FEMÉRIDES
DE
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 1601-1610
CAPÍTULO
XXII (VII)
Guayre Adarguma *
1610. Domingo Boulineau, mercader francés residente en
1610.
Se solicita en la isla de
Ya en el año 1648 fue elevado al rango de priorato y se abrió
una escuela conventual.
1610.
Alguaciles mayores en la colonia. Sus competencias eran bastante amplias y
abarcan desde la ejecución de las sentencias y detención de los delincuentes
hasta cuestiones de orden público como las rondas nocturnas y las cárceles. Lo
característico de estos oficios es que a partir del siglo XVII llevan anexa una
regiduría a pesar de la oposición de los cabildos y, al mismo tiempo, como
consecuencia de los problemas financieros del reinado en la metrópoli de Felipe
III se enajenaron de por vida a particulares. Así sucedió en 1610 con el
alguacilazgo mayor de Benahuare (La Palma) en favor de Juan de Vega, criado del
rey, con voz y voto en el Cabildo; en 1613 con el de Tenerife en favor del capitán
Juan de Basterra, y por igual fecha ocurre lo mismo con el de Gran Canaria a
favor de la familia Westerling.
Los
Regidores. La designación real es la norma que acaba consolidándose en relación
con el nombramiento de regidores a lo largo del periodo estudiado. Si algo
caracteriza estos nombramientos es el hecho de que la Corona enajenó la
propiedad de estos cargos de regidor, si bien se establecieron algunas
condiciones en las transmisiones no sólo por las exigencias del servicio sino
por la conveniencia fiscal pues, de no cumplirse, los oficios revierten de nuevo
en el real patrimonio. Estas enajenaciones se hicieron por juro de heredad o
perpetuas, de una sola renunciación y renunciables. En realidad, las tres eran
perpetuas puesto que las dos últimas formas no indican término alguno, sino
que únicamente previenen cuál es el medio adecuado para la transmisión del
oficio. Esto da como resultado el que tales cargos siempre se titularan «regidores
perpetuos», a pesar de que pertenecieran a la clase de los renunciables. A
estos regidores hay que añadir otros cargos que llevaban anexo el tener voz y
voto en los cabildos (alférez mayor, alguacil mayor, depositario general...),
que también eran objeto de enajenación. Estas ventas de oficios permiten que
el regimiento acabe cayendo en poder de los colonos terratenientes más
destacados de la terratenencia colonial, por lo general avecindada en las
ciudades capitalinas, hasta el punto que los cabildos terminan por constituirse
en un fiel reflejo de la clase dominante colonial, representada fundamentalmente
por los grandes propietarios surgidos a raíz de los repartimientos de la
tierras usurpadas o de las posteriores adquisiciones de tierra realizadas con
capitales provenientes del comercio.
Como
cualquier otro bien, estos cargos fueron objeto de vinculación, transacción,
enajenación o herencia. En aquellos oficios que no podían ser ejercidos por
sus titulares por algún impedimento, podían nombrar un teniente siempre que la
concesión real de la metrópoli contuviese la cláusula de facultad para
nombrar teniente.
Precisar
su número en cada isla no resulta fácil al fracasar todos los intentos por
regularizarlo. (Vicente J. Suárez Grimón 1991)
1610.
Contribuye a situar las Fortunadas, real aviso de 1610. Iniciada la expulsión
de los moriscos en Valencia, ciertas familias gaditanas, presintiendo el futuro,
fletaron barcos de franceses, marchando a Berbería. Temiendo Felipe III que al
pasar quedasen en Canarias, remitió orden de urgencia, para que no fuesen
recibidos, pues estando las islas tan cerca de tierra de moros, representarían
peligro suplementario.
