FEMÉRIDES
DE
UNA
HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO
COLONIAL, DÉCADA 16011610
CAPÍTULO
XXII (I)
Guayre Adarguma *
1607.
Cuando
escaseaba el agua en el puerto de Santa Cruz
de Añazu, se cuidaba que no faltase a los navíos, a pesar de las protestas del
vecindario.
1607.
Grave plaga de cigarrones asola los campos en Chinech (Tenerife).
1607.
El guanche Marcos González del
Castillo.
Nació
en Granadilla hacia 1607 (falleció en 1669). Fue capitán del Regimiento de
Milicias de Abona, por patente del capitán general de la colonia don Luís Fernández
de Córdoba y Arce, fechada en 1642. Entre 1640 y 1644 contrajo matrimonio con
su prima hermana doña María García del Castillo, hija del alférez don Marcos
Rodríguez y de doña Ana García del Castillo, como hemos dicho en el texto; la
pareja se estableció en su pueblo natal de Granadilla. Importante propietario
agrícola, en 1649 dio a tributo tres fincas de su propiedad: un cercado en el
Ahijadero. por 5 fanegas y 3 almudes de trigo, al alférez don Lucas Rodríguez;
otras tierras en el Lomo del Medio, por 6 fanegas y 3 almudes de trigo, a don Lázaro
González; y un pedazo de tierra en la Montaña de Ijerfe, por media fanegada de
trigo, a don Bartolomé Hernández Casanova. También tenía esclavos negros,
pues uno de ellos fue sepultado en Granadilla en 1666. Testó en Vilaflor en
1668 ante el escribano don Lorenzo Díaz Delgado, habiendo dejado 50 misas y
nombrado albaceas a su esposa, doña María García, ya su hijo, el alférez don
Marcos González. Pocos meses después, en 1669, fallecía en Granadilla, siendo
enterrado en la iglesia de San Antonio de Padua, en sepultura propia. Le
sobrevivió doña María García del Castillo, que también falleció en
Granadilla en 1676, recibiendo sepultura en el convento de la localidad. Fueron
sus hijos: El Lcdo. don Baltasar González del castillo (?1664), presbítero,
que falleció en España en plena juventud; Fray Juan García, vicario
provincial de
1607.
Fue construida la Batería que estuvo
al S.E. de la Plataforma de San Francisco, en la ciudad de Las Palmas de Gran
Canaria. Se sabe que fue construida en 1607 y abandonada en fecha lejana.
Estaba
situada en la parte Sur y Este de la meseta de San Francisco y cruzaba sus
fuegos Con la Batería de la Plataforma o de la «Punta de Diamante».
Está
inscrita en el Registro de la Propiedad al tomo 892, folio 66, línea 6025, la
inscripción, de 30 de mayo de 1900.
Con
arreglo a proyecto aprobado el 22 de diciembre de 1896 se Construyó la actual,
terminándola en 1897, recibiendo el nombre de Batería n° 4. Por disposición
de 1 de abril de 1898, debía formar parte del Fuerte que se intentaba construir
en donde se
halla
el Castillo de San Francisco del Risco.
1607. Durante el verano de
este año el puerto de Santa Cruz sufrió una de las mayores sequía que recogen
los anales de
Los servicios municipales en el
lugar de Santa Cruz de Tenerife.
En un lugar que carece de ayuntamiento no se puede
exigir mucho de los servicios
municipales. Cuando se conoce la historia administrativa del lugar, no puede chocar el observar que todos los
servicios públicos son más o menos
inexistentes en los primeros siglos y sólo empiezan a desarrollarse con el XVIII. Hasta entonces, los vecinos se las arreglan
como pueden y, naturalmente, más bien mal.
Por ejemplo, en
Para el despacho de la carne se utilizaba una casa,
propiedad de la iglesia parroquial, en la plaza de
Tampoco hubo lugar reservado para el mercado, hasta
1775, cuando pidió el alcalde, y se le dieron, unos
sitios en la marina, entre la pila del castillo
y el Triunfo de
No existe servicio alguno de limpieza o de alumbrado
público. Se entiende que no son
necesarios, por la obligación que tienen los vecinos, por una parte, de
barrer y mantener limpia la parte de las calles que
corresponde a sus casas y, por otra parte, de poner faroles durante la noche en la pared que da a la calle. Estas
obligaciones han sido inventadas hacia fines
del siglo XVIII, como generalmente por todas partes en España. Cabe dudar de su eficacia; pero un
ayuntamiento sin recursos ni presupuesto difícilmente
hubiera podido conseguir mejores
resultados.
