FEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

 

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1611-1620

CAPÍTULO XXIII (V)

Guayre Adarguma *

 

1612. Se escribe el libro Milagros del Santísimo Cristo de La Laguna por Fray Luís de Quirós, de la secta católica de los franciscanos, donde queda recogido los aspectos del fanatismo religioso cristiano en esta colonia.

 

1612. Felipe III ordenó que los navíos de canarios, con destino a  Nueva España, se pusiesen “a la colla” el 1º de mayo. De no aparecer la flota, podrían hacerse a la mar, del 20 al 30 de julio. Los de Tierra Firme, lo harían "en las primeras aguas de agosto", emprendiendo el viaje, de no asomar las flotas, entre el 20 y 30 de diciembre. Oneroso regresar a Sevilla, para registrar las mercancías en la Casa de Contratación, al ser cada vez más raro que los canarios coincidiesen con las flotas.

 

1612. Francisco de la Rua que  sucedió en el Gobierno Militar de Tamaránt (Gran Canaria), a Luís de Mendoza y Salazar, hizo demoler el cubelo o pequeña torre situada al pie de la muralla Norte, construyendo en su lugar el Castillo de Mata.

 

De la Rua falleció en la ciudad el 1 de Enero de 1615 y fue sepultado en la capilla Mayor de la Iglesia de San Francisco; era natural de Talavera de la Reina (España).

 

1612. El capitán Baltasar Fernández va a Angola con 115 pipas de vino y 4.452 ducados en metálico, para comprar esclavos y conducirlos a las Indias. (AHP: 478/128).

 

Juan Prieto Pinzón, maestre portugués, tiene registro para ir a Indias por la vía de Angola, carga en Santa Cruz 18 pipas de vino, 1615 (AHP: 474/413).

 

1612. “Ya durante las operaciones de defensa hubo necesidad de deshacer unas garitas para utilizar los trozos obtenidos como taponamiento del hueco de la puerta de entrada del castillo, que estaba siendo quemada por los asaltantes. (De un documento titulado Tisón de Lanzarote y Fuerteventura,”). 

 

Este trabajo de investigación histórica tiene por objeto demostrar que en contra de la opinión generalizada sobre la autoría del ingeniero militar italiano Leonardo Torriani en obras materiales realizadas en los castillos de Lanzarote existentes en su época fue absolutamente nula en lo que al de San Gabriel y su anexo el Puente de las Bolas se refiere, y de escasa relevancia, según todos los indicios, en lo que al de Guanapay respecta.

 

Pienso que este lamentable equívoco se ha generado por mor de una errada interpretación de la conocida obra literaria de este autor Descripción e historia del reino de las Islas Canarias, tanto en lo que en su texto se dice como por lo que de los dibujos en ella insertos podría deducirse, al darse por sentado, de forma totalmente gratuita e injustificada que las directrices y recomendaciones que en los mismos se contienen relativas al reforzamiento defensivo de las fortalezas fueron llevadas a la práctica por el propio Torriani, sin apoyar tal presunción con la debida argumentación documental o constatación arqueológica que lo refrende. Leonardo Torriani era bastante joven aún cuando vino a Lanzarote en 1591, pues rondaba entonces los treinta años de edad, ya que se cree que nació en la ciudad de Cremona por el año de 1560.

 

En 1587 fue enviado a Canarias por el monarca Felipe II con la específica misión de llevar a cabo un estudio sobre el estado de las fortificaciones del archipiélago como trámite previo a una ulterior mejora de las mismas o a la construcción de otras nuevas si los resultados de sus observaciones así lo aconsejaran: “Me enviaréis particular relación de todo y de vuestro parecer, con los planos y dibujos de lo que fuese necesario”, le decía el rey en las instrucciones que le había dado, pero nada se hablaba de que debiera practicar obra alguna.

 

El castillo de San Gabriel. Comencemos por el castillo de San Gabriel con una sucinta relación de las diferentes etapas por las que se pasó en su construcción.

 

Sabemos que esta fortaleza fue edificada en una primera fase en los años iniciales de la década de los setenta del siglo XVI por el ingeniero Agustín de Amoedo previa fijación del lugar de su emplazamiento por el capitán del primer presidio Gaspar de Salcedo, quienes se desplazaron a Lanzarote comisionados por la real Audiencia para entender en estos asuntos de fortificación militar a causa de la indefensión en que la isla demostró encontrarse tras unos ataques piráticos sufridos en años anteriores próximos.

 

Consistió en esta primera etapa de su construcción en un pequeño fuerte de planta cuadrada con un baluarte de los del tipo de punta de diamante en cada esquina y la distribución interior de las habitaciones hechas a base de madera. Existe constancia documental de que ya en 1572, o sea, al año siguiente de la visita de estos dos funcionarios, se encontraban en marcha las obras de este nuevo castillo, por lo que es lícito suponer, dada la apremiante necesidad que se tenía de la fortificación porteña, que su ejecución no se demoraría mucho más allá de ese año.

 

Su vulnerabilidad al fuego y la insuficiente elevación del parapeto de las cortinas, que no ofrecía la debida protección a los artilleros, fueron las causas principales de su fácil expugnación y subsiguiente destrucción por las llamas durante la trágica irrupción del célebre pirata argelino Morato Arráez en 1586, circunstancia que habría de valerle luego al ruinoso castillo el apelativo de ‘El Quemado’, que se hizo pronto extensivo al islote en que se asentaba.