Impulsados
por la fuerza moral, que les daban la apropiación de la corona portuguesa, por
el rey de las Españas y el matrimonio de Miguel de Portugal, primogénito del
Prior de Ocrato, con hija de Mauricio de Nasseau, sus aliados holandeses,
franceses e ingleses, fundaron poblamientos en la "conquista" de
Portugal, haciendo tan peligroso el Caribe, que ni aun a Canarias se navegaba en
barco suelto. Estando nueve "mercantiles" en Sanlúcar, con las
"islas" por destino, fueron obligados formar flota,
"subordinados" al mayor, según costumbre. Suspendida la de Indias de
1607, los colonos canarios violaron todas las disposiciones, yendo cada cual a
Indias, como le pareció. Consciente Felipe III de que legislar en el absurdo,
da desobediencia civil por resultado, en 1612 adaptó la ley a lo posible. Los
fuesen con la flota de Nueva España, se pondrían a "la colla" el 1º
de mayo y los de Tierra Firme, "en las primeras aguas de agosto". De
no avistar a los navíos, podrían hacerse a la mar, zarpando los unos entre el
20 y el 30 de julio y los otros del 20 al 30 de diciembre. El regreso lo harían
por Sevilla, para registrar las mercancías en la Contratación. Al ser cada vez
más raro el encuentro de los barcos, con las flotas, en 1626 se agregó barco
de Canarias, a la de Nueva España[1].
1610. Cabildo colonial de Tenerife, se formaliza un
concierto con el albañil Benito Afonso, que cobraría 300 ducs. por la
siguiente obra: tenía que construir un
aposento alto y bajo en la mitad del sitio junto al Ayuntamiento, de modo que
las vigas irían parejas al mismo, y culminaría 14 palmos por encima de las vigas, disponiendo de dos ventanas de cantería en lo alto;
en la otra mitad del solar haría una
bóveda de cantería colorada, que tendría acceso al aposento mediante
una puerta de cantería en la bóveda.
1610.
En
el puerto de Tedote n Benahuare (Santa Cruz de
1610.
La zona de Famara
y Soo (en la Isla Lanzarote) han estado siempre unidas. La primera nota
localizada hasta la fecha que cita la zona de la Caleta, es el testamento de Luís
de Samarines llamado “El Viejo”, este señor vivía en Soo en 1610 y allí
redactó ese mismo año su testamento que en una de sus notas dice,
“He comprado el término que va desde la montaña de
Soo a dar a la mar, todo hasta Las Caletas de Famara....”
La relación de la familia Samarines con esta zona
continuó años después, pues en 1618 un sobrino de Luís de Samarines llamado
Marcial de Samarines, hace escritura de venta en
1610.
Un huracán derribó el Garoé o
Árbol Santo era la fuente de agua de
“La
isla más austral de estas Afortunadas, vecina con las Purpurarias, es El
Hierro, y también es, la más pequeña
de todas; no tiene sino 30 minutos de longitud y 27 grados y cinco minutos de
latitud. Su mayor día tiene 13 horas. De modo
que, por la poca diferencia entre la elevación del polo de esta isla a
Lanzarote el día no llega a variar en estas islas sino en una media hora. Tiene
un circuito de
En
una distancia de cuatro millas a partir de la costa, esta isla es áspera y
montuosa; pero después, el resto de la tierra es casi llano, y se parece con el
de La Gomera en la abundancia de los árboles. Produce mucha carne, queso, que
llevan a vender a España, y bastante yerba pastel, que compran los ingleses
para teñir. En estos últimos años, los isleños han plantado viñas, que ya
rinden mucho provecho.
Antiguamente
no había en esta isla sino cabras, cerdos y ovejas, que criaban sin darles de
beber por la falta de agua; como
también lo usan hoy día, pues hay poco agua para toda la gente y para el
ganado. Así se explica que las carnes sean más sabrosas que las demás que se
crían con agua; e igual ocurre con las de las islas desiertas, Alegranza, Santa
Clara y Graciosa.
