LA REAL JODIENDA NO TIENE ENMIENDA

Capitulo IV

 

Chaurero n Eguerew

Luís I “El Bien Amado”

 

Su reinado es el más corto de la historia de los reinos de España, apenas ocho meses.

Nació el 25 de agosto de 1707 en el palacio del Buen Retiro, Madrid. Primer Borbón nacido en las Españas. Hijo del rey Felipe V y María Luisa de Saboya. A los siete años de edad quedó huérfano de madre. En 1709 fue proclamado príncipe de Asturias y en 1722 se casó con Luisa Isabel de Orleans, hija de Felipe de Orleans, regente de Francia.

Tenía diecisiete años cuando su padre abdicó a su favor el diez de enero de 1724. Felipe V quiso abdicar al trono de las Españas pues era nieto de Luís XIV de Francia aspiraba  a convertirse en heredero de la corona –a pesar de la renuncia a los derechos que había asumido al ocupar el trono de los Reinos España, y en virtud de la entonces reciente muerte del duque de Orleans y heredero al trono, y la gravedad de los padecimientos de Luís XV, renacieron sus esperanzas de ocupar el trono de Francia. Luís fue proclamado Rey de las Españas con el nombre de Luís I, el nueve de febrero de 1724.

Pocos meses después de haber ascendido al trono, enfermó gravemente de viruelas. Falleció el 31 de agosto de 1724, a siete meses de haber asumido el trono. Su padre, Felipe V retomó la corona por influencia de su segunda esposa, Isabel de Farnesio.

De la serie “Retratos de la Historia ” reproducimos las notas siguientes, en torno a la figura de este Borbón cuyo reinado fue ciertamente fugaz y atormentado:

“Luís I tuvo una infancia triste y bastante solitaria y una constitución física endeble y enfermiza. Lo casaron con una indeseable y murió de viruela, a los 17 años.

Siguiendo la tradición, fue educado hasta los siete años por mujeres. A esa edad su padre le puso su propio cuarto para que fuera servido únicamente por hombres. El rey también ordenó que empezara a ser tratado como Príncipe de Asturias aunque era sistemáticamente ninguneado por su madrastra, Isabel de Farnesio.

La reina odiaba a los hijos mayores de su marido tanto como quería proteger a los suyos; de ahí que hiciera correr el rumor de que tanto Luís como Fernando eran unos chicos débiles y enfermizos, que no vivirían mucho.

Uno de los pasatiempos del infante cuando salía de excursión era matar culebras, por las que Isabel de Farnesio sentía auténtica aversión y por lo único que le felicitaba.

Sus otras diversiones consistían en asistir a representaciones teatrales hechas siempre por hombres, que se celebraban con motivo de la onomástica de algún miembro de la Familia Real, y salir por la noche con sus criados disfrazado de chulapón.

Estas escapadas no eran del todo inocentes, pues las aprovechaba para robar fruta y calar melones de las huertas aledañas al Buen Retiro, con el consiguiente disgusto de los hortelanos, y ya en plena pubertad para visitar casas de prostitutas situadas en los arrabales madrileños.

El 20 de enero de 1722, a los 15 años, el Príncipe de Asturias se casó con Luisa Isabel de Orleans en el castillo del duque del Infantado, en Lerma. La novia fue elegida según los intereses de Isabel de Farnesio y como cabía esperar, el matrimonio fue un auténtico fracaso.

Cada uno por su lado hizo su propia vida, él continuo junto con sus amigotes, escapándose de palacio a recorrer los barrios de Madrid, y sobre todo los huertos, en época de melones eran muy aficionados de ir a hacer la cata a los melonares madrileños, sin miramientos, destruyendo cosechas enteras, lo mismo hacían con otras frutas, pero los daños no eran tan graves, más de un hortelano le hubiese aplicado a tales energúmenos lo del chiste del gitano, las aceitunas, los melones y la guardia civil. Ya en plena pubertad alternaron esta afición con la de ir por los arrabales madrileños en busca de prostitutas, con cargo a los presupuestos del Imperio, ya que con su esposa tenía prohibido cohabitar…

 

