LA REAL JODIENDA NO TIENE ENMIENDA
Capitulo IV
Chaurero n Eguerew
Su reinado es el más corto de la historia de
los reinos de España, apenas ocho meses.
Nació el 25 de agosto
de 1707 en el palacio del Buen Retiro, Madrid. Primer Borbón nacido en las Españas.
Hijo del rey Felipe V y María Luisa de Saboya. A los siete años de edad quedó
huérfano de madre. En 1709 fue proclamado príncipe de Asturias y en 1722 se
casó con Luisa Isabel de Orleans, hija de Felipe de Orleans, regente de
Francia.
Tenía diecisiete años cuando su padre abdicó a su favor el diez de enero de 1724. Felipe V quiso abdicar al trono de las Españas pues era nieto de Luís XIV de Francia aspiraba a convertirse en heredero de la corona –a pesar de la renuncia a los derechos que había asumido al ocupar el trono de los Reinos España, y en virtud de la entonces reciente muerte del duque de Orleans y heredero al trono, y la gravedad de los padecimientos de Luís XV, renacieron sus esperanzas de ocupar el trono de Francia. Luís fue proclamado Rey de las Españas con el nombre de Luís I, el nueve de febrero de 1724.
Pocos meses después de haber
ascendido al trono, enfermó gravemente de viruelas. Falleció el 31 de agosto
de
De la serie “Retratos
de
“Luís I tuvo una
infancia triste y bastante solitaria y una constitución física endeble y
enfermiza. Lo casaron con una indeseable y murió de viruela, a los 17 años.
Siguiendo la tradición,
fue educado hasta los siete años por mujeres. A esa edad su padre le puso su
propio cuarto para que fuera servido únicamente por hombres. El rey también
ordenó que empezara a ser tratado como Príncipe de Asturias aunque era sistemáticamente
ninguneado por su madrastra, Isabel de Farnesio.
La reina odiaba a los
hijos mayores de su marido tanto como quería proteger a los suyos; de ahí que
hiciera correr el rumor de que tanto Luís como Fernando eran unos chicos débiles
y enfermizos, que no vivirían mucho.
Uno
de los pasatiempos del infante cuando salía de excursión era matar culebras,
por las que Isabel de Farnesio sentía auténtica aversión y por lo único que
le felicitaba.
Sus otras diversiones
consistían en asistir a representaciones teatrales hechas siempre por hombres,
que se celebraban con motivo de la onomástica de algún miembro de la Familia
Real, y salir por la noche con sus criados disfrazado de chulapón.
Estas escapadas no eran
del todo inocentes, pues las aprovechaba para robar fruta y calar melones de las
huertas aledañas al Buen Retiro, con el consiguiente disgusto de los
hortelanos, y ya en plena pubertad para visitar casas de prostitutas situadas en
los arrabales madrileños.
El 20 de enero de 1722,
a los 15 años, el Príncipe de Asturias se casó con Luisa Isabel de Orleans en
el castillo del duque del Infantado, en Lerma. La novia fue elegida según los
intereses de Isabel de Farnesio y como cabía esperar, el matrimonio fue un auténtico
fracaso.
