FEMÉRIDES
DE LA NACIÓN CANARIA
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 1601-1610
CAPÍTULO
XXII (III)
Guayre Adarguma *
1607. Fueron detenidos en la isla de El Hierro dos flamencos de nombres harto desfigurados: Félix Campos; natural de Emdem, y Juan Elbrau, considerados como piratas. Parece ser que navegaban en un navío holandés, de Amsterdam, propiedad de un tal Joan Nicolás, y que después de haber acometido a un navío francés pequeño, viéronse algunos de los tripulantes holandeses separados por el temporal de su buque cuando ocupaban el bajel apresado. Faltos de agua se acercaron a la isla de El Hierro, con propósito de adquirirla a cambio de pescado; mas encallando el bajel, no quedó a los piratas otro recurso que entregarse a las autoridades.
Trasladados a Las Palmas fueron procesados por la
Inquisición, cuya causa nos informa de los datos
reseñados. (M. C.: Inquisición, signatura II-3.)
1607.
Autos instruidos por el Cabildo de Eguerew (La Laguna), por adulterio y muerte
de Doña Francisca de la Mata, contra su marido, Francisco de Montesa, y embargo
de bienes.
1607
Marzo 11. Gaspar Gómez, colono
portugués, natural de la villa de Pañete, vino a Winiwuada (Las Palmas) como
maestro de la capilla de la Catedral. Entró en la cárcel de la Inquisición y
salió un año más tarde después de terminado su proceso, para cumplir 40 años
en las galeras, por haberse casado con dos mujeres, una en Winiwuada (Las
Palmas) y otra en Portugal
1607 Septiembre 27.
Se procede al primer asentamiento europeo en el poblado de Agulo en la isla de
La Gomera, el acto fue legalizado el día 27 de Septiembre de 1607, En Hipalam
(San Sebastián) de la Gomera, ante el escribano público y de Cabildo, Don
Fernando Vesado de Contreras, se reunieron, la Sra. Condesa y Señora de la
Gomera y Hierro Dña. Ana de Monteverde, su hijo D. Gaspar de Castilla y Guzmán,
el Señor de la Gomera D. Alonso Carrillo de Castilla, y Gaspar de Mesa vecino
de Buenavista del Norte, Chinet (Tenerife), quien junto con otros 17 colonos
recibieron un conjunto de 1.650 fanegas de tierras. Comenzaron la roturación de
las tierras en las zonas de Sobreagulo y San Marcos, pero la dificultad de
roturación de estas tierras, hizo que desistieran, en el año 1620, ya no
quedaba nadie quien trabajara las tierras.
Sobre el origen del nombre de Agulo han circulado
varias versiones. Unas meras especulaciones; otras, con un cierto rigor de
aproximación a la realidad. Se nos informa que proviene de un vocablo guanche
que significa "Agua que cae de lo alto en forma de cascada o catarata"
Sabino Berthelot intenta explicar esta voz en relación con el topónimo bereber
Angulu, nombre de un cabo y pueblo de Marruecos, otra
teoría dice que hay
un término mazigio que es a-wal-u, y significa "lugar cortado". Hay
un nombre propio de La Gomera con la raíz a-wal-u, Agualeche, que algunos lo
traducen como "el que corta las palabras".
El 11 de Septiembre de 1620 se firma un nuevo
concierto entre Dª Inés de la Peña y Gaspar de Mesa, y es ahora cuando
realmente se va a producir el autentico poblamiento de Agulo. Gaspar de Mesa es
nombrado capitán de Agulo.
En 1768 Agulo (Isla de La Gomera), contaba con 625
habitantes.
Lo que hoy abarca el término municipal, con forma
de triangulo isósceles cuya base se asienta en el mar y su vértice en la
cumbre, en el punto denominado Montaña de Igualero (
1607
noviembre 16. Notas en torno al
asentamiento colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere (
Resistentes (Alzados) y vagabundos.
“Si hay un segmento social opaco en la
investigación social es el de todo ese
mundo conformado por varias categorías de personas que la
sociedad denomina de varias maneras: vagabundos, delincuentes, alzados
en los primeros tiempos... No se trata de los pobres de solemnidad, también
difíciles de estudiar. La documentación a ellos relativa apenas los
singulariza. Son una masa informe que no se integra, que no
interesa, pero tampoco se admite, y menos ni de lejos se plantea el por
qué de esas situaciones diversas que confluyen en la marginalidad más
difícil, porque se entremezcla la pobreza con la persecución y el rechazo.