 

 

1667 enero.

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En 1561 Arribó a Titoreygatra (Lanzarote) el Capitán General y Presidente de la Real Audiencia y virrey de la colonia de Canarias D. Luís de la Cueva Benavides y el obispo de la diócesis canariensis D. Fernando Suárez de Figueroa. Se sabe la fecha aproximada de la llegada de nuestro personaje a Lanzarote con sus egregios acompañantes porque dicha visita consta en una carta dirigida al rey por D. Luís de la Cueva que está datada el 6 de abril de ese año (A. Rumeu de Armas: Piraterías y ataques navales a las Islas Canarias). También porque fue a principios de ese año cuando regresó a su feudo después de contraer segundas nupcias en Madrid el marqués de Lanzarote, pues se conoce una denuncia presentada por él contra su yerno Argote de Molina el 11 de marzo de ese año (A. Millares Torres: Historia general de las Islas Canarias),  D. Agustín,  se hallaba presente en una visita que hicieron conjuntamente al castillo de Guanapay las personalidades citadas y el Ingeniero Cremonés Torriani. Por otra parte, el historiador Abreu Galindo, refiriéndose al renombrado longevo Juan Camacho, dice que murió en Lanzarote en 1591 cuando se encontraban en la isla el Capitán General y el obispo.

 

He aquí cómo encontró Torriani el castillo y lo que aconsejaba hacer para reforzarlo:

Tiene las paredes sanas y sin defecto, y sólo se debe alzar por fuera el parapeto de las cortinas hasta la altura corriente al igual que los baluartes, porque al presente no tiene más que tres pies, Y por dentro los compartimentos incendiados por los turcos, porque estaban hechos de madera, reedificarlos de piedra y en bóveda”.

 

Además de esto recomendaba rodear el edificio con una muralla que recorriera todo el perímetro del islote –por la impresión que da, a marea alta– de modo que se impidiera el desembarco del enemigo en primera instancia, cuyo proyecto se muestra en un dibujo que figura en su citada obra.

 

En este estado de desmantelamiento permaneció la fortaleza durante ochenta años, ya que su reconstrucción se llevó a cabo entre junio de 1666 y enero de 1667, tal como se acredita en un documento fechado en 24 de enero de ese último año extendido por el escribano de la isla Antonio López de Carranza por orden del Capitán General de las islas don Gabriel Lasso de la Vega , conde de Puertollano, quedando el castillo “...suficiente y capas de recevir y alojar la artilleria que se le pusiere y demas peltrechos pa la defensa de el...” (A. D. Brito Gonzalez: Apuntes sobre las fortificaciones en Lanzarote en el siglo XVII.  Otro documento que viene a confirmar el estado ruinoso y fuera de servicio en que se mantuvo la fortaleza durante esos largos años después de la estancia de Torriani en la isla es un acta del Cabildo de Fuerteventura de 1696 en que quejándose el síndico personero de que los señores de estas islas orientales no dedicaban la parte de los diezmos destinada a la conservación de las fortificaciones como era su obligación, expone el caso de este castillo de San Gabriel diciendo:

Ha estado sin cubierta, con sólo paredones y sin guarnición, sirviendo más para que los enemigos allí se hicieran fuertes, como sucedió hace pocos años en que llegado un bajel de turcos se hicieron fuertes en el castillo y desde él mataron algunas personas, y hace poco que de orden de los generales de las armas se mandó cubrirlo”. (J. Mª Hernández-Rubio: Fuerteventura).

 

Este texto resulta muy esclarecedor al presentar al castillo tal como lo describe Torriani, es decir, sólo con las paredes exteriores y sin techo, si bien hay que reconocer que en él se emplea el adverbio de tiempo ‘poco’ en sentido muy lato, pues aquí tenía que referirse, como se ha visto, a un lapso de treinta años nada menos, si no es que la fecha de 1696 está equivocada.

 

Queda claro, pues, que el castillo de San Gabriel se mantuvo fuera de servicio, inutilizado a causa de los graves desperfectos que le infligiera Morato Arráez, muchos años después de la estancia de Torriani en Lanzarote, quedando en consecuencia descartada cualquier intervención atribuible a este técnico italiano en él.

 

El Puente de las Bolas. En lo que al Puente de las Bolas atañe, que se ha considerado también como realizado por él, la verificación de la desvinculación de este personaje con su construcción es tan incuestionable como en el caso del castillo al que pertenece.

 

Sabemos que el primitivo puente que hubo en este lugar desde tiempos del ingeniero italiano, precursor del actual de Las Bolas, era de estructura muy simple y tenía un solo ojo. Así nos lo muestra el propio Torriani en su dibujo panorámico de esa parte de la isla, el cual, si bien muy esquematizado, es no obstante lo suficientemente claro como para permitir apreciar las características más sobresalientes que entonces reunía. En ese estado de simplicidad se mantuvo hasta la década de los setenta del siglo XVIII, como seguidamente se verá por una serie de testimonios documentales referida a esos años.

En primer lugar, siguiendo un orden cronológico de aparición, tenemos un informe titulado “Descripción de Lanzarote y Fuerteventura” redactado por el ingeniero ordinario José Ruiz Cermeño tras una visita oficial girada a la isla en 1772 comisionado por el entonces Comandante General del archipiélago Miguel López Fernández de Heredia, en el que puede leerse:

La situación de la torre de San Gabriel es sobre un islote de bastante extensión unido a la isla por medio de una calzada o puente que no tiene más que un ojo muy pequeño, bajo del cual pasan las lanchas que se comunican del Puerto de Naos a Puerto Caballos o del Arrecife.