Cada
uno por su lado hizo su propia vida, él continuo junto con sus amigotes, escapándose
de palacio a recorrer los barrios de Madrid, y sobre todo los huertos, en época
de melones eran muy aficionados de ir a hacer la cata a los melonares madrileños,
sin miramientos, destruyendo cosechas enteras, lo mismo hacían con otras
frutas, pero los daños no eran tan graves, más de un hortelano le hubiese
aplicado a tales energúmenos lo del chiste del gitano, las aceitunas, los
melones y la guardia civil. Ya en plena pubertad alternaron esta afición con la
de ir por los arrabales madrileños en busca de prostitutas, con cargo a los
presupuestos del Imperio, ya que con su esposa tenía prohibido cohabitar…
“La
princesa de Asturias por su parte, la pobre se aburría en su jaula de cristal,
sin muchos conocimientos del idioma, quería volver a Francia, le costaba hablar
castellano y como las hormonas comenzaban a hacerle su propia “revolución
francesa”, se dedicaba a perseguir a los soldados de la guardia real, desnuda,
en bata o camisón, dicen que a muchos les enseño “francés” y ellos, en
agradecimiento, le enseñaron a ella otras técnicas amatorias, aunque la mayoría
intentaba eludir el encuentro por temor a ser pillados en el intercambio de
fluidos y porque la niña, al igual que su demente suegro, era alérgica al agua
combinada con jabón y muy aficionada a saludar con sonoras ventosidades a curas
y nobles que la miraban escandalizados. Los curas y monjes acechaban en
las esquinas de palacio para exorcizar el pecado de la francesita, se
ignora si para ir perdonándole los pecados, otros seguían al príncipe
de Asturias recomendándole resignación y continencia ante las actitudes poco
decorosas de su fogosa esposa. (pinarejorepublicaindependiente.blogspot.com)
La menor, Luisa Isabel,
tratada como mademoiselle de Montpensier, llegó a España con apenas 12 años.
Según su abuela, la joven "tenía los ojos bonitos, la piel blanca y
fina, la nariz bien hecha y la boca pequeña; sin embargo, es la persona más
desagradable que he visto en mi vida" matizaba finalmente.
Como Luís y Luisa
Isabel eran unos niños se esperó un tiempo prudencial para que consumaran el
matrimonio, permitiendo que en su primera noche de casados, validos y confesores
los vieran juntos en la cama.
El 10 de enero de 1724,
el Príncipe de Asturias fue proclamado rey por la abdicación de Felipe V. Al
nuevo monarca, de 16 años, le faltaba adquirir una formación adecuada. Quienes
lo conocían proclamaban sus buenas cualidades, pero a su vez eran públicas su
timidez, su lentitud y su pereza, heredada de su padre. Su primera decisión
consistió en restablecer la etiqueta de los Austria, que había sido suprimida
por su progenitor. Por lo demás, se dedicaba a hacer las mismas travesuras que
cuando era Príncipe de Asturias.
En cuanto a Luisa
Isabel, su templanza desapareció el mismo día que se vio convertida en reina.
Desde ese momento su desenfreno no conoció límite.
Luisa Isabel apenas se aseaba, paseaba por palacio, en bata o camisón,
exponiendo su desnudez a servidores y visitas. Su mayor entretenimiento era
lavar ropa en público y limpiar los cristales y azulejos de las galerías del
Buen Retiro. Coqueteaba sin reparo con los miembros de la guardia y los
cortesanos. Actuaba tan escandalosamente que el rey no permitía que lo acompañara
a ningún sitio.
Se
presenta ante toda la corte sucia y maloliente, se niega a utilizar ropa
interior e intenta provocar al personal exponiendo sus partes vergonzantes de un
modo sibilino.
Una de las anécdotas que más ceban su maltrecha fama ocurre en el jardín de palacio. La Reina lleva puesta nada más que una fina enagua cuando, de pronto, se le ocurre encaramarse en lo alto de una escalera de mano que apoya sobre el tronco de un manzano.
Desde allí arriba pide socorro a grandes voces. Uno de
los mayordomos acude en su auxilio, encontrándose de bruces con las posaderas
de su majestad. El mariscal Tessé manda un informe detallado a Francia:
“Estaba subida en lo alto de una escalera y nos mostraba su trasero, por no
decir otra cosa. Creyó caerse y pidió ayuda; Magny [el mayordomo] la ayudó a
bajar delante de todas las damas, pero, a menos de estar ciego, es evidente que
vio lo que no buscaba ver y que ella tiene por costumbre mostrar libremente”.
Luís llegó a sentir
tal aversión por su esposa que se alejó de ella. Además, le llegaron
comentarios de la íntima amistad que la reina mantenía con Lady Kilmarnock,
una de sus damas, mujer intrigante y ambiciosa, a quien culpaban del proceder de
la soberana. Lady Kilmarnock aconsejaba a su señora a tenor de su propio
beneficio y era la causante de que la reina abusara habitualmente del alcohol.
