EFEMERIDES
CANARIAS
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 170I-1710
CAPÍTULO
-III-
Guayre Adarguma *
El puerto de Añazu (Santa Cruz de Tenerife), fue tomando auge al
mismo tiempo que el de La Orotava, aunque éste al estar relativamente más
resguardado que aquel, absorbía mayor tráfico marítimo, y ambos se
beneficiaron de la destrucción del puerto de Garachico, que hasta unos meses
atrás había sido el más importante de la isla.
La erupción del Volcán de Garachico, acaecida el 5 de Mayo de
1706 y que, había sido precedida de violentos movimientos sísmicos, de una
intensidad superior a los que seis
meses antes habían anunciado las erupciones volcánicas de
Siete Fuentes el 31 de Diciembre de 1704 hasta el 5 de Enero de 1705, el
de Fasnia que comenzó la erupción el 5 de Enero de 1705, el de Arafo del 2 de
Febrero de 1705 hasta el 23 del mismo año. De estos desastres naturales el que
más afecto a la economía de la isla, fue indudablemente el de Garachico, ya
que por este puerto se exportaba la mayor parte de los vinos, y manufacturas
producidas en las comarcas del noroeste de la isla, la Villa sufrió grandes daños
en sus edificios, calles, y estructura comercial, quedando prácticamente
arruinada, lo que obligó al desplazamiento de los exportadores y comerciantes
hacía el puerto de La Orotava (puerto de la Cruz), y hacía el de Santa Cruz.
El auge e importancia que iba tomando el puerto de Santa Cruz, en
franca competencia con el de La Orotava, y al estar éste más resguardado de
los vientos, como hemos anotado anteriormente, gozaba de la preferencia de navíos
para fondear en él, especialmente los que venían de tornaviaje de las América.
La presencia de buques cargados con ricas mercancías y productos
exóticos de las Indias Occidentales y de Europa, despertaban la codicia de
corsarios y piratas europeos, -y en ocasiones la de Canarios y Americanos- que,
no dudaban en efectuar arriesgadas incursiones en la bahía con el objeto de
arrebatar a algunas de las naves que se guarnecían bajo la esperada y no
siempre efectiva protección de los cañones de los castillos, algunas de estas
operaciones llevadas a cabo por los corsarios tuvieron éxito como podremos ver
más adelante, otras, fracasaron. No obstante la ciudad fue en muchas ocasiones
escenario de las transacciones de piratas y corsarios quienes usaban esta plaza
para el rescate de sus presas con la autorización –cuando no con la
connivencia–, de los comandantes generales y demás autoridades de las islas,
pero este es un tema que trataremos aparte.
1706.
La construcción de
En
1788 estaba artillada con 6 cañones de a 24, 2 de a 16, 1 mortero de a 12 y I
de a 9, y guarnecida por 1 oficial, 1 sargento, 2 cabos y 13 soldados, que en
tiempos de guerra se elevaba a 3 oficiales, 3 sargentos, 6 cabos y 100 soldados.
Se
halla situada en el extremo izquierdo de la rada que forma el puerto de Santa
Cruz, en el valle de San Andrés, uno de los puntos probables de desembarco a
objeto de tomar las alturas que dominan la plaza como Valle Seco y donde
desembarcaron 1.200 ingleses cuando el ataque de Nelson.