 

El Puerto del Arrecife –continúa–, formado por cadena de peñas, es excelente pero de poco fondo. El ningún cuidado que de él se ha tenido y las corrientes de las aguas que no tienen más salida que por el ojo del referido puente, han depositado tan gran cantidad de arena que si no se remedia con abrir uno o dos ojos más al puente se puede temer que en breve tiempo se inutilice totalmente”.

 

Se alude de forma más concreta a la construcción del puente en otro documento que se conserva en los archivos de la catedral de Las Palmas bajo el epígrafe Compendio breve y famoso, etc.de 1776, con la siguiente frase: “Desde el lugar de Arrecife se pasa al Castillo de San Gabriel por un puente de buena fábrica en el que actualmente se trabaja”.

 

Luego continúa el texto con la noticia de que también se proyectaba construir un nuevo castillo en la bahía de Puerto Naos en clara referencia a la actual fortaleza de San José, la cual, como es notorio por la placa que ostenta sobre el portalón de entrada, se finalizó en 1779.

 

Y si no bastara con los claros testimonios escritos expuestos para probar la fecha de erección del Puente de las Bolas aún queda otra referencia documental más totalmente independiente de las anteriores que le asigna la misma cronología. Su autor, el tinerfeño José Agustín Álvarez Rijo ya mencionado (1796-1893), a más de estar reconocido por la crítica como acreedor a la máxima garantía de credibilidad en estos temas puntuales en que alcanzó información de primera mano, fue muy buen conocedor de Arrecife tanto por los años en que aquí residió como por la curiosidad que en su calidad de historiador sintió por cuantos acontecimientos tuvieron en ella, y en la isla en general, su desarrollo, como demostró cumplidamente en su obra Historia del Puerto del Arrecife, en la que figura la noticia a la que estamos haciendo alusión. Y si bien es cierto que no fue contemporáneo del suceso sí debió tener cuando menos por su edad trato personal con más de un testigo presencial de la edificación del puente cuando eran adultos. Pues bien, he aquí lo que dice al respecto:

Para pasar de la isla a la fortaleza de San Gabriel hubo un mal murallón y un puente formado por unas vigas. El que ahora hay de tres ojos, levadizo el espacio del medio, de cantería, con sus pilares, escalera vuelta al N que sirve de muelle, y sus murallas, es obra del reinado de Carlos III por los años de 1771” .

 

Queda, pues, demostrado, asimismo de forma inconcusa vistos los testimonios que anteceden, que Torriani tampoco tuvo nada que ver ni con la planificación ni con la fábrica de este emblemático monumento de la marina arrecifeña, pues es obvio que el mismo se construyó casi dos siglos después de su muerte.

 

El castillo de Guanapay. Examinemos ahora la cuestión de la autoría de este arquitecto militar en el castillo de Guanapay o de Santa Bárbara de Teguise.

 

Los antecedentes de esta vetusta fortaleza roquera se remontan a las primeras décadas del siglo XVI. En estos años hizo levantar en lo alto del volcán Guanapay, precisamente sobre un conglomerado basáltico que allí aflora, el entonces señor de la isla Sancho de Herrera, una casa fuerte en forma de torre cuadrada, que tenía por cometido principal servir de atalaya desde la cual avizorar el sector de costa desde allí visible para prevenir los desembarcos piráticos que pudieran producirse. Esa torre primigenia es la misma que puede verse en la actualidad sobresaliendo de en medio del edificio, llamada en la terminología castrense la torre del homenaje y por las gentes de los pueblos circunvecinos el Cuarto Alto.

 

No se conoce la fecha exacta de su construcción, mas como se dice que fue hecha en tiempos en que regía la isla Sancho de Herrera hay que colocarla entre 1503 en que heredó de su madre el señorío de la isla y 1534 en que falleció, más próxima quizás a la primera de las fechas que a la segunda si hemos de hacer caso a lo que se manifiesta en algunas fuentes de haber ocurrido el hecho en los comienzos del siglo.

 

Años después de 1551, en que atacó la isla el corsario francés François le Clerc, el señor de Lanzarote a la sazón, don Agustín de Herrera y Rojas, trasformó la humilde torre o casa fuerte en una modesta fortaleza añadiéndole diversos cuerpos y elementos arquitectónicos, mejoras que don Antonio Rumeu de Armas describe en los siguientes términos en su obra magna Piraterías y ataques navales a las Islas Canarias:

Las obras planeadas por el futuro conde de Lanzarote consistían en añadir a la primitiva torre de Guanapay, en el ángulo sur, un cuerpo más bajo con algunos aposentos, dejando a ambos englobados por una nueva construcción de planta romboidal de recias murallas de mampostería, en cuyo interior se abría un patio. Adosados a la muralla se alineaban por los cuatro costados del patio los aposentos de refugio sobre cuyo envigado se asomaban los defensores a las almenas del castillo, formando un amplio corredor para el juego de la artillería”.

 

Estas obras, por la magnitud que alcanzan, pueden ser consideradas como de las más importantes de cuantas se han llevado a cabo en el castillo en toda su historia, pues mediante ellas, de una pequeña casa fuerte pasó a ser ya una fortaleza que, aunque todavía pequeña y deficiente en algunos aspectos tácticos, cumplía al menos con la finalidad de servir de lugar de refugio para un buen número de personas, como quedó evidenciado en 1569 con ocasión del acoso a que se vio sometida por parte del pirata argelino Calafat.

