LA REAL JODIENDA NO TIENE ENMIENDA[1]

 Capitulo I

 

Chaurero n Eguerew

 

Érase una vez, en un país de allende los mares llamado Las Españas o Los Reino de Las Españas gobernada por unos reyes llamados Los Católicos. Estos reyes tuvieron cinco hijos cuatro  hembras y un varón llamado Juan, que falleció al poco tiempo de casado por “copular sin mesura” sin apenas abandonar el lecho de su joven esposa Margarita de Austria. Al no dejar sucesión directa, heredó el trono su hermana Juana, quien caso con Felipe I de Habsburgo El hermoso, según recoge algunas crónicas Juana se tomó muy en serio su nuevo estado civil y a todas horas quería cumplir en la cama con un Felipe al que adoraba, pero este llegó a cansarse e inclusive volverse violento hacia ella.

 

Felipe en todo momento mostraba su lado más maltratador hacia su esposa, dando rienda suelta a sus humillaciones y corridas con damas que gozaban de su cama.

 

Murió en Burgos el 25 de noviembre de 1506 tras beber agua fría después de un partido de pelota.

Tras la muerte de Felipe el Hermoso y ante las evidentes muestras de enajenación mental de Juana -no se cambiaba la ropa ni se aseaba (debía ser tradición familiar pues según algunos cronistas su madre se baño solamente dos veces en su vida) e iba acompañada del féretro de su esposo- se decidió recluirla en Tordesillas en 1509, donde llevó una vida de retiro que acrecentó aún más su problema mental hasta que falleció, 46 años después, el 12 de abril de 1555.

Durante todo este tiempo, su padre, Fernando el Católico, asumió la regencia y tras su muerte, en 1516, a causa de una sobredosis del viagra de la época,  ya viudo de Isabel, casó con  Germana de Foix, a la que llevaba 36 años.

 

Tuvieron un hijo, Juan, que murió, y una vida sexual inusual entre la realeza. Para atender a los requerimientos de su esposa, Fernando el Católico se “medicó” con cantárida, un insecto que contiene una sustancia responsable de una vasodilatación muy parecida a la que produce la viagra.

 

El problema es que la cantárida puede provocar graves episodios de congestión, que es lo que le pasó a Fernando el Católico cuando en 1516, con 64 años “en la espalda” y de camino al monasterio de Guadalupe, hizo una parada en Madrigalejo y tomó, “para satisfacer a la fogosa Germana”, una “sobredosis” que le provocó una hemorragia cerebral.

 

Su nieto Carlos hijo de Felipe y Juana se convirtió en rey de Aragón en 1675 a pesar de estar mermado física y mentalmente para el gobierno, pero Juana al no ser declarada incapacitada siguió siendo la reina de Castilla, y como tal aparecía en todos los documentos, a la muerte de esta Carlos heredó la corona castellana.

 

Carlos I de las Españas y V de Alemania

Carlos I de las Españas y V de Alemania, de las Indias y Emperador del Sacro Santo Imperio Romano Germánico, que en Alemania llevaba el ordinal de Carlos V y era comúnmente llamado “Carlos Quinto”. Nació  la noche del 24 de febrero de 1500, en medio de nauseabundos y pestilenciales perfumes, ya que su augusta y esquizofrénica madre lo parió en un retrete cuando se celebraba una fiesta en el palacio de Gante. Sus padres se llevaban a matar: Felipe “el Hermoso”, como hemos visto, era un putero incorregible que andaba ya amargado por los enfermizos ataques de celos de Juana, haciéndole ésta la vida imposible con sus ataques de histeria y sus reproches en público. 

Huérfano de padre a los seis años, fue llevado a Malinas con su tía Margarita de Austria, regente de los Países Bajos. Carlos fue educado en la brillante corte borgoñona. Francoparlante, sus conocimientos del alemán fueron siempre limitados.