Esta
isla tuvo pocos habitantes, que vivían en casas construidas con piedra seca. La
villa se decía Amoco y ahora los españoles la llaman Valverde; tiene 250 casas
y está a
Los
antiguos herreños fueron mucho más salvajes que los lanzaroteños, los de
Fuerteventura, gomeros y palmeros. Además de la idolatría y de muchas más
cosas, entre ellos no hacían más diferencia que la de rico a pobre; y el más
rico de todos era el rey; el último que reinaba cuando Letancurt conquistó la
isla, se llamaba Añofo.
Vivian
con carne cocida, con leche, que decían achemen, con mantequilla, que llamaban
mulan, y con raíces de helecho, llamadas haran, que ponían a cocer, y hacían
con ellas su pan, y también la pasta con que alimentaban a los niños, a la
cual llamaban guamames. Se vestían con pieles largas, dejando las piernas y los
brazos desnudos y los cabellos, largos. Las mujeres llevaban la piel sostenida
con una cintura y fofa; y cuando hacía un poco de frío, se cubrían con el
tamarco. Dormían sobre paja de helechos, y se cubrían con pieles de cordero.
Bailaban cantando, porque no tenían otro; creo
que de allí tiene su origen el famoso baile canario. Eran muy aficionados a los
convites que ellos llaman guativao.
Fueron más que los otros isleños melancólicos, pacíficos y cobardes.
No
llevaban otras armas, más que una vara pintada de amarillo, para descanso de su
cuerpo. Se casaban con cuantas mujeres querían y sólo" exceptuaban a 1a
madre. Su cárcel estaba debajo de tierra y la llamaban benisahare.
Sólo, al homicida le quitaban la vida; a los ladrones la primera vez
le quitaban un ojo, y la segunda el otro; para que, quedando ciego, no
pudiese más robar.
Los
hombres adoraban a un ídolo macho,
y las mujeres a una hembra. Al macho llamaban Eraoranhan;
y a la hembra Moneiba; les hacían
oraciones, sin sacrificio, y creían que vivían en los altísimos peñascos.
Además de estas cosas, tenían en gran veneración el cerdo y el demonio a
quien llamaban Aranfaibo se les aparecía
en esta figura.
Cuando
tardaban las lluvias, ayunaban tres días; seguidos y gritaban al cielo,
llamando el agua, estando en un lugar reservado para ello, llamado Tacuitunta,
que estaba cerca de una cueva llamada Abstenehita;
y de esta cueva, a sus gritos, salía fuera el demonio en figura de cerdo,
y les daba la lluvia.
El
doctor Troya escribió que entre
estos bárbaros, cien años antes de que los sometiese Letancurt, hubo un tal
Jone, quien, al tiempo de su muerte, predijo que, después que él mismo se
hubiese vuelto cenizas, vendría desde lejos por el mar, vestido de blanco, el
verdadero Eraoranhan, a quien debían de creer y de obedecer y después de
muerto, lo pusieron, según era su costumbre, en una cueva bien tapada, y al
cabo de cien años lo hallaron hecho cenizas. De allí pocos meses aparecieron
los cristianos, en sus naves con velas blancas; los cuales, por este signo,
fueron creídos por estos bárbaros ser verdaderos Dioses, y no hombres mortales
como ellos; por la cual cosa no hicieron ninguna resistencia, sino que los
adoraron y les obedecieron, como Jone les había dicho.
Del
Garoe
La
excelencia de este árbol, que en lengua herreña se llama Garoe,
es tan grande que, además de la merecida admiración que despierta en
cualquiera que lea a Plinio, muchos creen que es milagro y divina providencia, más
bien que efecto natural. Pero los investigadores de los ocultos secretos, que no
lo han visto, dicen que está vaciado, ama nera de caña, y que nació
casualmente encima de alguna fuente; de modo que el agua entra, debajo de la
tierra, en el tronco y después sale por algún lado, de manera que parece que
el árbol produce el agua por su propia naturaleza. Otros suponen que es tan
seco y poroso, que tiene la fuerza, como el imán, de chupar el agua de la
tierra y de volverla después por sus ramas y por las hojas.