 

Como consecuencia de otro ataque pirático, protagonizado esta vez por el berberisco Dogalí, alias ‘El Turquillo’, apenas dos años después, fue enviado a Lanzarote por la Real Audiencia de Canarias el capitán del primer presidio Gaspar de Salcedo con la misión de reforzar el elemental castillo y llevar a efecto la construcción del fuerte de San Gabriel ya comentada. En dicha visita decidió agregarle al castillo que ahora nos ocupa un cubelo a modo de torreón redondo en cada uno de los extremos más alejados del edificio, obra que fue aprobada por el rey en septiembre del año siguiente y ejecutada sin dilación. (A. Rumeu de Armas: op. cit.).

 

En 1586 tuvo lugar el más encarnizado asedio a que se viera jamás sometido el castillo. Lo llevaron a cabo las nutridas tropas que echó en tierra una flotilla compuesta por siete galeras que venían al mando del famoso corsario argelino Morato Arráez. Luego de unos furibundos ataques de las fuerzas incursionistas y una esforzada defensa de la guarnición del fuerte terminaron los sitiados por desistir de su empeño a los pocos días comprendiendo lo inútil de su resistencia y lo desalojaron al amparo de la oscuridad de la noche aprovechando un descuido en la vigilancia de los sitiadores, esparciéndose a continuación la gente por la isla en busca de mejor protección en cuevas y riscos.

 

Ya durante las operaciones de defensa hubo necesidad de deshacer unas garitas para utilizar los trozos obtenidos como taponamiento del hueco de la puerta de entrada del castillo, que estaba siendo quemada por los asaltantes. (De un documento titulado Tisón de Lanzarote y Fuerteventura, de 1612).

 

Luego de la toma de la fortaleza las huestes invasoras ocasionaron cuantiosos destrozos y desperfectos quemando cuanto pudieron hasta dejar el edificio en un lamentable estado de ruina.

 

Unos pocos años después, Gonzalo Argote de Molina, conocido genealogista sevillano avecindado en Lanzarote por su casamiento con una hija del señor de la isla don Agustín de Herrera y Rojas, emprendió unas obras de reparación en el malparado castillo por superior decisión del Capitán General de Canarias, cumpliendo éste a su vez órdenes del monarca Felipe II que tenían por objeto devolver la fortaleza a su normal estado de operatividad.

 

Dicho proyecto se hallaba ya ejecutado en más de la mitad de lo presupuestado, que era de 50.000 reales, con una inversión hasta entonces de 28.500 reales, cuando llegó a la isla Leonardo Torriani en los primeros meses de 1591, como ya expliqué al ocuparme del castillo de San Gabriel.

 

Veamos cuál pudo ser, de acuerdo a los elementos de juicio disponibles, la extensión y calidad de los trabajos en que este ingeniero intervino en la fortaleza objeto ahora de estudio.

 

Se conocen dos documentos, hallados en años recientes, que arrojan algo de luz sobre la actuación de este técnico en dicho castillo: una carta de pago librada por Gonzalo Argote de Molina en ese año de 1591 (A.H.P.L.P., Lorenzo Palenzuela), y otro titulado Fábrica del castillo de San Hermenegildo (J.Mª Pinto de la Rosa : Antiguas fortificaciones en Canarias), documento que es casi un trasunto del anterior en su primera parte, pero que se prolonga cronologicamente unos años más dando noticias complementarias, sin fecha ni firma de autor.

 

En la carta de pago, reducido su texto a lo imprescindible para documentar el tema que nos ocupa y actualizada la ortografía, se dice:

 

Sepan cuantos esta carta vieren cómo yo, Gonzalo Argote de Molina, residiendo en la isla de Lanzarote, donde soy casado con doña Constanza de Herrera, hija y heredera del marqués de Lanzarote, su Majestad ordenó al Sr. D. Luis de la Cueva , Capitán General de estas islas y Presidente de la Real Audiencia , que mandase fabricar las dos fortalezas que tiene la isla, que Morato Arráez había abrasado el año 86, y por estar a la sazón ausente de ella el marqués, comencé a fabricar el castillo de Guanapay con favor del Sr. Presidente, que me dio provisión para sacar la madera de Tenerife y me proveyó de los otros materiales de que tuve necesidad, en la cual fábrica y principio de ella había gastado 28.500 reales al tiempo que el Sr. Presidente visitó la isla y el dicho castillo en presencia del obispo de estas islas, del marqués de Lanzarote y de Leonardo Torriani, ingeniero de su Majestad. Y habiéndoles comentado la fábrica que yo había hecho en dicho castillo el Sr. Presidente mandó se continuase, y yo ofrecí para acabarla 21.500 reales sobre lo que había gastado, que pareció era lo necesario para acabar la dicha obra y el castillo de Arrecife. Los 21.500 reales se han gastado en dicha obra guardando las órdenes y trazas que el Sr. Presidente dejó a Leonardo Torriani para la fábrica de dicho castillo, cuyo edificio hoy está casi acabado”.

Las Palmas de Gran Canaria, 6 de octubre de 1591”

 

Obsérvese que el documento peca en su última parte de manifiesta incongruencia, pues primero dice que los 21.500 reales era la cantidad de dinero que se estimaba necesaria para acabar la reparación del castillo de Guanapay y rehacer el de Arrecife y luego, casi a renglón seguido, que una vez gastados no sólo sabemos que no se hizo nada en el último de ellos sino que ni siquiera dio para terminar el de Guanapay.