Está
inscrita en el Registro el 15 de Abril de 1896, al folio 227 del tomo 307, libro
89, del Ayuntamiento, finca n° 5939, inscripción la, con
Es
capaz de 5 piezas en su explanada circular de sillería y tenía una cisterna de
Por
circular de 29 de Julio de 1892 y R.O. de 24 de Mayo de 1893 se propuso su
enajenación y se aprobó por R.O. de 27 de Febrero de 1895, se suspendió por
R.O. de 20 de Abril de 1897 y se volvió a proponer el 11 de Junio de 1899 venta
y permuta de edificios y solares del Ejército; por R.O. de 2 de Enero de 1924
(D.O. nO3) se declara inadecuada para las necesidades del Ejército y el 15 de
Enero de 1926 se entregó al Ayuntamiento por orden de
En
un informe del Ingeniero Comandante de
Torre
de San Andrés. Situada en la playa de una pequeña ensenada que forma el
barranco del mismo nombre, en cuyo valle (que tiene agua todo el año) hay una
pequeña población también llamada San Andrés.- La playa es de bastante difícil
desembarco, como no sea con mar en calma, la internación al país por unas
quebradas y riscos tan agrios que con la más pequeña oposición es insuperable
y no es menos difícil el camino que desde este valle conduce á la plaza de Sta
Cruz, de la que dista unas dos leguas al N.E. que se hace por la costa faldeando
los escarpados riscos que hay en toda ella, que en muchos puntos no dá paso más
que para una persona ó caballería, y con no poco riesgo de despeñarse.
Descripción.
Es de figura circular á barbeta, capaz de 5 piezas sobre esplanada de losa, y
las aguas lluvias que caen en ella vierten á una cisterna capaz de 18 pipas,
tiene bajo su explanada un almacén abobedado capaz de 100 qq de pólvora y
otras dos bóbedas en que pueden alojarse el Comandante y 50 hombres, y la
entrada se hace á
Objeto.
Defiende la playa á derecha e izquierda y el fondeadero que lo hay á su
frente, pues se puede considerar su situación al estremo izquierdo de la rada
que forma el Puerto de Santa Cruz.
Tiene
la torre 103 varas de circunferencia en su base y una altura hasta el cordón de
9 varas y 1 tercia, siendo este de un pie de vuelo y otro de grueso. Desde el
cordón a la comisa hay
Tiene
esta Torre un campanario con su campana de metal con un cepo; en la explanada
existe un algibe.
El
Sur de esta Torre y a unas 13 varas de distancia se halla una habitación de
En
los planos puede apreciarse cómo era este Castillo y como se halla en 1951.
También se dan dos distribuciones interiores, una de ellas de acuerdo con el
inventario y otra distinta que indudablemente tuvo en otra época, como sucede
en la mayoría de las fortificaciones del archipiélago, que debido ala serie de
reformas que han sufrido en el transcurso de los años, existen planos de las
mismas completamente distintas, a veces incluso en la forma exterior.
En
un informe de
1706
Mayo 5. Los cronistas nos
relatan que ese reventó un volcán, una hora antes del amanecer, sobre el lugar
de Garachico, en un punto llamado Trevejo. En este mismo día bajó la lava
hasta el camino que salía de este lugar para San Pedro, y a las nueve de la
noche se descolgaron por los riscos de
Corrieron
estos brazos de fuego durante ocho días, con algunos arroyos más que se
aumentaban. Al final de los ocho días, bajó un nuevo torrente incandescente,
que es el último que se mira a la parte del naciente, tan feroz, que habiendo
entullado todas las viñas de las laderas, redujo a malpaís el barrio de Los
Morales, que se componía de tres calles arruadas de casas muy buenas.
Y, así
mismo, hizo el mismo estrago de la casa, sin segundas, del Señor Coronel don
Nicoloso de Ponte Jiménez, con la del Señor don Gaspar Rafael de Ponte y todas
las demás que contenía el barrio que llaman de San Telmo, cuya ermita primero
se quemó y después fue cubierta del mismo malpaís, con la rivera de molinos
que estaban en la circunferencia del lugar.
Rompió el
volcán el muro del convento de San Diego y Monjas de Santa Clara, por la parte
de arriba, y prendió fuego al monasterio, sin dejar en él más que una celda
del uso de
No hay
ponderación para encarecer cuántas fueron las pérdidas que se padecieron,
–comenta el fraile y cronista franciscano Juan García– los sustos que se
lloraron y las incomodidades que se sintieron. Al fin desampararon el sitio sus
habitadores, las religiosas y el clero, por tiempo de cuarenta días, en que no
cesó de correr el río de fuego. Quiso Dios, por su inmensa piedad, se midiese
su justicia y misericordia, que padeciendo este estrago los edificios y
haciendas, se salvasen todas las vidas humanas.
