¡HONOR
A QUIEN MERECE HONOR!
Eduardo
Pedro García Rodríguez
Las
iniciativas cuando se sostienen en el tiempo crean tradición, especialmente
cuando estas están cimentadas en retazos de nuestra Historia
Nacional, como la de este entrañable y bello Tigaiga, trozo del suelo de
nuestro Chinech (Tenerife) que tiene mucho que enseñarnos y mucho más que
aportarnos a los canarios.
Canarias
no es todo desgracia y tragedia, por fortuna, somos más que eso, más que
corrupción y crisis, que los incendios de nuestros montes el crimen y la
desventura; Canarias es tierra pródiga llena de hombres y mujeres que tienen
sembrada en ella la semilla de los valores fundamentales de la decencia, la
moral, la justicia social y la
espiritualidad de nuestros ancestros guanches.
Estas
premisas hemos tenido la oportunidad de constatarlas y participar de ellas una
ves más el pasado día 29 de julio, cuando siendo fiel a la tradición, en el
Mirador de El Lance en Tigaiga, participamos en el XVII homenaje al último
Mencey de Taoro Bentor, hijo primogénito
del gran caudillo Kebehi Bencomo, acto que como es habitual estuvo organizado
por
Sin
dejar de lado la serenidad y la mesura que al más modesto reportero nos exige
el cumplimiento de nuestra misión informativa, hoy no podemos esconder, ni lo
queremos hacer, el expresar aunque sea con el rigor de nuestra pequeñez
narrativa de la emoción que nos llenó el memorable acto conmemorativo del XVII
homenaje se hiciera en memoria del Mencey Bentor, héroe que sacrifico su vida
para exponer ante nuestros ancestros la angustiosa situación que por culpa de
unos desalmados invasores estaba atravesando la matria.
Los
actos comenzaron con la tradicional subida a pie desde
Ya
en la plaza del mirador inicio el homenaje a Bentor, Isidro Cedrés quien con su
fácil prosa y profundos conocimientos de nuestra historia
y tradiciones, nos condujo mentalmente al pasado, versando en torno a los
entresijos del acto y dándonos una magistral lección biográfica en torno a la
figura de Bentor, acto seguido se procedió a la ofrenda floral, acompañada de
las ondeantes banderas canarias de las siete estrellas verdes, a continuación
se procedió a la entrega del Banot de Bentor 2012 a
Como
dato curioso decir que todos los niños y niñas presentes, han venido
participando de estos actos desde el vientre de sus madres, y no es metáfora.
Concluyeron
los actos con el tradicional tendido de manteles en el acogedor Bosquito, donde
a la grata sombra de de añejos pinos, disfrutamos de una grata comida de
hermandad compuesta de las viandas y bebidas aportadas por los asistentes y
compartida en franca camaradería, pues para nosotros el hecho de comer no
supone solamente el alimentarnos,
sino que representa un acto de verdadera comunión entre hermanos espirituales,
que en ocasiones crea lazos afectivos más fuertes que entre hermanos de sangre.
Fue un acto sacro lleno
de pleno laicismo cívico, fuimos testigos de una verdadera lección de histórico
civismo, de esos pedazos de energía en los que se entrega los espíritus y que
nos dejan huella profunda e imborrable en nuestro ser y memoria; actos que
deberán de ser repetidos y mostrados a las generaciones presentes y futuras,
principalmente, a la niñez, para que de ellos respiremos, bebamos, alimentemos
y fortalezcamos el orgullo diario de ser canarios. El orgullo al amor matrio.
Porque Canarias está hecha de sangre, sudor, lagrimas; pero principalmente de
imborrables eternas páginas de ejemplos valerosos llenos de dignidad y heroísmo
de sus hijos.
Dicho
lo anterior, permítame el amable lector que como modesto homenaje a quienes
sienten inquietudes por nuestra Historia y tradiciones tanto humanas como
espirituales, dar unos breves
retazos en torno a la figura de Bentor y las circunstancias que le indujeron a
ser mensajero personal ante los espíritus de los ancestros del otro lado.
