FEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 1601-1610
CAPÍTULO
XXII (VIII)
Guayre Adarguma *
1610. Don Cristóbal Salazar de Frías,
aunque oriundo de Burgos, había nacido en Portugal por hallarse allí residiendo su padre, don Ventura de
Salazar y Frías, agente activísimo en favor de
los derechos de Felipe II al trono portugués.
Don Cristóbal había servido en Flandes, avecindándose
en la isla de Tenerife, donde fue regidor en
1610.
Hallábase casualmente en España a tiempo que don Francisco de Andía fue nombrado capitán general, y mereció que el Rey, en su carta de 5 de junio de 1625, recomendase su persona a este magistrado "para que le hiciese todo buen pasaje y comodidad, atendiendo a su calidad y a lo que él y sus pasados le habían servido..., y que se valiese de su persona para todo lo que se ofreciese".
(A. Rumeu de Armas, t. 3, 1991:62. Nota a pie de
página).
1610. El impuesto de la metrópoli sobre la colonia Canaria
del 6% sobre las mercancías desembarcadas había sido tomado a renta por Andrés
Suárez, vecino de Lisboa, para las tres islas realengas, con la condición que
se le permitiese embarcar vinos a Brasil en
cuatro urcas alemanas y traer de allí azúcar, sin pagar aduana. Se opuso el Consejo de Portugal, se suspendió la licencia,
quebró y desapareció el arrendador. El juez
Dr. Chaves de Mora reconoce que la pérdida sufrida por el arrendador era
injusta y conviene con el nuevo
arrendador, Francisco Rodríguez Victoria (1605-1610), que pague lo convenido
con Suárez (16.086.423 mrs. al año), rebajando 6.000.000 para la pérdida de las urcas (AHS: Hacienda 1956/16).
1610. El Cabildo colonial de Tenerife sigue pensando que
interesa autorizar las expediciones de rescate a
Berbería, donde los moros dan oro v esclavos a cambio de cuentas de vidrio (LL: D.XIII/10).
1610. La secta católica de los dominicos funda en el lugar
y puerto de Añazu (Santa Cruz) un convento de su orden.
Ejes del desarrollo de la futura ciudad
“En realidad, estas fajas en que se puede dividir teóricamente
el solar santacrucero no son límites,
sino ejes de su desarrollo. Los límites de las poblaciones son elásticos:
mejor sería decir que no existen, salvo,
obviamente, en el caso en que dan en el mar. Es éste el caso de Santa Cruz, cuyo crecimiento urbano queda parado por
esta frontera natural, en dirección al este.
En las demás direcciones, la expansión se ha iniciado desde el primer siglo de su existencia, más allá del
casco descrito, conduciendo a la formación de
barriadas que se han fundido progresivamente en
el crisol común de la ciudad actual. La mayor parte de estos barrios existen
ya, como asentamientos más o menos autónomos
o, cuando menos, como intenciones de colonización, desde el siglo XVI.
En la dirección sur es donde menos se ha progresado,
incluso hasta nuestro siglo.
Al oeste, el barrio del Cabo tardó mucho en llegar
al nivel de las demás fajas longitudinales que quedan indicadas. Los parajes de
la ermita de San Sebastián no fueron urbanizados
hasta mediados del siglo XIX. La puerta del
convento dominico que abría hacia el barranco se llamaba
puerta del Campo y conducía a huertas (calle de
En la faja correspondiente a la iglesia, los
progresos fueron más rápidos. Más allá
de la calle Botón de Rosa, límite del desarrollo primitivo, se fundó en 1610 el convento de dominicos. Más allá, entre
el convento y los dos barrancos, creció rápidamente el
barrio de Vilaflor, principalmente sobre
solares pertenecientes a la iglesia de los Remedios de
Al extremo oeste de Vilaflor se había instalado en
1776 el hospital militar, en campos en que la tierra aún se compraba a base
de fanegas.