Los
religiosos del convento quemado de San Francisco se retiraron a Icod, habiendo
consumido el Santísimo Sacramento, el día en que ardió el convento, que lo
tenían en el de San Sebastián de la orden de Santo Domingo. Fue este día víspera
de
Al cabo de
quince días de haber reventado el volcán, los Padres Dominicos, viendo que les
amenazaba el peligro y temiendo por su integridad física, llevaron su sagrario
a Icod y allí estuvo hasta que cesó el aluvión. Las religiosas se repartieron
en diversos conventos, las de Santa Clara y las de la
Concepción
subieron desde el primer día de la fatalidad al convento de San Bernardo de
Icod y de allí se repartieron al convento de San José de la Villa de La
Orotava la mitad, y el resto al de Santa Clara de La Laguna. (José Velázquez Méndez)
1706
de Noviembre 5. El
siglo XVIII fue pródigo en sucesos acaecidos en la Villa y puerto de Santa Cruz
de Tenerife, queremos incluir algunos de los mismos en éstas página, ello nos
aproximará a la realidad política, militar y social de aquel siglo. Conste que
no pretendemos con estas líneas, crear un tratado sobre la historia del puerto
Santacrucero, solamente nos guía el deseo de divulgar algunos aspectos de
nuestra historia poco o nada conocidos por las actuales generaciones, pido
anticipadamente disculpas al posible lector
por los errores y defectos que puedan encontrar en las páginas que
siguen, pues reconozco que mi osadía al emprender este trabajo, solamente es
superada por el amor que profeso a mi matria Canaria y a su historia.
A principios de siglo, se produjo
uno de los hechos más relevantes acaecido durante la primera década del mismo.
Como consecuencia de la guerra de sucesión a la corona española entre el
archiduque Carlos y Felipe V, la armada inglesa mantenía bloqueado el puerto de
Cádiz. El tiempo debía transcurrir bastante monótono para la flota sitiadora,
lo que impulsó al almirante Leake comandante en jefe de la misma, a que una
división de su escuadra la denominada azul al mando del joven y recién
ascendido contraalmirante John
Jennings girase una visita de reconocimiento e intimidación a las Islas
Canarias. La isla escogida para esta algarada fue naturalmente la de Tenerife,
considerada en aquellos momentos la más importante del archipiélago, las
verdaderas intensiones que traía la flota continua siendo aún hoy un misterio,
algunos autores especulan con la posibilidad de que la misión de la armada
consistía en conseguir el que las islas levantasen pendones a favor del
pretendiente, el archiduque Carlos, auto titulado - en aquel momento - Carlos
III, creemos que estos peñascos
casi olvidados en el Atlántico simples bases para el cambio de aguadas de los
barcos en ruta hacía las Indias occidentales, poca o ninguna importancia tenían
para las potencias europeas empeñadas en aquella guerra de sucesión en la que,
los aliados perseguían la partición
de la monarquía española y la posterior distribución de sus despojos.
Volvamos a la visita del contraalmirante Jenning, al atardecer del
día 5 de Noviembre de 1706, los vigías del semáforo de Anaga señalaron la
proximidad de diez navíos extraños, aunque
la plaza estaba alerta debido a los acontecimientos que se desarrollaban en
Europa, de momento la presencia de la flota no despertó sospechas pues se
pensaba que podía tratarse de un convoy que se dirigía a las indias
Occidentales, no obstante y por precaución,
aquella tarde se dio la alarma en Santa Cruz, La Laguna y lugares próximos,
viéndose la marina y alrededores concurridos de gran número de personas
dispuestas para la defensa de la plaza.
Los castillos y baterías estaban preparados de antemano debido y bien provistos
de munición y pólvora (cosa inusual en otras épocas) por las circunstancias
de guerra, estaban preparados para repeler cualquier intento de agresión,
estando al frente de los mismos sus respectivos alcaides, el teniente coronel
de designación real, don José Machado Fiesco gobernaba el castillo de
paso alto; don Gregorio de San Martín, nombrado por la ciudad, el de San Cristóbal,
y don Francisco José Riquel y Angulo, nombrado por el cabildo, estaba al frente
del de San Juan.
