FEMÉRIDES
DE LA NACIÓN CANARIA
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1611-1620
CAPÍTULO
XXIII (V)
Guayre
Adarguma *
1612. Se escribe el
libro Milagros del Santísimo Cristo
de La Laguna por Fray Luís de Quirós, de la secta católica de los
franciscanos, donde queda recogido los aspectos del fanatismo religioso
cristiano en esta colonia.
1612.
Felipe III
ordenó que los navíos de canarios, con destino a Nueva España, se
pusiesen “a la colla” el 1º de mayo. De no aparecer la flota, podrían
hacerse a la mar, del 20 al 30 de julio. Los de Tierra Firme, lo harían
"en las primeras aguas de agosto", emprendiendo el viaje, de no
asomar las flotas, entre el 20 y 30 de diciembre. Oneroso regresar a Sevilla,
para registrar las mercancías en la Casa de Contratación, al ser cada vez más
raro que los canarios coincidiesen con las flotas.
1612. Francisco de la Rua que sucedió en el Gobierno Militar de Tamaránt (Gran Canaria), a Luís de Mendoza y Salazar, hizo demoler el cubelo o pequeña torre situada al pie de la muralla Norte, construyendo en su lugar el Castillo de Mata.
De la Rua falleció
en la ciudad el 1 de Enero de 1615 y fue sepultado en la capilla Mayor de la
Iglesia de San Francisco; era natural de Talavera de la Reina (España).
1612.
El
capitán Baltasar Fernández va a Angola con 115 pipas de vino y 4.452 ducados
en metálico, para comprar esclavos y conducirlos a las Indias. (AHP:
478/128).
Juan Prieto Pinzón, maestre portugués, tiene
registro para ir a Indias por la vía de
Angola, carga en Santa Cruz 18 pipas de vino, 1615 (AHP: 474/413).
1612.
“Ya durante las operaciones de
defensa hubo necesidad de deshacer unas garitas para utilizar los trozos
obtenidos como taponamiento del hueco de la puerta de entrada del castillo, que
estaba siendo quemada por los asaltantes. (De un documento titulado Tisón de
Lanzarote y Fuerteventura,”).
Este
trabajo de investigación histórica tiene por objeto demostrar que en contra de
la opinión generalizada sobre la autoría del ingeniero militar italiano
Leonardo Torriani en obras materiales realizadas en los castillos de Lanzarote
existentes en su época fue absolutamente nula en lo que al de San Gabriel y su
anexo el Puente de las Bolas se refiere, y de escasa relevancia, según todos
los indicios, en lo que al de Guanapay respecta.
Pienso
que este lamentable equívoco se ha generado por mor de una errada interpretación
de la conocida obra literaria de este autor Descripción e historia del reino
de las Islas Canarias, tanto en lo que en su texto se dice como por lo que
de los dibujos en ella insertos podría deducirse, al darse por sentado, de
forma totalmente gratuita e injustificada que las directrices y recomendaciones
que en los mismos se contienen relativas al reforzamiento defensivo de las
fortalezas fueron llevadas a la práctica por el propio Torriani, sin apoyar tal
presunción con la debida argumentación documental o constatación arqueológica
que lo refrende. Leonardo Torriani era bastante joven aún cuando vino a
Lanzarote en 1591, pues rondaba entonces los treinta años de edad, ya que se
cree que nació en la ciudad de Cremona por el año de 1560.
En
1587 fue enviado a Canarias por el monarca Felipe II con la específica misión
de llevar a cabo un estudio sobre el estado de las fortificaciones del archipiélago
como trámite previo a una ulterior mejora de las mismas o a la construcción de
otras nuevas si los resultados de sus observaciones así lo aconsejaran: “Me
enviaréis particular relación de todo y de vuestro parecer, con los planos y
dibujos de lo que fuese necesario”, le decía el rey en las instrucciones
que le había dado, pero nada se hablaba de que debiera practicar obra alguna.
El
castillo de San Gabriel. Comencemos por el castillo de San Gabriel con una
sucinta relación de las diferentes etapas por las que se pasó en su construcción.
Sabemos
que esta fortaleza fue edificada en una primera fase en los años iniciales de
la década de los setenta del siglo XVI por el ingeniero Agustín de Amoedo
previa fijación del lugar de su emplazamiento por el capitán del primer
presidio Gaspar de Salcedo, quienes se desplazaron a Lanzarote comisionados por
la real Audiencia para entender en estos asuntos de fortificación militar a
causa de la indefensión en que la isla demostró encontrarse tras unos ataques
piráticos sufridos en años anteriores próximos.