Hace
unos años escribí: […] Por el contrario, nuestros héroes Matrios que fueron
capaces de ofrendar en sublime sacrificio el bien más preciado del ser humano
como es la propia vida en aras de la libertad de su pueblo, fueron y son
demonizados por aquellos que presumen de gestas heroicas que nunca fueron suyas,
y cuyo estandarte siempre ha sido el oro y rojo, es decir, el oro y la sangre o
lo que es lo mismo, Rojo y Gualda, en honor de los cuales y durante siglos, han
hecho correr verdaderos ríos de sangre inocente.
Los canarios actuales estamos obligados a no olvidar a aquellos de nuestros ancestros que no quisieron entregarse ante la descomunal y brutal superioridad armamentística de unas hordas invasoras depredadoras e inhumanas, no se prestaron a ser esclavos y no bajaron sus altivas cabezas ante dos maderos cruzados.” (Eduardo P. García Rguez. [1])
Algunos
aspectos de la civilización guanche
pasó de la memoria de los isleños (Tamusni) a los escritos de los cronistas ya
en época de dominación española, y muchos elementos de las creencias
precoloniales, a veces mezclados sincréticamente con la doctrina cristiana, han
perdurado hasta hoy. El hecho de que las
islas mantengan un porcentaje muy elevado de población natural
rural ha permitido la
pervivencia de los rasgos distintivos de la
religión precolonial.
Como
otras culturas espiritualmente avanzadas, los guanches no entendemos la religión
como los occidentales. Para nosotros, este término está lleno de implicaciones
abstractas, pues refiere un culto a algo que está fuera del plano material o
terreno. En cambio nosotros tenemos una concepción mucho más tangible, ya que
identificamos el mundo que conocemos (tierra, nubes, manantiales, lagos,
plantas, animales) con lo sagrado. Por ello, por ejemplo, el Dios principal de
la Naturaleza es Chayuga. La espiritualidad es sencilla y en armonía con la
naturaleza.
Creemos
que el paso entre el mundo del más allá y el del más acá no es tan abrupto.
De ahí la importancia de los Iboibos, Samarines, kankus y Maguadas, que son los
principales intermediarios entre dos mundos que no están claramente separados
como en otras religiones, sino unidos por vínculos materiales.
Es
la concepción de la muerte como una transición, un viaje el Seno de Magek y al
encuentro con los espíritus de nuestros antepasados. Los ritos que la envuelven
provienen de la creencia de que la condición humana tiene diversas
implicaciones espirituales más allá de la vida que conocemos. Es decir, que la
muerte no es más que el tránsito hacia un nuevo tipo de vida, diferente según
las personas.
La
religión de nuestro pueblo se transmitía de forma oral y se suele dar gran
importancia a los lugares: muchos enclaves son sagrados, por lo que las
ceremonias deben celebrarse siempre en ellos, ya que así lo designaron los
dioses. Esto da la medida de lo trágico que fue para el pueblo guanche verse
desplazado por la avasalladora civilización europea a lugares que no eran
aquellos en los que siempre habíamos vivido, al tiempo que con la aplicación
de su sistema capitalista, nos privaron de la obligación religioso-política de
compartir riquezas.
Esta
especie de comunismo primitivo, la participación en las ceremonias y en la
comunidad suele ser más importante que la creencia en sí. La doctrina es menos
importante que el comportamiento de los fieles. Ejemplo de ello es el caso del
calendario ritual que rige el trabajo comunal, y los beneficios se
reparten a partes iguales entre todos los miembros de la comunidad. Por el
contrario impusieron nuevas normas económicas mediante las cuales solamente los
colonos y su iglesia tenía derecho a acaparar las riquezas producidas.
Por
estas y otras razones el colonialismo siempre ha tratado la auto inmolación de
algunos de nuestros héroes nacionales de manera despectiva, juzgando los hechos
desde una visión etnocristiana y con total desprecio de la espiritualidad del
sometido, así tenemos que la doble moral cristiana asume que: El
suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad.