Más allá corría, entre campos y fincas, un camino
malo que, a partir de la construcción del
puente Zurita (1753), llegó a ser la mejor vía
de enlace con
Siempre al oeste, en la última franja longitudinal,
se quedaron sin urbanizar los terrenos
conocidos con los nombres de Salamanca y Pino de Oro. La expansión de la ciudad
fue más lenta por este lado, debido a las dificultades del terreno. El Camino
de los Coches abierto por el capitán
general Jerónimo de Benavente y Quiñones, en 1661 y con el trazado de
La progresión había empezado más allá de la calle
del Norte, con el barrio del Chorro, más comúnmente
llamado «el barrio de arriba, por detrás de San Francisco». Comprendía
el espacio entre las calles actuales de Valentín
Sanz y Teobaldo Power, espacio que se fue ensanchando
rápidamente. Los solares eran baratos, por ser mala, escarpada y pedregosa la tierra. Cuando se fabricó la ermita
del Pilar (1752-1755), se adecentó también su acceso, se le arregló una
plazoleta en la entrada y se abrió una nueva calle, la del Pilar, que empezaba
en la del Castillo y esperaba en el otro extremo sus futuras prolongaciones.
En la dirección norte, la población se extendió a
lo largo de la costa, formando una calle bastante estrecha e irregular entre
la acera de casas que hacían frente al mar, y las trincheras, luego el muro
de las fortificaciones. La edificación de la acera alcanzaba
hasta la plaza de la batería de
El
Toscal, que se llamaba también Los Toscales o Las Toscas, forma
parte de una extensa zona de huertas, sementeras y baldíos que cubría
todo el oeste y el norte del casco primitivo de la población, desde
el barranco de Santos hasta la playa de Roncadores. Estuvo en manos
de pocos propietarios, por pertenecer inicialmente a la familia de los
Párraga, dividiéndose después en tres partes iguales. De una de ellas ignoramos
los destinos. Otra perteneció al capitán Esteban Mederos, quien
la dejó en
El último tercio pertenecía en
Así y todo, el siglo XVIII, con su relativa opulencia, con sus refinamientos
de nuevo cuño, con su amor a la vida en la calle y a sus inevitables paseos
vespertinos, no podía conformarse ya con esta solución. Antes de mediados del
siglo, algunas de las calles de mayor tráfico o comercio aparecen ya pavimentadas, sin que sepamos en qué circunstancia se había conseguido esta mejora. El tipo de
empedrado que se ha adoptado es algo peculiar y,
fundamentalmente, remonta a una técnica conocida
en todo el mundo mediterráneo, de Grecia a Portugal. La
calzada aparece cubierta de chinas de lava negra, labradas a modo de cuñas y fijadas en el suelo por su extremo
puntiagudo. Las dos aceras tienen el mismo empedrado, con la diferencia que
las cunas son de colores diferentes y dispuestas
de manera a formar mosaicos. El número de las calzadas pavimentadas no parece
haber sido grande: son más numerosas las aceras reformadas de este modo —cosa
que resulta natural, si se piensa que son los peatones los que más circulan
por las calles y que más sufren por el mal
estado de las mismas—. También llama la atención
la altura relativa de las aceras, separadas de las calzadas por bordillos rectangulares que tienen de 10a
Los fondos de propios de que disponía el Cabildo de
En el extrarradio se desarrollaban desde la primera
colonización de la isla unos cuantos núcleos
que han conservado su carácter rural, debido a su aislamiento más o menos relativo. Los pobladores y los vecinos
de Valle Seco y del Bufadera no se veían aislados tanto por las distancias, como por el mal estado del camino. En El
Bufadera había casas relativamente opulentas,
con viñas, lagares y molino de agua. En
San Andrés, las casas del capitán Juan Cabrera Real, escribano mayor del
Cabildo, estaban en 1600 «enhiestas y bien paradas, con su palasio y dos despensas y una cozina con su chimenea de
cantería».