Consistió
en esta primera etapa de su construcción en un pequeño fuerte de planta
cuadrada con un baluarte de los del tipo de punta de diamante en cada esquina y
la distribución interior de las habitaciones hechas a base de madera. Existe
constancia documental de que ya en 1572, o sea, al año siguiente de la visita
de estos dos funcionarios, se encontraban en marcha las obras de este nuevo
castillo, por lo que es lícito suponer, dada la apremiante necesidad que se tenía
de la fortificación porteña, que su ejecución no se demoraría mucho más allá
de ese año.
Su
vulnerabilidad al fuego y la insuficiente elevación del parapeto de las
cortinas, que no ofrecía la debida protección a los artilleros, fueron las
causas principales de su fácil expugnación y subsiguiente destrucción por las
llamas durante la trágica irrupción del célebre pirata argelino Morato Arráez
en 1586, circunstancia que habría de valerle luego al ruinoso castillo el
apelativo de ‘El Quemado’, que se hizo pronto extensivo al islote en que se
asentaba.
1667
enero.
……………………………………..
……………………………………
En
1561 Arribó a Titoreygatra (Lanzarote) el Capitán General y Presidente de
He
aquí cómo encontró Torriani el castillo y lo que aconsejaba hacer para
reforzarlo:
“Tiene
las paredes sanas y sin defecto, y sólo se debe alzar por fuera el parapeto de
las cortinas hasta la altura corriente al igual que los baluartes, porque al
presente no tiene más que tres pies, Y por dentro los compartimentos
incendiados por los turcos, porque estaban hechos de madera, reedificarlos de
piedra y en bóveda”.
Además
de esto recomendaba rodear el edificio con una muralla que recorriera todo el
perímetro del islote –por la impresión que da, a marea alta– de modo que
se impidiera el desembarco del enemigo en primera instancia, cuyo proyecto se
muestra en un dibujo que figura en su citada obra.
En
este estado de desmantelamiento permaneció la fortaleza durante ochenta años,
ya que su reconstrucción se llevó a cabo entre junio de 1666 y enero de 1667,
tal como se acredita en un documento fechado en 24 de enero de ese último año
extendido por el escribano de la isla Antonio López de Carranza por orden del
Capitán General de las islas don Gabriel Lasso de
“Ha
estado sin cubierta, con sólo paredones y sin guarnición, sirviendo más para
que los enemigos allí se hicieran fuertes, como sucedió hace pocos años en
que llegado un bajel de turcos se hicieron fuertes en el castillo y desde él
mataron algunas personas, y hace poco que de orden de los generales de las armas
se mandó cubrirlo”. (J. Mª Hernández-Rubio: Fuerteventura).
Este
texto resulta muy esclarecedor al presentar al castillo tal como lo describe
Torriani, es decir, sólo con las paredes exteriores y sin techo, si bien hay
que reconocer que en él se emplea el adverbio de tiempo ‘poco’ en sentido
muy lato, pues aquí tenía que referirse, como se ha visto, a un lapso de
treinta años nada menos, si no es que la fecha de 1696 está equivocada.
Queda
claro, pues, que el castillo de San Gabriel se mantuvo fuera de servicio,
inutilizado a causa de los graves desperfectos que le infligiera Morato Arráez,
muchos años después de la estancia de Torriani en Lanzarote, quedando en
consecuencia descartada cualquier intervención atribuible a este técnico
italiano en él.
El
Puente de las Bolas. En lo que al Puente de las Bolas atañe, que se ha
considerado también como realizado por él, la verificación de la desvinculación
de este personaje con su construcción es tan incuestionable como en el caso del
castillo al que pertenece.
Sabemos
que el primitivo puente que hubo en este lugar desde tiempos del ingeniero
italiano, precursor del actual de Las Bolas, era de estructura muy simple y tenía
un solo ojo. Así nos lo muestra el propio Torriani en su dibujo panorámico de
esa parte de la isla, el cual, si bien muy esquematizado, es no obstante lo
suficientemente claro como para permitir apreciar las características más
sobresalientes que entonces reunía. En ese estado de simplicidad se mantuvo
hasta la década de los setenta del siglo XVIII, como seguidamente se verá por
una serie de testimonios documentales referida a esos años.
En
primer lugar, siguiendo un orden cronológico de aparición, tenemos un informe
titulado “Descripción de Lanzarote y Fuerteventura” redactado por el
ingeniero ordinario José Ruiz Cermeño tras una visita oficial girada a la isla
en 1772 comisionado por el entonces Comandante General del archipiélago Miguel
López Fernández de Heredia, en el que puede leerse:
“La
situación de la torre de San Gabriel es sobre un islote de bastante extensión
unido a la isla por medio de una calzada o puente que no tiene más que un ojo
muy pequeño, bajo del cual pasan las lanchas que se comunican del Puerto de
Naos a Puerto Caballos o del Arrecife.