“La princesa de Asturias por su parte, la pobre se aburría en su jaula de cristal, sin muchos conocimientos del idioma, quería volver a Francia, le costaba hablar castellano y como las hormonas comenzaban a hacerle su propia “revolución francesa”, se dedicaba a perseguir a los soldados de la guardia real, desnuda, en bata o camisón, dicen que a muchos les enseño “francés” y ellos, en agradecimiento, le enseñaron a ella otras técnicas amatorias, aunque la mayoría intentaba eludir el encuentro por temor a ser pillados en el intercambio de fluidos y porque la niña, al igual que su demente suegro, era alérgica al agua combinada con jabón y muy aficionada a saludar con sonoras ventosidades a curas y nobles que la miraban escandalizados.  Los curas y monjes acechaban en las esquinas de palacio  para exorcizar el pecado de la francesita, se ignora si para ir perdonándole los pecados, otros  seguían al príncipe de Asturias recomendándole resignación y continencia ante las actitudes poco decorosas de su fogosa esposa. (pinarejorepublicaindependiente.blogspot.com)

La menor, Luisa Isabel, tratada como mademoiselle de Montpensier, llegó a España con apenas 12 años. Según su abuela, la joven "tenía los ojos bonitos, la piel blanca y fina, la nariz bien hecha y la boca pequeña; sin embargo, es la persona más desagradable que he visto en mi vida" matizaba finalmente.

Como Luís y Luisa Isabel eran unos niños se esperó un tiempo prudencial para que consumaran el matrimonio, permitiendo que en su primera noche de casados, validos y confesores los vieran juntos en la cama.

El 10 de enero de 1724, el Príncipe de Asturias fue proclamado rey por la abdicación de Felipe V. Al nuevo monarca, de 16 años, le faltaba adquirir una formación adecuada. Quienes lo conocían proclamaban sus buenas cualidades, pero a su vez eran públicas su timidez, su lentitud y su pereza, heredada de su padre. Su primera decisión consistió en restablecer la etiqueta de los Austria, que había sido suprimida por su progenitor. Por lo demás, se dedicaba a hacer las mismas travesuras que cuando era Príncipe de Asturias.

En cuanto a Luisa Isabel, su templanza desapareció el mismo día que se vio convertida en reina. Desde ese momento su desenfreno no conoció límite. La Soberana trataba a su marido con desdén, desoía los consejos que le daba y sentía un desprecio total y sistemático hacia la etiqueta y el sentir de los españoles.  

Luisa Isabel apenas se aseaba, paseaba por palacio, en bata o camisón, exponiendo su desnudez a servidores y visitas. Su mayor entretenimiento era lavar ropa en público y limpiar los cristales y azulejos de las galerías del Buen Retiro. Coqueteaba sin reparo con los miembros de la guardia y los cortesanos. Actuaba tan escandalosamente que el rey no permitía que lo acompañara a ningún sitio.

Se presenta ante toda la corte sucia y maloliente, se niega a utilizar ropa interior e intenta provocar al personal exponiendo sus partes vergonzantes de un modo sibilino.

Una de las anécdotas que más ceban su maltrecha fama ocurre en el jardín de palacio. La Reina lleva puesta nada más que una fina enagua cuando, de pronto, se le ocurre encaramarse en lo alto de una escalera de mano que apoya sobre el tronco de un manzano.

Desde allí arriba pide socorro a grandes voces. Uno de los mayordomos acude en su auxilio, encontrándose de bruces con las posaderas de su majestad. El mariscal Tessé manda un informe detallado a Francia: “Estaba subida en lo alto de una escalera y nos mostraba su trasero, por no decir otra cosa. Creyó caerse y pidió ayuda; Magny [el mayordomo] la ayudó a bajar delante de todas las damas, pero, a menos de estar ciego, es evidente que vio lo que no buscaba ver y que ella tiene por costumbre mostrar libremente”.

Luís llegó a sentir tal aversión por su esposa que se alejó de ella. Además, le llegaron comentarios de la íntima amistad que la reina mantenía con Lady Kilmarnock, una de sus damas, mujer intrigante y ambiciosa, a quien culpaban del proceder de la soberana. Lady Kilmarnock aconsejaba a su señora a tenor de su propio beneficio y era la causante de que la reina abusara habitualmente del alcohol.

La viruela, una de las enfermedades más temidas, puso fin a la vida del joven Luís I. En carta a su padre, el 19 de agosto de 1724, escribía: “Voy a acostarme porque estoy ronco. Esta mañana he tenido un pequeño desvanecimiento, pero ya estoy mejor”.

Isabel de Farnesio, frotándose las manos, pidió al doctor Huyghens un informe sobre el mal que aquejaba el rey. El médico le aseguró que se trataba de un fuerte constipado, pero el 21, en el cuerpo del monarca afloraron granos y pintas. El diagnóstico fue viruela benigna, por lo que lo aislaron. Luisa Isabel, que tan mal se había comportado, permaneció al lado de su marido hasta el 31 de agosto de 1724, cuando el corazón le dejó de latir. Había cumplido 17 años el 25 del mismo mes.

