UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1721-1730
CAPÍTULO -V-I-
El
documento que aquí se publica,
es un informe del año 1802 redactado por el ingeniero Joseph García Martínez
de Cáceres, quien pone a defensa la plaza de Montevideo proyectando la
construcción de un baluarte que toma en cuenta edificaciones previas,
realizadas por ingenieros militares que le habían antecedido.
Con
el propósito de contextualizar el informe aquí presentado, abordaremos, en
primer lugar, las circunstancias en que se realiza la fundación de Montevideo;
en segundo término la coyuntura finisecular, aproximándonos al contexto social
y político del virreinato; el proyecto de fortificación y el informe de Cáceres,
y finalmente la estructura institucional en la que se inserta la figura de este
ingeniero.
La fundación de Montevideo
Bajo
el reinado de Carlos III, se produce un afianzamiento de la política exterior
española en la defensa de su soberanía sobre la región del Río de la Plata,
no pudiéndose hablar ya de aquéllas tierras como “tierras de ningún
provecho”,
en tanto representaban una puerta de fácil acceso para las potencias
extranjeras. La necesidad de proteger los intereses económicos en la región
llevó al virrey peruano Amat y Junyent -según consta en sus Memorias de
Gobierno- a poner sobre aviso a la Corona contra los “enemigos portugueses
que se han aliado con Inglaterra, bajo cuya protección han cometido y cometen
diversas maquinaciones e insolencias [...] Los portugueses no reparan en medios
para penetrar en la región que pertenece a Su Majestad Católica. [...] se
esfuerzan por colonizar las inmediaciones de Río Grande, por implantar allí su
ganadería, para de esta manera proveer cómodamente a las necesidades de Río
de Janeiro” .
En
1680, con la fundación de Colonia del Sacramento, los portugueses habían
tomado la iniciativa en la lucha por la costa oriental del Río de la Plata, y
los sucesivos gobernadores de Buenos Aires intentarán, con mayor o menor éxito,
decidir el enfrentamiento a favor de España. Según el historiador alemán M.
Kossok: “Cuando la incorporación de Portugal a la ‘Gran Alianza’ significó
la denuncia del tratado de compensación firmado en 1701, España consiguió
ocupar la fortaleza desde
No
sería correcto afirmar que Montevideo nace como ciudad, ya que su origen
responde a la edificación de una plaza-fuerte situada en una bahía del Río de
la Plata y delimitada hacia el oeste por un cerro, significativo paisajísticamente
en ese contexto de llanuras.
Felipe
V había ordenado la construcción de una ciudad en dicho paraje, para evitar
precisamente que se repitiera lo sucedido cuarenta años antes con la Colonia
del Sacramento. En el año 1723 desembarcaba en dicha bahía un contingente
portugués, lo cual motivó la inmediata intervención de quien entonces era el
Gobernador de Buenos Aires, D. Bruno Mauricio de Zavala. A instancias de un práctico
del Río de la Plata, las tropas españolas cruzan el estuario desde las costas
de Buenos Aires propiciando una retirada pacífica de los portugueses. Una carta
de Felipe V a Zavala, fechada en 1725, donde se recapitula sobre ese
acontecimiento, dice así:
“En
diferentes cartas que se han recibido, el mes de junio del año próximo
antecedente, dais cuenta con autos de que, el día primero de diciembre de 1723,
os dio noticia un práctico del Río de la Plata de haber encontrado en la
ensenada de Montevideo un navío de guerra portugués, con 50 cañones, mandado
por don Manuel Henrique de Noroña, y haber desembarcado hasta 200 hombres que
estaban fortificándose, con cuya novedad despachasteis un capitán con carta
para el gobernador de la Colonia, a fin de que informase de tan impensada e
irregular conducta; dando al mismo tiempo otras providencias para reforzar la
guardia de San Juan, observando los movimientos de los portugueses, impedirles
disfrutar la campaña y la comunicación con la Colonia por tierra; encargando
al capitán don Alonso de la Vega que a su arribo escribiese al comandante
