FEMÉRIDES
DE
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1611-1620
CAPÍTULO
XXIII (XVII) - II
Guayre
Adarguma *
[Viene
de la entrega anterior]
Medidas contra la
deforestación
La reducción y el control normativo del corte de
madera impuesto por el Cabildo fue muy
difícil de mantener, sobre todo en los sectores del Sur de Tenerife. Sin duda, la lejanía y el aislamiento de
estos lugares posibilitaban contravenir las
ordenanzas sin grandes problemas.
En el año 1525 se denunció el grave deterioro de
los pinares, debido a la utilización de esta madera
en los hornos de pez. El 19 de enero de 1526 el Cabildo prohibió la producción
de esta materia en la isla, salvo en los territorios de Abona, Agache y Adeje. Posteriormente, en 1542, sólo se
autorizó el establecimiento de hornos en
tres lugares de la isla: uno en Daute, dos en Agache (en el término de Güímar) y otro en Abona. Sin embargo, las
infracciones se reiteraban de tal forma que, en 1552, se habían montado tan sólo
en Agache diez de ellos. En Abona, en
1574, se obtuvo 3.000 q.m., funcionando cuatro hornos y no uno como se había estipulado. En la década de 1590, los
ingresos concejiles por la pez doblaron los de los
decenios anteriores. Basado en los datos expuestos,
sospechamos que algunos de los hornos presentes en Adeje fueron construidos clandestinamente.
La orchilla es un liquen que crece en las rocas de
riscos y barrancos escarpados. El nombre
científico de una de sus variedades más habituales es el de Roccella tinctoría. Fue uno de los primeros artículos de exportación de Canarias. Es probable que su explotación comercial se remonte
a una etapa anterior a la conquista de
Juan de Bethencourt. Era muy apreciado por las propiedades colorantes que le confiere su contenido en ácidos
liquénicos y otros cromógenos. La producción
tinerfeña de orchilla fue importante. A principios del siglo XVII,
la renta por este concepto se elevó a 375.000
maravedíes, aumentando al doble a finales del
mismo. Fue muy solicitada por el comercio de Flandes, Italia y Levante, donde era ampliamente utilizada en la
industria textil. En el siglo XVI, su comercio estuvo
monopolizado por genoveses y, en el XVIII,
por ingleses.
Existen evidencias de la producción de orchilla en
el territorio de Adeje. Algunos documentos de la época reflejan que en esta
localidad se hallaba presente dicha planta
y que se aprovechó comercialmente. Así, en octubre de 1526, "Pedro Yanes, trabajador portugués, se obliga a
coger y apañar a Pedro de
Comunicaciones
La primera mitad del siglo XVI
comprendió una etapa de pobres recursos
económicos para la escasa población de Adeje. El 13 de septiembre del año
1532 los vecinos Esteban Hernández, Blas Alonso y Francisco González elevaron
escrito al Ayuntamiento de
Una cuestión que sin duda resulta interesante es la
referente a las rutas que se trazaron
para transportar los productos comerciales y mantener contacto con otros lugares de la isla. Ya hemos hecho
referencia al camino real que, desde Adeje, se
dirigía a Taucho y a otros sectores de elevada altitud. Otra vía importante de comunicación por tierra era el llamado
camino de Aponte y que, casi con seguridad,
ya existía con anterioridad a Pedro de Ponte. Probablemente lo mandó construir su padre, don Cristóbal. Partía
desde Adeje y terminaba en Icod de los Vinos.