Luisa Isabel de Orleans, contagiada de viruela, pasó los primeros días de viudez totalmente sola. Tenía al pueblo en contra y se llevaba a matar con sus suegros. Dadas las circunstancias y sumándose a éstas un conflicto diplomático entre las cortes de Madrid y Versailles, Felipe V (presionado por la reina Isabel) decidió buenamente devolver a la joven reina-viuda a la frontera para que regresara a casa de sus padres. Una vez en territorio francés, la reina-viuda decidió instalarse en un convento de París y de ahí pasó a instalarse espléndidamente en el palacio de Luxemburgo, donde llevó una vida de desenfreno y murió en 1742, alcoholizada y cubierta de deudas.” (Retratos de la Historia )

Fernando VI

Fernando VI el Prudente, nació el 23 de septiembre de 1713 en Madrid, siendo bautizado sin gran solemnidad en la iglesia franciscana de San Gil, el 4 de diciembre, tercer hijo de Felipe V y de María Luisa Gabriela de Saboya,

La infancia de Fernando estuvo marcada por el hecho de que su madre, la reina María Luisa de Saboya, falleció a los cinco meses de su nacimiento, y de que su padre contrajo nuevas nupcias siete meses después de habar enviudado con la princesa del ducado de Parma, Isabel de Farnecio, que le dio seis hijos que prosperaron —el primero fue el infante Carlos nacido el 20 de enero de 1716—. Así la nueva reina se preocupó más por la suerte y el futuro de sus propios hijos —dedicando todos sus esfuerzos en conseguirles en Italia un estado propio sobre el que pudieran reinar, lo que determinó en buena medida la política exterior de la Monarquía de Felipe V durante las décadas siguientes— que por la de sus hijastros. 

Además, el rígido protocolo de la corte impedía el contacto directo de los príncipes con los reyes —ni comían juntos, ni asistían a actos oficiales con sus padres—, así que Luís y Fernando se comunicaban con su padre —y con su madrastra— a través de cartas escritas en francés, que era la lengua que utilizaba la familia.

En 1729 se casó con Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal y de la archiduquesa Mariana de Austria y, al igual que su padre, estuvo dominado por su esposa. Tuvo como ministros al marqués de la Ensenada , que ejerció varias secretarías; José de Carvajal como secretario de Estado; o el jesuita Francisco Rávago, confesor real. Mantuvo la paz y neutralidad, frente a las solicitaciones de Francia e Inglaterra.

Heredó el trono español a la muerte de su padre.

Fernando no era un hombre de gran talento, pero tenia las cualidades necesarias para ser un buen monarca: rectitud de carácter, sentido de dignidad y saber escoger a sus colaboradores. Su política fue la de sus ministros, muy eficaces y con programas reformistas de gobierno como el marqués de la Ensenada , -partidario de la alianza francesa-, que ejerció varias secretarías; José de Carvajal, -partidario de la unión con Inglaterra-, como secretario de Estado; o el jesuita Francisco Rávago como confesor real.

Con la paz de Aquisgran, que finalizaba la guerra de sucesión austríaca, obtuvo los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla para el infante Felipe (segundo hijo de Isabel de Farnesio). Logró el Concordato regalista de 1753, beneficioso para el control de la Iglesia puesto que atribuía al rey el patronato universal.

Fernando VI siguió en la línea de fomento de la cultura iniciada por sus antecesores, con medidas que posibilitaron la penetración de la Ilustración y la ruptura definitiva del aislamiento en que estuvo sumida España desde 1559. Prueba de ello, fue, entre otras, la fundación de la Academia de San Fernando de Bellas Artes en 1752. Para las colonias no mantuvo la misma política educativa, en el caso de la colonia de Canarias en el año 1747 ordena el cierre de la Universidad de letras de San Agustín que venía funcionando en la ciudad de La Laguna en la Isla Chinech (Tenerife).

El último año de su vida, y a consecuencia de la muerte de Carvajal, de la reina y el destierro de Ensenada sumieron al rey en la locura, siendo recluido en Villaviciosa de Odón, Madrid. Con una España sin rey y una administración paralizada, la monarquía siguió funcionando hasta que llegó de Nápoles su hermanastro Carlos para hacerse cargo del trono.

El Castillo de Villavisiosa testigo de la demencia de Fernando VI

 

La Doctora Rosa Basante Pol nos describe de excautiva el proceso de los últimos de días de Fernando VI.