Está prohibido por el quinto mandamiento. (canon 2325). Pero ello no es óbice para que en nombre de su dios
hayan inmolado a millones de seres humanos desobedeciendo el quinto mandamiento
de su credo.
La
mayoría de los hombres y mujeres de nuestra sociedad imbuidos de una religión
excesivamente materialista no se preparan para morir, no se preparan para la
muerte que, tarde o temprano, a todos nos ha de llegar; la temen, no la ven como
un viaje liberador hacía el Seno de Magek.
Como otra faceta del
culto a los ancestros practicado de siempre en la antigua religión del Pueblo
Guanche, esta noción es también una forma de acercar el mundo de los vivos al
de los muertos, ambos íntimamente ligados en la espiritualidad guanche.
Morir
bien, es la consecuencia de haber vivido bien; pero no, en el sentido que la
sociedad le ha dado siempre a esa expresión; y si, vivir bien cultivando los
espíritus.
Haciendo
crecer en ellos cualidades y capacidades que; a la hora de la llamada
"muerte", y después de ella, le ahorrarán turbación y miedo. De ahí
que, al no haberle concedido importancia a las cosas espirituales o muy poca
importancia; dándole mayor resalte a la forma exterior de las prácticas
espirituales con ritos, ceremonias y cultos, que veneran la forma y no el fondo.
Que
para nosotros tienen un muy
particular sentido de dignidad personal y honor. Por ello, la muerte
es preferible en algunos casos, a la deshonra, tal como lo asumieron entre otros
muchos Bentejui, Atanausú, Bentor
o Ichsasagua. Tal vez haya pasado mucho tiempo; no importa -somos eternos y
lo principal ha ocurrido-.
Para
concluir estas breves notas creemos interesante reproducir algunos párrafos de
un excelente trabajo realizado por el extinto Leopoldo de
“La coincidencia
expuesta nos condujo a buscar el testamento de la abuela común de los antes
citados, Ana Gutiérrez, casada con Martín de Mena, que lo había otorgado en
Pero aun así consta
claramente del mismo que estaba casada con Martín de Mena; que dejaba tres
hijos de su matrimonio Pedro, Juan y Bastián; que debía a su tía «doña Mentía»
dos reales y cinco a un sobrino suyo, cuyo nombre no podemos conocer porque
falta el trozo del papel en que estaba escrito y que nombra albaceas a su marido
y a Gaspar Fernández.
El uso de Bentor y
Benchorhe por dos nietos de Ana Gutiérrez no puede ser más significativo. En
una época en que raramente se usaba más de un apellido; el llamarse Ana Bentor
de nombre de pila como su abuela; el anteponer el Bentor al Mena; el uso
por su primo hermano de otra forma, posiblemente más cercana a la de la
pronunciación indígena, Benchorhe, no puede tener otra explicación sino la de
que conocían y se sentían orgullosos de su ascendencia guanche, sin que
parezca dudoso de que lo usaban por que procedían del rey Bentor, y que no cabe
lo fueran por otra línea que por la de la citada abuela paterna de ambos
Ha de tenerse en cuenta
que aún en aquel momento, fines del XVI, se sentía en la vida isleña la diferencia entre los
que descendían de conquistadores o pobladores europeos y aquellos por
cuya sangre corrían glóbulos de la raza vencida, a los que despreciaban
más o menos abiertamente, como lo prueba el escándalo que se produjo,
dentro de la iglesia de Candelaria, el 2 de febrero de 1587, cuando dos
regidores de la isla insultaron a descendientes de «naturales», llamándolos,
entre otras expresiones despectivas, guanches de baxa suerte», episodio
al que luego hemos de referirnos. Esta circunstan- cia refuerza nuestro
argumento sobre los sentimientos de los nietos de Ana Gutiérrez.