portugués que no podíais permitir su demora en aquel paraje [...] A que le
respondió venía con expresa orden de su Soberano, a tomar posesión de las
tierras de su dominio, por lo cual os obligó a manifestarle la extrañeza que
os causaban sus operaciones, por ser opuestas a la buena correspondencia; y que,
respecto de no haber duda alguna en ser mío el territorio de Montevideo,
procurase suspender la fortificación y retirarse de aquel paraje y demás
dominios míos; porque, de no ejecutarlo así, lo reputaríais por hostilidad, y
os sería indispensable valeros de aquellos medios a que la justicia, la razón
y el derecho os obligaban. A que os respondió el comandante portugués en la
misma forma que había respondido a vuestro oficial. Y enterado vos de que los
portugueses llevaban adelante su intento, no obstante varias cartas y respuestas
que hubo de una a otra parte, dispusisteis los navíos de registro, juntamente
con un navío inglés del asiento, y por tierra también tropas, para dicho
sitio de Montevideo; y habiendo pasado a la guardia de San Juan el día 21 de
Enero, tuvisteis el día siguiente la noticia de haberle desamparado los
portugueses dejando una carta el comandante, escrita el mismo día 19, diciéndoos
se retiraba por no quebrantar las paces [...]”
Este
acontecimiento marcó el inicio de un proceso fundacional que se extiende hasta
fines de 1726, de una ciudad y plaza fuerte que fue llamada con el nombre de los
santos patronos: San Felipe y Santiago de Montevideo. La misma carta antes
citada, especifica:
“[...] Y
para que se puedan poblar los dos expresados e importantes puestos de Montevideo
y Maldonado, he dado las órdenes convenientes para que en esta ocasión se os
remitan en dichos navíos de registro 50 familias, las 25 del reino de Galicia,
y las otras 25 de las islas de Canarias. También se dan las órdenes necesarias
a mi Virrey del Perú, y Gobernadores de Chile, Tucumán y Paraguay, para que os
den cuantos auxilios puedan para atajar los intentos de los portugueses, y
particularmente para que del distrito de cada uno pasen las familias que fueren
posibles, para que con las que (como va dicho) se os remiten de España se
apliquen a estas poblaciones [...] con las providencias expresadas podréis
hacerlo, procurando (como no lo dudo de vuestro amor y celo a mi real servicio)
practicar en este caso todas las disposiciones que fueren posibles, con la
conducta que hasta aquí. Y de lo que se adelantare en este asunto, me daréis
cuenta en las primeras ocasiones que se ofrecieren. De Aranjuez, a 16 de abril
de 1725. Yo el Rey”.
El
gobernador Bruno de Zavala hizo un llamado a poblar la Plaza, ofreciendo a
cambio solares para la edificación de viviendas, estancias y chacras en las
inmediaciones, alimentación gratuita, herramientas y animales para criar, además
de la exención de impuestos y la autorización del título de fijosdalgo,
que habilitaba a utilizar el Don delante del nombre propio. Menos de una decena
de familias evaluaron que dicha empresa valiera la pena, dado lo inhóspito del
lugar, permanentemente en conflicto entre los imperios y además asediado periódicamente
por grupos de indígenas nómadas, principalmente minuanes y charrúas. Según
algunas fuentes, se contabiliza en ese entonces a unas 34 personas como los
primeros habitantes de Montevideo. En el mes de noviembre de 1726, se les suman
50 familias canarias llegadas a bordo del velero Nuestra
Señora de la Encina. Luis Azarola Gil ha descrito así a estos primeros
pobladores:
“Nada más
humilde que aquel núcleo fundador de la ciudad y progenitor de la ciudad en
gestación. Sus elementos carecían de instrucción y de cultura; muchos de
ellos no sabían leer ni firmar; y es inútil inquirir una manifestación de su
modo de pensar fuera de los testamentos y las actas capitulares. Eran labriegos
rudos, ignorantes y virtuosos; su misión consistía en alzar las casas,
procrear hijos, sembrar granos, apacentar ganados y alejar a los indios”.