 

“La apatía del Monarca y el desprecio por su vida fue, como hemos referido, denominador común de su año de estancia en Villaviciosa. Sumido en una honda melancolía, a los pocos días de instalarse allí comenzó a no comer, a no salir de caza ni de sus habitaciones, y a no querer hablar con nadie, pues esto le irritaba, volviéndose, incluso, irascible. Insultaba a los médicos, dormía sobre dos banquetas, se reía de modo histriónico, se paseaba por las habitaciones en condiciones impropias de cualquier persona en su sano juicio, en calzoncillos o desnudo intentado, incluso, reiteramos, suicidarse con los jirones de sus camisas, materializando esa obsesión que le acompañó desde su pubertad ya que no se sobrepuso a la tristeza que le produjo la muerte de su hermano el rey Luís I, de que la muerte podría sobrevenirle en cualquier momento.

 

La llegada del Rey, y su numeroso séquito, al castillo de Villaviciosa, exigió el acondicionamiento de algunas de sus dependencias cuales, entre otras, las habitaciones para su hermanastro el infante D. Luís, el cuarto del Sumiller de Corps, al que hubo de añadir unos camaranchones para dormir los criados, la cocina de boca, que hubo de ser reparada, de nuevo, pocos meses después porque estaba totalmente destartalada, al igual que las estancias de los cocineros de boca, la enfermería, en la que se colocaron dos camas de cuatro tablas cada una, el cuarto de los guardias valones y, por supuesto, las habitaciones de S. M. el Rey.

 

Los facultativos que le acompañaron fueron los médicos de Cámara José Suñol, Miguel Borbón, los Supernumerarios Andrés Piquer,Virgili Bernardo Araujo y Gaspar Casal, el Honorario José Amar, el médico de Familia Pedro Sedano, el cirujano Mayor Tomás Dupré, los de Familia Gabriel de Fonseca y Juan Antonio de Miguel, el dentista Juan Royer, y el irlandés Purcell, el boticario Mayor, José Martínez Toledano, el ayuda Francisco Pérez Izquierdo, el mozo de oficio Gerónimo Delgado, el entretenido José Enciso y Parrales y un mozo ordinario.

 

Desde Madrid, en 12 acémilas, se condujo la Real Botica de Jornada, para ser depositados los utensilios y medicinas en el lugar adecuado hubieron de colocarse:

“quatro tramos de basares en tres andanadas de a nueve pies cada uno con nuebe anaqueles tres a cada uno, un par de puertas con su cerco de 4 pies de alto y tres de

ancho...”

 

Fue igualmente preciso comprar una mesa y desde la Corte se enviaron unas cuantas sillas de paja para el oficio.

 

Como era habitual, cuando los Reyes se ausentaban de la Corte, se llevaba hasta su destino un botiquín, o Botica de Jornada, con los más elementales medicamentos, sin menoscabo de que cuando era necesario desde la Real Botica de la madrileña calle del Tesoro, o de la del Palacio del Buen Retiro, se enviaban, bajo la responsabilidad de José Martínez Toledano, boticario Mayor, cestas de mimbre, con sus correspondientes llaves para que nadie pudiese adulterar las medicinas que transportaban, es decir, cestas con los medicamentos simples y compuestos precisos, especialmente, para atender a S. M. y también a los miembros de su séquito, lo que no impedía que en Villaviciosa se elaboraran, artesanalmente, cuantos medicamentos galénicos fueran precisos para aliviar, prevenir o curar las dolencias del Rey o de cualquier otro miembro de su séquito, incluso de los empleados a su servicio que lo precisasen. Infusiones, cocimientos, jarabes, emplastos, pomadas y tantos otros, salieron de las manos y ocuparon las jornadas profesionales de los boticarios al servicio de la Real Botica.

 

Para ello se necesitaban una serie de aparatos y utensilios, de aquí que en junio de 1759 fueron enviados, además, desde la Real Botica cuatro vasos, de a cuartillo, y una caja con víboras simple medicinal demandadísimo para elaborar medicamentos cuales la Triaca Magna, que no se elaboró en Villaviciosa, pero si los caldos medicinales muchos de los cuales incluían las víboras.

 

La enfermedad del cerebro que cursaba con demencia mortal, según el propio diagnóstico médico, neurosis maniaco-depresiva, demencia o síndrome bipolar en terminología actual, no fue la única disfunción que aquejó al Rey que había padecido, entre otras, viruelas, fiebres tercianas, neuralgias, enfermedades héticas y muchas más.