La viruela, una de las
enfermedades más temidas, puso fin a la vida del joven Luís I. En carta a su
padre, el 19 de agosto de 1724, escribía: “Voy a acostarme porque estoy
ronco. Esta mañana he tenido un pequeño desvanecimiento, pero ya estoy
mejor”.
Isabel de Farnesio,
frotándose las manos, pidió al doctor Huyghens un informe sobre el mal que
aquejaba el rey. El médico le aseguró que se trataba de un fuerte constipado,
pero el 21, en el cuerpo del monarca afloraron granos y pintas. El diagnóstico
fue viruela benigna, por lo que lo aislaron. Luisa Isabel, que tan mal se había
comportado, permaneció al lado de su marido hasta el 31 de agosto de 1724,
cuando el corazón le dejó de latir. Había cumplido 17 años el 25 del mismo
mes.
Luisa Isabel de
Orleans, contagiada de viruela, pasó los primeros días de viudez totalmente
sola. Tenía al pueblo en contra y se llevaba a matar con sus suegros. Dadas las
circunstancias y sumándose a éstas un conflicto diplomático entre las cortes
de Madrid y Versailles, Felipe V (presionado por la reina Isabel) decidió
buenamente devolver a la joven reina-viuda a la frontera para que regresara a
casa de sus padres. Una vez en territorio francés, la reina-viuda decidió
instalarse en un convento de París y de ahí pasó a instalarse espléndidamente en
el palacio de Luxemburgo, donde llevó una vida de desenfreno y murió en
1742, alcoholizada y cubierta de deudas.” (Retratos de
Fernando
VI
Fernando VI el Prudente, nació el 23 de septiembre de 1713 en
Madrid, siendo bautizado sin gran solemnidad en la iglesia franciscana de San
Gil, el 4 de diciembre, tercer hijo de Felipe V y de María Luisa Gabriela de
Saboya,
La infancia de Fernando estuvo marcada por el hecho de que su madre, la reina María Luisa de Saboya, falleció a los cinco meses de su nacimiento, y de que su padre contrajo nuevas nupcias siete meses después de habar enviudado con la princesa del ducado de Parma, Isabel de Farnecio, que le dio seis hijos que prosperaron —el primero fue el infante Carlos nacido el 20 de enero de 1716—. Así la nueva reina se preocupó más por la suerte y el futuro de sus propios hijos —dedicando todos sus esfuerzos en conseguirles en Italia un estado propio sobre el que pudieran reinar, lo que determinó en buena medida la política exterior de la Monarquía de Felipe V durante las décadas siguientes— que por la de sus hijastros.
Además,
el rígido protocolo de la corte impedía el contacto directo de los príncipes
con los reyes —ni comían juntos, ni asistían a actos oficiales con sus
padres—, así que Luís y Fernando se comunicaban con su padre —y con su
madrastra— a través de cartas escritas en francés, que era la lengua que
utilizaba la familia.
En
1729 se casó con Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal y de la
archiduquesa Mariana de Austria y, al igual que su padre, estuvo dominado por su
esposa. Tuvo como ministros al marqués de
Heredó el trono español
a la muerte de su padre.
Fernando no era un
hombre de gran talento, pero tenia las cualidades necesarias para ser un buen
monarca: rectitud de carácter, sentido de dignidad y saber escoger a sus
colaboradores. Su política fue la de sus ministros, muy eficaces y con
programas reformistas de gobierno como el marqués de
Con
la paz de Aquisgran, que finalizaba la guerra de sucesión austríaca, obtuvo
los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla para el infante Felipe (segundo hijo
de Isabel de Farnesio). Logró el Concordato regalista de 1753, beneficioso para
el control de
Fernando VI siguió en la línea de fomento de la cultura iniciada por
sus antecesores, con medidas que posibilitaron la penetración de
El último año de su
vida, y a consecuencia de la muerte de Carvajal, de la reina y el destierro de
Ensenada sumieron al rey en la locura, siendo recluido en Villaviciosa de Odón,
Madrid. Con una España sin rey y una administración paralizada, la monarquía
siguió funcionando hasta que llegó de Nápoles su hermanastro Carlos para
hacerse cargo del trono.
