LA
REAL JODIENDA
NO TIENE
ENMIENDA[1][1][1]
Capitulo
II
Chaurero
n Eguerew
Felipe
II
Felipe II, rey de las Españas y más tarde de Portugal y Nápoles,
Sicilia y los Países Bajos, fue, asimismo, rey de Inglaterra por su matrimonio
con su segunda esposa, María Tudor, llamado “El Prudente”, heredó de su
padre, el gran poderío imperial y vio iniciarse la decadencia del Imperio.
Felipe
nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527 a las cuatro de la tarde en el
palacio de don Bernardino Pimentel, junto a la iglesia de San Pablo; era el
primer hijo del emperador Carlos V y de Isabel de Portugal, atractiva,
inteligente y hábil estadista como demostraría en los años que regentó el país
por los continuos viajes de su esposo.
El
parto duró trece horas y Carlos permaneció junto a su mujer durante todo el
tiempo.
Dicen
algunas fuentes que doña Isabel no gritó durante el alumbramiento ya que ella
consideraba que las reinas de España no debían manifestar dolor en esos
momentos.
“El
10 de mayo de 1529 el pequeño Felipe será jurado como heredero de la corona de
Castilla por los procuradores a Cortes reunidos en el madrileño convento de San
Jerónimo, a la vez que se reconocía a la emperatriz Isabel como regente
durante la ausencia de Carlos. Los continuos viajes del emperador no le permitirán
atender los aspectos educativos del príncipe, dedicándose a ello su madre por
lo que Felipe manifestará a lo largo de toda su vida una cierta inclinación
hacia lo lusitano. La portuguesa Leonor Mascarenhas fue nombrada su aya,
sintiendo por ella gran afecto y confianza. El pequeño príncipe crecía junto
a su hermana María - nacida el 21 de junio de 1528 apareciendo en algunas
cartas muestras de su carácter: “es tan travieso que algunas veces S. M. se
enoja de veras; y ha habido azotes de su mano, y no faltan mujeres que lloran de
ver tanta crueldad”. A pesar de la “crueldad” la relación entre madre e
hijo sería muy estrecha aunque la temprana muerte de doña Isabel en 1539
romperá ese lazo y provocará una repentina madurez en el príncipe.
(Juan Carlos Cobo Cueva)
”Espada
de la Contrarreforma, exterminador de protestantes españoles en sobrecogedores
autos de fe, inflexible enemigo de la libertad religiosa en Flandes, Felipe II
ha sido presentado con frecuencia como un paradigma de monarca católico.
Semejante afirmación sólo puede aceptarse si como tal se entiende a alguien
que servía a los intereses de la Santa Sede, pero que era más laxo en
cuestiones morales. Al respecto, Felipe II tuvo una accidentada vida sexual que
en nada se correspondía con la moral católica. No deja de ser significativo
que, por poner un ejemplo, cuando estuvo casado con María Tudor, la reina católica
de Inglaterra, mantuvo amoríos con damas de las más diversas extracciones de
lo que se derivó una descendencia bastarda. Pero con todo, el aspecto en que
Felipe II se apartó más de la ortodoxia católica fue en su afición al
ocultismo.
Las
razones de esa inclinación moralmente perversa del monarca fueron diversas. En
parte, Felipe II se entregó a las prácticas ocultas porque ansiaba conocer el
futuro.
También
debe decirse en honor a la verdad que, en algunas ocasiones, Felipe II se entregó
a las artes ocultas por verdadera necesidad. Defender la causa de la
Contrarreforma resultaba extraordinariamente costoso y, por ejemplo, en 1559, el
monarca contrató a un tal Tiberio della Rocca para que le convirtiera metales
como el mercurio en monedas de plata con las que pagar a los soldados. En 1567,
volvió a poner a su servicio a dos hermanos alquimistas a los que instaló en
un laboratorio en Madrid.” (Antonis Mor, 2009).
Las esposas de Felipe II
Maria
Manuela de Portugal, la primera
A
lo largo de su vida Felipe se casará en cuatro ocasiones, evidentemente en
todas ellas por cuestiones diplomáticas y de Estado. El amor en estos
matrimonios no era el motivo del enlace aunque hay que advertir que con el roce,
a veces se alcanzaba. Una portuguesa, una inglesa, una francesa y una austriaca
serán sus esposas, poniéndose de manifiesto el interés del monarca por
estrechar lazos con los diferentes estados europeos.