Esta ruta atravesaba el pago de Tijoco de Abajo y se dirigía por Tejina hasta Guía de Isora, a donde se arribaba
a la altura de las inmediaciones de su actual
cementerio. Desde aquí tomaba la dirección de Chío, Arguayo y Valle de
Santiago (actualmente Santiago del Teide). Curiosamente, en un repartimiento concedido a Andrés de Güimar con fecha 2
de agosto de 1520, se cita "el camino que
va desde Daute hacia el Río de Adeje"33. Continuaba este camino por el Valle de Arriba, Erjos y El Tanque,
hasta Icod de los Vinos. A la altura de la
localidad de El Tanque existía una derivación que conducía hasta Garachico. Esta ruta, fue todavía utilizada por los
habitantes de Adeje en el año 1925, cuando aun no
existían otras aceptables comunicaciones. Según referencias de algunas
personas que fueron sus usuarios y que viven en el momento de escribir estas líneas, entre ellos don Luís Galindo, se
tardaba siete horas en hacer el recorrido a
pie. En el año últimamente señalado, ya existía en Icod de los Vinos una diligencia, tirada por caballos, que conducía
hasta
También se disponía de otro camino que llevaba por
el Sur hasta Santa Cruz, que igualmente
era transitado por los adejeros. Desde Adeje conducía a Arona por la vertiente sur del Roque del Conde,
configurando las Vueltas de Adeje. Desde aquí se dirigía al Roque de San
Miguel y a Granadilla. Luego, hacia las
localidades de El Río, Arico, Fasnia, El Escobonal, Güimar y Santa Cruz.
Nos han relatado que algunos preferían hacer el viaje de ida siguiendo la ruta
del Norte y el de regreso a Adeje, por el Sur.
La comunicación con Vilaflor se hacía por el camino
de Carrasco. Partía de
Creemos
que estos largos caminos pocas veces pudieron ser utilizados como
vía de transporte de bagajes comerciales. Nos inclinamos a admitir que la vía
preferida para estos menesteres fue la marítima, desde el puerto de
1618. Con 80 años de edad
fallece en Capodimonti, D. Pedro González.
“D.
Pedro González era un guanche tinerfeño esclavizado por los invasores españoles
cuya enfermedad genética suscitó mucho interés en la corte real francesa del
siglo XVI. Era un muchacho muy hermoso aunque mostraba una anomalía muy
llamativa: su cara estaba cubierta de pelo de un color rubio oscuro más bien
fino. La cubierta de pelo no era demasiado espesa, así que se podían reconocer
los rasgos de su cara. González sufría lo que los médicos han diagnosticado
hace poco tiempo como la hipertricosis universalis congénita.
No
se sabe muy bien cómo llegó a Francia, pero
investigaciones del doctor
Zapperi indican que fue enviado como regalo desde Canarias a Bruselas, donde se
encontraban el emperador español Carlos V y su tía, que en esa época era la
gobernadora de los Países Bajos.
Es
muy probable que durante la travesía hacia Bruselas, Pedro González fuera
capturado por corsarios franceses y entregado como obsequio a Enrique II.
Enrique
II desde el primer momento, toma este presente como muy valioso, pues era una
rareza desconocida en
Enrique II se propuso, desde el principio desterrar el lado “salvaje” del niño, he inculcarle una buena educación y costumbres sociales refinadas. En 1551 se encarga la custodia y cuidados del muchacho a Francois Vacheri con el titulo de “gouvernement du saulvaige du roy nostre sire” (gobernador del salvaje del rey nuestro señor), con una asignación mensual de manutención de 50 sous de plata al día.