Y volvamos a su
testamento, dejando de momento el referir lo que fuera de sus hijos, para
detenernos en la cita que hace de su tía doña Mencía. La única
persona de la que tenemos noticia que por aquella época viviera en Tenerife
conocida por «doña Mentía» era una indígena, hermana del rey de Abona, como
hemos dicho en nuestro anterior trabajo. Ello no solamente confirma la clase de
familia a la que pertenecía Ana Gutiérrez, sino también nos hace pensar en la
probabilidad de que Bentor hubiese estado casado con otra hermana del citado
mencey de Abona. Por otra parte, como hemos dicho, Ana Gutiérrez tenía un
sobrino, al que confiesa le debía cierta cantidad y hemos de pensar que pudiera tratarse de un nieto de
Bentor.
Hemos de confesar que
las conclusiones a que llegamos no pasan de meras deducciones, sin prueba plena,
pero también consideramos que los datos conocidos permiten llegar a ellas,
fundamentalmente, a que la que en el bautismo se llamó Ana Gutiérrez es más
que probable que fuera una hija del rey Bentor, la que intentó liberar a su
hermano u otra.
Nos preguntamos el
porqué de haber tomado tal nombre y apellido y no podemos por menos de pensar
en otra Ana Gutiérrez, hija del conquistador y regidor de Tenerife Guillén
Castellano. el que se distinguió por su independencia de criterio y que, es
sabido, conocía el habla indígena. aun cuando no supiera escribir Cabe en lo
posible que Guillén interviniese en favor de los hijos de Bentor
cuyo gesto no podía por menos de reconocer como digno y que su hija
fuese la madrina de bautismo de la que llegaría a ser esposa de Martín de
Mena.
Ana Gutiérrez, la hija
de Guillén Castellano, fue mujer que no desaprovechó la vida, ya que casó
nada menos que cuatro veces[2]:
la primera con Pero López de Villera, el fundador del hospital de San Sebastián
de La Laguna; la segunda con el escribano y regidor de Tenerife Sebastián Páez;
la tercera con el rico mercader catalán establecido en la isla Gabriel Mas, y
la última con Cristóbal García del Castillo o de Moguer, de donde era
natural, conquistador de Gran Canaria y tronco en aquella isla de las poderosas
familias de los Castillo Olivares y de los condes de la Vega Grande de Guadalupe.
Como dijimos, la mujer
de Martín de Mena designó albaceas a su marido y a Gaspar Fernández.
“Este último es
conocido corno uno de los guanches que mayores repartimientos obtuvo de don
Alonso de Lugo, con seguridad en pago a su eficaz colaboración durante la
conquista, lo que no es incompatible con que también fuese luego protector y
amigo de Ana Gutiérrez. Esta, a su vez, había sido nombrada dos años antes
albacea testamentaria por otra Indígena, Francisca de Tacoronte, la viuda del
conquistador Gonzalo del Castillo.
Como luego diremos,
Gonzalo del Castillo y Martín de Mena realizaban negocios en común, que más
tarde continuarían los hijos del uno y el otro. Las esposas de ambos. de una
misma raza y quién sabe si hasta unidas por parentesco, debían tener
estrecha amistad. Mucho en común las unía: para ambas había tenido que serle
difícil la adaptación a modos de ser y de pensar tan distintos a los en que
habían nacido; hasta la alimentación; ambas habían pertenecido a familias de
los bandos de guerra, que sufrieron las consecuencias de la derrota, bien
conocidas, y las dos, como fácilmente puede deducirse, murieron en plena
juventud.”
“Pedro de Mena se casó
con Polonia de Lugo, cuya filiación conocemos por el ya citado poder que dio su
hija Ana Bentor de Mena y
en la que nos vamos a detener por tratarse de uno de los casos de mestizaje que
se dieron en Canarias.
Ana Bentor de Mena, el
28 de junio de 1589 revocó poder que tenía dado a favor de María Sarmiento,
viuda de Diego Sardina y otorgó uno nuevo al vecino de El Hierro, Andrés de
Armas, hijo del escribano Pedro Fernández de Tvíoraies, para que hiciese
valederos derechos que pretendía corresponderle por parte de su abuela materna.