El
Puerto del Arrecife –continúa–,
formado por cadena de peñas, es excelente pero de poco fondo. El ningún
cuidado que de él se ha tenido y las corrientes de las aguas que no tienen más
salida que por el ojo del referido puente, han depositado tan gran cantidad de
arena que si no se remedia con abrir uno o dos ojos más al puente se puede
temer que en breve tiempo se inutilice totalmente”.
Se
alude de forma más concreta a la construcción del puente en otro documento que
se conserva en los archivos de la catedral de Las Palmas bajo el epígrafe Compendio
breve y famoso, etc.de 1776, con la siguiente frase: “Desde el lugar de
Arrecife se pasa al Castillo de San Gabriel por un puente de buena fábrica en
el que actualmente se trabaja”.
Luego
continúa el texto con la noticia de que también se proyectaba construir un
nuevo castillo en la bahía de Puerto Naos en clara referencia a la actual
fortaleza de San José, la cual, como es notorio por la placa que ostenta sobre
el portalón de entrada, se finalizó en 1779.
Y
si no bastara con los claros testimonios escritos expuestos para probar la fecha
de erección del Puente de las Bolas aún queda otra referencia documental más
totalmente independiente de las anteriores que le asigna la misma cronología.
Su autor, el tinerfeño José Agustín Álvarez Rijo ya mencionado (1796-1893),
a más de estar reconocido por la crítica como acreedor a la máxima garantía
de credibilidad en estos temas puntuales en que alcanzó información de primera
mano, fue muy buen conocedor de Arrecife tanto por los años en que aquí residió
como por la curiosidad que en su calidad de historiador sintió por cuantos
acontecimientos tuvieron en ella, y en la isla en general, su desarrollo, como
demostró cumplidamente en su obra Historia del Puerto del Arrecife, en
la que figura la noticia a la que estamos haciendo alusión. Y si bien es cierto
que no fue contemporáneo del suceso sí debió tener cuando menos por su edad
trato personal con más de un testigo presencial de la edificación del puente
cuando eran adultos. Pues bien, he aquí lo que dice al respecto:
“Para
pasar de la isla a la fortaleza de San Gabriel hubo un mal murallón y un puente
formado por unas vigas. El que ahora hay de tres ojos, levadizo el espacio del
medio, de cantería, con sus pilares, escalera vuelta al N que sirve de muelle,
y sus murallas, es obra del reinado de Carlos III por los años de
Queda,
pues, demostrado, asimismo de forma inconcusa vistos los testimonios que
anteceden, que Torriani tampoco tuvo nada que ver ni con la planificación ni
con la fábrica de este emblemático monumento de la marina arrecifeña, pues es
obvio que el mismo se construyó casi dos siglos después de su muerte.
El
castillo de Guanapay. Examinemos ahora la cuestión de la autoría de este
arquitecto militar en el castillo de Guanapay o de Santa Bárbara de Teguise.
Los
antecedentes de esta vetusta fortaleza roquera se remontan a las primeras décadas
del siglo XVI. En estos años hizo levantar en lo alto del volcán Guanapay,
precisamente sobre un conglomerado basáltico que allí aflora, el entonces señor
de la isla Sancho de Herrera, una casa fuerte en forma de torre cuadrada, que
tenía por cometido principal servir de atalaya desde la cual avizorar el sector
de costa desde allí visible para prevenir los desembarcos piráticos que
pudieran producirse. Esa torre primigenia es la misma que puede verse en la
actualidad sobresaliendo de en medio del edificio, llamada en la terminología
castrense la torre del homenaje y por las gentes de los pueblos circunvecinos el
Cuarto Alto.
No
se conoce la fecha exacta de su construcción, mas como se dice que fue hecha en
tiempos en que regía la isla Sancho de Herrera hay que colocarla entre 1503 en
que heredó de su madre el señorío de la isla y 1534 en que falleció, más próxima
quizás a la primera de las fechas que a la segunda si hemos de hacer caso a lo
que se manifiesta en algunas fuentes de haber ocurrido el hecho en los comienzos
del siglo.
Años
después de 1551, en que atacó la isla el corsario francés François le Clerc,
el señor de Lanzarote a la sazón, don Agustín de Herrera y Rojas, trasformó
la humilde torre o casa fuerte en una modesta fortaleza añadiéndole diversos
cuerpos y elementos arquitectónicos, mejoras que don Antonio Rumeu de Armas
describe en los siguientes términos en su obra magna Piraterías y ataques
navales a las Islas Canarias:
“Las
obras planeadas por el futuro conde de Lanzarote consistían en añadir a la
primitiva torre de Guanapay, en el ángulo sur, un cuerpo más bajo con algunos
aposentos, dejando a ambos englobados por una nueva construcción de planta
romboidal de recias murallas de mampostería, en cuyo interior se abría un
patio. Adosados a la muralla se alineaban por los cuatro costados del patio los
aposentos de refugio sobre cuyo envigado se asomaban los defensores a las
almenas del castillo, formando un amplio corredor para el juego de la artillería”.