La primera esposa de Felipe II fue su prima María de Portugal,
se casaron en 1543 y dos años después María murió del parto de Carlos
I, un ser “caracterizado por su desequilibrio mental, de muy posible origen
genético, pues tenía cuatro bisabuelos, en lugar de los ocho naturales, y seis
tatarabuelos, en lugar de 16”.
Era débil y enfermizo, y junto al hermanastro de Felipe, don Juan de Austria,
conspiró contra el rey y, tras del escándalo de intentar acuchillar en público
al duque de Alba, fue detenido por su propio padre, procesado y encerrado en sus
aposentos.
Trasladado al castillo de Arévalo murió de inanición y en total
delirio.
Este
terrible hecho marcó profundamente a Felipe y, en más de un modo, determinó
la personalidad del monarca.
En 1545, siendo todavía
príncipe, Felipe II enviudó de su primera esposa, María Manuela de Portugal.
Tenía 17 años y un implacable ardor sexual que le llevaba a vivir romances por
doquier.
A raíz de la muerte de
su esposa intensificó sus relaciones con una dama de la Corte a la que ya había
conocido íntimamente en Toro antes de desposarse con la portuguesa. Se llamaba
Isabel de Osorio, conocida como la dama de Saldañuela, pero también como la
puta del rey, fue con ella con quien el jovencísimo Felipe se asomó a la vida
y a las bondades del sexo.
La relación con Isabel de
Osorio y Felipe duró 15 años y se dice que nacieron de este amor dos hijos:
Bernardino y Pedro.
Isabel de Osorio, (Burgos 1522 –
Burgos, 1589), era hija de María de Rojas y Pedro de Cartagena, señor de
Olmillos y regidor de Burgos, a la sazón descendiente del judío converso
burgalés Pablo de Santamaría, quien antes de abrazar el Cristianismo había
sido gran rabino de la judería de Burgos con el nombre de Selemoh-Ha Leví. Se
quedó huérfana a una edad muy temprana, por lo que fue criada por su tío Luís
de Osorio, de quien adoptó su apellido.
La tradición habla
de amantes y de hijos ilegítimos que nacieron de
de estas relaciones. Catalina Laínez, Eufrasia de Guzmán, Doña
Elena Zapata, Catalina Leney, Magdalena Dacre, la vizcondesa de Montague. Ana de
Mendoza, princesa de Éboli que mantuvieron con él relaciones que
marcaron sin duda su vida.
María
Tudor, la segunda
Era hija ilegítima y legítima de su padre Enrique VIII y Catalina de Aragón,
y a sus 39 años reina desde hacía 10 años y va a casarse con el príncipe de
Asturias, el viudo Felipe.
Tiene el rostro surcado de arrugas, es “tan flaca que el vestido parecía
bailarle” y, al saludar con sonrisa más amplia de lo que hubiera sido
aconsejable, mostró una dentadura careada y en muy mal estado. Así le sonrió
a Felipe, cuando lo recibió en la galería del Castillo de Winchester y lo besó
en la boca.
El 24 de julio de 1554 fue la presentación oficial de los esposos y el 25 tiene
lugar la misa de velaciones, y concluida ésta la pareja sale al atrio, suenan
las trompetas, se adelantan a ellos los reyes de las armas y por tres veces en
latín, en inglés y francés, hacen solemne proclamación de sus majestades,
según el orden convenido para los nombres y títulos, que son largos: “María
y Felipe, por gracia de Dios reina y rey de Inglaterra, de Francia, de Nápoles,
de Jerusalén y de Irlanda, Defensores de la fe, príncipes de España y
Sicilia, archiduques de Austria, duques de Milán, Borgoña y Brabante, condes
de Habsburgo, Flandes y el Tirol, en el primero y segundo año de su reinado”.