Si falta una luz en la calle o si se tropieza con un
montón de escombros, todavía se pueden
cerrar los ojos, o buscar venganza en alguno
de esos reniegos que le ponen a uno en contacto directo con el comisario de
Así pasó durante el verano de 1607, cuando se habían
secado las fuentes y agotado los pozos. Había
entonces unos quince navíos en el puerto, mientras que en el pueblo, sumando
los recursos de todos los pozos, sólo
había el valor de unas 50 botas de agua. Quien la tenía la vendía a la gente, por precio de
un cuarto la botija. Hacía un año que duraba la sequía y los navíos ya evitaban la escala, porque no se les
podía asegurar la aguada. Peor aun, había en el
ambiente, como siempre cuando se pierde la
esperanza, algo así como una amenaza de rebelión.
A la gente no la exasperaba tanto la sed, como el
trato de favor que la administración había
considerado necesario reservar a los navios. Uno de ellos había llenado en el pozo del Cabildo
algunas pipas de agua, que a la mañana
siguiente aparecieron derramadas. La justicia fulminó amenazas, recordando que estaba prohibido impedir las
aguadas y prometiendo el destierro a los
recalcitrantes. Pero el problema era demasiado grave, para que fuesen suficientes las soluciones represivas.
En algo tuvieron que abrir la mano el Cabildo y el
corregidor, dejando a los pobres la
posibilidad de sacar agua sin dinero de los pozos particulares,
que hasta entonces debían pagar.
Otra vez vino a faltar el agua en 1619, cuando tenían
que traerla desde Candelaria.
Incluso más tarde, cuando estaban funcionando las
canales que surtían con agua los chorros públicos de la plaza, en 1779, la falta del precioso líquido llegó a ser
tal, que los vecinos iban a buscarlo en
Lo que es más sorprendente es la sorpresa que
produce la falta del agua. Cuando interviene,
todos la miran como un castigo inmerecido; cuando desaparece, todos respiran
con alivio, como si se tratase de una epidemia que
va cediendo o de una guerra que ha terminado. En condiciones normales, el agua nunca ha sido considerada como problema y en cuanto a las condiciones anormales, no
son como para hacer previsiones.
El lugar escogido por los españoles para su primer
desembarco y, después, para el lugar y el
puerto de Santa Cruz, tenía a su favor, entre otras ventajas, la abundancia de
ríos y riachuelos característica de todo el
reino de Anaga. A los guanches y a sus rebaños nunca les había faltado el agua: ¿por qué iba a faltarles a los españoles?
Tan tranquilo se hallaba don Alonso
Fernández de Lugo con respecto a este particular, que no había dudado en regalar a maestro Diego de León, en calidad de repartimiento, «qualquier agua que hallárades en
esta ysla de Tenerife, que esté hundida que no paresca
encima de tierra, para que la saquéis para
vos e para quien vos quisierdes». Don Alonso regalaba las aguas como los
Reyes Católicos, los continentes. Menos mal que maestro Diego desapareció rápidamente, desalentado por aquel regalo tan pesado como
inútil: a cualquiera se le ocurre cavar la tierra para sacar agua.
En Santa Cruz había agua suficiente. El barranco de
Santos arrastraba aguas más o menos
permanentes, ya que en el Sobradillo se había puesto
un molino, «en un caedero de agua que está en el dicho barranco».
Tampoco
faltaba en los demás barrancos: en el de Aceite, que mucho más tarde se ha cubierto, pero sin haberse agotado su caudal; en el
de San Francisco, que estaban utilizando los vecinos; en el de Tahodio,
que también movía molinos y, en su tramo inferior, sirvió hasta finales
del siglo XIX
para los trabajos específicos de las lavanderas; en
el
Paso Alto, donde también solían ir las mujeres a
lavar la ropa. Lo que veía la gente era que
estaba cogiendo agua del río o del chorro y que el líquido no se agotaba: la conclusión lógica era que no había
razón para forjarse problemas.
Es verdad que en el poblado habían empezado desde
muy temprano a cavar pozos y a pensar en canalizaciones;
pero tanto los proyectos como las obras no
tenían su origen en la idea de escasez tanto como en
la de comodidad. Los pozos proporcionaban un agua más limpia y de
mejor sabor: por lo menos en teoría, porque la práctica no correspondió
siempre a las esperanzas. Además, ponían el líquido a proximidad del puerto y simplificaba la operación de las aguadas. Era normal,
pues, que se utilizasen los pozos. Los hubo desde la época del primer desembarco:
todavía en el siglo XVII
existía uno que se llamaba «el pocito del Adelantado». Era propiedad del Cabildo, junto
con otros que se habían hecho después, «a la entrada de Santa Cruz» y que
sacaban el agua por el sistema de la noria.