Plinio
escribe que en esta isla los árboles de que se saca el agua son parecidos con
las férulas, algunos blancos y otros negros, y que de los blancos se saca el
agua buena para beber, y de los negros, el agua amarga. Ambas cosas son falsas,
porque este árbol Garoe, y otros de su misma naturaleza y de su propio efecto
ni se parecen con las férulas, ni son negros ni blancos, ni se saca de ellos
agua buena o amarga. La verdad es
que este árbol no es otra cosa que el incorruptible til, con que se adorna el
agradable Partenio del divino Sannazaro. Este árbol busca los montes y es duro,
nudoso y odorífero. Tiene hojas llenas de nervios y parecidas a las del lauro.
El fruto es medio pera y medio bellota; las ramas, intrincadas; nunca pierde las
hojas, y no alcanza grandes alturas.
En
estas tres islas occidentales se hallan muchísimos tiles que dan buena agua;
pero solo se tiene cuenta del que los herreños llaman Árbol Santo, por ser el
mayor de todos, y también porque da mayor cantidad de agua. Este árbol es tan
grueso que apenas lo pueden abrazar cuatro hombres.
Está
lleno de ramas muy intrincadas y espesas. Su tronco está completamente cubierto
con una pequeña yerba que crece en todos los árboles que tienen mucha humedad.
Está situado encima de un barranco, en la banda del norte. Está tan torcido en
su parte baja que los hombres que van a verlo suben y pasean por encima de ella;
y debajo tiene un gran foso en el que se recoge el agua que gotea de este árbol.
La
maravilla del gotear agua no es otra cosa, sino que cuando reina el viento
levante, allí en este valle se recogen muchas nieblas que después, con la
fuerza del calor solar y del viento, sube poco a poco, hasta que llegan al árbol;
éste detiene, la niebla con sus numerosas ramas y hojas, que se empapan como si
fuese guata y, no pudiéndola conservar en forma de vapores, la convierte en
gotas que recaen espesísimas en el foso.
Todos
los otros árboles de esta clase producen el mismo efecto cuando pasa la niebla
encima de ellos, e igual lo hace la carrasca en todas estás islas donde haya
niebla; pero ni los unos ni los otros producen tanta cantidad, por ser pequeños.
En esta isla, el agua que así se produce se reparte con buena, cuenta entre 1os
isleños; porque en toda la tierra, aunque haya las tres fuentes mencionadas, no
hay agua bastante para sustento de la gente.
Ninguna
cosa de este árbol parece tan digna de maravilla, como lo es su
incorruptibilidad. En efecto, por la diferencia que su grosor tiene con los demás,
así como su grandeza y sus efectos, se debe pensar que había nacido mucho
antes de Plinio; y está cosa no se debe atribuir sino a la perfecta proporción
de los cuatro elementos que lo componen. Merece sin duda considerarse como santo
y maravilloso entre cuantos han sido celebrados por Pigafetta, por Münster y
por otros naturalistas, pues con esta planta rara y perenne la divina
providencia quiso asegurar la vida de aquellos hombres que desde el principio
vinieron a vivir aquí. Gracias a ella se conserva hasta el presente su
descendencia; y por lo mismo colegimos de su inmutable naturaleza que deberá
conservarse por toda la duración de los siglos futuros.” (Leonardo Torriani:
210-17).