Felipe le cumplió como pudo sus deberes con tal de engendrar un heredero a
tantos tronos, mas aunque la reina comenzó a mostrar un vientre abultado que
crecía y ya se celebraba el embarazo, y como pasados nueve meses no había
parto y el vientre seguía aumentando, los médicos examinaron a la reina y
concluyeron que padecía hidropesía.
Ella no acepta el diagnóstico,
presume en todas partes su embarazo y enloquece.
Los médicos se
rindieron ante la evidencia para atribuir el abultamiento del vientre real a una
hidropesía, vulgar retención de líquidos. Bonner, el obispo de Londres, hizo
ver a su Majestad que lo que había ocurrido no era más que un castigo divino
por no continuar la persecución de herejes; convencido de ello, María ordenó
quemar vivas en los tres meses siguientes a más de 50 personas, recibiendo en
consecuencia el nombre de Bloody Mary.
Felipe y sus nobles
acompañantes deseaban abandonar Inglaterra ya que no les gustaba ni el clima,
ni la cerveza, ni la tendencia protestante de algunos individuos, ni siquiera se
sentían atraídos por las mujeres de la tierra tal como dice una anónima
copla:
“Que yo no quiero
amores en Inglaterra pues otros mejores tengo en mí tierra ¡Ay, Dios de mi
tierra, saqueisme de aquí! ¡Ay, que Inglaterra ya no es para mí!”
La excepción a esta
copla parece ser el propio Felipe, ya que se cuenta que un día sorprendió a la
hermosa vizcondesa de Montague ocupada en su aseo personal, acercándose a ella
a través de una ventana abierta. Percatada de la presencia del español, la
dama agarró un bastón para propinar un vigoroso golpe a tan atrevido galán.
También de esta estancia inglesa se cuentan amores reales con doña Catalina
Leney y con Magdalena Dacre, doncella de honor de María Tudor. Se ha llegado a
especular sobre una presunta relación amorosa con una panadera, aludiéndose a
esto en los siguientes versos:
“La hija del
panadero, en su tosco, sayal es mejor que la reina María sin su corona”
Las malas lenguas
cuentan que Felipe estaba realmente enamorado de su cuñada Isabel, la hija de
Enrique VIII y Ana Bolena que pronto se hará con la corona inglesa. Isabel tenía
21 años, ojos azules y porte altivo enamorando a nuestro príncipe. Dicen que
Felipe consideraba todos sus padecimientos castigo de Dios por estar enamorado
de Isabel y casado con María. También se cuenta que Isabel conservó durante
toda su vida el retrato de su frustrado novio presidiendo su mesa. Felipe tiene
fama de mujeriego y amante de los pasteles como recoge el embajador veneciano
Badoaro: “Abusa de ciertos manjares y sobre todo de dulces y pastas. Es
incontinente con las mujeres”. (Juan Carlos Cobos)
Felipe,
ante la realidad de que no existe el embarazo y por lo tanto no es posible
alumbramiento de algún heredero, está en su derecho de partir de Inglaterra
para atender a las llamadas de su padre Carlos V que “se hacen perentorias”.
María lo comprende, le deja partir y le hace prometer que él regresará al
reino, y Felipe embarca el 29 de agosto de 1555 para no volver jamás a ver a su
esposa.
Por
segunda vez viudo Felipe le propone matrimonio a la asesina de su esposa, Isabel
I de Inglaterra, pero ésta lo rechaza.
Para castigar “la afrenta”, en 1588 decide invadir Inglaterra, con la
intención además de restablecer allí el catolicismo, detener las incursiones
y vengar a la católica María Estuardo, asesinada por Isabel.
Para tal invasión
Felipe cuenta con la flota más poderosa reunida hasta entonces conocida como la
Grande y Felicísima Armada y más nombrada comúnmente Armada Invencible, que
es vencida primero por los Actos de dios, fuertes temporales, y por los ingleses
que se aprovechan del desastre y así la derrota significa la ruina de la Marina
de las Españas y el nacimiento de Inglaterra como “reina de los mares”.
Isabel
de Valois, la tercera
Felipe se recluye en la abadía de San Grumandola, cerca de Bruselas, Bélgica,
y allí permanece varios días en meditación, “ofreciendo constantes
sufragios por el alma de la reina”.