Hacia
1730, se hablaba ya de la existencia de estancias en la Banda Oriental donde se
cuentan entre 30.000 y hasta más de 80.000 cabezas de ganado, aunque las
fuentes históricas son a veces contradictorias en este aspecto. En los inicios
de la década de 1770, tanto portugueses como españoles contaban con tropas
asentadas en la región de más de 1000 hombres, cifra elevada tomando en cuenta
las condiciones que imperaban en dichas latitudes.
La
coyuntura finisecular: creación del Virreinato del Río de la Plata y composición
social de la ciudad de Montevideo.
El
1º de agosto de 1776, Carlos III expide una Real Orden donde concede amplias
facultades a D. Pedro de Cevallos, -quien había sido gobernador de Buenos Aires
entre 1756 y 1766-, confiándole una misión militar de 10.000 hombres y desligándolo
de la autoridad de Lima:
“Por
cuanto hallándome muy satisfecho de las repetidas pruebas que me tenéis dadas
de vuestro amor y celo de mi Real Servicio, y habiéndoos nombrado para mandar
la expedición que se apresta en Cádiz con destino a la América Meridional,
dirigida a tomar satisfacción de los portugueses por los insultos cometidos en
mis Provincias del Río de la Plata, he venido en crearos mi Virrey, Gobernador
y Capitán General de las de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa
Cruz de la Sierra, Charcas y de todos los Corregimientos, pueblos y territorios
a que se extiende la jurisdicción de aquella Audiencia”.
La
Orden dejaba establecido el carácter provisorio de dicho Virreinato: “por
todo el tiempo que V. E. se mantenga en esta expedición militar”. Además de
las instrucciones de carácter netamente militar, la Orden contenía
prescripciones relativas a la política económica, como el fomento de los
recursos naturales, en especial lino y cáñamo, y hacer trabajar a los indios
en dichas labores.
Al año siguiente, Cevallos es llamado a retomar su cargo de capitán general en
Madrid y en su lugar es designado como virrey Juan José de Vértiz y Salcedo
para ejercer la autoridad del virreinato, establecido ya con carácter
permanente. En 1782, el Virreinato es subdividido en ocho Intendencias y cuatro
provincias, éstas últimas subordinadas en territorios fronterizos. Una de
estas provincias es la de Montevideo, la cual abarcaba la actual República
Oriental del Uruguay y territorios aledaños que se extienden a jurisdicciones
hoy pertenecientes al Estado de Río Grande do Sul en Brasil.
En vistas
del crecimiento de la actividad comercial en el puerto de Montevideo, el antiguo
fuerte se fue convirtiendo gradualmente en un potencial competidor de Buenos
Aires; según informes del virrey Arredondo, ambas ciudades obtienen casi al
mismo tiempo su administración aduanera.
Este es el comienzo de una rivalidad comercial que tiene su punto más álgido
en 1799, cuando apoderados del comercio y terratenientes de Montevideo
presentaron a la Corona la petición de sustraerse a la tutela comercial de
Buenos Aires contando con su propio Consulado, de la misma manera que ésta lo
había hecho de Lima décadas antes. Como ha escrito Manfred Kossok: “Según
sus palabras, Montevideo se hallaba oprimida por su dependencia de Buenos Aires,
cuya tiranía amenazaba con esclavizarla y convertirla así en víctima de un
‘verdadero despotismo’; los apoderados atestiguaban asimismo ‘la tiranía
y animadversión con que el mencionado tribunal contempla nuestros progresos,
ventajas y bienestar’[...]”.
Por
otra parte, la colonización de tierras destinadas al cultivo y la ganadería no
estuvo tampoco exenta de dificultades en lo que respecta a la ciudad de
Montevideo, y al territorio oriental en general. A la escasez de mano de obra
(“lo reducido del Pueblo”, a lo cual hace referencia García de Cáceres en
este informe y otras cartas), se sumaba también el contrabando ejercido por los
portugueses que lograban contar con la complicidad de algunos grupos de charrúas
y minuanes, las faenas clandestinas de ganado y las permanentes “asoladas” o
“malones” indígenas que llegaban a las puertas de la Ciudadela. Este último
es un elemento significativo para analizar la importancia que tuvo para la
administración española la construcción de fortificaciones en toda la región
del Plata e incluso en la actual Patagonia argentina.
