FEMÉRIDES
DE LA NACIÓN CANARIA
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 1601-1610
CAPÍTULO
XXII (X)
Guayre Adarguma *
1610 enero 8. Notas
en torno al asentamiento colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere (
Las
fiestas introducidas en la colonia por los europeos.
“Este capítulo sólo pretende dar razón, en lo
esencial, de los festejos principales que
se pueden entresacar de la documentación oficial,
así como conocer su evolución y los divertimentos preferidos por los ciudadanos. En suma, cómo aprovechan las
diversas conmemoraciones, unas cerradas
-perfectamente insertas en un calendario festero que se
repite anualmente, y otras abiertas, en cuanto son esporádicas y se programan
al hilo del acontecimiento que se pretende exaltar
(un nacimiento regio, una victoria militar, la visita de una personalidad...).
Lo religioso y lo profano se funden, a veces lo
alegre y lo grave, como no podía ser
menos en una época compleja, barroca, de multiaristas, en la que hemos visto cómo las contradicciones ni
siquiera eran sentidas
como tales, pues eran diferentes caras de un todo único,
de una manera de vivir y morir.
Las diferencias sociales, la jerarquización
estamental, la organización gremial, el
fervor religioso y la pasión popular..., todo está presente a la vez en las celebraciones, puesto que las
fiestas, a la par que válvula de escape, son reflejo y espejo
social y, en buena medida, utilizadas como
sostén del sistema.
Por
ello contribuían, como apunta Bonet Correa, a que el edificio antiguorregimental
no sufriese resquebrajaduras amenazadoras de su estabilidad.
El regocijo tornaba más
soportable la dura condición laboral
y la enorme desigualdad social, los vaivenes climatológicos con su
secuela de carestía de grano, las epidemias y otras enfermedades que
tantas vidas de familiares y amigos segaban... Tampoco podemos olvidar que estas
fiestas que estudiamos se desarrollan en un contexto urbano
y, para utilizar una expresión de Bennasar, la ciudad del Seiscientos es fábrica de espectáculo. Será, además, un territorio
privilegiado -por el mayor despliegue de medios y por actuar en buena
medida como punto de referencia para los lugares de su jurisdicción- para
difundir los valores dominantes.
Más que un enfoque antropológico, que otros se han
encargado ya de iniciarlo -y lo seguirán
elaborando mucho mejor que el que suscribe-, y para el cual además entendemos
que faltan más elementos documentales, hemos
preferido ceñirnos a seguir, como lo hacían los laguneros de antaño, su ciclo festivo, para a
continuación exponer los de carácter
extraordinario.
Como el contenido esencial de las fiestas suele
repetirse, hemos recurrido a explicar las características de algunos
espectáculos en la que constituía la
fiesta más solemne, el Corpus. No hará falta insistir que falta mucho por saber acerca del ocio de los ciudadanos de entonces,
completando y contrastando datos con otras fuentes.
Acabamos de mencionar el término «ocio», que va más
allá de la celebración. Sin duda es aún
más difícil penetrar en otras parcelas del mismo. La documentación no suele
dar mucha cuenta de cómo utilizaba el tiempo la gente en sus horas libres,
aunque tampoco es problemático imaginarlo, pero justo es reconocer que
estamos más ayunos de información para no
quedarnos en el mero ejercicio imaginativo o especulativo. No obstante, hemos
optado por dedicar algún apartado a ciertos conocidos vicios de la época,
como el juego, en el que se les iba buena
parte de ese asueto a bastantes laguneros.
Organización
concejil y gastos.
Para que las fiestas de Cabildo llegasen a buen término
y se celebrasen conforme a lo establecido, adecuándose al presupuesto y con
la calidad que merecían, se diputaba anualmente a dos regidores para ese cometido por el sistema de echar suertes a principios
de año entre los concejales residentes en la capital5.
Como esta delegación no era de las más
apreciadas por los regidores, existía el acuerdo de exonerar del sorteo
a los que hubiesen ejercido la diputación el año precedente.