Felipe reza mucho por María y, a sus 31 años, se promete: “Quiero probar ser
feliz por fin como marido”.
En ese tiempo, Felipe es el mismo con sus ojos azules y grandes, la nariz muy
bien proporcionada, la boca carnosa y el labio inferior grueso; la tez blanca y
rubio el cabello, lo que le hace parecer un flamenco, pero “su porte es altivo
y arrogante y muy español”, así lo describe el embajador veneciano Julio
Badoaro.
Felipe no era alto, aunque sus miembros estaban bien proporcionados y “su
andar era seguro, sin ser marcial, más con un impulso que hacia estremecer el
piso y a quien le miraba avanzar”.
Tras su regreso a España recupera plenamente la gobernabilidad del Estado, que
ha desempeñado “con bastante tacto, pese a todas sus extravagancias
personales, su hermana la princesa doña Juana”, y
se ha comprometido con la francesa Isabel de Valois, una chica
adolescente.
Isabel de Valois era una niña que no
había cumplido los 14 años y era impúber, y Felipe, que no era pederasta,
"reprimió sus ardores" hasta un año después cuando la reina ya no
era núbil.
Isabel era graciosa y bonita, muy alta y esbelta, tenía una gran dulzura y poseía
gran capacidad de adaptación a las costumbres de nuevo país, “por lo que
desde el primer momento se hizo irresistible entre los españoles, sus súbditos”.
Era piadosa sin gazmoñería, bastante coqueta y presumida, “y le agradaba
sentirse admirada por los cortesanos y su esposo”, y gastaba mucho en trajes y
joyas.
Nunca lució dos veces el mismo vestido, salvo en una ocasión en que habiendo
estrenado uno magnífico y no habiendo podido Felipe admirarla con él, por
haberse ausentado de la corte una jornada, “lo volvió a vestir al día
siguiente para que el rey se lo viese puesto”.
Felipe se enamoró “perdidamente de aquella muchacha que pronto iba a enseñarle
algunas cosas placenteras que había aprendido en la corte francesa y de su
progenitora Catalina de Médicis”
En esas, estando ausente Felipe, la reina enferma de viruela y el rey regresa a
verla en cama “y permanece junto a ella más de lo acostumbrado”.
La
joven le escribe a su madre informándole de su enfermedad y le dice que no es
cosa grave, aunque el cuerpo se le ha llenado de erupción y Catalina teme que
su hija “pueda sufrir una triste herencia del mal francés del que había
fallecido su suegro Francisco I, y que no es otra cosa que sífilis”.
Isabel sale de sus dolencias sin siquiera portar señales del mal en su rostro y
así asiste a la ceremonia de la jura del príncipe de Asturias, que se lleva a
cabo en la Catedral de Toledo.
Recobrada la joven, Felipe decide que ha llegado la hora de consumar el
matrimonio, acto de iniciación sexual que a la reina “le resulta difícil y
doloroso”, según consigna el embajador francés, obispo de Limoges, en carta
a Catalina de Médicis: “La constitución del Rey, de gran vigor y gran
largueza, causa grandes dolores a la reina, que necesita de mucho valor para
evitarlo”.
Después de cuatro años de casada y tres de su valerosa aceptación a la
constitución del monarca, se anunció que Isabel estaba encinta y “esto llenó
de alegría y júbilo a sus súbditos”.
Sin embargo, la enfermiza Isabel padece vómitos frecuentes e intensos que le
producen vahídos y fortísimos dolores de cabeza, y los médicos recurren al
recurso de sangrar a la paciente.
La medicina sólo logra hacerla abortar dos mellizos de tres meses concebidos.
En esos días, Felipe le es infiel a su esposa y se aficiona a doña Eufrasia de
Guzmán, con quien mantendrá una breve relación, ya que luego se compromete a
ser fiel a la reina y lo cumple.
Torna a embarazarse Isabel y “venturosamente da a luz una hermosa niña”, a
la que se nombra Isabel Clara Eugenia y dos años después una nueva niña que
recibe los nombres de Catalina Micaela.
Felipe prosigue buscando engendrar el varón que herede su trono y así, otra
vez Isabel queda encinta, los médicos diagnostican que padece una opilación,
está estreñida, no puede justar, la sangran, ella aborta una niña de cinco
meses y a sus 22 años “Isabel comprende que se muere”, y la reina muere.