El
Castillo de Villavisiosa testigo de la demencia de Fernando VI
La
Doctora Rosa Basante Pol nos describe de excautiva el proceso de los últimos de
días de Fernando VI.
“La
apatía del Monarca y el desprecio por su vida fue, como hemos referido,
denominador común de su año de estancia en Villaviciosa. Sumido en una honda
melancolía, a los pocos días de instalarse allí comenzó a no comer, a no
salir de caza ni de sus habitaciones, y a no querer hablar con nadie, pues esto
le irritaba, volviéndose, incluso, irascible. Insultaba a los médicos, dormía
sobre dos banquetas, se reía de modo histriónico, se paseaba por las
habitaciones en condiciones impropias de cualquier persona en su sano juicio, en
calzoncillos o desnudo intentado, incluso, reiteramos, suicidarse con los
jirones de sus camisas, materializando esa obsesión que le acompañó desde su
pubertad ya que no se sobrepuso a la tristeza que le produjo la muerte de su
hermano el rey Luís I, de que la muerte podría sobrevenirle en cualquier
momento.
La
llegada del Rey, y su numeroso séquito, al castillo de Villaviciosa, exigió el
acondicionamiento de algunas de sus dependencias cuales, entre otras, las
habitaciones para su hermanastro el infante D. Luís, el cuarto del Sumiller de
Corps, al que hubo de añadir unos camaranchones para dormir los criados, la
cocina de boca, que hubo de ser reparada, de nuevo, pocos meses después porque
estaba totalmente destartalada, al igual que las estancias de los cocineros de
boca, la enfermería, en la que se colocaron dos camas de cuatro tablas cada
una, el cuarto de los guardias valones y, por supuesto, las habitaciones de S.
M. el Rey.
Los
facultativos que le acompañaron fueron los médicos de Cámara José Suñol,
Miguel Borbón, los Supernumerarios Andrés Piquer,Virgili Bernardo Araujo y
Gaspar Casal, el Honorario José Amar, el médico de Familia Pedro Sedano, el
cirujano Mayor Tomás Dupré, los de Familia Gabriel de Fonseca y Juan Antonio
de Miguel, el dentista Juan Royer, y el irlandés Purcell, el boticario Mayor,
José Martínez Toledano, el ayuda Francisco Pérez Izquierdo, el mozo de oficio
Gerónimo Delgado, el entretenido José Enciso y Parrales y un mozo ordinario.
Desde
Madrid, en 12 acémilas, se condujo la Real Botica de Jornada, para ser
depositados los utensilios y medicinas en el lugar adecuado hubieron de
colocarse:
“quatro
tramos de basares en tres andanadas de a nueve pies cada uno con nuebe anaqueles
tres a cada uno, un par de puertas con su cerco de 4 pies de alto y tres de
ancho...”
Fue
igualmente preciso comprar una mesa y desde la Corte se enviaron unas cuantas
sillas de paja para el oficio.
Como
era habitual, cuando los Reyes se ausentaban de la Corte, se llevaba hasta su
destino un botiquín, o Botica de Jornada, con los más elementales
medicamentos, sin menoscabo de que cuando era necesario desde la Real Botica de
la madrileña calle del Tesoro, o de la del Palacio del Buen Retiro, se
enviaban, bajo la responsabilidad de José Martínez Toledano, boticario Mayor,
cestas de mimbre, con sus correspondientes llaves para que nadie pudiese
adulterar las medicinas que transportaban, es decir, cestas con los medicamentos
simples y compuestos precisos, especialmente, para atender a S. M. y también a
los miembros de su séquito, lo que no impedía que en Villaviciosa se
elaboraran, artesanalmente, cuantos medicamentos galénicos fueran precisos para
aliviar, prevenir o curar las dolencias del Rey o de cualquier otro miembro de
su séquito, incluso de los empleados a su servicio que lo precisasen.