 

Vayamos ahora con el documento que lleva por título Fábrica del castillo de San Hernenegildo (un nombre más del castillo). Reza como sigue, igualmente simplificado:

 

Después de ser arruinada su fábrica por Morato Arráez, año de 1586, Gonzalo Argote de Molina, en el año de 1588 [fecha equivocada, pues sabemos que estas obras se iniciaron por orden del Capitán General de Canarias, y éste llegó a las islas para tomar posesión de su cargo en junio de 1589], fabricó a su costa dicho castillo y puso en él once piezas de artillería de bronce de diferentes pesos, y teniendo gastados 28 ducados en la fábrica llegaron a aquella isla el general don Luis de la Cueva y el obispo llevando consigo a Leonardo Torriani, ingeniero de su Majestad, con cuyo parecer y del marqués de Lanzarote se aprobó esta fábrica y se mandó continuar, dejando para ello en aquella isla al dicho Leonardo Torriani con 20 ducados que el dicho marqués dio de sus rentas, y por su mandado se gastaron en ella. Y habiendo enviado la madera necesaria para cubrir la plaza de armas, que costó 500 ducados, llegó a aquella isla Jabán Arráez con armada del Jarife en el año de 93, y hallándola en el Puerto del Arrecife la quemó. Y lo que es necesario hacer en el dicho castillo para que esté en perfección es cubrir la plaza de armas de madera y lajas y que las dos garitas que se fabricaron sobre madera se fabriquen de piedra y barro abriendo los cimientos al pie de la muralla del castillo, levantando dos plataformas desde el suelo que reciban en sí las dos garitas. Y asimismo falta por encabalgar la artillería, que teniendo aderezadas ruedas y cajas Argote de Molina en esta de Canaria para cuatro piezas grandes de bronce se las tomó el capitán Melchor Morales, gobernador de ella, el año de 1592 para sus castillos y no se las ha vuelto hasta hoy”.

 

Tras la lectura de estos documentos se llega a las dos siguientes conclusiones más importantes para efecto de lo que en este trabajo de investigación se pretende demostrar sobre la actuación de Torriani en este castillo de Guanapay: una, que la misma se redujo a dirigir o supervisar unas obras de restauración que ya se llevaban ejecutadas en más de la mitad cuando él las tomó a su cargo, cuyo importe, en la parte que lo afectó, ascendía, como hemos visto, a 21.500 reales. Y otra, que dichas obras fueron decididas y planificadas por el Capitán General de Canarias sin tener en cuenta para nada los proyectos del ingeniero italiano. A este respecto la carta de pago es concluyente al decir “Los 21.500 reales se han gastado en dicha obra guardando las órdenes y trazas [es decir, planos] que el Sr. Presidente dejó a Leonardo Torriani para la fábrica de dicho castillo”. Y a estos efectos debe tenerse en cuenta que el mérito de una obra de arquitectura reside, casi exclusivamente, en su planificación o proyecto, lo que deja relegado a nuestro personaje al mero papel de encargado de obras.

 

Por otra parte, tales obras, por lo que se puede deducir de estos documentos y de otras consideraciones ajenas a ellos, apenas deben haber dejado huellas en lo que al presente constituye el conjunto arquitectónico del castillo, si es que han dejado alguna, pues si no, ¿a qué parte de la fortaleza pueden corresponder? Desde luego no a la torre cuadrada central, que, como se ha dicho, fue construida por mandato de Sancho de Herrera a principios del siglo XVI; ni tampoco al cuerpo principal del edificio constituido por la muralla exterior trapezoidal, que la hizo levantar, con los aposentos de refugio a ella adosados, el heredero del señorío, nieto del anterior, Agustín de Herrera y Rojas, a mediados del mismo siglo, como también se dijo; ni a los cubelos redondos de las esquinas extremas, cuya construcción fue decidida por el capitán Gaspar de Salcedo por los años setenta de la misma centuria, obra asimismo explicada anteriormente; ni la meseta escalonada que sirve de apoyo al puente levadizo que se tiende desde la puerta de entrada, y en consecuencia a este mismo puente, ya que fue construido en 1654 por orden del entonces Capitán General de las islas Alonso Dávila y Guzmán [Alexis D. Brito: op. cit.]; ni a los dos baluartes en punta de las esquinas laterales, mandados hacer entre 1665 y 1668 por la misma autoridad archipelágica que acabamos de citar [Ídem], ni tampoco, en fin, a los techos abovedados y, por tanto, a las paredes en que se apoyaban, que es tanto como decir el conjunto de habitaciones de que constaba el castillo antes de la malhadada reforma a que fue sometido hace unos años, en unión de la correspondiente plaza de armas o azotea enlosada, pues dichas obras se iniciaron en 1687 y se acabaron a los pocos años, siendo su autor un maestro pedrero residente en la isla llamado Juan Luis, quien fue contratado directamente por el señor de la isla D. Juan Francisco Duque de Estrada. [Ídem].