Pedro González fue instruido en humanidades y latín, lengua que
se consideraba la mas alta expresión de cultura, solo reservada para la
aristocracia y por ende saberla hablar perfectamente era sinónimo de prestigio
social. Cuando tiene 19 años Don Pierre sauvaige, nombre afrancesado de Pedro y
el agregado de “salvaje” con el que seria conocido en palacio, llega a un
estatus social envidiable dentro de la corte, no solo por concederle el rey el
puesto de “somelier de panneterie bouche du roy” (servicio de boca del rey),
puesto reservado para los nobles de mayor rango y con un sueldo de
En 1573 Don Pedro González se casa con
una bella parisina del que solo se sabe el nombre Catherine, y que muy
posiblemente fuera dama de compañía de la reina Catalina de Médicis. De este
matrimonio nacerían 6 hijos, tres varones y tres hembras, Madeleine, Enrique,
Fransoise, Antoniette, Horacio, y Ercole. Solo en dos de sus hijos no se repitió
la enfermedad, fue en los casos de su hija Fransoise y el de su hijo Ercole,
este ultimo fallecido en los primeros años de edad y hay constancia que
Como curiosidad sobre estas pinturas debemos decir, que los oleos
que se encuentran en Ambras han prestado su nombre para la enfermedad de
Hipertrichosis, conociéndose también como “síndrome de Ambras” a esta
afección, por los retratos de Don Pedro y su familia
Enrique
González, conciente de el amor que el Cardenal Odoardo sentía por la
naturaleza, le hace creer que el es también nacido en las Islas Canarias y por
lo tanto tan “salvaje” como su padre y los deseos de reencontrarse en un
medio natural que le recordara a sus orígenes isleños. De esta época es una
pintura que recrea a Enrique González con una prenda netamente de los antiguos
pobladores de Canarias, el “tamarco”, con lo que queda claro que Enrique,
con el conocimiento de las costumbres de sus antepasados, seguramente por
tradición oral de su padre Don Pedro, el cual siempre se sintió orgulloso de
su origen guanche, hizo creer a su señor, su nacimiento en las islas. En el
pueblo de Capodimonti donde Enrique González se instala con el pretexto de que
aquel lugar le evocaba su país natal.
Terminaran
apaciblemente los días la familia González “Piloso”, agregado este
italiano que fue sustituido por el “saulvaige” francés y menos despectivo.
La muerte de Don Pedro González en 1618 con 80 años en Capodimonti, marcara el
final de una historia asombrosa, determinada por la rara enfermedad de
1618.
La villa de Teguise, capital de la isla de Lanzarote,
"está situada casi en el corazón
de la isla hacia el este y arruada de más de 200 casas —decía Viera y Clavijo a finales del siglo xvín—.
Su iglesia parroquial es un templo de tres
naves, el más hermoso de las Canarias, y su coro y sacristía piezas excelentes,.. Hay dos buenos
conventos: el uno antiguo, del Orden de la
observancia de San Francisco, como de 20 religiosos, y el otro más moderno, del Orden de Santo Domingo, como
de 14. El palacio de log primeros marqueses está
deteriorado. La mareta o grande estanque,
de figura de caracol, en donde se deposita el agua llovediza para el uso de los vecinos, es una de las cosas más raras de
Lanzarote...".
La villa de Teguise la hemos visto quedar totalmente
destruida cuando la invasión de los argelinos
en 1618. "Todo fue arrasado y destruido por aquellos bárbaros—decíamos entonces—, transportando a los navíos
cuantos objetos podían tener algún valor o
reportarles la más pequeña utilidad, entre ellos bastantes imágenes
religiosas de la parroquia, ermitas y convento de San Francisco,
con propósito de venderlas en Argel a los
padres trinitarios. El saqueo fue atroz y completo, y una vez consumado, la
humilde villa volvió a ser pasto de las llamas, desapareciendo todo lo mejor de su caserío: la parroquia, el
convento de San Francisco (fundación de Argote de Molina y panteón de los
Herrera), la casa mar-quesal y los tantas
veces mutilados archivos públicos".
Desde esta fecha, Teguise no volvió a sufrir más
destrucciones o incendios; por tanto, todos sus edificios fueron construidos
de nuevo, o reedificados, en el siglo XVIII.
El primer edificio reconstruido, merced al celo y
decidida protección de los señores de la
isla, marqueses de Lanzarote, y a las limosnas cuantiosas del obispo don Bartolomé García Jiménez, fue el templo
parroquial. La humilde y modesta parroquia que quemaron los argelinos en 1618
fue reemplazada ahora por una espaciosa iglesia de
tres naves, cuyo coro y sacristía llamaron
la atención del historiador Viera y Clavijo. Todavía hoy se conservan tres de
las valiosas imágenes que recibieron culto en este
templo del siglo XVII, alguna seguramente anterior, salvada por los naturales en el momento de la invasión o rescatada
con posterioridad; son éstas:
El monasterio de
Contó la villa de Teguise en el siglo XVIII con un
segundo convento, fundado en 1726 por el capitán
Gaspar Rodríguez Carrasco. Este monasterio
de
Destacaban asimismo entre los humildes edificios de
la capital de la isla de Lanzarote la casa marquesal, con fachada de piedra, y
algunas ermitas.