Ello le obligó a
declarar su genealogía. Afirma que era hija de Pedro de Mena y de Polonia de
Lugo y ésta, a su vez, de Alonso de Lugo, natural de la citada isla de El
Hierro, es decir, de sangre indígena y de Catalina Infante. Sigue haciendo su
filiación y añade que su citada abuela materna había sido hija de Alonso
Infante y de Catalina Bernal; que Alonso Infante lo era «del Rey del Hierro» y
Catalina Bernal de Juan Bernal, «conquistador de las islas».
Alonso de Lugo, el
abuelo de Ana Bentor, pasó de El Hierro a establecerse en Tenerife, era
descendiente de la familia real de la isla del Hierr. “
Sebastián
de Mena
“El Bastián del
testamento de su madre. Contrajo matrimonio con Leonor de Ayllón, a la que hizo
escritura de reconocimiento de la dote que había recibido al contraer
matrimonio, en La Laguna, ante Gaspar Justiniano, el 8 de abril de 1562. Leonor
de Ayllón era hija de Miguel de Ayllón, prestamista, que en el testamento que
otorgó ante Alonso Gutiérrez, el 9 de mayo de 1533, no olvidó de relacionar
cuantas prendas tenia en garantía de los dineros que había dado mejoró a su
citada hija y de su mujer, Leonor Vélez, en el tercio y quinto de sus bienes.
Sebastián de Mena tuvo
negocios con Juan del Castillo, el hijo de Gonzalo, quien en el testamento que
otorgó en La Laguna, el 5 de enero de 1579, declara que debía a los herederos
de Sebastián de Mena treinta doblas y dispone le sean abonadas.
Sebastián tuvo tierras
en el antiguo reino de Abona. De los hijos de su matrimonio, además de Antón
de Mena Benchorhe, ya citado, tenemos noticia de otros dos: Ana Vélez y Pedro
de Mena. Este ú1timo estuvo casado con María de los Olivos, hija de Francisco
de Albornoz y de Escolástica de los Olivos y tuvieron un hijo, Nicolás de Mena.
Posiblemente fueron
también hijos de Sebastián de Mena, Juan de Mena el Viejo, del que vamos a
hablar, y otro Sebastián de Mena, vecino de Vilaflor, que estuvo casado con
Margarita Hernández y otorgó testamento
en 1611.
A quien acabamos de citar. En
los dos testamentos que otorgó y que se conservan, no dice de quién fuera
hijo, pero en el segundo, de 1622, afirma
que heredó partes de una fuente en Vilaflor de Martín de Mena y de Juan del
Castillo. En el citado testamento de este último, no menciona a Juan de Mena,
pero sí, como hemos dicho, reconoce deuda a favor de los herederos de Sebastián
de Mena, hay que pensar que la misma fue pagada en participación de la fuente
de Vilaflor, que correspondiera a Juan, como uno de los hijos de Sebastián.
Su persona nos interesa
especialmente porque, como hemos de ver, fue no solo uno de los que dio poder
para defender los privilegios de los descendientes de los indígenas, sino que
indujo a seguirle a tres de sus hijos, a Pedro de Mena, a quien consideramos su
hermano y a otros tres parientes de su mujer, los Bethencourt.
En dicho poder se dice
vecino de las «partes de Daute», pero tuvo su principal hacienda en Taucho, en
el antiguo reino de Adeje, en cuya casa, que aún se conoce por «La Quinta»,
otorgó sus dos testamentos.
Posiblemente tomó
nombre y apellido del primer Adelantado, quien lo llama «mi criado» en una
data de tierra fechada el 21 de noviembre de 1513. En la isla en que había
nacido, casó por primera vez con la citada Catalina Infante, matrimonio que fue
anulado y Alonso condenado con multa, por haber tenido trato carnal, antes de
contraerlo, con Leonor de Alcalá, prima de Catalina.”
“Juan de Mena el
Viejo casó con Melchora Verde de Betancor, hija de los citados Alonso de Lugo y
de Agueda Pérez de Munguía.
