FEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

 

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1611-1620

CAPÍTULO XXIII (XII)

  Guayre Adarguma *

 

1616.  En la isla de Tamaránt (Gran Canaria) se pierde la nave Nuestra Señora de la Concepción, la que iba con carga para las Indias españolas.

1616. Diego Florido, capitán del navío San Miguel y vecino de Sevilla, carga vinos en Santa Cruz (Tenerife) sin permiso o con permiso falso.  (AHP: 474/688).

 

1616. Las Islas  Canarias piden autorización para  2.000 ton., de comercio con las Indias  y la Casa de contratación de Sevilla recomienda se le den 500 (Chaunu, IV, 466). Los cupos autorizados para Tenerife son 250 ton., en 1614, 300 en 1615, 250 en 1616 - 22, 180 en 1626, 142 en 1627 - 8, 400 en 1632 - 41 (Morales Padrón 181 - 200).

 

1616 marzo 7. Notas en torno al asentamiento colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere ( La Laguna ) después de la invasión y conquista de la isla Chinech (Tenerife).

 

La consolidación del cultivo de la vid y sus peligros.

“Partimos del año 1560 como mojón cronológico porque, según se deduce de las propias actas municipales, sería aproximadamente ésa la fecha del impulso definitivo y extraordinario del viñedo. Aún en 1558 continúa recurriéndose para el abasto vitícola de La Laguna al interior, pero en 1563 la realidad de la considerable exportación de vino y de los nuevos plantíos mueve al Cabildo a prohibir la entrada de vino fo­ráneo. Los datos de remates del diezmo de parrales de la última dé­cada de la centuria y la información directa de las sesiones capitulares apuntan a una considerable elevación de la cosecha del beneficio lagu­nero en los años setenta, lo que explica la abolición de la norma con­cejil que gratificaba la cotización del vino en la capital, restringiendo el área de aplicación a Santa Cruz para resarcir el transporte. En efecto, se había producido una injusta situación discriminatoria con la concesión de sacas, que había favorecido a los viñedos del término la­gunero, sin duda una política municipal que a la vez pretendía garanti­zar el consumo de la capital y engrandecerla apoyando a los viticulto­res del área, particularmente a los regidores asentados en ella. A la al­tura de 1574, como señalaba Bernardino Justiniano, la concesión real de libertad a la isla había animado a los vecinos a fabricar muchas he­redades de viña, de que a sucedido gran pro e utilidad e sustento a los vecinos, asy rricos como pobres, y se an aumentado las rrentas rrea-les de Su Magestad. Pero las protestas de los regidores de otras áreas más lejanas pronto se van a escuchar, pues el favorecimiento del viñe­do lagunero estaba enriqueciendo a los propietarios de esa zona que vendían el vino con saca, que ya alcanzaba una cotización de 22 ducs., mientras los habitantes de zonas más apartadas no solicitaban licencia a causa de la distancia que los separaba de la capital. La consecuencia era que malvendían sus caldos y perdían ocasiones de hacer tratos con los extranjeros, que preferían adquirir el producto con licencia de saca, aunque fuera mercándolo en la capital a un precio superior, de forma que el deseo en pro de una total libertad de salida se convirtió en cla­mor frente a las reticencias que aún mostraban algunos gobernadores.