Naturalmente, otra cosa son los individuos de brazos flojos, simplemente
vagos, contra cuya pereza y afición a la holganza en los mesones
y tabernas intentan luchar vanamente las ordenanzas municipales, siempre tan
atentas a la productividad y el afán de trabajo.
Algo que preocupa de modo urgente a los
conquistadores es la erradicación de
los que no están dispuestos a ponerse manos a la obra para colonizar la isla, fundar y arruarse en núcleos
de población. No es casual que una de
las primeras medidas, anteriores a la composición oficial del primer Ayuntamiento sea, antes del verano de 1497, la ordenanza
que obligaba a trabajar o ponerse a soldada y que nadie ándase vagamundo, pues
se exponía a recibir 100 azotes. Nuevamente en 1508 se compele a los vagamundos para que se dispongan a
trabajar y no estén en
Como se apuntaba antes, en las décadas
inmediatamente posteriores a la conquista, como también se
ha tratado al hablar de los guanches, las
autoridades arremeten contra lo que llaman alzados, que
si en un principio parece referirse a los indígenas reacios a la vida
europea que vivían en los montes y de sus recursos, así como del ganado propio
y ajeno, en los años treinta se utiliza más bien para designar a los delincuentes fugitivos de la justicia, posiblemente muchos
aún sin condena pero temerosos de la pena que les pudiera corresponder.
Es una espiral de la miseria: se es pobre y se ha infringido una ley u
ordenanza, y ante las escasas posibilidades de salir airosos de
un juicio, del probable castigo corporal por su baja condición social
y del también verosímil abuso carcelero, optan por echarse al monte.
Allí emulan a los naturales, tomando reses de otros para sobrevivir.
En un medio áspero y montuoso, con los medios de entonces,
era prácticamente imposible su captura (en esa época no existía, desde
luego, la reinserción social). Cuando llega a la isla Alonso Yanes
Dávila y se percata de la inutilidad de la mera represión, propone
en 1539 una suerte de amnistía matizada para los que se aviniesen a
presentarse voluntariamente, pero advirtiendo para estimular la entrega,
que en caso contrario se les consideraría por banidos y facultaría para matarlos, incluso premiando a los matadores.
Muchos alzados bajaron a la
ciudad y presentaron fianza de que morarían en pueblos y no harían más daño
al ganado. El gobernador emplazará a principios de
1607
noviembre 21. Notas en torno al
asentamiento colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere (
El caso particular de los colonos leprosos.
“Los
afectados por el llamado mal de San Lázaro eran apartados del resto de la comunidad para ser recluidos en unos establecimientos especiales
o lazaretos. Desde 1508, en que se reconoce que era elevado
su número, se dispone su aislamiento, señalándose en ese momento el
sitio de la ermita de San Lázaro, donde debían erigir una casa, pero el
año siguiente se varía el lugar sin especificar. La construcción de la
casa de S. Lázaro en Gran Canaria echa por tierra este primer proyecto, y en
1511 se dispone que los leprosos se vayan a G. Canaria o a Sevilla,
con sus bienes, so pena de perderlos y castigo de 100 azotes.
Lo cierto es que en la isla no había leprosería,
sino en Gran Canaria, de manera que
Son numerosas las disposiciones capitulares que hacen
referencia a este asunto. Apenas recurrimos a algunas que nos permiten acercarnos a los desvelos y problemas
que acarreó la obligación municipal. Una
de las medidas que se acordaban periódicamente era la confección de una memoria detallada con la relación de
los afectados para poder proceder a su expulsión. A veces se plantea
como algo terrorífico que se está expandiendo y contagiando velozmente a
toda la población, como en 1538. Se decía
entonces con alarmismo que había muchos con ese mal en
El Ayuntamiento no se desanimó ante la negativa real y continuó gestionando la fundación de un establecimiento
propio, que pensaba levantar en las
afueras de
1607
Diciembre 12. Una Real Cédula del día
12 de diciembre autoriza al alcalde de Garachico a intervenir en juicios civiles
por una cuantía de hasta 100 ducados. Este poder fue solicitado por la gran
actividad comercial del puerto y la necesidad de intervenir en casos de
problemas de negocios, según narra Carlos Acosta
en su libro “Garachico: un puerto
enfrentado a un volcán”, una de las principales fuentes de este reportaje.
1607 diciembre 17. En Acta del Cabildo colonial consta “que la piedra
que está en la pared del sercado junto a las
nonas es deste Cabildo e an tenido notisia que algunas personas la llevan y an llevado e conviene guardarla, por averse menester
para sierto edefisio”, y se acuerda presentar
querella contra los que la roban. Hemos supuesto que estaba reservada para los
pozos del Cabildo pero también puede haberse pensado en la construcción de
un puente sobre el barranco, o en un muro de contención en la parte baja del
barranco de Santos o Araguigo en Santa de Tenerife.