Estas
obras, por la magnitud que alcanzan, pueden ser consideradas como de las más
importantes de cuantas se han llevado a cabo en el castillo en toda su historia,
pues mediante ellas, de una pequeña casa fuerte pasó a ser ya una fortaleza
que, aunque todavía pequeña y deficiente en algunos aspectos tácticos, cumplía
al menos con la finalidad de servir de lugar de refugio para un buen número de
personas, como quedó evidenciado en 1569 con ocasión del acoso a que se vio
sometida por parte del pirata argelino Calafat.
Como
consecuencia de otro ataque pirático, protagonizado esta vez por el berberisco
Dogalí, alias ‘El Turquillo’, apenas dos años después, fue enviado a
Lanzarote por
En
1586 tuvo lugar el más encarnizado asedio a que se viera jamás sometido el
castillo. Lo llevaron a cabo las nutridas tropas que echó en tierra una
flotilla compuesta por siete galeras que venían al mando del famoso corsario
argelino Morato Arráez. Luego de unos furibundos ataques de las fuerzas
incursionistas y una esforzada defensa de la guarnición del fuerte terminaron
los sitiados por desistir de su empeño a los pocos días comprendiendo lo inútil
de su resistencia y lo desalojaron al amparo de la oscuridad de la noche
aprovechando un descuido en la vigilancia de los sitiadores, esparciéndose a
continuación la gente por la isla en busca de mejor protección en cuevas y
riscos.
Ya
durante las operaciones de defensa hubo necesidad de deshacer unas garitas para
utilizar los trozos obtenidos como taponamiento del hueco de la puerta de
entrada del castillo, que estaba siendo quemada por los asaltantes. (De un
documento titulado Tisón de Lanzarote y Fuerteventura, de 1612).
Luego
de la toma de la fortaleza las huestes invasoras ocasionaron cuantiosos
destrozos y desperfectos quemando cuanto pudieron hasta dejar el edificio en un
lamentable estado de ruina.
Unos
pocos años después, Gonzalo Argote de Molina, conocido genealogista sevillano
avecindado en Lanzarote por su casamiento con una hija del señor de la isla don
Agustín de Herrera y Rojas, emprendió unas obras de reparación en el
malparado castillo por superior decisión del Capitán General de Canarias,
cumpliendo éste a su vez órdenes del monarca Felipe II que tenían por objeto
devolver la fortaleza a su normal estado de operatividad.
Dicho
proyecto se hallaba ya ejecutado en más de la mitad de lo presupuestado, que
era de 50.000 reales, con una inversión hasta entonces de 28.500 reales, cuando
llegó a la isla Leonardo Torriani en los primeros meses de 1591, como ya
expliqué al ocuparme del castillo de San Gabriel.
Veamos
cuál pudo ser, de acuerdo a los elementos de juicio disponibles, la extensión
y calidad de los trabajos en que este ingeniero intervino en la fortaleza objeto
ahora de estudio.
Se
conocen dos documentos, hallados en años recientes, que arrojan algo de luz
sobre la actuación de este técnico en dicho castillo: una carta de pago
librada por Gonzalo Argote de Molina en ese año de 1591 (A.H.P.L.P., Lorenzo
Palenzuela), y otro titulado Fábrica del castillo de San Hermenegildo
(J.Mª Pinto de
En
la carta de pago, reducido su texto a lo imprescindible para documentar el tema
que nos ocupa y actualizada la ortografía, se dice:
“Sepan
cuantos esta carta vieren cómo yo, Gonzalo Argote de Molina, residiendo en la
isla de Lanzarote, donde soy casado con doña Constanza de Herrera, hija y
heredera del marqués de Lanzarote, su Majestad ordenó al Sr. D. Luis de
“Las
Palmas de Gran Canaria, 6 de octubre de
Obsérvese
que el documento peca en su última parte de manifiesta incongruencia, pues
primero dice que los 21.500 reales era la cantidad de dinero que se estimaba
necesaria para acabar la reparación del castillo de Guanapay y rehacer el de
Arrecife y luego, casi a renglón seguido, que una vez gastados no sólo sabemos
que no se hizo nada en el último de ellos sino que ni siquiera dio para
terminar el de Guanapay.