De estos pozos se surtían tanto los vecinos
como los navíos del puerto. La verdad es que no sabemos ubicarlos con seguridad. Los pozos abiertos por el
Cabildo parece que estaban situados en el lugar que todavía conserva el
nombre de las Norias que sacaban su agua. Otro pozo,
en la margen derecha del barranco de Santos, cerca del puente, fue cegado en
1805, «siendo constante y notorio que dicho pozo se construyó a costa de los
vecinos, siendo la primera agua que se
conosció en esta población». Además, eran muchos los
vecinos que tenían algibe o pozo en su misma casa. No cabe duda de que el uso tan difundido de filtrar el agua de beber por medio de una
destiladera no se explica sólo por la frescura que de este modo adquiere
el líquido, sino también como una necesidad dictada por la mala
calidad del agua recogida de este modo.
De todos modos, con noria o sin ella, un pozo entrega
el agua con tasa y significa, más que
una facilidad, una rémora considerable en los trabajos del puerto. Por otra parte, muchos pozos se agotan durante el verano, y entonces escasea el agua incluso
para los vecinos. El caudal más
importante, el que discurre por el barranco de Tahodio, queda algo lejos para ir y venir por una botija de
agua, pero suficientemente cerca para
que se pueda pensar en un aprovechamiento común. La solución parecía estar al alcance de la mano.
El agua de Tahodio era propiedad de los herederos del
colono Marcos Verde, quienes la vendieron al Cabildo el 17 de
agosto de 1556, por precio de 1.080 doblas.
Pronto se empezó el estudio de su conducción. Parece que incluso se
puso mano a la obra, porque en 1574 las
canales de madera estaban ya listas para su colocación. Pero el Cabildo, como
todos los pobres, no tenían capacidad suficiente para vestir
dos santos a la vez. Cuando vio las canales preparadas, se acordó que
tampoco había conducción de agua en
Era aquél un momento malo para Santa Cruz, porque
abajo no había agua y los navios habían
dejado de venir a su puerto. Al fin, la administración tomó una decisión que cortaba el nudo gordiano: en
Para que se realizase el proyecto de conducción,
hubo que esperar más de un siglo. Los
trabajos, organizados por orden del capitán general Agustín de Robles y
Lorenzana, se llevaron a cabo de
Para la conducción de las aguas se había empleado
el sistema de canales altas, o sea canales de
tablas de madera, colocadas sobre palos o
soportes de relativa altura. Se esperaba, gracias a este sistema, impedir que el agua sirviese para abrevadero directo del
ganado. En cambio, tenía el doble efecto de
perder mucha agua, por los resquicios de la madera y en los ajustes de las tablas, y por otra parte dificultaba
el tránsito callejero. Para remedio del primer inconveniente se necesitaban frecuentes arreglos, que se pensó hacer más fáciles
abriendo un camino transitable,
que seguía todo el recorrido, paralelamente a las canales.
Para evitar el segundo defecto, así como los aprovechamientos abusivos por parte de los vecinos, se había
preferido seguir un camino largo y complicado, que hacía pasar las canales por
fincas y jardines a los que el público
no tenía acceso: cosa que, naturalmente, no había sido posible conseguir a lo largo de todo el recorrido.
Las canales entraban por la calle que por ellas se
llamaba de Canales Bajas, pasaba por la del
Pilar hacia San Roque y entraba en este último
punto en una caja o arca de agua. Seguía después por la calle de Canales, actualmente Ángel Guimerá, hasta llegar
a
Al darse por terminadas las obras, el primero de
octubre de 1708, el capitán general fijó
por decreto unos derechos de aguada para los navíos que se abastecían en Santa Cruz. Lo que se pretendía con esta imposición era disponer siempre de fondos
para el mantenimiento y los eventuales reparos de las canales. Naturalmente,
el agua de las fuentes públicas era
gratuita y libremente accesible a todo el vecindario.