1607 diciembre 17. Notas
en torno al asentamiento colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere (
Los hospitales en
los primeros tiempos del asentamiento colonial europeo en
El hospital de San Sebastián.
“Esta institución
tiene un carácter completamente seglar y es de fundación particular. Como se
sabe, lo crea Pedro López de Villera, un personaje que había sido mayordomo
episcopal en 1590 y que residía en
Los comienzos son lentos, ya que se demora la partición
de bienes y su arrendamiento. En 1511 por fin se llega a un
acuerdo con Alonso Núñez para comprarle su
casa y así fundar el hospital; se pensó incluso en emprender las obras junto
al convento agustino, donde poseía
unas casas la fundación. Por fin, en febrero de 1512 el Ayuntamiento
decide construir el hospital, y ese mismo año se formalizan
los contratos para las obras, que incluían iglesia, zona de enfermería,
de juntas... Pero parece que se paraliza el proyecto durante un tiempo, de
modo que el Ayuntamiento tendrá que impulsarlo a principios
de 1515. Aunque la celeridad no es extrema, cuatro años más tarde los trabajos iban a buen ritmo y se organiza la cofradía de
S. Sebastián y S. Fabián, en la que
entran los regidores, pero aún en 1520
continuaban las obras. Mientras tanto, los bienes de la institución
se explotaban e incrementaban mediante mandas piadosas.
Debió ser hacia 1522-1523 cuando abrió sus puertas
el establecimiento, pues en la primera de esas fechas el Cabildo determina la
revocación del mayordomo hospitalario por falta de efectividad en la edificación, y unos meses más tarde se expresa la
preocupación por el deterioro de los
bienes de la fundación. En agosto de 1523 se aprobaba que el mayordomo de ésta librase 60 mrs., diarios para la manutención de 4 pobres que el Ayuntamiento pensaba
sostener perpetuamente en el hospital, pero esa
cantidad procedería de las propias rentas del mismo, aunque parece que la idea no perduró en el tiempo, pues carecemos
de noticias posteriores. En la misma fecha se eligieron a dos
diputados para que se encargasen de visitar el establecimiento y velasen por la
provisión de medicinas y otras necesidades. El mayordomo, cuyo cargo duraba
un año, atendería los gastos indicados por el médico,
aparte de los 60 mrs. antes citados.
El Cabildo, como patrono, entendió absolutamente en
los asuntos concernientes al hospital, a pesar de los intentos de injerencia por
parte de
Ya conocemos, por otra parte, que el Ayuntamiento no
siempre se mostró defensor acérrimo de la
voluntad del fundador, como lo evidenció en
la cesión parcial del edificio a los monjes franciscanos con ocasión del convenio firmado para la introducción
de las monjas claras, así como en la otorgación
a éstas de las rentas de la institución. También recordaremos cómo en los años
cuarenta del s. xvn una parte de los regidores
pretendió dedicar las instalaciones a otra fundación religiosa femenina, que no prosperó. Lo que sí sufrió una radical transformación fue la iglesia del hospital, que
entre 1627 y 1632 anduvo en obras de albañilería
y enmaderado.
Ya hemos expuesto algunos datos acerca de la atención
social en esta institución.
Digamos aquí que durante el s. XVII el Ayuntamiento seguía nombrando anualmente a un mayordomo, y por lo
que se deduce de un pleito mantenido en 1671
con el obispo García Ximénez —que exige la rápida
intervención municipal en la revisión de las cuentas de los administradores so pena de ejecutarlo la propia
Iglesia y amenazando con la excomunión —, dejó mucho que desear
la gestión de buena parte de ellos, sin que
la corporación mostrase la atención debida. La interferencia eclesiástica,
parece que provocada por el afán episcopal
por mejorar el funcionamiento del hospital, databa de la etapa
de Cámara y Murga. En 1671, como García Ximénez hace efectiva la excomunión
al Ayuntamiento, la Real Audiencia dicta varias disposiciones
para aclarar todo y zanjar el conflicto: el obispo no debía
entrometerse en las cuentas hospitalarias y tenía que levantar su condena,
pero obligaba al Cabildo a exigir la contabilidad de la institución
a los antiguos administradores.