Arrecife seguía siendo el puerto más importante de la isla, pero su caserío era reducido. Si algo llamaba la atención
del visitante eran precisamente sus
fortificaciones. (A. Rumeu de Armas, 1991,
t. 3:444 y ss.)
1618. Por estos años ocurrieron también otros sucesos piráticos,
mal conocidos desde el punto de vista
cronológico, pero anteriores a 1618.
Ambos ocurrieron en Lanzarote, y los refiere Viera y
Clavijo en el tomo II, página
333 de su obra citada, tomando su información del Memorial del pleito de
Qwentos, núm.
100.
Habiendo
llegado a Arrecife un galeón de la flota de Indias perseguido de piratas, acudieron
los isleños a ampararle, descargando prontamente sus mercancías, hasta que
pasado el peligro pudo reunirse con los demás navíos de la escuadra de que formaba
parte.
Poco tiempo más tarde, teniendo noticias los
naturales de que en el puerto de
1618.
Debido a la amenaza de los piratas argelinos, el capitán de guerra Diego de
Vega Bazán hizo «las mejores trincheras que en muchos años se
acuerda». En la plaza y puerto de Santa Cruz de Añazu, Tenerife.
Las fortificaciones coloniales en Santa Cruz
de Añazu
El castillo de San Cristóbal, situado en un punto de
la costa que dominaba mal una bahía tan
extensa como irregular, difícilmente podía
cubrir todas las exigencias de una buena defensa.
Un desembarco que se hubiese verificado en Paso
Alto o en
Las trincheras debieron de llamarse así por los
desmontes a que dieron lugar, y que habían
sido numerosos, en razón de la configuración
del terreno; o quizá por los taludes en que se apoyaban alguna vez, de cara al mar, cuando no por el refugio que
ofrecían a los defensores. En realidad
no eran tales trincheras, sino paredones de piedra seca
que corrían a lo largo de la costa, cubriendo todo el solar del puerto, de
Las primeras trincheras fueron simples lienzos de
pared, situados en los puntos más vulnerables de
la costa, improvisados rápidamente para hacer
frente a alguna amenaza, y luego arruinados por la intemperie
casi con la misma rapidez. Uno de estos lienzos fue el que se fabricó, probablemente
de argamasa, en 1571, entre el baluarte viejo y el terraplén
2: como en los demás casos, su existencia fue de corta duración.
Durante los años siguientes se siguió trabajando en
la barrera de murallas, arreglando lo que
desmoronaban las lluvias y reuniendo un lienzo con otro hasta hacer de todo una
sola pared. A fines de 1586, el gobernador Juan Núñez de
De todos modos, el sistema de trincheras o paredones
existía, e incluso mereció la indulgente
aprobación de Torriani. El plano de Santa Cruz,
tal como ha sido trazado por él, indica la presencia de una línea continua de murallas en el barrio del Cabo,
que empieza más o menos en la altura de la calle de
San Sebastián y se extiende sin interrupción hasta el Puerto de Caballos. Es difícil decir si la situación
así representada describe un proyecto o una
realidad. Puede ser que el paredón haya existido
de verdad; pero estaba hecho de prisa, amontonando piedras que derribaba la primera avenida de aguas: cuando volvía a surgir la amenaza, había que volver a empezar
desde el principio.