El príncipe Carlos tuvo una infancia feliz hasta que en 1515 fue nombrado duque de Borgoña y trasladó la corte de Malinas a Bruselas. En Enero de 1516 murió su abuelo materno Fernando II de Aragón. Aunque el testamento de Fernando II no nombraba directamente a Carlos como su heredero en Castilla, el 14 de Marzo de 1516 el joven príncipe fue coronado rey de Castilla y de Aragón en Bruselas.

Su vida privada fue notablemente ordenada; su único importante vicio fue la gula, y esta acelero su muerte en Yuste.

A diferencia de su padre, Carlos supo dominar muy bien sus impulsos sexuales. En su época de juventud tan solo se le conoce una aventura con la noble flamenca Margrethe Van Geeenst, cuando tenía 21 años y se encontraba en Flandes. De ese escarceo juvenil nació en 1522 Margarita de Austria, su única hija bastarda a la que reconoció enseguida y que, llegado el día, sería la progenitora del célebre Alejandro Farnesio. Más tardía fue su aventura con la joven y bella Barbara Blomberg, siendo ya viudo de la bellísima reina-emperatriz Isabel de Portugal (desde 1539), naciendo de aquellos otoñales amores un hijo bastardo llamado Don Juan de Austria (1547).

“Con la espalda arqueada, la respiración entrecortada, teniendo que echar mano de un bastón para ir de un cuarto a otro, sufría con demasiada frecuencia de esa gota que era capaz de arrancarle los alaridos más terroríficos, hasta el punto de oír sus espeluznantes gritos en las habitaciones que se encontraban debajo de las suyas. Cuando empeoraban sus ataques, se le hinchaba la lengua, escupía flemas viscosas y se le atrofiaba el paladar, y las recetas supuestamente curativas de los médicos no contribuían a una mejoría, como tampoco su desmedido amor a la comida.” (retratosdelahistoria)

Así aquel país comenzó a ser gobernado por  un rey llamado Carlos II El Hechizado o mejor dicho por una regencia formada por la reina viuda asistida y asesorada por una Junta General de Gobierno sin la cual no se podía tomar ninguna resolución.

 

Según estudios científicos recientes Carlos fue una de las víctimas de los repetidos cruces entre parientes próximos que se dieron en sus antepasados, tanto recientes como remotos. Como consecuencia de esa endogamia sostenida dos enfermedades achacables a mutaciones genéticas recesivas, que necesitan heredarse de los dos progenitores, explicarían los trastornos de Carlos II, que era raquítico, no pudo tener hijos y a los 30 años parecía un viejo. Son un déficit hormonal múltiple de la hipófisis (de la hormona de crecimiento, entre otras) y una acidosis tubular renal, causa de raquitismo.

Tenía costras en su cabeza que era demasiado abultada; tenía flemones y heridas en la boca; supuraciones y llagas en el cuello, y un color verdoso que no denotaba mucha salud.

La debilidad mental de Carlos II le impidió comenzar a hablar de forma correcta hasta los diez años. Además nunca aprendió a leer o escribir correctamente. Teniendo en cuenta las intentonas que se hicieron al respecto, su madre optó por sobreprotegerlo.

 

El rey padecía de esterilidad, condición provocada por una enfermedad genital, ya que solo tenía un testículo y era atrófico. Mª Luisa de Orleans, su primera esposa, afirmaba que el rey padecía de eyaculación precoz por lo que nunca pudo consumar sus relaciones sexuales. Después de un año de matrimonio, seguía siendo virgen.

 

El fallecimiento de su primera esposa le sumió en una profunda depresión que empeoró su estado de salud. Tanto, que a los treinta parecía un anciano de ochenta, con las rodillas y tobillos inflamados, prácticamente sin pelo (obligado a usar peluca), color amarillento, parpados enrojecidos y la mandíbula cada vez más acentuada. La idea de estar ‘endemoniado’ le torturaba hasta el punto de padecer alucinaciones. Convirtiendo su vida en un verdadero tormento.