Sin embargo hubo, como los hay siempre, privilegiados
que llegaron rápidamente a
proliferar y a formar una categoría separada. Desde el principio, el capitán general había acordado a determinados
vecinos el derecho de tomar directamente de la atarjea y
conducir a sus casas o fincas, por canales de su propiedad, ciertas cantidades
de agua que se sustraían de este
modo al uso común. Las concesiones se justificaban en
algunos casos por las cantidades con que habían contribuido los beneficiarios, facilitando la ejecución de las obras;
en otros casos se trataba de simples
limosnas. El agua atribuida a Casabuena es un ejemplo del primer tipo. Con título de limosna dio el capitán
general a los frailes de San Francisco
una cantidad de agua para su convento y huerta, tomada directamente de las
canales que pasaban por la parte alta del convento, donde había «una caxa de
cantería y sobre ella un canuto para recevir dicha agua y en él embutido y
puesto un dado de bronze por donde cabe en su gueco y abertura un dedo el más
pequeño de la mano de hombre, que llaman parbo y vulgarmente se dize el
margarito». Con tantos regalos y obligaciones y con lo que se perdía en las
canales, el agua desaparece antes de
llegar a los chorros en que espera la gente.
Hubo quejas seguidas por la prohibición de conducir
agua a su casa. Sin duda la prohibición se
entendía con quienes no la podían tener, porque
de hecho se siguió cediendo agua a particulares.
Apenas ha pasado un año cuando, en 26 de diciembre
de 1709, los vecinos de Santa Cruz se reúnen
con el alcalde y el beneficiado para buscar un remedio a los destrozos ocasionados en las canales por las
últimas lluvias. Se nombran para 1710 dos
alcaldes del agua, con la obligación de
recaudar y contabilizar los derechos de aguada, a la vez que velar por los
arreglos y reparos necesarios. Bien por no haber dado resultado esta fórmula, o
por otra razón que se ignora, una real orden
intervino para obligar al lugar a que diese a remate el aprovechamiento del agua pública. Los resultados no fueron
mejores. El arrendador no miraba sino por su
renta y no se preocupaba por el mal estado de la cañería. El sistema de
distribución se había deteriorado a tal punto, que
el agua «corre un día y falta quatro»; la gente vuelve a desesperarse y llega
a «andar a palos en los canales bajos y otros puestos, por ver quál persona a de conseguir anteponerse
a tomarla».
En 1776 se practica una reforma completa de la
canalización, al cuidado del teniente del Rey Matías Calves y por mandado del
comandante general marqués de Tabalosos. Los fondos
necesarios se recaudaron por medio de una
suscripción pública abierta por iniciativa del comandante
general y presentada con el título de préstamo. Bien porque la gente reconocía la necesidad de la reforma, o
porque el marqués poseía el don de hacer que sus ruegos resultasen
convincentes, el hecho esque los vecinos «han
ofrecido más de 14.000 pesos, y en ningún lugar se pudiera al presente hacer y efectuar semejante oferta».
Las canales antiguas fueron sustituidas entonces,
desde la entrada en la zona urbana hasta las
fuentes públicas, por tubos de barro cocido enterrados en el suelo o protegidos
por atarjeas de manipostería. Los trabajos
duraron del 23 de marzo de
Curiosamente, el abastecimiento
del agua no era un servicio municipal. Por
decreto del capitán general don Agustín de Robles, de
1.° de octubre de 1708, el agua de Santa Cruz hubiera debido pertenecer al rey. Sin embargo, a raíz de un pleito,
el Consejo de Hacienda decidió que aquella situación no le convenía, en 16 de
noviembre de 1793. Años más tarde, la renta del
agua se quitó a la administración de
1607. Pedro de Medina, pajarero, se obliga a dar a Juan de Unchiar, marsellés, 200 docenas de pájaros
canarios machos, vivos, buenos de
recibir, por cuatro reales y medio la docena, (AHP: 259/297).
1607.
En
el lugar de Santa Cruz de Añazu, Baltasar Calderón, pregonero, se querelló
porque Marcos Gutiérrez Bravo le había dado
una bofetada; pero como en realidad de verdad no le tocó y sólo fue un amago,
se lo perdona. (AHP: 259/541).
1607.
Este
año de
1607 huvo
gran plaga
de cigarra
(Langosta africana) en esta
Isla, que destruía
los sembrados,
y el
Ayuntamiento echo
suertes por
todos los
Santos y
salieron por
Patronos i
defensores de
esta plaga
Sn Placido
y sus
compañeros por lo
que les
prometieron hazer
fiesta su
dia como
se le
haze. (En: Lope Antonio de
1607.