Con todo, paulatinamente los ediles comienzan a
escurrir el bulto y a inventarse todo tipo
de excusas para eludir su participación en la organización de las fiestas, burlando la tanda de tumos
(desde el regidor decano hasta el más moderno) que había sustituido a las
suertes. Los más antiguos pretendían
descargar su responsabilidad en los más recientes, y las fiestas habían
entrado en una cierta decadencia, situación que denuncia en 1636 el regidor Francisco de Valcárcel ante la R. Audiencia, que ordena la continuidad del sistema de
turnos y una sanción de 10.000 mrs. para los desobedientes. A partir de 1652
la fiesta de la Candelaria seguirá el
mismo sistema de turnos que las tres grandes
fiestas municipales (Corpus, S. Juan Bautista, S. Cristóbal), de manera
que los diputados de éstas también se encargarían de aquélla, según
determinó una provisión de la R. Audiencia a instancias de d. Tomás
Perera de Castro.
No cabe duda de que la preparación de las
celebraciones exigía bastante dedicación
a los diputados, que debían seleccionar obras elencos teatrales, asistir a alguno de sus ensayos,
cuidar de la conservación y reparación
de los objetos que debían ser utilizados cada año y que guardaba la corporación, contratar servicios pirotécnicos, concertarse
con los carpinteros para que fabricasen tablados y talanqueras, presionar a los gremios para que participasen,
pelearse con el mayordomo y sus compañeros
de corporación para que librasen cantidades para esas celebraciones o incrementasen la cantidad
asignada... Y corrían el riesgo de que no saliesen bien las cosas y
se les achacase exclusivamente a ellos,
cuando cada vez eran mayores los apuros financieros, por lo que durante gran
parte del siglo XVII los diputados advertirán una y otra vez en las sesiones capitulares que peligraba determinada
fiesta por falta de fondos. En el transcurso de los actos festivos, debían
estar atentos a cualquier imprevisto, a que no se respetase estrictamente
el lugar que debía ocuparse en una tribuna, a que el obispo no estuviese de
acuerdo con determinada preeminencia o costumbre, a que
algún suspicaz miembro del Sto. Oficio no advirtiese heterodoxia en
un espectáculo teatral...
Desde el punto de vista institucional, pero también
desde el social, el protocolo era
esencial, y el primero en exigirlo era el propio Ayuntamiento, que reclamaba un
lugar de honor en las celebraciones. En las desarrolladas en los clásicos recintos festeros, como la plaza Mayor, lo tenía asegurado al tratarse de un lugar cívico,
además «presidido» por las
Casas Consistoriales. A lo largo del capítulo comprobaremos algunas disposiciones de esa naturaleza. Pero conviene añadir que la presencia casi continua de los capitanes
generales en la ciudad durante la segunda
mitad del Seiscientos concederá a éstos no sólo un trato de prelación, sino que incluso intervendrán en lugar de la
corporación cuando se planteen pequeños roces y titubeos
acerca de las formalidades. Sin duda, todo un símbolo
de las interferencias y vejaciones
que sufrió la autoridad municipal en esas décadas. Por ejemplo, con motivo de las fiestas por el nacimiento del Príncipe en 1660, surgen
problemas protocolarios y ornamentales acerca de la disposición que
debía observarse en los balcones y corredores del Consistorio, así como
sobre el tablado levantado para la conmemoración. El general zanjó la cuestión:
como le pareció que la ramada que se había hecho para la comedias delante de los corredores impedía una adecuada contemplación
de los festejos de la plaza, y además el tablado no reunía la decencia
necesaria, ordena que se haga uno nuevo, más grande, y se fijen
en él los cañones y hachas que debían autorizar el acto, recomendando la
colocación de colgaduras''. Naturalmente, las sugerencias del general
eran órdenes para los temerosos regidores.
También pretendía el Cabildo que en los actos
religiosos, cuando participaba oficialmente en forma de ciudad, se le
dispensase un trato preferencial como
representación de la ciudad e isla, y cuidaba el de coro y lucidez de los elementos que utilizaba. Por ello, en 1657 se
trata en sesión una cuestión que era importante
para una sociedad de apariencias como la antiguorregimental, y es
que la corporación carecía de alfombras
para cubrir los bancos que le correspondían en las iglesias,
y hasta hubo ocasiones en que no las halló ni prestadas. Como no era
de recibo esta situación, que no estaba a tono con la autoridad concejil, se
encargan en Sevilla alfombras de terciopelo carmesí.