Vayamos
ahora con el documento que lleva por título Fábrica del castillo de San
Hernenegildo (un nombre más del castillo). Reza como sigue, igualmente
simplificado:
“Después
de ser arruinada su fábrica por Morato Arráez, año de 1586, Gonzalo Argote de
Molina, en el año de 1588 [fecha equivocada, pues sabemos que estas obras
se iniciaron por orden del Capitán General de Canarias, y éste llegó a las
islas para tomar posesión de su cargo en junio de 1589], fabricó a su costa
dicho castillo y puso en él once piezas de artillería de bronce de diferentes
pesos, y teniendo gastados 28 ducados en la fábrica llegaron a aquella isla el
general don Luis de
Tras
la lectura de estos documentos se llega a las dos siguientes conclusiones más
importantes para efecto de lo que en este trabajo de investigación se pretende
demostrar sobre la actuación de Torriani en este castillo de Guanapay: una, que
la misma se redujo a dirigir o supervisar unas obras de restauración que ya se
llevaban ejecutadas en más de la mitad cuando él las tomó a su cargo, cuyo
importe, en la parte que lo afectó, ascendía, como hemos visto, a 21.500
reales. Y otra, que dichas obras fueron decididas y planificadas por el Capitán
General de Canarias sin tener en cuenta para nada los proyectos del ingeniero
italiano. A este respecto la carta de pago es concluyente al decir “Los
21.500 reales se han gastado en dicha obra guardando las órdenes y trazas [es
decir, planos] que el Sr. Presidente dejó a Leonardo Torriani para la fábrica
de dicho castillo”. Y a estos efectos debe tenerse en cuenta que el mérito
de una obra de arquitectura reside, casi exclusivamente, en su planificación o
proyecto, lo que deja relegado a nuestro personaje al mero papel de encargado de
obras.
Por
otra parte, tales obras, por lo que se puede deducir de estos documentos y de
otras consideraciones ajenas a ellos, apenas deben haber dejado huellas en lo
que al presente constituye el conjunto arquitectónico del castillo, si es que
han dejado alguna, pues si no, ¿a qué parte de la fortaleza pueden
corresponder? Desde luego no a la torre cuadrada central, que, como se ha dicho,
fue construida por mandato de Sancho de Herrera a principios del siglo XVI; ni
tampoco al cuerpo principal del edificio constituido por la muralla exterior
trapezoidal, que la hizo levantar, con los aposentos de refugio a ella adosados,
el heredero del señorío, nieto del anterior, Agustín de Herrera y Rojas, a
mediados del mismo siglo, como también se dijo; ni a los cubelos redondos de
las esquinas extremas, cuya construcción fue decidida por el capitán Gaspar de
Salcedo por los años setenta de la misma centuria, obra asimismo explicada
anteriormente; ni la meseta escalonada que sirve de apoyo al puente levadizo que
se tiende desde la puerta de entrada, y en consecuencia a este mismo puente, ya
que fue construido en 1654 por orden del entonces Capitán General de las islas
Alonso Dávila y Guzmán [Alexis D. Brito: op. cit.]; ni a los dos baluartes en
punta de las esquinas laterales, mandados hacer entre 1665 y 1668 por la misma
autoridad archipelágica que acabamos de citar [Ídem], ni tampoco, en fin, a
los techos abovedados y, por tanto, a las paredes en que se apoyaban, que es
tanto como decir el conjunto de habitaciones de que constaba el castillo antes
de la malhadada reforma a que fue sometido hace unos años, en unión de la
correspondiente plaza de armas o azotea enlosada, pues dichas obras se iniciaron
en 1687 y se acabaron a los pocos años, siendo su autor un maestro pedrero
residente en la isla llamado Juan Luis, quien fue contratado directamente por el
señor de la isla D. Juan Francisco Duque de Estrada. [Ídem].
¿Qué
queda entonces que pueda ser atribuido a las obras en que intervino este
ingeniero? Según todos los indicios, los trabajos al frente de los cuales fue
puesto nuestro personaje por el Capitán General, si bien como simple encargado,
supervisor o si se quiere director de los mismos –conviene tener presente esta
condición para efectos de la tesis de lo que aquí intento demostrar–,
debieron consistir basicamente, tal como por cierto se dice de forma expresa en
la carta de pago (“Su majestad ordenó al Sr. D. Luis de
Con
toda probabilidad en esas obras se hallarían incluidos, en la parte
proporcional correspondiente a los 21.500 reales que Torriani invirtió,
descontadas ya las llevadas a cabo por Gonzalo Argote de Molina con sus 28.500
reales, los techos, tanto de la casa fuerte o torre del homenaje como de los
aposentos de refugio que se alineaban a lo largo de la gran muralla trapezoidal
a los que alude Rumeu de Armas, los cuales se desplomarían al ser quemada las
vigas que los sustentaban; las garitas que fueron desmontadas para taponar con
sus cascotes los huecos que iban abriendo las llamas en el portalón de entrada
del edificio cuando fue quemado también por la gente de Morato Arráez
–probablemente las mismas que luego se fabricaron a base de madera y se
recomendaba rehacerlas de “piedra y barro”–; la misma puerta de entrada y,
en fin, cualquier otra parte del edificio de las que fueron entonces destruidas,
fueran de madera o de albañilería.