Infusiones, cocimientos, jarabes, emplastos, pomadas y tantos otros, salieron de
las manos y ocuparon las jornadas profesionales de los boticarios al servicio de
la Real Botica.
Para
ello se necesitaban una serie de aparatos y utensilios, de aquí que en junio de
1759 fueron enviados, además, desde la Real Botica cuatro vasos, de a
cuartillo, y una caja con víboras simple medicinal demandadísimo para elaborar
medicamentos cuales la Triaca Magna, que no se elaboró en Villaviciosa, pero si
los caldos medicinales muchos de los cuales incluían las víboras.
La
enfermedad del cerebro que cursaba con demencia mortal, según el propio diagnóstico
médico, neurosis maniaco-depresiva, demencia o síndrome bipolar en terminología
actual, no fue la única disfunción que aquejó al Rey que había padecido,
entre otras, viruelas, fiebres tercianas, neuralgias, enfermedades héticas y
muchas más.
Bien
es cierto que las patologías de su cerebro, su demencia, posiblemente
hereditaria, unida a otras múltiples, le provocaron, a partir de la muerte de Bárbara
de Braganza, una gran disfunción general: retención de líquidos, impidiéndole
orinar, que se manifestaban, además, en una inflamación de las piernas, volviéndole
inapetente, negándose por ello a comer, tan sólo ingería chocolate, compotas
de diversas frutas y caldos, lo que unido a un estreñimiento casi crónico, pasó
varias semanas sin defecar, con una hernia que sujetaba con un braguero, una
alferecía que le hacía perder el sentido, junto a un insomnio que no le permitía
descansar, fue motivo de preocupación de los médicos de Cámara, y demás
facultativos, que fueron llamados para asistirle cuya errática, aunque tal vez
acorde a su escasa preparación, respuesta terapéutica, fue la aplicación de
purgas, lavativas, caldos, aguas, cocimientos, remedios cefálicos, preparados
espirituosos y sangrías, como imprescindible recurso terapéutico, que aunque
muy del desagrado del Monarca, se le aplicaban mediante sanguijuelas colocadas,
generalmente, en los tobillos, al igual que lo habían hecho, en éste y otros
lugares cual el ano, en el maltrecho cuerpo de S. M. la Reina.
Medicamentos
simples, el maná, el chocolate, las víboras y la horchata, y compuestos cuales
la leche de tierra, el cocimiento blanco, el agua de saúco, en paños para
rebajar la hinchazón de las piernas, medicamentos cefálicos y, como no, láudanos
espirituosos, para mitigar los dolores, junto a placebos, constituyeron, con
muchos otros que le fueron aplicados incluso en contra de su voluntad, pues se
negaba a tomar la medicación prescrita por sus médicos Amar y Purcel a los que
intentaba, con demasiada frecuencia como ha quedado dicho, en sus ataques de
rabia, agredir físicamente.
La
farmacia simbólica estaba presente, y como era habitual en los anteriores
monarcas, la medicina credencial, y sobre todo la no ingerencia de la Ciencia en
la creencia, demandaba la presencia de reliquias a las que implorar su ayuda en
caso tan extremo.
Ante
tan grave situación, a finales de diciembre, se temió por su vida y aunque la
opinión de los facultativos fue que su estado mental era preocupante, e incluso
mortal, el organismo podía, como así fue, aguantar todavía varios meses más.