Conoceremos algunos momentos de tensión entre
autoridades cívicas y eclesiásticas, aunque no hay que exagerar su
importancia. En tantos años y con tantos
festejos y ocasiones de confrontación, entra dentro de lo normal en una época en la que bastaba el más nimio detalle ceremonial para levantar una polvareda entre
poderes. A veces la disensión se reduce
a que el clero debe aguardar más de la cuenta por el Ayuntamiento para entrar en la iglesia a celebrar la función, como tendremos ocasión de comprobar. Si se trataba de algo
esporádico, se olvidaba. Otra cuestión era cuando los hechos se repetían,
hasta el punto de que
Como se apreciará en las páginas que siguen, las
celebraciones a cargo del Ayuntamiento, unas votivas y otras simplemente
presupuestadas en parte, van en incremento de un modo constante, sobre todo a partir de las dos últimas décadas del s. XVI, pues
en un principio las fiestas principales
de la ciudad (dejando a un lado la de
A mediados del siglo XVII, la asfixiada corporación
solicita licencia real para aumentar los
gastos. Globalmente, se pedía elevar hasta 600 ducs. la cantidad destinada para tres de las fiestas más antiguas (Corpus, S. Juan, S. Cristóbal), pues sólo había
facultad para 350 ducs., y asimismo se pretendía
subir desde 160 hasta 200 ducs. la asignación a la fiesta de
Durante buena parte del s. XVII, el Ayuntamiento
dependerá de los frecuentes embargos que pesaban de continuo sobre su hacienda
para atender a los gastos festivos. A veces se sale
del apuro con urgencia y recogiendo el
primer tercio de algunas rentas, como las de la montaracía, jabón o peguerías, para levantar así las
requisas.
Quizá en alguna ocasión haya impresionado la crítica
que los ilustrados dieciochescos formulaban contra los gastos presupuestados
—y frecuentemente excedidos por el Cabildo— en las fiestas de la capital. Pero
un acercamiento al tema permite asegurar que no carecían de razón,
y que incluso en la propia época que estudiamos llegó a parecer enorme
este dispendio, pero por razones ideológicas no se remedió lo que,
a vista de cualquier mayordomo de la institución o de un funcionario
regio, se veía como desmesurado. No debemos olvidar que el Ayuntamiento,
por un lado, entiende no sólo como una competencia, sino como
un deber ineludible, la organización de festejos y que, análisis sociopolíticos
aparte, le movían razones puramente religiosas. No en vano
se proclama como lema en las ordenanzas: Pues mediante la gracia
y misericordia divina nos sostenemos, y a Dios todopoderoso y
a su bendita madre, Nuestra Señora, y a sus sánelos en todas nuestras necesidades
llamamos, muí gran rragón es que dellos primero, y principalmente,
invoquemos, sirvamos, veneremos y hagamos sacrificio.
Como antes se señalaba, además de las fiestas
principales del municipio había
otras, en principio de carácter eminentemente religioso, en cuanto no incorporaban regocijos profanos, pagados
por la corporación. El costo de tales festividades
suele presupuestarse en bloque. pues los
gastos individuales de cada una de ellas estaban alejados de las
demás. Tomemos como ejemplo el año 1594, en el que el rey da licencia
para gastar 20.000 mrs. anuales durante 6 años para atender las siguientes celebraciones: las procesiones y actos religiosos que tenían
lugar en las ermitas de S. Benito y S. Bernabé —desde el 1 de mayo
hasta el 1 de junio, día de S. Bernabé—, como patronos especiales
para conjurar las plagas de alhorra y langosta que destruían los panes, sobre todo en Los Rodeos; la procesión a S. Roque como abogado
contra la peste, para lo que en otros años se había utilizado la renta
de una suerte de 8 fas. de tierra; las 9 misas de Ntra. Sra. que se decían
por los temporales y la salud; y la cera gastada cuando se sacaba en
procesión al Cristo en épocas críticas. Pocos años más tarde, en 1609,
la corporación admitirá un aumento de 30 ducs. en sus 3 fiestas más clásicas,
atendiendo a que los gastos superaban ampliamente los permitido
por la monarquía.