 

En segundas nupcias casó con la princesa Mariana de Neoburgo, cuyo único merito era que sus padres habían tenido veintitrés hijos. A pesar de su valioso antecedente genético, no hubo manera de que llegase la deseada descendencia. Tampoco culminaron sus relaciones, ya que además de padecer eyaculación precoz era incapaz de engendrar.

 

Siguiendo el hilo de la historia de las casas reales españolas, da la impresión de que los españoles a partir de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón están predestinados a ser gobernados por reyes de origen extranjero y además deficientes mentales.

Los años últimos del reinado de Carlos II estuvieron marcados por la locura del monarca, producto de las presiones políticas y las intrigas palaciegas, y por el problema sucesorio, como consecuencia de la inexistencia de hijos. Ante esta última cuestión se avivó una pugna por hacerse con el trono y con su herencia. En un principio, el candidato designado era José Fernando Maximiliano, hijo del elector de Baviera, pero éste falleció en 1699, y volvió a presentarse el problema de elegir entre el archiduque Carlos, hijo del emperador Leopoldo y biznieto de Felipe III, y Felipe de Anjou, nieto de Luís XIV y biznieto de Felipe IV. Esto provocó una contienda por la sucesión al trono español en la que intervinieron las principales potencias europeas. La Corte se dividió en dos bandos, por un lado la reina apoyaba al candidato austríaco, y por otro los consejeros y custodios Carlos quienes pensaban que sólo el apoyo de Francia podía asegurar la conservación de la monarquía en toda su integridad territorial. Todo esto les hizo decidirse por Felipe, y sin ceder a presiones mantuvieron en nombre del rey su elección hasta el final dejándolo por escrito el 2 de octubre de 1700 en el testamento que hizo un mes antes de su muerte.

Por tanto, Carlos II expiraba en Madrid, a la edad de cuarenta años, dejando un testamento sucesorio que provocaría una guerra, la guerra de sucesión que daría paso a una nueva dinastía en la monarquía de España, la de los Borbones.

Felipe V

Aficionados de siempre los españoles a las pendencias especialmente cuando median intereses económicos o de poder, no desaprovecharon la oportunidad que les brindaba el tema de la sucesión auspiciado por potencias europeas para enfrascarse en una guerra fraticida para dilucidar que bota les apretaría el cuello.

Se formó un bando dentro y fuera de España que no aceptaba al nuevo rey y apoyaba al pretendiente, el Archiduque Carlos de Habsburgo produciéndose un conflicto bélico a escala europea, denominado guerra de Succión (1701-1713).

El ascenso al trono de Las Españas de Felipe V representaba la hegemonía francesa y la temida unión de Los reinos de las Españas y Francia bajo un mismo monarca. Esta posibilidad indujo a Inglaterra y Austria a apoyar al candidato austriaco, que, por supuesto, era sustentado por los Habsburgo de Viena. Las diversas potencias europeas se posicionaron ante el conflicto sucesorio hispano.

Las perspectivas de gobierno de Felipe V abogaba por el modelo centralista francés apoyado en la corona de Castilla mientras que Carlos de Habsburgo preconizaba el sistema foralista apoyado en la corona de Aragón y especialmente en el condado de Cataluña.

Los doce años de contienda acabaron con el triunfo de los partidarios de Felipe V con las victorias militares de Almansa, Briguega y Vilaviciosa. Mientras tanto, Carlos de Habsburgo heredó en 1711 el Imperio alemán, desinteresándose de sus pretensiones al trono hispano. Pero como a “río revuelto ganancia de pescadores” los aliados de Carlos no renunciaron a la parte del pastel que creían corresponderles, dándose fin a la guerra con el Tratado de Utrecht.

Mediante dicho Tratado de 1713 Felipe V era reconocido por Inglaterra y Austria como soberano de Las Españas, pero con las siguientes condiciones:

1º. Renunciar a cualquier posible derecho sobre la corona francesa.