El
desgobierno era obvio y la situación política se deterioraba a pasos
agigantados. El Rey demenciado no podía controlar sus actos, y menos a su
Gobierno, algo muy grave pues el descontrol de la Nación era evidente, en
beneficio de otros encubiertos o espurios intereses. No obstante las maniobras
del Secretario de Estado, Ricardo Wall y “la Parmesana” iban dirigidas a
conseguir la inhabilitación de S. M., y de este modo hacerse ellos con las
riendas del poder, algo que no lograron, pues el Consejo de Castilla se negó a
participar en algo semejante, pues como era previsible no todos eran afectos a
“la Parmesana”.
Los
contrarios a las pretensiones de la Reina Viuda manejaron, incluso, la
posibilidad de que el Rey contrajese un nuevo matrimonio que les permitiese, de
este modo, albergar esperanzas de que una nueva esposa pudiera darle un heredero
de la Corona, pues el Monarca, evidentemente y más en su época, no había sido
el culpable de no haber tenido descendencia con María Bárbara de Braganza, el
Rey era varón sano, a pesar de su criptorquidia, y un segundo matrimonio era lo
más adecuado para poder tener descendencia y dar al traste con las pretensiones
de “la Parmesana”, y de este modo ni siquiera llegaría a ser rey de España
su adorado hijo Carlos, rey de Nápoles.
A
semejante propuesta Ricardo Wall se opuso con total firmeza, no veía con buenos
ojos, ni necesario, buscar una nueva esposa a S. M. demostrando con ello que no
deseaba perder el poder del que estaba disfrutando y sobre todo su, sibilina,
adhesión a la Reina Viuda.
De estas
luchas por el poder se lograron resultados, por algunos deseados, cual el
testamento de Fernando VI, otorgado no en plenas condiciones mentales, pues el
Soberano demenciado tal vez no tenía capacidad real de obrar y de hecho él no
firmó tan importante documento que, a todas luces, hoy día este acto sería,
al menos, cuestionable, pues el testador era el Rey, no cualquier persona por
importante que ésta fuera, y de sus últimas voluntades dependería el destino
de sus Reinos.
A pesar
de lo dicho, como era esperado, todos aceptaron la decisión Real, sin reparo
alguno, especialmente los ávidos de prebendas, a fin de poder conciliar
posturas diferentes y no perder privilegio alguno.” (Doctora
Rosa Basante Pol, 2010)
Fernando VI, falleció
sin descendientes, el 10 de agosto de 1759, con cuarenta y cinco años de edad y
trece de reinado.
Carlos
III
Hijo de Felipe V y de su
segunda esposa, Isabel de Farnesio, nació en Madrid el 20 de enero de 1716.
En 1731 fue nombrado
duque de Parma y Toscana, y entre 1735 y 1759 fue rey de Nápoles. En 1759
sucedió a su hermanastro Fernando VI en el trono
de los reinos de las Españas, cargo que ocupará hasta su muerte.
La infancia del infante
Carlos se desarrolló sin sobresaltos ni rasgos importantes. De naturaleza tímida,
callado y muy responsable, se situó siempre en un plano secundario, dejando el
protagonismo a sus hermanastros que estaban destinados a reinar.
Era el
tercer hijo de Felipe V, primero que tuvo con su segunda mujer, Isabel de
Farnesio, por lo que fue su hermanastro Fernando VI, quien sucedió a su padre
en el Trono español.
Recordemos que en enero
de 1724, Felipe V abdicó en favor de su hijo primogénito, el príncipe de
Asturias Luís I, que sólo llegó a reinar siete meses tras un ataque repentino
de viruela.