De igual modo que en otros capítulos de gastos, las
buenas intenciones de introducir recortes en este tipo de
dispendios se vinieron pronto abajo, como ocurrió con el ya conocido intento de
ajuste de 1625, pues un año después se
decidía gastar 400 rs. en fiestas, y en mayo de 1627 se incrementaba el presupuesto en 50 ducs. amparándose
en que ese año se celebraba el voto de
Las medidas del oidor Escudero no implicaron ninguna
moderación, ni sirvió de mucho el desviar la responsabilidad, que era
colectiva, hacia los mayordomos, a los que se pretende no considerar en su
descargo los excesos, aun exhibiendo libranzas de los diputados. La posición
capitular, más que ambigua, es aparentemente contradictoria. Amaga en bastantes sesiones el actuar contra diputados y mayordomos, pero las más de las veces la impresión global
es que su preocupación por las
finanzas festivas era teatral, ya que carecía de sentido reprochar unos
regidores a otros lo que ellos mismos iban a hacer el año siguiente, más si
tenemos en cuenta que continuamente se está solicitando a
Los excesos de los diputados, en el fondo tolerados
por el Ayuntamiento, máximo competente y
garante de su hacienda, pues de otra manera no se hubieran arriesgado aquéllos, se convirtieron en algo crónico
y en uno de los elementos distorsionadotes de la buena gestión de los dineros. En 1648 se gastaron 6.970 rs.,
y la facultad real era de 3.850 rs., de
modo que el excedente resultó ser de 3.120 rs5. En 1673, aún sin acabar el año, se habían
consumido en festejos 593 rs. más de los tolerados por
Se comprenderá ahora que el Ayuntamiento pasó verdaderos apuros para sacar adelante algunos festejos, y los
mayordomos tenían que hacer malabarismos
para acudir a pequeñas libranzas, detrayendo de diversas rentas cuyo destino era muy diferente. En abril de 1613, como no es suficiente el tercio de las rentas que se
abona en esas fechas, hay que echar mano de
trigo embargado en junio de 1642, se toman prestados 1.400 rs. del donativo. Los embargos que atenazan la hacienda concejil se convierten en un quebradero
de cabeza: en abril de 1650 se solicita
de un oidor de
1610
febrero 1. Templos y prelados católicos en la colonia de Canarias según el
criollo clérigo e historiador José de Viera y Clavijo.
Fundación del convento de Los
Realejos
“Siguiose el convento de los Realejos, que es el decimotercio, de cuya fundación se había tratado desde el año de 1601, pues hay una escritura
en que los curas beneficiados de ambas parroquias se convenían en que se estableciesen los franciscanos en la ermita de Santa Lucía, que estaba
entre los dos lugares, con tal que no fuesen menos de cuatro sacerdotes y dos legos. Avivóse este pensamiento nueve
años después; y para ello se presentó
memorial al doctor Gaspar Rodríguez del Castillo,
vicario general de la diócesis, pretendiendo que los religiosos fuesen precisamente recoletos, pues de esta clase no se había fundado
hasta entonces ningún convento en nuestras islas. El provisor concedió, con efecto, su licencia en
1610 febrero 25. El vicario de la orden dominica del provisor del obispado, residente en
Los conventos católicos en Santa Cruz de Añazu
La transformación de las ermitas en iglesias
parroquiales, exigida por la multiplicación
de los feligreses, es un fenómeno corriente. Dos de las ermitas santacruceras obtuvieron una promoción diferente, pasando
de capillas a conventos. La primera de ellas es la que les cupo a los frailes de
Santo Domingo.
Los predicadores tenían ya su convento en
Si se prohíbe a los frailes que vivan en la ermita,
es que había alguno que lo hacía. Ellos
consideraban que se trataba de visitas, como las que se acostumbraban y que el mismo obispo consideraba como legítimas y autorizadas; sólo que la visita se hacía
demasiado larga y empezaba a tener visos
de ocupación. La táctica se entiende, si se tiene en cuenta
que Santa Cruz era casi la única población de cierta importancia de la isla, que hasta entonces se había quedado
al margen de los beneficios de una fundación de
religiosos regulares. Al no dar resultado
el establecimiento pacífica y tácitamente consentido, los frailes pasaron a otros procedimientos más regulares.