El
hospital de Santa María de
La otra fundación hospitalaria lagunera es de origen
seglar y particular, pero el control que ejerce la cofradía desde los
primeros momentos y algunas singularidades propias de la segunda y tercera décadas del siglo, que se expondrán en los siguientes párrafos,
le conferirán un carácter más
bien mixto, en el que
Todavía existe cierta oscuridad en torno a los orígenes
y transformaciones sufridas por esta entidad en sus
primeros años, hasta que queda conformada
como hospital de los Dolores. Según Rodríguez Moure,
unos particulares se adelantaron a la intención de Lugo de fundar
hospital, comenzando en una casilla situada en la esquina que hoy ocupa
la iglesia, con la advocación de Na Sa de
La explicación más aceptada hoy es que se trató de
una fundación vecinal, que ya cumplía su
misión en 1507, y que hacia 1520, en un proceso que se concretará luego, es absorbida por el hospital de los Dolores. En la primera de las citadas fechas consta
que se estaba edificando ya el hospital en la calle del Espíritu Santo, y en
los dos años siguientes recibe mandas
testamentarias, mientras los cofrades de Santa María de
El fundador —al menos parcialmente— del hospital
de los Dolores sí es seguro que fue Martín
de Jerez, quien poseía cuantiosas datas y actuaba en realidad en nombre de la cofradía de
En 1514 Jerez pasó a
Al menos en 1517 ya había edificado Martín de Jerez
el inmueble, y desde 1519 se nombraba
patrono y comendador del hospital de los Dolores, en tanto el clérigo Juan Yanes señalaba en su última voluntad ese mismo año que Jerez le era deudor por
servicios prestados a su hospital. Hay que
señalar que tuvo que bregar duro para vencer la tenaz oposición que antes y después de la obtención de la bula
presentó a esa fundación el vicario Herrera1%.
El quinquenio 1520-1525 será penoso para Jerez, su
esposa —pronto viuda— y los
cofrades de la Misericordia, debido a los dineros
utilizados en su desplazamiento y a la disputa por las bulas que había traído. En 1520 la Corte apoya a Jerez, a quien se le debía
pagar 30 ducs. que parece le debían
los cofrades de su viaje a Roma, por lo que
se negaba a entregar las bulas a la cofradía, pero no por ello se paralizó
la predicación de la bula, para lo que solicitó licencia. La versión
de los cofrades de la Misericordia es que Jerez se había apropiado el
documento papal para la nueva fundación del hospital de los Dolores, por lo que
litigan contra él y desean que sea
adjudicada tal gracia al hospital de la Misericordia. Además, acusaban a Jerez
de demandar una suma de dinero no justificada y de no recibirles en pago una
cantidad que ya se le había satisfecho. En 1522 se aprecian signos de
distensión, pues se llega a un acuerdo para pagarle a Catalina Gutiérrez,
la viuda de Jerez, 300 doblas por los gastos de la consecución de la
bula y por la cesión del solar para fundar el cuerpo de la iglesia
y hospital de los Dolores. Eso significaba que la cofradía no sólo
se quedaba con las instalaciones y mejorías efectuadas por el fallecido,
sino que aceptaba el nuevo nombre de los Dolores para el complejo resultante de la fusión del pequeño edificio de la Antigua (o de
la Misericordia) con el nuevo de Jerez. Pero aún seguirán los problemas
y el pleito, pues en 1524 siguen citándose los dos hospitales por
separado, y en su testamento Alonso Hernández, que quiere donar una heredad de agua y tierra en la cabezada de Tahodio para agregarla a
la bula de Jerez, señala que esos bienes debían ser atribuidos al hospital
—fuese el de los Dolores o el de la Misericordia— que al final se adjudicase
la bula. Por otra parte, los cofrades de los Dolores deben solucionar el problema creado por Jerez en los últimos días de su vida
cuando, sin consultarlo con nadie,
entregó la bula y provisiones reales a
Francisco de Campo para que fundase en Castilla cofradías y hermandades
de ese hospital. De eso hacía tres años en 1524, y no se tenían
noticias de Campo, de la bula ni del dinero que debía haber recaudado. No
obstante, la obra se fue completando con las rentas que se cobraban y los préstamos de algunos particulares, como el mercader
Francisco Díaz.
Se ha aludido a la importancia de una cofradía en el
hospital. Desde 1510 consta que se
juntaban los cofrades en el mismo para elegir prioste administrador de sus
rentas y cuidar de sus pobres, pero la documentación más antigua desapareció
durante la peste de 1582. La cofradía,
intitulada al principio de
Dentro
de la cofradía, en un momento impreciso, se determinó fijar en trece el número de hermanos que debían ocuparse permanentemente
de los entierros. Como compensación, además de las gracias espirituales
concedidas por la bula de Paulo ni, estaban exentos de cargas y pensiones militares y concejiles por diversas disposiciones. Ya antes
se aludió a que representaba este servicio une pequeña entrada para el
hospital, pues se percibía 10 rs. por este acto, además de 13 velas
a los que poseían más caudal, pero a los pobres se les acompañaba de balde.