El Comandante General de las islas, don Agustín de Robles y
Orezana, quien tuvo encomendado el mando de la colonia entre los años 1705 y
1709, se encontraba ausente de la
plaza, pues se había desplazado a la isla de Tamaránt (Gran Canaria) para
resolver algunos contenciosos que mantenía con la audiencia de Canarias. Una
ves más, las milicias Canarias
tuvieron que defender el país de la agresión
de una potencia europea.
Al amanecer del día seis, los trece navíos de la flota de Jenning
ponían proa hacía el puerto de Santa Cruz, recortándose en el
horizonte con las luces del alba, conforme se iban acercando, enarbolaron
banderas francesas, luego suecas, para posteriormente izar banderas azules,
verdadera enseña de la flota, por este echo, fue recordada esta batalla entre
las gentes de la isla como “la invasión inglesa de la bandera azul”, los
buques fueron tomando posición de combate, lo que disipó totalmente, las
posibles dudas de los defensores, sobre las intenciones de la escuadra.
Sin embargo, no hubo sorpresa alguna, porque desde la noche
anterior habían sido movilizadas
todas las milicias de la isla, siendo la marina de Santa Cruz el lugar de reunión
de las mismas, y donde se fueron preparando para rechazar cualquier intento de
desembarco por parte de la escuadra. La nobleza rivalizó en dar pruebas –
como en ella era habitual – de
fidelidad al monarca, y desde la ciudad de La Laguna así como de los lugares más
apartados del interior de la isla, fueron descendiendo a caballo con todas sus
rutilantes armas, posiblemente bruñidas para lucirlas en el evento, causando
admiración por su acompañamiento el marqués de Villanueva de Prado.
El coronel de la caballería de la isla, el criollo don Francisco
Tomás de Alfaro, que se encontraba de visita en la Orotava, recorrió con otros
caballeros, la distancia que separa
esta Villa del puerto de Santa Cruz, logrando llegar a tiempo para participar en
la acción. Por su parte, los tercios de infantería se fueron concentrando en
el lugar, puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife, llegándose a reunir más de
4.000 milicianos en las primeras horas de la mañana. En este estado de armas se
encontraba la plaza en la mañana del 6 de Noviembre de 1706.
Desde el castillo de San Cristóbal, se disparó un tiro de
admonición como era usual, para que enviasen una lancha: el contraalmirante
Jenning hizo caso omiso a la invitación, y por el contrario dio orden de que
los cañones de sus navíos abriesen
fuego contra los fuertes de la plaza. El cañoneo se mantuvo durante dos horas
con nutrido fuego por ambas partes, en medio del tronar de los cañones, se vio
como se separaban de la escuadra 37 lanchas repletas de soldados, que avanzaron
hacía las playas de San Antonio y la de la Peñita
en compacta formación, en mitad de camino fueron detenidas por los
disparos de los cañones de Paso Alto y de San Cristóbal, ya que el de San Juan
no alcanzaba con sus tiros al grueso de la escuadra.
Algunos navíos se acercaron a tierra para tratar de proteger con
sus cañones la maniobra de desembarco, pero el intenso fuego de los castillos y
baterías les causaron considerables daños, obligándoles a retirarse fuera del
alcance de los cañones. Ante cariz que iban tomando los acontecimientos, el
contraalmirante Jennig optó por parlamentar. Para ello, descubrió primero su
verdadera nacionalidad enarbolando el pabellón de Inglaterra, enviando acto
seguido (sobre las tres PM.), emisarios en una lancha enarbolando bandera
blanca.
Una
embarcación de los defensores se dirigió entonces a su encuentro recogiendo a
los emisarios y vendándoles los ojos los trasladaron al castillo de San Cristóbal.