En 25 de febrero de 1610 el vicario de la orden
solicitó del provisor del obispado,
residente en
Tales reparos eran pintorescos, pero jurídicamente
insuficientes. El provisor acabó concediendo la licencia que se le pedía;
tanto más que, en el entretiempo, los frailes habían hallado ya un arrimo
mejor. Los más ricos vecinos de Santa Cruz y quizá de la
isla, los dos hermanos Luís y Andrés
Lorenzo, regidores, habían aceptado el patronato de la futura fundación dominica y se obligaban a fabricar el convento con su iglesia y capilla mayor, dotándola con 35
ducados de renta perpetua, a cambio de
la promesa de los frailes de recordarlos en todas sus misas solemnes. Este compromiso se firmó en
Al principio, los frailes, tuvieron que conformarse
con los aposentos mediocres e insuficientes de la ermita. Se volvió a
componer el altar mayor, que estaba ya terminado
hacia 1620. Se habilitaron con las limosnas algunas celdas más. No había grandes problemas, porque los frailes
eran todavía pocos cuando no cabían, los que sobraban iban a buscar
refugio en otros conventos de la orden. Sin prisa, el convento se
iba ensanchando; en 1660, tuvieron que pedir los frailes un solar, que
les dio el Cabildo, porque ya se hallaban al estrecho. Al principio del siglo XVIII
el
convento estaba terminado; pero aquella obra, hecha a base
de reparos, remiendos y ensanches progresivos, no había dado grandes
resultados; «y, aunque estaba acabado, viendo que era muy corto,
de obra antigua y de muy poca comodidad, se desbarató desde los simientos
y se ha hecho todo de nuevo, como está».
En aquella época, en efecto, el convento conocía
una época de prosperidad. Su riqueza consistía,
además de las acostumbradas mandas
y capellanías, en 33 casas en Santa Cruz, 43 fanegas de tierra en el pago del Perú, dos fanegas y media en El Peñón, 6
fanegas de viña en Tegueste y dos en
Geneto, diez fanegas de viña e higueras en El Guaite y probablemente algunas fincas más. Tenía regular biblioteca. En
1789 contaba con 19 religiosos in sacris y 4 conversos; después, su número fue bajando, de modo que en los primeros años
del siglo siguiente sólo quedaban 8 frailes
sacerdotes y dos legos.
Al desaparecer el convento con su iglesia, sin que
nadie se haya tomado la molestia de
describirlo, ignoramos cuál era su disposición interior.
Por las imágenes que de él se han conservado, su
aspecto exterior carecía de monumentalidad; pero éste es el caso de todos los
conventos de Tenerife, y de Canarias en general.
En cuanto a la iglesia, se dispone de alguna
documentación referente a sus capillas, pero no resulta fácil ubicarlas
convenientemente en su interior. AJ no poderlas describir
según su orden topográfico, que de todos modos carecería de significación
para nosotros, es preciso esbozar lo que sabemos de su historia, según la cronología de su fundación.
La capilla mayor, terminada antes de 1620, se había
vuelto a hacer a mediados del siglo XVII,
por los canteros Juan Liscano y Juan González
'" y, según todas las probabilidades, se fabricó por tercera vez en ocasión
de la nueva fábrica del siglo XVIII. Tenía un retablo dorado del siglo XVII,
que se conserva ahora en la capilla del Carmen de la iglesia de San Francisco. En uno de sus nichos
se conservaba la talla de Nuestra Señora de
La capilla de San Luís Beltrán era probablemente
contemporánea del altar mayor. Era fundación
de Francisco Rodríguez, piloto de
Indias y vecino de La Palma, quien la vendió en 1629 al capitán Antonio Díaz de Vares, piloto como él, por haberse
ido a vivir a su isla natal. Otro piloto, el capitán
Domingo Díaz Virtudes, había fundado
en 1662 la capilla de Nuestra Señora de Regla, en cuyo favor dejó buenas rentas por su testamento.
El altar de Jesús Nazareno pertenecía a la cofradía
del mismo nombre. Su retablo, terminado antes de 1666, fue costeado por Amador
González, vecino de Santa Cruz y mareante interesado en el tráfico de Indias. Este altar no ocupaba una capilla
propia, sino que se había permitido su
colocación en la capilla del Rosario. Al desbaratarse la iglesia del convento, el retablo y su imagen
titular pararon en la iglesia parroquial
de
La capilla del Rosario, propiedad de la hermandad del
mismo nombre, debe haber sido
fabricada a mediados del siglo XVII. La hermandad era la más rica y más importante del
convento; su libro de constituciones, que
se había perdido, fue vuelto a componer en 1721 por
el hermano mayor, capitán Patricio Leal. Todos sus demás papeles del siglo XVII se
han perdido; su libro de cuentas empieza solamente en 1717 y su libro de actas en 1724. Entre las demás obligaciones de la hermandad figuraba la de sacar en procesión las
imágenes del Cristo Predicador y de
El 1701, el prior del convento, fray Juan de Salas y
Silva, concedió para el entierro de los
cofrades cuatro sepulturas en la iglesia, con isla natal. Otro piloto, el capitán
Domingo Díaz Virtudes, había fundado
en 1662 la capilla de Nuestra Señora de Regla, en cuyo favor dejó buenas rentas por su testamento.