El dinero era puesto a disposición del administrador de la institución
hospitalaria, mientras la cera se aplicaba en sufragios por las
ánimas del Purgatorio. La Confraternidad permanece al menos hasta 1625,
pues en la sesión convocada en 1623 para elegir prioste se habla
de cofrades y hermanos, mientras que en la posterior de 1625 sólo se
nombran vecinos y ciudadanos, aparte de los ya citados 13 hermanos.
Desde
el punto de vista eclesiástico, el hospital de los Dolores dependía
de la parroquia de
La
administración a cargo de la cofradía, que delegaba en dos mayordomos,
persistió hasta 1605, fecha en que llegaron a la ciudad dos frailes
de S. Juan de Dios (Diego de
Las interferencias y las diferencias entre las
autoridades civil y religiosa derivaron en serios problemas en algunos
momentos, y esto se manifestó incluso en las propias
elecciones de cargos. Desde 1584 hasta 1615
se verifican éstas en presencia y bajo presidencia del juez eclesiástico,
con autorización de escribano público. A finales de 1612 se
produce una tensa situación por la formal protesta del personero, licdo.
Gaspar Agustín Barbosa, que contradijo la elección de mayordomo
efectuada alegando la ausencia como cabeza de la justicia real ordinaria,
como correspondía, dada la naturaleza real de la institución. Será
el desencadenante de un cruce dialéctico entre los representantes de la
jurisdicción eclesiástica y real. Por un lado, el vicario resalta la falta
de constancia de fundación regia o de intervención judicial de esa naturaleza.
El gobernador, que entra en escena, reafirma el carácter regio
y la sujeción a su jurisdicción del hospital. Pero el vicario no cede y
ratifica la elección. El gobernador, al día siguiente, adopta una curiosa
y diplomática decisión: decreta su absoluta competencia sobre la institución
y la exención de presencia e intervención eclesiástica, pero confirma
a los priostes electos en cuanto les conmina a aceptar el cargo,
quizá para evitar una dimisión cuyo espíritu fuera compartido por
otros cofrades. Desde 1615 hallamos sólo al juez secular ordinario con
algunos regidores y ciudadanos. Entre 1622 y 1639 asisten ambos jueces,
secular y religioso, y siempre ante escribano público.
La mayoría de los mayordomos y administradores son
eclesiásticos, pero también los hubo seglares (en 1640, el cirujano Benito
Hernández; en 1693, d. Juan Jaques de Mesa), aparte de
otras personas tenían una cierta relación
con
En las últimas décadas del s. XVII y, sobre todo,
en el s. XVIII, la Iglesia va ganando terreno. La
razón es sencilla: el Ayuntamiento carece de holgura para financiar el hospital, cuya supervivencia, habida cuenta de la elevada morosidad de sus tributarios, se
ve condicionada a las mandas de
algunos particulares que confían más en los eclesiásticos. Cuando d. Bernardo de Fau consigne en su
testamento una considerable cantidad de
bienes con la orden de que se acensuasen para alimentar y curar a los pobres enfermos de la fundación, establecía por
cláusula que si el mayordomo electo no era del gusto del clero de la Concepción, se le excluía de la administración de
los bienes que dejaba el testador. Ya
bien entrado el s. XVII, d. Francisco Crisóstomo de la Torre, tesorero general de la Real Hacienda en
Canarias, dejaba en su testamento otra
manda considerable.
El hospital disponía de capellán para asistir a los
enfermos y decirles misa. Al principio se le
proporcionó alojamiento en el mismo edificio y percibía salario, pero en 1602 se le negó la residencia,
aunque se le asignó una remuneración de 6 doblas para alquiler, además de
su salario de 70 ducs. y un cahíz de trigo.
Se ha señalado en los párrafos precedentes la
precariedad financiera de la institución, que a
continuación intentaremos desarrollar con más concreción. Además de contar
con medios propios, el hospital recibía una ayuda del Ayuntamiento, pero
no tenía carácter vitalicio y era
necesaria la periódica autorización regia para renovarla. En una primera
etapa, a mediados del s. XVI, la contribución municipal se efectuó con
cargo a las tierras concejiles y sin facultad real, ante el grave
panorama dibujado por la cortedad de las limosnas y la abundancia
de pobres (pensemos en el desarrollo demográfico de esos años).