Allí en presencia de los jefes de la defensa y del alcaide
San Martín, el Corregidor don José de Ayala y Rojas recibió a los
parlamentarios ingleses, y recogió la carta que le remitía el almirante de la
flota. Reproducimos el contenido del escrito así como la repuesta dada por el
corregidor don José de Ayala, tal
como las recoge don Antonio Romeu de Armas, en su obra Canarias y el Atlántico.
“Excelentísimo señor:
Soy mandado aquí con la
esperanza de encontrar una escuadra francesa, no como enemigo, sino como amigo
de los españoles. El haber tirado los navíos no fue por prescripción mía,
pues apenas lo percibí, mandé llamarlos para fuera, no siendo mi intención
que se cometiese alguna hostilidad a ese lugar. Me alegraré poder servir a V.E.
o a otro cualquiera de esa isla todo cuanto fuere posible, pues
estamos en estrecha amistad con los españoles. No puedo dejar de
asegurar a V.E. cómo S.M. Católica
el Rey Carlos III han tenido tantos sucesos sus armas este verano, que la mayor
parte del reino y dominios de España están ahora debajo de su obediencia,
y no hay duda de que los franceses serán enteramente expulsados de España.
Tengo orden de S.M. Católica para asegurar a todos los españoles de todas
partes de su protección, y que los
que voluntariamente se sometieren a S.M. Católica el Rey Carlos, serán
continuados en sus empleos y puestos que ahora gozan. Si V.E. es servido de
cambiar rehenes para que vengan a bordo serán bastantemente
informados de todas las cosas y de la verdad de lo que aquí inserto; me
hallará muy pronto para darle gusto, y no dudo será muy a su satisfacción.
Quedo con mucho respeto de Vuestra Excelencia su más obediente y humilde
servidor. = John Jenning. = A bordo del navío de S.M. el Binchier, 26(¿) de
Octubre de 1706. = Las dos tartanas que van siguiendo los navíos, si salieren
ser españolas se devolverán.”
Creemos que la fecha de
26 de Octubre insertada en el texto es un error de imprenta ya que la repuesta
del corregidor Ayala, está fechada a 6 de Noviembre. Lo que nos da una
diferencia de 12 días entre las fechas de ambas misivas, mientras que siguiendo
la narración de Rumeo de Armas, la flota fue avistada por la atalaya de Anaga,
el 5 de Noviembre, atacó la plaza
al amanecer del día
La repuesta dada por el regidor y redactada en similares
términos cortesanos que, el empleado por Jenning, fue
escrito en los siguientes términos:
.”Excelentísimo
señor:
En vista de la de Vuestra Excelencia escrita este día, de a bordo de la
nao el Binchier, que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones
que de esa escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesanía de Vuestra
Excelencia y respondo que a haber llegado desde el principio la lancha, en la
conformidad que ahora, y como vuestra Excelencia muy bien sabe debe enviarse,
hubiera sido sin embarazo. Y por lo
que toca a las noticias que me insinúa Vuestra Excelencia
acerca del estado de la guerra y cosas de España, digo: que aquí
sabemos y estamos bien satisfechos de que las gloriosas armas de nuestro Rey
y Señor don Felipe V están
muy ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los
reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase su S.M. en
diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su
obligación de fidelísimos vasallos de S.M. Católica Felipe V (que Dios
prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a Vuestra Excelencia la
galantería que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este
puerto, y quedo a la disposición de Vuestra Excelencia para cuanto sea de su
agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de
noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. = Don José de Ayala y Rojas. = Excelentísimo
señor don Juan Jennings”
Según el historiador
don Alejandro Ciuranescu, refiriéndose a los resultados de la batalla
nos dice “en el campo de las cortesías chinescas, los ingleses
resultaron derrotados”, pensamos que fue una pobre victoria para los canarios
con un costo demasiado elevado.