Como hemos dicho, otorgó
dos testamentos, ambos en su casa de Taucho, el primero, el 6
de agosto de 1618, y el segundo, el 28 de noviembre de 1622.
En ambos documentos,
después de ordenar las mandas piadosas, declara bienes, deudas, ganado cabrío
y vacuno e instituye por herederos
a sus seis hijos:
l. Juan de Mena el
Mozo, que más tarde usaría los apellidos de Mena y Betancor. Casó en la
parroquia de San Marcos, de Icod, el 14 de octubre de 1604, con Francisca de
Carminatis, hija de Juan de Padilla y de Francisca de Carmmatis, que descendía
de un mercader procedente del Milanesado establecido en Tenerife, Juan Jácome
de Carminati. Juan de Mena Betancor otorgó testamento, ante Mateo García de la
Guardia, el 1 de julio de 1653, por el que fundó capellanía perpetua de misas
sobre sus tierras de Taucho Martín de Mena, casado con Isabel Martínez, vendió
parte de sus tierras de Taucho 31. Su hija, María de Mena, contrajo matrimonio
con Pedro Alonso Berganciano, «natural», y en su testamento de 1665 declara
que había tenido once hijos, cuatro varones y siete hembras.
Agueda Pérez de
Munguia, casada con Pedro García del Castillo.
Melchora Verde, casada
en la parroquia de Santa UrsuIa, de Adeje, el 6 de julio de 1619, con Hernán
García del Castillo.
Es correcta la relación
de los hijos de Juan de Mena Betancor y Francisca de Carminatis, que fueron:
Luís
de Mena.
Gonzalo de Mena, al que
no cabe identificar con su homónimo casado en Güímar con Francisca González
Castellano, ya que si sus padres se casaron en el 1604, su hijo de este nombre
no podía, a su vez, ser padre en 1611,
fecha en que se bautiza en Güímar un hijo del últimamente citado.
Dionisio
de Mena.
El alférez Juan de
Mena, casado con Isabel de Mesa, no de Mena, como se dijo, hija del alférez
Felipe Martín del Castillo y de Juana Méndez de Fonseca.
El licenciado don
Francisco de Betancor, presbítero.
Alonso de Lugo que casó
en San Marcos Icod, el 2 de
septiembre de 1638,
con Marquesa Francisca y dejaron descendencia.
5. Mateo
de Betancor.
6. Diego de Mena.
Manuel de Mena otorgó escritura en Vilaflor, en 1674, en la que declara que era
hijo de Domingo de Mena y nieto de Diego.
Ni hace al caso, ni
tenemos suficientes datos para seguir la descendencia de los hijos de Martín de
Mena y Ana Gutiérrez, que debió ser numerosa y posiblemente llegue hasta
nuestros días. En los protocolos de la antigua escribanía de Vilaflor pueden
seguirse algunas generaciones. También en los registros bautismales de Güímar
y a partir del 1611, figuran hijos de residentes en dicho valle que llevaban
este apellido: Gonzalo y Juan de Mena, que probablemente eran de la misma
familia y que dieron el nombre al poblado de dicho término municipal aún
conocido por el “Lomo de Mena”.
El artículo continua
con una serie de notas relativas al texto, la que omitimos en
favor de la brevedad, no obstante, el lector interesado puede consultarla
en; Anuario de Estudios Atlánticos. Vol. Nº 23. Año 1977. Pags. 421 y ss.
Kanarias
29 de julio de 2012.
[1]no puede morir jamas quien de esclavo se libera
Fuetes
consultadas:
Leopoldo
de
La
familia del Rey Bentor
Anuario de Estudios Atlánticos.
Vol. Nº 23. Año 1977.
Fotografías
de: Juan Manuel Figueras
Reportaje
de la XVI Homenaje al Mencey Bentor
Otros artículos, reportajes y documentos históricos de Eduardo P. García Rodríguez
[2]
En la sociedad guanche la mujer era libre de dirimir el matrimonio en
cualquier momento, de ahí que por ejemplo en Tamarant (Gran Canaria),