“Esta
circunstancia hizo surgir en la reina consorte ciertas esperanzas de que un día
pudiera reinar su hijo Carlos. El segundo hijo de Felipe V, el infante Felipe,
había muerto anteriormente muy joven, por lo que tan sólo quedaba Fernando
como heredero al trono. Por todo ello, Isabel de Farnesio, aunque Felipe V ya
mostraba evidentes signos de demencia, evitó que Fernando sucediese a Luis, y
obligó a Felipe V a retomar el trono, asegurándose de esa forma dos objetivos:
primero, seguir ejerciendo ella el poder sobre un cada vez más degenerado y
pusilánime monarca; y en segundo lugar, albergar aún posibilidades sobre la
ocupación del trono de su hijo Carlos, toda vez que la salud del nuevo príncipe
de Asturias se resentía muy a menudo. De todas estas circunstancias, se puede
colegir que el segundo período del reinado de Felipe V estuvo totalmente
dominado por la reina Isabel de Farnesio, quien tenía total libertad para poder
realizar sus designios a sus anchas.” (Carlos Herráiz García)
Ambiciosa reina consorte era hija de los duques de Parma, Eduardo III y
Sofía Dorotea de Neoburgo, se casó con Felipe V en 1714. Mujer alta y bien
formada, con buen aire y ojos de cierta espiritualidad, aunque la viruela le ha
quitado muchos encantos; astuta, versada en idiomas, gustosa de la política y
preocupada por todas las actividades artísticas e intelectuales consiguió
imponer su voluntad al monarca español, realizando una intensa labor destinada
a que sus hijos gobernaran en territorios italianos.
Las muertes sucesivas
de su hermano mayor, Alejandro Ignacio el 5 de agosto de 1693) y de su padre el
6 de septiembre de 1693, la dejan como la tercera en la línea sucesoria del
ducado de Parma.
De Isabel Farnesio, el
rey Federico II de Prusia escribió: “
El carácter de esta mujer singular estaba formado por la soberbia de un espartano, la tozudez de un inglés, la sutileza italiana y la vivacidad francesa.
Andaba
audazmente hacia la realización de sus propósitos; nada la sorprendía, nada
podía detenerla...”
Autoritaria
y con gran carácter, Isabel de Farnesio, cuyo peso en la corte fue aumentando
en los últimos años de reinado de su marido, más retraído y ensimismado a
medida que envejecía. Fue una autentica madrastra en el peor sentido de la
palabra, no hay nada claro de las circunstancias de como contrajo la viruela su
hijastro Luís I, siempre hubo sospechas fundadas o no contra la reina madre, a
la muerte de su marido, intento hacer valer los derechos de sus hijos contra su
hijastro Fernando VI, se convirtió en una pesadilla para sus hijastros, a los
que nunca estimó, al considerarlos rivales de sus propios hijos en su carrera
hacia el trono.
Retomando
el tema de Carlos III la llegada al trono de este monarca, significó un cambio
en las costumbres de
Consta que a Carlos III le costó bastante abandonar sus posesiones
italianas. Allí habían nacido sus trece hijos, allí había gozado de una
apacible y feliz vida hogareña con su esposa, la pacifista María Amalia de
Sajonia.
No hace mucho tiempo,
el historiador Luís Español, mientras buscaba documentación sobre cuestiones
relativas a
Con todo detalle, el
joven soberano, enamoradísimo de su mujer, narra las alegrías de la vida
conyugal y los pormenores de los primeros encuentros carnales entre los esposos,
un joven de 22 años y una muchacha de 13 que todavía no era núbil. El
documento permite descubrir la personalidad del monarca y la propia mentalidad
de la época acerca de los asuntos privados.
María Amalia de Sajonia fue la elegida por Isabel Farnesio como esposa para su hijo Carlos. Cuando el futuro monarca y la hija del rey de Polonia se conocieron sintieron un flechazo instantáneo.
Al poco del encuentro
Carlos escribió a sus padres: “Nos acostamos a las nueve de la noche.
Temblábamos los dos pero empezamos a besarnos y enseguida estuve listo y al
cabo de un cuarto de hora la rompí. Desde entonces, lo hemos hecho dos veces
por noche y siempre nos corremos al mismo tiempo porque el uno espera al
otro”.
Cabe señalar, que
cuando consumaron el matrimonio, María Amalia todavía no había tenido su
primera menstruación.
A los pocos meses de la
boda, María Amalia contrajo la viruela que le dejó feas marcas en
la cara.
“En 1740 nació el
primero de sus trece hijos. Los tuvo en dieciocho años.