Si
bien, como sostiene Capel “lo más específico de la ciudad hispanoamericana
fue la coexistencia étnica, lo que dio lugar a procesos de mestizaje desde el
primer momento: las ciudades, a pesar de todo, se convirtieron en crisoles de
mezcla étnica y social.”,
a diferencia de lo que ocurrió con otras culturas americanas -las consideradas
“altas culturas”-, en el caso de Montevideo fue muy difícil la integración
del indígena al medio colonial y la apropiación de sus instituciones.
A los charrúas, por ejemplo, les estaba prohibido ingresar a la ciudad, cuya
puerta se cerraba en la noche, y a los españoles, internarse más allá de las
murallas, bajo pena de sufrir azotes.
Siendo
el puerto de Montevideo el punto de partida de las expediciones organizadas para
la colonización de los territorios aún lejanos de la Patagonia, durante la década
de 1770 y hasta fines de siglo, la población de la ciudad formará parte en
muchas ocasiones de la tripulación militar destinada a establecer nuevas
fortificaciones de defensa, como en el caso de la expedición a Bahía sin Fondo
y asentamiento en el puerto de San José. Esto consta, por ejemplo, en una carta
dirigida al Virrey Vértiz por Juan de la Piedra, encargado de la expedición y
futuro superintendente de las fundaciones a establecer, donde le agradece a la
autoridad la provisión de hombres -dados los retrasos de la llegada de
“negros” y peones desde Buenos Aires- , y realiza el pedido de suministros
indispensables para la misión:
“En vista
de la Or.n que V. E. se ha servido expedir para que en lugar de los
Negros que havian de servir en los trabajos de la Costa Patagónica sean
Presidiarios en quienes no concurra delito maior, hemos acordado el Gobernador
de esta Plaza y yo lo conveniente para que se embarquen hasta unos 50 con corta
diferencia, y doy a V. E. muchas gracias; pues cada uno de ellos valdrá por dos
Negros; pero Sr. Excmo. si no se visten no han de poder sufrir las ynclemencias
que van a sufrir, por lo cual suplico a V. E. dar la Orden conveniente”[16].
Hacia 1780,
la población censada en Montevideo y alrededores ascendía a 10.404 habitantes,
siendo 7410 españoles; 247 indios y 2747 negros y mulatos,
los últimos llegados como esclavos para dedicarse principalmente a las tareas
de agricultura pero también destinados a trabajar en la fabricación de
ladrillos.
El
14 de enero de 1801, se estableció el “Nuevo Reglamento para el régimen y
arreglo de las milicias” para el virreinato del Río de la Plata, donde se
determinan prescripciones y procedimientos administrativos, disciplinarios y de
gobierno para orientar el funcionamiento de la defensa de los fuertes situados
en la región. Los mismos comprendían aquellos ubicados en ambas orillas del
Plata y en los territorios de la Patagonia. Las instrucciones establecían la
composición en número de los distintos cuerpos (infantería, artillería,
caballería), los cuales recibían el nombre de “Batallones de voluntarios”
de la guarnición a la que pertenecían. En 1801, las milicias de
Montevideo sumaban 2482 hombres, distribuidos en una Compañía y un Batallón
de Infantería, un Regimiento y un Escuadrón de Caballería, y una Compañía
de Artillería[18].