Además
de esto hay que tener en cuenta que lo más probable es que esas obras de
restauración en las que Torriani pudo haber tomado parte fueron eliminadas, al
menos en su mayor parte, como consecuencia de modificaciones introducidas en el
castillo con posterioridad, por lo que nada de ellas o muy poco debe quedar que
pueda ser reconocible en lo que constituye el castillo en la actualidad.
En
cuanto a la magnitud o acabado de esas obras de reparación hay que decir que
las mismas debieron dejar la fortaleza en un estado bastante más deficiente de
lo que se pretende dar a entender en los dos documentos transcritos, pues así
parece inferirse de una real cédula expedida por Felipe III en 1606 mediante la
cual se apercibía a los señores de la isla –lo eran entonces como titular el
segundo marqués de Lanzarote y como tutora suya su madre doña Mariana Enríquez
Manrique de
No
obstante este apremiante aviso real, en 1618, durante la terrorífica invasión
berberisca llevada a cabo por unos 3.000 soldados que echó en tierra una
escuadra integrada por treinta y seis navíos, el castillo de Guanapay, por lo
que puede deducirse de las crónicas y documentos de la época, se encontraba aún
en la misma situación de abandono e inoperancia.
Ya
en el año siguiente dispuso la marquesa doña Mariana la ejecución de unas
obras que a juzgar por el número de operarios que intervinieron en ellas, una
cuadrilla de setenta y tres peones dirigida por el maestro albañil Lázaro
Fleitas, debieron alcanzar cierta envergadura, si bien en el documento en que
figura esta noticia no se especifican la naturaleza y alcance de las mismas. (E.
Torres Santana: La casa condal de Lanzarote. 1600-1625, II Jornadas de
Historia de Lanzarote y Fuerteventura).
Huelga
decir que los planos, instrucciones y recomendaciones que Leonardo Torriani
–cuyo prestigio y eficiencia profesional nadie discute– dejó consignadas
para Lanzarote en su citada obra no pasaron de la condición de informe escrito,
de acuerdo a la misión que le encomendara el propio monarca que lo envió a
Canarias Felipe II, como quedó dicho con anterioridad.
Resumiendo
y para terminar, puede afirmarse con total garantía de fiabilidad, dados los
datos, argumentos y razonamientos expuestos en este trabajo, que la autoría de
Leonardo Torriani en obras materiales realizadas en las fortificaciones de
Lanzarote fue totalmente inexistente en el Castillo de San Gabriel y su anexo el
Puente de las Bolas, y que en el castillo de Guanapay se redujo a permanecer por
orden del Capitán General de Canarias al frente de unas obras que ya habían
sido ejecutadas en más de la mitad de su proyecto cuando él las tomó a su
cargo, de proporciones y naturaleza desconocidas, pero que según todos los
indicios no parece que fueran muy importantes sino más bien todo lo contrario,
y que, desde luego, ni siquiera fueron planificadas por él.
En
consecuencia creo que a la vista de cuanto ha quedado expuesto será de
justicia, en aras del debido rigor histórico, despojar de una vez para siempre
a este arquitecto militar de esa aureola artificiosamente creada en torno a su
persona como protagonista destacado en obras materiales efectuadas en castillos
de Lanzarote y colocarlo en el lugar que realmente le corresponde entre cuantos
profesionales de la construcción tuvieron que ver con dichas edificaciones,
lugar que, como se ha podido comprobar, es bastante modesto por no calificarlo
de anodino. (Agustin Pallarés Padilla)
1612
marzo 12. Notas en torno al
asentamiento europeo en el Valle Sagrado de Aguere (La Laguna) después de la
invasión y conquista de la isla Chinech (Tenerife).
La justicia
colonial: Las ejecuciones, verdugos y victimas.
El verdugo.
“Si hay sentencias
corporales, sean mutilaciones o la pena capital, tiene que haber alguien que las lleve a la
práctica. Pero, en general, como suele ocurrir, si son muchos los partidarios de un castigo duro y
hasta cruel para los transgresores de la legalidad, son pocos o ninguno los que
se ofrecen para tal cometido.
Desde un principio
reparamos esa circunstancia. Ya en 1519 el Ayuntamiento se encuentra sin ajusticiador
pues había renunciado Francisco Díaz. La solución, quién sabe si propiciada por éste, fue contratar a un esclavo
suyo, Juan de Castilla, que ya tenía experiencia en el oficio y al que pretendía vender su dueño, pero parece que se llega
al acuerdo de pagarle 1.500 mrs. anuales de sueldo. Debió durar un
año, pues en 1523 ya tenía la institución otro verdugo, un tal Valladolid,
al que debía 3.000 mrs., y aumentaba a partir de entonces sus emolumentos
hasta 2.000 mrs.