A medida que la vid arraiga con fuerza en el agro insular se reite­ran las medidas proteccionistas y se adoptan otras nuevas, incluyendo el castigo de exposición a la vergüenza pública del ladrón de uvas con lo robado al pescuezo, el veto a la instalación de colmenas en los viñe­dos o la debida sujeción de los perros para que no perjudicasen el fruto". Es sintomático de la creciente importancia del viñedo ese mimo con que lo atienden las ordenanzas y provisiones reales. En 1586 se ob­tiene cédula para apoyar la decisión concejil de impedir la entrada de reses en los viñedos para comer hojas y yerbas, ya que muchos vecinos se resistían a la ejecución del acuerdo alegando que las fincas eran de su propiedad"4. En la siguiente centuria se repiten algunos aspectos de las ordenanzas, como en 1633, en que se disponía la retirada de colme­nas en los viñedos por el perjuicio que ocasionaban las abejas, y en 1639, en que se ordena que los dueños de los perros debían recogerlos y ponerles garabatos para que no dañasen las viñas. En 1587 se afirma que se elaboraban anualmente 4.000 pipas de vino en la comarca lagunera, y de La Orotava entraban unas 400 botas. Nuestra estimación es que la producción insular debía rondar entonces las 14.000 pipas. Sin embargo, algunos regidores entienden en ese año que debía continuarse con la directiva anterior favoreciendo a los resi­dentes en la capital por ser cabeqa de la isla y sufrir mayores moles­tias y gastos (velas, rebatos...), de ahí que se retorne a la situación an­tigua. En ese mismo año se hace constar en una solicitud a la R. Au ­diencia que la saca de vino por extranjeros es el sustento e comercio principal, que si faltase se acabaría [la isla]. No se exageraba, pues la treintena 1550-1580 fue fundamental para la ampliación de la superfi­cie vitícola, sostén de un sólido comercio y de los comienzos de la he­gemonía tinerfeña en el archipiélago. Tal relevancia fue acompañada de medidas protectoras de la nueva fuente de riqueza. Parece que el despegue definitivo de la vid en La Laguna ocurrió hacia 1575, si bien la implantación no era aún lo suficientemente fuerte como para aban­donar totalmente el proteccionismo (léase favoritismo) concejil.

 

En otro lugar se ha publicado una relación de algunos remates de­cimales de la segunda mitad del Quinientos, que en la última década corresponden a cantidades sin los prometidos. Pero incluso el examen de las cantidades correspondientes a los años anteriores, aun con las necesarias reservas y ante la pérdida de la documentación catedralicia, son un indicio para constatar el incontenible avance del cultivo. El ci­tado estudio se centra sobre todo en la comarca de Daute, buen obser­vatorio de comprobación. Se advertía allí que el incremento de los pre­cios procedentes de escrituras notariales era inferior al ritmo de ascenso del valor del remate de la renta eclesiástica, lo que confiere más valor a la hipótesis de la enorme mutación operada en el paisaje agrario.

Entre 1575 y 1590 es posible, aunque sin carácter serial continuo, establecer una comparación entre tres de las cuatro grandes zonas vití­colas —Daute, Taoro e Icod— constatándose un cierto equilibrio entre las dos primeras, cuyas cosechas doblaban la de Icod. En el último de­cenio incorporamos en el cotejo al beneficio lagunero. En términos ge­nerales, la comarca de Daute se sitúa en primer término, con un por­centaje que ronda el 29,5% del valor de los remates; en segundo lugar, a corta distancia hay un equilibrio entre La Laguna y Taoro, que se su­ceden con apenas variación, y en último lugar figura Icod, a mayor distancia, generalmente con unas cifras que suponen el 50% de cada una de las otras zonas. Los problemas que hemos apreciado en las dé­cadas precedentes en el abasto de la ciudad y su comarca parece que no se debieron tanto a una corta producción como a una insuficiencia para atender a la todavía elevada concentración de habitantes en el área. Pensemos que si en los últimos años del siglo, cuando el viñedo se ha extendido más en ese beneficio y la densidad de población ha disminuido, el desequilibrio aún era patente (la cosecha no llegaba al 30% de la insular, mientras la población superaba el 40%), el desajus­te tuvo que ser superior en las décadas anteriores.

 

No todo va a ser sencillo para la salida del nuevo cultivo exporta­dor. Muy pronto conocerá la isla los sinsabores que la política exterior española podía depararle, sobre todo cuando las normas se interpreta­ban con rigor. En 1587 encontramos al Cabildo enfrascado en un pulso con la R. Audiencia debido a las provisiones de ese tribunal que prohi­bían la salida de vino a Flandes, Francia, Alemania e Inglaterra, litigio que continuaría en años posteriores y en el que el Ayuntamiento argu­mentaba que desde España se exportaba vino hacia esos países. Quizá estos roces con la Audiencia pesasen mucho en la cerrada opo­sición del Cabildo de Tenerife al intento de traslado del tribunal a esta isla en 1595, aduciendo con parcialidad la carestía de la vida y la menor provisión de productos básicos de esta isla.