San Andrés desarrollaba paralelamente una actividad
agrícola y otra portuaria. Los cultivos
eran abundantes y bien cuidados: Igueste de San Andrés aparecía al viajero, en los primeros años del siglo XIX,
como «un bosque de plataneras» en medio de fuentes
y de cascadas..
Por otra parte, las actividades de su pequeño puerto
no se reducían a la pesca, sino que incluían los
transportes costeros, activos mientras pudo
durar el aprovechamiento de los bosques de Anaga. Hubo allí una ermita, desde principios del siglo XVI;
volvió a construirse, por su mal estado, en 1660-1670, y fue erigida a ayuda de
parroquia por el obispo Guillen, en 16 de febrero
de 1717. Desde 1769 tuvo un castillo, que se arruinó rápidamente. En 1779
tenía 77 casas y en 1802 eran 426 sus
habitantes. Aunque sometido en lo espiritual al puerto de Santa Cruz, el vecindario no lo fue en lo
administrativo y judicial: tuvo desde el
principio alcalde pedáneo propio.
En el siglo XVI, Taganana
debió su prosperidad a su ingenio de azúcar.
Al de Diego Sardina le siguió el que fabricó en
1560 el regidor Juan de Meneses, con dinero
prestado y perteneció casi inmediatamente
después a Pedro Huesterlin ". Viera y Clavijo dice que en su tiempo había en el lugar cinco ermitas, pero no cita más
que cuatro. De ellas, sabemos que la de
San Gonzalo es fundación de Francisco de
Taganana fue administrada por
alcaldes pedáneos, al igual que San Andrés. (Alejandro Ciuranescu, Historia
de Santa Cruz, 1998.t.1:248 y ss.).
1610. El Cabildo colonial de Tenerife pide a
El comercio con las otras colonias en
Indias
“Durante tres siglos, el comercio de Indias ha sido,
cuando no la solución, por lo menos la mayor
esperanza de la economía canaria. No era un
comercio libre: ni hubiera podido serlo, si se consideran las ideas que se hacían
todos los gobiernos de la economía en general y el gobierno español de la
economía americana en particular. Pero tampoco
parece posible afirmar, como lo hacen los mejores historiadores, que el comercio de Canarias con las Indias fue un régimen
de privilegios y una ventaja
concedida a las islas. Fue, por lo contrario, un régimen
de policía de mercados y de dura contingentación, que se mantuvo siempre por debajo de las aspiraciones de una
economía saneada. Incluso cuando tienen el aspecto
de concesiones, las medidas legales son en
sustancia limitativas, cuando no prohibitivas. Más que privilegio, la
posibilidad que se dejaba abierta era un bloqueo: y cuando al bloqueado se le permite respirar, es natural pensar
que es un privilegio que se le otorga, ya que se le deja la posibilidad de
sobrevivir.
En realidad, todo se funda en un malentendido básico
y, en resumidas cuentas, en un extraño
error. La cédula de los Reyes Católicos de
14 de febrero de 1503, que fundaba
Todo contrato supone la existencia de dos partes
contratantes. En este caso, una de ellas es
Esta previsión no se realizó. Las islas Canarias no
se alinearon, comercialmente, con las Indias,
sino con los mercados peninsulares ibéricos y principalmente andaluces. Para el comercio andaluz no constituían más que una mediana tentación: tenían alguna
necesidad de productos peninsulares,
principalmente de aceite, pero disponían de pocas riquezas
para pagar. Su producción no era complementaria, sino que hacía la competencia a la andaluza. Rápidamente, el
comercio sevillano se dio cuenta que el acta fundacional de
Sus fundadores le habían prometido un monopolio y no
se lo habían dado: como consecuencia del error que había incluido en el pacto las islas Canarias, aquel monopolio se había
transformado en mera ficción jurídica.