 

Bien es cierto que las patologías de su cerebro, su demencia, posiblemente hereditaria, unida a otras múltiples, le provocaron, a partir de la muerte de Bárbara de Braganza, una gran disfunción general: retención de líquidos, impidiéndole orinar, que se manifestaban, además, en una inflamación de las piernas, volviéndole inapetente, negándose por ello a comer, tan sólo ingería chocolate, compotas de diversas frutas y caldos, lo que unido a un estreñimiento casi crónico, pasó varias semanas sin defecar, con una hernia que sujetaba con un braguero, una alferecía que le hacía perder el sentido, junto a un insomnio que no le permitía descansar, fue motivo de preocupación de los médicos de Cámara, y demás facultativos, que fueron llamados para asistirle cuya errática, aunque tal vez acorde a su escasa preparación, respuesta terapéutica, fue la aplicación de purgas, lavativas, caldos, aguas, cocimientos, remedios cefálicos, preparados espirituosos y sangrías, como imprescindible recurso terapéutico, que aunque muy del desagrado del Monarca, se le aplicaban mediante sanguijuelas colocadas, generalmente, en los tobillos, al igual que lo habían hecho, en éste y otros lugares cual el ano, en el maltrecho cuerpo de S. M. la Reina.

 

Medicamentos simples, el maná, el chocolate, las víboras y la horchata, y compuestos cuales la leche de tierra, el cocimiento blanco, el agua de saúco, en paños para rebajar la hinchazón de las piernas, medicamentos cefálicos y, como no, láudanos espirituosos, para mitigar los dolores, junto a placebos, constituyeron, con muchos otros que le fueron aplicados incluso en contra de su voluntad, pues se negaba a tomar la medicación prescrita por sus médicos Amar y Purcel a los que intentaba, con demasiada frecuencia como ha quedado dicho, en sus ataques de rabia, agredir físicamente.

 

La farmacia simbólica estaba presente, y como era habitual en los anteriores monarcas, la medicina credencial, y sobre todo la no ingerencia de la Ciencia en la creencia, demandaba la presencia de reliquias a las que implorar su ayuda en caso tan extremo.

 

Ante tan grave situación, a finales de diciembre, se temió por su vida y aunque la opinión de los facultativos fue que su estado mental era preocupante, e incluso mortal, el organismo podía, como así fue, aguantar todavía varios meses más.

 

El desgobierno era obvio y la situación política se deterioraba a pasos agigantados. El Rey demenciado no podía controlar sus actos, y menos a su Gobierno, algo muy grave pues el descontrol de la Nación era evidente, en beneficio de otros encubiertos o espurios intereses. No obstante las maniobras del Secretario de Estado, Ricardo Wall y “la Parmesana” iban dirigidas a conseguir la inhabilitación de S. M., y de este modo hacerse ellos con las riendas del poder, algo que no lograron, pues el Consejo de Castilla se negó a participar en algo semejante, pues como era previsible no todos eran afectos a “la Parmesana”.

 

Los contrarios a las pretensiones de la Reina Viuda manejaron, incluso, la posibilidad de que el Rey contrajese un nuevo matrimonio que les permitiese, de este modo, albergar esperanzas de que una nueva esposa pudiera darle un heredero de la Corona, pues el Monarca, evidentemente y más en su época, no había sido el culpable de no haber tenido descendencia con María Bárbara de Braganza, el Rey era varón sano, a pesar de su criptorquidia, y un segundo matrimonio era lo más adecuado para poder tener descendencia y dar al traste con las pretensiones de “la Parmesana”, y de este modo ni siquiera llegaría a ser rey de España su adorado hijo Carlos, rey de Nápoles.

 

A semejante propuesta Ricardo Wall se opuso con total firmeza, no veía con buenos ojos, ni necesario, buscar una nueva esposa a S. M. demostrando con ello que no deseaba perder el poder del que estaba disfrutando y sobre todo su, sibilina, adhesión a la Reina Viuda.

 

De estas luchas por el poder se lograron resultados, por algunos deseados, cual el testamento de Fernando VI, otorgado no en plenas condiciones mentales, pues el Soberano demenciado tal vez no tenía capacidad real de obrar y de hecho él no firmó tan importante documento que, a todas luces, hoy día este acto sería, al menos, cuestionable, pues el testador era el Rey, no cualquier persona por importante que ésta fuera, y de sus últimas voluntades dependería el destino de sus Reinos.

 

A pesar de lo dicho, como era esperado, todos aceptaron la decisión Real, sin reparo alguno, especialmente los ávidos de prebendas, a fin de poder conciliar posturas diferentes y no perder privilegio alguno.” (Doctora Rosa Basante Pol, 2010)

Fernando VI, falleció sin descendientes, el 10 de agosto de 1759, con cuarenta y cinco años de edad y trece de reinado.