Por lo menos desde los años sesenta se otorga ese auxilio con licencia
regia, pues en 1561 se ordena abrir información acerca de la solicitud cursada
por el Ayuntamiento para dispensar al hospital una suerte
concejil de 12 fas. Se exponía en la instancia, por un lado, el carácter abierto y caritativo de la institución sanitaria, pues se
admitía a pobres y necesitados, isleños
y forasteros; por otro, se advertía del caótico estado de la situación de los enfermos menesterosos debido a la
carencia de medios para atenderlos,
por lo que se mueren muchos, e otros
no se pueden resgebir y dormían por las calles y cimenterios. La
información debió conmover a Felipe u, pues en 1570 se prorrogan por un
sexenio las 50 doblas y 2 cahíces de trigo para un cirujano del hospital,
lo que implica que por lo menos desde 1563 había comenzado la ayuda.
En los últimos decenios de esa centuria recibía 30 fas. de trigo de
una suerte de propios, que el rey prorrogaba decenalmente. Los problemas
financieros municipales afectarán a la debida recepción de la dádiva
concejil. Dicho de otra manera: el Ayuntamiento no pagaba al
hospital. En 1620 los administradores planteaban a la corporación la desesperada situación que atravesaban por falta de trigo para dar de comer
a los enfermos, debido a las fallas en las rentas a causa de la esterilidad,
pero también al incumplimiento municipal, pues a esas alturas
debía más de 200 fas. de rezagos. Incluso la dotación disminuyó en
la segunda mitad de esa centuria a 24 fas. de trigo, que se entregaban
cada ocho años. También es verdad que en alguna oportunidad el Cabildo
reprocha a los gestores de la institución sanitaria cierta falta de
atención, como en 1584, pero el motivo de la queja era que los priostes
se negaban a admitir a todos los enfermos pobres. Lo que no queda claro es si
tal situación obedecía a la saturación de las posibilidades
del hospital.
Más claridad sobre diferentes aspectos de la obra
nos la proporcionan sus números. Contamos con datos globales de la
contabilidad de la institución desde
mediados del Seiscientos, aunque existe alguna noticia fragmentaria de 1615-1616, relativa a gastos en lavandería y medicina, fundamentalmente. El primero de los capítulos
citados, que corría a cargo del
ama, que así obtenía un estimable complemento de su sueldo, alcanzó en 1615
la cuantía de 7.182 mrs., que desciende a 4.536 en 1616. La razón de esa notable diferencia debió estribar en que 1615 constituyó un año de elevada morbilidad y
ocupación del hospital, según se deduce asimismo de los dispendios en
medicinas, pues si en 1614 y 1616 se gastaron por ese concepto 672 y 664 rs.,
respectivamente, en 1615 llegó a los 900 rs. Aparte de estas cantidades, sólo
se refleja el salario del sangrador, al que se pagaba 120 rs. anuales por esas fechas.
Las cuentas de la fundación desvelan que a mediados
del s. xvii la práctica totalidad de los
ingresos procedía de rentas tributarias, pero si el cargo de 57.895 rs. en 1645, por ejemplo, podía hacer albergar
esperanzas de una buena situación, el análisis
del descargo muestra el mismo mal que aquejaba a otras muchas entidades
asistenciales y religiosas: la
morosidad o impago de buena parte de los censos, que en el año referido ascendía
a 21.507 rs. (37,2% del total). En algún año la cofradía de la Misericordia aportaba dinero por su
labor de acompañamiento de difuntos, limosnas
sueltas y las recolectadas el Jueves Santo, todo lo cual en 1646-1647 significó 1.081 rs., una parte mínima
del presupuesto y necesidades del establecimiento.
Los gastos de personal más importantes en 1645
sumaban 1.150 rs. Las medicinas supusieron 2.407 rs. Desde luego, la parte del león se la llevaban los gastos de alimentación,
combustible, etc.: 16.369 rs., a lo
que habría que añadir 155 rs. de costo en lavar la ropa. En el capítulo alimenticio sobresale, como cabía
esperar, el apartado triguero, que se elevó a 4.203 rs. Pero tan importante
como estos desembolsos, observamos en otros descargos que es el destinado a
los gastos eclesiásticos. Así, en el período
l-VIII-1643/ 31-XI1-1645, éstos montan 4.136
rs. entre misas de capellanías (3.184 rs), sermones, emolumentos de
beneficiados, etc.
