero y desvergonzado de su reino. Ante esta horrible vista, la Reina creyó desvanecerse, y fue mucho peor cuando Su Majestad Católica comenzó a toquetearla sin miramientos, y es que la Reina no hablaba más que el alemán, del que S.M. no sabía ni una palabra, así que la Reina se escapa de la cama y corre por la habitación dando grandes gritos. El Rey la persigue; pero, como ella era joven y ágil, y el Rey es gordo, pesado y gotoso, el Monarca se caía de narices, tropezaba con los suelos. En resumen, el Rey encontró ese juego muy tonto y montó en espantosa cólera. Llama, pregunta por su cuñada y por la camarera mayor, y las trata de P[utains] y de B[rutes] con una elocuencia muy propia de él, y por último les ordena que preparen a la Reina , dejándoles un cuarto de hora para ese negocio. Luego, se pasea, en camisa y zapatillas, por una galería fumándose un cigarro. No sé qué demonios dijeron esas mujeres a la Reina ; lo cierto es que le metieron tanto miedo que su digestión se vio perturbada. Cuando volvió el Rey y quiso reanudar la conversación en el punto en que la había dejado, ya no encontró resistencia; pero, a su primer esfuerzo para abrir una puerta, abrióse con toda naturalidad la de al lado y manchó las sábanas con un color muy distinto al que se espera después de una noche de bodas. Olor espantoso, pues las reinas no gozan de las mismas propiedades que la algalia. ¿Qué habría hecho usted en lugar del Rey? Se fue jurando y estuvo ocho días sin querer tocar a su real esposa y de hecho nunca tuvieron hijos”.

Como ven, la esposa de Fernando VII se “cagó”, literalmente, ante el semejante tamaño del miembro del monarca y es que esto fue un gran problema para él a la hora de tener hijos.” pamaius, 2012)

Cuarto matrimonio:

http://1.bp.blogspot.com/-lUS2R3v_eQM/UI09BDnbLnI/AAAAAAAAChc/iDsrw3uG9fw/s1600/MariaCristina.jpgTambién inusual es la historia de María Cristina de Parma, la cuarta esposa de Fernando VII, a pesar de que era su sobrina, y que “aguantó dignamente” los cuatro años de matrimonio, durante los que tuvo dos hijas, con “un sujeto de repulsivo físico” que solo “yacía con ella con lujuria de animal y no con amor de esposo”. Cuando murió su tercera esposa Fernando VII frisaba los cuarenta y cinco, y todavía no había tenido un heredero. Rápidamente empezaron a buscarle otra compañera, pero al mencionarle que la candidata más idónea tenía el mismo origen que su anterior esposa, a Fernando le salió del alma:¡No más rosarios ni versitos, coño!”,

La decisión recayó en su sobrina María Cristina de Borbón. A diferencia de las situaciones anteriores, ahora el rey era un vejestorio mientras que la nueva esposa era una joven de veintitrés “ardiente e infatigable en sus juegos y escarceos amorosos”. Con sus anteriores esposas Fernando no salía saciado del tálamo nupcial y acudía a los burdeles para quemar la energía sobrante, ahora, con María Cristina, un solo encuentro era suficiente para que partiera de la habitación resoplando y maldiciendo su merma de fuerzas.

 

Pero la suerte le acompañó y a los pocos meses de la boda María Cristina se queda embarazada y a los nueve meses tiene una hija, Isabel II. Luego una segunda Luisa Fernanda

A los tres años de matrimonio, un Fernando VII agotado muere. María Cristina que contaba tan sólo veintiséis años cuando se queda viuda, a las dos semanas del fallecimiento encuentra al gran amor de su vida, un morenazo Guardia de Corps llamado Fernando Muñoz. Contrajeron matrimonio secreto pero ella continuó de regente viuda hasta que Isabel II, con 13 años, fue proclamada reina.

A los tres meses del entierro ya se habían casado en la más absoluta reserva. Manteniendo el secreto a base de amplios vestidos y retiradas para descansar al Real Sitio de la Granja , María Cristina llegó a dar a luz ocho hijos que rápidamente eran enviados a París. Anhelando, tanto ella como su oculto marido, que Isabel llegara al trono para poder dejar el poder y disfrutar de la vida sin el sufrimiento de la clandestinidad[2].

María Cristina combinó la regencia con los embarazos, sin que pasaran desapercibidos en los mentideros: “Lloraban los liberales que la Reina no paría, ¡y ha parido más Muñoces que liberales había”, decían las coplillas de la época. Esos escándalos serían hoy impensables porque la vida ha cambiado mucho, fundamentalmente gracias al mayor avance en la sexualidad: la contracepción, que ha permitido desligar reproducción de sexo.

El 29 de septiembre de 1833 moría en Madrid Fernando VII El Deseado,  el rey felón (traidor), amante de los placeres de la mesa y de la carne, del billar y de los toros. Según el parte de defunción, víctima de una apoplejía, seguramente de una hemorragia cerebral y por intoxicación de las cantáridas y el vino usado en su tratamiento.

Octubre de 2013.

 

[1] Carlos_IV_de_Espana

[2] fernando-vii-primera-boda

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