1610. La
Orchilla que se recolectaba en la colonia especialmente en las Islas denominadas
de realengo, en era regalía de la corona de la metrópoli la cual cedía su
explotación a particulares mediante arriendo. La renta generada este año fue
mil ducados o 375.000 mrs. (AHP: Hacienda
1956/16)
Productos, espontáneos de la agricultura colonial
La
explotación del suelo no se limita a las especies cultivadas, sino que
abarca también una parte de la flora espontánea, en la medida en que
ésta halla algún uso doméstico o industrial. El endemismo canario de
algunas de estas especies aparece como dudosa: nuestra documentación,
de todos modos, es insuficiente para que pueda conducir a conclusiones
válidas. Así, el alpiste se suele considerar como originario de Canarias;
pero resulta que desde mediados del siglo XVIII
era
artículo de importación en las islas.
El aloe o leñaloe, buscado por su empleo en la
farmacia, se ha exportado de Tenerife
desde el siglo XVI hasta muy entrado el XVIII Desde mediados del siglo XVI
se exportaba el zumaque, empleado en el curtido de las pieles, y que se llevaba de
Canarias a Indias; en 1802 todavía se
recogía en Garachico, por valor de 1.200 reales, y en Tegueste por 2.000 reales. Se sabe que la barrilla
representó en el siglo XIX un renglón
importante de las exportaciones canarias. Se considera que la planta había sido introducida en Canarias en
el siglo anterior, e incluso hay quien sabe la fecha exacta, 1752, de su aparición
en las islas. En realidad,
consta que se exportaba ya en el siglo XVI, aunque
de manera intermitente. En 1802, Buenavista era
el primer productor de barrilla, que
se recogía por un valor de 300.000 reales.
Otro producto curioso de Tenerife fue la baga de
laurel, que se exportaba para usos farmacéuticos
y probablemente también como condimento. Su recolección era estancada, es decir, intervenida por el
Cabildo, que tenía el monopolio de su
aprovechamiento y lo daba a renta a algún
administrador. La recogida había decaído a finales del siglo XVI. En 1581, la renta
correspondiente en la isla de
El drago fue la víctima lamentable del
aprovechamiento intensivo. A juzgar por la
importancia de los cortes, debía de ser muy corriente
en los bosques de la isla, por lo menos hasta mediados del siglo XVI.
En 1513 se mandaba por la justicia que, en razón de
las amenazas francesas de invasión, todos los
vecinos y estantes de
Además, sería una ilusión imaginar que la medida
tuvo alguna eficacia: la moda española de la sangre de drago es posterior a
esta fecha.
La orchilla había sido tradicionalmente el primer
artículo de exportación de Canarias,
posiblemente desde antes de la conquista de Béthencourt; y parece lícito imaginar que había sido el primer
aliciente y estímulo de aquella conquista. En las islas de
señorío constituía una renta o monopolio
de los señores; en las realengas formó hasta 1817 un comercio estancado, directamente intervenido
por las rentas reales.
El producto había tenido siempre mucha aceptación
en el mercado internacional: el de la orchilla había
sido dominado en el siglo XVI por los genoveses,
quienes habían acaparado la producción tinerfeña, y en el siglo XVIII por los ingleses.
La recolección de la orchilla era peligrosa, por ser
planta que crece preferentemente en riscos
escarpados y barrancos. Se recogía libremente, sin intervención o vigilancia alguna; pero la planta
recogida no podía negociarse entre particulares, sino que debía venderse
directa e íntegramente a la administración
de la renta: ésta podía exportarla, volver a venderla a particulares, con un sobreprecio que constituía el
beneficio de la renta y del arrendatario de la misma.