Los salarios del personal se mantuvieron estables,
pues el sangrador continuó percibiendo sus 100 rs., y el ama alrededor de
200, mientras la sotaama cobraba unos 30. También había
que contar con gastos derivados de la
actividad judicial ocasionada por la reclamación de tributos, que en 1646-1647
sumaron 340 rs.
Asimismo se comprueba que se procuraba que los
enfermos, además de disponer de la ración alimenticia normal, a base de
cereal, podían acceder a otros alimentos
que la mayoría de la gente probaría sólo de vez
en cuando: almendras, conservas, azúcar, pasas, huevos, carne, gallinas y pollos.
Como punto de comparación, examinamos un quinquenio
bastante posterior (1686-1691), en el
que además de los efectos de la inflación y el abultado cargo (147.286 rs.), se sigue manteniendo, con matices,
la tónica conocida. Es decir, mayoritaria dependencia de las rentas (95,8%
del total del cargo), pues aunque servían como alivio, las cantidades variables
y extraordinarias, como el óbolo episcopal (2.725 rs.) o las limosnas, en total sólo suponían 6.164 rs. Los salarios de
las amas habían subido algo, se mantenía inalterable la soldada del sangrador, y se pagaba aparte a lavanderas (430 rs.)
y a mozos de servicio (855 rs.). Las
medicinas, igual que en años anteriores, consumen en torno a los 1.000 rs.
anuales, y además del gasto en alimentos resalta el de lienzo, lana, mantas, lino para ventosas, etc. (2.398 rs.).
Dentro de los alimentos, hay cuatro partidas
importantes: trigo (6.080 rs.), carne
(5.831), huevos (3.803), gallinas (1.051), aceite (1.068)...
Núñez de
El personal que prestaba servicios era realmente
parco. Hay que destacar que no contaba con
asistencia sanitaria cualificada de plantilla, pues
tanto el médico como el cirujano asalariados por el Ayuntamiento, como ya sabemos, deben prestar su atención a
varias instituciones (el otro hospital, los
conventos) y tienen que atender, en teoría, a
los pobres de balde, de modo que sus servicios consisten, tal como se ha resaltado, en visitas diarias que no siempre efectuaban. Ninguno de
ellos, por tanto, percibía renta alguna de la entidad, lo que también explica
el desinterés de los facultativos. Es lógico suponer que las relaciones
de algunos incumplidores o arrogantes médicos con los administradores
del hospital no debieron ser muy buenas. Un par de ejemplos
corroborarán lo dicho. En 1620 los administradores exponían al Cabildo
que entre las muchas necesidades que padecía la clínica había una muy notable
—que si no se remediaba valía más cerrar las puertas—,
y era que los enfermos de medicina no se curaban y se mueren a mengua,
y los que biben están tanto tienpo en el dicho ospital que ynporta
el sustento y gasto más de lo que el dicho ospital tiene. La
razón radicaba en que los médicos no visitaban el hospital, ni curaban ni medicaban,
sino de tarde en tarde, de modo que al enfermo que giraban una
visita, cuando lo volvían a ver era preciso hacerles nueva relación, porque
ya no se acordaban de la enfermedad ni del remedio, y eso ocurría
a pesar de que muchas veces se les había requerido que por caridad visitasen
el hospital, pero sólo habían logrado enfados notorios y grandes
daños a la fundación.
Solicitaban los administradores dos visitas diarias, como era preceptivo, y en
caso contrario se les bajase del salario las fallas y se aplicasen al hospital.
En esta ocasión el Cabildo, al menos
en teoría, decide meter en cintura a sus empleados sanitarios, a
los que se notificó que visitasen dos veces al día a los hospitales y conventos,
pena de descontarles por cada falla 6 rs. de salario, y hasta de
revocación del empleo si se acumulaban 30 fallas anuales. En los años
cincuenta debe afrontar el Ayuntamiento la delicada situación de enfrentamiento
entre el médico, dr. Bartolomé Álvarez de Acevedo, y la
administración hospitalaria. En 1655 denunciaba Acevedo que siendo
su obligación asistir a los pobres del hospital, no podía cumplir su cometido
porque el mayordomo, en su presencia, le había roto las recetas que
había dispensado a los pobres, y dado que la curación dependía de ellas,
resultaba inútil su asistencia. La corporación arbitra una
solución de compromiso: el administrador debía ejecutar la orden del
galeno, pero de acuerdo con la pobreza del caudal del hospital. Pero los
problemas no resueltos, como se sabe, reverdecen con más fuerza,
y en 1659 nuevamente se reproduce una pugna similar. Se trata básicamente
de la colisión entre dos antagónicos planteamientos de gestión
sanitaria mantenidos por el mayordomo —que actúa acuciado, como sus antecesores, por la estrechez de las finanzas— y el dr. Acevedo,
que pretendía aumentar el número de enfermos y medicinas. El responsable
hospitalario le expone la cruda realidad de la cortedad de recursos
y las obligaciones de capellanías y memorias, precariedad que
constreñía a invertir en la curación de 4 ó 5 enfermos la cantidad necesaria
para sanar a uno solo, a más de verse precisados a recogerlos para
evitar que se muriesen en la calle. Para reforzar su argumentación y
convencer al galeno de la viabilidad del sistema en vigor, añadía que el
cirujano Benito Hernández Perera había curado muchos pobres sin tanto
gasto de botica. Pero esto quizá molestó más al facultativo, que desde
hacía una semana no aparecía por el hospital.