El
proyecto de fortificación y el informe de Cáceres
Dadas
las ventajas que para ello ofrecía el territorio de la Banda Oriental, en las
últimas décadas del siglo XVIII se iniciaron profundas transformaciones en
relación con el desarrollo de la agricultura y la ganadería. Se multiplicaron
también las fortificaciones, que aunque aparecían como insuficientes debido a
la escasa cantidad de pobladores, garantizaron la colonización del interior de
la provincia a la vez que aseguraban su defensa. Sobre este punto, el virrey
Arredondo expresaba su preocupación por aumentar el número de fortificaciones
dadas las reiteradas infracciones de los portugueses a los tratados limítrofes:
“Aún
teniéndolos sitiados por todas partes, a costas de levantar fortalezas y compañías
de gente armada, se abren un nuevo camino cada día, por donde se avanzan más
hacia el Perú y Montevideo. Estas provincias son el blanco a que hacen su tiro
desde principio del siglo XVI, sin que los haya cansado la fatiga, ni saciado el
fruto que les ha rendido esta. Ya se hallan bien adentro de ambos territorios, y
cada día se van arrimando más. [...]No es posible guardarlo todo por medio de
atalayas o de centinelas, ni bastaría todo el ejército de Su Majestad para
defender unas pertenencias de tan vastos y remotos términos. [...]Es verdad que
tenemos ajustadas unas convenciones provisionales, que preservan sus derechos y
los nuestros, mientras se establecen los límites de ambas Coronas. ¿Pero de qué
sirven los pactos ni las leyes cuando prohíben ellas mismas castigar a sus
infractores? [...]Para conservar lo que nos resta, ha sido necesaria la
construcción de los tres fuertes, de que dejo hecha mención a Vuestra
Excelencia, a que debe seguirse el gasto de su guarnición y conservación, y el
de los otros fuertes de Santa Teresa, San Miguel, Santa Tecla, San Rafael y
Batoví [...]”.
Como
sosteníamos al comienzo, el proyecto de fortificación de la plaza y luego
ciudad de Montevideo, conllevó grandes esfuerzos a lo largo del siglo XVIII.
Cabe aclarar de todos modos que el ámbito de aplicación del proyecto de
fortificación fue la Jurisdicción de Montevideo, la cual correspondió
entonces al área territorial que comprende los actuales departamentos de
Montevideo, Canelones, San José y parte de los departamentos de Maldonado,
Lavalleja, Flores y Florida[20].Hacia
fines del siglo XVIII, se sucedieron puestos fortificados en las actuales
ciudades de Paysandú (1772), Canelones (1774), Florida (1779), Mercedes (1781),
Santa Lucía (1781), San José (1783), Minas (1783), Pando (1787), Rocha (1793)
y Melo (1795)[21]
.
Tal
como ha sido ya estudiado por distintos autores (Capel, 2001, Carmona y Gómez,
2002), la planificación de la ciudad de Montevideo siguió los lineamientos
establecidos por la Leyes de Indias para los territorios de ultramar del imperio
español. Se aplicó a la misma un modelo de ciudad mediterránea, conformado
por los llamados “solares del pueblo”, esto es, el núcleo urbano
propiamente dicho, con un trazado de manzanas uniformes en torno a una plaza
principal de forma rectangular de la cual salían cuatro calles, éstas
conectaban con la iglesia y los restantes edificios oficiales. Según la
descripción de las arquitectas uruguayas Carmona y Gómez, el amanzanado en
forma de “damero” se adaptó en el caso de Montevideo a la situación de la
península: “Las calles –anchas en los lugares fríos y angostas en los cálidos-
resultan trazadas a ‘cordel y regla’ y orientadas a medios rumbos. Los
solares del pueblo constituyen un recinto cerrado, completamente rodeado por las
murallas que defienden la ciudad”[22].
Esta área de solares corresponde a la actual Ciudad Vieja, centro histórico de
Montevideo. Contiguo a la misma se extendía un territorio sin edificaciones ni
cultivos llamado el “ejido”, espacio que servía para el recreo de los
habitantes así como para el pastoreo de ganado. Este territorio despojado
constituía además la reserva para el crecimiento de la ciudad, y ubicado
frente a las murallas, contribuía también a su defensa.