 

¿Qué queda entonces que pueda ser atribuido a las obras en que intervino este ingeniero? Según todos los indicios, los trabajos al frente de los cuales fue puesto nuestro personaje por el Capitán General, si bien como simple encargado, supervisor o si se quiere director de los mismos –conviene tener presente esta condición para efectos de la tesis de lo que aquí intento demostrar–, debieron consistir basicamente, tal como por cierto se dice de forma expresa en la carta de pago (“Su majestad ordenó al Sr. D. Luis de la Cueva , Capitán General de estas islas y Presidente de su Real Audiencia, que mandase fabricar [entiéndase, reparar] las dos fortalezas que tiene la isla que Morato Arráez había abrasado el año 86), en la reconstrucción de lo destruido por este pirata argelino, salvedad hecha, claro está, de lo que hubiera sido recompuesto ya por Argote de Molina con anterioridad a la llegada de Torriani con el presupuesto parcial dicho de 28.500 reales.

 

Con toda probabilidad en esas obras se hallarían incluidos, en la parte proporcional correspondiente a los 21.500 reales que Torriani invirtió, descontadas ya las llevadas a cabo por Gonzalo Argote de Molina con sus 28.500 reales, los techos, tanto de la casa fuerte o torre del homenaje como de los aposentos de refugio que se alineaban a lo largo de la gran muralla trapezoidal a los que alude Rumeu de Armas, los cuales se desplomarían al ser quemada las vigas que los sustentaban; las garitas que fueron desmontadas para taponar con sus cascotes los huecos que iban abriendo las llamas en el portalón de entrada del edificio cuando fue quemado también por la gente de Morato Arráez –probablemente las mismas que luego se fabricaron a base de madera y se recomendaba rehacerlas de “piedra y barro”–; la misma puerta de entrada y, en fin, cualquier otra parte del edificio de las que fueron entonces destruidas, fueran de madera o de albañilería.

 

Además de esto hay que tener en cuenta que lo más probable es que esas obras de restauración en las que Torriani pudo haber tomado parte fueron eliminadas, al menos en su mayor parte, como consecuencia de modificaciones introducidas en el castillo con posterioridad, por lo que nada de ellas o muy poco debe quedar que pueda ser reconocible en lo que constituye el castillo en la actualidad.

 

En cuanto a la magnitud o acabado de esas obras de reparación hay que decir que las mismas debieron dejar la fortaleza en un estado bastante más deficiente de lo que se pretende dar a entender en los dos documentos transcritos, pues así parece inferirse de una real cédula expedida por Felipe III en 1606 mediante la cual se apercibía a los señores de la isla –lo eran entonces como titular el segundo marqués de Lanzarote y como tutora suya su madre doña Mariana Enríquez Manrique de la Vega – sobre la obligación que tenían de fortificar la isla, haciéndoles ver “el estado de indefensión en que la tenían desde que las fortalezas [así en plural] habían quedado arruinadas al tomarlas Morato Arráez en 1586” (A. Rumeu de Armas: op. cit.)

 

No obstante este apremiante aviso real, en 1618, durante la terrorífica invasión berberisca llevada a cabo por unos 3.000 soldados que echó en tierra una escuadra integrada por treinta y seis navíos, el castillo de Guanapay, por lo que puede deducirse de las crónicas y documentos de la época, se encontraba aún en la misma situación de abandono e inoperancia.

 

Ya en el año siguiente dispuso la marquesa doña Mariana la ejecución de unas obras que a juzgar por el número de operarios que intervinieron en ellas, una cuadrilla de setenta y tres peones dirigida por el maestro albañil Lázaro Fleitas, debieron alcanzar cierta envergadura, si bien en el documento en que figura esta noticia no se especifican la naturaleza y alcance de las mismas. (E. Torres Santana: La casa condal de Lanzarote. 1600-1625, II Jornadas de Historia de Lanzarote y Fuerteventura).

 

Huelga decir que los planos, instrucciones y recomendaciones que Leonardo Torriani –cuyo prestigio y eficiencia profesional nadie discute– dejó consignadas para Lanzarote en su citada obra no pasaron de la condición de informe escrito, de acuerdo a la misión que le encomendara el propio monarca que lo envió a Canarias Felipe II, como quedó dicho con anterioridad.

 

Resumiendo y para terminar, puede afirmarse con total garantía de fiabilidad, dados los datos, argumentos y razonamientos expuestos en este trabajo, que la autoría de Leonardo Torriani en obras materiales realizadas en las fortificaciones de Lanzarote fue totalmente inexistente en el Castillo de San Gabriel y su anexo el Puente de las Bolas, y que en el castillo de Guanapay se redujo a permanecer por orden del Capitán General de Canarias al frente de unas obras que ya habían sido ejecutadas en más de la mitad de su proyecto cuando él las tomó a su cargo, de proporciones y naturaleza desconocidas, pero que según todos los indicios no parece que fueran muy importantes sino más bien todo lo contrario, y que, desde luego, ni siquiera fueron planificadas por él.

 

En consecuencia creo que a la vista de cuanto ha quedado expuesto será de justicia, en aras del debido rigor histórico, despojar de una vez para siempre a este arquitecto militar de esa aureola artificiosamente creada en torno a su persona como protagonista destacado en obras materiales efectuadas en castillos de Lanzarote y colocarlo en el lugar que realmente le corresponde entre cuantos profesionales de la construcción tuvieron que ver con dichas edificaciones, lugar que, como se ha podido comprobar, es bastante modesto por no calificarlo de anodino. (Agustin Pallarés Padilla)

 

1612 marzo 12. Notas en torno al asentamiento europeo en el Valle Sagrado de Aguere (La Laguna) después de la invasión y conquista de la isla Chinech (Tenerife).