Carlos III

 

Hijo de Felipe V y de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, nació en Madrid el 20 de enero de 1716.

En 1731 fue nombrado duque de Parma y Toscana, y entre 1735 y 1759 fue rey de Nápoles. En 1759 sucedió a su hermanastro Fernando VI en el trono  de los reinos de las Españas, cargo que ocupará hasta su muerte.

La infancia del infante Carlos se desarrolló sin sobresaltos ni rasgos importantes. De naturaleza tímida, callado y muy responsable, se situó siempre en un plano secundario, dejando el protagonismo a sus hermanastros que estaban destinados a reinar.

Era el tercer hijo de Felipe V, primero que tuvo con su segunda mujer, Isabel de Farnesio, por lo que fue su hermanastro Fernando VI, quien sucedió a su padre en el Trono español.

Recordemos que en enero de 1724, Felipe V abdicó en favor de su hijo primogénito, el príncipe de Asturias Luís I, que sólo llegó a reinar siete meses tras un ataque repentino de viruela.

“Esta circunstancia hizo surgir en la reina consorte ciertas esperanzas de que un día pudiera reinar su hijo Carlos. El segundo hijo de Felipe V, el infante Felipe, había muerto anteriormente muy joven, por lo que tan sólo quedaba Fernando como heredero al trono. Por todo ello, Isabel de Farnesio, aunque Felipe V ya mostraba evidentes signos de demencia, evitó que Fernando sucediese a Luis, y obligó a Felipe V a retomar el trono, asegurándose de esa forma dos objetivos: primero, seguir ejerciendo ella el poder sobre un cada vez más degenerado y pusilánime monarca; y en segundo lugar, albergar aún posibilidades sobre la ocupación del trono de su hijo Carlos, toda vez que la salud del nuevo príncipe de Asturias se resentía muy a menudo. De todas estas circunstancias, se puede colegir que el segundo período del reinado de Felipe V estuvo totalmente dominado por la reina Isabel de Farnesio, quien tenía total libertad para poder realizar sus designios a sus anchas.” (Carlos Herráiz García)

Ambiciosa reina consorte era hija de los duques de Parma, Eduardo III y Sofía Dorotea de Neoburgo, se casó con Felipe V en 1714. Mujer alta y bien formada, con buen aire y ojos de cierta espiritualidad, aunque la viruela le ha quitado muchos encantos; astuta, versada en idiomas, gustosa de la política y preocupada por todas las actividades artísticas e intelectuales consiguió imponer su voluntad al monarca español, realizando una intensa labor destinada a que sus hijos gobernaran en territorios italianos.

Las muertes sucesivas de su hermano mayor, Alejandro Ignacio el 5 de agosto de 1693) y de su padre el 6 de septiembre de 1693, la dejan como la tercera en la línea sucesoria del ducado de Parma.

De Isabel Farnesio, el rey Federico II de Prusia escribió: “ La Reina Isabel Farnesio habría querido gobernar al mundo entero; no podía vivir más que en el trono. Se la acusó de haber precipitado la muerte de don Luís, hijo de un primer matrimonio de Felipe V. Los contemporáneos no pueden ni acusarla ni justificarla de este asesinato.

El carácter de esta mujer singular estaba formado por la soberbia de un espartano, la tozudez de un inglés, la sutileza italiana y la vivacidad francesa. 

Andaba audazmente hacia la realización de sus propósitos; nada la sorprendía, nada podía detenerla...”

 

Autoritaria y con gran carácter, Isabel de Farnesio, cuyo peso en la corte fue aumentando en los últimos años de reinado de su marido, más retraído y ensimismado a medida que envejecía. Fue una autentica madrastra en el peor sentido de la palabra, no hay nada claro de las circunstancias de como contrajo la viruela su hijastro Luís I, siempre hubo sospechas fundadas o no contra la reina madre, a la muerte de su marido, intento hacer valer los derechos de sus hijos contra su hijastro Fernando VI, se convirtió en una pesadilla para sus hijastros, a los que nunca estimó, al considerarlos rivales de sus propios hijos en su carrera hacia el trono.