La Monarquía Española
en aquellos momentos representada por Felipe V, quedó sumamente complacida de
la defensa que de sus intereses hicieron sus fieles vasallos criollos de la
colonia, distribuyendo como era habitual en estos casos, algunas prebendas entre
los miembros de la oligarquía tinerfeña que supuestamente más se destacaron
en la defensa de los mismos. Las palmaditas en la espalda la recibieron en forma
de sendos hábitos de ordenes militares concedidos al corregidor Ayala
y al castellano San Martín, a los defensores de a pie, su majestad, se
dignó recordarlos en una carta dirigida al cabildo de la isla con fecha 28 de
Diciembre de 1706. La prebenda recibida por el castellano San Martín, no fue
bien vista por el virrey don Agustín de Robles, quien desató su ira contra él,
haciéndole víctima de algunas tropelías, actitud esta –por otra parte–
bastante frecuente por parte de los comandantes generales de aquella y de otras
épocas, en sus funciones de representantes de los amos y señores de las islas,
que son los gobiernos de la Metrópolis. (Eduardo Pedro García Rodríguez)
1706
Noviembre 6. Los ingleses,
que habían saqueado el puerto de Santa María, quemado en Vigo los galeones,
insultado a Cádiz, tomado a Gibraltar y sometido a Cataluña y reino de
Valencia todo ello en la península ibérica para el archiduque con una
facilidad asombrosa, se lisonjeaban que igualmente le someterían la colonia de
las Canarias sólo con presentarse armados y hacerse obedecer. A este
fin, se dirigió a ellas la escuadra del general Genings, compuesta de 13 navíos,
el menor de los 11 de a 60. El 5 de noviembre, a las 5 de la tarde, se avistaron
10 sobre la primera punta de Tenerife; y aunque se discurrió que podrían ser
mercantes y pasajeros a la América, se tocaron las cajas militares para
seguridad de las costas a cuyo estruendo cargó alguna gente a la marina. Al
rayar el alba del día 6, se reconoció que se acercaban al puerto de Santa
Cruz; y, viendo que a las 8 de la mañana ponían banderas francesas, mudándolas
poco después en inglesas de color azul no quedó duda del designio con que el
enemigo se avecindaba. Sin embargo no hubo sorpresa, porque desde la noche
antecedente se había conmovido toda la isla con un rebato general; y era tal el
ardimiento de los pueblos, que amanecieron en Santa Cruz más de 4000 hombres de
los tercios circunvecinos, ansiosos del combate. Ya había acudido armada toda
la nobleza, y esto de tal modo que, aunque el coronel de la caballería de la
isla, don Francisco Tomás de Alfaro, estaba en el puerto de La Orotava,
distante 7 leguas desde Santa Cruz, cuando recibió la orden de marchar,
"pudo tanto su celo en el servicio del rey, que amaneció el puerto
coronado con su gente.
[...]
Así que los navíos ingleses estuvieron acordonados con las proas al puerto y a
tiro de nuestra artillería, empezó a hacerles fuego el castillo principal de
San Cristóbal, del cual era gobernador don Gregorio de Sanmartín. Siguió su
ejemplo el capitán don Francisco José Riquel, que lo era del de San Juan, y
todas las demás baterías con la mayor viveza. Toda la escuadra correspondió
granizando innumerables balas que por fortuna no ofendieron. Y ya había durado
dos horas el reñido combate, cuando echaron al agua los ingleses 37 lanchas con
mucha gente de desembarco; si bien fue tal el fuego que se les hizo desde las
fortalezas y tanto el daño que recibían los bajeles que más se habían
acercado, que les fue forzoso retroceder a socorrerles. No obstante, a las tres
de la tarde volvieron a enviar otra lancha a tierra con bandera de paz y un cabo
inglés que pedía audiencia. Tuvo junta de guerra el corregidor, y en ella se
acordó que fuese admitido. Salióle al encuentro el capitán de mar en otro
esquife, y, habiéndole vendado los ojos, le introdujo en el castillo principal
donde estaba el corregidor y la nobleza. Entregó el cabo una carta de parte el
general Genings, escrita en inglés [...]