 

Descendamos ahora a la concreta ocupación del espacio. Las fuentes notariales y algunos traspasos zonales de remates decimales localizadas en las mismas nos permiten atisbar someramente el pro­greso del cultivo, pues los aludidos remates del diezmo de la última década del siglo y comienzos de la siguiente engloban a todo el bene­ficio lagunero y no distinguen zonas. En la capital, una de los barrios vitícolas es el de San Cristóbal, donde entre otros propietarios tenía vid la familia Joven, que también reconvertirá incluso parte de sus cercados en ese barrio para aumentar su cosecha. Pero también el cultivo se extiende a otras zonas. Dejando la afamada comarca vitíco­la de Tegueste (Viejo y Nuevo), cuyos vinos se contaban entre los mejores de la isla, las cepas se extienden por las laderas de la vertien-te norte llegando hasta la costa: Tejina, Bajamar, Punta del Hidalgo, Valle de Guerra... La importancia de los viñedos teguesteros es apre-dable en el valor del terreno: en 1583 una fanegada de ese cultivo valía unas 194 doblas.

Para implantar la viña en la etapa de máxima propagación se utili­za frecuentemente la enfiteusis en dinero. Las instituciones eclesiás­ticas, siguiendo una práctica habitual en las mismas, suelen atributar sus viñedos mediante contratos de larga duración que se extendían a varias «vidas». Será Tejina una de las zonas, junto con Valle de Gue­rra, donde se aprecie más claramente ese fenómeno. En la década de los ochenta serán habituales en Tegueste y Tejina los contratos de me­dias por espacio limitado de 3 ó 9 años, generalmente. Uno de los impulsores de la extensión de la vid en Bajamar es el flamenco Pedro Huésterlin y su esposa, que habían recibido en los años noventa allí tierras a medias —lindantes con las que ellos mismos poseían— para plantar vides y hacer tanque de agua.

 

En otras áreas hacia el sur u oeste de la capital, como Tacorontc o Güímar, se observa en los años noventa el crecimiento del viñedo a través de enfiteusis con pago en dinero o mediante arrendamientos de media duración.

Algunas propiedades vitícolas de los alrededores de la ciudad se habían convertido en auténticos heredamientos que aunaban el cultivo con la presencia de otros elementos propios de las explotaciones me­dias y grandes: casas, bodegas, lagar, tejar, hornos, noria, tierra calma, etc., como el que poseía junto a la laguna el regidor Juan Onorato Rey-naldosenló.

 

Uno de los escollos que teóricamente podía hallar la vid para su definitivo triunfo era la rigidez jurídica que afectaba a las tierras de mayorazgo, que podían quedar impedidas por imperativo legal para sumarse a la reconversión y recurrir al útil sistema de los censos enfí-téuticos. Si tenemos en cuenta que buena parte de las tierras vincula­das se ubicaban en áreas propicias para la vid y que sus propietarios estaban dispuestos a experimentar un cambio de orientación, se podría plantear una situación sin salida. Pero la voluntad real podía intervenir para hacer excepciones previa información ante la autoridad concejil, y de hecho ya se habían concedido licencias regias desde mediados de siglo en otras zonas de la isla cuando la crisis azucarera amenazó la posición sólida de poderosas familias. En otro lugar hemos estu­diado la expansión vitícola, centrándonos en el área de Daute, pero manejando información general que expresaba a las claras que se tra­taba de un fenómeno global en la isla. Tanto la demanda indiana como la europea (Bretaña, Flandes, Alemania...) y del mercado lusi­tano (Brasil —sobre todo—, Cabo Verde, Azores, Angola...) explican el formidable empuje vitícola que transforma el paisaje agrario insular.