Cinco de ellos murieron a los pocos años. María Amalia fue una buena
madre. Se ocupaba de la educación y crianza de sus hijos y la muerte de cada
uno de ellos era un duro golpe para ella.
En 1747 nació el sexto
hijo de los reyes y fue el primer varón,
Felipe.
Aunque la sucesión parecía asegurada pronto quedó claro que el pequeño tenía
fuertes deficiencias mentales. Tras este nacimiento, el rey hizo que María
Amalia participase en los consejos de estado y que estuviese al
tanto de las decisiones que se tomaban.
Unos años antes
María Amalia
había sufrido una caída al montar un caballo. Desde entonces su salud se vio
resentida. Sumando a ello que no se encontraba a gusto en España y echaba de
menos Nápoles, esto tampoco ayudó a que mejorara. Durante el verano de 1760 su
salud empeoró. Tenía problemas respiratorios, tos y debilidad. Murió en
septiembre de ese mismo año. Tenía treinta y cinco años.” (María José
Rubio, 2009).
En esta colonia de
Canarias el Cabildo de Chinech (Tenerife) recibió la noticia del fallecimiento
de esta reina el 17 de enero de 1761 y quedó recogida en los siguientes términos:
“Haviendo
muerto ntra. amada Reyna
D.” Maria
Amelia de Saxonia
el 27 Sept.e del año
pas. de 1760, llego
esta triste
noticia en carta,
que se leyó en Cabildo
de 17 de
Enero de
este, con cuyo aviso
se determinó
participarlo aquel
dia á
las Parroquias
i Conv.tos paraq.e hiziessen seiía,
i á
los V.es
Vicarios, paraque convocassen
á los
Beneficiados i
Curas de
La política interna de
su reinado se caracterizó por el apoyo prestado a los reformistas: Carlos III
es el máximo representante del despotismo ilustrado en España. Creó la orden
de su nombre y se rodeó de excelentes ministros, como Esquilache, Grimaldi,
Campomanes, Floridablanca y Aranda.
Superado el
“motín de Esquilache” (1766), que fue un estallido tradicionalista
instigado por la nobleza y el clero contra los aires renovadores que traía
Carlos III, se extendería un reinado largo y fructífero. En cuanto a la política
exterior, el tercer Pacto de Familia firmado con Francia en 1761 alineó a España
con Francia en su conflicto permanente con Gran Bretaña. Ello llevó a España
a intervenir en
Entroncado este reinado
en pleno desarrollo de
La apertura del
comercio de Ultramar o la supresión de los “oficios viles”. En 1767, 1770 y
1772, sendos decretos reales afirmaban la progresiva idea de que el trabajo, el
hecho de trabajar, no implicaba la pérdida de la hidalguía, decretos que
atacaban directamente una tradicional y perniciosa convicción española:
“trabajar no es trato de nobles”.
Como ha señalado José
Luís Comellas, si el primer periodo carolino se vio concentrado en reformas
económicas e higiénicas, el segundo (que va aproximadamente de 1770 a 1782) se
caracterizó por una preferente atención por las reformas necesarias para la
implantación de la libertad de comercio. El tercer período, dentro de la
clasificación de Comellas, entre 1785 y 1789, se concentró en la reforma
agraria.
Puso coto a
los poderes de la Iglesia, recortando la jurisdicción de la Inquisición y
limitando -como aconsejaban las doctrinas económicas más modernas- la
adquisición de bienes raíces por las “manos muertas”; en esa pugna por
afirmar la soberanía estatal expulsó de España a los jesuitas en 1767. Fomentó
la colonización de territorios despoblados, especialmente en la zona de Sierra
Morena, donde las “Nuevas Poblaciones” contribuyeron a erradicar el
bandolerismo, facilitando las comunicaciones entre Andalucía y la Meseta.
Reorganizó el ejército, al que dotó de unas ordenanzas (1768) destinadas a
perdurar hasta el siglo XX. Muere en
diciembre de 1788.
Octubre de 2013.
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