Cabe decir que
La
decisión que obligaba a los navíos canarios a que navegasen a las Indias
sólo en seguimiento de la flota, dos veces al año (1572) fue tomada por
el Consejo de Indias a petición del Consulado de Sevilla. Cuando los canarios,
ya escamados, piden licencia para enviar sus vinos a puntos del
continente americano a que no llega el comercio sevillano y donde no corren el riesgo de perjudicarlo (1607),
Si
es cierto que todo dirigismo conduce al estancamiento, es fácil
que este estancamiento se convierta en catástrofe, cuando obedece a una política
de contracción del mercado y cuando el mercado es tan exiguo y limitado como
el de Canarias. En las islas, el comercio de Indias, ha
oscilado entre la euforia para algunos y el colapso para todos. Frenada
constantemente por un régimen de licencias anuales, cuya existencia y cuantía
dependen del capricho conyugado de
De estos errores del dirigismo no se puede culpar a
un gobierno ni a un organismo cualquiera: es la mentalidad
generalizada de toda una época, la que
conduce a tales resultados. Naturalmente, no faltaron las protestas.
Una
de las más llamativas es la intervención del Consejo de Guerra
español: en momentos considerados de sumo peligro, en 1656, este Consejo
representa al rey la urgencia y la necesidad de fortalecer antes que todo
el comercio de Canarias con las Indias, que, según le consta, ha sido
sofocado a instancias de Sevilla. El bienestar de las islas es la mejor garantía
de defensa que se le puede ofrecer. La defensa, dice cuerdamente el
Consejo, no está en la sola multiplicación de las fortificaciones: «la mayor
fortificación es conservar a sus naturales y darles algún desahogo», porque
el que no tiene nada, no defenderá nada o, si pretende hacerlo, no
dispondrá de los medios necesarios para ello. El Consejo de Guerra debía
de tener mejores economistas que
Visto desde Canarias, el comercio de Indias ha pasado
por diferentes fases o períodos,
cuyos puntos de hito son las principales reformas introducidas en su organización y desarrollo. Su
historia no es indiferente para quien quiera
conocer la de Santa Cruz, ya que la parte más importante
de la vida del puerto se explica a la luz de estas actividades. Sólo
la resumiremos aquí rápidamente.
La primera época, que va del descubrimiento de Colón
a 1564, es de relativa libertad comercial.
Aprovechando la posición privilegiada de las islas, Colón y todos cuantos le
habían seguido por las rutas del descubrimiento habían considerado Canarias
como base necesaria y providencial para su
avituallamiento. Con o sin la autorización de
De
De
Entre 1650 y 1718 se consiguen algunas ventajas tardías,
que cuestan caro. El comercio
canario necesita de oxígeno para sobrevivir, y este oxígeno se le administra
parsimoniosamente. Se admite que los navíos
canarios que van a Indias pueden cargar a su regreso algunos productos americanos (1652); pero se gravan las
licencias anuales con el triste tributo de
sangre de las familias, y se convierte en costumbre la prórroga de la permisión a cambio de un nuevo
impuesto, presentado con el nombre de
donativo a
En 1718 se dicta el nuevo reglamento del comercio de
Indias, que regiría hasta 1765. Pero la
permisión es un favor con que ya no se cuenta más en Canarias: en 16 de enero de 1719, al llegar la noticia
de la nueva licencia por fin concedida, el Cabildo
se traslada en cuerpo a la iglesia de los
Remedios, para dar gracias a Dios, principal autor de aquel milagro. En general, las peticiones son
desatendidas; además, las guerras impiden el aprovechamiento de ocho registros
seguidos.
Para exportar, los productores canarios buscan ahora
nuevos mercados, definitivamente
desalentados por «las ningunas ventajas del corto [comercio] que se disfruta de Indias». La libertad de
comercio que se había solicitado vino tarde e, incluso así, fue injusta: al
quedar suprimido el monopolio de Cádiz, se volvieron a
habilitar para el comercio libre nueve puertos
peninsulares ibéricos (1765), se extendió la libertad del tráfico a Luisiana (1768), Campeche e Yucatán (1770) y de
Canarias no se acordó nadie. Sólo en 1772 le vino a ella también la libertad
comercial, por más que incompleta. La noticia fue recibida con júbilo en Tenerife. No había de qué alegrarse:
en los años siguientes, Tenerife no logró exportar vinos a América, ni
siquiera en las cantidades que habrían
llenado el cupo de las permisiones anteriores, y que
se consideraban demasiado estrechas. La falta de continuidad, el auge
de la producción del aguardiente americano, el desarrollo de las viñas
indianas u otras razones que ignoramos habían eliminado definitivamente a los
canarios del mercado americano.