En cuanto al personal propiamente dicho, continuaba
prestando servicios un sangrador propio, que seguía cobrando el invariable salario de 100 rs. Como podemos imaginarnos, el sangrador
debió suplir con su experiencia la insuficiente atención médica. Como
personal técnico, dejando a un lado al mayordomo, que asume
un papel polifacético de
director-administrador-contable, como máximo responsable del funcionamiento, contaba con un abogado y un
procurador, que percibían 165 y 50 rs. de salario, respectivamente. No extrañará
que una entidad con tantos morosos
disponga de asesoría jurídica. Por último, está el personal subalterno, verdadera espina dorsal de la institución:
un ama, una moza, un mozo y una
lavandera. Sus emolumentos ascendían a 760
rs. (7,9% de los gastos). Otro apartado era el compuesto por reformas y reposiciones, tanto de textiles para sábanas
y colchones como de material de
cocina, trastejos, etc., lo que suponía unos 550 rs. anuales (5,7% de gastos).
Resumiendo, el capítulo salarial suponía un 11% de
la data, aunque hay que matizar que el personal subalterno suele comer en el
hospital, de manera que habría que agregarle una porción no dineraria al
salario. Los gastos en medicinas y unciones rondaban el 15%. La parte del león
se la llevaba la alimentación, que unida al
combustible se situaba en un 51%.
También destaca el ilustre cronista que la limosna
por entierros se situaba en unos 200 rs., a los
que se añadía un máximo de 100 rs. que se recolectaba el Jueves Santo. La explicación que proporciona para
justificar la penuria de aportaciones particulares es que como voluntarías, por haber en la ciudad tantos pobres
nesesitados, cada uno se aplica a su
devoción.
Con
esos mimbres no se podían hacer buenas cestas, por lo que era
imposible atender adecuadamente a los aproximadamente 100 pobres que entraban
anualmente en el Hospital. Esta era una cifra media del total de
ingresos, pues la capacidad se situaba en unos 18-20
enfermos, que eran atendidos en enfermerías separadas según sexo.
Los administradores sabían perfectamente que su trabajo no sólo lo
desempeñaban gratuitamente y les granjeaba problemas de diversa índole, sino que terminaban poniendo dinero de sus faltriqueras,
de modo que en las cuentas siempre resultaba alcanzada la institución.
Según el resumen de Núñez de
Cuentas y números a un lado, la situación del
hospital distaba de ser modélica. En los años sesenta y setenta el testimonio
del obispo García Ximénez, que tanto ayudó al establecimiento, nos revela sus
carencias: si tibíese de tener ocho enfermos
continuos, a quien se ubie-se de acudir con todo lo necessario para su cura, de
ningún modo pudiera (...). Quando llegué a la ysla de Tenerife hallé dicho
hospital de
Lógicamente, en tan dilatado espacio de tiempo se modifican las
instalaciones, trátese de las específicamente hospitalarias como de las religiosas.
Por ejemplo, en 1646-47 se efectúan reparaciones en la iglesia por valor de 1.098 rs., y en 1648 se levanta la enfermería
—que se había derrumbado —, gastándose
457 rs. Más importantes fueron las obras
emprendidas por d. Bernardo de Fau medio siglo más tarde siendo
mayordomo del hospital. Por un lado, había rehecho las paredes de la
capilla mayor, parte del techo, y reedificado en parte las paredes y puesto
una imagen de la virgen de los Dolores. Por otro, fabricó a su costa
diferentes cuartos, altos y bajos, para enfermería de los pobres que
se curaban en el recinto, además de una cocina, alta y baja, graneros, y otros cuartos para oficinas. Todo se bendice en
Diciembre
de 2011
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Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
---» Continuará...