Lo cierto es que en el verano de 1588 el gobernador
volvió a visitar los trabajos y comprobó
que el tramo entre
En 1656, la
amenaza vino de los ingleses, pero el problema seguía siendo el mismo. La inminencia del peligro suscitaba
cada vez el mismo entusiasmo guerrero, la misma
febrilidad en los preparativos, que se solían improvisar y después olvidar. Esta vez no fue así. El
capitán general Alonso Dávila y Guzmán hizo bien las cosas. Aprovechó, como de costumbre, el trabajo gratuito de los vecinos,
pero confió la responsabilidad de las
obras a maestros del oficio, canteros y albañiles. De este modo consiguió una fábrica mejor
acondicionada, que se ha conservado hasta el siglo XIX,
sin necesitar demasiadas obras de recomposición. Es verdad que los trabajos habían durado
varios años pero por lo menos, al finalizar los
mismos, como dice ingenuamente Núñez de
La muralla es sólo una parte de la estructura
complicada de un recinto fortificado. En un puerto, su finalidad es la de ayudar
a repeler al enemigo ya desembarcado, pero
no protege los navíos del puerto contra las
incursiones y rapiñas. Hacía falta, pues, un sistema de baluartes o plataformas de artillería capaces de
combinar su fuego con el del castillo, de modo
que dominasen toda la bahía. La solución había sido
propuesta por el ingeniero visitador Torriani: poner un baluarte en
Este proyecto fue el que se realizó, aunque con
mucha lentitud; pero la lentitud es una
norma corriente en las obras de esta categoría.
En 1599 el Cabildo recogió el proyecto de Torriani y
solicitó licencia para fabricar en los lugares indicados dos cúbelos,
capaces para 8 piezas de artillería y 30 soldados cada uno, todo ello a costa
de las rentas del almojarifazgo "*. El Consejo de Guerra aprobó el
proyecto, por real cédula de 17 de octubre de 1600, pero las obras no se
llevaron a cabo por falta de fondos. Luego, los tinerfeños
pusieron todas sus esperanzas en las
gestiones del nuevo capitán general Francisco de Benavides, quien era buen conocedor en materia de fortificaciones; pero en aquel momento el Consejo de Guerra había
modificado su actitud y no quería emprender
otras obras antes de terminar con la fortificación de
Las Palmas, considerada como prioritaria después de lo ocurrido en 1599.
Mientras tanto, algo se había hecho por el Cabildo,
a pesar de la cortedad de sus recursos. No
sabemos qué se hizo ni cuándo; pero resulta
que desde 1586 había en el Puerto de Caballos un baluarte, o posiblemente varios. Era sin duda una simple
plataforma chapuceada rápidamente, a
base de algún paredón de contención hecho con fajina y tierra, para poder instalar a toda prisa un par de piezas de
artillería. En 1618 ya no quedaba nada de aquello
y, por ser aquél un momento de emergencia, el gobernador mandó que se hicieran
rápidamente tres baluartes, en el mismo Puerto de
Caballos, en
El
arreglo definitivo o casi definitivo del conjunto de las fortificaciones
de Santa Cruz fue emprendido por el capitán general don Alonso Dávila y
Guzmán, a partir de 1656 y bajo la presión de las amenazas inglesas. Como
siempre, lo más laborioso no fue la obra en sí, sino la búsqueda
y la reunión de los caudales que debían permitirla. Al principio se había
calculado el gasto en unos mil ducados, que eran muy poco, pero bastante más de lo que tenía el Cabildo. Fueron precisamente los ingleses
los que proporcionaron los fondos, a base de los caudales que se les habían
embargado en las islas con ocasión de la guerra, previos anuencia del
capitán general y compromiso del Cabildo de restituir aquel dinero a las
arcas reales, aunque fuese pagándolo los regidores de sus propios bienes.
Pero aquel sacrificio eventual era apenas una punzada en el dedo meñique.