Faltaron
barcos para formar las flotas de Indias. Suspendidas, los criollos canarios
fueron a Indias por su cuenta. Imposible castigarlos, por tener razón sobrada y
no estar la situación de excitar los ánimos, el rey comprendió que legislar
en el absurdo, contra el interés común, desprestigiaba al sistema, por excitar
la desobediencia civil. Plegándose a lo posible, Felipe III cambió de pie.
1607. Se observa que sólo
la aduana de Las Palmas de Gran Canaria estaba alejada de la orilla, y se manda se instale pegada al mar, como las
demás (AHS: Hacienda 1956/16).
1607
Mayo 7. En el Acta del Cabildo
colonial de Benahuare (
1607
mayo 7. Notas en torno al asentamiento
colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere (
El abastecimiento
alimenticio en la colonia.
Yten, que lo primero que hizieren después de ser juntos en el Cavildo, los diputados del mes den
cuenta i relación de los mantenimientos que ay en la ciudad, e a los precios que están puestos, e si conviene subir o abaxar los precios, e hazer que se traigan más mantenimientos de otras partes o hazer alguna otra cosa conveniente a la buena provición de los mantenimientos e governación de la ciudad, e que sobre esto se hable, e pratique e
ordene e determine antes e primero que sobre
otra cosa alguna '.
Introducción.
“Una de las
funciones básicas en un Ayuntamiento de esta época es la de velar por la adecuada provisión de
mantenimientos, impulsando la autosuficiencia
en productos básicos. Era fundamental prever su carencia y adoptar las medidas oportunas para paliarla, así como vigilar
la observancia de la tasa que imponía en
determinados productos y controlar la calidad
y debida expedición de las mercancías al por menor.
Si esta misión era consustancial a la existencia del Concejo, con mayor razón se convierte en norte del tinerfeño dada la interrelación
existente entre los subsectores de su dependiente economía, sobre todo
a partir del desequilibrio instaurado, como hemos comprobado, desde
finales del s. XVI. Conviene, no obstante, ponernos en situación y sintonizar
con la realidad de unas gentes precisadas de casi todo lo que
necesitaban para llevar una vida acorde con los patrones europeos; y esto es así
desde un principio, como exponían en 1526 los 391 firmantes de un poder para expresar al rey su rechazo a la existencia de un
alcalde de sacas2: todo viene de fuera partes, porque en ella no
ay vino que baste para su provisión y se trae de Castilla, e aun carne se trae
de otras yslas comarcanas, porque la que en ella ay no se saca ni ay
para sacar ni basta para proveimiento della, que siempre ay falta en esta
gibdad de carne; ni menos ay cavallos, no solamente para sacar, mas ni aun para los que son menester en la dicha ysla, e por consyguiente
se traen de fuera los que los
vezinos an menester (...). Dineros no se sacan desta ysla, ni ay oro ni plata en
ella syno lo que viene de fuera parte, que lo traen los que viene a conprar aqúcares
o pan, y esto fsic] oro y plata no se saca sy no es para Castilla, donde los
mercaderes y otras personas van a conprar y traer mercaderías e provisiones
y otras cosas necesarias para el proveymiento e mantenimiento desta
ysla por ser, como dicho es, todo de acarreto, que no tiene de propia cosecha ninguna cosa que les baste (...). No se coge vino
syno muy poco, y todo se provee del Andaluzía e de Gerés. En ella
no ay carne la ques nesqesaria, antes biven siempre con estrema nesqesidad
de falta della. Como ya hemos
estudiado en otros capítulos, la isla estará obligada a importaciones de
productos básicos, que pueden varias según las épocas, pero la realidad es
similar y podemos ratificarla, además de lo expuesto, con algún que otro
testimonio de calidad. Se señalaba en
las Sinodales de Murga, en 1629: como la gente es tanta, ni le
basta su trigo, centeno y cevada, ni su ganado, sino que es menester socorrerla otras islas. En
1676, en fin, es otro prelado, García
Ximénez, residente en ella y buen conocedor de sus problemas, quien lo expone nítidamente:
es común sentir que un año con otro, aun teniendo medianas cosechas, para
personas y animales necessita que le entren de fuera parte, ya sea del Norte,
Tercera, o de las otras yslas
de este Obispado, hasta cien mil fanegas de todos granos.
Estudiaremos, pues, en este capítulo,
los mecanismos y formas de lucha que pone en práctica el Concejo para
llevar a buen término los objetivos
esbozados.
(Continua
este capítulo en la próxima entrega
*
Guayre Adarguma Anez Ram n Yghasen.
» Continuará...