La justicia colonial: Las ejecuciones, verdugos y victimas.

El verdugo.

“Si hay sentencias corporales, sean mutilaciones o la pena capital, tiene que haber alguien que las lleve a la práctica. Pero, en general, como suele ocurrir, si son muchos los partidarios de un castigo duro y hasta cruel para los transgresores de la legalidad, son pocos o ninguno los que se ofrecen para tal cometido.

 

Desde un principio reparamos esa circunstancia. Ya en 1519 el Ayuntamiento se encuentra sin ajusticiador pues había renunciado Francisco Díaz. La solución, quién sabe si propiciada por éste, fue contratar a un esclavo suyo, Juan de Castilla, que ya tenía experiencia en el oficio y al que pretendía vender su dueño, pero parece que se llega al acuerdo de pagarle 1.500 mrs. anuales de sueldo. Debió durar un año, pues en 1523 ya tenía la institución otro verdugo, un tal Valladolid, al que debía 3.000 mrs., y aumentaba a partir de entonces sus emolumentos hasta 2.000 mrs.

Se advierte fácilmente que este fue un ministerio de esclavos, ne­gros para más señas, y aún así hubo que recurrir a presiones y a ofreci­mientos de amnistía para convencerlos. En 1530, nuevamente sin eje­cutor, el Cabildo acuerda comprarle a Diego Fernández de Ocaña un esclavo negro que quedaría como bien de la institución y que, además, se utilizaría para obras concejiles cuando no se ocupase en tareas puni­tivas. Seguramente es el mismo Pedro de Negrón que se decide dar a soldada a Jaime de Santa Fe un año más tarde a cambio de 4 doblas, manutención y vestido, a condición de que lo cediera cuando fuesen menester sus servicios como ejecutor.

 

Pero el Ayuntamiento no tuvo suerte con su buen negocio, pues el esclavo incurre en varios robos en 1532, es apresado, y cuando estaba para sentencia (probablemente muerte por ahorcamiento), huye de la cárcel y se retrae en el convento dominico. El Ayuntamiento se ve en una difícil tesitura, pues había más necesidad que nunca de verdugo porque estaban pendientes algunas ejecuciones de muerte y penas cor­porales. Propone entonces un pacto a los frailes: a cambio de la entrega del esclavo, éste no sufriría castigos corporales, sino que sería senten­ciado a ejercer como verdugo perpetuo y viviría en casa de un espartero con las prisiones necesarias para que no saliese a hurtar, pudiendo salir sólo a cumplir como ejecutor. El Cabildo ofrecía dar fianza de que cumpliría con su palabra, pero los dominicos, aunque aceptan la cau­ción, provisionalmente se resisten a entregarlo porque implicaba el que debía ejecutar el esclavo cierta justicia e incurriría en rigiralidad

 

Años después consiguen las autoridades un verdugo asalariado: se trata de Juan Rodríguez, que en 1547 ganaba 2.000 mrs.,  pero de nuevo se retorna a los esclavos, al menos en los años setenta. Se acuerda por entonces dar al verdugo esclavo una jaqueta, calzones de paño de la tierra y una camisa. A comienzos del s. xvii aumentan las dificultades para hallar ejecutor, brindándose a ello individuos margi­nados, pobres y con problemas con la justicia en ocasiones. Por ejem­plo, en 1608 se ofrece un preso condenado a galeras. En 1612 ejerce un tal Juan Pérez, a quien se decide darle un vestido de 4 ducs. porque estaba desnudo.

En 1624 el pretendiente es otro condenado a gale­ras, pero estaba pendiente de decisión de la R. Audiencia , a la que se interesa en la materia. Es muy probable que este tribunal no accedie­se a la desesperada llamada de los regidores tinerfeños, pues un año después se toma como verdugo a un mulato que estaba preso, Tomé Henríquez, y que ya poseía un razonable «curriculum» ajusticiador, pues había participado en 7 ejecuciones y 5 tormentos. Naturalmen­te, se le concedía el puesto en una especie de condición de cautividad insular, pues no podría abandonar la isla, y para asegurarse de esto se pregonó por todos los puertos y lugares para que no lo embarcase nadie ni lo auxiliasen en una posible huida.

 

No son de extrañar los aprietos para hallar ejecutor. Pensemos que en España la profesionalización de tal oficio es tardía (1535), y la ocu­pación no atraía a muchos postulantes, pues la remuneración, más bien escasa, no compensaba el descrédito social y el riesgo. En un lugar pe­queño era imposible conservar el anonimato; el verdugo era alguien muy conocido por todos, y tanto el carácter de la ocupación —no la sentencia, cuya necesidad nadie discutía— como la posibilidad de re­presalias por las víctimas de penas corporales, o por deudos de los eje­cutados, tornarían poco apetecible la función.

Las ejecuciones.

Las ejecuciones de las sentencias básicamente podían correspon­der a exposición a la vergüenza pública, azotes, pérdida de miembro y pena de muerte (horca o decapitación). Señala Moure que en dos de las columnas que sostenían las arcadas del Ayuntamiento pendía la argolla en que se exponía a los reos penados a vergüenza pública, a los que se sujetaba por el cuello; y en otra columna, además de una argo­lla igual, se añadía una aldabilla para sujetar la lengua a los convictos de falso testimonio. La primera horca que hubo en la ciudad, dejando a un lado los primeros años de la villa de Arriba, estuvo situada aproximadamente al término de la calle de la Cárcel, en un extremo de lo que sería la plaza de San Cristóbal.