Felipe tiene 41 años y se obliga a vestir de luto “durante el resto de mi
vida”.
Ana
de Austria, la cuarta y última esposa del monarca
”El mismo día en que ha fallecido la reina Isabel, envía el nuncio
apostólico monseñor Castagna una carta a Roma comunicando la noticia con una
posdata en la que añade:
“La
Corte de Madrid tiene por seguro que el rey volverá a matrimoniar”.
Al ahora tres veces viudo Felipe se le ofrecen dos candidatas: Margarita de
Valois, hermana menor de la ya fallecida reina, y la archiduquesa Ana de
Austria, su sobrina carnal, hija de su primo, el emperador Maximiliano II.
Felipe la había conocido cuando Ana era una niña de dos años de edad, quien
“desde esa tierna edad admiraba y reverenciaba a su tío”, de modo que
“nada pudo hacerla más feliz y dichosa en la vida que convertirse en su
esposa”.
El 4 de mayo de 1570 se celebra la boda en el castillo de Praga, por poderes,
representando a Felipe su primo hermano y tío carnal de Ana, el archiduque
Carlos.
La esposa por poder viaja a España y Felipe la recibe en el Alcázar de Segovia
el 14 de noviembre del citado año, durante la misa de velaciones en honor de su
anterior mujer.
Felipe va de luto riguroso y Ana, que “es inteligente, sensible y buena
moza”, comprende la actitud de su esposo, “pues en mis propósitos no
entraba hacerle olvidar al rey el recuerdo de su anterior esposa, sino el de
hacerme digna de su amor y tratando de emular en cuanto me sea posible a Isabel
de Valois”.
Felipe la conduce al Palacio de Belsaín y “esa misma noche consuma la unión
carnal con su cónyuge, quien le demuestra que sí le es posible emular a la
finada Isabel de Valois, y causa grata admiración y agradecimiento en el
rey”.
Ana tiene 21 años, “no puede ser más modesta, tiene cabellos rubios y la
piel de extremada blancura; su figura es menuda, su talla poco crecida”, así
la describe Tiépolo, el embajador veneciano.
Los años que pasaron en “dichosa unión”, Ana en silencio al lado de su
marido y cosiendo y tejiendo, procrearon cuatro hijos, de los cuales sólo uno,
Felipe, futuro Felipe III, llegó a la edad adulta y reinó.
El 13 de junio de 1580, instalado el rey y su corte en la ciudad de Guadiana, se
declara una epidemia de gripe, de la que se contagia el propio Felipe, quien
contagia a Ana.
Para curarla de su mal, los médicos, como era su indomable medicina, sangraron
a la reina, que no se alivió de la gripe y sí falleció a consecuencia de las
incesantes sangrías el 26 de octubre a los 31 años de edad.
Felipe, por cuarta vez viudo, se enclaustró en El Escorial y allí murió “en
soledad y gran recogimiento de su alma”. (Edmundo Domínguez Aragonés, 2009)
“Siguiendo
la rigurosa etiqueta borgoñona impuesta en la Corte por Carlos I, Felipe comía
siempre solo, compartiendo en escasas ocasiones la mesa con sus hijos o la
reina.
Cada cierto tiempo la
comida era pública, pudiendo contemplar los súbditos la alimentación de su
monarca. El rey hacía dos comidas al día: almuerzo y cena pero su dieta era
casi igual en ambas: pollo frito, perdiz o paloma, pollo asado, tajada de
venado,... Apenas consumía pescado, excepto el Viernes Santo, ya que tenía
bula del papa que le permitía incluso comer carne los viernes, aunque de una
sola clase. Eso sí, cuando comía lo que para lo demás estaba prohibido lo hacía
en un lugar privado, con el fin de no dar mal ejemplo. En general; comía
frugalmente. Debido a la dieta abundante en carne y escasa en frutas y verduras
-aunque estaban presentes- no nos sorprende que sufriera de estreñimiento,
teniendo que administrarle frecuentemente importantes dosis de vomitivos y
enemas. La mayor parte de su vida manifestó un aspecto enfermizo, resaltado por
su cutis pálido y el pelo rubio que le daban un aspecto casi albino. Junto a
las hemorroides y dolores de estómago, sufrió de asma, artritis, gota, cálculos
biliares y malaria, sin olvidar que padecía de sífilis congénita que
provocaba continuos dolores de cabeza. La gota, cuyo primer ataque sufrió a los
36 años, hizo que los últimos 20 años de su vida apenas se pudiera mover,
construyéndose a tal efecto una silla especial. El delicado estado de salud del
rey le hacía depender mucho de los médicos aunque no confiaba en ninguno de
ellos; tampoco recurría a remedios de curanderos. El recurso para estar
saludable era simple: “buen recogimiento y tener un poco de cuenta la
salud”.