En
1719 el Capitán de Ingenieros Domingo Petrarca realizó el primer relevamiento
topográfico de la ensenada de Montevideo, donde se indican los manantiales de
agua dulce y el terreno propicio para edificar y poblar. Así fue como se eligió
el territorio de la península hoy conocido como barrio Ciudad Vieja para
establecer el primer núcleo poblacional. En 1724 Petrarca dibujó el mapa de la
ensenada con sus bajos y sondas, y en ese mismo año dirigió las primeras obras
de fortificación de la Plaza, en las cuales trabajó parte de la población indígena
de la región. Esto consta en el diario de D. Bruno Mauricio de Zavala,
gobernador entonces de Buenos Aires, a propósito de aquel desembarco portugués
frustrado de 1723-24 al que aludimos anteriormente:
“Con la aprobación del
ingeniero don Domingo Petrarca, empecé una batería a la punta que hace al este
la ensenada, para defenderla [...] Luego que llegué a Montevideo empecé a
construir la referida batería de la punta del este, con el seguro de que vendrían
los indios Tapes, como lo tenía prevenido; pero, habiéndose retardado éstos,
la concluí poniendo en ella cuatro cañones de a 24 y 6 de a 18 en batería. El
día 25 de marzo llegaron 1.000 Tapes, y el inmediato empezaron a trabajar en
las demás fortificaciones delineadas, y continúan en ellas.”[23]
Entre
1727 y 1730, Petrarca dibujó la ensenada de San Felipe de Montevideo, también
la planta del fuerte y realizó el perfil del mismo, trazando la planta para
arreglar las proporciones con que éste debía ser construido en la gola de la
península[24].
En los años 1761 y 1765 los ingenieros Francisco Rodríguez Cardoso y José del
Pozo respectivamente, demarcan las nuevas fortificaciones de la ciudad de San
Felipe de Montevideo, incluyendo ciudadela y murallas complementarias. Esta
construcción, de acuerdo con el plano del ingeniero Joseph García Martínez de
Cáceres de 1797, constaba de un gran patio central, alrededor del cual se
distribuían dependencias militares, cajas reales, la capilla y las habitaciones
del Gobernador. Como plantean Miguel Álvarez y José M. Montero: “no deja de
asombrar que esta construcción haya sido sede de los diferentes gobiernos,
siendo en primera instancia sede del gobierno español, lo fue sucesivamente del
portugués, porteño, primer Gobierno Patrio, brasilero y luego centro del poder
nacional independiente. Construcción que siempre fue denominada El Fuerte, tal
vez por la función del primer edificio erigido en ese sitio o quizás, por
albergar las habitaciones de gobernadores y sus guardias”.
Estructura institucional de
los ingenieros militares y la figura de Joseph García de Cáceres.
Es
importante contextualizar la figura de este ingeniero en el marco de la
estructura institucional en que desarrolló sus funciones. Joseph García Martínez
de Cáceres nació 1733 en la ciudad de Alicante y se graduó de ingeniero
militar, iniciando su carrera en 1753 como ingeniero delineante. En 1778 alcanzó
el grado de Ingeniero 2º, y es destinado a cumplir funciones en el virreinato
de Nueva España, hasta ese momento había cumplido una larga actuación en toda
Durante toda esta época, Cáceres se encuentra involucrado en la realización
de planos y obras en ambas orillas del Río de la Plata, simultáneamente. Entre
sus realizaciones de este período, que se extiende al menos hasta 1802, se
cuentan obras principalmente de índole defensivo y militar, pero también de
arquitectura civil y religiosa. En 1794, por ejemplo, critica los planos de la
portada de una iglesia de clérigos de La Plata, la San Felipe Neri. En 1795,
construye la Dirección General de Tabacos de Buenos Aires, en 1797 realiza los
planos del Hospital Provisional de Montevideo. En la costa oriental su trabajo
es muy intenso en lo referente a la fortificación y construcción de otras
dependencias militares. Realiza planos, perfiles y vistas de los cuerpos de
guardia que servían de resguardo al almacén de pólvora del Cerro de
Montevideo y al muelle de la ciudad; el plano y perfil de la batería de Santa Bárbara,
construida para defensa de la playa de la Estanzuela y su inmediata en la costa
montevideana; dibuja también los planos de los fuertes de San Miguel y Santa
Teresa.