2º. Los Países Bajos y los territorios de Nápoles y Cerdeña pasaron a poder de Austria.

3º. El Reino de Saboya se anexiono la Isla de Sicilia.

4º. Inglaterra por su parte obtuvo El Peñón de Gibraltar, la Isla de Menoría, el navío de permiso (derecho limitado a comerciar con las colonias españolas en América) y el asiento de negros, es decir, permiso para comerciar con esclavos en las colonias españolas.  

La personalidad de este monarca

Felipe de Borbón y Wittelsbach de Baviera, duque de Anjou, nació en Versalles (Paris) el 19 de diciembre de 1683, siendo el segundo hijo del Delfín de Francia (Heredero del trono) Luís y de Maria Anna de Wittelsbach, duquesa de Baviera. Era nieto de Luís XIV “El Rey Sol” de Francia y de Maria Teresa de Habsburgo, Infanta de España, por lo que Felipe de Borbón era bisnieto de Felipe IV de las Españas.

Tras la muerte de su tío-abuelo, Carlos II de España, aceptó ser el nuevo rey español el 16 de noviembre de 1700. Pronto ordenaría que la reina viuda de España, María Ana de Neoburgo abandonara la corte española, ya que no quería contar con su presencia. 

El 16 de noviembre de 1700 es proclamado Rey de las España en el Palacio de Versalles en Paris (Francia).

Juró como nuevo rey para la vieja corona de Aragón, en Barcelona, siendo reconocido como Felipe IV de Cataluña y Aragón, y jurando las constituciones de Cataluña. El nuevo monarca acepta la lengua catalana como principal idioma del levante español, donde habitualmente es hablado y es co-oficial con la lengua francesa en Cataluña y con la lengua castellana en el resto del levante y archipiélago balear.

Felipe V se casó al poco tiempo de llegar a las Españas, el 2 de noviembre de 1701 en Figueres (L’Ampurdà- Cataluña), con una princesa italiana, Maria Luisa de Saboya, con la que se compenetró muchísimo y estuvo junto a él en los muchos momentos difíciles de su reinado.

Tras enviudar de Maria Luisa, el 14 de febrero de 1714, se casó con la aristócrata italiana, Isabel de Farnesio, el 24 de diciembre de 1724, motivado por los intereses políticos de Parma, lugar donde era Isabel. De este nuevo matrimonio tuvo muchos más hijos, siete para ser más exactos, entre ellos Carlos III (1716-88).

La dependencia de Felipe V de las mujeres era excesiva, como se solía decir “el rey sólo necesita dos cosas para vivir, un libro (la Biblia) y una mujer. La princesa de los Ursinos, copera mayor de la corte, fue enviada por su propio abuelo para dominar tanto a los jóvenes reyes como para hacer de espía suya en la corte de Madrid.

El 22 de diciembre de 1714 en Jadraque, la segunda esposa de Felipe V expulsó a la Princesa de los Ursinos de la corte para que nadie la dominara como se hizo con la primera esposa real, María Luisa de Saboya, fallecida el febrero de 1714 de tuberculosis, y ser ella quien dominara a Felipe. Aquí entra en juego su obsesión sexual.

La joven Isabel, cuya descripción era de la de una muchacha regordeta y humilde, cuya única ambición era bordar y leer libros piadosos, era engañosa. En realidad era una mujer con bastante más carácter del que parecía y su intención era salir de las estrechas miras del pequeño principado italiano de la Toscana del que pertenecía, para unirse a una gran potencia y conseguir el dominio de Italia para sus hijos. La táctica que usó para dominar al rey fue sencilla: lo mantuvo sin consumar el matrimonio hasta que ya no pudo aguantar más la abstinencia sexual y le pidió  consumar el matrimonio. Felipe estaba derrotado. Desde ahora en adelante dependería de Isabel para siempre, y se complacía en considerarse “comme un image” de su esposa, que lo monopolizaba para ella y lo marginaba del resto de mundo, siendo ella la auténtica dueña de la política española.