Retomando el tema de Carlos III la llegada al trono de este monarca, significó un cambio en las costumbres de la Corte de las Españas, que se vio reflejado en la moda, en las diversiones y en las relaciones sociales en general. La familia real y el reducido número de personas que la rodeaba — la Corte — serán las piezas clave de la vida política; de allí emanarán las órdenes, pero también una influencia que a la larga producirá transformaciones en los hábitos sociales. El refinamiento de las costumbres, los nuevos inventos, la perfección alcanzada por la cerámica, el cristal, los tapices o las armas fabricados en las Reales Fábricas, son también producidos para aumentar el fasto y el lujo que eran ya característicos de los palacios dieciochescos, que nos permite conocer mejor la actuación de los monarcas ilustrados. La corte es un mundo complejo y también lo es en lo que se refiere a la alimentación. El estudio de la mesa real permite observar la identificación y el contraste entre la persona y la institución, pues sirve tanto a la satisfacción de las necesidades vitales del monarca, como a la satisfacción de las necesidades institucionales, por lo que será siempre una mesa abundante, refinada, espléndida, manifestación del poder y el prestigio de la monarquía. La alimentación de la corte en al siglo XVIII se caracterizó por la introducción de un gusto diferente y nuevo. Desde al advenimiento al trono de Felipe V se impuso la cocina francesa, derivada del origen francés de la dinastía, la presencia de cocineros franceses en la Corte y el prestigio de la gastronomía francesa.

Consta que a Carlos III le costó bastante abandonar sus posesiones italianas. Allí habían nacido sus trece hijos, allí había gozado de una apacible y feliz vida hogareña con su esposa, la pacifista María Amalia de Sajonia.

No hace mucho tiempo, el historiador Luís Español, mientras buscaba documentación sobre cuestiones relativas a la Sucesión de la Corona española, descubrió una carta en la que el rey de Nápoles, el futuro Carlos III, relataba a sus padres sus nupcias con Amalia de Sajonia.

Con todo detalle, el joven soberano, enamoradísimo de su mujer, narra las alegrías de la vida conyugal y los pormenores de los primeros encuentros carnales entre los esposos, un joven de 22 años y una muchacha de 13 que todavía no era núbil. El documento permite descubrir la personalidad del monarca y la propia mentalidad de la época acerca de los asuntos privados.

María Amalia de Sajonia fue la elegida por Isabel Farnesio como esposa para su hijo Carlos. Cuando el futuro monarca y la hija del rey de Polonia se conocieron sintieron un flechazo instantáneo. 

 

Al poco del encuentro  Carlos escribió a sus padres: “Nos acostamos a las nueve de la noche. Temblábamos los dos pero empezamos a besarnos y enseguida estuve listo y al cabo de un cuarto de hora la rompí. Desde entonces, lo hemos hecho dos veces por noche y siempre nos corremos al mismo tiempo porque el uno espera al otro”.

Cabe señalar, que cuando consumaron el matrimonio, María Amalia todavía no había tenido su primera menstruación.

A los pocos meses de la boda, María Amalia contrajo la viruela que le dejó feas marcas en la cara.

“En 1740 nació el primero de sus trece hijos. Los tuvo en dieciocho años. Cinco de ellos murieron a los pocos años. María Amalia fue una buena madre. Se ocupaba de la educación y crianza de sus hijos y la muerte de cada uno de ellos era un duro golpe para ella.

En 1747 nació el sexto hijo de los reyes y fue el primer varón, Felipe. Aunque la sucesión parecía asegurada pronto quedó claro que el pequeño tenía fuertes deficiencias mentales. Tras este nacimiento, el rey hizo que María Amalia participase en los consejos de estado y que estuviese al tanto de las decisiones que se tomaban.

Unos años antes María Amalia había sufrido una caída al montar un caballo. Desde entonces su salud se vio resentida. Sumando a ello que no se encontraba a gusto en España y echaba de menos Nápoles, esto tampoco ayudó a que mejorara. Durante el verano de 1760 su salud empeoró. Tenía problemas respiratorios, tos y debilidad. Murió en septiembre de ese mismo año. Tenía treinta y cinco años.” (María José Rubio, 2009).

En esta colonia de Canarias el Cabildo de Chinech (Tenerife) recibió la noticia del fallecimiento de esta reina el 17 de enero de 1761 y quedó recogida en los siguientes términos:

“Haviendo  muerto  ntra. amada Reyna D.”  Maria  Amelia  de Saxonia  el 27 Sept.e del  año  pas. de 1760,  llego  esta  triste  noticia  en carta,  que  se leyó en Cabildo  de 17  de  Enero  de  este, con cuyo  aviso  se  determinó  participarlo  aquel  dia  á  las  Parroquias  i Conv.tos paraq.e hiziessen seiía,  i  á  los  V.es  Vicarios,  paraque convocassen á  los  Beneficiados   i  Curas  de  la  Isla ,  paraque  concurriessen  a  las  Excequias,  que  havian  de  ser  los  dias  25  i  26 de Febrero  en  la  Parroq.   de Maria  Ss.ma de  la  Concepcion.  Como   en efecto se hizieron  en  dhos.  dias, haviendose adornado  la  Iglesia   con  rica  colgadura de  damasco carmesi,  i  erigidose  un  regio  tumulo  ante  la  Capilla   mayor,  en  el  que  sobre un  negro  cogin  de  terciopelo  se miraban,  i  corona,  i  en contorno  cantidad  de  luces  en blandones  i  candeleros de  plata,  i  todo  el  suelo de la  Nave   del medio  lo  cubria  una  negra bayeta  hasta el Coro, en donde  terminaban  dos  filas  de hachas que salian  desde  la Capilla   mayor.  A  todo este magnifico  aparato  se  añadia  lo  serio  del  Concurso,  que  lo  componia  el M.  1lt.e Cabildo  con 24  Caballeros  Regidores., Corregidor, Ss. nos, Maceros  todos  vestidos de  rigoroso  luto, Cleros  compuestos de los  Beneficiados  i  Curas  de  la  Isla ,  Religiones, Militares, Cabos i  demas Pueblo.  Dixose  con  la posible solemnidad la  Missa,  q.e  fue  oficiada  por  la Mussica ,  i se  terminó  con una Oracion  funebre que  dixo  el M.  R.  P.  Mtro.  fr.  Joseph Wagdin  del  orden de Predicadores,  en  la  que expreso  las singulares,  i  christianas  virtudes,  que adornaron á ntra  difunta  Reyna.  Havia  nacido, esta Señiora  en 24 de Nov.e  de 1724;  i  casadose con  el  Rey  ntro. Señor  Dn  Carlos  III,  siendo  Rey  de  las  dos  Cicilias,  en  9  de Mayo  de  1738,  pero  ahora que  comenzaba esta  Heroyna á Reinar en  ntra.  España  nos  la  quito  la fatal Parca haziendonos  ver q.e  tambien  los Reyes  mueren.” (Lope Antonio de la Guerra y Peña. 1761).

La política interna de su reinado se caracterizó por el apoyo prestado a los reformistas: Carlos III es el máximo representante del despotismo ilustrado en España. Creó la orden de su nombre y se rodeó de excelentes ministros, como Esquilache, Grimaldi, Campomanes, Floridablanca y Aranda.

Superado el “motín de Esquilache” (1766), que fue un estallido tradicionalista instigado por la nobleza y el clero contra los aires renovadores que traía Carlos III, se extendería un reinado largo y fructífero. En cuanto a la política exterior, el tercer Pacto de Familia firmado con Francia en 1761 alineó a España con Francia en su conflicto permanente con Gran Bretaña. Ello llevó a España a intervenir en la Guerra de los Siete Años (1756-63) y en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América (1775-83); como resultado final de ambas, España recuperó Menorca, pero no Gibraltar (al fracasar el asedio realizado entre 1779 y 1782).

Entroncado este reinado en pleno desarrollo de la Ilustración es uno de los más típicos exponentes de esta corriente ideológica. Sus reformas fueron dirigidas hacia el reparto de tierras comunales, división de latifundios, recortes de privilegios de la Mesta , protección de la industria privada, liberación del comercio y de las aduanas, etc.

La apertura del comercio de Ultramar o la supresión de los “oficios viles”. En 1767, 1770 y 1772, sendos decretos reales afirmaban la progresiva idea de que el trabajo, el hecho de trabajar, no implicaba la pérdida de la hidalguía, decretos que atacaban directamente una tradicional y perniciosa convicción española: “trabajar no es trato de nobles”.

Como ha señalado José Luís Comellas, si el primer periodo carolino se vio concentrado en reformas económicas e higiénicas, el segundo (que va aproximadamente de 1770 a 1782) se caracterizó por una preferente atención por las reformas necesarias para la implantación de la libertad de comercio. El tercer período, dentro de la clasificación de Comellas, entre 1785 y 1789, se concentró en la reforma agraria.

Puso coto a los poderes de la Iglesia, recortando la jurisdicción de la Inquisición y limitando -como aconsejaban las doctrinas económicas más modernas- la adquisición de bienes raíces por las “manos muertas”; en esa pugna por afirmar la soberanía estatal expulsó de España a los jesuitas en 1767. Fomentó la colonización de territorios despoblados, especialmente en la zona de Sierra Morena, donde las “Nuevas Poblaciones” contribuyeron a erradicar el bandolerismo, facilitando las comunicaciones entre Andalucía y la Meseta. Reorganizó el ejército, al que dotó de unas ordenanzas (1768) destinadas a perdurar hasta el siglo XX.  Muere en diciembre de 1788.

 

Octubre de 2013.

 

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