El Cuerpo
de Ingenieros Militares tuvo un papel principal en todo lo referente a la
defensa y la ordenación del territorio por iniciativa pública en España y las
Indias. Su rol fue decisivo para asegurar el control de la estructura social;
una organización política unitaria en el momento de la construcción del
estado moderno (desde el Renacimiento, pasando por el siglo XVII y XVIII, donde
se sigue avanzando desde el estado absoluto al estado liberal) y finalmente, la
defensa del territorio. En el siglo XVII, la ingeniería militar de la Corona
española ya contaba con un largo desarrollo, integrando además conocimientos y
tradiciones procedentes de los distintos territorios del imperio, como se afirma
en Capel y otros (1988): “Súbditos italianos y flamencos de la monarquía habían
constituido desde el siglo XVI el principal contingente de los ingenieros
militares, con una activa y eficaz presencia en la fortificación y defensa de
los territorios del Imperio. Pero a ellos se habían unido bien pronto
ingenieros españoles que trabajaban también indistintamente en todos los
dominios hispanos”.
Sin
embargo, hasta comienzos del siglo XVIII la organización de los ingenieros no
estaba estructurada como un cuerpo único, ya que sus actividades se vinculaban
tanto con los artilleros como con la infantería, y no contaban con centros
específicos de formación. Por este motivo se reclutaba para estas funciones a
aquéllos oficiales que poseían algún conocimiento de matemáticas y
fortificación; la técnica se adquiría trabajando o se transmitía
familiarmente, tal como puede verse en el caso de Sebastián Fernández de
Medrano quien adquirió su formación de manera autodidacta y llegó a ser
profesor y director de la Academia Militar de Bruselas, el centro de formación
más importante de la Monarquía hispana a finales del siglo XVII. Allí dictó
clases en ingeniería, geografía, arquitectura militar, geometría práctica y
artillería, incluidas todas estas materias dentro de las ciencias matemáticas.
El flamenco Jorge Próspero de Verboom, sería nombrado en 1710 Ingeniero
General de los Ejércitos, Plazas y Fortificaciones de todos los Reinos,
Provincias y Estados, y Cuartel Maestre General de todos los Ejércitos.
Además de las funciones que quedan explícitas en la denominación del cargo,
se le confiere la responsabilidad de organizar el cuerpo de ingenieros, para lo
cual en 1711 Felipe V expide la orden de creación del Plan General de los
Ingenieros de Ejércitos y Plazas.
Hacia 1718, al cuerpo se habían
integrado más de un centenar de ingenieros españoles, italianos y flamencos.
Inspirado en la Academia de Bruselas, Verboom también será el responsable de
la creación de la Academia Militar de Matemáticas de Barcelona en el año
1716, pero el centro comienza a funcionar el 15 de octubre de 1720 bajo la
dirección de Mateo Calabro, luego sucedido por Pedro Lucuce. Es en la Academia
de Barcelona donde realizó sus estudios el ingeniero García de Cáceres.
En
el trabajo ya citado de Capel, Sánchez y Moncada (1988) se hace mención a la
actitud negativa que en general tuvo la corona española a promover la creación
de centros de estudios militares en los territorios de ultramar. Aunque la misión
de los alumnos que se formaran en estos centros habría de ser la defensa de
dichos territorios, los autores sostienen que probablemente existiera el temor a
perder el control de una academia que formara militares criollos, y cuando estos
proyectos existieron, la no aceptación de los mismos se hizo esgrimiendo
consideraciones de carácter académico. Un caso significativo en este aspecto
lo constituye el proyecto formulado en 1777 por el ingeniero Simón Desnaux para
el establecimiento de una “Academia Especulativa y Práctica sobre el Arte de
la Guerra en el Reino de Nueva España”. Si bien el proyecto había sido
informado favorablemente por el Presidente de la audiencia de Guatemala,
finalmente es rechazado por el comandante general de ingenieros Silvestre
Abarca, quien señaló la imposibilidad de su realización. Los principales
argumentos sostenían que el proyecto era demasiado amplio, abarcando todo el
arte de la guerra, y que un ingeniero necesitaría “vivir largos años y
hallarse en muchas campañas, y aún con todo sólo lograría adquirir una
instrucción regular; no perfecta, como la que supone que han de conseguir los
alumnos en el corto tiempo de dos años”. A esto se agregaba, según Abarca,
la escasa preparación del autor, considerando que a Desnaux le faltaban aún
mucha “aplicación, tiempo y estudio para comprender bien lo que promete enseñar
en la proyectada Academia”, y finalmente, consideraciones de carácter
presupuestario.