Las insuficiencias de la permisión, durante los dos
siglos de su vigencia, habían sido combatidas
en Canarias con todos los medios al alcance de los
isleños. Entre estos medios, los más corrientes fueron la insistencia anual para conseguir mejores cupos, método
que resultó ser el menos eficaz; la
compra del derecho de exportar, por medio de ofrecimientos hechos a
Entre los nuevos mercados que se había intentado
abrir, se ha visto ya el poco éxito de los esfuerzos referentes a Barbados.
En 1729 se pidió la merced de un registro
a Buenos Aires; esta vez, la solicitud no había
sido hecha por las islas, sino por la ciudad de Buenos Aires, y en su nombre por José Fernández Romero, natural de
Casi inesperadamente, los negocios resultaron mejores
con el Brasil. Habían sido
facilitados por la instauración del régimen español en Portugal y, naturalmente, terminaron con él; pero también
habían ayudado otras circunstancias coincidentes, tales como el
comercio triangular con Guinea y Angola, la
situación de las islas Canarias en el mejor camino de los
veleros que iban de Lisboa a Brasil y la enorme extensión del contrabando
luso español en dirección al Río de
De
En principio, los forasteros quedaban excluidos del
comercio de Indias y, además, les estaba
prohibido embarcar a las mismas. Para comerciar con el nuevo continente hacía falta ser natural de los reinos
de España.
Sin embargo, la definición del natural no parece
haber sido rigurosa: incluye al vecino
comerciante (1558), al natural de los reinos de España (1559), al vecino de Canarias (1566), a los extranjeros con diez años de residencia y con casa y mujer española
(1718). Pero la penetración extranjera no
necesitaba de la presencia física del forastero ni
de su viaje en un navío cargado de vinos. Todo el comercio de Indias estaba en sus manos, tanto a la salida como a la
llegada, en Sevilla tanto como en Cádiz
o en Canarias. Según las estadísticas oficiales, de las 27.000 toneladas de
mercancías que se habían enviado de España a América en 1686, sólo 1.500
eran propiedad española. En 1691 la situación no había
mejorado: los españoles tenían en su posesión el 3,8%
del comercio indiano, la mitad de la parte detentada por los hamburgueses
y seis veces menos que los franceses.
En Canarias no se podía esperar una situación
diferente. El juez de Indias pensaba,
quizá sinceramente, que el contrabando resultaba difícil, porque se precisaban
capitales para poder enviar géneros del norte
a América. Los canarios, razonaba él, «no pueden ni tienen posibilidad de poder embarcar (aunque no les fuera
prohivido), ninguno de los géneros prohividos», por no
tener dinero con que comprarlos. Esta simpleza
era digna de un juez de Indias: para dinero estaban allí los
comerciantes forasteros. Los capitales extranjeros eran los que facilitaban
todas las salidas, tanto si eran legales, en el marco de la permisión,
como si representaban un contrabando. En este último no intervienen
sólo los capitales, sino también los navíos extranjeros. A pesar
de la opacidad de su juez, el Consejo acabó dándose cuenta de ello;
por esto recurrió en
Sin embargo, no conviene exagerar
las cosas en el sentido contrario a la interpretación del juez de Indias. Lo más probable es que
la situación era infinitamente mejor que en Cádiz: la base del comercio canario era la exportación de su propio producto,
cuya comercialización era posible sin exagerada
intervención del dinero extranjero.” (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.11: 70 y ss.).
Enero
de 2012.
*
Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
---» Continuará...