Su idea de ejercicio
era caminar y respirar mucho aire fresco por lo que no andaba muy desencaminado
con las tendencias actuales.” (Juan Carlos Cobo).
“Hacia
su pueblo, Felipe sintió un profundo interés aunque tenía escaso contacto con
él, ya que odiaba las multitudes; consideraba adecuado mostrarse accesible los
días festivos, comiendo “en público” cuando le era posible e imponiendo la
regla de ser accesible a las peticiones particulares en el camino de ida y
vuelta a misa dominical.
Pero
este contacto con el pueblo debía ir parejo a la garantía de su seguridad
personal, ya que en Lisboa, en 1581, se produjo un atentado fallido contra la
vida del rey, tomándose a partir de esa fecha mayores precauciones.
A
medida que iba avanzando en edad, la salud de Felipe se fue deteriorando. Los
ataques de gota se repetían con mayor frecuencia y llegó un momento en el que
no podía ni firmar debido a su artrosis en la mano derecha. Antes de cumplir
los 70 años no podía mantenerse ni de pie ni sentado y viajar le resultaba
tremendamente doloroso. A finales del mes de julio de 1598 Felipe sufrió unas
fiebres tercianas de las que mejoró un poco a los 7 días, después aparecieron
unos accesos en la rodilla y en el muslo derecho, practicándose la apertura de
los tumores para extraer el humor que contenían, una vez “estaban maduros”.
Cuatro accesos más aparecieron en el pecho, corriendo la misma suerte que los
anteriores. Pronto se le declaró una hidropesía que le produjo inflamación en
las piernas, los muslos y el vientre. El resto del cuerpo sólo era pellejo y
huesos. Durante toda la enfermedad el rey tuvo que estar postrado en la cama,
sufriendo dolores tan intensos que no se le podía mover, tocar, lavar o cambiar
de ropa, de tal forma que evacuaba en el lecho y su cuerpo estaba lleno de
deyecciones, pus y parásitos, lo que hacía sufrir más al pobre enfermo que
siempre había sido muy meticuloso con la limpieza. La fiebre no le abandonó y
padeció durante la larga enfermedad de una insaciable sed.
Su
fortaleza era increíble, utilizando su fe para sacar fuerzas de flaqueza. Su
habitación estaba llena de pared a pared de imágenes religiosas y crucifijos.
Regularmente rociaba agua bendita sobre su cuerpo. Comulgó por última vez el 8
de septiembre, ya que los médicos se lo prohibieron a partir de ese momento por
miedo a ahogarse al tragar la hostia. Al no poder sostener un libro contaba con
lectores que le hacían sus últimos días más agradables. Diez días antes de
morir entró en una crisis que le duró cinco días. Cuando volvió en sí, hizo
entrar en su cámara a la infanta Isabel, a quien dio el anillo de su madre
recomendándole que nunca se separara de él, y a Felipe, el heredero de la
Corona, haciéndole entrega de un legajo con las instrucciones sobre los asuntos
de gobierno. A las cinco de la madrugada del domingo 13 de septiembre de 1598
fallecía en El Escorial el monarca más poderoso de la tierra, aquel en el que
sus dominios nunca se pone el sol. Tenía 71 años y su agonía duró 53 días.”
(Juan Carlos Cobo).
Se dice que
Felipe II el Prudente, murió de ptiriasis rosada, es decir, una invasión
excesiva de piojos.
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