 

Hubo alguna que otra ejecución de postín. Mencionemos la del mercader Pedro Hernández de Alfaro, casado con doña Leonor Pereira, emparentada con el segundo Adelantado, que por razones aún poco claras decretó su ejecución en junio de 1528.

Mucha mayor repercusión tuvo en la capital, y creemos que en la isla, otra decapitación que tuvo lugar en la primavera de 1651. No en vano el acto tuvo por escenario la plaza del Adelantado, frente a dos edificios que significaban mucho para su protagonista, d. Jerónimo de Grimón y Rojas: el convento de Santa Catalina y la casa-palacio de Nava. El primero, porque de allí se había fugado —parece inadecuado hablar de «rapto», tal y como ha pasado a la posteridad y se tipificó en su momento— con la monja sor Úrsula de San Pedro; el segundo, por­que era hijo natural del dueño de la casa y hacienda de los propietarios de la magnífica vivienda, d. Jerónimo Grimón de Hemerando. Una vez fuera del convento, los enamorados intentan salir de la isla en un barco inglés surto en Santa Cruz, vestida ella de paje. La casual presencia en La Laguna del diligente oidor d. Alvaro Gil de la Sierpe truncó los planes de la pareja cuando estaban a punto de conseguir su objetivo, pues poco antes de zarpar la embarcación descubre su paradero, remite a la monja al convento y encarcela a Grimón en el castillo de S. Cris­tóbal. El fiscal de la R. Audiencia acusa al reo de notorio caso de Corte, y tras un rápido proceso le impone la máxima pena. La ejemplaridad era uno de los fines más buscados por la autoridad, que ade­más de darle la máxima difusión posible a la pública ejecución en la plaza mayor, añadía el innecesario y cruel espectáculo de la exposi­ción de la cabeza del finado durante varios días. A fines de mayo de 1651, el personero solicitará al Ayuntamiento que ponga fin al horror que causaba en la gente la contemplación de la cabeza de d. Jerónimo, cerca de la carnicería y de la pila, máxime estando próximas las fiestas del Corpus, pero esto dependía de la R. Audiencia y se decide escribir a ésta para que autorice la retirada.

 

Pero seguramente los marginados llevarían la peor parte en la pena capital. Tenemos alguna noticia aislada relativa a ajusticiamien­tos, generalmente con esclavos como víctimas. Antes de 1503 ya se había ahorcado a un negro que era esclavo de Blasino Romano, y en 1523 el portugués Pero Yanes, morador en la villa de Arriba y preso en la cárcel, disponía sus últimas voluntades ante la inminencia de su ejecución, a la que había sido sentenciado por crímenes cometidos. En 1578 sabemos que el alguacil mayor gastó 9 rs. en adobar la horca y sogas para acabar con la vida de un mulato llamado Juan. Las otras dos noticias que tenemos de ejecuciones se refieren a ahorca­mientos de «negritos». En 1688 la víctima es José, y en 1720, Juan. En este último caso se especifica que se le sacó de la cárcel a las 11 y murió a las 12, pero permaneció en la horca hasta las 5. Algo similar ocurrió con el primero, que fue ahorcado a las 11 y enterrado a las 4. La exhibición del terror continuaba siendo un arma poderosa del poder para amedrentar a los transgresores, sobre todo si pertenecían a los sectores populares. A la hora convenida, y previa petición a la justicia y recolecta de dinero por las calles, los hermanos de la Misericordia del Hospital de los Dolores procedían al sepelio del infortunado, por­tando el ataúd hasta la horca con cuatro cofrades para ayudar a bajar el cuerpo. Al pie del patíbulo debía estar el mayordomo de la Herman­dad con la autorización, que mostraban al escribano al expirar el reo.

 

Se invitaba, además, a todas las comunidades religiosas y a las dos pa­rroquias. Si se les hubiera brindado tanta y tan buena compañía en vida a los delincuentes.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia Tomo I. Volumen I.:336 y ss.).

 

1612 abril 3. Prelados católicos en la colonia según el criollo, Clérigo católico e historiador José de Viera y Clavijo.

 

“De don Lope deValdivieso, trigesimoséptimo obispo

Fue electo en su lugar don Fernando de Gamarra; pero renunció y consiguió la mitra de Cartagena, de cuya iglesia pasó últimamente a la de Avila, donde murió año de 1616.

 

El sucesor en nuestro obispado fue don Lope de Valdivieso y Velasco, natural de Toledo, hijo de don Juan Fernández de Velasco, heredero de su noble casa de las montañas de Burgos, y de doña Isabel Muñoz Carvajal. Había sido prior de Ron-cesvalles, y exaltado a la dignidad episcopal en el año de 1612, con bulas del papa Paulo V.

 

Llegó a la Gran Canaria, acompañado de cua­tro padres jesuitas, el día 3 de abril de aquel mismo año, y al siguiente día se recibió solem­nemente en su iglesia, que era miércoles santo. Pero, a los siete meses de residencia en las islas, tuvieron éstas el sentimiento de perderle, pues fa­lleció a 29 de octubre, y con él todas las bellas apariencias de un pontificado glorioso. Está sepul­tado en el presbiterio de la catedral, al lado del evangelio.” (José de Viera y Clavijo, 1982. T. 2:249 y ss.)

 

Abril de 2012.

 

* Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.

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Bibliografía

     

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