Un
estudio realizado en Uruguay por Nelson Pierroti sostiene la necesidad que había,
a fines del siglo XVIII, de institucionalizar la instrucción técnica en la
ciudad de Montevideo, la cual no contaba con una institución que pudiera asumir
esta tarea. En un documento del Archivo General de la Nación Argentina citado
por este autor, y firmado por el mismo García de Cáceres, queda manifiesta la
necesidad de destinar técnicos a "la nueva obra y Proyecto de la Plaza
de Montevideo”, cuyas fortificaciones debían ser reconstruidas con
urgencia ante la eventualidad de un nuevo ataque extranjero:
“La
escasez de oficiales del Real Cuerpo de Ingenieros por su limitado número
de individuos para tantas atenciones y servicios propios de su instituto y
facultativa profesión, ha dictado en todos los tiempos y ocasiones elegir y
nombrar así en Campaña como en Guarnición, los Cadetes y Oficiales que han
cursado con aprovechamiento las matemáticas para que ayuden de servicio que se
ofrece como al presente se verifica en Lima: En el día se toca esta precisión
en la nueva obra y Proyecto de la Plaza de Montevideo, que el celo que anima a
V.E. ha resuelto emprender: con esta noticia solicita Don Serapio Bruno de
Zavala, cadete del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, se le nombre de
Ingeniero voluntario sin otro interés que contraer este mérito, y constándome
su Instrucción, talentos, buena conducta, aplicación, e inclinación a
distinguirse en esta Carrera, lo propongo a V.E. con arreglo a Reales Ordenanzas
si lo halla su superior consideración conveniente (...) y conste en su cuerpo
su ocupación a que aspira (...) Joseph García de Cáceres.”
Dado
el carácter urgente de esta petición, se aceptó la colaboración de algunos
oficiales para trabajar en la fortificación de Montevideo. Serapio Zavala, al
que se hace referencia en el documento anterior, era el sobrino del fundador de
la ciudad y finalmente fue designado como colaborador o “mano auxiliar” del
cuerpo de ingenieros montevideano en 1782. Este tipo de situaciones
–entre otros elementos- motivaron la iniciativa de Cáceres, quien se desempeñaba
como Director del Cuerpo de Ingenieros de Buenos Aires, a instalar una Academia
de Matemáticas en aquella ciudad, en el año 1781, donde se formaran ingenieros
para las plazas de dichos territorios. Según sus informes, los contenidos de
las materias dictadas en la Academia de Barcelona, al igual que en las de Orán
(1732) y Ceuta (1739), debían servir de modelo para las Academias de Matemáticas
que se instalaran en el Río de la Plata:
“la
experiencia ha manifestado la utilidad de las Academias y conocidos progresos de
los Jóvenes con la adquisición de las luces que les han prestado las Matemáticas
para conseguirles ventajas (que son indudables) para mejor desempeño del
servicio del Monarca en aquella parte que realiza los máximos de la guerra
(...) Se seguirá el método de la Academia de Barcelona, Orán y Ceuta. Habrá
una clase por la mañana y otra por la tarde”.
Sin
duda los argumentos de Cáceres tuvieron una buena aceptación en este aspecto,
ya que la Academia de Matemáticas de Montevideo abrió sus puertas en el 1800,
dos años antes del informe de este ingeniero que aquí se presenta, y siguió
probablemente el mismo programa de estudios que la academia bonaerense.
* Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
---» Continuará