Se advierte fácilmente
que este fue un ministerio de esclavos, negros para más señas, y aún así hubo que
recurrir a presiones y a ofrecimientos de amnistía para convencerlos. En 1530, nuevamente sin ejecutor, el Cabildo acuerda comprarle a Diego Fernández
de Ocaña un esclavo negro que
quedaría como bien de la institución y que, además, se utilizaría para obras
concejiles cuando no se ocupase en tareas punitivas. Seguramente es el mismo Pedro de Negrón que se decide dar a
soldada a Jaime de Santa Fe un año más tarde a cambio de 4 doblas, manutención y vestido, a condición de que lo
cediera cuando fuesen menester sus servicios como ejecutor.
Pero el Ayuntamiento no tuvo suerte con su buen
negocio, pues el esclavo incurre en varios robos
en 1532, es apresado, y cuando estaba para sentencia (probablemente muerte por
ahorcamiento), huye de la cárcel y se retrae en el convento dominico. El Ayuntamiento se ve en una difícil tesitura, pues había más necesidad que
nunca de verdugo porque estaban pendientes
algunas ejecuciones de muerte y penas corporales. Propone entonces un pacto a
los frailes: a cambio de la entrega del esclavo,
éste no sufriría castigos corporales, sino que sería sentenciado a ejercer como verdugo perpetuo y viviría en
casa de un espartero con las prisiones
necesarias para que no saliese a hurtar, pudiendo salir sólo a cumplir como ejecutor. El Cabildo ofrecía
dar fianza de que cumpliría con su palabra, pero
los dominicos, aunque aceptan la caución, provisionalmente se resisten a entregarlo porque implicaba el
que debía ejecutar el esclavo cierta justicia e incurriría en rigiralidad
Años después consiguen las autoridades un verdugo
asalariado: se trata de Juan Rodríguez, que
en 1547 ganaba 2.000 mrs., pero de nuevo se retorna a los esclavos, al menos en los años
setenta. Se acuerda por entonces dar al verdugo esclavo una jaqueta, calzones de
paño de la tierra y una camisa. A comienzos del s. xvii aumentan las
dificultades para hallar ejecutor, brindándose a ello individuos marginados,
pobres y con problemas con la justicia en ocasiones. Por ejemplo, en 1608 se
ofrece un preso condenado a galeras. En 1612 ejerce un tal Juan Pérez, a quien
se decide darle un vestido de 4 ducs. porque estaba desnudo.
En 1624 el pretendiente es otro condenado a galeras,
pero estaba pendiente de decisión de
No son de extrañar los aprietos para hallar
ejecutor. Pensemos que en España la profesionalización de tal oficio es tardía
(1535), y la ocupación no atraía a muchos postulantes, pues la remuneración,
más bien escasa, no compensaba el descrédito social y el riesgo. En un lugar
pequeño era imposible conservar el anonimato; el
verdugo era alguien muy conocido por
todos, y tanto el carácter de la ocupación —no la sentencia, cuya necesidad
nadie discutía— como la posibilidad de represalias por las víctimas de penas corporales, o por deudos de los
ejecutados, tornarían poco apetecible la función.
Las
ejecuciones.
Las ejecuciones de las sentencias básicamente podían
corresponder a exposición a la vergüenza
pública, azotes, pérdida de miembro y pena
de muerte (horca o decapitación). Señala Moure que en dos de las columnas que sostenían las arcadas del Ayuntamiento pendía la argolla
en que se exponía a los reos penados a vergüenza pública, a los que
se sujetaba por el cuello; y en otra columna, además de una argolla igual, se
añadía una aldabilla para sujetar la lengua a los convictos de
falso testimonio. La primera horca que hubo en la ciudad, dejando a un lado los
primeros años de la villa de Arriba, estuvo situada aproximadamente
al término de la calle de la Cárcel, en un extremo de lo que sería la plaza de San Cristóbal.
Hubo alguna que otra ejecución de postín.
Mencionemos la del mercader Pedro Hernández
de Alfaro, casado con doña Leonor Pereira,
emparentada con el segundo Adelantado, que por razones aún poco claras decretó su ejecución en junio de 1528.