La
carta de Genings contenía una serie de engaños sobre la marcha de la guerra y
sus intenciones. El corregidor español en nombre de las autoridades coloniales
envió la siguiente respuesta:
"Excelentísimo
señor: En vista de la de V. Exc. Escrita este día de a bordo de la nave Binchier,
que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones que de esa
escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesía de V. Exc. Y respondo
que, a haber llegado desde el principio lancha, en la conformidad que ahora, y
como V. Exc. Muy bien sabe deber enviarse, hubiera sido recibido sin embarazo. Y
por lo que toca a las noticias que me insinúa V. Exc. Acerca del estado de la
guerra y cosas de España, digo que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de
que las gloriosas armas de nuestro rey y señor don Felipe V están muy
ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los
reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase S.M. en
diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su
obligación de fidelísimos vasallos de S. M. católica Felipe V (que Dios
prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a V. Exc. La galantería
que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a
la disposición de V. Exc. para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San
Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. su
mayor servidor. Don José Antonio de Ayala y Roxas. -Excelentísimo señor don
Juan Genings".
Los ingleses se retiraron a las 7 de la
noche. Las milicias canarias permanecieron armadas dos días y en
1706
Noviembre 6. La muerte del
rey español Carlos II (1665-1700) y
su testamento en favor de la Casa de Borbón, fue el origen de una nueva Guerra
Europea.
Este
Rey español de la Casa de los Austria nació el 6 de noviembre de 1661. Hijo de
Felipe IV y Mariana de Austria. Débil y enfermizo, poco dotado física y
mentalmente.
Padeció
raquitismo infantil, como queda constancia en su abultada cabeza y en que no
pudiera caminar con normalidad hasta los 10 años, a pesar de que el heredero
del Felipe IV tuvo una lactancia que duró casi cuatro años y contó con 28
nodrizas. Su formación y cultura fueron escasas. Contrajo matrimonio en dos
ocasiones, con María Luisa de Orleans (1679) y Mariana de Neoburgo (1689), sin
tener descendencia. La primera de sus esposas, seguía siendo virgen al año de
matrimonio. La reina confesó a su camarera que el rey padecía de
"eyaculación precoz que impedía consumar el matrimonio". La
esterilidad que padecía no se debía al hechizamiento, sino a una enfermedad
genital. "La causa de la esterilidad radicaba en un hipogenitalismo, ya que
el rey tenía un solo testículo y era atrófico". La historia de su
hechizamiento empieza aquí. "Un astrólogo de Bohemia le dijo al monarca
que la causa de la esterilidad radicaba en que no se había despedido de su
padre en el lecho de muerte, por lo que Carlos II se dirigió al monasterio de
El Escorial, mandó sacar la momia de Felipe IV y durante unos minutos estuvo
contemplándolo".
Llegó
al trono cuando aún no había cumplido los cuatro años, por lo que, de acuerdo
con el testamento de Felipe IV, su madre, Mariana de Austria, ejerció la
regencia, asesorada por una Junta de Gobierno. En este periodo sucedieron luchas
entre la reina y sus favoritos (Juan Everardo Nithard y Fernando de Valenzuela)
y la oposición política, encabezada por el hermanastro del rey, don Juan José
de Austria. En el año 1676, Carlos nombró primer ministro y grande de España
a Valenzuela, lo que provocó el golpe de Estado de don Juan José, quien apartó
a la reina madre y gobernó como primer ministro durante algo más de dos años
(1677-1679) le siguieron el duque de Medinaceli (1680-1685) y el conde de
Oropesa (1685-1691).
