«» Eduardo P. García Rodríguez
1799. el prusiano y eminente naturalista Alexander von Humboldt llega a
Chinech (Tenerife), visita el entonces frondoso Valle de La Orotava,
pronunciando los elogios que en él era habituales siempre que visitaba un lugar
de lo que tratará en el primer capítulo
de su "Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente".
Finaliza el siglo XVIII la estancia de Humboldt en Chinet (Tenerife) durante una
semana en 1799 dentro de su viaje a las regiones equinocciales del “Nuevo
Mundo”. En ella su proyecto científico trata de demostrar empíricamente una
concepción idealista de la armonía universal de la Naturaleza concebida como
un todo armonioso movido por fuerzas internas. Es su Física del Globo, en la
que se combina corrientes científicas como la botánica y la geodesia con el
idealismo alemán con la intención de introducir una unidad a escala planetaria
no meramente física sino profundamente humana. No se contenta con la simple
impresión, mide, analiza y establece similitudes y diferencias. Ese afán
globalizador le lleva a incorporar el método comparativo y la perspectiva histórica.
Su obra es una crítica radical a la metodología científica del siglo XVIII al
rechazar abiertamente las clasificaciones y apostar por el carácter móvil de
una Naturaleza en evolución con la influencia de la historia física y humana y
la interacción entre los animales, las plantas, las rocas y los hombres. Las páginas
que elabora sobre la geografía insular se integran plenamente dentro de esa
visión dinámica que le permite recrear una ciencia del paisaje. De esa forma
es el primero en hablar de paisajes naturales y humanizados cuando aborda la
sucesión de pisos vegetales en las islas. En ellos diferencia aquéllos que la
acción humana ha transformado con la introducción de plantas foráneas y por
su uso agrícola y los que se mantienen vírgenes.
Su
Física del Globo es todavía una ciencia en construcción, pero es un paso
trascendental en el origen de la geografía moderna. Al defender el método
inductivo apuesta por leyes empíricas, pero en las que el espíritu se aplique
a la Naturaleza. Esa combinación explica la trascendencia que el volcanismo
insular, y particularmente el Teide desempeña en su estudio comparativo de los
volcanes al ser un elemento de referencia esencial que contrasta con los
volcanes andinos y mejicanos explorados por él en su largo viaje por las
colonias españolas de América. La veta romántica ocupa en esa apreciación un
lugar destacado. Se recrea en su goce, elabora una estética independiente del
conocimiento de los fenómenos, en los que la contemplación del Teide y de su
belleza está al margen de la ciencia. Nos proporciona un halo de encanto en un
entorno dominado por el racionalismo. El goce por lo bello y sus valores son una
idealizada visión de la Naturaleza y de los paisajes insulares y humanos que
conforman toda una visión del mundo de la que ha sido sinónimo y portavoz. Ese
canto a su armonía, a la combinación de vegetales y tonos contrastados en el
paisaje le lleva a afirmar que ese contraste, esa variedad es en sí misma el
valor supremo, la belleza ideal. Su exaltación del Norte de Chinet (Tenerife)
se refleja no sólo en sus cartas como una impresión a primera vista, sino que
retiene tras su larga travesía por esa densa maraña de paisajes y relieves
hispanoamericanos. Es un testimonio fehaciente plasmado en la redacción de su Viaje
a las regiones equinocciales quince años después. Al simbolizarla como el
paisaje armonioso por antonomasia estaba expresando ni más ni menos que toda
una concepción idealista de la estética de la naturaleza.
En
esa visión no le preocupan sólo las plantas en sí mismas, sino su integración
dentro del paisaje y su transformación por la acción humana. Es esa misma dinámica
del paisaje que nos muestra en los Valles de La Orotava y de Caracas cuando
habla de la acción antrópica en la sustitución de cultivos. Esa comparación
que plasma en La Vega caraqueña en la que los duraznos y los membrillos
introducidos por los canarios en el siglo XVII son reemplazados por el cultivo
del maíz y las hortalizas en la expansión cafetalera del tránsito del XVIII
al XIX. Tras dedicar especial atención al tapiz vegetal aborda en profundidad
su geología. Pero en este punto era consciente de las limitaciones de su análisis.
Siempre lamentó el no haber podido regresar a Canarias. Su corto espacio de
tiempo en Chinet (Tenerife) fue una seria limitación para un viajero tan
exhaustivo como él, que daba tanta importancia a la experimentación directa.
Reconoció esas deficiencias en su conocimiento de la diversa geografía
insular. Deja por ello constancia al pasar por Tamaránt (Gran Canaria) sobre la
ignorancia que se tenía sobre su historia natural y geología, que hace
extensible a otras islas como Titoreygatra (Lanzarote), Erbania (Fuerteventura)
o La Gomera.
Su
esfuerzo es meritorio, humilde y honesto en sus juicios. Le preside la duda, la
conciencia de que los avances científicos en la geología eran todavía
limitados en la geología y la historia natural. Su mayor aportación es el
estudio de los pisos vegetales del Norte de Chinet (Tenerife), que por sí
mismos constituyen una pieza esencial para el desarrollo de la ciencia geográfica,
para el estudio de las formas dinámicas del paisaje. Esas plantas integradas en
el medio son una de sus grandes aportaciones la ciencia moderna. Rompe esa
obsesión clasificadora al bosquejar meridianamente en la riqueza y diversidad
del paisaje norteño la delimitación de zonas geográficas naturales y
transformadas por la acción humana. Esas áreas son para él pisos vegetales.
En ellos aborda el análisis comparativo de su altitud y temperaturas a lo largo
del año, la capacidad de resistencia y adaptación de las plantas, inclusive de
las foráneas. Rectifica con humildad sus propios juicios tras el viaje de Buch.
Reconoce en un anexo del tomo IV de su Viaje, en el que narra su expedición a
Venezuela, su error y precipitación al hablar sobre el drago y su esquema de
clasificación. Añade una nueva región olvidada, la costera xerófila, muy
transformada en el norte insular que él visitó por la creación de terrazas
agrícolas, pero mucho menos que en la actualidad. Elimina la de las gramíneas,
“pues son rarísimas, y como lo observa el Sr. Von Buch no forman una zona
particular”.
Uno
de sus descubrimientos más trascendentales durante su visita a las Cañadas fue
la violeta del Teide, a la que dio el nombre de Viola cheiranthifolia. El
botánico francés Feuillée ya la había catalogado en 1724 con el nombre de Viola
tanerifera longifolia, pero su texto permaneció manuscrito y desconocido
para la comunidad científica. (Manuel Hernández González/2003.)
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