 

Completando lo que entonces estudiamos en esa comarca, ahora pode­mos comprobar esta alteración en el beneficio lagunero.

Uno de los vínculos afectados es el de los Guerra en el valle al que dieron nombre. Hay que decir que el viñedo es anterior en esa zona a la expansión de las dos últimas décadas del siglo, como se pone de manifiesto en la solicitud de posesión que efectúa Alvaro Vázquez de Nava en 1557. Será en 1579 cuando Felipe ii da vía libre a Hernan­do Esteban Guerra para atributar las tierras del mayorazgo, instituido por Lope Hernández y su abuelo homónimo, para dedicarlas a la vid, con la justificación de que se trataba en gran parte de pedregales y de tierras de poco provecho para pan, por lo que no las cogía la gente para arrendarlas. En cambio, a tenor del memorial, eran óptimas para viñedo. El trámite posterior consistía en la demanda de informe por parte de la Corona al Cabildo, que siempre accedía a las pretensiones de los grandes propietarios dueños de mayorazgos, que por otra parte eran miembros de esa institución o tenían familiares o aliados en la misma. En cuanto recibe la facultad regia, Hernando se dispone a ceder en enfiteusis pequeñas extensiones (generalmente suertes de 12 fas.) a cambio de rentas en dinero. Aparte de la zona vinculada, otros propietarios participan en la colonización vitícola, como el regidor Alvaro Vázquez de Nava, que en 1584 trata un partido de medias por 3 años para plantar 4.000 parras. Una segunda fase de plantío parece producirse en torno a 1596-1597, variando las superficies entre suertes de 15 fas. y hazas de 26 ó 55 fas. También es variable la renta, pues las hemos encontrado de 7, 9 y 15 rs. por fanega atributada. A comien­zos de la siguiente centuria, en 1605, el hijo de Hernando Esteban, d. Juan de Guerra y Ayala, gobernador y capitán general de Honduras y sucesor en el mayorazgo de los Guerra, continúa utilizando la cédula real para aumentar los viñedos en enfiteusis (tierras del Aserradero, Cantera, Vegueta y El Rincón). Lo propio hace Alonso Vázquez de Nava en 1603, que da unas tierras a medias durante 4 años para echai 200 margullones.

Otra área es Tacoronte, que va mutando su primitiva dedicación cerealística por una mixta en la que el viñedo entra con fuerza. Sirví de ejemplo la determinación adoptada en ese sentido por el Adelanta­miento, que en 1592 obtiene facultad real para acensuar sus tierras vinculadas en esa zona y en Los Realejos, principalmente para intro­ducir la vid. El Adelantamiento poseía en Tacoronte 700 fas., en su mayor parte tierras bajas y pendientes, en gran medida desgastadas por la lluvia y con bajo rendimiento cerealístico por sobreexplotación, hasta el punto de que la antigua renta de 1.000 fas. había quedado re­ducida a 300, y apenas encontraba demanda entre los labradores, de modo que permanecía sin sembrarse buena parte de la hacienda. Según los peticionarios, la solución consistía en darlas en enfiteusis para plantar viñas una parte de las tierras, mientras otra se destinaría a formar cercados para pan y otros aprovechamientos. Estimaban que el reparto en censos de pequeña dimensión tendría favorables efectos en la productividad, pues las tendrán como cosa propia y de esta manera se conservarán e irán en aumento, ansí en rrenta como en poblasión e vesindá. Igual que en el caso del Valle de Guerra, en Tacoronte las suertes serán de dimensiones relativamente pequeñas (16 fas.), y la renta en metálico ascendía a unos 9,5 rs/fa. Desde luego, la calidad del vino era vidueño, y normalmente se dejaban muertos al principio algu­nos años, sin pagar renta, como estímulo y para ayudar hasta que hu­biese cosecha.