La diferencia en los
precios solía ser considerable, por lo cual, se recurrió a menudo a fraude, al contrabando o a la venta directa ilegal El remate de la renta se hacía por períodos de seis
años. El primer arrendador que conozcamos en
Tenerife, Pedro de Segura (1553-1559), era vecino de Toledo>; el último
parece haber sido Roberto de
La producción tinerfeña de la orchilla, en períodos
normales, no dejaba de ser importante. En 1730
representaba 500 quintales, frente a
una producción total de las islas de 2.600 quintales: sólo le era superior
la recogida del Hierro, con 800 quintales. Donde mejor se recogía era en Los Silos, con una producción de
La riqueza forestal de Tenerife había sido
considerable en sus principios. Tanto por su densidad como por la calidad de su
madera, había llamado la atención desde antes de la conquista, siendo la primera explotación regular establecida por los españoles
en la isla, con su base en el
castillo de Añazo, edificado por Diego de Herrera. Luego los cortes se extendieron por toda la isla. En 1512,
al fijarse los propios del Cabildo insular, se dividieron en dos partes todos
los montes de Tenerife, separadas por una línea
ideal que iba desde el Roque Bermejo de Anaga por las cumbres, aguas
vertientes, en dirección al sur, hasta la punta
de Daute. La zona que se extendía al sureste de esta línea quedó para libre
aprovechamiento de los vecinos, mientras al norte de la línea el corte de la leña para fuego y la
explotación de la madera quedaba
supeditada a una autorización del Cabildo, que la otorgaba previo abono de
determinados derechos para la renta de propios. Quedaba
protegida la zona boscosa que rodeaba
En la práctica, los cortes fueron igualmente
intensivos en todas las zonas. Por un
lado, las necesidades de la construcción eran enormes,
no sólo para el uso interior, sino también porque a menudo se recurría a los bosques de Tenerife para enviar fuera
madera labrada, vigas y tablas. No eran menores las exigencias de la
construcción de navíos, tanto para la industria
local como para la flota real, así como la
confección de cajas para la industria del azúcar. Por otro lado, la madera de menor calidad no se salva de la destrucción,
porque es también considerable la
demanda de leña de fuego, para el uso de los vecinos,
pero más aun para los hornos de cal y la fabricación del carbón de humo.
Pero en realidad los mayores enemigos del bosque
tinerfeño son los ingenios y los fabricantes de
brea. Los primeros consumen cantidades ingentes de leña para sus operaciones de refinado. De aquí se surten en combustible no sólo los ingenios de la isla,
sino también los de Gran Canaria, que
son más numerosos y de mayor rendimiento. Para surtirse en Tenerife, no hay dificultad, porque la leña de
Tenerife destinada a aquel uso no paga
ningún derecho.
La brea o pez era producto estancado, cuya renta
pertenecía al Cabildo. Este había tomado al respecto algunas medidas de
intervención y conservación,
confirmadas en 1520 por Carlos Quinto. La brea se vendía por los productores a
diez maravedís el quintal; la producción máxima,
que fue la de 1593, se elevaba a 28.300 quintales declarados por los productores, y probablemente a más
del doble. La preparación corría a cargo de
algunos pegueros que pagaban la renta, principalmente en Agache, donde en 1558
había dos hornos de pez. Tal como se procedía
a su extracción en los bosques de Tenerife, la brea era el producto más ruinoso que se hubiera podido imaginar. No
se sacaba la resina por incisión, como se acostumbraba hacer en otras partes, porque se consideraba de escaso
rendimiento, a causa de las distancias, de
los hurtos y sobre todo de la impaciencia de los productores. En Tenerife se prefería quemar los troncos en una especie de grande parrilla, para recoger en un hoyo
practicado por debajo la resina derretida y
mezclada con la ceniza. El rendimiento no llegaba al
diez por ciento. Si se admite que la producción anual de brea giraba alrededor de 30.000 quintales, esto significa
que unas 150.000 toneladas de madera, al peso
actual, se transformaban anualmente en cenizas.
Dada la distancia y el aislamiento de los lugares del trabajo, la vigilancia del Cabildo era una ilusión. Los
destrozos ocasionados por los pegueros fueron
incalculables y la pez de Tenerife se vendió, mientras hubo bosques, en todos los puertos de España y de Portugal.