El altar de Jesús Nazareno pertenecía a la cofradía
del mismo nombre. Su retablo, terminado antes de 1666, fue costeado por Amador
González, vecino de Santa Cruz y mareante interesado en el tráfico de Indias. Este altar no ocupaba una capilla
propia, sino que se había permitido su
colocación en la capilla del Rosario. Al desbaratarse la iglesia del convento, el retablo y su imagen
titular pararon en la iglesia parroquial
de
La capilla del Rosario, propiedad de la hermandad del
mismo nombre, debe haber sido
fabricada a mediados del siglo XVII. La hermandad era la más rica y más importante del
convento; su libro de constituciones, que
se había perdido, fue vuelto a componer en 1721 por
el hermano mayor, capitán Patricio Leal. Todos sus demás papeles del siglo XVII se
han perdido; su libro de cuentas empieza solamente en 1717 y su libro de actas en 1724. Entre las demás obligaciones de la hermandad figuraba la de sacar en procesión las
imágenes del Cristo Predicador y de
El 1701, el prior del convento, fray Juan de Salas y
Silva, concedió para el entierro de los
cofrades cuatro sepulturas en la iglesia, con la condición de fabricar un arco y dos puertas, que costaron a la hermandad 600 reales. Además, tenían en la iglesia
otra capilla dedicada a la invocación de
Cristo Predicador. Tenían buenas alhajas, entre ellas seis candeleros que pesaban
Desde 1730, cuando menos, el convento sacaba a la
calle la procesión del Santísimo Nombre
de Jesús, que había sido autorizada por una
bula papal de aquella fecha. Alrededor de esta fiesta se organizó poco después una hermandad del mismo
nombre, cuyas constituciones, formadas en 24
de enero de 1746, fueron aprobadas por el obispo
fray Valentín Moran en 17 de marzo de 1756. Había sido fundada por 16 vecinos
del lugar. No tuvo capilla propia; en 1770, Diego Cabrera Calderón les ponía a
disposición una capilla que él acababa de
fabricar en el claustro, inmediata a la portería del convento; en 1800 se reunían
los hermanos en la capilla de Jesús Nazareno.
Hubo también en la iglesia una capilla de San
Jacinto, comprada en 1723 por el capitán de
artillería Teodoro Garcés de Salazar, vecino de
Él segundo convento que se erigió en Santa Cruz fue
el de la orden de San Francisco. Había
empezado como el primero, por medio de una
instalación tácita, sin fundación ni más requisitos o licencia, en la ermita
de San Telmo. En 1650 se habla incluso de un padre Andrés Márquez, vicario in capite del convento de
San Telmo, anticipando sobre una fundación
que en realidad no se llevó a cabo. Como en el caso de la ocupación de la
ermita de Regla, hubo protesta del beneficiado, seguida por pleito en el Consejo de Castilla, que mandó la expulsión de los frailes por su auto de 25 de junio de 1650.
Los frailes apelaron, protestaron,
representaron, y fueron precisos dos autos más, en 13 de septiembre y 12 de noviembre de 1651, para poderlos
obligar a abandonar la ermita.
Como los dominicos, tuvieron suerte, pero en otra
ermita diferente. Empezaron esta vez por
donde debían empezar, pidiendo al Consejo la
licencia de fundar. Por real cédula de 21 de febrero de 1676 se cometió a
Seguidamente
se instalaron los frailes en la ermita de
No fue tan rápida la edificación de la capilla mayor, porque el patrono, por razones que ignoramos, no
cumplió con aquella obligación. Tomás de
Castro Ayala falleció dejando el patronato
incluido en el mayorazgo que había fundado en favor de su hija, Bárbara Ángela Carrasco y Ayala, casada con su
primo, Sanmartín Carrasco, por escritura
fundacional que había otorgado en 1.° de septiembre de 1682, ante Mateo de Heredia; pero el nuevo
patrono no parece haberse mostrado más
activo que el primero.
Febrero
de 2012.
*
Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
---»
Continuará...