Los
colonos españoles en las Islas Canarias se apresuraron a proclamar su fidelidad
al futuro Felipe V. Muy malos años para la colonia, durísimas sequías habían
perdido las cosechas y dejado los campos en la miseria. En Titoreygara
(Lanzarote) y Erbania (Fuerterventura) se moría la gente de hambre, huyendo la
población hacia Chinet (Tenerife) y Tamaránt
(Gran Canaria), se hizo necesario importar Trigo de Córcega para poder
hacer pan. A todo esto se sumo una epidemia de fiebre amarilla importada de
Los ingleses, que habían saqueado en la metrópoli el puerto de Santa María,
quemado en Vigo los galeones, insultado a Cádiz, tomado a Gibraltar y sometido
a Cataluña y reino de Valencia para el archiduque con una facilidad asombrosa,
se lisonjeaban que igualmente le someterían la colonia de las Canarias sólo
con presentarse armados y hacerse obedecer. A este fin, se dirigió a ellas la
escuadra del contraalmirante Genings, compuesta de 13 navíos, el menor de los
11 de a 60. El 5 de noviembre, a las 5 de la tarde, se avistaron 10 sobre la
primera punta de Anaga en Chinet (Tenerife); y aunque se discurrió que podrían
ser mercantes y pasajeros a la América, se tocaron las cajas militares para
seguridad de las costas a cuyo
estruendo cargó alguna gente a la
marina. Al rayar el alba del día 6, se reconoció que se acercaban al puerto de
Añazu (Santa Cruz); y, viendo que a las 8 de la mañana ponían banderas
francesas, mudándolas poco después en inglesas de color azul no quedó duda
del designio con que el enemigo se avecindaba. Sin embargo no hubo sorpresa,
porque desde la noche antecedente se había conmovido toda la isla con un rebato
general; y era tal el ardimiento de los pueblos, que amanecieron en Añazu
(Santa Cruz) más de 4.000 hombres de los tercios circunvecinos, ansiosos del
combate. Ya había acudido armada toda la nobleza, y esto de tal modo que,
aunque el coronel de la caballería de la isla, don Francisco Tomás de Alfaro,
estaba en el puerto de La Orotava, distante 7 leguas desde Añazu (Santa Cruz),
cuando recibió la orden de marchar, "pudo tanto su celo en el servicio del
rey, que amaneció el puerto coronado con su gente.
[...]
Así que los navíos ingleses estuvieron acordonados con las proas al puerto y a
tiro de nuestra artillería, empezó a hacerles fuego el castillo principal de
San Cristóbal, del cual era gobernador don Gregorio de Sanmartín. Siguió su
ejemplo el capitán don Francisco José Riquel, que lo era del de San Juan, y
todas las demás baterías con la mayor viveza. Toda la escuadra correspondió
granizando innumerables balas que por fortuna no ofendieron. Y ya había durado
dos horas el reñido combate, cuando echaron al agua los ingleses 37 lanchas con
mucha gente de desembarco; si bien fue tal el fuego que se les hizo de nuestras
fortalezas y tanto el daño que recibían los bajeles que más se habían
acercado, que les fue forzoso retroceder a socorrerles. No obstante, a las tres
de la tarde volvieron a enviar otra lancha a tierra con bandera de paz y un cabo
inglés que pedía audiencia. Tuvo junta de guerra el corregidor, y en ella se
acordó que fuese admitido. Salióle al encuentro el capitán de mar en otro
esquife, y, habiéndole vendado los ojos, le introdujo en el castillo principal
donde estaba el corregidor y la nobleza. Entregó el cabo una carta del
contraalmirante Genings, escrita en inglés.
La
carta de Genings contenía una serie de engaños sobre la marcha de la guerra en
la Península Ibérica y sus intenciones. El corregidor, en nombre de las islas
envió la siguiente respuesta:
"Excelentísimo
señor: En vista de la de V. Exc. Escrita este día de a bordo de la nave Binchier,
que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones que de esa
escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesía de V. Exc. Y respondo
que, a haber llegado desde el principio lancha, en la conformidad que ahora, y
como V. Exc. Muy bien sabe deber enviarse, hubiera sido recibido sin embarazo. Y
por lo que toca a las noticias que me insinúa V. Exc. Acerca del estado de la
guerra y cosas de España, digo que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de
que las gloriosas armas de nuestro rey y señor don Felipe V están muy
ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los
reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase S.M. en
diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su
obligación de fidelísimos vasallos de S. M. católica Felipe V (que Dios
prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a V. Exc. La galantería
que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a
la disposición de V. Exc. para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San
Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. su
mayor servidor. Don José Antonio de Ayala y Roxas. -Excelentísimo señor don
Juan Genings".
*
Guayre
Adarguma Anez Ram n Yghasen.
[Nota:
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