El tercer enemigo de los bosques fue el incendio. En
un principio fue considerado como el medio
más expedito, adaptado espontáneamente por los vecinos, para rozar y desboscar la tierra con el fin
de poderla roturar. Luego hubo varios incendios de
los que no se podía decir que habían
sido provocados intencionadamente. El de 1780 en la montaña de Aguirre, duró más de dos semanas y llegó a poner
en peligro el abastecimiento con agua de
Al ritmo que seguían las cosas, no era difícil
prever que la madera de Tenerife no duraría
mucho. Lo primero que vino a faltar fue la que se necesitaba para fabricar los toneles y las pipas:
a fines del siglo xyi ya no había
para ello madera en la isla y hubo que traerla de Galicia o de Portugal. Tampoco era difícil prever que se iba a
prohibir el corte de madera en la isla, porque
era el camino que parecía más fácil. Como
la ley se entendía entonces como una función represiva y prohibitiva del gobierno, se prohibió y se reprimió
repetidamente el corte abusivo: pero la misma autoridad que dictaba la ley debía
de abrigar el mayor escepticismo
acerca de la eficacia de sus medidas.
En 1498, al multar el teniente de gobernador a un
vecino que había cortado en los bosques de
Sobre este punto de la madera, que por lo demás
parece insoluble, la política del Cabildo consiste en navegar capeando. Ora
prohibe la fabricación de las cajas de azúcar con madera de los montes de
Donde es más constante y se siente más a sus anchas
el Cabildo, es en su papel de Casandra o profeta de las
desgracias futuras. Las talas, los fuegos y
la fábrica de navios están acabando con los bosques. Hay
que hacer algo: «si no se executa lo que Su Magestad manda, muy presto
no avría madera no sólo para poder labrar una casa de nuevo, pero para
poder rreparar las que ay». También es cierto que multiplica los procedimientos contra los que sacan madera sin su licencia, principalmente
por el puerto de Santa Cruz; pero la razón es que se están multiplicando
considerablemente los mismos abusos censurados, debido a la escasez y a
los precios cada vez más subidos de la madera.
Por fin, en 1748 una premática indica la única
solución viable, la de una repoblación
forestal que mantenga por lo menos el mismo compás
de los cortes. Desgraciadamente, su aplicación no es posible, por la conocida pobreza de la autoridad insular.
En 1770, el Consejo de Castilla
ordena que se proceda al nombramiento de un guarda mayor
de los bosques que no fuese un regidor, como hasta entonces se había acostumbrado, sino un vecino no calificado. Se
hizo como se mandaba, pero sin experimentarse
ninguna mejora. Algunos de estos guardas
mayores fueron consultados en ocasiones, e informaron exactamente sobre la
situación desastrosa de los montes; pero cualquier medida eficaz rebasaba las
posibilidades de acción del Cabildo.
La situación, en efecto, era desastrosa. En
La cosecha de vino de
En 1775, Juan García Cocho de Iriarte, guarda mayor
de montes y persona más decidida que los
que lo han precedido, toma personalmente la decisión de demoler los hornos de
pez. Pero el mal está hecho y la situación
es irreversible. La corona de bosques que encerraba por los tres lados el lugar de Santa Cruz ha desaparecido irremisiblemente.
Ahora, «cuando se recorren los
alrededores, no se descubre ni un solo sitio, ni
un solo paisaje que pueda producir imágenes agradables. Todo está quemado:
caminamos sobre lavas sueltas, puntiagudas, que lastiman los pies a través de las suelas más fuertes». Las
lluvias han barrido tan concienzudamente la frágil
capa vegetal que se había quedado
indefensa, que los técnicos a quienes se intenta explicar que aquellos riscos
pelados y cortados a pique estaban hasta hace doscientos años poblados de bosques espesos, están seguros que se trata de un error de lectura del historiador. (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz,
1998.t.1: 542 y ss.)
Imagen:
Laurel como sucedáneo del legendario árbol bimbache Garoé.
fotografía de: Tejinero.
Enero
de 2012.
*
Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
---» Continuará...