 

Pocos datos tenemos acerca de condiciones laborales de los asala­riados durante la zafra de los viñedos de este beneficio. Aunque haya numerosos contratos de medias o enfiteusis, los tributarios o mediane­ros en muchas ocasiones debieron recurrir a mano de obra asalariada para determinadas labores, pues no siempre la familia pudo dar avío al trabajo. Hubo propietarios que formalizaron contratos anuales a jornal con viñaderos que debían hacerse cargo de la explotación durante el tiempo convenido, como el concertado por el escribano Joan de An-guiano para su explotación de Tegueste el viejo, pagando 17 doblas y una camisa de angeo, además de proporcionar comida y bebida.

Es significativo que incluso en 1613, a pocos años de los recortes impuestos al régimen de excepción canario-americano, el capitán Simón de Azoca y su esposa doña Ana de Vargas solicitasen licencia regia para efectuar una sustitución similar de cultivos en el vínculo fundado por Martín de Vargas y su esposa, Isabel Núñez. La autoriza­ción, de 1614. da cuenta de que con anterioridad las tierras se destina­ban en su mayor parte a trigo, pero no quieren dar pan por ser flacas, y ansí son de más costa que provecho, y por esto no ay quien las quie­ra arrendar y sería de más utilidad dicho vínculo darlas a tributo per­petuo para plantar de biñas. Como en otros vínculos y parajes en los que se llevaron a cabo operaciones semejantes, se concedía facultad para atributar los terrenos por una renta en metálico, que en este caso se estipulaba a razón de 22 rs./fa. en las tierras de El Sauzal y de 15 rs./fa. en las de Geneto, si bien en la práctica el valor de las enfiteusis no se ajustaba estrictamente a las cantidades fijadas en la real cédula, pues encontramos en 1617 censos de suertes diminutas (hasta de 4 fas.) con rentas de 18 rs./fa.

 

Son parcas las cifras sobre producción de vino en la isla durante este período, especialmente en lo que se refiere al s. xvi, pero incluso para la siguiente centuria los números hasta ahora disponibles provienen sobre todo de memoriales y de algunas actas capitulares, y más bien re­lacionados con el archipiélago en su conjunto. Como se sabe, los diez­mos de parrales son sólo una parcial ayuda como fuente al recaudarse en dinero, y por otra parte se trata de un cultivo muy especulativo, pendien­te de las expectativas internacionales —por lo que las fluctuaciones en las pujas no tienen por qué coincidir con una menor o mayor cosecha de mosto—, y para mayor complejidad los remates se hacen en función de las dos calidades (vidueño y malvasía), de precio y salida comercial muy diferente. No obstante, nos sirven como aproximación y, sobre todo, vamos a utilizarlo en lo que respecta al beneficio lagunero para ca­librar su importancia dentro del conjunto tinerfeño y para apreciar la contribución de las diferentes áreas de dicha demarcación, pues al ser fundamentalmente una zona de vidueño es posible, aun moviéndonos con cierta cautela, localizar las principales zonas de vid y su evolución.

 

Carecemos de noticias cuantitativas acerca de la cosecha lagunera para la mayor parte de los años del Quinientos. En los años finales contamos con datos decimales, que de un modo orientativo nos pue­den servir para valorar la importancia de los viñedos de las cuatro grandes zonas que nos ofrecen esas fuentes eclesiásticas por entonces:

La Laguna , Taoro, Icod y Daute. Debe advertirse que en el beneficio lagunero entra, igual que hemos visto en el capítulo anterior para el cereal, desde el valle de Güímar por el sur hasta el barranco Hondo de Santa Úrsula por el norte. Pues bien, entre 1590 y 1600 el porcentaje de los remates de este beneficio se mantuvo en torno al 28% del total, elevándose algo por encima del 35% en los tres primeros años del s. xvii. Dado que en esta etapa el malvasía no estaba tan extendido ni había entrado en su fase especulativa, y aún considerando la superior calidad de los vinos de La Rambla y de ciertos enclaves de Daute —los vinos de Tegueste también eran afamados en esos años—, se puede es­timar la cosecha del distrito lagunero en una cuarta parte de la isleña a finales del s. xvi.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia La Laguna durante el Antiguo  Régimen desde su fundación hasta el siglo XVII. Tomo I. Volumen II.: 520 y ss.)