Pronto hubo que imaginar otros arbitrios: multas a los artesanos y
plebeyos que andaban vestidos de seda, o encautación del dinero que cobraban
los mercaderes genoveses por pago de las mercancías importadas, a cambio
de una compensación en frutos de la tierra y pago diferido de los mismos
a sus productores. Todos los remedios que se proponían eran malos
o insuficientes. Últimamente fueron otra vez los ingleses los que sacaron
al Cabildo de sus apuros. Del fondo de bienes enemigos embargados
se acordó sacar 6.000 ducados más, con reintegro garantizado personalmente
por siete regidores, los otros siete actuando como fiadores.
Los 7.000 ducados allegados de esta manera duraron
hasta principios de junio. Pero por
lo menos los regidores tenían ahora la satisfacción
de poder hablar de sus «castillos y redutos» que protegían el tráfico del
puerto principal. También tuvieron otra satisfacción, todavía mayor, de
una carta del rey, que les hacía merced por seis años del arbitrio del donativo,
para terminar las fortificaciones empezadas. A partir de entonces
se pudo trabajar más alegre y desahogadamente. Pero he aquí que,
cuando las obras estaban casi terminadas, se descubrió la presencia de una
quinta columna enemiga, la de los pobres del interior, que roban todo
cuanto se puede robar. Debido a ellos y a la facilidad del acceso a la plataforma
desde el interior, no es posible terminar nada: «No solamente en los
encabalgamentos hay detrimento, por faltarles y averies quitado algunos
pasajeros las tornijas y clavijas, sino tanbién se an llevado las cuñas
y espeques y, según esto, mañana romperán las cureñas para alumbrarse,
por ser de tea, de que la jeme pobre se bale; y asimismo en dichos castillos ban
quitando el encalado por ensima y algunas piedras y las trincheras por el consiguiente las ban derribando». Es preciso, por
lo tanto, aumentar los costos, añadiendo
unos gastos de vigilancia en los que no se había pensado. Hasta entonces, el
Cabildo sólo pagaba a dos diputados
de fortificaciones, que cuidaban de la ejecución de la obra y de la
conservación de los pertrechos y útiles de trabajo.
Las obras continuaron en los años siguientes. En
1657 se consiguió otro préstamo, de 6.000
ducados, sobre las rentas reales. En 1659, el total de los gastos se montaba a más de 16.000 ducados. Pero el resultado justificaba tan importantes
sacrificios. Por primera vez, se disponía en Santa Cruz de un sistema de
fortificaciones concebido como un conjunto
destinado a cooperar. Se componía de una trinchera o parapeto que corría a lo largo de toda la costa y que añadía ahora
a su doble y antigua misión la de facilitar la
comunicación rápida, al abrigo de los tiros
enemigos, entre las fortalezas; de un complejo de tres castillos, San Cristóbal en medio, Santo Cristo de Paso
Alto al norte y San Juan al sur, cuya
artillería cruzada cubría todo el puerto; y de una serie de baterías o reductos intermedios. Estos últimos
eran, de norte a sur:
1.
El reducto de San Miguel, en el barranco de Tahodio.
2.El reducto de Candelaria, en el barranco de Almeida.
3.
La batería de San Antonio, en la huerta de los
Melones.
4.
La batería del Calvario, encima de la anterior.
5.
Dos baterías en la playa de Roncadores.
6.
La batería de San Pedro.
7.
La batería de Santo Domingo, pegada al castillo de
San Cristóbal.
8.
La batería de
9.
La batería de San Telmo, cerca de la ermita de este
nombre.
En el detalle de esta estructura defensiva sólo hay
una anticipación, en relación con la
situación tal como se daba en 1659; por esta fecha, ya
queda dicho que el que llamamos castillo de Paso Alto no era más que una plataforma. La construcción del
castillo sólo se acometió más tarde, en 1669 - 1670. La
diferencia de tiempo no es significativa, si
se tiene en cuenta la acostumbrada lentitud de este tipo de obras; pero no deja de ser importante en este caso. En
efecto, por no haber quedado el castillo
de Paso Alto incluido en el plan de las obras ejecutadas
en 1656 - 1659, el Cabildo no se hizo responsable de los costos de su fábrica y de los salarios de su guarnición.