Pero esta dependencia de las mujeres no implicaba amor hacia ellas, como escribe el Duque de Saint-Simon en 1714, tras la muerte de Luisa de Saboya:

“El rey de España se sintió muy conmovido, pero a la manera real. Le convencieron para que siguiera cazando y disparando, para que pudiera respirar aire libre. En una de sus excursiones, se encontró contemplando el séquito que conducía el cuerpo de la reina al Escorial. Lo siguió con la vista y luego continuó cazando. ¿Son los príncipes seres humanos?”

Según recoge el investigador Cristóbal Miró: “Felipe V comía a diario gallina hervida, que le era servida junto con un cúmulo de pócimas, brebajes y tónicos para estimular su actividad sexual. A tal efecto todos los días desayunaba cuajada y un preparado de vino, leche, cinamomo, yemas de huevo, clavo y azúcar. La actividad del rey era tan desenfrenada que llegó a ser motivo de preocupación en los círculos cortesanos. En 1716 el embajador francés en Madrid informaba a Versalles que el rey estaba agotado, al borde de la extenuación “por el uso demasiado frecuente que hace de la reina”.

 

Algunos médicos, como el francés Burlet, advirtieron al rey que tales excesos estaban poniendo en peligro su vida. Pero esta advertencia no sentó precisamente bien a la reina, Isabel de Farnesio, que al tener conocimiento de ello hizo salir inmediatamente al médico de la corte. Esta actitud de la parmesana señala hasta qué punto era consciente de dónde residía su poder sobre Felipe V. El monarca, apocado y abúlico, se convertía con facilidad en un juguete en manos de la persona que estuviese más próxima. De ahí que la reina no quisiese oír ni hablar de separaciones. Algunos contemporáneos afirmaban que ella misma se encargaba de agravar las debilidades de su marido para de esta forma poder controlar mejor su voluntad.

 

Felipe V fue cayendo en la melancolía, la hipocondría y la locura. Cada día era más dejado, más extraño. Sin embargo, hubo una fecha en concreto que parece que fue una especie de detonante para una cadena de manías que no le abandonaron nunca. Y es que el 4 de octubre de 1717, cuando cabalgaba por la mañana, creyó que el sol le atacaba.

 

Eso le llevo a un proceso de degeneración en el cual no se dejaba cortar por nadie el cabello ni las uñas porque pensaba que sus males aumentarían. Las uñas de los pies le crecieron tanto que llegó un momento que ya no podía ni andar, y llegó a pensar que estaba muerto. De hecho preguntaba a sus guardias porqué no lo habían enterrado, dado que estaba muerto. Se mordía continuamente los brazos de ansiedad. Otras veces, decía que no tenía brazos ni piernas. Su conducta era cada vez más estrafalaria: mandaba abrir las ventanas en pleno invierno, se envolvía en mantas en verano, y algunas noches se creía convertido en rana. Sufría delirios y verdaderos ataques de histeria. Había opiniones para todos los gustos y el ambiente de la corte se encontraba enrarecido. La reina trataba de controlar la situación y evitar que ésta degenerara. Comenzó a circular un extraño rumor: se decía que la ropa blanca del rey y la reina irradiaba luz. El fenómeno afectaba a paños, sábanas, camisas… Como no se encontraba una explicación racional al suceso, se buscó otra de tipo más providencialista, llegándose a la conclusión de que se debía a que el número de misas dichas por el alma de Luisa Gabriela de Saboya, la primera esposa, había sido insignificante. Si tal era la causa, la solución era fácil: se ordenó decir doscientas mil misas por el eterno descanso de la reina difunta y, por si acaso, se renovó toda la mantelería y vestuario real afectado. Al parecer el fenómeno volvió a repetirse y Felipe V estuvo a punto de enloquecer. Ordenó establecer vigilancia permanente sobre su ropa personal y para evitar posibles hechizos su confección se encargó a monjas, pensando, sin duda, que manos tan celestiales sabrían evitar aquella obra del diablo. El rey se negaba a cambiar sus mudas de ropa interior hasta que las mismas, hechas jirones, quedaban inutilizables.