 

1616 abril 13.

Templos y prelados católicos en la colonia de Canarias según el criollo  clérigo e historiador José de Viera y Clavijo.

 

Noticias de la iglesia catedral de Santa Ana de la Gran Canaria

 

“Hemos dicho que la primitiva catedral de Rubicón, trasladada de Lanzarote a la ciu­dad del Real de Las Palmas de la Gran Canaria, tuvo aquí su primer asiento en la iglesia antigua de Santa Ana, hoy el Sagrario, cuya dedicación se celebró el día 20 de noviembre de 1485, ha­biendo servido de parroquia hasta entonces, bajo el mismo título, la que es ahora ermita de San Antonio Abad. Pero como aquella isla, que había florecido mucho, especialmente después de con­quistadas las de La Palma y Tenerife, se hallase capital de un obispado pingüe y dilatado, consi­deró ser de su obligación fabricar un templo más suntuoso; y en el año de 1500 puso su cabildo manos a la obra, para lo cual pasó de España Diego Alonso Motaude, célebre arquitecto de aquellos tiempos, ganando sesenta doblas de sala­rio, el cual cimentó el edificio con excelente planta. Prosiguiólo otro gran maestro llamado Juan Palacios, que también lo dejó imperfecto; y, aunque faltaba todavía el crucero, se dedicó a Santa Ana y se celebraron en esta nueva iglesia los divinos oficios por la primera vez, año de 1570, víspera del Corpus; catedral verdadera­mente magnífica y hermosa, si estuviese con­cluida, en lo que se trabaja en nuestros días por su cabildo con el mayor celo y ardor.

 

Venérase en ella, como insigne reliquia de San Joaquín, el cráneo o casco de su cabeza, dádiva memorable de su obispo don fray Francisco de Sosa, siéndolo ya de Osma en 1613. La historia de esta reliquia es la siguiente: Cuando aquel pre­lado era general de su orden, supo por un guar­dián de Constantinopla que en el convento de Venecia, llamado de la Viña, estaba aquella al­haja depositada, con cuya noticia procuró que el comisario de los Santos Lugares hiciese exactas averiguaciones sobre este punto. De ellas resultó que la referida reliquia había estado en un monas­terio de San Basilio de Palestina, cuyo abad se halló en la necesidad de empeñarla a un caba­llero italiano de la familia del embajador de Venecia cerca del Gran Señor, el cual, habiéndola llevado a su patria, la hizo depositar en el dicho convento de la Viña. Pretendíala el duque de Mantua, y aun había escrito al general; pero este mandó que el custodio de la provincia véneta la trajese a España, al tiempo que debía venir al ca­pítulo general de Toledo, donde la recibió el se­ñor Sosa, año de 1606, con una bula auténtica de Clemente VIII, dada en Roma a 22 de agosto de 1600.

 

Queriendo, pues, dejar a su iglesia de Canaria una prenda de su cariño y acordándose de que Santa Ana era la primera titular de ella, le hizo solemne donación del casco de su sagrado es­poso, firmándola de su nombre y sellándola con sus armas, y entregó la reliquia al provincial de San Diego de Canarias, que retornaba de la Pe­nínsula. Este la puso en el convento de San Fran­cisco de la ciudad de Canaria, de donde fue con­ducida en procesión a la catedral por los cabildos secular y eclesiástico. Reconocióla el obispo don Antonio Corrionero, con dos médicos, y declaró ser insigne reliquia, mandando por decreto de 13 de abril de 1616 que se celebrase con oficio do­ble su fiesta.” (José de Viera y Clavijo, 1982, T. 2: 314 y ss.)

 

 

Mayo de 2012.

* Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.

benchomo@terra.es  

Bibliografía

     

http://elguanche.net/dedomovil.gif (1387 bytes)  Capítulos publicados

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