Mucha mayor repercusión tuvo en la capital, y
creemos que en la isla, otra decapitación que tuvo lugar en la primavera de
1651. No en vano el acto tuvo por escenario la plaza del Adelantado, frente a
dos edificios que significaban mucho para su protagonista, d. Jerónimo de Grimón y Rojas: el convento de Santa Catalina y la
casa-palacio de Nava. El primero, porque de allí se había fugado
—parece inadecuado hablar de «rapto», tal
y como ha pasado a la posteridad y se tipificó en su momento— con la
monja sor Úrsula de San Pedro; el segundo, porque
era hijo natural del dueño de la casa y hacienda de los propietarios de
la magnífica vivienda, d. Jerónimo Grimón de Hemerando. Una vez fuera del
convento, los enamorados intentan salir de la isla en un barco inglés
surto en Santa Cruz, vestida ella de paje. La casual presencia en La
Laguna del diligente oidor d. Alvaro Gil de la Sierpe truncó los planes
de la pareja cuando estaban a punto de conseguir su objetivo, pues
poco antes de zarpar la embarcación descubre su paradero, remite a la
monja al convento y encarcela a Grimón en el castillo de S. Cristóbal.
El fiscal de la R. Audiencia acusa al reo de notorio caso de Corte,
y tras un rápido proceso le
impone la máxima pena. La ejemplaridad
era uno de los fines más buscados por la autoridad, que además de darle la máxima
difusión posible a la pública ejecución en la plaza
mayor, añadía el innecesario y cruel espectáculo de la exposición
de la cabeza del finado durante varios días. A fines de mayo de 1651, el
personero solicitará al Ayuntamiento que ponga fin al horror que
causaba en la gente la contemplación de la cabeza de d. Jerónimo, cerca de la
carnicería y de la pila, máxime estando próximas las fiestas del
Corpus, pero esto dependía de la R. Audiencia y se decide escribir a ésta para que autorice la retirada.
Pero seguramente los marginados llevarían la peor
parte en la pena capital. Tenemos alguna
noticia aislada relativa a ajusticiamientos, generalmente con esclavos como víctimas.
Antes de 1503 ya se había ahorcado a un negro que era esclavo de Blasino
Romano, y en 1523 el portugués Pero Yanes, morador en
la villa de Arriba y preso en la cárcel,
disponía sus últimas voluntades ante la inminencia de su ejecución,
a la que había sido sentenciado por crímenes cometidos. En
1578 sabemos que el alguacil mayor gastó 9 rs. en adobar la horca y
sogas para acabar con la vida de un mulato llamado Juan. Las otras
dos noticias que tenemos de ejecuciones se refieren a ahorcamientos de «negritos». En 1688 la víctima es José, y en 1720, Juan.
En este último caso se especifica que se le sacó de la cárcel a las 11
y murió a las 12, pero permaneció en la
horca hasta las 5. Algo similar ocurrió
con el primero, que fue ahorcado a las 11 y enterrado a las 4. La exhibición del terror continuaba siendo un arma poderosa del poder para
amedrentar a los transgresores, sobre todo si pertenecían a los sectores
populares. A la hora convenida, y previa petición a la justicia y
recolecta de dinero por las calles, los hermanos de la Misericordia del
Hospital de los Dolores procedían al sepelio del infortunado, portando
el ataúd hasta la horca con cuatro cofrades para ayudar a bajar el cuerpo.
Al pie del patíbulo debía estar el mayordomo de la Hermandad con la
autorización, que mostraban al escribano al expirar el reo.
Se invitaba, además, a todas las comunidades religiosas y a las dos parroquias. Si se les hubiera brindado tanta y tan
buena compañía en vida a los delincuentes.” (Miguel
Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia Tomo I. Volumen I.:336 y
ss.).
1612
abril 3. Prelados católicos en la
colonia según el criollo, Clérigo católico e historiador José de Viera y
Clavijo.
“De don Lope deValdivieso, trigesimoséptimo obispo
Fue electo en su lugar don Fernando de Gamarra; pero renunció y consiguió la mitra de Cartagena, de cuya iglesia pasó últimamente a la de Avila, donde murió año de 1616.
El sucesor en nuestro obispado fue don Lope de Valdivieso y Velasco, natural de Toledo, hijo de don Juan Fernández de Velasco, heredero de su noble
casa de las montañas de Burgos, y de doña Isabel
Muñoz Carvajal. Había sido prior de Ron-cesvalles,
y exaltado a la dignidad episcopal en el año
de 1612, con bulas del papa Paulo V.
Llegó a la Gran Canaria, acompañado de cuatro padres jesuitas, el día 3 de abril de aquel mismo año, y al siguiente día se recibió solemnemente
en su iglesia, que era miércoles santo. Pero, a los siete meses de residencia en las islas, tuvieron
éstas el sentimiento de perderle, pues falleció
a 29 de octubre, y con él todas las bellas apariencias de un pontificado
glorioso. Está sepultado en el presbiterio
de la catedral, al lado del evangelio.”
(José de Viera y Clavijo, 1982. T.
2:249 y ss.)
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Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
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