 

Poco después del matrimonio del primogénito, en 1721, el monarca entró otra vez en una fase de profundo abatimiento que le hizo desentenderse de todo lo relacionado con los asuntos de Estado. Pasaba largas temporadas en un palacio que se estaba construyendo en la frondosa zona de los pinares de Balsaín, en la sierra de Guadarrama, un palacio conocido como La Granja de San Ildefonso. Allí se retiraba en compañía de la reina. El duque de Saint-Simon nos presenta al monarca por estos años como un verdadero demente: el rostro desencajado, perdido el color a su consecuencia de su costumbre de vivir de noche y permanecer encerrado durante el día. Su físico estaba notablemente envejecido para un hombre que aún no había cumplido los 40. Nunca había tenido facilidad de palabra, pero ahora llamaba la atención la torpeza de su habla, que en algunos momentos le impedía hilar adecuadamente las frases. A todo esto venía a sumarse su falta de aseo personal y su indumentaria. No se mudaba de ropa, siguiendo en esto una tradición familiar iniciada por Isabel la católica.” (mjaramon,2005)

 

 “Felipe V,” El Guarro”, fue el primer Borbón y el primero de los reyes de las Españas en comenzar la moda de hacer negocios sin moral ni ética alguna, como luego se confesaba la iglesia siempre condescendiente con los poderosos le daba la absolución.  Pronto firmo un suculento contrato con la Compañía de Guinea, al igual que él, de nacionalidad francesa, se hizo socio criminal de otro Borbón, el rey de Francia Luís XV, por lo cual percibía cada Borbón el 25% de los beneficios de la organización esclavista.  Eso sí, todo de manera muy católica, los barcos en los que transportaban la “mercancía” debían ser católicos, así como la tripulación, por eso de que de ese modo los esclavos que no llegase a América, tuviesen la posibilidad de morir por la gracia de Dios.

 

La sociedad con su primo termino rompiéndose, por el tratado de Utrecht, tampoco le importo mucho al Borbón, pronto formalizo contrato con los ocupantes de Gibraltar y Menorca y creo la Compañía de Comercio, que actuaba de forma conjunta con South Sea, por este acuerdo fueron secuestrados unas 150.000 personas, que fueron vendidas como esclavos en pública subasta en las colonias españolas, en esta operación repartía beneficios con Ana Estuardo, reina de Inglaterra, no vayamos a creer que eran solo los unos impresentables los reyes de España.

 

Cuando se quedó  viudo de María Luisa Gabriela de Saboya, su viudez en cuestión de Estado, sobre todo en la corte, pues el apetito sexual del rey era irrefrenable y perseguía a las cortesanas con empeño enfermizo, para después de haberlas poseído tener escrúpulos de conciencia terminando después de cada polvo o correría arrodillado ante su confesor para que le perdonase sus correrías. como los cortesanos no estaban dispuestos a ser cornudos consentidos y criar hijos bastardos del rey fue prioritario buscarle al rey una nueva esposa que calmase los excesos sexuales del monarca  sin demora con la la que desahogarse, sin que le valieran los servicios de amantes o  prostitutas, que también las hubo, proporcionadas con gusto por los cornudos cortesanos. Por ello hubo que concertarle a toda prisa un matrimonio. La elegida fue Isabel de Farnesio, sobrina del duque de Parma. Esta segunda esposa,  era lo que en lo que se suele llamar “mujer  de armas tomar” tan bien supo manejar al demente rey y su acomplejada sexualidad pecadora,  que España se embarcó en nuevas guerras a fin de proporcionar sendos tronos a los hijos de su unión con el cochino rey francés de las Españas.” (pihnarejorepublicaindependinete)

 

Octubre de 2013

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[1] En lenguaje popular canario Joder es sinónimo de fornicar.