Lo consideró siempre como obra que a él no le
correspondía administrar y sostener, y casi como un capricho de los capitanes generales. En 1674, cuando el capitán general Balboa Mogrovejo le señala la
urgencia de ciertos reparos en Paso Alto, entre
ellos el encabalgamiento de las piezas de artillería que
estaban tiradas en el suelo en espera de su traslado a la nueva plataforma, se le contestó que se haría lo necesario
en San Cristóbal y en San Juan, y que lo demás no corría a cargo del Cabildo.
Bastante tenía que gastarse el Cabildo con lo que
tenía ya a su cargo.
Para este efecto, una real cédula de 9 de febrero de
1682 había puesto a su disposición una
cuota anual de 2.000 pesos, a tomar del dinero recaudado por el arbitrio del
1%. Durante los años de guerra este dinero no pudo
sacarse, pero volvió a cobrarse por el Cabildo a partir de 1725. Junto con las
multas y algunos arbitrios de poca importancia de
que disponían los fondos destinados a las fortificaciones, de
Este dinero no era mucho para las atenciones a que
iba destinado, pero suficiente para llamar la
atención. Se la llamó al famoso marqués de
Valhermoso, quien había llegado como comandante general en 1723 y se había instalado inmediatamente en el castillo
de San Cristóbal, echando de él al alcaide cuyo aposento le había
agradado, entre otras razones, por el ahorro que le representaba en
alquileres. Al Cabildo le costó mucho
trabajo sacarlo del castillo —si es que lo sacó, porque la cosa no
parece clara—, y le costó todavía más cara su venganza. Esta consistió
en órdenes de pago abusivos, firmados por el comandante general con
pretexto de fortificaciones y, al resistirse el Cabildo a pagarlos, en autos,
intimaciones, amenazas, multas, arrestos y todos los demás atropellos
de que puede disponer un comandante poderoso y desairado. Uno de los sucesores
de Valhermoso, el comandante general Bonito quiso aumentar la renta de las
fortificaciones, obligando a los pescadores y
mercaderes de Santa Cruz a que cediesen el 25% del precio de venta del
pescado salado; pero este gravamen abusivo fue desautorizado por el gobierno.
Los procedimientos del comandante general López Fernández
de Heredia fueron más expeditos: él pagaba los gastos que le parecían oportunos,
y luego exigía del Cabildo su reintegro. En cuanto a la administración
central, lo que se le ocurrió últimamente fue ofrecer para gastos
de fortificaciones un registro extraordinario a Caracas, en una época
en que ya nadie hablaba de registros. Una solución más radical, para la
administración de las rentas de fortificaciones cuando no para la financiación
de las mismas, fue la creación en 1785 de una Junta de Obras de
Fortificación con residencia en Santa Cruz, formada por el veedor, los
comandantes de Artillería e Ingenieros, dos regidores y un secretario.
En su conjunto, el sistema de
fortificaciones que resultó de todos estos avatares estaban bien concebido y
organizado. La cortina de fuego de la artillería
situada en las plataformas de los castillos y baluartes constituía una barrera que se consideraba muy difícil
de franquear, cuando no
insuperable. Persistía, sin embargo, el defecto fundamental, que no podía culparse a los hombres, sino a
la topografía del lugar. Toda la defensa gravitaba
alrededor del castillo de San Cristóbal: era buen castillo, pero no había sido posible situarlo en un lugar eminente,
ni en una posición más adelantada en dirección al mar. La artillería del
castillo principal podía tender una buena barrera de fuego a cierta distancia, pero dominaba mal la bahía y el
puerto y no podía ver por encima de los navios al
ancla. Los resultados de esta circunstancia se verían en ocasión del ataque
de Blake. (Alejandro Ciuranescu, Historia
de Santa Cruz, 1998.t.11: 150 y ss.).
Junio
de 2012.
*
Guayre
Adarguma Anez Ram n Yghasen.